El desliz en la lectura y en la escritura contin.2

El desliz en la lectura y en la escritura

11. Muy inocente, en particular, se juzgará el siguiente desliz en la escritura del que nos informa Sándor Ferenczi. Se lo puede interpretar como una operación condensadora provocada por la impaciencia (véase el desliz en el habla «El mono, etc.»), y cabe sustentar esta concepción hasta que un análisis más profundo del suceso pruebe la presencia de un factor perturbador más poderoso: «»Aquí viene al caso la Anektode», escribo cierta vez en mi libro de notas. Por cierto, quería decir «Anekdote» {, ‘anécdota»}, y era la de un gitano condenado a muerte {Tode}, que pidió la gracia de elegir él mismo el árbol del cual lo colgarían. (A pesar de su ahincada búsqueda, no halló árbol adecuado.) 12. En oposición a este caso, una ínfima equivocación de escritura puede expresar un peligroso sentido secreto. Un autor anónimo informa: «Remato una carta con estas palabras: «Saludo de todo corazón a su señora esposa y al hijo de ella {ihren Sohn}». En el momento de introducir la hoja en el sobre, noto el error en la letra inicial de «ihren Sohn» {debió decir «Ihren Sohn», «el hijo de ustedes»} y lo corrijo. De regreso a casa tras la última visita que hice a ese matrimonio, la dama que me acompañaba me observó que el hijo tenía notable parecido con un amigo de la familia, y seguramente sería hijo de este». 13. Cierta dama dirige a su hermana unas líneas deseándole felicidades a raíz de su mudanza a una nueva y espaciosa casa. Una amiga que estaba presente observa que la escribiente ha puesto una dirección incorrecta en el sobre, que no corresponde al domicilio recién abandonado, sino al primero que su hermana tuvo cuando se casó y de donde se había mudado hacía ya mucho. Se lo señala A su amiga. «Tienes razón -debe confesar esta-; pero, ¿cómo he llegado a hacerlo? ¿Por qué lo hice?». La amiga opina: «Es probable que le envidies la vivienda grande y hermosa que ella tendrá ahora, mientras tú misma sientes que vives en un espacio estrecho, y por eso la vuelves a mudar a su primera casa, donde no estaba ella mejor que tú». – «Ciertamente le envidio su nueva casa», confiesa la otra honestamente. Y prosigue: «¡Qué pena que una siempre sea tan vulgar en estas cosas!». 14. E. Jones comunica el siguiente ejemplo de desliz en la escritura, que le fue trasmitido por A. A. Brill: «Un paciente dirige al doctor Brill un escrito donde se empeña en atribuir su nerviosidad a sus preocupaciones y su irritación por la marcha de los negocios en el curso de una crisis algodonera. Allí se lee: «My trouble is all due to that damned frigid wave; there isn’t even any seed» («Todo mi trastorno se debe a esa condenada ola de frío; no hay siquiera una semilla»). Con «wave», desde luego, designaba una ola, una corriente o tendencia en el mercado en cuestión; pero en realidad no escribió «wave», sino «wife» {«esposa»; «that damned frigid wife», «esa condenada esposa frígida»}. En el fondo de su corazón abrigaba reproches contra su mujer por su frialdad conyugal y porque no le había dado hijos, y no andaba muy lejos de discernir que la privación que se le imponía tenía mucha parte en la causación de su padecer. 15. El doctor R. Wagner refiere acerca de sí mismo: «Al releer un viejo cuaderno universitario, hallé que en esos apuntes tomados de prisa se me había deslizado un pequeño lapsus. En lugar de «Epithel» {«epitelio»} había escrito «Edithel». En esta última palabra, desplazando el acento de la última a la primera sílaba, se tiene el diminutivo de un nombre de mujer. El análisis retrospectivo es bastante simple. En el momento en que se produjo ese desliz, mi conocimiento de la persona de ese nombre era muy superficial, y sólo mucho después se convirtió en un trato íntimo. O sea que el desliz es un lindo ejemplo de irrupción de una simpatía inconciente en una época en que yo no tenía ni barrunto de ella, y la forma de diminutivo escogida caracteriza al mismo tiempo los sentimientos concomitantes». 