Melanie Klein: ENVIDIA Y GRATITUD (1957), Septima parte

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Por lo tanto, los aspectos disociados gradualmente se vuelven más aceptables y el paciente, en vez de disociar su personalidad, es capaz de reprimir en forma creciente los impulsos destructivos hacia los objetos amados. Esto implica que también disminuye la proyección sobre el analista, que lo convierte en una figura peligrosa y retaliativa. En esta forma, a su vez, el analista halla más fácil ayudar al paciente a lograr una mayor integración. Es decir, la reacción terapéutica negativa está perdiendo fuerza. Tanto en la transferencia positiva como en la negativa, analizar los procesos de disociación y el odio y la envidia subyacentes demanda grandes esfuerzos al analista y al paciente. Una consecuencia de esta dificultad es la tendencia de algunos analistas a reforzar la transferencia positiva y evitar la negativa, intentando aumentar los sentimientos amorosos al asumir el papel del objeto bueno que el paciente no fue capaz de consolidar en el pasado. Este proceder difiere esencialmente de la técnica que, al ayudar al paciente a conseguir una mejor integración de si mismo, tiene por objeto integrar el odio con el amor. Mis observaciones me han demostrado que las técnicas basadas en la tranquilización rara vez tienen éxito; en particular, sus resultados no son duraderos. Por cierto, hay en todas las personas una necesidad inveterada de ser tranquilizadas, la que se remonta a la primera relación con la madre. El niño espera que ésta atienda no sólo a todas sus necesidades, sino que desea vehementemente signos de amor cada vez que él experimenta ansiedad. Este anhelo de ser tranquilizado es un factor vital en la situación analítica y no debemos menospreciar su importancia en nuestros pacientes, tanto adultos como niños. Hallaremos que, aunque el propósito consciente y a menudo inconsciente es el de ser analizado, el paciente nunca abandona por completo el fuerte deseo de recibir evidencias de amor y aprecio y por lo tanto de ser tranquilizado por el analista. Hasta la cooperación del paciente que permite el análisis de los estratos profundos de su mente, de los impulsos destructivos y de la ansiedad persecutoria, puede hasta cierto punto ser influida por la necesidad de satisfacer al analista y ser amado por él. El analista que es consciente de esto analizará las raíces infantiles de estos deseos; de no ser así, al identificarse con su paciente, la primitiva necesidad de ser tranquilizado puede influir fuertemente en su contratransferencia y por lo tanto en su técnica. Esta identificación puede asimismo fácilmente tentar al analista a tomar el lugar de la madre y ceder de inmediato a la necesidad de aliviar las ansiedades de su niño (el paciente). Una de las dificultades para provocar avances en la integración surge cuando el paciente dice: «Yo puedo entender lo que usted me dice pero no lo siento». Nos damos cuenta de que de hecho nos estamos refiriendo a una parte de la personalidad que tanto para el paciente como para el analista no es suficientemente accesible en ese momento. Nuestros intentos de ayuda para la integración del paciente sólo tendrán poder de convicción si le podemos demostrar, tanto en el material presente como en el pasado, cómo y por qué él está una y otra vez disociando parte de su personalidad. Tal evidencia proviene a menudo de un sueño anterior a la sesión y puede ser deducida del contexto total de la situación analítica. Si una interpretación de disociación es suficientemente sustentada del modo descrito, puede ser confirmada en la próxima sesión al relatar el paciente una pequeña parte de un sueño o dando más material. El resultado acumulativo de tales interpretaciones capacita habitualmente al paciente para realizar algún progreso en la integración y la comprensión. La ansiedad que impide la integración tiene que ser totalmente comprendida e interpretada en la situación de transferencia. Señalé anteriormente la amenaza que surge en la mente del paciente, tanto para sí mismo como para el analista, si en el análisis son recuperadas las partes disociadas de su personalidad. Al enfrentarse con esta ansiedad no deben desestimarse los impulsos