El sueño de los abejorros contin.3

En el bello sueño «trepar a lo alto y descender bajo» , la figuración onírica del trepar está invertida respecto del modelo incluido en los pensamientos oníricos, a saber, la escena introductoria de Safo, de Daudet; en el sueño se avanza primero con dificultad y después aliviadamente, mientras que en aquella escena el ascenso es primero liviano, y después cada vez más pesado. También el «arriba» y el «abajo» respecto del hermano se figuran en el sueño trastornados. Esto apunta a una relación de inversión o de oposición existente entre dos fragmentos del material incluido en los pensamientos oníricos, y la descubrimos en lo siguiente: en la fantasía infantil del soñante él era cargado en brazos por su nodriza, a la inversa que en la novela, donde el héroe lleva a su amada. También mi sueño sobre el ataque de Goethe al señor M. contiene un «a la inversa» semejante, que es preciso enderezar para lograr la interpretación del sueño. En este, Goethe ha atacado a un joven, el señor M.; en la realidad, según está contenido en los pensamientos oníricos, un hombre importante, mi amigo [Fliess], fue atacado por un joven autor desconocido. En el sueño cuento desde la fecha de la muerte de Goethe; en la realidad, la cuenta parte del año de nacimiento del paralítico. El pensamiento decisivo en el material onírico resulta ser la contradicción a la idea de que Goethe sea tratado como si fuese un mentecato. A la inversa, dice el sueño,’ si tú no comprendes el libro, eres tú [el crítico] el imbécil, no lo es el autor. En todos estos sueños de inversión paréceme contenida una referencia al giro despectivo «volver la espalda a uno» (cf. la inversión con respecto al hermano, en el sueño de Safo. Digna de señalarse, por otra parte, es la frecuencia Con que se usa la inversión precisamente en sueños sugeridos por mociones homosexuales reprimidas. La inversión mudanza en lo contrario, es por lo demás uno de los medios de figuración preferidos por el trabajo del sueño, y susceptible del uso más multilateral. Ante todo, sirve para imponer la vigencia del cumplimiento de deseo respecto de un elemento determinado de los pensamientos oníricos. «¡Ojalá hubiera ocurrido lo inverso!» es a menudo la mejor forma de expresar la reacción del yo frente a un recuerdo penoso. Pero, además, la inversión cobra valor particular al servicio de la censura: ella infunde a lo que ha de figurarse una medida de desfiguración {dislocación} que al comienzo paraliza sin más la comprensión del sueño. Por eso, cuando un sueño nos niega con obstinación su sentido, estamos autorizados, en todos los casos, a tantear con la inversión de determinados fragmentos de su contenido manifiesto; haciéndolo, no raras veces todo se aclara enseguida. Junto a la inversión del contenido, no ha de descuidarse la inversión temporal. Una técnica muy común de la desfiguración onírica consiste en figurar el final del asunto o la conclusión de la ilación de pensamiento al inicio del sueño, y en diferir hasta el final de este las premisas del razonamiento o las causas de lo acontecido. Por eso la tarea de interpretar el sueño sumirá en la perplejidad a quien no haya reparado en este recurso técnico de la desfiguración onírica. Y aun en muchos casos sólo se recupera el sentido de] sueño tras practicar múltiples inversiones siguiendo relaciones diferentes. Por ejemplo, en el sueño de un joven neurótico obsesivo el recuerdo del deseo infantil de muerte del padre temido se oculta tras el siguiente texto: Su padre lo increpa porque él llega a casa a hora demasiado tardía. Pero sucede que el contexto de la cura psicoanalítica y las ocurrencias del soñante prueban que debió decir primero que está enojado con el padre, y después que el padre en todo caso llegó demasiado temprano (es decir, demasiado pronto) a casa. Habría preferido que el padre no llegara nunca a casa, lo que es idéntico al deseo de que el padre muera. Es que el soñante, de pequeño, durante una larga ausencia del padre se había hecho culpable de una agresión sexual contra otra persona, y lo castigaron entonces con esta amenaza: «¡Espera a que vuelva tu padre y verás! ». Si queremos seguir ahondando en la relación entre