El psicoanálisis y las ciencias sociales

El psicoanálisis y las ciencias sociales – Pichón Rivière y Gino Germani

Enrique Enrique Pichón Rivière y Gino Germani:  El psicoanálisis y las ciencias sociales* (Hugo Vezzetti)

psicoanálisis y ciencias sociales
Enrique Pichón Rivière y Gino Germani



RESUMEN

    El presente trabajo forma parte de una investigación mayor sobre el psicoanálisis en el campo intelectual y cultural de los sesenta. La obra inicial de Enrique Pichón Rivière sobre el vínculo y los grupos es examinada en el contexto del nuevo discurso sobre la sociedad argentina, en particular en relación con los primeros trabajos de Gino Germani. El proyecto de renovación de las ciencias sociales y el impacto del psicoanálisis más allá de la institución clínica, parecen encontrar una base común en cierta sensibilidad hacia el cambio social que se focaliza en la familia y las interacciones grupales.
Palabras claves: Psicoanálisis – Ciencias sociales – Historia – Argentina

Una sociedad en transición. La idea de la «transición» (de la sociedad tradicional a la sociedad de masas) dominaba la visión que Germani construía sobre la sociedad argentina en los ‘50. No voy a detenerme en los lineamientos de su formación y de su obra sociológica. En todo caso, lo que me interesa explorar en torno de la noción de «transición» es el núcleo de significaciones que se refieren a la percepción de los procesos de cambio social y cultural. Ante todo, porque en esa «sensibilidad de cambio» se sostiene la trama de discursos que van a producir una convergencia novedosa del psicoanálisis con los temas y los enfoques de las ciencias sociales. [i] Un conjunto de visiones retrospectivas sobre esos años han puesto el acento sobre los signos de la modernización cultural posteriores a la caída del peronismo: la universidad, las nuevas revistas y editoriales, las transformaciones del gusto en el cine y la literatura que acompañaron el creciente protagonismo de las capas medias. [ii]  Desde esas significaciones más o menos establecidas, volver a las tesis de Germani significa resaltar la centralidad de las transformaciones económicas y sociales enlazadas a la idea central del desarrollo. La industrialización estaría en la base de un gigantesco proceso de urbanización que no se agotaba en los procesos de migración del campo a la ciudad sino que adquiría el carácter de una transformación fundamental hacia una nueva sociedad; y como la civilización para Sarmiento, la transición a una nueva sociedad dependía, para Germani, de la generalización de las pautas propias de una sociedad urbana.
    Ahora bien, si se buscan en los primeros trabajos de Germani, hacia los ‘40, algunas claves de ese itinerario que lo llevó a un encuentro inédito con el psicoanálisis y la antropología cultural, lo que resalta es la incorporación temprana de un enfoque genéricamente “culturalista” con el propósito de indagar los componentes «subjetivos» de lo  que llamaba la “crisis contemporánea”. O más bien, era la proposición general de un examen simultáneo de sus condiciones «objetivas» y subjetivas», lo que justificaba la reunión de Harold Laski con Erich Fromm. De modo que si Germani llegaba al psicoanálisis a través de la antropología, no es menos cierto que lo hacía porque se proponía un diagnóstico crítico de su tiempo, en una perspectiva que se correspondía menos con la posición neutral y distanciada del cientista social académico que con la intervención comprometida del intelectual. [iii]
    En esa dirección, parece claro que sus lecturas de Laski  y de Fromm situaban la problemática de la “transición” en una perspectiva de largo alcance y en una dimensión política y moral. Para Laski, en las condiciones contemporáneas, el ejercicio de la libertad política enfrentaba una crisis que era correlativa de la crisis del Estado liberal. El problema, a partir de las transformaciones económicas y técnicas que caracterizaban el mundo moderno, se reducía a las condiciones que aseguraran el ejercicio de la libertad en una sociedad necesariamente planificada, es decir, a “la compatibilidad de la libertad y la planificación”. Y la respuesta, para Germani, se encontraría en la construcción de una “democracia planificada”, es decir la construcción de una “libertad positiva” que sólo sería posible en una sociedad socialista. E. Fromm, por su parte, le proporcionaba un marco para el análisis de las “condiciones subjetivas” de la libertad: una dimensión de la crisis contemporánea que imponía la apropiación de los recursos de un psicoanálisis previamente depurado de cualquier componente instintivista. Ese era el punto de encuentro de su formación sociológica con la obra del “neopsicoanálisis” y la crítica a la ortodoxia de las instituciones fundadas por Freud.
