Melanie Klein: EL DUELO Y SU RELACIÓN CON LOS ESTADOS MANIACO-DEPRESIVOS (1940) parte III

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Cuando ella ya no pudo hacer uso de esta negación con tanta obstinación -no siendo todavía capaz de hacer frente al dolor y al infortunio-, el triunfo, uno de los otros elementos de la posición maníaca, se reforzó. Según el curso de sus asociaciones, su pensamiento parecía ser el siguiente: «No es en realidad un gran dolor si un hijo muere. Es aún satisfactorio. Ahora me vengo de este muchacho desagradable que perjudicó a mi hermano». Sólo después de un intenso trabajo analítico se esclareció el hecho de que el triunfo sobre el hermano también había sido revivido y reforzado. Pero este triunfo estaba asociado con el control de la madre y hermano internalizados, y con el triunfo sobre ellos. En esta fase el control sobre los objetos internos fue reforzado, la desgracia y el dolor fueron desplazados hacia su propia madre internalizada. Aquí su negación entró de nuevo en juego, negación de la realidad psíquica de que ella y su madre interna eran una y sufrían juntas. Negó la compasión y el amor por la madre interna; se reforzaron los sentimientos de venganza y triunfo sobre los objetos internalizados y el control de los mismos, en parte debido a que a través de sus propios sentimientos de venganza, ellos se habían transformado en figuras perseguidoras. En el sueño hubo sólo una ligera insinuación sobre el creciente conocimiento inconsciente de la señora A. (indicadora de que la negación disminuía), que había sido ella quien había perdido a su hijo. El día anterior al sueño había usado un vestido negro con un cuello blanco. La mujer del sueño tenía algo blanco alrededor de su cuello sobre su vestido negro. Dos noches después de este sueño, soñó lo siguiente: «Estoy volando con mi hijo y desaparece. Siento que esto significaba su muerte: que él se ha ahogado. Siento que estoy también por ahogarme… pero entonces hago un esfuerzo y me libero del peligro y vuelvo a la vida». Las asociaciones mostraron que en el sueño ella había decidido que ella no moriría con su hijo sino que sobreviviría. Parecía que aun en el sueño ella sentía que era bueno estar vivo y malo estar muerto. En este sueño el conocimiento inconsciente de su pérdida se acepta mucho más que en el que soñara dos días antes. El dolor y la culpa se habían ligado. El sentimiento de triunfo había, aparentemente, desaparecido, pero se hizo patente que sólo había disminuido; estaba todavía presente en su satisfacción en relación con la idea de permanecer viva, en contraste con la muerte de su hijo. Los sentimientos de culpa que ya se habían hecho sentir eran en parte debidos a este elemento de triunfo. Recuerdo aquí el pasaje en el artículo de Freud sobre «Duelo y melancolía». «La realidad impone a cada uno de los recuerdos y esperanzas que constituyen puntos de enlace de la libido con el objeto, su veredicto de que dicho objeto no existe ya, y el yo, situado ante la interrogación de si quiere compartir tal destino, se decide, bajo la influencia de las satisfacciones narcisistas de la vida, a abandonar su ligamen con el objeto destruido.» En mi opinión, la «satisfacción narcisista» contiene, suavizado, el elemento de triunfo que Freud parece pensar que no forma parte del duelo normal. En la segunda semana de su duelo, la señora A. encontró cierto alivio mirando casas bien situadas en el campo, y deseando poseer una casa de ese tipo. Pero este consuelo fue pronto interrumpido por crisis de desesperación y pena. Ahora lloraba abundantemente y encontraba alivio en las lágrimas. El solaz que encontraba mirando las casas provenía de la reconstrucción de su mundo interno en su fantasía, por medio de este interés y también por obtener satisfacción del conocimiento de que existían objetos buenos y casas pertenecientes a otras personas. En última instancia esto representaba el volver a crear a sus padres buenos, interna y externamente, unificándolos y haciéndolos felices y creadores. En su mente ella restauraba a sus padres por haber -en su fantasía- matado a los hijos de ellos, y así también impedía su enojo. De ahí que su temor de que la muerte de su hijo había sido un castigo que le habían infligido sus padres vengadores, perdió su fuerza, y también disminuyó el sentimiento de que su hijo la frustraba y castigaba con su muerte. La disminución del odio y del temor, permitió de este modo que el dolor se manifestara con toda su fuerza. El aumento de la desconfianza y de los temores había intensificado