amorosos cuando puedan ser detectados en el material. Son ellos los que en último término capacitan al paciente a mitigar su odio y envidia. Por más que en ciertos momentos el paciente sienta que la interpretación no lo afecta, esto puede ser a menudo una expresión de resistencia. Si desde el comienzo del análisis hemos prestado suficiente atención a los siempre repetidos intentos de disociar las partes destructivas de la personalidad -en particular el odio y la envidia-, de hecho, por lo menos en la mayoría de los casos, hemos capacitado al paciente para avanzar hacia la integración. Después de un trabajo afanoso, cuidadoso y consciente del analista es cuando puede esperarse con frecuencia una integración más estable del paciente. Ilustraré ahora esta fase del análisis por medio de dos sueños. El segundo paciente masculino al cual me referí, en un período poster ior de su análisis, cuando ya se habían producido distintas pruebas de una mayor integración y mejoría, relató el sueño siguiente, donde muestra las fluctuaciones en el proceso de integración causadas por el dolor de los sentimientos depresivos. Se encontraba en un departamento de un piso alto y X, un amigo de un amigo suyo, lo llamaba desde la calle proponiéndole una caminata. El paciente no accedió porque un perro negro que se hallaba en el departamento hubiera podido salir y ser atropellado. Acarició al perro. Cuando miró por la ventana halló que X había «retrocedido». Algunas de las asociaciones vincularon el departamento con el mío y el perro negro con mi gato negro, al que describió como «ella». X, un antiguo compañero de estudios, nunca le había agradado al paciente. Lo describió como afable e insincero; X pedía también a menudo dinero prestado (aunque lo devolvía después) y de un modo tal que parecía que tuviera todo el derecho de hacerlo. X no obstante resultó ser muy bueno en su profesión. El paciente reconoció que «un amigo de su amigo» era un aspecto de sí mismo. La esencia de mis interpretaciones fue que él se había acercado más al reconocimiento de una parte desagradable y amenazante de su personalidad; el peligro para el perro-gato (la analista) consistía en que ella seria atropellada (es decir, dañada) por X. Cuando X le pidió que fuesen juntos a caminar, esto simbolizaba un paso hacia la integración. En ese momento un elemento de esperanza entró en el sueño, evidenciado en el hecho de que X, a pesar de sus fallas, resultara ser bueno en su profesión. Es asimismo característico del progreso realizado que la parte de sí mismo a la cual se había acercado en el sueño no fuera tan destructiva y envidiosa como en un material previo. La inquietud del paciente por la seguridad del perro-gato expresaba el deseo de proteger a la analista de sus tendencias hostiles y voraces representadas por X, llevándole una ampliación temporaria de la disociación que ya había sido en parte remediada. Sin embargo, cuando X, la parte rechazada de sí mismo, «retrocedió», esto demostró que no se había ido del todo y que el proceso de integración sólo estaba perturbado temporariamente. El estado de ánimo del paciente estaba caracterizado por la depresión; además predominaban la culpa y los deseos de preservar a la analista. En este sentido el temor a la integración estaba causado por la sensación de que la analista debía ser protegida de los impulsos voraces y peligrosos del paciente. No cabía duda de que él todavía estaba disociando una parte de su personalidad, pero la represión de los impulsos voraces y destructivos se había hecho más notoria. La interpretación por lo tanto tenía que referirse tanto a la disociación como a la represión. El primer paciente masculino también trajo, en un período posterior de su análisis, un sueño que mostró progresos bastante apreciables en la integración. Soñó que tenia un hermano delincuente que había cometido un serio crimen. Estando de visita en una casa, mató y robó a sus moradores. El paciente estaba profundamente perturbado por eso, pero sintió que debía ser leal a su hermano y salvarlo. Huyeron juntos y se hallaban en un bote. Aquí el paciente asoció Los miserables de Víctor Hugo, mencionando a Javert, que había perseguido a una persona inocente toda su vida, siguiéndola aun