    Es claro, por otra parte, que buscaba un impulso conceptual para el nuevo psicoanálisis en la obra de Bronislaw Malinowski, a la que prologó en los ‘40. En efecto, en la crítica de Malinowski a la universalidad del complejo de Edipo (leída como una reducción de las matrices culturales a la fijeza de los instintos) y su reemplazo por la noción de “complejo nuclear” familiar encontraba la matriz de una rectificación que tendría dos consecuencias: purificaría al psicoanálisis de sus incrustaciones naturalistas y promovería su integración a las ciencias sociales, con un status epistémico afin al campo de la antropología cultural. En ese sentido, el “funcionalismo” instauraba un paradigma “gestáltico” que concebía la cultura como una totalidad integrada de segmentos interdependientes, lo que no sólo suponía el rechazo de toda forma de atomismo, presente en las concepciones evolucionistas y difusionistas, sino que postulaba que todo análisis cultural debía partir de la configuración, es decir, del “sistema” de creencias y de normas.
    Ahora bien, lo importante para el caso argentino es que tal análisis no excluía el reconocimiento de rasgos arcaicos o residuales en la sociedad y la cultura que “sobreviven” y desencadenan diversas “discordancias funcionales”. En ese desequilibrio, que supone la coexistencia de diversos tiempos, radicaba un concepto central que Germani aplicará al análisis de la sociedad argentina: “cultural lag”. La idea de una «brecha» cultural, que correspondía en verdad a un «retraso», entre diferentes sectores sociales, particularmente la gran separación entre el mundo urbano y el mundo rural, afectaba al conjunto de normas y valores y tenía como condición ese relieve atribuido a la constelación psíquica subjetiva que encontraba sus condiciones en las relaciones familiares tempranas. Es claro, entonces, que allí se situaba la incorporación necesaria de ciertas lecturas revisionistas de Freud. [iv]
    Si otros habían separado el método de la teoría para un uso básicamente terapéutico del freudismo, la operación de Malinowski, reproducida por Germani, tenía el mérito de indicar para el psicoanálisis un camino social e intelectualmente más relevante: una herramienta (más aun, el método más importante) de análisis cultural capaz de iluminar, por contrastre, las incertidumbres de las sociedades modernas. Es claro, entonces, que para Germani el tema de la “transición” de la sociedad tradicional a la moderna quedaba ubicado en la perspectiva de un proceso histórico de larga duración, que enmarcaba el pasaje de una sociedad “estática, plenamente integrada” a la sociedad urbana de masas, caracterizada por la movilidad social, la inestabilidad y la insuficiente integración: tal es el cuadro de la “anomia” relativa que sería propia de un período que no ha alcanzado a constituir los marcos sociales y morales, incluyendo las pautas subjetivas, requeridos por las nuevas formas de sociedad. De modo que cierta desintegración relativa sería el precio inevitable del pasaje de las relaciones típicas de la comunidad a las de la sociedad secularizada, en la que sus miembros se enfrentan a la exigencia de novedosos procesos de “individuación”. [v] 
    Finalmente, era la evidencia del cambio, a la vez social e individual, lo que se imponía a su análisis, y el problema mayor era el de la “armonización” necesaria de los cambios objetivos con las transformaciones subjetivas de grupos e individuos. Y la familia argentina, esa construcción problemática que había suscitado la preocupación intermitente de ensayistas y políticos, desde Alberdi a los positivistas, reaparecía como un sustrato esencial de las transformaciones en curso. En la transición de la familia «tradicional» a la «moderna» se resumían la dirección y el sentido general del cambio global. Es claro que esa visión de la sociedad y sus organizaciones primarias no era el simple resultado de una indagación sociológica «objetiva» sino que expresaba cierto ideal normativo, una aspiración a la profundización de los cambios en dirección a la formación de una sociedad integrada, algo que, con distintas características y cambiantes proposiciones conceptuales, había formado parte de los sueños y los