contenido y pensamientos oníricos, lo mejor que podemos hacer es tomar ahora al sueño mismo como punto de partida y preguntarnos por la intencionalidad de ciertos caracteres formales de la figuración onírica con respecto a los pensamientos del sueño. Entre estos caracteres formales que no pueden menos que llamarnos la atención en el sueño se cuentan, ante todo, las diferencias de intensidad sensorial entre productos oníricos singulares, y de nitidez entre partes de sueños o entre sueños enteros, comparados entre sí. Las diferencias de intensidad entre productos oníricos singulares recorren toda una escala: desde un fuerte realce, que nos inclinamos -aunque sin certeza- a poner por encima del de la realidad, hasta una enfadosa borrosidad, que suele juzgarse característica del sueño porque en verdad no puede asimilársela por completo a ninguno de los grados de desdibujamiento que ocasionalmente percibimos en los objetos de la realidad. Además, solemos calificar la impresión que recibimos de un objeto onírico desdibujado como «fugaz», mientras que de las imágenes oníricas más nítidas creemos que se han mantenido durante mayor tiempo en la percepción. Cumple buscar ahora las condiciones del material onírico que han engendrado esta diferencia en la vivacidad de los fragmentos singulares del contenido onírico. Primero tenemos que salir al paso de ciertas expectativas que parecen inevitables. Puesto que entre el material del sueño pueden contarse también sensaciones reales sobrevenidas mientras se duerme, probablemente se supondrá que ellas, o los elementos oníricos que engendran, han de resaltar en el contenido del sueño con particular intensidad; o a la inversa, que aquello que en el sueño resulte llamativo por su particular intensidad habrá de remontarse a esas sensaciones reales. Mi experiencia nunca ha corroborado esto. No es cierto que los elementos del sueño que son retoños de impresiones reales sobrevenidas mientras se duerme (estímulos nerviosos) descuellen por su vivacidad sobre los otros, los que provienen de recuerdos. El factor de la realidad no cuenta para la determinación de la intensidad de las imágenes oníricas. Además, alguien podría presuponer que la intensidad sensorial (vivacidad) de las imágenes oníricas singulares tiene alguna relación con la intensidad psíquica de los elementos que les corresponden dentro de los pensamientos oníricos. En estos últimos, intensidad coincide con valencia psíquica; los elementos más intensos no serían otros que los más significativos, los que constituyen el centro de los pensamientos oníricos. Ahora bien, nosotros sabemos que precisamente estos elementos, por causa de la censura, casi nunca son acogidos en el contenido onírico. Pero podría suceder que sus retoños más inmediatos que los subrogan en el sueño cobrasen un alto grado de intensidad sin que por eso hubieran de constituir el centro de la figuración onírica. También este presupuesto, no obstante, es destruido por el estudio comparativo del sueño y el material onírico. La intensidad de los elementos en uno nada tiene que ver con esa intensidad en el otro; entre material onírico y sueño ocurre de hecho una total «subversión de todos los valores psíquicos». Y aun es frecuente que un retoño directo de lo que en los pensamientos oníricos ocupa un lugar dominante pueda descubrirse en un elemento del sueño, vaporoso y fugitivo, tapado por imágenes más potentes. La intensidad de los elementos del sueño se muestra determinada de otro modo, y por dos factores independientes entre sí. Primero, es fácil ver que se figuran con particular intensidad aquellos elementos por los cuales se expresa el cumplimiento de deseo. Y después el análisis enseña que de los elementos más vívidos del sueño parten la mayoría de las ilaciones de pensamiento; que esos elementos más vívidos son, al mismo tiempo, los más determinados. No alteramos el sentido de este último enunciado, que obtuvimos empíricamente, si le damos la siguiente forma: Máxima intensidad muestran aquellos elementos del sueño para cuya formación se precisó del más vasto trabajo de condensación. Tenemos derecho a esperar, entonces, que esta condición, junto con la otra, la del cumplimiento de