Melanie Klein: EL DUELO Y SU RELACIÓN CON LOS ESTADOS MANIACO-DEPRESIVOS (1940) Parte II

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Los sentimientos del segundo grupo que conducen a la posición depresiva los he descrito anteriormente pero sin denominarlos. Propongo usar para estos sentimientos de pena e inquietud por los objetos amados, para los temores de perderlos y el ansia de reconquistarlos, una palabra simple, derivada del lenguaje diario, «penar» (pining) por los objetos amados. En resumen, la persecución (por los objetos «malos») y las defensas características contra ella, por una parte, y el penar por los objetos amados («buenos»), por la otra, constituye la posición depresiva. Cuando surge la posición depresiva, el yo está forzado a desarrollar (además de las defensas tempranas) métodos defensivos que se dirigen esencialmente contra el «penar» por el objeto amado. Esto es fundamental en la total organización del yo. Anteriormente denominé a algunos de estos métodos defensas maníacas o posición maníaca, debido a su relación con la psicosis maníaco-depresiva. Las fluctuaciones entre la posición depresiva y la maníaca son parte esencial del desarrollo normal. El yo está conducido por ansiedades depresivas (ansiedad por miedo a que tanto él como los objetos amados sean destruidos) a construir fantasías omnipotentes y violentas, en parte con el propósito de controlar y dominar los objetos «malos» peligrosos, y en parte para salvar y restaurar los objetos amados. Desde el comienzo mismo, estas fantasías omnipotentes, tanto las destructivas como las de restauración, estimulan todas las actividades, intereses y sublimaciones del niño y entran en ellos. En el niño, el carácter externo, tanto de sus fantasías sádicas como de las constructivas, corresponde tanto a la maldad extrema de sus perseguidores como a la extrema perfección de sus objetos «buenos». La idealización es una parte esencial de la posición maníaca y está ligada con otro elemento importante de esta posición, es decir la negación. Sin una negación parcial y temporaria de la realidad psíquica, el yo no podría soportar el desastre por el que él mismo se siente amenazado cuando la posición depresiva llega a su cúspide. La omnipotencia, la negación y la idealización, íntimamente ligadas con la ambivalencia, permiten al yo temprano afirmarse en cierto grado contra los perseguidores internos y contra la dependencia peligrosa y esclavizante de sus objetos amados y así progresar más en su desarrollo. Aquí citaré un pasaje de mi artículo «Psicogénesis de los estados maníacodepresivos» de este mismo libro. «En las fases tempranas, los perseguidores y los objetos buenos (pechos) son mantenidos aparte en la mente del niño. Cuando junto con la introyección de los objetos reales y totales llega a unirlos, el yo recurre a un mecanismo tan importante para el desarrollo de las relaciones de objeto, como es la disociación de las imagos en amadas y odiadas, es decir, en malas y buenas. Se podría pensar que es en este punto que la amb ivalencia – que después de todo se refiere a las relaciones de objeto, es decir a los objetos reales y totales- se instala. La ambivalencia realizada en una disociación de imagos, capacita al niño para ganar más y más seguridad, confianza y creencia en sus objetos reales y de este modo en los internos, a quererlos más y a llevar a cabo en mayor grado sus fantasías de restauración de sus objetos amados. Al mismo tiempo, las ansiedades paranoides y las defensas, se dirigen contra los objetos ‘malos’. El apoyo que el yo logra de un objeto real ‘bueno’ se incrementa por un mecanismo de huida que alternativamente se dirige hacia los objetos buenos externos o internos. (Idealización.) «Parece que en esta fase del desarrollo la unificación de los objetos externos e internos, amados y odiados, reales o imaginarios, se lleva a cabo en tal forma que cada paso hacia la unificación conduce otra vez a una renovada disociación de las imagos. Pero como la adaptación