16. Doctora Von Hug Hellmuth: «Un médico ordena a una paciente «agua de Levítico» en vez de «agua de Levico». (ver nota)(239) Este error, aprovechado por un boticario para deslizar unas observaciones de censura, fácilmente admite una interpretación más benévola si una explora sus posibles móviles desde lo inconciente, y no se les niega de antemano cierta probabilidad -por más que sean unas hipótesis de alguien que no conoce directamente al médico-. No obstante reprochar a sus pacientes con palabras bastante duras sus poco racionales hábitos alimenticios; no obstante, por así decir, Ieerles los Levíticos» {giro que significa «sermonear»} este médico gozaba de gran predicamento, de suerte que su sala de espera estaba pobladísima en horas de consulta; ello justificaba su deseo de que los pacientes ya atendidos se vistieran lo más rápido posible, de que lo hicieran «vite, vite» {«rápido, rápido», en francés}. Creo recordar bien que su esposa era francesa de nacimiento, lo cual legitima hasta cierto punto la hipótesis, que parece algo aventurada, de que para expresar su deseo de que los pacientes obraran más a prisa se valiera él de la lengua francesa. Por lo demás, muchas personas tienen la costumbre de formular tales deseos en lengua extranjera: mi propio padre, cuando de niños nos llevaba a pasear, solía instarnos a apretar el paso exclamando «Avanti gioventù!» o «Marchez a u pas!»; y un médico ya entrado en años, que me trató de niña a causa de una afección en el cuello, pretendía frenar mis movimientos, que le parecían demasiado rápidos, por medio de un apaciguador «Piano, piano». Por eso me parece muy concebible que también este médico rindiera tributo a esa costumbre, y así cometiera el desliz en la escritura: «agua de Levítico» en lugar de «agua de Levico»». Véanse, en la obra ya citada, otros ejemplos tomados de recuerdos de juventud de la autora («frazösisch» por «französisch» {«fracés» por «francés»}, y el desliz en la escritura del nombre Karl). l7. Un desliz en la escritura que por su contenido coincide con un famoso chiste malo, pero del que sin duda estaba excluido todo propósito de chiste, lo debo a la comunicación de un señor J. G., de quien ya he mencionado otro aporte: «Como paciente de un sanatorio (de enfermedades pulmonares) me entero con pesar de que a un pariente cercano le han encontrado la misma enfermedad que me obligó a internarme en ese instituto. En una carta, sugiero a mi pariente visitar a cierto especialista, un profesor famoso, con quien yo mismo me he tratado y de cuya autoridad médica estoy convencido, a la vez que tengo todas las razones para quejarme de su descortesía; en efecto -hace poco tiempo de esto-, ese profesor se negó a extenderme un certificado que tenía gran importancia para mí. En su respuesta a mi carta, mi pariente me llama la atención sobre una equivocación de pluma que me hizo muchísima gracia, pues al instante discerní su causa. Había empleado yo el siguiente giro:» … por lo demás, te aconsejo insultar sin demora al profesor X.». Desde luego, había querido escribir consultar. Acaso convenga apuntar que mis conocimientos de latín y de francés excluyen la explicación de que pudo tratarse de un error por ignorancia». 18. Las omisiones al escribir poseen, desde luego, títulos para ser apreciadas en iguales términos que los deslices en la escritura. Dattner ha comunicado un curioso ejemplo de una «operación fallida histórica». En uno de los artículos de la ley que Austria y Hungría concertaron en 1867 para reglar las obligaciones financieras entre ambos Estados, la traducción al húngaro había omitido la palabra efectivo, y Dattner considera probable que a ello contribuyera la tendencia inconciente de los redactores húngaros a conceder a Austria las menores ventajas posibles. Además, tenemos todas las razones para suponer que las tan comunes repeticiones de una misma palabra al escribir o al copiar (perseveraciones) no carecen, por su parte, de significado. Si el que escribe repite una palabra, acaso esté mostrando que no le resulta tan fácil desprenderse de ella, que en ese lugar habría querido exteriorizar algo que empero omitió, o cosa semejante. La perseveración al copiar parece sustituir la exteriorización de un «también, también yo». He podido leer largas pericias forenses que en pasajes particularmente destacados exhibían tales perseveraciones del copista, y se podrían interpretar como si él, hastiado de su papel impersonal, quisiera glosar: «Lo mismo que en mi caso», o «Lo mismo pasa entre nosotros». Por otra parte, nada obsta para tratar los errores de imprenta como unos «deslices en la escritura» del cajista y considerarlos [psicológicamente] motivados en su mayoría. No he emprendido una recopilación sistemática de tales operaciones fallidas, que podría resultar asaz divertida y aleccionadora. Jones, en la obra suya que ya he citado varias veces, ha consagrado una sección especial a los «misprints». 