EL COMPLEJO DE EDIPO A LA LUZ DE LAS ANSIEDADES TEMPRANAS (1945) contin.5

 EL COMPLEJO DE EDIPO A LA LUZ DE LAS ANSIEDADES TEMPRANAS (1945) contin.5

Ansiedades persecutorias y depresivas que interfieren en el desarrollo
edípico

Los sentimientos depresivos de Rita eran un rasgo llamativo de su
neurosis. Sus estados de tristeza y sus llantos sin causa alguna, las preguntas
constantes a su madre sobre si la quería, eran señales de sus ansiedades
depresivas. Estas ansiedades tenían sus raíces en su relación con el pecho
de la madre. A consecuencia de sus fantasías sádicas, en las que atacaba al
pecho materno y a toda su madre, Rita estaba sometida a temores que influenciaban
profundamente su relación con ésta. Por un lado quería a su
madre, sintiéndola como un objeto bueno e indispensable, y se sentía culpable
porque la había dañado con sus fantasías agresivas; por otro lado, la
odiaba y la temía, viéndola como madre mala y perseguidora (en primer
lugar como el pecho malo). Estos temores y sentimientos complicados, relacionados
con la madre, sentida como objeto externo e interno, constituían
su posición depresiva infantil. Rita no podía elaborar esta angustia y era
incapaz de vencer su posición depresiva.
En este contexto es significativo cierto material del comienzo de su
análisis 12 . Rita trazó unos garabatos en un trozo de papel y lo ennegreció
enérgicamente. Luego lo rompió y tiró los pedazos a un vaso de agua, que
llevó a su boca como para bebérselo. En ese momento se interrumpió y dijo
para sí misma: "Mujer muerta". Este material, con las mismas palabras,
se repitió en otra ocasión. El trozo de papel ennegrecido, roto y echado al
agua representaba a su madre destruida por procedimientos orales, anales y
uretrales, y esta imagen de la madre muerta se refería, no solamente a su
madre externa en los momentos en que no podía verla, sino también a su
madre interna. Rita tuvo que renunciar a su rivalidad con su madre en la
situación edípica, porque su temor inconsciente a la pérdida del objeto interno
y externo actuaba como una barrera contra cualquier deseo que pudiese
incrementar su odio a la madre, y por lo tanto causarle la muerte. Estas
ansiedades, que provenían de la posición oral, eran las que provocaban
la depresión intensa que desarrolló Rita como reacción a las tentativas de
su madre de privarle del último biberón. Rita no quiso beber la leche de
una taza. Se sumió en un estado de desesperación; perdió el apetito, rechazó
los alimentos y se adhirió más que nunca a su madre, preguntándole una
y otra vez que si la quería, que si ella se había conducido mal, y otras pre-
guntas por el estilo. Su análisis reveló que el destete o la supresión del biberón
era para ella como un castigo cruel a causa de sus deseos agresivos y
de muerte contra su madre. Como no tener más el biberón le representaba
la pérdida definitiva del pecho, al privársele el biberón, Rita sentía que ella
realmente habla destruido a su madre. La misma presencia de ésta sólo servía
para aliviar temporalmente estos temores, lo que lleva a pensar que
mientras el biberón retirado le representaba el pecho perdido, la taza de
leche, que Rita rechazaba en su estado de depresión consecutivo a la privación
del biberón, le representaba a la madre destruida y muerta, análogamente
como el vaso de agua con el papel roto le había representado a la
"mujer muerta".
Como ya he dado a entender, las ansiedades depresivas de Rita, referentes
a la muerte de su madre, estaban unidas a temores persecutorios referentes
a agresiones contra su propio cuerpo hechas por una madre vengativa.
En realidad, a una niña tales agresiones siempre le parecen ser, no solamente
un peligro para su cuerpo, sino también un daño hecho a todo lo
valioso que ella se imagina que contiene su "interior", es decir, a sus posibles
niños, a la madre buena y al padre bueno.
La incapacidad de proteger estos objetos amados en contra de perseguidores
externos e internos es una parte fundamental de las ansiedades de
la niña 13 . La relación de Rita con su padre en gran parte estaba determinada
por las situaciones de ansiedad centradas en su madre. Gran parte de su
odio y de su temor al pecho malo fue transferido al pene de su padre. La
culpabilidad excesiva y el temor de pérdida relacionados con la madre también
habían sido transferidos al padre. Todo esto -juntamente con la
frustración sufrida directamente del padre- había interferido con el desarrollo
de su complejo edípico positivo.
El odio a su padre estaba reforzado por la envidia al pene y por la
rivalidad con él en la situación edípica invertida. Su tentativa de vencer la
envidia del pene le condujo a una creencia reforzada en su pene imaginario.
Sin embargo, creía que este pene había sido dañado por un padre malo
que la iba a castrar como venganza contra sus propios deseos de castrarlo a
él. Cuando Rita temía que el "Butzen" del padre penetrase en su habitación
y le arrancase su propio "Butzen" de un mordisco esto era una muestra de
su temor de castración.
Sus deseos de apoderarse del pene del padre y de desempeñar el papel
paterno con la madre eran indicaciones claras de su envidia del pene.