al mundo externo aumenta, esta disociación se realiza en planos cada vez más cercanos a la realidad. Esto continúa hasta que se afirma bien el amor hacia los objetos reales internalizados y la confianza en ellos. De ahí que la ambivalencia que es en parte una salvaguardia contra su propio odio y contra los objetos odiados y terroríficos, vaya disminuyendo en grados variables durante el desarrollo normal». Como ya queda dicho, en las fantasías tempranas, tanto destructivas como de reparación, prevalece la omnipotencia e influye sobre las sublimaciones, tanto como sobre las relaciones de objeto. Por otra parte, en el inconsciente, la omnipotencia está tan íntimamente ligada a los impulsos sádicos, con los que estuvo asociada al principio, que el niño siente una y otra vez que sus intentos de reparación no han tenido o no tendrán éxito. Siente que sus impulsos sádic os pueden dominarlo fácilmente. El niño pequeño, que no puede confiar suficientemente en sus sentimientos constructivos y de reparación como hemos visto, recurre a la omnipotencia maníaca. Por esta razón, en una fase temprana del desarrollo, el yo no tiene a su disposición métodos adecuados para tratar con eficiencia su culpa y ansiedad. Todo esto conduce al niño a la necesidad -y en cierto sentido al adulto también- de repetir ciertos actos de un modo obsesivo (desde mi punto de vista esto es parte de la compulsión a la repetición), o de recurrir a un método de contraste, es decir, omnipotencia y negación. Cuando fracasan las defensas maníacas -defensas en las cuales los diversos peligros son negados o disminuidos de un modo omnipotente- el yo se ve conducido alternativa o simultáneamente a combatir los temores de deterioro y desintegración mediante intentos de reparación realizados de un modo obsesivo. He descrito en otra parte mi conclusión de que los mecanismos obsesivos son una defensa contra las ansiedades paranoides, tanto como medios de modificarlas, y aquí sólo mostraré brevemente la conexión entre los mecanismos obsesivos y las defensas maníacas en relación con la posición depresiva en el desarrollo normal. El hecho de que las defensas maníacas operen en tan íntima conexión con las obsesivas, contribuye al miedo del yo de que los intentos de reparación por mecanismos obsesivos también fracasen. El deseo de controlar el objeto, la gratificación sádica de vencerlo y humillarlo, de dominarlo, el triunfo sobre él, pueden entrar tan intensamente en el acto de reparación (realizado por pensamientos, actividades o sublimaciones), que se rompa el círculo «benigno» comenzado por este acto. Los objetos que deben ser restaurados se transforman en perseguidores y a su vez se reviven los temores paranoides. Estos temores refuerzan los mecanismos de defensa paranoides (de destruir el objeto) tanto como los mecanismos maníacos (de controlarlos o de mantenerlos continuamente en acción, etc.). La reparación progresiva se perturba de este modo -o aun se hace nula- de acuerdo con la medida en que actúen estos mecanismos. Como resultado del fracaso del acto de reparación el yo debe recurrir repetid amente a mecanismos de defensa obsesivos y maníacos. Cuando en el curso del desarrollo normal se ha logrado un cierto equilibrio entre amor y odio, y se han unificado los diversos aspectos del objeto, se logra también un cierto equilibrio entre estos métodos tan antagónicos y tan íntimamente conectados y se disminuye su intensidad. En este sentido quiero subrayar la importancia del triunfo, íntimamente ligado con el menosprecio y subrayar la omnipotencia como factor de la posición maníaca. Sabemos la parte que desempeña la rivalidad en el deseo ardiente del niño de equiparar sus logros al de los adultos. Además de la rivalidad, su deseo, aunque con miedo, de superar sus deficiencias (en último término vencer su destructividad y sus malos objetos internos y ser capaz de controlarlos) es un incentivo para todos sus logros. En mi experiencia, el deseo de invertir la relación niño-padre, de vencer