El razonamiento en las percepciones, Alfred Binet

La Psicología del Razonamiento, Alfred Binet
Investigaciones experimentales por el hipnotismo

El razonamiento en las percepciones

En la percepción externa, las imágenes que se producen en nosotros deducen de su origen un
conjunto de propiedades que faltan por completo en las imágenes aisladas, cuyo estudio hemos hecho en el capítulo anterior. Sugeridas directamente por impresiones exteriores, se asocian orgánicamente a estas impresiones para formar un todo indivisible, que corresponde a la noción de un objeto única.
Gracias a este lazo sensorial, cada imagen sufre de rechazo todas las modificaciones que experimenta directamente la sensación. En la práctica se conduce, para el observador, como una verdadera sensación.
Ese capítulo podría, pues, titularse: Propiedades de las imágenes que están asociadas a
sensaciones.
Una vez más vamos a recurrir a las alucinaciones hipnóticas para el estudio de estos fenómenos;
porque, en el estado normal, son demasiado delicados para que se puedan observar con provecho. Pero aquí se presenta una primera objeción: ¿Cómo puede servir la alucinación para el estudio de la percepción normal, operación producida por un concurso de los sentidos y del espíritu? La alucinación, ¿no es una especie de concepción delirante que sale enteramente formada de un cerebro enfermo?
Cuando decimos a una hipnótica: ¡Mira una serpiente!, y mirando al suelo la ve arrastrarse hacia ella, ¿qué hay de exterior en esta aparición? Esta es la objeción que se puede hacer a priori. Pero
observando con cuidado la alucinación hipnótica (única de que se hablará), aun substituyendo la simple observación por la experimentación, se ve que en este fenómeno, si no siempre, por lo menos con frecuencia, entra una parte de sensación. No es, quizá, una regla absoluta; pero es un hecho muy frecuente.
He aquí un primer experimento que lo demuestra: Se presenta al individuo un cartón completamente blanco, y se le dice: «Mire usted, éste es su retrato». En seguida el individuo ve aparecer su retrato en la superficie blanca; describe la posición y el traje, añadiendo su propia imaginación a la alucinación sugerida, y si el individuo es una mujer, con mucha frecuencia está poco contenta del retrato y le encuentra poco lisonjero. Una de ellas, bastante linda, pero cuyo cutis estaba sembrado de pecas, me dijo un día, mirando su retrato imaginario: «Tengo pecas, pero no tantas». Cuando el individuo ha contemplado durante algún tiempo el cartón blanco, se le coge y se le confunde con una docena de cartones de la misma clase; son trece cartones análogos, y no seríamos capaces de encontrar el que ha producido la alucinación, si no hubiéramos tenido cuidado de señalarlo después de habérselo quitado a la enferma. Pero la enferma no necesita señales; si se le presenta el paquete de cartones diciéndola que busque su retrato, encuentra aquel primer cartón, con frecuencia sin equivocarse; y lo más singular es que lo presenta siempre en el mismo sentido, y si se invierte el cartón, ve el retrato imaginario con la cabeza hacia abajo. Pero todavía hay otra cosa más rara. Si se fotografía el cartón blanco, y diez, veinte días, un mes después, se enseña a la enferma la prueba fotográfica, todavía ve en ella su retrato.
El modo más sencillo de explicar esta localización del retrato imaginario, es suponer que la imagen alucinatoria se asocia -de un modo inconsciente- a la impresión visual del cartón blanco; de manera que, siempre que se renueve esta impresión visual, sugiere, por asociación, la imagen. En un cartón, por blanco que sea, hay siempre algunos detalles particulares; nosotros los podemos encontrar con un poco de atención; la enferma los ve instantáneamente, gracias a su sentido visual hiperestesiado; estos detalles son los que la sirven de punto de referencia para proyectar la imagen. Son como clavos que fijan el retrato imaginario en la superficie blanca. Esto es tan cierto, que el experimento resulta con más seguridad empleando papel ordinario que empleando papel de bristol. En general, cuanto más visible es el punto de referencia, más duradera es la alucinación.
