El olvido de nombres propios

El olvido de nombres propios

En el volumen de Monatsschrift für Psychiatrie und Neurologie de 1898 he publicado, con el título de «Sobre el mecanismo psíquico de la desmemoria», un breve ensayo cuyo contenido he de recapitular aquí, tomándolo como punto de partida para ulteriores elucidaciones. En ese trabajo sometí al análisis psicológico, en un sugestivo ejemplo observado en mí mismo, el frecuente caso del olvido temporario de nombres propios, y llegué a la conclusión de que ese episodio, trivial y de escasa importancia práctica, de fracaso de una función psíquica -el recordar-, admite un esclarecimiento que rebasa considerablemente la valoración usual del fenómeno.

Si no me equivoco mucho, un psicólogo a quien se le demandara explicar por qué tan a menudo no se nos ocurre cierto nombre que empero creemos conocer, se conformaría con responder que los nombres propios sucumben al olvido más que otros contenidos de la memoria. Y aduciría las verosímiles razones de tal proclividad de los nombres propios, sin conjeturar ningún condicionamiento de otro alcance para ese hecho.

La ocasión que me indujo a considerar en profundidad este fenómeno del olvido temporario de nombres fue observar ciertos detalles que, si bien no se presentan en todos los casos, en algunos se disciernen con bastante nitidez: en estos últimos no sólo se produce un olvido, sino un recuerdo fal so. En el empeño por recuperar un nombre así, que a uno se le va de la memoria, acuden a la conciencia otros -nombres sustitutivos-, y estos, aunque discernidos enseguida como incorrectos, una y otra vez tornan a imponerse con gran tenacidad. El proceso destinado a reproducir el nombre que se busca se ha desplazado {descentrado}, por así decir, llevando de tal suerte hasta un sustituto incorrecto. Pues bien, mi premisa es que tal desplazamiento no es dejado al libre albedrío psíquico, sino que obedece a unas vías {Bahn} calculables y ajustadas a ley. Con otras palabras: conjeturo que el nombre o los nombres sustitutivos mantienen un nexo pesquisable con el nombre buscado, y espero que, si consigo rastrear ese nexo, habré de arrojar luz también sobre el proceso del olvido de nombres.

En el ejemplo que en 1898 escogí para analizar, me empeñaba yo vanamente en recordar el nombre del maestro de cuya mano proceden, en la catedral de Orvieto, los grandiosos frescos sobre las «cosas últimas». En lugar del buscado -Signorelli- se me imponían otros dos nombres de pintores -Botticelli y Boltraffio-, que enseguida y de manera terminante mi juicio rechazaba por incorrectos. Cuando otra persona hubo de comunicarme el nombre verdadero, lo discerní al punto y sin vacilar. La indagación de los influjos y los caminos asociativos por los cuales la reproducción se había desplazado de aquella manera -desde Signorelli hasta Botticelli y Boltraffio-, me condujo a las siguientes conclusiones:

a. La razón de que se me pasara de la memoria el nombre de Signorelli no debe buscarse en una particularidad del nombre como tal, ni en un carácter psicológico del nexo en que se insertaba. El nombre olvidado me era tan familiar como uno de los nombres sustitutivos -Botticelli-, y muchísimo más que el otro -Boltraffio-, de cuyo portador apenas sabía indicar otra cosa que su pertenencia a la escuela de Milán. Y en cuanto al nexo dentro del cual sucedió el olvido, me parece inocente y no produce un ulterior esclarecimiento: Viajaba yo en coche con un extraño desde Ragusa, en Dalmacia, hacia una estación de Herzegovina; durante el viaje dimos en platicar sobre Italia, y yo pregunté a mi compañero si ya había estado en Orvieto y contemplado allí los famosos frescos de X.

b. Esté olvido de nombre sólo se explica al recordar yo el tema inmediatamente anterior de aquella plática, y se da a conocer como una perturbación del nuevo tema que emergía por el precedente. Poco antes de preguntarle a mi compañero de viaje si ya había estado en Orvieto, conversábamos acerca de las costumbres de los turcos que viven en Bosnia y en Herzegovina.