hasta las cloacas de París, donde estaba escondiéndose. Pero Javert terminó por suicidarse porque reconoció que había gastado su vida entera de manera equivocada. El paciente entonces continuó narrando el sueño. El y su hermano fueron arrestados por un policía que lo miró bondadosamente, lo cual le hizo confiar en que después de todo él no seria ejecutado; pareció dejar a su hermano abandonado a su propia suerte. El paciente comprendió de inmediato que el hermano delincuente era parte de sí mismo. Recientemente había usado la palabra delincuente refiriéndose a aspectos menores de su propia conducta. Recordaremos también aquí que en un sueño previo se había referido a un muchacho delincuente a quien no había sabido tratar en forma adecuada. El paso hacia la integración al cual me estoy refiriendo fue señalado por el paciente al tomar la responsabilidad por el hermano delincuente y hallarse con él en «el mismo bote». Interpreté el asesinato y robo de las personas que lo habían recibido bondadosamente como la representación de sus ataques fantaseados contra la analista, refiriéndome a su ansiedad frecuentemente expresada respecto del temor de que me dañase su deseo voraz de sacarme lo más posible. Asocié esto con la primitiva culpa en relación con su madre. El policía bondadoso representaba a la analista que no lo juzgaría severamente y lo ayudaría a deshacerse de su parte mala. Señalé además que en el proceso de integración, el uso de la disociación – tanto de la personalidad como del objeto- había reaparecido. Esto estaba indicado por la analista figurando en un doble papel: como policía bondadoso y como el persecutorio Javert, quien al fin se suicidó y sobre el cual también estaba proyectada la maldad del paciente. A pesar de que éste ya había comprendido su responsabilidad por la parte delincuente de su personalidad, todavía estaba disociándose, puesto que él era representado por el hombre «inocente», mientras que las cloacas dentro de las cuales se lo perseguía significaban las profundidades de su destructividad anal y oral. La recurrencia de la disociación era causada no sólo por la ansiedad persecutoria sino por la depresiva, pues el paciente sentía que no podía enfrentar a la analista (cuando ella aparecía en un papel bondadoso) sin dañarla con la parte mala de sí mismo. Estas eran las razones por las cuales recurrió a unirse con el policía contra su propia parte mala, a la cual en ese momento deseaba aniquilar. Freud aceptó desde el comienzo que algunas variaciones individuales son debidas a factores constitucionales; por ejemplo, en «Carácter y erotismo anal» (O.C. 9) expresó el punto de vista de que el erotismo anal es, en muchas personas, constitucional. Abraham descubrió un elemento innato en la fuerza de los impulsos orales, a los que conectó con la etiología de la psicosis maníaco-depresiva. Dijo que «… lo que realmente es constitucional y heredado es un exceso de acentuación del erotismo oral, del mismo modo como en ciertas familias el erotismo anal parece ser un factor preponderante desde el comienzo». Ya mencioné anteriormente que la voracidad, el odio y las ansiedades persecutorias en relación con el objeto primario -el pecho materno- tienen una base innata. En este libro he agregado que la envidia como expresión de impulsos oral y anal-sádicos es también constitucional. Las variaciones en la intensidad de estos factores constitucionales están unidas, según mi modo de ver, a la preponderancia de uno u otro en la fusión de los instintos de vida y muerte postulados por Freud. Creo que hay una conexión entre esta preponderancia de uno u otro instinto y la fuerza o debilidad del yo. Las dificultades para soportar la ansiedad, tensión y frustración son la expresión de un yo que desde el comienzo de la vida postnatal es débil en proporción a los intensos impulsos destructivos y sentimientos persecutorios que experimenta. Estas fuertes ansiedades impuestas sobre un yo débil llevan a un excesivo uso de defensas, como la negación, disociación y omnipotencia, que en cierta extensión son siempre características del más temprano desarrollo. De acuerdo con mis tesis, añadirla que un yo constitucionalmente fuerte no es fácil presa de la envidia y es más capaz de