Las emociones y la inteligencia: emociones y vida afectiva (Daniel Goleman)

Todo ser vivo es un organismo sensible y, por lo tanto, receptivo a los estímulos del medio ambiente interno y externo. Esta capacidad de ser afectado y de afectar, tiene como efecto un cambio en el estado del organismo que puede devenir en una conducta emitida hacia el medio externo como respuesta. A este movimiento de afectar y ser afectado que ocurre entre el organismo y su medio ambiente, llamamos vida afectiva.

Nuestros sentimientos más profundos, nuestras emociones, nuestras pasiones y anhelos, están en relación directa con nuestras vivencias y experiencias, ellas nos guían cuando se trata de enfrentar momentos difíciles y tareas demasiado importantes para dejarlas sólo en manos de nuestro intelecto: los peligros, las pérdidas dolorosas, la persistencia hacia una meta a pesar de los fracasos, los vínculos con un compañero o con la familia. Cada emoción nos ofrece una disposición definida a actuar (a responder), cada una de ellas nos señala una dirección que ha funcionado bien para ocuparse de los desafíos repetidos de la vida humana, lo que implica que las emociones han cumplido y cumplen una función adaptativa y de desarrollo de la especie humana.
Para Daniel Goleman, las emociones son en esencia impulsos para actuar, son planes instantáneos para enfrentarnos a la vida que la evolución nos ha inculcado. Así, cada emoción prepara al cuerpo para una clase distinta de respuesta:
• Ira: la sangre fluye a las manos y así resulta más fácil tomar un arma o golpear un enemigo, el ritmo cardíaco se eleva, lo mismo que el nivel de adrenalina, lo que garantiza que se podrá cumplir cualquier acción vigorosa.
• Miedo: la sangre va a los músculos esqueléticos, en especial a los de las piernas, para facilitar la huida. El organismo se pone en un estado de alerta general y la atención se fija en la amenaza cercana.
• Felicidad: aumenta la actividad de los centros cerebrales que inhiben los sentimientos negativos y pensamientos inquietantes. El organismo está mejor preparado para encarar cualquier tarea, con
buena disposición y estado de descanso general.
• Amor: se trata del opuesto fisiológico al estado de "lucha o huye" que comparten la ira y el miedo. Las reacciones parasimpáticas generan un estado de calma y satisfacción que facilita la cooperación.
• Sorpresa: el levantar las cejas permite un mayor alcance visual y mayor iluminación en la retina, lo que ofrece más información ante un suceso inesperado.
• Disgusto: la expresión facial de disgusto es igual en todo el mundo (el labio superior torcido y la nariz fruncida) y se trataría de un intento primordial por bloquear las fosas nasales para evitar un olor nocivo o escupir un alimento perjudicial.
• Tristeza: el descenso de energía tiene como objeto contribuir a adaptarse a una pérdida significativa (resignación).
Estas reacciones emocionales y su correlato conductual están modeladas, además, por nuestra experiencia de vida y nuestra cultura.
Nuestras emociones más profundas y duraderas, a las cuales llamamos sentimientos y que constituyen la base de nuestra vida afectiva, son necesidades inherentes al ser humano. El movimiento de la vida afectiva tiene dos direcciones: hacia la unión y la dependencia afectiva, o hacia la separación e independencia afectiva. Cuando una persona vive sucesivas frustraciones en su movimiento hacia la unión afectiva -no es recibida o es abiertamente rechazada- su reacción puede ser la de resentirse y adoptar la actitud de indiferencia como mecanismo defensivo. Una defensa creada para evitar sentir el dolor generado por la frustración en su necesidad de dependencia afectiva. Esto implica una inhibición o negación de su sensibilidad afectiva, lo que puede traer como consecuencia dificultades para actuar en forma empática, o para generar vínculos profundos y auténticos por el temor al rechazo, generando una inseguridad en sí mismo dada, su percepción de incapacidad de atraer y retener al otro.
Cuando una persona vive sucesivas frustraciones en su movimiento hacia la separación afectiva, puede sentirse culpable de herir y adoptar una actitud de sensiblería exigente y exceso de susceptibilidad en sus relaciones interpersonales, sintiéndose incomprendida y buscando que las personas que la rodean se hagan cargo de su dolor y frustración, no haciéndose responsable de lo que le pasa.
Cuando la persona presenta carencias en una u otra dirección, en lugar de buscar en sí misma la causa de su dolor y darle solución en su interior, busca malhechores en el medio externo que justifiquen su resentimiento. Su tendencia será a percibir un medio hostil, a manipular las relaciones y el medio externo sin un beneficio para nadie.
Por lo tanto, nuestra capacidad para reconocer y manejar nuestras emociones, es vital para lograr un equilibrio en la relación con el medio y en la satisfacción de nuestras naturales y sentidas necesidades de plenitud afectiva.