deseo, se expresen en una fórmula única. Quisiera que el problema que ahora empecé a tratar, el de las causas de la mayor o menor intensidad o nitidez de los elementos oníricos singulares, no se embrollase con un problema distinto, el que se refiere a la variable nitidez de sueños enteros o de tramos de sueños. En un caso, nitidez se opone a borrosidad, y en el otro, a confusión. Empero, es innegable que el incremento y el decremento de las cualidades ocurren al mismo paso en las dos escalas. Una parte del sueño, que se nos presenta clara, contiene las más de las veces elementos intensos; un sueño oscuro se compone, al contrario, de elementos menos intensos. No obstante, el problema que ofrece la escala que va desde lo que aparece claro hasta lo oscuro-confuso es más complejo que el de las variaciones de los elementos oníricos en cuanto a vivacidad todavía no podemos abordar aquí su elucidación, por razones que después detallaremos. En algunos casos se observa, no sin asombro, que la impresión de claridad o de falta de nitidez que nos deja un sueño nada significa respecto de su ensambladura, sino que brota del material onírico como un ingrediente de este. Así, recuerdo un sueño que, cuando cobré el sentido, me pareció tan bien ensamblado, tan claro y sin lagunas, que aún no del todo despierto me propuse crear una nueva categoría de sueños que no estarían sometidos al mecanismo de la condensación y del desplazamiento, sino que podrían designarse como «fantasías sobrevenidas durante el dormir». Un examen más atento reveló que este sueño raro mostraba en su ensambladura los mismos desgarramientos y saltos que cualquier otro; abandoné, pues, la categoría de las fantasías oníricas. Sintetizo el contenido del sueño: yo proponía a mi amigo [Fliess] una teoría sobre la bisexualidad, teoría difícil y largamente buscada, y al deseo que pugnaba por cumplirse en el sueño debe imputarse que dicha teoría (que por lo demás no se comunicaba en el sueño) nos pareciese clara y sin lagunas. Lo que yo tuve por un juicio sobre el sueño terminado no era sino un fragmento, y por cierto el fragmento esencial, del contenido onírico. El trabajo del sueño invadió en ese caso, por así decir, los primeros pensamientos de la vigilia, y me trasmitió como juicio sobre el sueño aquel fragmento del material onírico cuya figuración precisa no había logrado en el sueño. Un perfecto correspondiente de esto me lo proporcionó una paciente: primero por nada del mundo quiso contarme un sueño que tuvo durante el tratamiento, porque «es tan oscuro y tan confuso … », y por último lo contó bajo repetidas protestas de que no estaba segura de lo que exponía; en el sueño -entraban varias personas -ella, su marido y su padre- y era como si no hubiera sabido a ciencia cierta si su marido era su padre o quién era verdaderamente su padre o algo así. La confrontación de este sueño con las ocurrencias que ella tuvo en la sesión reveló sin lugar a dudas que se trataba de la historia, bastante corriente, de una muchacha de servicio que debió confesar que esperaba un hijo y hubo que oírle decir que estaba en duda sobre «quién era el verdadero padre (de la criatura)». Por consiguiente, la falta de claridad que mostraba el sueño era también un fragmento del material que lo suscitó. Un fragmento de ese contenido había sido fígurado en la forma del sueño. La forma del sueño o del soñar se usa con asombrosa frecuencia para figurar el contenido oculto. Glosas sobre el sueño, observaciones en apariencia inofensivas sobre él, sirven harto a menudo para ocultar de la manera más refinada un fragmento de lo soñado, al par que en verdad lo revelan. Por ejemplo, un soñante manifiesta: «Aquí el sueño se borra {verwischen; wischen: restregar, limpiar}», y el análisis saca a luz la reminiscencia infantil de una vez que espió con las orejas a una persona que se limpiaba después de defecar. También lo ilustra otro caso, que merece comunicarse con detalle: Un hombre j oven tiene un sueño muy claro; le recuerda fantasías de sus épocas de muchachito, que han permanecido concientes en él: anochece, él se encuentra en un hotel de vacaciones, equivoca el número de su habitación y entra en una pieza donde una señora