efectuar la disociación entre bueno y malo, lo que yo estimo como precondición para establecer el objeto bueno. El yo es entonces menos propenso a esos procesos de disociación que llevan a la fragmentación y son parte de los rasgos paranoides marcados. Otro factor que desde un principio influye en el desarrollo es la variedad de experiencias externas a través de las cuales pasa el bebé. Esto explica en cierta medida el desenvolvimiento de sus ansiedades tempranas que podrían ser particularmente grandes en un niño que ha tenido un parto dificultoso y alimentación insatisfactoria. Sin embargo, la acumulación de observaciones me convenció de que el impacto de estas experiencias externas es proporcional a la fortaleza constitucional de los impulsos destructivos innatos y las consiguientes ansiedades paranoides. Muchos niños no han tenido experiencias muy desfavorables y con todo sufren serias dificultades en la alimentación y el sueño; en ellos podemos ver todos los signos de una gran ansiedad, los cuales no son suficientemente explicados por las circunstancias externas . Es asimismo bien conocido que algunos niños están expuestos a grandes privaciones y circunstancias desfavorables y no desarrollan a pesar de ello excesivas ansiedades; esto sugeriría que sus rasgos paranoides y envidiosos no son dominantes, lo que comúnmente se ve confirmado por su historia posterior. En mi trabajo analítico tuve muchas oportunidades de hacer remontar el origen de la formación del carácter a las variaciones en los factores innatos. Hay mucho más que aprender acerca de las influencias prenatales; pero aun poseyendo un mayor conocimiento acerca de éstas, no disminuirá la importancia que los elementos innatos tienen en la determinación de la fortaleza del yo y las tendencias instintivas. La existencia de los factores innatos referidos arriba, apunta hacia las limitaciones de la terapia analítica. A pesar de tener plena conciencia de ello, mi experiencia me enseñó que, sin embargo, en cierto número de casos podemos producir cambios fundamentales y positivos aun allí donde la base constitucional es desfavorable. CONCLUSIONES Durante muchos años en mis análisis he considerado a la envidia del pecho nutricio como un factor que agrega intensidad a los ataques contra el objeto primario. Con todo, sólo recientemente he puesto particular énfasis en la cualidad dañina y destructiva de la envidia, en la medida en que interfiere en la estructuración de una relación segura con el objeto bueno interno y externo, socava el sentimiento de gratitud y en muchos modos hace borrosa la distinción entre bueno y malo. En todos los casos descritos, la relación con el analista como objeto interno era de importancia fundamental. Además hallé que esto resulta cierto en general. Cuando la ansiedad por la envidia y sus consecuencias llega a su punto culminante, el paciente en diversos grados se siente como si hubiese perdido el objeto bueno y con él la seguridad interna. Mis observaciones me enseñaron que, cuando en cualquier período de la vida es seriamente perturbada la relación con el objeto bueno -trastorno en el cual la envidia desempeña un papel prominente-, no sólo son interferidas la seguridad interna y la paz, sino que sobreviene el deterioro del carácter. El predominio de los objetos internos persecutorios refuerza los impulsos destructivos. Mientras que si el objeto bueno está bien establecido, la identificación con él fortalece la capacidad para amar, los impulsos constructivos y la gratitud. Lo cual está de acuerdo con la hipótesis propuesta al comienzo de este libro: si el objeto bueno está profundamente arraigado, las perturbaciones temporarias pueden ser resistidas y queda colocado el fundamento de la salud mental, la formación del carácter y el desarrollo exitoso del yo. En relación con otros aspectos describí la importancia del objeto persecutorio internalizado más temprano, es decir, el pecho retaliativo, devorador y venenoso. Podría suponer ahora que la proyección de la envidia del niño presta una particular complexión a su ansiedad acerca de la primitiva y posterior persecución interna. El «superyó envidioso» es sentido como un perturbador o aniquilador de todos los intentos de reparación y de la facultad