su sentimiento o creencia de ser perseguida y dominada por sus objetos internos, y reforzó su necesidad de dominarlos. Todo esto se había expresado por medio de un endurecimiento de sus relaciones y sentimientos internos; es decir, por un aumento de sus defensas maníacas. (Esto se vio en el primer sueño.) Si éstas vuelven a disminuir a través del reforzamiento de la creencia del sujeto en las cosas buenas -las suyas y las de los otros- y si los temores disminuyen a su vez, el sujeto en duelo está capacitado para entregarse a sus sentimientos y descargar por medio del llanto su dolor por la pérdida real sufrida. Parece que los procesos de proyección y eyección, que están estrechamente conectados con la descarga de los sentimientos, se encuentran detenidos en ciertos estados de dolor por un gran control maníaco, y pueden volver a trabajar más libremente cuando dicho control se relaja. Por medio de las lágrimas el sujeto en duelo no sólo expresa sus sentimientos y alivia tensiones, sino que, desde que en el inconsciente ellas se equiparan a los excrementos, también expele sus sentimientos «malos» y sus objetos «malos», y esto aumenta el alivio obtenido al llorar. Esta mayor libertad en el mundo interno implica que a los objetos internalizados, estando menos controlados por el yo, se les permite también mayor libertad: que a estos objetos se les permite, en particular, mayor libertad de sentimientos. En el estado mental del sujeto en duelo, sus objetos internos están también apesadumbrados. En su mente, comparten su dolo r en la misma forma que lo harían padres bondadosos reales. El poeta nos dice que Narure mourns with mourner: «La naturaleza se conduele con el que está de duelo«. Creo que «naturaleza» representa aquí la madre buena interna. Sin embargo, esta experiencia de mutuo dolor y simpatía en las relaciones internas, está una vez más vinculada con las relaciones externas. Como ya he dicho, la mayor confianza de la señora A. en las personas y cosas reales, y la ayuda recibida del mundo externo, contribuyeron al relajamiento del control maníaco sobre su mundo interno. De este modo, la introyección (así como la proyección) pudieron operar aun más libremente, y pudo tomar del mundo exterior una mayor cantidad de bondad y amor para internalizar, y en grado creciente la bondad y el amor fueron experimentados por dentro. La señora A., que en una etapa anterior de su duelo había, hasta cierto punto, sentido o creído que su pérdida le había sido ocasionada por sus padres vengadores, pudo ahora, en fantasía, experimentar la compasión de estos padres (muertos hacía tiempo) y el deseo de ellos de apoyarla y ayudarla. Sentía que ellos también habían sufrido una gran pérdida y compartían su dolor, como lo hubieran hecho en caso de estar vivos. En su mundo interno habían disminuido la aspereza y la sospecha, y había aumentado el dolor. Las lágrimas que vertía ahora eran también, hasta cierto punto, las lágrimas que derramaban sus padres internos, y ella también deseaba aliviarlos del mismo modo que ellos -en su fantasía- la aliviaban. Si se vuelve a lograr gradualmente una mayor seguridad en el mundo interno, y si se permite por lo tanto que los sentimientos y objetos internos vuelvan a surgir, entonces se establecen los procesos de recreación y retorna la esperanza. Según hemos visto, este cambio es debido a ciertos movimientos en los dos conjuntos de sentimientos que forman la posición depresiva: la persecución disminuye y el penar por la pérdida del objeto amado se experimenta intensamente. En otras palabras, el odio retrocede y el amor se libera. Esto es inherente al sentimiento de persecución que es alimentado por el odio y al mismo tiempo lo alimenta. Además, el sentimiento de ser perseguido y vigilado por los objetos internos «malos», con la consiguiente necesidad de vigilarlos constantemente, conduce a cierta dependencia que refuerza las defensas maníacas. Estas defensas, en tanto se utilizan predominantemente contra sentimientos persecutorios (y no tanto contra el penar por el objeto amado) son de naturaleza muy sádica y violenta. Cuando la persecución disminuye, la dependencia hostil frente al objeto, junto con el odio, también disminuye y las defensas maníacas se relajan. El penar por el objeto amado perdido también implica una dependencia frente a él, pero una dependencia que se transforma en un incentivo para lograr la reparación y la conservación del objeto. Es creativa porque está dominada por el temor, mientras que la dependencia basada en la persecución y en el odio es estéril