Melanie Klein: ENVIDIA Y GRATITUD (1957), Sexta parte

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Cuando predominan los rasgos esquizoides y paranoides, las defensas contra la envidia no pueden tener éxito, puesto que los ataques sobre el sujeto lo llevan a una sensación de aumento de la persecución que sólo puede ser manejada por renovados ataques, es decir, por un refuerzo de los impulsos destructivos. De este modo se establece un círculo vicioso que menoscaba la capacidad de contrarrestar la envidia. Esto se aplica particularmente a los casos de esquizofrenia y explica hasta cierto punto las dificultades para lograr su curación. El resultado es más favorable cuando existe en cierta medida una relación con un objeto bueno, pues esto también significa que la posición depresiva ha sido parcialmente elaborada. Las experiencias de depresión y culpa implican el deseo de evitar daño al objeto amado y restringir la envidia. Las defensas que he enumerado y además muchas otras, forman parte de la reacción terapéutica negativa porque son un poderoso obstáculo a la capacidad de admitir lo que el analista tiene que dar. Me he referido antes a algunas de las formas que toma la envidia hacia el analista. Cuando el paciente es capaz de experimentar gratitud -y esto significa que en tales momentos es menos envidioso- se encuentra en condiciones más favorables para beneficiarse con el análisis y consolidar lo que ya ha logrado. En otras palabras, cuanto más predominen los rasgos depresivos sobre los esquizoides y paranoides, tanto mayores son las perspectivas de cura. El impulso de reparación y la necesidad de ayudar al objeto envidiado también son medios muy importantes para contrarrestar la envidia. En último término esto involucra contrarrestar los impulsos destructivos mediante la movilización de sentimientos de amor. Puesto que en varias oportunidades me he referido a la confusión, puede ser útil resumir ahora algunos estados de confusión importantes que surgen normalmente en diferentes períodos del desarrollo, así como en relación con otras situaciones. He señalado a menudo que los deseos libidinales y agresivos uretrales y anales (y aun los genitales) operan desde el comienzo de la vida postnatal -aunque bajo el dominio de los orales-, y que después de algunos meses la relación con los objetos parciales se extiende a la relación con la persona total. Ya he discutido aquellos factores -en particular los fuertes rasgos esquizo-paranoides y la envidia excesiva– que desde el comienzo tornan borrosa la distinción y malogran el éxito de la disociación entre el pecho bueno y malo; así se ve reforzada la confusión en el bebé. Creo que en el análisis de nuestros pacientes es esencial seguir el rastro de todos los estados de confusión, aun los más severos de la esquizofrenia, hasta esa temprana incapacidad de distinguir entre el objeto primario bueno y malo, aunque también debe ser tenido en cuenta su empleo defensivo contra la envidia y los impulsos destructivos. Ya han sido mencionadas algunas consecuencias de esta temprana dificultad, tales como el comienzo prematuro de la culpa, la incapacidad del niño de experimentar la culpa y la persecución en forma separada y el incremento que resulta de la ansiedad persecutoria. También he llamado la atención sobre la importancia de la confusión con respecto a los padres, resultante de una intensificación de la figura combinada de los padres debida a la envidia. He asociado el comienzo temprano de la genitalidad con la huida de la oralidad, hecho que incrementa la confusión entre las tendencias y fantasías orales, anales y genitales. Otros factores que contribuyen muy tempranamente a la confusión y estados de perplejidad son la identificación proyectiva y la introyectiva, porque temporariamente pueden tener el efecto de volver borrosa la distinción entre el individuo y los objetos entre el mundo externo y el interno. Tal confusión interfiere en la comprensión y percepción realista del mundo externo. La desconfianza y el miedo de admitir «alimento mental» se refiere a la pasada desconfianza de lo que ofreció el pecho envidiado y dañado. Si primariamente el alimento bueno es confundido con el malo, posteriormente queda menoscabada la capacidad para pensar con claridad y desarrollar normas de valores. Todos estos trastornos, que según mi punto de vista se hallan también ligados a la defensa contra la ansiedad y que han sido despertados por el odio y la envidia, se expresan en inhibición del aprendizaje y el desarrollo intelectual. Aquí dejo fuera de consideración varios otros factores que contribuyen a producir tales dificultades. Los estados de confusión que he resumido brevemente y en los cuales incide el intenso conflicto entre las tendencias destructivas (odio) y las integrativas (amor) son hasta cierto punto normales. Es con la integración creciente y por medio de la elaboración exitosa de la posición depresiva -que incluye una mayor clarificación de la realidad interna- que la percepción del mundo externo se hace más real; resultado que normalmente se halla en marcha durante la segunda mitad del primer año y en el comienzo del segundo. Estos cambios están esencialmente unidos a una disminución en la identificación proyectiva, que forma parte de los mecanismos y ansiedades esquizo-paranoides.