proyectos de los intelectuales argentinos desde los orígenes mismos de la Nación. Por lo tanto, la «crisis de la familia», sobre la que se insistía desde mucho antes a partir de un tratamiento básicamente moral, quedaba ahora situada en el marco del «impacto de los cambios tecnológicos». [vi]  Y en la descripción del «patrón tradicional», propio de la familia rural (autoridad paterna fuerte, subordinación de la mujer, rigidez y resistencia al cambio) y de sus efectos en el curso de un desarrollo desigual, “asincrónico”, hacia las pautas propias de la familia moderna, no puede dejar de leerse el propósito de indagar en la dimensión “subjetiva” del basamento del pasado régimen peronista. En efecto, el estudio sobre la familia argentina venía a continuación de un examen del totalitarismo y la integración de las masas a la vida política en el que incluía una comparación del fascismo y el peronismo. [vii] De modo que, puede pensarse, los cambios de esa anunciada, y deseada, “transición”, que estarían haciendo desaparecer una sociedad para alumbrar otra, simbolizados en el anuncio de una nueva familia, son a la vez el anuncio de la desaparición de las condiciones que hicieron posible aquel régimen.
El psicoanálisis y las ciencias sociales. A partir de sus lecturas de Malinovski y de E. Fromm, y a lo largo de una década, Germani insistió en la «complementariedad» de la sociología y la psicología en el espacio de una psicología social que quedaba justamente destacado como un ámbito de interacción de los factores sociales objetivos y la dimensión subjetiva y, en ese marco, proponía como nadie hasta entonces una recepción de las corrientes «revisionistas» del psicoanálisis nacidas en los EE.UU. Lo importante, en todo caso, es que el proceso de renovación y «refundación» de las ciencias sociales, en una figura central de la vida académica e intelectual de esa década, Gino Germani, incluía esa apropiación abierta del discurso psicoanálitico que coincidía con iniciativas provenientes del campo psicoanalítico, en particular con la enseñanza de Pichon Rivière. [viii]
    En 1958 G. Germani publicaba «El psicoanálisis y las ciencias del hombre» [ix] y admitía que si el impacto del psicoanálisis era profundo y se correspondía a una verdadera revolución científica que «ha permeado los fundamentos, los supuestos implícitos de las diferentes ciencias humanas», el camino deseado de una integración a las ciencias sociales, la sociología y la antropología en particular, coincidía con el que venían recorriendo las corrientes psicoanalíticas «culturalistas» de Erich Fromm, Karen Horney y Harry S. Sullivan. Y la «ortodoxia» (es decir la Asociación Psicoanalítica Argentina) encarnaba, para Germani, la voluntad contraria a esa integración y se consituía en un factor de resistencia que debía ser vencido. Pero la admisión de ese impacto del freudismo iba de la mano de una crítica social al psicoanálisis, sintetizadas en las cuestiones del individualismo y el biologicismo.
    Ahora bien, me interesa destacar que el rescate de un psicoanálisis separado de toda ortodoxia, condición de su integración a un «enfoque interdisciplinario» de las ciencias humanas, encajaba bien con la idea fuerte de un momento de síntesis, de un esfuerzo necesario que buscara superar la división de las diferentes disciplinas que tienen al hombre como objeto, lo que constituía una de las convicciones más extendidas en este espacio discursivo que se tejía entre el psicoanálisis, la psicología y las ciencias sociales.  En esa voluntad de integración coincidían las expresiones más caracterizadas del discurso «psi» de los primeros sesenta: Pichon Rivière hablaba de «epistemología convergente»; Bleger se proponía explícitamente producir una «psicología de la conducta» que fuera la superación de las corrientes anteriores de la psicología y el psicoanálisis; Goldenberg y el discurso «lanusino», por último, insistía en la integración de enfoques, el «abordaje múltiple» de los trastornos psiquiátricos y el rechazo a todo encierro de escuela. La oposición a las ortodoxias y la voluntad interdisciplinaria parecen constituir, entonces, los rasgos mayores de esa renovación y sintetizan algo de un clima de época.