y destructiva. Así, mientras que el dolor se experimenta con toda intensidad y la desesperación alcanza su punto culminante, surge el amor por el objeto, y el sujeto en duelo siente más poderosamente que la vida interna y la externa seguirán existiendo a pesar de todo, y que el objeto amado perdido puede ser conservado internamente. En esta etapa del duelo el sufrimiento puede hacerse productivo. Sabemos que experiencias dolorosas de toda clase estimulan a veces las sublimaciones, o aun revelan nuevos dones en algunas personas, quienes entonces se dedican a la pintura, a escribir o a otras actividades creadoras bajo la tensión de frustraciones y pesares. Otras se vuelven más productivas en algún otro terreno -más capaces de apreciar a las personas y las cosas, más tolerantes en sus relaciones con los demás-, se vuelven más sensatas. En mi opinión, este enriquecimiento se logra a través de procesos similares a aquellos pasos que acabarnos de investigar en el duelo. Es decir, cualquier dolor causado por experiencias dolorosas, cualquiera sea su naturaleza, tiene algo de común con el duelo y reactiva la posición depresiva infantil. El encuentro y la superación de la adversidad de cualquier especie ocasiona un trabajo mental similar al duelo. Parece que cada avance en el proceso del duelo da por resultado una profundización de la relación del individuo con sus objetos internos, la felicidad de reconquistarlos después de haber sentido su pérdida (Paradise Lost and Regained), una mayor confianza en ellos y amor por ellos, porque después de todo resultaron buenos, serviciales y útiles. Esto es similar a la forma en que el niño pequeño construye, paso a paso, sus relaciones con los objetos externos, cuya confianza conquista no sólo a través de experiencias placenteras sino también de la forma con que es capaz de vencer las frustraciones y las experiencias displacientes, reteniendo, sin embargo, sus objetos buenos (externa e internamente). Cuando durante la labor de duelo, las defensas maníacas se relajan y se establece una renovación de vida por dentro, junto con una profundización de las relaciones internas, el sujeto pasa por fases comparables con los pasos que en el desarrollo temprano conducen al niño a una mayor independencia tanto de los objetos externos como de los internos. Volviendo a la señora A., si experimentaba alivio, era porque al contemplar cosas agradables, la vida comenzaba de nuevo en su interior y en el mundo externo, debido al establecimiento de una esperanza en ella de poder volver a crear su hijo, así como a sus padres. En esa época pudo soñar de nuevo e inconscientemente hacer frente a su pérdida. Sintió entonces un deseo más fuerte de volver a ver a sus amigos, pero sólo a uno por vez y durante poco tiempo. Sin embargo, esos sentimientos de mayor comodidad se volvieron a alternar con sentimientos de dolor. (Tanto en el duelo como en el desarrollo infantil, la seguridad interna se presenta no en un movimiento continuo, sino ondulatorio). Después de unas semanas de duelo, por ejemplo, la señora A. salió a caminar con una amiga por calles conocidas, en un intento de restablecer antiguos vínculos. De pronto se dio cuenta que el número de personas que había en la calle le parecía abrumador, que las casas eran extrañas y que la luz del sol era artificial e irreal. Tuvo que refugiarse en un restaurante tranquilo. Pero allí sintió como si el cielo raso se viniera abajo y que las personas que se encontraban en el lugar se esfumaran y confundieran. De pronto le pareció que el único lugar seguro en el mundo era su propia casa. En el análisis se vio claramente que la terrible indiferencia de la gente era un reflejo de sus objetos internos, los que en su mente se habían transformado en una multitud de objetos «malos» perseguidores. Sintió el mundo externo como artificial e irreal debido a que la confianza real en la bondad interna habla desaparecido temporariamente. Muchos sujetos en duelo pueden sólo lentamente restablecer los vínculos con el mundo externo porque están luchando todavía con el caos interior; por las mismas razones el niño desarrolla su confianza en los objetos del mundo externo, primero en conexión con muy pocas personas amadas. Sin duda existen también otros factores, por ejemplo su inmadurez intelectual, que son responsables en parte de este desarrollo gradual de las relaciones de objeto en el niño, pero sostengo sin embargo que sobre todo es debido al estado caótico de su mundo interno. Una de las diferencias entre la temprana posición depresiva y el duelo