mayor y sus dos hijas se desvisten para meterse en cama. Y prosigue: «Entonces hay unas lagunas en el sueño, ahí falta algo, y al final apareció un hombre en la habitación; quiso echarme de allí y tuve que pelear con él». En vano se empeña en recordar el contenido y el propósito de aquella fantasía de muchachito a que el sueño manifiestamente alude. Pero al final caemos en la cuenta de que el contenido buscado ya está presente en la manifestación sobre el pasaje oscuro del sueño. Las «lagunas» son las aberturas genitales de las mujeres que están por meterse en cama: «ahí falta algo» describe el carácter principal de los genitales femeninos. De muchacho lo consumía el apetito de saber {Wissbegierde}, de ver los genitales de una mujer, y entonces todavía se inclinaba a creer en la teoría sexual infantil que atribuye a la mujer la posesión del miembro masculino. De manera enteramente parecida se revistió una reminiscencia análoga de otro soñante. He aquí su sueño: Voy con la señorita K. al restaurante del Volksgarten … viene luego un pasaje oscuro, una interrupción. . ., después me encuentro en la sala de un burdel, donde veo a dos o tres mujeres, una de ellas en camisa y calzón. Análisis La señorita K. es la hija de un jefe que él tuvo antes y es, según admite, un sustituto de la hermana. Tuvo muy pocas ocasiones de hablar con ella, pero una vez hubo un coloquio entre ellos en el que «cada uno reconoció, por así decir, su sexo, como si uno dijese: Yo soy hombre y tú eres mujer». En el restaurante indicado sólo estuvo en una oportunidad acompañando a la hermana de un cuñado, una muchacha que le era por completo indiferente. Otra vez acompañó a un grupo de tres damas hasta la entrada de ese restaurante. Las damas eran su hermana, su cuñada y la hermana de su cuñado, ya mencionada; las tres le eran en extremo indiferentes, pero todas pertenecían a la clase de «las hermanas». Rara vez ha visitado burdeles, quizás en dos o tres ocasiones durante toda su vida. La interpretación se apoyó en el «pasaje oscuro», la «interrupción» del sueño. Se averiguó que de muchacho, en su apetito de saber, había inspeccionado, aunque sólo contadas veces, los genitales de su hermana, unos años menor que él. Días después tuvo el recuerdo conciente del desaguisado a que aludía el sueño. Todos los sueños de una misma noche pertenecen por su contenido a una misma totalidad; su división en varios fragmentos, el modo en que se agrupan y su número, todo eso rebosa de sentido y puede considerarse parte de la comunicación que proviene de los pensamientos oníricos latentes. (ver nota)(396) En la interpretación de sueños que constan de varios fragmentos principales o, en general, de aquellos que corresponden a una misma noche no puede echarse a olvido la posibilidad de que esos diversos sueños, que se siguen unos a otros, signifiquen lo mismo, expresen en un material diferente mociones idénticas. De estos sueños homólogos, el primero de la serie es a menudo el más desfigurado y pudoroso, y el que le sigue, más atrevido y nítido. Ya el sueño bíblico del Faraón, el sueño de las mieses y las vacas interpretado por José, era de este tipo. En Josefo (Antiquilates Judaicae {Antigüedades judías}, libro 11, capítulos 5 y 6) lo encontramos relatado con más detalle. Después que el rey contó el primer sueño, dijo: «Luego de esta primera visión onírica desperté inquieto y me puse a reflexionar sobre lo que pudiera significar, pero estando en eso volví a dormirme poco a poco y tuve un segundo sueño, mucho más extraño, que me infundió un terror y me provocó una confusión todavía mayores». Escuchado el relato del sueño, dijo José: «Tu sueño, ¡oh rey!, es por su apariencia otro, pero las dos visiones tienen un solo significado». Jung, en «Ein Beitrag zur Psychologie des Gerüchtes» (1910d), cuenta el modo en que el sueño disfrazadamente erótico de una colegiala fue comprendido, sin que mediase interpretación, por sus amigas, quienes lo resoñaron con variantes. Y respecto de uno de estos relatos del sueño observa que «el pensamiento final de una larga serie de imágenes oníricas contiene precisamente aquello que se intentó figurar ya en la primera imagen de la serie, La censura aparta al complejo