creadora, haciendo constantes y exorbitantes demandas sobre la gratitud del individuo. Esto es porque a la persecución se agregan los sentimientos de culpa, ya que los objetos internos persecutorios son el resultado de los impulsos envidiosos y destructivos del individuo que primitivamente dañaron al objeto bueno. La necesidad de castigo, que halla satisfacción con la incrementada desvalorización de la persona, lleva a un círculo vicioso. Como lo sabemos, la finalidad del psicoanálisis es la integración de la personalidad del paciente. La conclusión de Freud, que sostiene que donde estuvo el ello deberá estar el yo, es un jalón que señala esa dirección. Los procesos de disociación surgen en los períodos más primitivos del desarrollo. Si son excesivos forman parte integral de los severos rasgos paranoides y esquizoides que pueden ser la base de la esquizofrenia. En el desarrollo normal estas tendencias esquizoides y paranoides (la posición esquizo-paranoide) son superadas en gran medida durante el período caracterizado por la posición depresiva, desarrollándose exitosamente la integración. Los importantes avances hacia ésta, introducidos durante este estadío, preparan la capacidad del yo para la represión, la cual, según creo, actúa en forma creciente en el segundo año de vida. En «Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del bebé» sugerí que el niño pequeño es capaz de enfrentarse con dificultades emocionales por medio de la represión silos procesos de disociación en los primeros períodos no fueron demasiado intensos, produciéndose por lo tanto una consolidación de las partes conscientes e inconscientes de la mente. En las etapas más tempranas la disociación y otros mecanismos de defensa son siempre de primera importancia. Ya en Inhibición, síntoma y angustia Freud sugiere que puede haber métodos de defensa anteriores a la represión. En este libro no he tratado la vital significación de la represión para el desarrollo normal porque el efecto de la envidia primaria y su estrecha conexión con los procesos de disociación han sido mi principal esfera de interés. En lo que se refiere a la técnica, intenté mostrar que los progresos en la integración pueden ser logrados analizando una y otra vez las ansiedades y defensas ligadas a la envidia y los impulsos destructivos. Estuve siempre convencida de la importancia del hallazgo de Freud acerca de que la «elaboración» es una de las principales tareas del procedimiento analítico; mi experiencia al tratar con los procesos de disociación y retrotraerlos a su origen hizo aun más fuerte esta convicción. Cuanto más profundas y complejas las dificultades que estamos analizando, mayor será la resistencia que probablemente encontraremos. Esto tiene que ver con la necesidad de dar un alcance adecuado a la «elaboración». Esta necesidad surge particularmente en relación con la envidia del objeto primario. Los pacientes podrán reconocer su envidia, celos y actitudes competitivas hacia otras personas y aun el deseo de dañar sus capacidades, pero sólo la perseverancia del analista al analizar estos sentimientos hostiles en la transferencia, y por lo tanto capacitar al paciente para experimentarlos en su más primitiva relación, puede llevar a la disminución del proceso disociativo dentro de la personalidad. La experiencia demostró que cuando falla el análisis de estos impulsos, fantasías y emociones fundamentales ello se debe en parte a que el dolor y la ansiedad depresiva manifestados predominan en algunas personas sobre el deseo de verdad y, en último término, sobre el deseo de ser ayudados. Creo que la cooperación del paciente debe basarse en una fuerte determinación para descubrir la verdad acerca de si mismo, si es que ha de aceptar y asimilar las interpretaciones del analista en relación con esas primitivas capas de la mente. Estas interpretaciones, si son suficientemente profundas, movilizan una parte de la personalidad que es percibida como un enemigo del yo y también del objeto amado y que ha sido disociada y aniquilada. Hallé que las ansiedades que surgen por la interpretación del odio y la envidia hacia el objeto primario y la sensación de persecución por parte del analista cuyo trabajo despierta estas emociones, son