Esto fue ilustrado en el material de juego que ya he citado: Viajaba con su
osito de juguete, que representaba su pene, a casa de una "mujer buena",
que les iba a ofrecer un "agasajo maravilloso". Sin embargo, su deseo de
poseer un pene propio era reforzado fuertemente -como me lo demostró su
análisis- por ansiedades y sentimientos de culpabilidad relacionados con la
muerte de su madre querida. Estas ansiedades, que ya anteriormente habían
dañado su relación con la madre, contribuyeron mucho al fracaso de su
evolución edípica positiva. Tuvieron también la consecuencia de reforzar
los deseos de Rita de poseer un pene, porque sentía que únicamente podía
reparar el daño hecho a su madre y reponer los niños, que en su fantasía
ella le había robado, poseyendo un pene propio, con el cual satisficiese a
su madre y le diese niños. Las dificultades excesivas de Rita para manejar
su complejo de Edipo invertido y positivo estaban, por lo tanto, arraigadas
en su posición depresiva. Juntamente con la disminución de estas ansiedades,
se hizo Rita más capaz de tolerar sus deseos edípicos y de alcanzar
más intensamente una actitud femenina y maternal. Hacia el final de su
análisis, que se interrumpió prematuramente por circunstancias externas, la
relación de Rita con ambos progenitores, así como con sus hermanos,
había mejorado. Su aversión hacia el padre, que hasta entonces había sido
muy patente, fue sustituida por cariño hacia él; la ambivalencia hacia su
madre disminuyó, desarrollándose una relación más amistosa y estable entre
ambas.
El cambio de actitud de Rita hacia su osito y su muñeca reflejaba
cuánto había progresado su desarrollo libidinal y todo lo que habían sido
reducidas sus dificultades neuróticas y la severidad de su superyó. Una
vez, hacia el final de su análisis, mientras estaba besando su osito y abrazándolo
y dándole nombres cariñosos, dijo: "Ahora no me siento desgraciada,
porque ahora tengo un bebé a quien quiero mucho". Ahora Rita podía
permitirse así misma ser la madre de su hijo imaginario. Este cambio
no era una evolución totalmente nueva, sino, en cierto modo, un retorno a
una posición libidinal anterior. En su segundo año, los deseos de Rita de
recibir el pene del padre y de tener un hijo con él, habían sido perturbados
por la ansiedad y la culpabilidad relacionadas con su madre; con ello su
desarrollo edípico positivo fracasó y consecutivamente sufrió una agravación
clara en su neurosis. Cuando Rita afirmó, con énfasis, que no era la
madre su muñeca, expresó claramente su lucha en contra de sus deseos de
tener un bebé. Bajo el agobio de su ansiedad y de su culpa, no pudo mantener
su posición femenina, siendo por ello empujada a reforzar su posición
masculina. De este modo el osito llegó a representar predominantemente
el pene que ella deseaba. Rita no pudo permitirse el deseo detener
un niño de su padre, ni identificarse con su madre en la situación edípica,
hasta que le disminuyeron las ansiedades y la culpabilidad relacionadas
con sus progenitores.

RESUMEN GENERAL TEÓRICO
a) Estadíos tempranos del complejo de Edipo en los dos sexos

El cuadro clínico de los dos casos presentados en este artículo, difiere
en muchos aspectos. Sin embargo, los dos casos tenían importantes rasgos
comunes como eran los fuertes impulsos oral-sádicos, la ansiedad y la
culpabilidad excesivas y la poca capacidad del yo para tolerar cualquier
clase de tensión. En mi experiencia, éstos son algunos de los factores que,
en combinación con circunstancias externas, impiden al yo ir construyendo
gradualmente defensas adecuadas contra la ansiedad. Como consecuencia,
la elaboración de situaciones de ansiedad temprana queda empeorada y
sufre el desarrollo emotivo libidinal y del yo del niño. Debido al predominio
de la ansiedad y de la culpabilidad, hay una fijación exagerada en los
estadíos tempranos de la organización libidinal y, actuando con esto mutuamente,
una tendencia excesiva a regresar a aquellos estadíos tempranos.
En consecuencia, el desarrollo edípico queda dificultado y la organización
genital no puede establecerse firmemente. En los dos casos tratados en este
artículo, así como en otros casos, el complejo de Edipo empezó a desarrollarse
por cauces normales al disminuir las ansiedades tempranas.
La actuación de la ansiedad y de la culpabilidad en el curso del desarrollo
edípico hasta un cierto grado han sido ilustradas por los dos breves
historiales que he citado. Sin embargo, la revisión que viene a continuación
de mis conclusiones teóricas sobre ciertos aspectos del desarrollo edípico,
está basada en toda mi actuación analítica con casos de niños y adultos,
que comprenden desde la normalidad hasta las neurosis más graves.
Una descripción completa del desarrollo edípico debería incluir una
valorización de los influjos externos de las vivencias en cada estadío, además
de la descripción de la manera como actúan éstas a través de toda la
infancia. He sacrificado deliberadamente la descripción exhaustiva de los
factores externos a la necesidad de aclarar los resultados más importantes
de la evolución 14 . Mi experiencia me ha llevado a creer que, en el principio
de la vida, la libido está combinada con agresividad y que el desarrollo de
la libido en cualquier estadío está afectado vitalmente por la ansiedad proveniente
de esta agresividad. La ansiedad, la culpabilidad y los sentimientos
depresivos empujan a veces a la libido a nuevas fuentes de satisfacción,
y otras veces frenan el desarrollo de la libido reforzando su fijación en un
objeto y finalidades anteriores.
Comparándola con el desarrollo ulterior del complejo de Edipo, la
imagen de sus primeros estadíos es necesariamente más oscura porque el
yo del niño es inmaduro y se halla totalmente bajo el influjo de las fantasías
inconscientes; también su vida instintiva está en su fase más polimorfa.