a la mayor distancia posible mediante renovados encubrimientos simbólicos, desplazamientos, disfraces inocentes, etc.» . Scherner conoció bien esta propiedad de la figuración en los sueños y la describe, dentro de su doctrina de los estímulos de órgano , como una ley particular (1861, pág. 166): «Pero en definitiva la fantasía, en todas las formaciones oníricas simbólicas que parten de estímulos nerviosos determinados, obedece a una ley de validez universal: al comienzo del sueño ella pinta el objeto estimulador sólo en las alusiones más lejanas y libres, pero al final, supuestamente cuando se agotó su caudal pictórico, pinta en toda su desnudez al estímulo mismo, al órgano que le corresponde o a su función, con lo cual el sueño, habiendo designado a su ocasión orgánica, toca a su fin. . . ». Una bella confirmación de esta ley de Scherner es la ofrecida por Otto Rank (1910a) . Comunica este el sueño de una muchacha, que se componía de dos sueños separados en el tiempo y habidos en una misma noche; el segundo concluyó con una polución {Pollution}. Este sueño de polución pudo ser interpretado hasta los detalles renunciando casi a las contribuciones de la soñante, y la multitud de recíprocas referencias que presentaban los dos contenidos oníricos permitió reconocer que el primer sueño expresaba, con figuración pudorosa, lo mismo que el segundo, de manera que este, el sueño de polución, hubo de ayudar a la explicación plena del primero. A partir de estos ejemplos, y con buen derecho, Rank elucida la significación de los sueños de polución para la teoría del soñar en general. No obstante, según mi experiencia, sólo en pocos casos estamos en condiciones de reinterpretar la claridad o la confusión del sueño por la presencia de una certeza o una duda en el material onírico. Después habré de revelar el factor de la formación del sueño, hasta aquí no mencionado, de cuya influencia depende en lo esencial esta escala de cualidades. En muchos sueños en que la misma situación e idéntico escenario persisten durante algún tiempo, sobrevienen interrupciones que son descritas con las siguientes palabras: «Pero después es como si fuera simultáneamente otro lugar, y allí sucediera esto y aquello». Eso que así interrumpe el tratamiento principal del sueño, el cual puede proseguirse luego de un momento, resulta ser en el material onírico una oración incidental, un pensamiento intercalado. La cláusula condicional incluida en los pensamientos oníricos se figura en el sueño por simultaneidad (el «si … » se convierte en «cuando…»). ¿Qué significa la sensación, que tantas veces se produce en sueños, de no poder movernos, y que tanto se aproxima a la angustia? Queremos avanzar y no nos movemos del sitio, queremos ejecutar algo y chocamos con obstáculos que nos lo impiden. El tren ya se pone en movimiento, y no podemos alcanzarlo; levantamos la mano para vengar una ofensa, y la mano no nos responde, etc. Ya tropezamos con esta sensación a raíz de los sueños de exhibición, pero todavía no hemos hecho un serio intento de interpretarla. Es fácil, pero insuficiente, responder que mientras se duerme prevalece una parálisis motriz que se hace notar por medio de la sensación mencionada. Tenemos derecho a preguntar: ¿Por qué entonces no se sueña permanentemente con tales inhibiciones del movimiento?, y podemos conjeturar que esta sensación que se engendra en todo momento mientras dormimos sirve a fines cualesquiera de la figuración, y sólo se la convoca cuando el material onírico necesita ser figurado de esa manera. El no-poder-consumar-nada no siempre emerge en el sueño como sensación, sino a veces simplemente como fragmento del contenido onírico. Juzgo a uno de estos casos particularmente apto para esclarecernos sobre la intencionalidad de este requisito del sueño. Comunicaré de manera abreviada un sueño en que yo aparezco culpado {beschuIdigt(397)} de deslealtad. El escenario es una mezcla de un sanatorio privado y varios otros locales. Aparece un servidor que me llama para una revisión. En el sueño yo sé que se ha echado de menos algo y la revisión se hace por la sospecha de que yo me apropié de lo que se perdió. El análisis muestra que «revisión» ha de tomarse en