Yo le había contado lo que me dijera un colega que ejerció entre esa gente, y era que suelen mostrar total confianza en el médico y total resignación ante el destino. Cuando es forzoso anunciarles que el enfermo no tiene cura, ellos responden: «Herr {señor}, no hay nada más que decir. ¡Yo sé que si se lo pudiera salvar, lo habrías salvado!». En estas frases ya se encuentran las palabras y nombres: Bosnia, Herzegovina, Herr, que se pueden interpolar en una serie asociativa entre Signorelli y Botticelli – Boltraffio.

c. Supongo que la serie de pensamiento sobre las costumbres de los turcos en Bosnia, etc., cobró la capacidad de perturbar un pensamiento siguiente porque yo había sustraído mi atención de ella antes que concluyera. Lo recuerdo bien; quería yo contar una segunda anécdota que en mi memoria descansaba próxima a la primera. Estos turcos estiman el goce sexual por sobre todo, y en caso de achaques sexuales caen en un estado de desesperación que ofrece un extraño contraste con su resignada actitud ante la proximidad de la muerte. Uno de los pacientes de mí colega le había dicho cierta vez: «Sabes tú, Herr, cuando eso ya no ande, la vida perderá todo valor». Yo sofoqué la comunicación de ese rasgo característico por no querer tocar ese tema en plática con un extraño. Pero hice algo más: desvié mi atención también de la prosecución de estos pensamientos, que habrían podido anudárseme al tema «muerte y sexualidad». Estaba por entonces bajo el continuado efecto de una noticia que había recibido pocas semanas antes, durante una breve residencia en Trafoi. Un paciente que me importaba mucho había puesto fin a su vida a causa de una incurable perturbación sexual. Sé con precisión que en todo *aquel viaje a Herzegovina no acudió a mi recuerdo conciente ese triste suceso, ni lo que con él se entramaba. Pero la coincidencia Trafoi – Boltraffio me obliga a suponer que en aquel tiempo la reminiscencia de lo ocurrido con mi paciente, no obstante el deliberado desvío de mi atención, se procuró una acción eficiente dentro de mí.

d. Ya no puedo concebir el olvido del nombre de Signorelli como algo casual. Debo admitir el influjo de un motivo en este proceso. Fueron unos motivos los que me hicieron interrumpirme en la comunicación de mis pensamientos (sobre las costumbres de los turcos, etc.) y, además, me influyeron para excluir que devinieran concientes en mi interior los pensamientos a ello anudados, que habrían llevado hasta la noticia recibida en Trafoi. Por tanto, yo quise olvidar algo, había reprimido algo. Es verdad que yo quería olvidar otra cosa que el nombre del maestro de Orvieto; pero esto otro consiguió ponerse en conexión asociativa con su nombre, de suerte que mi acto de voluntad erró la meta, y yo olvidé lo uno contra mi voluntad cuando quería olvidar lo otro adrede. La aversión a recordar se dirigía contra uno de los contenidos; la incapacidad para hacerlo surgió en el otro. El caso sería más simple, evidentemente, si aversión e incapacidad de recordar hubieran recaído sobre un mismo contenido. Y, por su parte, los nombres sustitutivos ya no me parecen tan enteramente injustificados como antes del esclarecimiento; me remiten (al modo de un compromiso) tanto a lo que yo quería olvidar como a lo que quería recordar, y me enseñan que mi propósito de olvidar algo ni se logró del todo ni fracasó por completo.

e. Asaz llamativa es la índole del enlace que se estableció entre el nombre buscado y el tema reprimido (el tema de «muerte y sexualidad», dentro del cual intervienen los nombres Bosnia, Herzegovina, Trafoi). El esquema que ahora intercalo [figura 11, tray éndolo del ensayo de 1898, procura figurar gráficamente ese enlace.

El nombre de Signorelli está ahí separado en dos fragmentos. De los pares de sílabas, uno retorna inmodificado en uno de los nombres sustitutivos (elli), y el otro, merced a la traducción Signor – Herr {señor}, ha cobrado múltiples y diversos vínculos con los nombres contenidos en el tema reprimido, y por eso mismo se perdió para la reproducción. Su sustituto se produjo como si se hubiera emprendido un desplazamiento a lo largo de la conexión de nombres «Her zegovina y Bosnia», sin miramiento por el sentido ni por el deslinde acústico entre las sílabas. Vale decir que en este proceso los nombres han recibido parecido trato que los pictogramas de una frase destinada a trasmudarse en un acertijo gráfico (rebus). Y de todo el trámite que por tales caminos procuró los nombres sustitutivos en lugar de Signorelli, no fue dada noticia alguna a la conciencia. En un primer abordaje no se rastrea, entre el tema en que se presenta el nombre de Signorelli y el tema reprimido que lo precedió en el tiempo, un vínculo que rebase ese retorno de las mismas sílabas (o, más bien, secuencias de letras).