M. Londe, el químico de la Salpêtriére, nos ha comunicado el hecho siguiente, que apoya lo
anterior: Cuando Witt está sonámbula, la enseña el cliché de una fotografía que representa una vista de los Pirineos con unos burros subiendo una cuesta; al mismo tiempo la dice: «Mire usted su retrato; está usted completamente desnuda». Cuando despierta la enferma, ve, por casualidad, el cliché, y furiosa por verse representada en él en un estado muy próximo a la desnudez, se arroja sobre él y lo rompe.
Pero se habían sacado ya de este cliché dos pruebas fotográficas, que se conservaron con cuidado. Cada vez que la enferma las ve, patalea de cólera, porque siempre se ve desnuda en ellas. Al cabo de un año la alucinación dura todavía.
Esta duración extraordinariamente larga de la alucinación, se explica bien por la teoría del punto de referencia. En realidad, la fotografía ofrece a la enferma un número inmenso de puntos de referencia que, asociados a la imagen alucinatoria, la evocan con una fuerza invencible, acumulando sus efectos (28). Lo más curioso de esta observación es que la enferma no ve estos puntos de referencia, o, más bien, no se da cuento de su naturaleza, porque necesita verlos para proyectar su alucinación; pero no llega a reconocer que constituyen, reunidos, una vista de los Pirineos. En vano se esfuerza uno en sacarla de su error; en la fotografía no ve más que su retrato.
Estos ejemplos bastarán para mostrar que la alucinación tiene, como la percepción, dos elmentos:
una impresión de los sentidos y una imagen cerebral exteriorizada. La percepción, ha dicho M. Taine, es una alucinación verdadera (29).
Es cierto que el modo de formación no es el mismo por una parte y por otra. La alucinación
hipnótica está constituida por una imagen sugerida por la palabra, que se asocia a un punto de
referencia, mientras que, en la percepción, la imagen es sugerida directamente por una impresión de los sentidos. Pero entre estos dos actos hay un tercero que les sirve de transición: la ilusión de los sentidos.
La ilusión hipnótica de los sentidos no se diferencia de la alucinación hipnótica más que en un punto: en que consiste en la transformación de un objeto exterior, mientras que la alucinación crea un objeto imaginario con todas sus partes. Si se dice a un individuo, enseñándole un pájaro: «Mira un gato, un pájaro o una casa», se produce una ilusión hipnótica. Si se pronuncian las mismas palabras sin enseñarle ningún objeto, se sugiere una alucinación. Pero la existencia de este objeto, que sirve de substratum a la ilusión hipnótica, no parece tener ninguna importancia, pues se la puede transformar de mil maneras. Al lado del error hipnótico de los sentidos se coloca el error ordinario de los mismos, perturbación tan frecuente, que todo el mundo la conoce por experiencia. ¿Quién no ha oído el paso de un ladrón en el chasquido de un mueble? ¿quién no ha visto una figura humana en las formas confusas de un paisaje, de noche? Estas ilusiones se distinguen de las hipnóticas por su modo de formación. En el estado hipnótico, la imagen que transforma el objeto se sugiere por la palabra, viene de dentro; en el estado normal, la imagen falsa se sugiere por una visión viciosa del objeto, viene del exterior. Pero, aparte de esta diferencia, todo es común. Finalmente, la ilusión de los sentidos está íntimamente relacionada con la recepción exterior, de la que es una imitación en cierto modo. Por consiguiente, la percepción y la alucinación se encuentran unidas por una serie no interrumpida de intermediarios. Esto nos permite considerar la ilusión ordinaria de los sentidos, la ilusión hipnótica, y finalmente, la alucinación, como formas de formaciones cada vez más acentuadas de la percepción. Establecido esto, vamos a utilizar estos hechos morbosos para estudiar el hecho normal.
Brewster ha sido el primero que observó que si se oprime el ojo de un individuo en estado de
alucinación, se desdobla el objeto imaginario. Observaciones de Paterson, de M. Despine, de M. Ball, han confirmado este hecho. Este último médico ha referido el ejemplo más curioso. Se trataba de una muchacha histérica que, en sus crisis de sonambulismo natural, veía a la Virgen con un vestido resplandeciente. Por la presión ocular, se desdoblaba invariablemente esta aparición milagrosa y se le enseñaban dos vírgenes. M. Féré ha encontrado, a su vez, que es posible repetir este curioso experimento tantas veces como se quiera, operando en histéricas hipnotizables.
