El inconsciente psicoanalítico-La experiencia escoptofílica es pasivizante (segunda parte)

El inconsciente psicoanalítico- La experiencia escoptofílica es pasivizante (segunda parte)

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El está de un lado, los lobos del otro: es la simbolización del rol, en la determinación de su psicosis, de su deseo, que sus deseos sean reconocidos por el otro y encuentren así su sentido. Otra vuelta está marcada por el sueño de la destrucción de los íconos: estos representan el resorte, la significación fundamental en relación al dogma cristiano: el Dios encarnado en un hombre: rechazar las imagenes santas es negar la encarnación. En el momento de su neurosis infantil, la religión estuvo a punto de socializar sus dificultades (esboza de curación). Pero esto tropezó con el dogma de la encarnación. Las relaciones entre Dios Padre e Hijo son sentidas como masoquistas y lo reenvían a su angustia fundamental ante la pasivización absoluta de la escena primitiva. Todo su yo (moi) no es otra cosa que la negación de su pasividad fundamental. Su tipo de identificación está fundado sobre la relación simbólica humana y cultural que define al Padre, no solamente como el Genitor, sino también como amo de poder soberano: relación de amo a esclavo. Toda la historia del sujeto está escindida por la búsqueda de un Padre simbólico y castigador, pero sin éxito. El padre real es muy gentil y, además, disminuido. Lo que Freud ha visto más claro en la transferencia paterna, es el temor de ser devorado. Se debe recordar la concepción dialéctica de la experiencia analítica. En la relación de la palabra misma, todos los modos de relación posible entre los seres humanos se manifiestan. Hay una diferencia entre un sujeto que dice «yo soy así» y un sujeto que dice «le pido que me diga quién soy». Hay una función de la palabra que, aunque sea una función de desconocimiento o de mentira deliberada, existe sin embargo una cierta relación con lo que ella está encargada de hacer reconocer negándolo. Alrededor de este don de la palabra se establece cierta relación de transferencia. Entonces, lo que pasa entre el sujeto y su analista es un don: el de la palabra. El sujeto no se hace pues reconocer sino al final. El don va del sujeto al analista. Y más, el sujeto da dinero. ¿Por qué? Hay aquí una paradoja aparente. El don de dinero no es una pura y simple retribución (la palabra honorarios, además, lo testimonia). Para comprender este don de dinero, debemos compararlo a las prestaciones de los primitivos que sacralizan las cosas. El don de dinero al analista tiene la misma significación que el don que hace el discípulo al maestro, pero esto constituye al maestro como garante de esta palabra y asegura que no la cambia, que continuará velando por ello. ¿Cuál ha sido pues la función del dinero en el conjunto de la historia del sujeto? Es un sujeto que tiene una estructura mental de «rico». El modo de relación dialéctica entre el Hijo y el Padre en el Edipo entraña una identificación a un padre que sea un verdadero padre: un amo (maître = maestro, amo) que tiene riesgos y responsabilidades. Hay algo totalmente diferente entre eso y la estructura burguesa que gana actualmente. Lo que se transmite es entonces el patrimonio. De ello resulta que, en el sujeto, es evidente el carácter alienante de este poder encerrado por la riqueza. Eso recubrió esta relación con el Padre, que nunca pudo ser otra que narcisista. Y la muerte de la hermana tiene este sentido: «yo soy el único heredero». Si un enfermo como ese viene a encontrar a Freud, esto muestra que en su miseria, su abyección de rico, él quiere demandar algo. El intenta establecer algo nuevo. Freud es un amo al cual demanda socorro. El resorte de la relación que intenta establecer es que ella es la vía por donde él quiere establecer una relación paternal. No llega a ello pues Freud era un poco por demás un amo. Su prestigio personal tendía a abolir entre él y el enfermo cierto tipo de transferencia: Freud estuvo demasiado identificado a un padre demasiado supremo para poder ser eficaz. Eso deja al sujeto en su circuito infernal. Jamás ha habido padre que simbolice y encarne el Padre, le damos el «nombre del Padre» al lugar. Al comienzo, había una relación de amor real con el padre, pero eso entrañaba la reactivación de la angustia de la escena primitiva. La búsqueda del padre simbólico entraña el temor de la castración, y eso lo rechaza al padre imaginario de la escena primitiva. Así se establece un círculo vicioso. Con Freud, él jamás pudo asumir sus relaciones con él. Era «un paddre demasiado fuerte» y Freud debió hacer operar el apremio temporal y «darle la palabra de su historia» Pero él, el enfermo, no la ha conquistado ni asumido. El sentido queda alineado del lado de Freud, quien continúa siendo su poseedor. Toda la cuestión del dinero está sobre el mismo plano. Freud hizo pagar al «Hombre de los Lobos» como un enfermo muy rico, y para tal enfermo muy rico eso no tenía significación (al final solamente, eso representaba una suerte de castración). Ahí se reencuentra la dialéctica del doble don, y eso es así a todo lo largo de la observación. Cuando el sujeto vuelve a ver a Freud por un síntoma histérico (constipación), Freud levanta este síntoma bastante fácilmente, pero sobre el otro plano ocurre una linda catástrofe: Freud se deja implicar en una suerte de culpabilidad a la inversa: le da una renta: el sujeto ahora ha pasado al rango de momia psicoanalítica mientras que ya no llegaba a la asunción de su persona. El paranoico se cree el objeto del interés universal y el sujeto construye su delirio narcisista. La realización narcisista está ayudada por la acción de Freud, quien ha invertido el don de dinero. Si el genio de R. M. Brunswick fue grande, ella no lo formula siempre bien. Si ella ha podido hacer algo es en la medida en que, por su posición, ella coincidía con el personaje de la hermana. Ella estaba objetivamente entre Freud y el enfermo, subjetivamente Freud vino siempre entre el enfermo y ella. Ella tiene éxito allí donde la hermana había fracasado. El padre estaba demasiado cerca del enfermo, la hermana también (ella había hecho su identificación al padre y es activa en su relación y de una manera traumática, demasiado próxima, que entraña el mismo pánico de la pasivización que ante el padre. Ella es identificada al padre por el enfermo). En lugar de eso, R.M. Brunswick supo a la vez participar de cierta dureza propia del personaje paternal, por otro lado, ella somete a la realidad del sujeto: Hay una especie de retorno a la escuela del sujeto por lo que los chinos llaman «dulzura maleable de la mujer». Ella sabe mostrarle que ella no es adherente a Freud, es decir, que no está identificada al padre y que «no es demasiado fuerte». El sujeto es vuelto a parir por ella y, esta vez, de la buena manera. La gratuidad del tratamiento no ha jugado el mismo papel que en las relaciones con Freud (y de este modo ella se distingue de la hermana) y lo que sucede entre ellos no es del mismo orden que lo que sucede en un análisis: es más una psicopedagogía, donde se discute de la realidad, que un análisis propiamente dicho. En la medida en que el sujeto se ha despegado de la imagen del Padre omnipotente y que ve que este padre no lo ama tanto, la salida fue favorable. El sujeto acepta no ser un amo (maître) y ya no está entre dos sillones. Digamos finalmente que su análisis fue influenciado por la búsqueda de Freud a propósito de la realidad o no realidad de las escenas primitivas y se ve, ahí también las estrechas relaciones entre la transferencia y la contratransferencia.