Estos estadíos tempranos están caracterizados por fluctuaciones rápidas
entre diferentes objetos y finalidades, con las correspondientes fluctuaciones
en cuanto a las defensas. En mi opinión, el complejo de Edipo comienza
en el primer año de vida y en ambos sexos inicia su desarrollo siguiendo
caminos similares. La relación con el pecho materno es uno de los factores
esenciales que influye en todo el desarrollo emotivo y sexual del niño, por
lo tanto, en la siguiente descripción de los comienzos del complejo de Edipo
en los dos sexos, parto de la relación con el pecho.
Parece ser que la búsqueda de nuevas fuentes de satisfacción es inherente
al movimiento progresivo de la libido. La satisfacción experimentada
con el pecho materno permite al niño dirigir sus deseos hacia nuevos
objetos y ante todo hacia el pene de su padre. Sin embargo, es dado a este
nuevo deseo un empuje especial por las frustraciones sufridas con el pecho
materno. Es importante recordar que las frustraciones dependen tanto de
factores internos como de experiencias reales. Y cierta frustración con el
pecho es inevitable, aun bajo las circunstancias más favorables, porque lo
que el niño realmente desea son satisfacciones ilimitadas. Las frustraciones
experimentadas con el pecho materno impulsan tanto al niño como a la niña
a abandonarlo y estimulan en ellos el deseo de una satisfacción oral a
través del pene del padre. Por lo tanto, el pecho y el pene son los objetos
primarios de los deseos orales del niño 15 . Desde un comienzo, la frustración
y la satisfacción moldean la relación del niño con el pecho bueno querido
y con el pecho malo odiado. La necesidad de manejar la frustración y
la agresión resultante es uno de los factores que conducen a idealizar el
pecho bueno y la madre buena y consecutivamente a intensificar el odio y
los temores al pecho y a la madre malos, que se convierten en el prototipo
de todos los objetos perseguidores asustadores. Estas dos relaciones en
conflicto con el pecho de la madre son trasladadas a la relación ulterior con
el pene del padre. La frustración sufrida en la relación anterior con el pecho
aumenta las exigencias y confianzas en la nueva fuente de satisfacción
estimulando el amor hacia el nuevo objeto. El desengaño inevitable refuerza
la regresión hacia el primer objeto y todo esto contribuye a la fragilidad
y a la fluidez de las actitudes emocionales y de los estadíos de la organización
libidinal.
Además, los impulsos agresivos estimulados y reforzados por la
frustración hacen que el niño, en su imaginación, convierta a las víctimas
de sus fantasías en figuras dañadas y vengativas, que le amenazan con los
mismos ataques sádicos que él realiza en su fantasía en contra de sus padres 16 .
Consecutivamente el niño siente una necesidad aumentada hacia un
objeto amado y amante -un objeto ideal perfecto- para satisfacer en él su
anhelo de recibir auxilio y seguridad. Por lo tanto, según las ocasiones, cada
objeto puede convertirse en bueno o malo. Esta oscilación entre los diferentes
aspectos de las imagos primarias significa una interacción íntima
entre los estadíos tempranos del complejo de Edipo invertido y positivo.
Ya que durante el predominio de la libido oral, el niño introyecta sus
objetos desde un comienzo, las imagos primarias tienen su contrapartida en
su mundo interior. Las imagos del pecho de su madre y del pene de su padre
se establecen dentro de su yo y forman el núcleo de su superyó. A la
introyección del pene bueno y malo y de la madre corresponde la introyección
del pene bueno y malo y del padre. Ellos se hacen así los primeros
representantes, por un lado, de las imágenes internas protectoras y auxiliadoras,
y por otro lado de las imágenes internas vengativas y perseguidoras,
constituyendo las primeras identificaciones que desarrolla el yo.
La relación del niño con sus imágenes internas se entremezcla diversamente
con la relación ambivalente del niño con sus dos progenitores,
percibidos por él como objetos externos. Porque juntamente con la introyección
de los objetos externos existe en cada momento la proyección de
las imágenes internas en el mundo externo, y a esta interacción de introyección
y proyección están sometidos tanto la relación del niño con los
padres reales como el desarrollo de su superyó. A consecuencia de esta interacción,
que supone una orientación hacia afuera y hacia adentro, hay
una fluctuación constante entre los objetos y las situaciones internas y externas.
Estas fluctuaciones son dependientes del movimiento de la libido
entre las diferentes finalidades y objetos; de este modo el curso del complejo
de Edipo está íntimamente unido al desarrollo del superyó.
Aunque todavía recubiertos por la libido real, uretral y anal, los deseos
genitales se unen pronto a los impulsos orales del niño. Los deseos
genitales tempranos, así como los orales, van dirigidos hacia la madre y el
padre. Según supongo, hay en los dos sexos un conocimiento inconsciente
referente a la existencia del pene así como a la vagina. En el niño varón las
sensaciones genitales constituyen la base para su idea de que el padre posee
un pene, que el niño desea siguiendo la ecuación "pecho = pene". Al
mismo tiempo, sus sensaciones genitales e impulsos también implican la
búsqueda de una abertura en la cual introducir su pene, es decir, son impulsos
dirigidos hacia la madre. De un modo similar, las sensaciones genitales
de la niña preparan el deseo de recibir el pene de su padre en su vagina.