    El interés de estos textos de Germani (que deja pendiente la necesidad de estudiar más atentamente la recepción de Fromm y el culturalismo en Buenos Aires) reside, en todo caso, en que revela un núcleo de ideas, en el ciclo inicial de la modernización intelectual «sesentista», que llegaba desde los temas de la posguerra dominados por la difusión del pensamiento social norteamericano. Y es claro que la caída del peronismo proporcionaba ciertas condiciones para que prosperara una reflexión sobre el fascismo inspirada en Fromm y leída (aunque El miedo a la libertad fue escrito y publicado durante la guerra) en el nuevo contexto como la exposición de una lucha por la libertad que se había desplazado al espacio de la subjetividad. [x]  Un primer impulso modernizador parece situarse, entonces, como un efecto «tardío» de ciertos tópicos propios de la posguerra: la conquista de una libertad interior que vendría a ser el mejor reaseguro contra la tentación totalitaria; y no es llamativo que esa voluntad reparatoria se asocie en la Argentina a la renovación ideológica y cultural emprendida en relación con la tradición peronista, tema sobre el cual Germani expuso sus tesis conocidas: la base social del peronismo habría sido una nueva clase obrera de origen no urbano y, por lo tanto, pendiente de una modernización que habría quedado como una tarea incompleta. ¿No pueden encontrarse allí algunos puntos de contacto con las tesis de Fromm sobra la relación entre insuficiente individuación e inclinación a la sumisión y el conformismo?
    En todo caso, si en las proposiciones de Germani se apuntaba a un psicoanálisis «sociologizado», lo que la orientación de Fromm incorporaba era una decisiva reorientación del pensamiento social, desde las formas y la organización más «estática» de las sociedades hacia esa dimensión subjetiva que el psicoanálisis  con las correspondientes revisiones  se mostraba capaz de investigar y revelar mejor que cualquiera otra corriente disciplinar. La expresión más difundida de las tesis rectificatorias del psicoanálisis freudiano (identificado, para Germani con la «ortodoxia» y con la institución oficial) era la célebre obra de Karen Horney. [xi] El núcleo de su crítica residía en la proposición de una relación fundamental entre cultura y neurosis que se distanciaba de las tesis freudianas, ante todo por la atención privilegiada a los conflictos actuales, por el rechazo del papel primario de la sexualidad y por una teoría de la angustia  concebida como el factor determinante de las neurosis  que la convertía en la expresión subjetiva de miedos engendrados en las condiciones culturales complejas y conflictivas propias de la vida moderna. Es claro, en ese sentido, que hablar de una «personalidad neurótica», cuyos rasgos dependían de ciertos conflictos básicos que tendrían una existencia real en nuestra cultura (rivalidad y competencia, ideología del éxito, peripecias de la autoestima y la autoafirmación, del dar y recibir afecto, del manejo de la agresividad y la sexualidad, etc.) y que sólo varían en intensidad respecto de los conflictos enfrentados por los miembros «normales» de la comunidad, supone un distanciamiento de las distinciones nosológicas que fundaron la conceptualización psicoanalítica de las neurosis. Al mismo tiempo, era explícita la inspiración que encontraba en las categorías construídas por la antropología cultural y sus derivaciones en las ciencias sociales: carácter social y personalidad básica, es decir, aquello que tendrían de común los miembros de una cultura.
    La inclinación relativista estaba en la base del revisionismo de Horney. [xii] Allí donde Freud buscaba fundar estructuras estables del sujeto  en la naturaleza de las pulsiones, en la diferencia sexual, en la matriz del Edipo  la rectificación culturalista instalaba la determinación global de la cultura, sintetizada en algunos lugares comunes que combinaban los tópicos de la crítica naturalista a las complicaciones de la vida moderna, con las tesis que rescataban la tradición iluminista  cuyo expositor más lúcido era E. Fromm  e insistían en la necesidad de profundizar ese legado por la vía de una transformación subjetiva radical, en torno de los valores de la autonomía, la racionalidad y la libertad individual.