¿Cómo explicaremos esta diplopia alucinatoria? Claro es que no se puede, por la presión del ojo,
desdoblar directamente una imagen del espíritu. Si pienso en un amigo ausente, nunca llegaré a verlo doble oprimiéndorne el ojo. Luego si la alucinación visual se puede dividir en estas circunstancias, depende de que no es «enteramente» una imagen; en realidad, está asociada a una impresión de los sentidos, es decir, a un punto de referencia exterior; la presión ocular desdobla este punto y la imagen cerebral participa de este desdoblamiento consecutivamente por una especie de rechazo.
Ahora bien, esto es lo que ocurre precisamente en la percepción visual. Cuando miramos un objeto, tocando a nuestro ojo o apretando sobre él para hacerle desviarse de su posición normal, vemos el objeto doble: decimos el objeto; pero ¿qué es un objeto? un grupo de sensaciones y de imágenes; las imágenes se desdoblan, pues, como las sensaciones; la diplopia sensorial va acompañada de una diplopia mental. Pero el hecho es poco aparente. No se notaría sin la alucinación, que le hipertrofia, haciendo enorme a la imagen y reduciendo casi a la nada la sensación. Así es como los hechos patológicos nos instruyen sobre el estado normal. Aquí aprendemos que, en nuestras percepciones, la imagen va tan enérgicamente unida a la sensación, que sufre directamente sus modificaciones; se desdobla cuando se desdobla la sensación.
M. Féré ha substituido la presión ocular por un prisma. Colocando un prisma ante el ojo de una
enferma en estado de alucinación, ha visto que la alucinación se desdoblaba como antes y que, además, una de las imágenes sufría una desviación cuyo sentido y cuyo valor están conformes con las leyes de la óptica. Bien entendido que el experimento se ha hecho apartando del campo visual de la enferma todos los objetos exteriores cuyas modificaciones podrían servir de señal. Por ejemplo, se inculca a la enferma que en una mesa próxima hay un retrato visto de perfil. Si se interpone un prisma ante uno de sus ojos sin prevenirla, la enferma se asombra de ver dos retratos, y siempre el que se desvía está colocado conforme a las leyes de la óptica. (Ch. Féré, Soc. biol. 29 Octubre 1881.) Este segundo experimento nos instruye, como el primero, sobre la historia de nuestras percepciones normales; porque, normalmente, cuando colocamos un prisma ante uno de nuestros ojos, los objetos que vemos a través del prisma nos parecen desviados. Ahora bien, esta desviación de los objetos implica una desviación de las imágenes; el prisma, en ciertas condiciones, desvía una imagen. Se encuentra, pues, en el seno de la vida normal el germen de este curioso experimento de hipnotismo.
Nosotros hemos contribuido al desarrollo de estos estudios substituyendo el prisma por un gran
número de diversos aparatos de óptica. Una vez fijado el principio, los experimentos no ofrecen casi más que un interés de curiosidad. Nos limitaremos a citar algunos, remitiendo, para los detalles, a nuestros artículos sobre las alucinaciones. Si mientras una enferma contempla el objeto imaginario sugerido, por ejemplo, un árbol en que está posado un pájaro, se colocan ante sus ojos unos gemelos, declara en seguida que el árbol se hace muy grande y se aproxima. Si, cambiando de sentido los gemelos, se hace mirar a la enferma por el objetivo (el extremo grueso), de repente el árbol se aleja, disminuye y el pájaro se hace completamente invisible. Lo que hay de interesante son las reflexiones con que la enferma sonámbula acompaña estos cambios del objetivo imaginario. La llamada Witt… experimenta cada vez un asombro de los más vivos. Cuando la hago mirar a un pájaro posado en una rama de un árbol, no comprende cómo este pájaro puede estar en un instante muy cerca de ella y un momento después muy lejos. Le digo muchas veces que el pájaro cambia de lugar, que se aproxima volando, que después se aleja. Pero rechaza fuertemente esta explicación, objetando que el árbol también parece ocupar posiciones diferentes. Replico que esto es imposible que el árbol tiene sus raíces introducidas en el suelo y que no puede dejar el sitio en que está plantado. Entonces ella deduce que son sus ojos que están enfermos y cambian la distancia aparente de los objetos. Esta deducción es verdaderamente muy razonable, dado que la enferma ignora que se colocan sucesivamente ante sus ojos el ocular y el objetivo de unos gemelos.