más dolorosas que cualquier otro material que interpretemos. Estas dificultades se aplican particularmente a los pacientes con fuertes ansiedades paranoides y mecanismos esquizoides, porque ellos son menos capaces de experimentar, junto con la ansiedad persecutoria despertada por la interpretación, una transferencia positiva y confianza en el analista. En último término son menos capaces de mantener los sentimientos de amor. En el período actual de nuestro conocimiento, me siento inclinada a creer que éstos son los pacientes -no necesariamente de tipo psicótico manifiesto- con los cuales el éxito es limitado o puede no lograrse nunca. Cuando el análisis puede ser llevado a tales profundidades, la envidia y el temor de la envidia disminuyen, llegándose a una mayor confianza en las fuerzas constructivas y reparadoras, es decir, en la capacidad de amar. El resultado es asimismo una mayor tolerancia con respecto a las propias limitaciones, como también mejores relaciones de objeto y una más clara percepción de la realidad interna y externa. La comprensión lograda en el proceso de integración hace posible, en el curso del análisis, que el paciente reconozca que hay partes potencialmente peligrosas de su personalidad. Pero cuando el amor puede ser suficientemente unido con el odio y la envidia disociados, estas emociones se vuelven tolerables y decrecen porque son mitigadas por el amor. Los diversos contenidos de la ansiedad antes mencionados son también disminuidos, tal como el peligro de ser abrumado por la parte destructiva disociada de la personalidad. Este riesgo parece tanto más grande porque, como consecuencia de la excesiva omnipotencia temprana, el daño hecho en la fantasía parece irrevocable. La ansiedad por el temor de que los sentimientos hostiles destruyan el objeto amado decrece cuando aquellos son mejor conocidos e integrados en la personalidad. El dolor que el paciente experimenta durante el análisis también disminuye gradualmente debido a las mejorías ligadas con el progreso en la integración, tal como el recuperar cierta iniciativa, ser capaz de tomar decisiones para las que previamente se era incapaz y, en general, con el uso más libre de las propias dotes. Esto se halla unido a una merma de la inhibición de la capacidad de reparar. La posibilidad de gozar aumenta en muchas formas y la esperanza reaparece, aunque pueda todavía alternar con la depresión. Hallé que la facultad de crear crece en proporción con la capacidad de consolidar el objeto bueno, lo que en casos exitosos es el resultado del análisis de la envidia y la destructividad. En forma similar a la que se produjo en la infancia, las experiencias felices repetidas de ser alimentado y amado influyen en la consolidación del objeto bueno; del mismo modo, en el análisis, las experiencias repetidas de la efectividad y verdad de las interpretaciones dadas llevan al analista y, retrospectivamente, al objeto primario, a ser estructurados como figuras buenas. Todos estos cambios contribuyen al enriquecimiento de la personalidad. Junto con el odio, la envidia y la destructividad, otras partes importantes de aquélla que se habían perdido son recobradas en el curso del análisis. Hay también un considerable alivio al sentirse más como una persona íntegra, ganar control sobre sí mismo y adquirir más profunda sensación de seguridad hacia el mundo en general. En «Notas sobre algunos mecanismos esquizoides» sostengo que los sufrimientos del esquizofrénico, debidos a las sensaciones de ser dividido en pequeños trozos, son de lo más intensos. Estos sufrimientos son subestimados porque sus ansiedades aparecen en forma distinta de las de los neuróticos. Aun cuando no se trate de psicóticos y nos hallemos analizando personas cuya integración ha sido perturbada y que sienten indecisión tanto acerca de sí mismos como de los demás, del mismo modo son experimentadas ansiedades similares que se alivian cuando es alcanzada una integración mayor. Según mi punto de vista, una integración completa y permanente nunca es posible, porque bajo presión de origen externo o interno aun las personas bien integradas pueden ser impulsadas -aunque ésta sea una fase transitoria- a mayores procesos de disociación. En mi trabajo «Sobre la