19. También las desfiguraciones en telegramas pueden comprenderse a veces como deslices del telegrafista al escribir. En las vacaciones me llega un telegrama de mi editorial, cuyo texto me resulta incomprensible. Reza: «Vorráte erbal ten, Einladung X. dringend» {«Provisiones recibidas, urgente invitación a X.»}. La solución del enigma arranca del nombre de X., ahí mencionado. En efecto, X. es el autor para cuyo libro debo escribir una introducción. De esta «introducción» ha nacido la «invitación». Y luego me acuerdo de que hace unos días he enviado a la misma editorial un prólogo para otro libro, cuya recepción me es así confirmada. Muy probablemente, pues, el texto correcto era: «Vorrede erhalten, Einleitung X. dringend» {«Prólogo recibido, urgente introducción a X.»}, que fue víctima de una elaboración por el complejo de hambre del telegrafista, en la cual siquiera las dos partes de la frase mantuvieron el íntimo nexo que pretendió darles el remitente. De paso, un bello ejemplo de «elaboración secundaria», como la que se puede demostrar en la mayoría de los sueños. (ver nota)(246) H. Silberer ilustra la posibilidad de «errores de imprenta tendenciosos». 20. En ocasiones se han señalado erratas a las que no es fácil negarles una tendencia. Véase, por ejemplo, Storfer, «Der politische Druckfehlerteufel» {El duende de las erratas en política}, y la pequeña nota que reproduzco aquí: «Una errata política se encuentra en la entrega de März del 25 de abril del corriente año. En una carta fechada en Argirocastro se reproducen manifestaciones de -Zographos, el jefe de los epirotas insurgentes de Albania (o, sí se quiere, el presidente del gobierno independiente de Epiro). Entre otras cosas se lee: «Créame usted; un Epiro autónomo favorecería los más genuinos intereses del príncipe Wied. En él podría caerse {stürzen; debió decir ‘stützen’, ‘apoyarse, } . . . «. Que la aceptación de los apoyos {Stütze} que los epirotas le ofrecían significaría su caída {Sturz}, bien lo sabía el príncipe de Albania, aun sin que mediara ese fatal error de imprenta». 21. Hace poco leí en uno de nuestros diarios de Viena un artículo titulado «La Bukovina bajo gobierno rumano»; lo menos que cabía decir de ese título es que era prematuro, pues por entonces Rumania no había declarado aún su hostilidad. De acuerdo con su contenido, indudablemente debió decir «ruso» en vez de «rumano», pero también al censor se le pasó la frase, tan poco sorprendente hubo de parecerle. Es difícil no pensar en un error «político» cuando se lee en una circular impresa en la famosísima imprenta (antes imprenta imperial y real) de Karl Prochaska, en Teschen, el siguiente desliz ortográfico: «Por decisión de la Entente, que fija la frontera en el río Olsa, no sólo Silesia, sino también Teschen, han sido divididos en dos partes, una de las cuales zuviel {demasiado} a Polonia y otra a Checoslovaquia ». Cierta vez, Theodor Fontane hubo de guardarse, de muy divertida manera, de un error de imprenta cargado en exceso de sentido. El 29 de marzo de 1860 escribió al editor Julius Springer: «Estimado señor: »No parece mi destino ver cumplidos mis pequeños deseos. Un vistazo a las pruebas de imprenta que le remito con esta le explicará a qué me refiero. Además, me han enviado un solo juego de pruebas, cuando, por las razones que ya tengo dichas, me hacen falta dos. Tampoco se produjo el reenvío del primer juego para su nueva revisión -con especial cuidado por las palabras y frases en inglés-. Es algo que me importa mucho. Por ejemplo, en la página 27 del actual juego de pruebas, en una escena entre John Knox y la reina, se dice: «tras lo cual María aasrief». Frente a tales cosas fulminantes, uno querría tener la tranquilidad de que el error se ha eliminado realmente. Este infortunado «aas» {«carroña»} en lugar de «aus» es tanto más pérfido cuanto que no hay ninguna duda de que ella (la reina) ha de haberlo llamado así en su interior. »Saludo a usted con toda mí consideración. Theodor Fontane». Wundt aduce un fundamento digno de tomarse en cuenta para el hecho, fácil de comprobar, de que cometemos más deslices al escribir que al hablar. «En el curso del habla normal, la