    Es claro, entonces, que esa circulación de los culturalistas y el impacto sobre un público amplio jugaba su papel en la implantación del discurso freudiano fuera del marco institucional de la organización psicoanalítica. Si el psicoanálisis se constituía en un cuerpo de conocimientos integrable a las ciencias humanas y sociales, se ponía en cuestión la autonomía del psicoanalista tanto como la autosuficiencia de su saber; y en ese clima de renovación de tradiciones, contrario a las ortodoxias surgía, del lado del psicoanalista, la voluntad de no pensarse solo ni en su saber ni en sus ámbitos de operación. Algo de eso puede verse en el efecto «centrífugo» respecto de la lógica corporativa de la Asociación Psicoanalítica, algo que se ponía en evidencia, por ejemplo, en la trayectoria de Pichón Rivière, que abandonó tempranamente el refugio de la institución para protagonizar un recorrido dispar: desde el hospicio a las comisiones asesoras en salud mental, a los artículos en Primera Plana o la fundación de «escuelas» pensadas como empresas de formación y difusión abiertas a la sociedad.
    No es menos ilustrativa la trayectoria profesional e intelectual de Bleger, que circula entre el elenco modernizador de la salud mental, el proyecto de inspiración politzeriana de integrar marxismo y psicoanálisis con miras a la construcción de una nueva psicología y el lugar teorizador y formativo de un proyecto de identidad y de rol social para los primeros psicólogos. Finalmente, una experiencia como la del Servicio del Dr. Goldenberg, en Lanus, se hizo posible por esa misma disposición abierta que aunaba la voluntad de extender los límites con una muy laxa afirmación del psicoanálisis como núcleo y sostén de una «identidad»; de hecho, la psicología, la psicología social o aun la psiquiatría constituían referencias superpuestas y no antagónicas con la adscripción al campo del psicoanálisis. Una de las condiciones de la expansión del psicoanálisis fue, entonces, la instalación de un clima, un discurso y un movimiento reformistas que no era sólo un discurso de reforma de las ideas y las instituciones, sino un proceso efectivo de cambios con consecuencias en la universidad (la carrera de psicología) las instituciones de la salud mental, las publicaciones y revistas, la circulación en los medios de comunicación. Y algo de eso subyacía al proyecto de Pichon de un saber que no se construía sino en la propia escena social del grupo y se hacía accesible directamente a sus destinatarios en la misma actividad «operativa» que lo producían: utopía modernista de autogestión y autofundación.
Enrique Pichon-Rivière y Gino Germani
    Más allá de las relaciones personales que anudaron, es posible trazar cierto paralelo entre Gino Germani y Pichon Rivière. Y no se trata de buscar referencias cruzadas entre sus respectivas obras ya que nunca se citan mutuamente; es más, es fácil advertir que Germani, que se ocupó de la psicología social antes que Pichon, evitaba cuidadosamente referirse a los enfoques del creador de los «grupos operativos». De acuerdo con el testimonio de quienes se formaron al lado de Germani es claro que no le interesaba tampoco incorporarlo a su enseñanza. En cuanto a Pichon, es claro que la modalidad de construcción de su pensamiento, ajena a las pautas de la disciplina académica y escasamente dispuesta a someterse al esfuerzo de un estudio sistemático del estado de la psicología social (y de las ciencias sociales), ofrece un contraste nítido con la posición académica de Germani. Para Pichon, a diferencia de Germani, el espacio de la universidad y la red de relaciones, recepciones. Lecturas y apropiaciones implicadas, no ofrecía un horizonte acogedor a las proyecciones de su enseñanza.