normal, es que cuando el niño pierde el pecho o el biberón que ha llegado a representar para él un objeto bueno, beneficioso y protector dentro de él, y experimenta dolor, lo siente aunque su madre esté junto a él. En el adulto, sobreviene el dolor con la perdida real de una persona real; sin embargo, lo que lo ayuda para vencer esta pérdida abrumadora es haber establecido en sus primeros años, una buena imago de la madre dentro de si. El niño pequeño, sin embargo, está en la cúspide de sus luchas contra el miedo a perderla, interna y externamente, porque no ha logrado establecerla dentro de sí de un modo seguro. En esta lucha, la relación del niño con su madre, su presencia real, es la más grande ayuda. Del mismo modo que el sujeto en duelo, si está rodeado de personas que él quiere y que comparten su dolor, y si puede aceptar su compasión, también esto favorece la restauración de la armonía de su mundo interno y se reducen más rápidamente sus miedos y penas. Habiendo descrito algunos de los procesos que he observado durante la labor de duelo y en los estados depresivos, quiero ahora ligar esta contribución con lo que nos han enseñado Freud y Abraham. Basándose en los trabajos de Freud y en sus propias observaciones sobre la naturaleza de los procesos arcaicos que obran en la melancolía, Abraham encontró que estos procesos operan también durante la labor normal de duelo. Llegó a la conclusión de que en el duelo normal el sujeto logra restablecer la persona amada y perdida en su yo, mientras el melancólico fracasa en ese intento. Describió también algunos factores fundamentales que deciden que esto sea un éxito o un fracaso. Mi experiencia me conduce a la conclusión de que si bien es verdad que el hecho característico del duelo normal es que el sujeto instala dentro de sí el objeto amado perdido, no hace esto por primera vez, sino que, a través de la labor de duelo reinstala el objeto perdido tanto como los objetos internos amados que sintió que había perdido. De este modo recupera lo que había logrado ya en la infancia. En el curso del desarrollo temprano, como sabemos, el niño instala sus padres en el yo. (Fue la comprensión del proceso de introyección en la melancolía y en el duelo normal lo que como es sabido condujo a Freud a reconocer la existencia del superyó en el desarrollo normal.) Pero en cuanto a la naturaleza del superyó y a la historia de su desarrollo individual, mis conclusiones difieren de las de Freud. Como he señalado a menudo, el proceso de introyección y proyección, desde los comienzos de la vida, conduce a la institución, dentro de nosotros mismos, de objetos amados y odiados, que son sentidos como «buenos» y «malos», que están interrelacionados los unos con los otros y con el sujeto; es decir: constituyen un mundo interno. Este conjunto de objetos internalizados se organiza, junto con la organización del yo, y en los más altos estratos de la mente llega a hacerse perceptible como superyó. En términos generales, lo que Freud vio como las voces y la influencia de los padres reales establecidos en el yo, es, de acuerdo con mis hallazgos, un mundo complejo de objetos sentido por el individuo en las más profundas capas de su inconsciente como algo concreto dentro de sí, razón por la cual yo y algunos de mis colegas usamos los términos «objetos internalizados» y «mundo interno». Este mundo interno consiste en una gran cantidad de objetos dentro del yo que corresponden en parte a multitud de aspectos variados buenos y malos en que los padres (y las otras personas) aparecen en el inconsciente del niño, a través de las varias fases de su desarrollo. Aun más, también representan todas las personas que internaliza continuamente en una gran variedad de situaciones que provienen de las múltiples y siempre cambiantes experiencias del mundo externo, tanto como de las fantaseadas. Además, todos estos objetos están en el mundo interno en una relación infinitamente compleja, tanto los unos con los otros, como con el sujeto mismo. Si ahora aplicamos al proceso del duelo esta descripción de la organización del superyó, tal como lo comparé con el superyó de Freud, se hace más clara mi contribución a la comprensión de este proceso. En el duelo normal, el individuo reintroyecta y reinstala tanto a la persona real perdida, como a sus padres amados que sintió como objetos internos buenos. En su fantasía, este mundo interno, que construyó desde los primeros días de su vida en adelante, fue destruido cuando se produjo la pérdida actual. 

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