VII-

Intentaré ahora una descripción somera de las dificultades que se oponen al progreso de un análisis. Sólo después de un trabajo largo y cuidadoso es posible capacitar al paciente para que encare la envidia y odio primarios. Aunque los sentimientos de competencia y envidia son familiares para la mayoría de las personas, sus implicaciones más profundas y tempranas, experimentadas en la situación transferencial, son extremadamente dolorosas y por lo tanto difíciles de aceptar para el paciente. Tanto en el hombre como en la mujer, la resistencia que hallamos al analizar sus celos y hostilidad edípicos, aunque muy fuerte, no es tan intensa como la que encontramos al analizar la envidia y odio contra el pecho. Ayudar al paciente a que atraviese estos conflictos y sufrimientos profundos es el medio más eficaz de fomentar su estabilidad e integración, porque esto lo capacita, por medio de la transferencia, para consolidar el objeto bueno y su amor por él y lograr alguna confianza en sí mismo. Innecesario es decir que el análisis de esta relación más temprana involucra la exploración de las relaciones posteriores y permite al analista comprender más plenamente la personalidad adulta del paciente. En el curso del análisis tenemos que estar preparados para encontrar fluctuaciones entre mejorías y retrocesos. Esto puede manifestarse de muchas maneras. Por ejemplo, el paciente ha experimentado gratitud y aprecio por la habilidad del analista. Esta misma habilidad que es causa de admiración pronto da lugar a la envidia, la que puede ser contrarrestada por el orgullo de tener un buen analista. Si el orgullo despierta el deseo de posesión puede haber un renacimiento de la voracidad infantil, la que podría ser expresada en los siguientes términos: yo tengo todo lo que deseo; yo tengo a la madre buena por entero para mí. Tal actitud voraz y controladora tiende a dañar la relación con el objeto bueno y origina un sentimiento de culpa, el que pronto puede llevar a otra defensa, por ejemplo: yo no quiero dañar a la madre-analista, más bien quisiera abstenerme de aceptar sus dones. En esta situación, al no ser aceptada la ayuda del analista, renace entonces la culpa temprana por haber rechazado la leche y el amor ofrecidos por la madre. El paciente también experimenta un sentimiento de culpa porque se está privando (la parte buena de su personalidad) de mejorar y recibir ayuda, reprochándose haber colocado un peso demasiado grande en el analista al no cooperar suficientemente; de este modo siente que lo está explotando. Tales actitudes alternan con la ansiedad persecutoria de que le son robadas sus defensas, emociones, pensamientos y todos sus ideales. En estados de gran ansiedad parece no haber otra alternativa en la mente del paciente que la de robar o ser robado. Como he sugerido, las defensas permanecen activas incluso cuando se produce un mayor percatamiento. Cada paso hacia la integración, y la ansiedad despertada por esto, pueden llevar a la aparición de primitivas defensas con mayor fuerza, e incluso a la aparición de otras nuevas. También debemos esperar que la envidia primaria surja una y otra vez y por lo tanto vernos confrontados con fluctuaciones repetidas en la situación emocional. Por ejemplo, cuando el paciente se siente despreciable y por ello inferior al analista -al que en ese momento atribuye bondad y paciencia- pronto reaparece la envidia respecto a este último. Su propia desdicha, el dolor y los conflictos que atraviesa son contrastados con la paz espiritual atribuida al analista -en realidad su sano juicio-, siendo esto una causa particular de envidia. La incapacidad del paciente para aceptar con gratitud una interpretación a la que en alguna parte de su mente reconoce. como útil es un aspecto de la reacción terapéutica negativa. Bajo el mismo título se hallan muchas otras dificultades, algunas de las cuales mencionaré. Debemos estar preparados para la posible aparición de intensas ansiedades toda vez que el paciente haga progresos en la integración, es decir, cuando la parte envidiosa de la personalidad, la que odia y es odiada, se ha acercado más a otras partes de ella. Estas ansiedades incrementan la desconfianza del paciente respecto a sus impulsos amorosos. Sofocar el amor, hecho que he descrito como una defensa maníaca durante la posición depresiva, radica en la amenaza de peligro proveniente de los impulsos destructivos y la ansiedad persecutoria. En el adulto, la dependencia de una persona amada hace renacer el desamparo del bebé y es sentida como humillante. Pero en esto hay más que desamparo infantil: el niño puede depender excesivamente de la madre si su ansiedad es demasiado grande por temor a que sus impulsos destructivos la transformen en un objeto persecutorio o dañado; esta excesiva dependencia puede ser revivida en la situación transferencial. Otro motivo para sofocar los impulsos amorosos es la ansiedad originada en el temor de que si se cediese al amor la voracidad destruiría al objeto. Existe asimismo el temor de la excesiva responsabilidad que el amor pueda crear y de que el objeto sea demasiado exigente. El conocimiento inconsciente de que el odio y los impulsos destructivos se hallan en acción puede hacer que el paciente se sienta más sincero al no admitir el amor a sí mismo ni a los demás. Puesto que la ansiedad no puede surgir sin que el yo ponga en juego todas las defensas que es capaz de producir, los procesos de disociación desempeñan un papel