    Y sin embargo, pueden señalarse ciertas líneas de comunicación con el tópico germaniano de la «transición», en la medida en que en el tránsito de la indagación clínica y psicopatológica del grupo familiar de pacientes psicóticos al paradigma de los grupos operativos y la «psicología social», el «objeto» de la obra pichoniana se desplazaba en un sentido que colocaba a las transformaciones contemporáneas de la socialidad en el centro de su preocupación. La crisis y la transformación de la familia argentina, en el sentido señalado por Germani, es decir, la generalización de pautas propias de la familia urbana y los cambios asociados a la “modernización” constituían la condición de esa empresa, la que comenzaba por establecer una ruptura profunda con la psiquiatría tradicional: la figura de la “familia degenerativa”, es decir el peso de la familia capturada por la herencia y la “constitución” vino a ser reemplazada por una organización de vínculos y de “roles”. Por otra parte, la «técnica» de los grupos operativos era inseparable de ciertos ideales de integración y participación democráticas que constituían, también, un suelo común de la inspiración reformista; algo que se hacía evidente en el tratamiento destacado que Pichon dedicaba a la cuestión del liderazgo y en la apropiación ¬-rectificada- de la tipología propuesta por Kurt Lewin.
    En efecto, Lewin había propuesto una distinción, ya clásica, entre el liderazgo autoritario, el laissez-faire y el democrático, de un modo que transmitía abiertamente una opción valorativa por la modalidad democrática, en un contexto en el que la educación para la libertad y la participación eran postuladas como el mejor remedio preventivo contra el retorno del totalitarismo. Por la misma época Adorno dirigía su investigación sobre la «personalidad autoritaria»: la construcción de un régimen político asentado en la libertad y la tolerancia dependía fuertemente de una dimensión subjetiva. E. Fromm había elaborado a partir de supuestos semejantes sus tesis históricas sobre la sociedad contemporánea a las que Germani, como hemos visto, brindaba su apoyo. Ahora bien, Pichon agregaba el liderazgo «demagógico», caracterizado por la “impostura”: estructura autocrática con apariencia democrática; y lo hacía de un modo que no ocultaba su pretensión de iluminar una dimensión relevante -y reiteradamente señalada- del régimen de poder instaurado por el General Perón. [xiii]
    Es claro que ese anclaje en los problemas del presente contribuía a definir, por primera vez podría decirse, la voluntad de una psicología «operativa», en el sentido de un saber dotado de una potencialidad socialmente transformadora. Pero, al mismo tiempo, no puede dejar de señalarse que instalaba un «paradigma» psicosocial que renunciaba a la investigación empírica. Para tomar el ejemplo del peronismo, la labor de Germani impulsaba un trabajo de investigación laborioso, que hacía posible el texto de M. Murmis y J.C. Portantiero, pero también, en una perspectiva de más amplio alcance, una serie de trabajos de posteriores de sociólogos e historiadores. Y no hago más que señalar un problema abierto a la investigación a partir de la colocación que Germani contribuyó a otorgarle a partir de su posición académica e intelectual, de un modo que, al menos tentativamente, ofrecía una justificación y una legitimidad diferentes de la que proporcionaba el ensayo político o la intervención militante. Nada de eso se encuentra ni en Pichon ni en sus discípulos. La intuición sobre el liderazgo «demagógico», que incorporaba algo de los trabajos lewinianos, no pasó de eso y no inspiró ni entonces ni después alguna investigación empírica más o menos sistemática. En ese sentido, si se constituyó una «tradición» psicosocial pichoniana, sus caminos en la producción de conocimiento se fundaron menos en materiales y fuentes empíricas que en el modelo de una enseñanza que concibe su productividad como un efecto inmediato de la dinámica de grupo, despegada de la búsqueda de conocimiento sistemático sobre objetos situados más allá del espacio grupal. La única alternativa, en todo caso, quedó expuesta por el propio Pichon, como un análisis psicosocial inmediato, en parte una forma de divulgación, que buscaba intervenir sobre la conciencia colectiva a partir de ciertos hechos destacados en los medios: es lo que hizo con la serie «impresionista» de las notas de Primera Plana. [xiv]  De modo que la ausencia de escritos, de artículos o libros destinados a la comunicación de un conocimiento transmisible, justificable y discutible, no es un rasgo accesorio sino que está en el centro mismo de esa modalidad de enseñanza. Y tuvo efectos más allá del pichonismo en ciertos modos de la «formación» en el campo «psi» que permanecieron más o menos divorciados de las perspectivas de la investigación.