función inhibidora de la voluntad se dirige de continuo a armonizar entre síel discurrir de la representación y el movimiento articulatorio. Si el movimiento expresivo que sigue a las representaciones se viera retardado por causas mecánicas, como ocurre al escribir (…) , en virtud de ello tales anticipaciones sobrevendrían con particular facilidad. La observación de las condiciones en que se produce el desliz en la lectura da motivo para una duda que no quiero dejar de consignar, porque estimo que puede convertirse en el punto de partida de una fructífera indagación. Es de todos conocido que al leer en voz alta la atención del lector escapa muy a menudo del texto y echa a andar por pensamientos propios. No es raro que ese divagar de la atención le traiga por consecuencia no saber luego qué ha leído, si se lo interrumpe y se le inquiere por ello. Es que ha leído automáticamente, aunque casi siempre lo haya hecho de manera correcta. Yo no creo que en tales condiciones los errores de lectura se multipliquen de manera notable. Y, por otra parte, acerca de toda una serie de funciones solemos suponer que automáticamente -o sea, apenas acompañadas de atención conciente- es como se consuman con la máxima exactitud. De aquí parece seguirse que para las equivocaciones en el habla, en la lectura y en la escritura, la condición referida a la atención debería definirse de manera diversa a la propuesta por Wundt (su ausencia o su relajación). Los ejemplos que hemos sometido al análisis no nos autorizan, en verdad, a suponer un aminoramiento cuantitativo de ella; hallamos -lo cual quizá no sea del todo idéntico- la atención perturbada por un pensamiento ajeno, que la demanda. Entre el «desliz en la escritura» y el «olvido» es lícito interpolar el caso en que alguien olvida poner su firma. Un cheque sin firma tiene el mismo valor que un cheque olvidado. Con relación al significado de ese olvido, citaré el pasaje de una novela, que me fue señalado por el doctor Hanns Sachs: «Un ejemplo muy aleccionador y trasparente de la seguridad con que los creadores literarios saben utilizar en el mismo sentido del psicoanálisis el mecanismo de las acciones sintomáticas y fallidas está contenido en la novela de John Galsworthy, The Island Pharisees. El argumento gira en torno de las vacilaciones de un joven, perteneciente a la clase media acaudalada, entre un profundo sentimiento social y las convenciones de su clase. En el capítulo 26 se nos pinta su reacción ante la carta de un joven vagabundo a quien, atraído por su original concepción de la vida, él había socorrido algunas veces. Esa carta no contiene un pedido directo de dinero, pero sí describe un estado de gran apremio que no admite otra interpretación. Primero, el destinatario arroja de sí la idea de malgastar su dinero en un incorregible en vez de costear obras de beneficencia. » ‘Tender una mano de ayuda, dar un pedazo de sí mismo, hacer un gesto de camaradería a un prójimo sin que medie demanda alguna, y sólo porque las cosas ahora le van mal, ¡qué disparate sentimental! Por alguna parte hay que trazar la raya de separación’. Pero en tanto farfullaba entre sí tales argumentos, sintió que su propia sinceridad le objetaba: ‘¡Tramposo! Quieres guardarte tu dinero, eso es todo’ «. »Tras ello, escribe una carta amistosa que termina con las palabras: «Acompaño un cheque. Sinceramente, tu Richard Shelton». »»Pero antes de haber escrito el cheque, distrajo su atención una polilla que volaba alrededor de la vela. La cazó y la soltó al aire libre, olvidando entretanto que no había incluido el cheque en la carta». Y la carta se despachó así, tal cual estaba. »Ahora bien, este olvido responde a una motivación más fina que el triunfo de la tendencia avara, en apariencia superada, de ahorrarse el gasto. »En la finca campestre de sus futuros suegros, rodeado por su novia, la familia de esta y sus huéspedes, Shelton se siente solo; su operación fallida indica que él añora a su protegido, que por su pasado y por su concepción de la vida se sitúa en diametral oposición a quienes ahora lo rodean, gentes intachables sobre las cuales una misma convención ha estampado el sello uniforme de su círculo social. Y de hecho, el vagabundo, que sin su socorro ya no puede sustentarse más en el lugar donde está, llega unos días después para aclarar las razones por las cuales falta el anunciado cheque».