Por lo tanto, parece ser que los deseos genitales hacia el pene del padre,
que se unen con los deseos orales, forman la raíz de los estadíos tempranos
del complejo de Edipo positivo de la niña y del complejo de Edipo invertido
del varón.
En cada estadío el curso del desarrollo libidinal está influido por
sentimientos de ansiedad, de culpa y de depresión. En los dos artículos
precedentes me he referido repetidamente a la posición depresiva infantil,
señalándola como la posición central en el desarrollo temprano. Ahora sugeriría
la siguiente formulación: el núcleo de los sentimientos depresivos
infantiles, o sea, el temor del niño a la pérdida de sus objetos queridos,
como consecuencia de su odio y de su agresión, entra desde un comienzo
en sus relaciones de objeto y su complejo edípico.
Un corolario esencial de los sentimientos de ansiedad, de culpa y de
depresión es la necesidad de reparación. Sometido a su culpa, el niño se
siente impulsado a deshacer, mediante procedimientos libidinales, las
consecuencias de sus impulsos sádicos. De este modo, los sentimientos de
amor, que coexisten con los impulsos agresivos, están reforzados por la
tendencia a la reparación. Las fantasías de reparaciones representan a menudo,
aun en los detalles mínimos, lo contrario de las fantasías sádicas,
correspondiendo al sentimiento de omnipotencia sádica el sentimiento de
omnipotencia reparadora. Por ejemplo, la orina y las heces representan
medios de destrucción cuando el niño odia, y regalos cuando el niño quiere;
pero cuando se siente culpable e impulsado a hacer una reparación, los
excrementos "buenos" se convierten en su mente en los medios por los
cuales puede curar el daño hecho con sus excrementos "peligrosos".
Igualmente, tanto el varón como la niña, aunque a través de caminos diferentes,
sienten que el pene, que en sus fantasías sádicas ha dañado y destruido
a la madre, se convierte el medio de restaurarla y curarla en las fan-
tasías de reparación. Con esto, el deseo de dar y de recibir satisfacciones
libidinales está aumentado por el impulso a la reparación, porque el niño
siente que de este modo el objeto dañado puede ser restaurado y también
que se ha disminuido el poder de sus impulsos agresivos, que sus impulsos
de amor tienen curso libre y que su culpabilidad está tranquilizada.
Así, en cada etapa el curso del desarrollo libidinal está estimulado y
reforzado por el impulso a la reparación y, en último término, por el sentimiento
de culpa. Por otro lado, la culpa que origina el impulso de reparación
también inhibe los deseos libidinales, porque cuando el niño siente
que predomina su agresividad, los deseos libidinales le parecen un peligro
para sus objetos amados, y, por lo tanto, los tiene que reprimir.

b) El desarrollo edípico del niño varón

Hasta ahora he delineado los estadíos tempranos del complejo de
Edipo en ambos sexos. Ahora trataré especialmente el desarrollo del varón.
Su posición femenina -que influye de un modo vital en su actitud hacia los
dos sexos- llega a constituirse bajo el dominio de impulsos y fantasías orales,
uretrales y anales, y está íntimamente unida a su relación con los pechos
de su madre. Si el niño puede desplazar una parte de sus deseos tiernos
y libidinales del pecho de la madre al pene del padre, y al mismo tiempo
sigue considerando al pecho como un objeto bueno, entonces imaginará
el pene de su padre como un órgano bueno y creador que le causará una
satisfacción libidinal y también que le dará niños, como se los da a su madre.
Estos deseos femeninos constituyen siempre un rasgo inherente al desarrollo
del varón. Constituyen la raíz de su complejo edípico invertido y
forman la primera posición homosexual. La imagen tranquilizadora del pene
paterno, como un órgano bueno y creador, es también una condición
previa para la capacidad del varón de desarrollar sus deseos edípicos positivos.
Porque solamente cuando tiene una creencia suficientemente intensa
en la "bondad" del genital masculino -tanto de su padre como del suyo
propio- puede permitirse el niño experimentar sus deseos genitales hacia la
madre. Cuando su temor del padre castrador está mitigado por su confianza
en el padre bueno, puede entonces enfrentar su odio y rivalidad edípicos.
Así se desarrollan simultáneamente las tendencias edípicas invertidas y
positivas y hay una interacción íntima entre ambas.
Existen bases firmes para suponer que, tan pronto como se tienen
sensaciones genitales, se activa el temor a la castración. Según la definición
de Freud, el temor a la castración en el varón es el temor de tener el
órgano genital atacado, dañado o quitado. Yo creo que este temor se vivencia
bajo el predominio de la libido oral. Los impulsos oral-sádicos del
niño varón hacia el pecho de su madre se transfieren al pene de su padre, y
sumándose a esto la rivalidad y el odio de la situación edípica temprana
encuentra su expresión en el deseo del varón de arrancar, mordiéndolo, el
pene de su padre, lo cual despierta en él el temor a que su propio órgano
genital vaya a ser arrancado de un mordisco por su padre, que se venga así
de sus deseos. Hay varias ansiedades tempranas que provienen de diferentes
fuentes y que constituyen el temor de la castración. Los deseos genitales
del niño hacia su madre están conectados desde el principio con peligros
fantásticos, a causa de sus fantasías de ataque al cuerpo materno, de
contenidos orales, uretrales y anales. El varón siente que el "interior materno"
está dañado, envenenado y que es venenoso; que también contiene,
según sus fantasías, el pene del padre, el cual. debido a sus propios ataques
sádicos contra él, es sentido como un objeto hostil y castrador que amenaza
a su propio pene con la destrucción.