el poder de los padres y de triunfar sobre ellos va siempre en cierta medida asociado con deseos dirigidos hacia el logro del éxito. El niño fantasea que llegará un momento en que él será fuerte, grande, poderoso, rico y potente, y en que el padre y la madre se transformarán en niños indefensos o, en otras fantasías, en personas muy viejas, débiles, pobres o rechazadas. El triunfo sobre sus padres, a través de estas fantasías, por la culpa que origina, a menudo malogra todas sus conquistas. Muchos seres no pueden alcanzar el éxito, porque tenerlo significa para ellos humillar o dañar a otro, en primer lugar, el triunfo sobre los padres, hermanos y hermanas. Los esfuerzos por conseguir algo pueden ser de naturaleza muy constructiva, pero el triunfo implícito y la injuria y daño subsiguientes sobre el objeto pueden sobrepasar sus propósitos en la mente del sujeto e impedirle así su logro. El resultado es que la reparación de los objetos amados que en las más profundas capas mentales son los mismos sobre los que se triunfa, se frustra nuevamente, y de este modo la culpa permanece sin alivio. El triunfo del sujeto sobre sus objetos implica su deseo de triunfar sobre ellos y le conduce así a la desconfianza y a sentimientos de persecución. Puede seguir a esto una depresión o un aumento en las defensas maníacas y un más violento control de sus objetos desde que él ha fracasado en reconciliarlos, restaurarlos o mejorarlos, y de este modo vuelven a tomar la delantera sentimientos de persecución. Todo esto influye mucho en la posición depresiva infantil, y en el fracaso o el éxito del yo para vencerla. El triunfo sobre los objetos internos que el yo del niño controla, humilla y tortura, es una parte del aspecto destructivo de la posición maníaca que perturba la reparación o la recreación de su mundo interno o de la paz y armonía internas; y de este modo el triunfo estorba el trabajo del duelo temprano. Para ilustrar este proceso de desarrollo, consideremos algunos hechos observables en sujetos hipomaníacos. Una característica de los sujetos hipomaníacos frente a las personas, principios y acontecimientos, es su tendencia a la valoración exagerada: a la sobreadmiración (idealización) o desprecio (desvalorización). Junto a ello va su tendencia a concebir todo en gran escala, a pensar en cantidades grandes, todo esto de acuerdo con la magnitud de su omnipotencia, mediante la cual se defienden contra el miedo a la pérdida de un objeto irreemplazable, su madre, núcleo de todo su duelo. Su tendencia a disminuir la importancia de los detalles, los números pequeños, y su descuido frecuente de detalles y de la escrupulosidad, contrasta profundamente con sus métodos meticulosos de concentración en las cosas pequeñas (Freud) que forman parte de sus mecanismos obsesivos. Este desprecio, por otra parte, se basa en cierta medida en la negación. El sujeto debe negar su impulso a hacer una reparación detallada y general, porque debe negar la causa de esta reparación, es decir, la injuria del objeto y la culpa y pena consiguientes. Volviendo al curso del desarrollo temprano, diré que cada paso en el desarrollo emocional, intelectual y físico es utilizado por el yo como medio de vencer la posición depresiva. La habilidad creciente del niño, sus dotes y destrezas, aumentan su creencia en la realidad psíquica de sus tendencias constructivas y en su capacidad de dominar y controlar sus impulsos hostiles tanto como sus objetos internos «malos». De este modo se alivia la ansiedad de las diferentes fuentes y resulta una disminución de la agresión y a su vez de sus sospechas frente a los objetos malos internos y externos. El yo fortalecido, junto a una mayor confianza en el mundo, lo ayuda a dar un paso más en la unificación de sus imagos -externas como internas, amadas y odiadas- y hacia una futura mitigación del odio por medio del amor y de este modo a un proceso general de integración. Cuando aumenta la creencia y confianza del niño en su capacidad de amor, en sus