    Ahora bien, Pichon reconstruía su propio itinerario conceptual de un modo que destacaba decididamente los rasgos únicos de su biografía. En ese sentido, en el breve «Prólogo» de 1970 que se ofrecía como una presentación sintética de su pensamiento y de los caminos de su formación, el componente autobiográfico quedaba muy destacado, algo que va a acentuar en 1976 en las «Conversaciones». [xv] Y tal relieve de la vida personal no deja de convenir a su concepción de un “esquema referencial” que debía ser a la vez “conceptual” y fruto de experiencias vividas. En ese sentido, ofrece una suerte de interpretación retrospectiva de su trayectoria que pone el acento en un conflicto infantil, pero no entre pulsiones sino entre dos culturas. Había nacido en Ginebra de padres franceses y fue trasplantado al monte chaqueño cuando tenía pocos años. El choque cultural, ese destino compartido por millones de inmigrantes, va a ser reordenado por Pichon en términos de ciertos “misterios familiares”, una rectificación de la “novela familiar” freudiana que integra una visión globalmente antropológica.
    Entre dos culturas y dos “modelos” de pensamiento y acción, la cultura europea (francesa), que era sobre todo la de la madre profesora, lo comunicaba con el camino de la ciencia y lo habría orientado a la medicina y la psiquiatría. La cultura guaranítica, en cambio, sería la vía del mito, de la “continuidad entre sueño y vigilia”, es decir, la atmósfera de magia que poblaba su infancia evocada. Y para Pichón, en este segundo componente de su constitución infantil se ubicaba la raíz de un camino que lo condujo a Lautrémont e, indirectamente, a Freud. [xvi]  Pichón Rivière acentuaba unilateralmente las marcas de ese conflicto temprano: una peculiar fascinación por “lo siniestro” (“sorpresa y metamorfosis”) y la vigencia profunda de un mundo “regido por la culpa”; en esa escena primitiva, encontraba las raíces de algunos temas mayores de su pensamiento: muerte, duelo, locura. Y es claro que hacía intervenir en esa reconstrucción de su pasado infantil ciertos lineamientos del arsenal conceptual kleiniano: en el origen estaba la separación, la omnipotencia del pensamiento y el duelo interminable.
    En verdad, la historia infantil de Pichon parece haber sido bastante menos traumática que la de Isidore Ducasse, pero si en la evocación que ofrece acentúa ese aspecto «siniestro» en su propio mito privado de los orígenes, hay que pensar que lo que construía era un segundo nacimiento, propiamente simbólico, que lo acercaba al creador de Los cantos de Maldoror.  En efecto, acentuaba en una construcción retroactiva el peso del “linaje” guaranítico como una vía de acceso a la identificación con Lautrémont: igual que él era un extranjero en tierras alejadas de la civilización europea y enfrentado al desarraigo, la violencia y la muerte. Y construía a partir de la leyenda infantil y de la superposición de la mitología guaranítica sobre las raíces de la racionalidad occidental, una clave de su acceso a la psiquiatría y el psicoanálisis, marcados por una relación profunda con la muerte; algo que, como se sabe, estuvo en la base de su teoría de la “enfermedad única”. Pero también situaba allí el origen de esa especial sensibilidad frente a la “segregación” que descubrió inicialmente en la dinámica familiar y que fue determinante en su crítica a la psiquiatría manicomial y en la orientación hacia una «psiquiatría social» y una consideración interpersonal de la patología.