doble sentido, e incluye examen médico. Conciente de mi inocencia {Unschuld} y de mi función de médico de consulta en ese instituto, mai-ho (gehen) tranquilo con el servidor. En una puerta nos recibe {empfängen} otro servidor, que dice, señalándome: «Lo ha traído usted a él, él es un hombre decente {decoroso}». Entro después sin servidor a una gran sala donde hay máquinas y que me recuerda a un «Inferno» con sus faenas de diabólicos castigos. Encepado en un aparato veo a un colega que tendría todas las razones para hacer caso de mí; pero no repara en mí. Dicen entonces que ahora puedo marcharme {gehen}. Pero no encuentro mi sombrero y no puedo marcharme. Es manifiesto en el sueño el cumplimiento de deseo: que me reconozcan como hombre honrado y me dejen marcharme; por tanto, en los pensamientos oníricos tiene que haber diversos materiales que contengan la contradicción a ello. Que tenga permiso para marcharme es el signo de mi absolución; y entonces, si el sueño trae al final un acontecimiento que suspende mi marcha, cabe inferir que en este rasgo se impone el material, sofocado, de esa contradicción. Que yo no encuentre el sombrero significa, entonces: «De spués de todo no eres un hombre honrado». El no-poder-consumar-nada del sueño es una expresión de contradicción, un «no», por lo cual debemos corregir nuestra anterior afirmación según la cual el sueño no puede expresar el no. En otros sueños, donde el no-poder-consumar un movimiento ocurre como sensación y no meramente como situación, esa misma contradicción es expresada con más fuerza por la sensación de movimiento inhibido, como una volición a la que se opone una volición contraria. La sensación del movimiento inhibido figura, por tanto, un conflicto de la voluntad. Después sabremos que precisamente la parálisis motriz que acompaña al dormir se cuenta entre las condiciones fundamentales del proceso psíquico que ocurre mientras se sueña. Ahora bien, el impulso trasferido a las vías motrices no es otra cosa que la volición, y el hecho de que estemos ciertos de percibir este impulso, mientras dormimos, como inhibido hace que todo el proceso se vuelva tan excepcionalmente apto para figurar la voluntad y el «no» que se le opone. La explicación que yo doy a la angustia permite entender también con facilidad que la sensación de voluntad inhibida se avecine tanto a la angustia y tan a menudo se conecte con ella en sueños. La angustia es un impulso libidinoso que parte de lo inconciente y es inhibido por lo preconciente. Por eso toda vez que en sueños la sensación de inhibición se conecta con la angustia tiene que estar en juego una volición que alguna vez fue capaz de desarrollar libido en torno de una moción sexual. El significado del juicio emergente durante un sueño: «Esto no es más que un sueño», y el poder psíquico a que haya de adscribír selo, son cosas que elucidaremos en otro lugar. Anticiparé que está destinado a restar importancia a lo soñado. El interesante problema, afín a este, que consiste en averiguar lo que se expresa cuando cierto contenido se designa en el sueño mismo como «soñado», el enigma del «sueño en el sueño», ha sido resuelto en un sentido semejante por Stekel [1909, págs. 459 y s igs.], mediante el análisis de algunos ejemplos convincentes. La intención es también desvalorizar a lo «soñado» del sueño, arrebatarle su realidad; lo que se sigue soñando después de despertar del «sueño dentro del sueño» es lo que el deseo onírico quiere poner en lugar de la realidad borrada. Puede entonces suponerse que lo «soñado» contiene la figuración de la realidad, el recuerdo real, y el sueño que sigue, al contrario, la figuración de lo que el soñante meramente desea. La inclusión de cierto contenido en un «sueño dentro del sueño» es equivalente a desear que ojalá lo así designado como sueño no hubiera ocurrido. Con otras palabras: cuando un determinado hecho es situado [como un sueño] dentro de un sueño por el propio trabajo del sueño, ello implica la más decisiva corroboración de la realidad de ese hecho, su más fuerte afirmación {Bejahung: decir sí}. El trabajo del sueño usa al soñar mismo como una forma de repulsa y así da testimonio de que el sueño es cumplimiento de deseo.