Importa observar que los gemelos no modifican la alucinación más que cuando están graduados para la vista de la enferma. ¿Y por qué? Porque sólo en ese caso es cuando los gemelos modifican su sensación visual; aumenta la superficie del cuerpo exterior sobre el que se aplica la imagen, y de aquí el aumento de la imagen, que obra como un dibujo sobre una membrana de caucho.
Este experimento, como los anteriores, explica el estado normal. Sin insistir, recordemos
sencillamente que, cuando nos acercamos a una persona, las sensaciones visuales se modifican
gradualmente; al mismo tiempo, las imágenes provocadas por estas sensaciones se modifican en el mismo sentido. Al principio, si estamos muy lejos, vemos una mancha negra, ecuya naturaleza es imposible de reconocer; después esta mancha se convierte en un objeto más largo que ancho; después se distingue una persona; después es un hombre; después es de tal figura, y, finalmente, es el Sr. Fulano; a medida que las sensaciones se modifican por la aproximación, las imágenes cambian, se hacen más abundantes, más precisas y permiten, finalmente, un acto de reconocimiento individual. Este fenómeno de inducción de las sensaciones sobre las imágenes es lo que hace muy aparente la alucinación.
En otros experimentos hemos substituido los gemelos por la lente, que aumenta un retrato
imaginario, y, a cierta distancia, lo invierte; por el cristal bi-refringente que produce un desdoblamiento especial bastante complicado, y finalmente, por el microscopio, que produce un aumento más considerable que la lente. Pero en estos diferentes casos, se trata siempre de los mismos fenómenos de refracción, y basta conocer uno para comprenderlos todos.
Indicaremos, para terminar, el experimento del espejo. Si se produce una alucinación sobre un punto fijo, por ejemplo, la alucinación de un gato en una mesa proxima, se puede hacer reflejar este objeto imaginario en un espejo plano, con tal que el espejo refleje el punto de la mesa en que está sentado el animal imaginario. Entonces la enferma ve dos gatos: los dos son imaginarios, pero se puede decir que el reflejado lo es todavía más que el otro. En efecto, si se ordena a la enferma que coja uno de estos animales, lo hace fácilmente con el que está en la mesa; pero cuando quiere coger al que está reflejado, su mano tropieza con el cristal del espejo, que la impide ir más lejos. Además, observando las cosas de cerca, se nota que el espejo da una imagen simétrica del objeto imaginario, como si fuese un objeto real. Así, una inscripción imaginaria de una hoja de papel, se ve invertida en el espejo. Todos estos resultados se explican por la existencia del punto de referencia que se refleja.
Sobre esto tengo un caso que establece claramente la transición entre la alucinación y la percepción.
Es un ejemplo de ilusión de los sentidos, reflejado en un espejo. Uno de mis amigos me ha contado que, al despertarse sobresaltado una noche, vio delante de su ventana, que estaba ligeramente iluminada, una forma humana; en seguida distinguió que esta aparición representaba a la Virgen; estaba de pie, extendiendo las manos abiertas, y de cada dedo salía un rayo de fuego. Al lado de la ventana había un armario de luna; la Virgen se reflejaba en la luna, como un objeto real; la segunda imagen era absolutamente semejante a la primera; la actitud era la misma; las manos abiertas estaban rodeadas de la misma aureola luminosa. Mi amigo, que no es nada supersticioso, no se dejó engañar por este milagro aparente; se acercó a la ventana y vio que la ilusión provenía de una tela blanca colgada de la falleba; como era natural, la imagen se reflejaba en el espejo.
Aunque este fenómeno parezca demasiado natural para merecer que se le mencione, le citamos
porque demuestra que la misma regla se extiende a la alucinación, a la ilusión de los sentidos y a la
percepción. El estudio de la percepción se encuentra especialmente aclarado por estas comparaciones.
Se comprende ahora, que cuando miramos en un espejo un objeto real que se refleja en él, ocurre
algo análogo a la reflexión de una alucinación y de una ilusión. El espejo, considerado desde el punto de vista de la percepción, es una especie de repetidor; repite las sensaciones visuales que produce el objeto directamente en nosotros; estas sensaciones repetidas dan lugar, como si fuesen sensaciones directas, a una interpretación, a la construcción de un objeto exterior por el espíritu, es decir, en definitiva, a una sugestión de imágenes. Se puede decir, pues, que en el estado normal una imagen del espíritu se refleja en un espejo, cuando está en conexión con una sensación.