A esta imagen asustadora del "interior" de su madre -que coexiste
con la imagen de su madre como fuente de todo lo bueno y gratificador-
corresponden los temores acerca del interior de su propio cuerpo. Predomina
entre ellos el temor del niño a un ataque interno realizado por unas
imágenes peligrosas que son ya maternas, ya paternas, ya de ambos unidos,
en venganza a sus propios impulsos agresivos. Esos temores de persecución
influyen decisivamente en las ansiedades del varón acerca de su propio
pene, debido a que cada ataque en contra de su "interior" por los perseguidores
internalizados implica también para él un ataque contra su propio
pene, que él teme que pueda ser mutilado, envenenado o devorado desde
dentro. Pero no es solamente el pene, lo que el niño siente que debe preservar,
sino también los buenos contenidos de su cuerpo, las heces y orina
buenas, los bebés que él desea tener en la posición femenina y los bebés
que -identificándose con el padre bueno y creador- desea producir, siguiendo
su posición masculina. Al mismo tiempo se siente impulsado a
proteger y preservar los objetos amados que el niño había internalizado
simultáneamente con las imágenes perseguidoras. De este modo su temor a
los ataques internos en contra de sus objetos amados está íntimamente unido
con el temor a la castración, reforzándolo.
Otra ansiedad que contribuye a su temor de castración procede de
fantasías sádicas, según las cuales sus excrementos se han convertido en
venenosos y peligrosos. También su propio pene, que es equiparado en su
mente a estas heces peligrosas, está lleno de orina mala y, por lo tanto, en
sus fantasías de coito se convierte en un órgano de destrucción. Este temor
está incrementado por la creencia de que él contiene el pene malo de su
padre, o sea, por una identificación con su padre malo. Cuando este tipo
especial de identificación se hace intenso, se percibe como una alianza con
el padre interno malo en contra de la madre. Consecutivamente, disminuye
la creencia del niño varón en la capacidad productora y reparadora de su
propio órgano genital; siente que sus propios impulsos agresivos se refuerzan
y que el coito con su madre seria cruel y destructivo. Las ansiedades de
este tipo tienen un papel importante en sus temores de castración y en la
represión de sus deseos genitales, así como en la regresión a estadíos anteriores.
Si estos temores diversos son demasiado intensos y la necesidad de
reprimir los deseos genitales es demasiado fuerte, posteriormente se presentan
dificultades en la potencia. En el varón, tales temores están normalmente
contrarrestados por una imagen del cuerpo de su madre como
fuente de toda bondad (leche y bebés buenos), así como por su introyección
de objetos amados. Cuando predominan sus impulsos de amor, los
productos y contenidos de su cuerpo adquieren el significado de regalos;
su pene se convierte en un medio de gratificación y de dar bebés a su madre,
así como reparación.
También, si predomina la sensación de tener el pecho bueno de la
madre y el pene bueno del padre, la confianza del niño en sí mismo aumenta,
lo que le permite liberar sus impulsos y deseos. En una unión e identificación
con su padre bueno, el niño percibe que su pene adquiere cualidades
reparadoras y creadoras. Todas estas emociones y fantasías le permiten
enfrentar su temor a la castración y establecer de un modo firme su posición
genital. Son también la condición previa para una potencia sublimada,
que interviene fuertemente en las actividades e intereses del niño; al mismo
tiempo se crea así la base para adquirir potencia en años venideros.

c) El desarrollo edípico de la niña

Ya he descrito los estadíos tempranos del desarrollo edípico de la
niña, en tanto que coinciden con el desarrollo del niño. Ahora señalaré
ciertos rasgos esenciales que son específicos del complejo edípico de la
niña.
A la niña se le presenta el deseo de recibir el pene cuando, dada la
naturaleza receptiva de sus órganos genitales, se le refuerzan las sensaciones
correspondientes 17 . Al mismo tiempo tiene un conocimiento inconsciente
de que su cuerpo contiene bebés en potencia, lo que siente ser su
más valiosa posesión. El pene de su padre como el objeto que da los bebés,
y que está equiparado con los bebés, se convierte en objeto fuertemente
deseado y admirado por la niña. Esta relación con el pene, como fuente de
felicidad y de dones buenos, está incrementada por la relación de amor y
de agradecimiento con el pecho bueno. Unidas a su conocimiento in-
consciente de que en potencia ella contiene bebés, la niña tiene dudas intensas
acerca de su capacidad de poder tener niños. En diferentes aspectos,
se siente en una posición de desventaja al comparar se con su madre. Según
el inconsciente de la niña, la madre está dotada de un poder mágico,
porque todo lo bueno procede de su pecho y porque la madre también contiene
el pene del padre y los bebés. En contraste con el niño varón, cuya
confianza de tener potencia se refuerza por la posesión de un pene, que
puede ser comparado con el pene del padre, la niña no tiene medios de
tranquilizarse en lo referente a su fertilidad futura. Además, sus dudas se
incrementan por todas las ansiedades referentes a los contenidos de su
cuerpo. Estas ansiedades intensifican los impulsos de robar el cuerpo de la
madre, de sus niños y también del pene paterno, intensificando esto a su
vez el temor de que su propio interior pueda ser atacado y robado, privándole
de sus contenidos "buenos", por una madre vengativa externa e interna.