    Ahora bien, no es en esa dirección en la que me interesa seguirlo. Si se considera su trayectoria y las temáticas que lo ocuparon desde el punto de vista de vista de su posición social, Pichon encarnaba en su biografía (de Goya a Rosario y a Buenos Aires) ese movimiento de «transición» que era destacado por Germani como una característica central de la nueva etapa en la sociedad argentina. Y en ese deslizamiento retrospectivo hacia la escena cultural primaria (europea-guaranítica) y sus conflictos, en los cambios de su lugar social (hijo de un agricultor y de una profesora francesa, frecuentador del burdel de Goya y los prostíbulos de Rosario, estudiante pobre en Buenos Aires, etc.), en el propio trasplante de la comunidad rural a las complejidades de la vida de la metrópolis, Pichón construía una novela de aprendizaje a la vez que acumulaba una experiencia social. Todo ello formaba parte del basamento de su interés por el “vínculo” en el cual situaba su separación respecto del psicoanálisis: la “interacción” reemplazaba al instinto.

NOTAS
* Subsidio UBACYT 1995-1997. Instituto de Investigaciones, Fac. de Psicología,
UBA. Se publica un fragmento de un trabajo más extenso.

 [i] Gino Germani, Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas, Buenos Aires, Paidós, 1966 (la primera edición es de 1962). Estudios sobre sociología y psicología social, Buenos Aires, Paidós, 1966.
 [ii] Sigal, Silvia, Intelectuales y poder en la década del sesenta, Bs. As., Puntosur, 1991.Terán, Oscar, Nuestros años sesentas, Bs. As., Puntosur, 1991; reedición, Ed. El cielo por asalto.
 [iii] Ver G. Germani, “Las condiciones objetivas de la libertad” (Harold laski) y “Las condiciones subjetivas de la libertad (Erich Fromm)” en Estudios sobre sociología y psicología social, op. cit.; y el “Prefacio a la edic. castellana”, en E. Fromm, El miedo a la libertad, Buenos Aires, Paidós, 1989; la primera edición es de 1947.
 [iv] G. Germani, “Prefacio a la edic. castellana”, B. Malinowski, Estudios de psicología primitiva. El complejo de Edipo, Buenos Aires, Paidós, 1949, pp. 14-15.
 [v] Estudios sobre sociología y psicología social, op. cit., pp.154-156.
 [vi] Ver G. Germani, «La familia en transición en la Argentina”, en Política y sociedad en una época de transición, op. cit.
 [vii] Ver G. Germani, «La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo”, en Política y sociedad en una época de transición, op. cit.
 [viii] H. Vezzetti, “Las ciencias sociales y el campo de la salud mental enla década del sesenta”, Punto de Vista, 54, abril 1996.
 [ix] Revista de la Universidad, La Plata, 3, enero 1958, pp. 61-67.
 [x] Sobre el impacto de las ideas de Fromm en relación al público: hasta 1969 se habían vendido 150.000 ejemplares de El miedo a la libertad; ver «Hablando con Leon Bernstein», diario La Prensa Libre, Costa Rica, 8/2/69.
 [xi] K. Horney, La personalidad neurótica de nuestro tiempo (Bs. As., Paidós, 1945; cito por la edición de 1968.
 [xii] Sobre el impacto del relativismo y los límites en la concepción de M. Langer acerca de la sexualidad femenina y la maternidad, en espacial en relación con las tesis de Margaret Mead: H. Vezzetti, «Marie Langer: psicoanálisis de la maternidad», Anuario de Investigaciones, Nº 4, 1994/95, Fac. Psicología UBA.
 [xiii] EPR, «Grupo operativo y enfermedad única» (1965), Del psicoanálisis a la psicología social, Bs. As., Galerna, 1970, tomo 2,p. 277.
 [xiv] Ver Pichon-Rivière, E. y Pampliega de Quiroga, Ana, Psicología de la vida cotidiana, Bs. As., Galerna 1970; reedic.: N. Visión, 1985; artículos publicados en 1966-67.
 [xv] Zito Lema, Vicente, Conversaciones con Enrique Pichon Rivière, Bs. As., Timerman Editores, 1976; reedic.: Edic. Cinco, 1985
 [xvi] Ver H. Vezzetti, Aventuras de Freud en el país de los argentinos, Buenos Aires, Paidós, 1996.

FUENTE
Publicado en Anuario de Investigaciones, n° 6, Fac. de Psicología, UBA, 1998.