Al lector que desee más pormenores sobre estos fenómenos de óptica alucinatoria, le remitimos a la monografía que preparamos con M.Féré sobre la alucinación. El objeto que perseguimos aquí no es estudiar la alucinación, sino explicar la percepción exterior por la alucinación, cosa que es muy diferente.
Los experimentos de hipnotismo sobre las alucinaciones visuales nos han hecho penetrar, en parte, en el mecanismo de nuestras percepciones normales. He aquí la principal conclusión que se deduce de ellas. Cuando un objeto exterior impresiona nuestros sentidos, el espíritu, por su propia iniciativa, agrega cierto número de imágenes a las sensaciones experimentadas; estas imágenes, que completan el conocimiento del objeto exterior y presente, no se quedan inertes o inmóviles en presencia de las sensaciones, como dos cuerpos que no tuviesen ninguna afinidad química entre sí, o como dos cantidades algébricas que estuviesen sencillamente ligadas por el signo +. Es más que una yuxtaposición. En realidad, se forma una combinación de las sensaciones y las imágenes, y aunque estos dos elementos provienen de orígenes muy diferentes, pues el uno es sensorial y el otro es ideal, se reúnen para formar un solo todo. Esto lo prueba el que siempre que se modifica el grupo de las sensaciones, se produce una modificación correspondiente en el grupo de las imágenes: si se desvía con un prisma la sensación, la imagen se desvía; si se aumenta con unos gemelos la sensación, la imagen aumenta; si con un espejo se repite la sensación y se la hace simétrica, la imagen se refleja y se hace simétrica. Este eco sobre la imagen es un fenómeno que ocurre todos los días, a todas horas, en todos los instantes, en nuestras percepciones sensoriales, es decir, muy cerca de nosotros. Si no lo notamos es porque es muy delicado, muy pequeño. Para hacerle más aparente hay que recurrir a la alucinación, que le aumenta.
Como muchos autores, llamamos percepto al producto de la percepción, es decir, a las imágenes del objeto exterior adquiridas definitivamente y unidas a la sensación excitadora.
Nos queda por estudiar el vínculo que une la sensación con la imagen. Los anteriores experimentos han demostrado su existencia sin dar a conocer su naturaleza.
Se puede considerar la percepción externa como una operación de síntesis, porque tiene por
resultado la unión de los datos suministrados actualmente por los sentidos con los suministrados por experimentos anteriores. La percepción es una combinación del presente con el pasado. Percibir un cuerpo que se encuentra actualmente en el campo de la visión, reconocerle cierta forma, cierto tamaño, cierta posición en el espacio, ciertas cualidades, etc., es reunir en un mismo acto de conciencia elementos actuales -es decir las sensaciones ópticas del ojo- y elementos pasados, es decir, una multitud de imágenes; es hacer un solo cuerpo de estos elementos heterogéneos. Este es un f’enómeno que pasa completamente inadvertido para la conciencia; si no se consulta más que este testigo, la operación de percibir un objeto parece ser un acto fácil y natural que no exige de nuestra parte ningún esfuerzo de reflexión; en realidad, esto es una ilusión. La experiencia y el razonamiento nos prueban que en toda percepción hay trabajo.
Pero la cantidad de trabajo no es constante; claro es que varía con las circunstancias. Sería un error creer que la percepción constituye una especie única; es una forma de actividad, de naturaleza muy variable, porque por uno de sus límites extremos toca con el razonamiento consciente, formado de tres proposiciones verbales, y por el otro se confunde con los actos más elementales y más automáticos; los reflejos, por ejemplo. La cantidad de trabajo que consume la percepción crece en la serie ascendente y hasta se hace muy sensible cuando se aducen razonamientos en que intervenga una parte manifiesta de reflexión y de comparación; a la inversa, el trabajo disminuye cuando se desciende hacia los actos reflejos, sin hacerse nunca, no obstante, completamente nulo. Es, pues, de importancia dar algunos ejemplos de las diversas especies de percepciones. Comencemos por las formas inferiores (30).