Algunos de estos elementos actúan también en el niño, pero los rasgos
esenciales del desarrollo de la niña lo constituyen el hecho de que su
desarrollo genital esté centrado en el deseo femenino de recibir el pene paterno
y que su preocupación inconsciente principal sea la referente a sus
bebés imaginados. Consecuentemente, sus fantasías y emociones se hacen
predominantemente alrededor de su mundo y objetos interiores; su rivalidad
edípica se expresa esencialmente en el impulso de robar a su madre el
pene del padre y los bebés. El temor de que su cuerpo sea atacado y sus
objetos internos buenos dañados o sacados de ella por una madre mala y
vengativa, tiene un papel prominente y persistente en sus ansiedades. Según
me parece, ésta es la situación de ansiedad predominante en la niña.
Además, así como en el niño la envidia de su madre (de la que cree
que contiene el pene del padre y los bebés) es un elemento en su complejo
edípico invertido, en la niña esta envidia forma parte de su situación edípica
positiva, constituye un factor esencial a lo largo de su desarrollo sexual
y emocional y tiene un efecto importante en su identificación con su madre,
en su relación sexual con su padre, así como en su futuro papel de madre.
El deseo de la niña de poseer un pene y de ser varón es una expresión
de su bisexualidad, y este rasgo es tan inherente en las niñas, como lo
es en el niño el deseo de ser mujer. Su deseo de tener un pene propio es
secundario a su deseo de recibir el pene, y está muy incrementado por las
frustraciones en su posición femenina y por la ansiedad y culpa experimentadas
en la situación edípica positiva. La envidia que la niña profesa al pene,
encubre en cierta medida el deseo frustrado de tomar el lugar de la madre
en la relación con el padre y de recibir niños de él.
Aquí sólo puedo referirme rápidamente a los factores específicos en
los cuales descansa la formación del superyó en la niña. Debido a la gran
importancia que tiene el mundo interior de la niña en su vida emocional,
siente ella un fuerte impulso a llenar este mundo interior con objetos buenos.
Esto contribuye a la intensidad de sus procesos introyectivos, que
también están reforzados por la naturaleza receptiva de su órgano genital.
El admirado pene del padre internalizado forma una parte intrínseca de su
superyó. La niña se identifica a sí misma con su padre en la posición masculina,
pero esta identificación se basa en la posesión de un pene imaginario.
Su identificación principal con el padre está vivenciada en relación con
el pene internalizado de su padre, estando basada esta relación tanto en la
posición femenina como en la masculina. En la posición femenina, la niña
está impulsada a internalizar el pene paterno por sus deseos sexuales y por
su anhelo de tener bebés. Es capaz de una sumisión completa a este padre
admirado internalizado, mientras que en la posición masculina desea imitar
todas sus aspiraciones y sublimaciones masculinas. De este modo su identificación
masculina con el padre está mezclada con su actitud femenina,
siendo esta combinación la que caracteriza al superyó femenino.
En la formación del superyó de la niña el admirado padre bueno coexiste,
hasta un cierto grado, con el padre malo y castrador. Empero, el objeto
de su mayor ansiedad es la madre perseguidora. Si la internalización
de una madre buena, con cuya actitud maternal ella puede identificarse,
equilibra este temor persecutorio, su relación con el padre bueno internalizado
se refuerza por su propia actitud maternal hacia él.
A pesar de la preeminencia del mundo interior en su vida emotiva, la
necesidad de amor de la niña pequeña y su relación real con las personas
indican una gran dependencia del mundo exterior. Sin embargo, esta contradicción
es solamente aparente ya que su dependencia del mundo exterior
está reforzada por su necesidad de reasegurarse en lo referente a su mundo
interior.

d) Algunas comparaciones con el concepto clásico

Compararé aquí mis puntos de vista con los de Freud, en cuanto se
refiere a ciertos aspectos del complejo de Edipo, así como aclarar algunas
divergencias, a las cuales me ha conducido mi experiencia. Muchos aspectos
del complejo de Edipo, en los cuales mi trabajo confirma completamente
los descubrimientos de Freud, en cierto modo han sido ya expuestos implícitamente
en mi descripción de la situación edípica. Sin embargo, la
magnitud del tema hace necesario que al discutir el detalle de estos aspectos,
tenga que limitarme a aclarar algunas de las divergencias. El resumen
siguiente presenta, en mi opinión, lo esencial de las conclusiones de Freud
sobre ciertos rasgos fundamentales en el desarrollo edípico 18 . Según Freud,
surgen los deseos genitales y hay una elección definida de objeto en la fase
fálica, que se extiende entre los tres y cinco años y que coincide con el
complejo de Edipo. En esta fase "solamente una clase de órgano genital
cuenta: el órgano masculino". La primacía que, por lo tanto, se alcanza, no
es una primacía del órgano genital sino del falo 19 . En el varón "el estadío
fálico de la organización genital sucumbe a la amenaza de castración" 20 .
Además, su superyó, el heredero del complejo de Edipo, se forma por la
internalización de la autoridad paterna. La culpabilidad es la expresión de
tensión entre el yo y el superyó. El uso de la palabra culpabilidad se justifica
únicamente cuando el superyó está desarrollado. Freud considera que la
autoridad internalizada del padre predomina en el superyó del niño; y aunque
reconoce hasta cierto punto la identificación con la madre como un
factor en la formación del superyó del varón, no ha expresado en detalle
sus puntos de vista acerca de este aspecto del superyó.