poderes de reparación y en la integración y seguridad de su mundo interno bueno, como resultado de las pruebas y contrapruebas constantes y múltiples que ha logrado a través de las pruebas de la realidad externa, disminuye la omnipotencia maníaca y la naturaleza obsesiva de sus tendencias de reparación, lo que significa en general que se ha superado la neurosis infantil. Conectaré ahora la posición depresiva infantil con el duelo normal. En el duelo de un sujeto, la pena por la pérdida real de la persona amada está en gran parte aumentada, según pienso, por las fantasías inconscientes de haber perdido también los objetos «buenos» internos. Se siente así que predominan los objetos internos «malos», y que su mundo interno está en peligro de desgarrarse. Sabemos que en el sujeto en duelo, la pérdida de la persona amada lo conduce hacia un impulso de reinstalar en el yo este objeto amado perdido (Freud y Abraham). Desde mi punto de vista, no solamente acoge dentro de si a la persona que ha perdido (la reincorpora), sino que también reinstala sus objetos buenos internalizados (en última instancia sus padres amados), que se hicieron parte de su mundo interno desde las fases tempranas de su desarrollo en adelante. Siempre que se experimenta la pérdida de la persona amada, esta experiencia conduce a la sensación de estar destruido. Se reactiva entonces la posición depresiva temprana y -junto con sus ansiedades, culpa, sentimiento de pérdida y dolor derivados de la situación frente al pecho- toda la situación edípica, desde todas sus fuentes. Entre todas estas emociones, se reavivan en las capas mentales más profundas los temores a ser robado y castigado por los padres temidos, es decir, todos los temores de persecución. Por ejemplo, una madre frente a la muerte del hijo, no sólo siente dolor y pena, sino también se reactivan y se confirman en ella sus temores tempranos de ser robada por una madre mala, vengativa. Sus propias fantasías tempranas agresivas de robar los hijos a la madre, hicieron surgir temores y sentimientos de ser castigada, que fortalecen la ambivalencia y la conducen a odiar y desconfiar de los otros. El incremento de los sentimientos de persecución en esta fase del duelo es tanto más doloroso, ya que como resultado de un aumento de la ambivalencia y la desconfianza, las relaciones amistosas con las gentes, que podrían serle tan útiles, están obstaculizadas. El dolor experimentado en el lento proceso del juicio de realidad durante la labor de duelo, parece deberse en parte, no sólo a la necesidad de renovar los vínculos con el mundo externo y así continuamente reexperimentar la pérdida, sino al mismo tiempo y por medio de ello, reconstruir ansiosamente el mundo interno que se siente en peligro de deterioro y desastre. Cuando el niño pasa a través de la posición depresiva, lucha en su inconsciente con la tarea de establecer e integrar el mundo interno, del mismo modo que el sujeto en duelo sufre con el restablecimiento y la reintegración de este mundo. Durante el duelo formal se reactivan las tempranas ansiedades psicóticas. El sujeto en duelo es realmente un enfermo, pero como este estado mental es común y nos parece natural, no llamamos enfermedad al duelo. (Por las mismas razones, hace muy pocos años, no hablábamos de neurosis infantiles en los niños normales.) Con más precisión, diré que el sujeto en duelo atraviesa por un estado maníaco-depresivo modificado y transitorio, y lo vence, repitiendo en diferentes circunstancias y por diferentes manifestaciones los procesos por los que atraviesa el niño en su desarrollo temprano. El mayor peligro para el sujeto en duelo es la vuelta contra sí mismo del odio hacia la persona amada perdida. Una de las formas en que se expresa el odio en la situación de duelo, son los sentimientos de triunfo sobre la persona muerta. En la primera parte de este articulo me referí al triunfo como una parte de la posición maníaca en el desarrollo infantil. Los deseos de muerte del niño contra los