«Ante todo, dice M. Sully, al describir los grados de la percepción visual, viene la construcción de
un objeto material, de forma y tamaño particulares, a una distancia particular; es decir, el
reconocimiento de una cosa tangible, que tiene ciertas propiedades de espacio sencillas, y que está en cierta relación con otros objetos y más particularmente con nuestro propio cuerpo. Esta es simple percepción de un objeto, que siempre se verifica, aun cuando se trata de objetos perfectamente nuevos, con tal de que se les vea de una manera algo distinta. Esta parte de la acción de combinación, que es la más instantánea, la más automática y la más inconsciente, se puede considerar respondiendo a las relaciones de experiencia más constantes y por consiguiente más profundas.
»La segunda fase de esta acción de construcción presentativa es el reconocimiento de un objeto
como perteneciente a una clase particular, por ejemplo, la de las naranjas, que tiene ciertas cualidades especiales, como este gusto o el otro. En esta fase, las relaciones de experiencia estan organizadas con menos profundidad, de modo que podemos, en cierta medida, reconocer en ellas, por la reflexión, una especie de empleo intelectual de los materiales que nos suministra el pasado.
»Una fase todavía menos automática en la acción de reconocimiento visual es el acto de reconocer los objetos particulares; por ejemplo, la abadía de Westminster o nuestro amigo John Smith. La cantidad de experiencia que se reproduce aquí puede ser muy considerable, como cuando se trata de reconocer a una persona con la que tenemos intimidad desde hace mucho tiempo… Al llegar a estas últimas fases de la percepción, tocamos con el límite común de la percepción y de la inferencia.
Reconocer un objeto como perteneciente a una clase es, con frecuencia, cuestión de reflexión
consciente y de juicio, aun cuando esta clase esté constituida por cualidades materiales de primera evidencia y que se pueden considerar percibidas inmediatamente por los sentidos. Con mayor razón, la percepción se convierte en inferencia cuando la clase está constituida por cualidades menos fáciles de percibir, y que exigen, para ser reconocidas, una larga y laboriosa serie de recuerdos, de distinciones y de comparaciones. Decir dónde hay que trazar la línea de demarcación entre la percepción y la observación de un lado y la inferencia de otra parte, es evidentemente imposible.»
Añadamos que la percepción, en las fases más elevadas de su desarrollo, toma un carácter particular.
En la percepción rudimentaria, el espíritu infiere sencillamente de las sensaciones que recibe por uno de sus órganos (Por ejemplo, el ojo), que el objeto tiene todavía otras propiedades que percibirían los otros sentidos, si fuese necesario y lo deseásemos; así, cuando miramos una barra de hierro enrojecida al fuego, el color rojo despierta en nosotros la idea del calor, que podríamos experimentar directamente aproximando la mano. Esta percepción se reduce a una substitución del tacto por la vista. Pero en las percepciones más complejas que dependen del razonamiento propiamente dicho, ocurre de muy distinto modo; cuando reconocemos por la inspección de una sola hoja, que una planta es saponaria o lila; cuando descubrimos en un camino forestal, el cuerno de un ciervo, la uña de un jabalí o la garra de un lobo, la sensación que recibe nuestro ojo evoca la imagen de objetos de que no podemos tener inmediatamente experiencia. Sin embargo, siempre son operaciones del mismo género, sugestiones de imágenes por una sensación actual, y no hay razón para creer que el mecanismo de esta sugestión sea diferente en los dos casos.
Para resumir, se pueden reducir a dos tipos todos los actos de percepción: el reconocimiento
específico y el reconocimiento individual.
Sería interesante saber si una percepción individual comienza por ser genérica y sólo llega a su
desarrollo completo por grados, por una progresión regular. Según esta hipótesis, cuando vemos a una persona conocida, la percibimos al principio como un cuerpo sólido, después como un hombre y, finalmente, como Fulano de Tal. Este desarrollo progresivo existe; no es sólo probable, es real; he aquí algunos experimentos de hipnotismo que lo demuestran.
Entre los efectos que puede producir en una persona hipnotizada, uno de los más interesantes sin disputa es la anestesia sistemática, operación que consiste en hacer invisible para el individuo una persona o un objeto; es, hablando propiamente, la supresión aislada de una percepción particular (31).

Continúa en el razonamiento de las percepciones 1