En lo que se refiere a la niña, según la opinión de Freud, se presenta
su "apegamiento preedípico" a la madre en el período anterior al desarrollo
de la situación edípica. Freud también caracteriza este período como "la
fase del apegamiento exclusivo a la madre", lo que puede ser llamado "la
fase preedípica" 21 . Por lo tanto, durante su fase fálica el deseo fundamental
de la niña, en relación con su madre, mantenido con la mayor intensidad,
se centra en el deseo de recibir un pene de ella. En la mente de la niña e1
clítoris representa el pene, y la masturbación clitoridiana es la expresión de
sus deseos fálicos. Todavía no ha descubierto la vagina, que solamente
empieza a intervenir en su pubertad. Cuando la niña descubre que no posee
un pene, entonces se presenta su complejo de castración. En este momento
se rompe su apegamiento a su madre, con resentimiento y odio, porque su
madre no le ha dado un pene. Descubre también que hasta su misma madre
carece de pene, y esto contribuye a que se desvíe de la madre y busque al
padre. Primeramente se vuelve hacia el padre con el deseo de recibir un
pene de él, y sólo secundariamente con el deseo de que le dé un niño: el
niño sustituyendo al pene de acuerdo con la vieja ecuación simbólica 22 . De
este modo su complejo edípico está empujado por su complejo de castración.
La situación principal de ansiedad en la niña es la de pérdida de
amor, y Freud conecta este temor con su temor a la muerte de su madre. El
desarrollo del superyó de la niña difiere en distintos aspectos del del niño,
pero tiene en común un rasgo esencial, que es que el superyó y el sentimiento
de culpabilidad son secuelas del complejo de Edipo.
Freud señala que los sentimientos maternales de la niña derivan de la
relación temprana con la madre en la fase preedípica; se refiere también a
la identificación de la niña con la madre derivada de su complejo de Edipo.
Pero no ha unido entre si estas dos actitudes, ni tampoco ha señalado cómo
la identificación femenina con su madre, en la situación edípica, afecta el
curso del complejo de Edipo en la niña. Según su opinión, en tanto que la
organización genital de la niña está conformándose, ella considera a su
madre predominantemente en su aspecto fálico.
Ahora resumiré mis propios puntos de vista acerca de estos desarrollos
especiales. Tal como yo lo veo, el desarrollo sexual y emocional del
niño y de la niña incluyen desde la primera infancia sensaciones y rasgos
genitales que constituyen los primeros estadíos del complejo de Edipo invertido
y positivo. Son sentidos bajo la primacía de la libido oral y se entremezclan
con deseos y fantasías uretrales y anales. Los estadíos libidinales
existen simultáneamente, sobreponiéndose los unos a los otros desde
los primeros meses de vida. Desde un comienzo, las tendencias positivas e
invertidas edípicas están en interacción mutua. Y es en el estadío de la
primacía genital cuando la situación edípica positiva alcanza su punto culminante.
En mi opinión, tanto el niño como la niña experimentan deseos genitales
dirigidos hacia la madre y el padre, y tienen un conocimiento inconsciente
tanto de la vagina como del pene 23 . Por esta razón, la palabra primera de
Freud, "fase genital", me parece más adecuada que su concepto ulterior de
"fase fálica". El superyó se inicia en la fase oral en ambos sexos. Con
el influjo de la vida de fantasías y de emociones en conflicto, el niño en
cada estadío de su organización libidinal, introyecta sus objetos -ante todo
a sus padres- y crea el superyó de estos objetos. Por esta razón, aunque el
superyó corresponde de varios modos a las personas reales en el mundo del
niño pequeño, tiene varios componentes y rasgos que reflejan las imágenes
fantásticas existentes en su mente. Todos los factores que intervienen en
algo en sus relaciones de objeto, cumplen un papel desde el comienzo en la
formación de su superyó.
El primer objeto introyectado, el pecho materno, forma la base del
superyó. Así como la relación con el pecho materno precede e influye fuertemente
en la relación con el pene del padre, la relación con la madre in-
troyectada afecta de diferentes formas a todo el curso del desarrollo del
superyó. Algunos de los rasgos más importantes del superyó, ya sea amante
y protector o destructivo o devorador, provienen de estos componentes
tempranos maternos del superyó. Los primeros sentimientos de culpabilidad
en los dos sexos provienen de los deseos oral-sádicos de devorar a la
madre y, ante todo, sus pechos (Abraham). Es, por lo tanto, en la primera
infancia cuando se originan los sentimientos de culpabilidad. La culpabilidad
no se presenta cuando se está terminando el complejo de Edipo, sino
que más bien es uno de los factores que desde un comienzo moldean su
curso y afectan su desenvolvimiento final.
Ahora me voy a ocupar específicamente del desarrollo del niño varón.
En mi opinión, el temor a la castración se inicia en la infancia tan
pronto como se tienen sensaciones genitales. Los primeros impulsos del
niño varón de castrar a su padre toman el aspecto de arrancarle el pene
mordiéndoselo, y, por lo tanto, el temor a la castración es sentido por el
niño varón primeramente como un temor a que su pene pueda ser arrancado
de un mordisco. Estos temores de castración tempranos, en un comienzo
están encubiertos con ansiedades que proceden de otras muchas fuentes,
entre las cuales tienen un papel predominante las situaciones de peligro
interno.