importante como métodos contra la experimentación de las ansiedades persecutoria y depresiva. Cuando interpretamos tales procesos de disociación el paciente se hace más consciente de una parte de sí mismo, de la cual está aterrorizado porque la siente como representativa de los impulsos destructivos. En aquellos en quienes los tempranos procesos de disociación (siempre ligados a rasgos esquizoides y paranoides) son menos dominantes, la «represión» de los impulsos es más fuerte y por lo tanto el cuadro clínico es diferente. Es decir, que nos hallamos frente al paciente más bien de tipo neurótico, el cual ha logrado superar en cierta extensión la disociación temprana y en quien la represión se ha convertido en la principal defensa contra los trastornos emocionales. Otra dificultad que durante largos períodos obstaculiza el análisis es la tenacidad con que el paciente se adhiere a una transferencia positiva fuerte; hasta cierto punto esto puede ser engañoso, porque está basad o en la idealización y encubre el odio y la envidia, que están disociados. Es característico entonces que las ansiedades orales sean a menudo evitadas y los elementos genitales se hallen en primer plano. En relación con otros aspectos he intentado mostrar que los impulsos destructivos, expresión del instinto de muerte, son sentidos ante todo como dirigidos contra el yo. Al ser confrontado con ellos, aunque esto haya ocurrido gradualmente, el paciente en tanto se halla en el proceso de aceptarlos e integrarlos como aspecto de sí mismo se siente expuesto a la destrucción. Es decir que en ciertos momentos como resultado de la integración, el paciente enfrenta varios peligros mayores; su yo puede ser arrollado; la parte ideal de su personalidad puede perderse al conocer la existencia de su parte disociada, destructiva y odiada; al no estar ya reprimidos los impulsos destructivos del paciente, el analista puede volverse hostil y tomar represalias, convirtiéndose así también en una peligrosa figura del superyó; el analista, como representante de un objeto bueno, es amenazado con la destrucción. El peligro que corre el analista contribuye a crear la fuerte resistencia que hallamos al intentar deshacer la disociación y hacer progresos hacia la integración. Esto se hace comprensible si recordamos que el bebé siente a su objeto primario como fuente de bondad y vida, y por lo tanto como irreemplazable. Su ansiedad por temor de haberlo destruido es la causa de grandes dificultades emocionales y entra en forma prominente en los conflictos que surgen en la posición depresiva. El sentimiento de culpa que resulta cuando el paciente se percata de la envidia destructiva puede llevar a una inhibición temporaria de sus capacidades. Nos hallamos frente a una situación muy distinta cuando las fantasías omnipotentes y aun megalomaníacas aumentan como defensa contra la integración. Este llega a ser un período crítico, pues el paciente puede buscar refugio en el refuerzo de sus proyecciones y actitudes hostiles. De este modo se cree superior al analista, al que acusa de desvalorizarlo y por lo tanto halla justificación para odiarle. Así desacredita todo lo hasta entonces logrado en el análisis. Volviendo a la situación primitiva, cuando era bebé el paciente puede haber tenido fantasías de ser más poderoso que sus padres y aun de que él mismo creó a su madre o la dio a luz y poseyó su pecho. De acuerdo con esto, la madre seria quien robó el pecho del paciente y no éste quien se lo robó a ella. Proyección, omnipotencia y persecución se hallan entonces en su punto culminante. Algunas de estas fantasías actúan cuando son muy fuertes los sentimientos de prioridad, ya sea en el trabajo científico o de cualquier otra índole. Hay otros factores que pueden despertar el deseo vehemente de prioridad, tal como la ambición procedente de varios orígenes y, en particular, el sentimiento de culpa unido básicamente a la envidia y destrucción del objeto primario y los substitutos posteriores. Esta culpa acerca de haber robado al objeto primario puede llevar a la negación, que entonces toma la forma de pretensión de completa originalidad y por lo tanto excluye la posibilidad de haber tomado o de no haber aceptado nada del objeto. Con todo, el análisis de estos profundos y severos trastornos es una salvaguardia contra el peligro potencial de la psicosis resultante de las actitudes excesivamente envidiosas y omnipotentes. Pero es esencial no tratar de acelerar estos pasos hacia la integración. Porque si el reconocimiento de la división de su personalidad sucediese repentinamente, el paciente tendría grandes dificultades para superarlo. Cuanto más fuertemente hayan sido disociados los impulsos envidiosos y destructivos, tanto más peligrosos son sentidos cuando el paciente cobra conciencia de ellos. En el análisis debemos progresar lenta y gradualmente hacia el doloroso percatamiento de las divisiones de la personalidad del paciente. Esto significa que los aspectos destructivos son una y otra vez disociados y recuperados hasta que se produce una mayor integración. Como resultado, la sensación de responsabilidad se hace más fuerte y la culpa y la depresión son experimentadas con mayor plenitud. Cuando esto sucede el yo es fortalecido, la omnipotencia de los impulsos destructivos y la envidia disminuyen, siendo liberadas la capacidad de amar y la gratitud que fueran sofocadas en el curso del proceso de disociación.

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