identificación» sugerí cuán importante es para el desarrollo de la personalidad y la salud mental el hecho de que la fragmentación no domine en los primitivos procesos de disociación. Allí dije: «Cuando se tiene la sensación de contener un pezón y un pecho no dañados -aunque coincidiendo con fantasías del pecho devorado y despedazado- la disociación y proyección no están predominantemente relacionadas con las partes fragmentadas de la personalidad, sino con partes más coherentes del individuo. Esto implica que el yo no está expuesto al fatal debilitamiento por dispersión y por esta razón es más capaz de deshacer repetidamente la disociación y alcanzar la integración y síntesis en relación con los objetos». Creo que esta capacidad de recuperar las partes disociadas es la precondición del desarrollo normal. Esto implica que el proceso de disociación es superado en cierta medida y que la represión de los impulsos y fantasías tiene lugar gradualmente. El análisis del carácter ha sido siempre una parte importante y muy difícil de la terapia analítica. Seguir los pasos de ciertos aspectos de la formación del carácter hasta los primitivos procesos que he descrito es, según creo, la manera de poder efectuar cambios trascendentales en el carácter y la personalidad. Los aspectos técnicos que he intentado transmitir en este libro pueden ser considerados desde otro ángulo. Desde el comienzo todas las emociones se adhieren al primer objeto. Si los impulsos destructivos, la envidia y la ansiedad paranoide son excesivos, el niño distorsiona groseramente y magnifica toda frustración de origen externo y el pecho de la madre se torna externa e internamente un objeto predominantemente persecutorio. Entonces, aun las gratificaciones reales no pueden contrarrestar la ansiedad persecutoria de modo suficiente. Retrotrayendo el análisis hasta la primitiva infancia, capacitando al paciente a revivir situaciones fundamentales, revivencia que a menudo he descrito como memorias o recuerdos en los sentimientos (memories in feeling) , el paciente puede desarrollar, durante el curso del análisis, una actitud diferente hacia sus primeras frustraciones. No hay duda de que si el niño estuvo realmente expuesto a condiciones muy desfavorables, el establecimiento retrospectivo de un buen objeto no puede deshacer esas desagradables experiencias primitivas. Con todo, la introyección del analista como un objeto bueno, si no está basada en la idealización, tiene hasta cierto punto el efecto de proveer un objeto interno bueno, cuya falta se ha hecho sentir en forma notable. También el debilitamiento de las proyecciones y, por lo tanto, el logro de una mayor tolerancia, unido con un menor resentimiento, hacen posible que el paciente halle y reviva algunos aspectos y recuerdos placenteros del pasado, aun cuando la situación temprana fuese muy desfavorable. Esto se logra por medio del análisis de la transferencia positiva y negativa, que nos lleva retrospectivamente hasta las primeras relaciones de objeto. Esto es posible porque la integración resultante del análisis ha fortalecido el yo que era débil en el comienzo de la vida. Siguiendo esta dirección es como también puede tener éxito el análisis de los psicóticos. El yo más integrado se torna capaz de experimentar la culpa y los sentimientos de responsabilidad, que no fue capaz de enfrentar en la infancia; se efectúa en consecuencia la síntesis del objeto y, por lo tanto, la mitigación del odio por el amor, disminuyendo la potencia de la voracidad y la envidia, que son los corolarios de los impulsos destructivos. Expresado de distinta manera: decrecen la ansiedad persecutoria y los mecanismos esquizoides y el paciente puede elaborar la posición depresiva. Cuando la ineptitud inicial para establecer un objeto bueno es en cierta medida superada, la envidia disminuye y la capacidad para el goce y la gratitud aumentan en forma gradual. Estos cambios se extienden a muchos aspectos de la personalidad del paciente y alcanzan desde la primitiva vida emocional hasta las experiencias y relaciones del adulto. Según creo, la mayor esperanza de ayuda a nuestros pacientes reside en el análisis de los efectos de las primeras perturbaciones sobre la totalidad del desarrollo.