Cuanto más se aproxima el desarrollo a la primacía genital, tanto
más se hace presente la angustia de castración. Así como estoy de acuerdo
con Freud en que la angustia de castración es la situación de ansiedad predominante
en el varón, no estoy conforme con su descripción de que es el
único factor que determina la represión del complejo de Edipo. A todo lo
largo del desarrollo, las ansiedades tempranas de diferentes orígenes cumplen
un papel al lado del papel predominante que cumple la angustia de
castración en el momento álgido de la situación edípica. Además, el varón
experimenta dolor y pena en relación con su padre, como un objeto querido,
provocando sus impulsos de castrarlo y de matarlo, porque en sus buenos
aspectos el padre es una fuente indispensable de fortaleza, es un amigo
y un ideal al cual el varón se dirige buscando protección y guía, y al cual,
por lo tanto, el niño se siente impulsado a preservar. Sus sentimientos de
culpabilidad, en relación con los impulsos agresivos hacía el padre, le incrementan
la tendencia a reprimir sus deseos genitales. Una y otra vez he
encontrado en el análisis de varones que los sentimientos de culpabilidad
en relación con el padre querido constituyen un elemento integrante importante
del complejo de Edipo, influyendo de un modo vital en el desarrollo
de este complejo. El sentimiento de que también la madre está en peligro
por la rivalidad del hijo con el padre y que la muerte del padre seria una
pérdida irreparable para ella, contribuyen a la intensidad del sentimiento de
culpabilidad del niño y, por lo tanto, a la represión de sus deseos edípicos.
Como ya sabemos, Freud llegó a la conclusión teórica de que tanto
el padre como la madre son objetos de deseos libidinales de Edipo. (Véase
su concepto del complejo de Edipo invertido.) Además, Freud, en algunas
dé sus obras (entre sus historiales, especialmente en el "Análisis de la fobia
de un niño de cinco años", 1909), ha tenido en cuenta el papel que desempeña
el amor hacia el padre en el complejo de Edipo positivo del niño varón.
Sin embargo, no ha insistido suficientemente en el papel fundamental
de estos sentimientos de amor, tanto en el desarrollo del complejo de Edipo
como en su superación. Según mi experiencia, la situación edípica pierde
fuerza, no solamente porque el niño teme la destrucción de su órgano genital
por un padre vengativo, sino porque, por sentimientos de amor o de
culpabilidad, se siente empujado a preservar y proteger a su padre tanto
como una imagen interna como externa.
Ahora voy a exponer brevemente mis conclusiones sobre el complejo
de Edipo en la niña. La fase en la cual, según Freud, la niña está exclusivamente
unida a su madre, según mi opinión incluye también los deseos
dirigidos hacia el padre, así como los estadíos tempranos del complejo de
Edipo invertido y positivo. Aunque considero esta fase como un período de
fluctuación entre los deseos dirigidos hacia la madre y hacia el padre en
todas las posiciones libidinales, a mi parecer no hay duda acerca de la influencia
profunda, de alcance largo y permanente, de cada aspecto de la
relación con la madre en relación con el padre.
La envidia del pene y el complejo de castración juegan un papel
esencial en el desarrollo de la niña; pero están muy reforzados por la frustración
de los deseos edípicos. positivos. Aunque la niña, en uno de sus
estadíos, supone que su madre posee un pene, como un atributo masculino,
este concepto no desempeña en su desarrollo un papel tan importante como
sugiere Freud. Según mi experiencia, la teoría inconsciente de que la madre
contiene el pene admirado y deseado del padre, es posterior a muchos
de los fenómenos que Freud ha descrito referentes a la relación de la niña
con la madre fálica. Los deseos de la niña del pene paterno se mezclan con
sus primeros deseos genitales de recibir dicho pene. Estos deseos genitales
implican también el deseo de recibir un niño del padre, lo que asimismo
está contenido en la ecuación "pene-niño". El deseo femenino de internalizar
el pene y de recibir un niño de su padre precede invariablemente al deseo
de poseer un pene propio.
Aunque estoy de acuerdo con Freud acerca de la preeminencia, entre
las ansiedades de la niña, del temor a la pérdida del amor y a la muerte de
la madre, yo mantengo que el temor a que su cuerpo sea atacado y sus ob-
jetos queridos internos destruidos contribuye esencialmente a su situación
principal de ansiedad.
OBSERVACIONES FINALES
A través de toda mi descripción del complejo de Edipo he intentado
demostrar la interdependencia de ciertos aspectos predominantes de su desarrollo.
El desarrollo sexual del niño está unido de un modo intrínseco a
sus relaciones de objeto y a todas las emociones que desde un primer momento
moldean su actitud hacia la madre y el padre. La ansiedad, la culpabilidad
y los sentimientos depresivos son los elementos intrínsecos de la
vida emocional del niño y, por ello, penetran en las relaciones tempranas
del niño con sus objetos, consistentes en relaciones con personas reales, así
como con sus representantes en su mundo interior. A partir de estas figuras
introyectadas -las identificaciones del niño- se desarrolla el superyó, que a
su vez influye en la relación con ambos progenitores y en todo el desarrollo
sexual. Así, el desarrollo emocional y sexual, las relaciones de objeto y
desarrollo del superyó actúan los unos sobre los otros desde un comienzo.
La vida emocional del niño, las defensas tempranas construidas bajo
la tensión de conflictos entre amor, odio y culpabilidad, y las vicisitudes de
las identificaciones del niño, son tópicos que es muy posible que ocupen la
investigación psicoanalítica en tiempos venideros. Una mayor investigación
en estas direcciones nos conducirá a una mejor comprensión de la
personalidad, lo que implica una mejor comprensión del complejo de Edipo
y del desarrollo sexual.