Acaso no huelgue señalarlo: las condiciones que los psicólogos suponen para la reproducción y el olvido, pesquisables, según ellos, en ciertas relaciones y predisposiciones, no son contradichas por el esclarecimiento que antecede. Simplemente, para ciertos casos, agregamos un motivo a todos los factores admitidos de tiempo atrás, capaces de producir un olvido; y por otra parte aclaramos el mecanismo del recordar fallido. También para nuestro caso son indispensables aquellas predisposiciones; ellas crean la posibilidad de que el elemento reprimido se apodere por vía asociativa del nombre buscado y lo arrastre consigo a la represión.

Acaso ello no habría acontecido con otro nombre que poseyera unas condiciones de reproducción más favorables. Es verosímil, en efecto, que un elemento sofocado se afane siempre por prevalecer en alguna otra parte, pero sólo alcance este resultado allí donde unas condiciones apropiadas lo solicitan. En otros casos sobreviene una sofocación sin perturbación funcional o, como podemos decir con acierto, sin síntomas.

Resumamos ahora las condiciones para el olvido de un nombre con recordar fallido: 1) cierta predisposición para su olvido; 2) un proceso de sofocación trascurrido poco antes, y 3) la posibilidad de establecer una asociación extrínseca entre el nombre en cuestión y el elemento antes sofocado. Es probable que no debamos exagerar esta última condición, pues posiblemente se cumpla en la inmensa mayoría de los casos, dado que los requisitos que debe cumplir la asociación son mínimos. Otro problema, y de más profundo alcance, es saber si tal asociación extrínseca puede ser, en efecto, condición suficiente para que el elemento reprimido perturbe la reproducción del nombre que se busca, o sea, si no hace falta todavía un nexo más íntimo entre los dos temas. En un abordaje superficial, uno tendería a rechazar este último reclamo y a considerar suficiente la contigüidad en el tiempo, a despecho de contenidos enteramente dispares. Pero en una indagación profundizada se descubre, para más y más casos, que los dos elementos enlazados por una asociación extrínseca (el reprimido y el nuevo) poseen por añadidura un nexo de contenido, cuya existencia se puede demostrar también en el ejemplo de «Signorelli».

El valor de la intelección que hemos ganado con el análisis del ejemplo de «Signorelli» depende, claro está, de que queramos declarar típico este caso, o lo consideremos sólo un suceso aislado. Y bien, debo aseverar que el olvido de nombres con recordar fallido, tal como lo resolvimos en el caso de «Signorelli», es de frecuentísima ocurrencia. Casi todas las veces que pude observar en mí mismo este fenómeno, fui capaz de explicármelo también por represión, de la manera ya consignada. Tengo que aducir todavía otro punto de vista en favor de la naturaleza típica de nuestro análisis. Creo ¡lícito separar por principio el caso del olvido de nombres con recordar fallido de aquellos otros en que no acudieron nombres sustitutivos incorrectos. Es que estos últimos surgen de manera espontánea en cierto número de casos, pero en otros, en que no afloraron así, se puede hacerlos emerger concentrando la atención, y entonces muestran con el elemento reprimido y con el nombre buscado los mismos vínculos que en aquellos se rastrean. Para el devenir-conciente del nombre sustitutivo parecen decisivos dos factores: en primer lugar, el empeño de la atención y, en segundo, una condición interna propia del material psíquico. Buscaría esta última en la mayor o menor facilidad Con que se establezca entre ambos elementos la asociación extrínseca requerida. Así pues, buena parte de los casos de olvido de nombres sin recordar fallido se asimilan a los casos con formación de nombres sustitutivos para los que rige el mecanismo del ejemplo de «Signorelli». Es claro, no tendré la osadía de afirmar que todos los casos de olvido de nombres deban incluirse en ese mismo grupo. Los hay, sin duda, de proceso mucho más simple. Habremos expuesto la relación de cosas con la suficiente cautela sí enunciamos: junto al olvido simple de nombres propios, se presenta también un olvido que está motivado Por represión.