padres, hermanos y hermanas se cumplen cuando alguien muere, porque necesariamente en un cierto sentido representan figuras importantes tempranas y de ahí que se cargan con los sentimientos correspondientes a aquéllas. Así la muerte, aunque frustre por otras razones, es sentida en cierto modo como una victoria; origina un triunfo y de ahí el aumento de la culpabilidad. En este punto difiero de Freud, que dice: «La aflicción normal supera también la pérdida del objeto y absorbe igualmente todas las energías del yo. Mas ¿por qué no surge en ella ni el más leve indicio de la condición económica necesaria para la emergencia de una fase de triunfo consecutiva a su término? No nos es posible dar respuesta a esta objeción». En mi experiencia el sentimiento de triunfo está ligado inevitablemente con el duelo normal y tiene el efecto de retardar el trabajo de duelo y más aun contribuye mucho a las dificultades y pena que experimenta el sujeto en duelo. Cuando en el sujeto en duelo domina el odio hacia el objeto amado perdido, esto no sólo transforma a la persona amada perdida en un perseguidor, sino que hace tambalear su creencia en los objetos de su mundo interno. Esta creencia tambaleante en los objetos buenos trastorna más penosamente el proceso de idealización que es un paso intermedio esencial en el desarrollo mental. La madre idealizada es la salvaguardia de la que dispone el niño contra una madre vengativa o una madre muerta o contra todos los objetos malos y aun más, representa en sí misma seguridad y vida. Como sabemos, el sujeto en duelo se alivia recordando la bondad y buenas cualidades de la persona perdida y esto en parte debido a la tranquilización que experimenta al conservar su objeto de amor idealizado. Las fases del tránsito hacia la elación, que acontecen entre penas y desgracias en el duelo normal, tienen un carácter maníaco y se deben al sentimiento de poseer dentro de sí un objeto amado perfecto (idealizado). Cuando resurge, en el sujeto en duelo, el odio hacia la persona amada, se derrumba su creencia en ella y se trastorna el proceso de idealización. (Su odio por la persona amada está aumentado por el miedo de que ésta, al morir, de amada se transforme en alguien que inflija castigos y privaciones, así como en el pasado sintió que su madre, cuando él la necesitaba y ella estaba ausente, había muerto para castigarlo y ocasionarle privaciones). Sólo gradualmente, obteniendo confianza en los objetos externos y en múltiples valores, es capaz el sujeto en duelo de fortalecer su confianza en la persona amada perdida. Sólo así puede aceptar que el objeto no fuera perfecto, sólo así puede no perder la confianza y la fe en él, ni temer su venganza. Cuando se logra esto se ha dado un paso importante en la labor de duelo y se lo ha vencido. Daré un ejemplo para ilustrar el modo en que un sujeto normal restablece las conexiones con el mundo externo después de un duelo. La señora A., a pocos días después del quebranto de perder a su hijo cuya muerte aconteció súbitamente estando él en la escuela, se dedicó a clasificar sus cartas, guardando las del hijo y destruyendo las otras. Intentaba así, inconscientemente, restaurarlo y mantenerlo seguro dentro de sí, arrojando fuera lo que le pareció indiferente o, aun más, hostil, es decir, los objetos malos, peligrosos, excrementos y malos sentimientos. Mucha gente durante el duelo ordena la casa y da una nueva ubicación al moblaje, acciones que surgen de un aumento de los mecanismos obsesivos que son la repetición de una de las defensas usadas para combatir la posición depresiva infantil. En la primera semana después del fallecimiento de su hijo, A. no lloró mucho y el hacerlo no le proporcionaba el alivio que le trajo después. Se sentía entumecida, cerrada y físicamente quebrantada. Sin embargo, el ver a una o dos personas de su intimidad le proporcionaba algún alivio. En este estado, la Sra. A., quien por lo general soñaba de noche, había dejado de hacerlo por completo, debido a la profunda negación inconsciente de su pérdida real. Al final de la semana tuvo el siguiente sueño: «Veo dos personas, una madre y su hijo. La madre viste de negro. Sé que el hijo ha muerto o está por morir. Esto no me aflige pero siento algo de hostilidad frente a los dos». Las asociaciones condujeron a un recuerdo importante. Cuando la Sra. A. era pequeña, su hermano, a raíz de tener dificultades en la escuela, necesitó la ayuda de un compañero de colegio de su misma edad (al que llamaremos B.). La madre de B. fue a visitar a la madre de la Sra. A. para arreglar las condiciones de la enseñanza, y este incidente fue recordado por la Sra. A., con sentimientos muy intensos. La madre de B. actuó de un modo muy protector y su propia madre apareció ante ella muy rebajada. Ella misma sintió que había acontecido una desgracia, no sólo a su hermano querido y admirado, sino a toda la familia. Este hermano, que era pocos años mayor que ella, le habla aparecido siempre lleno de conocimientos, habilidad y fuerza, un ideal de virtudes, y debió destruir este ideal cuando surgieron dificultades escolares. La intensidad de sus sentimientos, en esa ocasión, que ella vivió como una desgracia y que persistió en su memoria, se debía a sentimientos de culpa inconscientes. Sintió esto como el cumplimiento de sus propios deseos destructivos. Su hermano sufrió mucho también por esta situación y expresó odio y rechazo por el compañero. La señora A. se identificó en esa época muy fuertemente con él y con su resentimiento. En el sueño, las dos personas que ve la señora A., son B. y su madre, y el hecho de que el muchacho aparezca muerto, expresa el antiguo deseo de muerte contra él de la señora A. Al mismo tiempo, sin embargo, los deseos de muerte contra su propio hermano y el deseo de infligir castigo y privación a su madre mediante la pérdida de su hijo -deseos profundamente reprimidos- formaron parte de sus pensamientos en el sueño. La señora A., a pesar de toda su admiración y todo su amor por su hermano, había estado celosa de él, envidiándolo por su mayor conocimiento y superioridad mental y física y también por la posesión de un pene. Los celos que sentía frente a su madre muy querida por poseer un hijo así, hablan contribuido a la formación de sus deseos de muerte contra su hermano. Por lo tanto uno de los pensamientos del sueño era: «El hijo de una madre ha muerto o morirá. Es el hijo de esta mujer desagradable, que hace daño a mi madre y a mi hermano el que debe morir». Pero en las capas más profundas, el deseo de muerte contra su hermano también fue reactivado, y el pensamiento del sueño es en verdad: «El hijo de mi madre murió, y no el mío». (En realidad tanto su madre como su hermano habían fallecido). Aquí se establecen sentimientos distintos: compasión por su madre y pena por ella misma. Su sentimiento fue: «Una muerte de esta naturaleza es bastante. Mi madre perdió a su hijo; ella no debe perder también a su nieto». Cuando falleció su hermano, además de sentir un gran dolor, inconscientemente también sintió un triunfo sobre él, derivado de sus celos y de su odio tempranos, así como de los sentimientos de culpa concomitantes. Ella había transferido parte de sus sentimientos por su hermano a su relación con su hijo. En su hijo también amaba a su hermano; pero al mismo tiempo, parte de la ambivalencia frente a su hermano, aunque modificada a través de sus fuertes sentimientos maternales, había sido transferida a su hijo. El duelo por su hermano, junto con su pena, con el triunfo y la culpa experimentada en relación con él, formaron parte de su dolor presente, y se revelaron en el sueño. Consideremos ahora el juego recíproco de defensas según aparecieron en este material. Cuando ocurrió la pérdida, la posición maníaca se reforzó y la negación en particular entró especialmente en juego. Inconscientemente la señora A. rechazó con obstinación el hecho de que su hijo había muerto.

Continúa en ¨EL DUELO Y SU RELACIÓN CON LOS ESTADOS MANIACO-DEPRESIVOS (1940)¨, tercera parte