Escritos de Lacan: Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud

Espero que la gratitud que sentimos todos por la merced que el señor Jean Hyppolite nos ha concedido de su luminosa exposición podrá justificar a los ojos de ustedes, no menos, así lo espero, que a los suyos, la insistencia que puse en rogarle que lo hiciera.

¿No vemos, una vez más, demostrado que de proponer al espíritu menos prevenido, si bien no es por cierto el menos ejercitado, el texto de Freud al que llamaré de interés más  local en apariencia, encontramos en él esa riqueza nunca agotada de significaciones que lo ofrece por destino a la disciplina del comentario? No uno de esos textos de dos dimensiones, infinitamente planos, como dicen los matemáticos, que sólo tienen un valor fiduciario en un discurso constituido, sino un texto vehículo de una palabra, en cuanto que ésta constituye una emergencia nueva de la verdad.

Si conviene aplicar a ésta clase de texto todos los recursos de nuestra exégesis, no es únicamente, tienen aquí el ejemplo de ello, para interrogarlo sobre sus relaciones con aquél que es su autor, modo de crítica histórica o literaria cuyo valor de «resistencia» debe saltar a los ojos de un psicoanalista formado, sino ciertamente para hacerle responder a las preguntas que nos plantea a nosotros, tratarlo como una palabra verdadera, deberíamos decir, si conociéramos nuestros propios términos en su valor de transferencia.

Por supuesto, esto supone que se lo interprete. ¿Hay en efecto mejor método crítico que el que aplica a la comprensión de un mensaje los principios mismos de comprensión de los que éste se hace vehículo? Es el modo mas racional de poner a prueba su autenticidad.

La palabra plena, en efecto, se define por su identidad con aquello de que habla. Y este texto de Freud nos ofrece un luminoso ejemplo de esto al confirmar nuestra tesis del carácter transpsicológico del campo del psicoanálisis, como el señor Jéan Hyppolite acaba de decirlo a ustedes en los propios términos.

Por eso los textos de Freud resultan a fin de cuentas tener un verdadero valor formador para el psicoanalista, avezándolo, como debe serlo, es algo que enseñamos expresamente, en el ejercicio de un registro fuera del cuál su experiencia   no es nada.

Pues no se trata de nada menos que de su adecuación al nivel del hombre en que lo capta, piense de ello lo que piense; en el cual está llamado a responderle, quiera lo que quiera, del que asume, tómelo como lo tome, la responsabilidad, Es decir que no es libre de escabullirse de ello recurriendo hipócritamente a su calificación médica y refiriéndose de manera indeterminada a las bases de la clínica.

Pues el new deal psicoanalitico muestra más de un rostro, a decir verdad cambia de rostro según los interlocutores, de suerte que desde hace algún tiempo tiene tantos que le sucede en ocasiones verse atrapado en sus propias coartadas, creer en ellas él mismo, y aun encontrarse en ellas por error.

En cuanto a lo que acabamos de oír, quiero únicamente indicarles hoy las avenidas que abre a nuestras investigaciones mas concretas.

El señor Hyppolite, con su análisis, nos ha hecho franquear la especie de collado
, marcado por la diferencia de nivel en el sujeto, de la creación simbólica de la negación en relación con la Bejahung. Ésta creación del símbolo, como él ha subrayado, ha de concebirse como un momento mítico mas que como un momento genético. Pues no puede ni siguiera referirse a la constitución del objeto, puesto que incumbe a una relación del sujeto con el ser. y no del sujeto con el mundo.

Así pues Freud, en este corto texto, como en el conjunto de su obra, se muestra muy adelante de su época y bien lejos de estar en falta frente a los aspectos más recientes de la reflexión filosófica. No es que se adelante en nada al moderno desarrollo del pensamiento de la existencia. Pero dicho pensamiento no es más que la exhibición que descubre para unos, recubre para otros los contragolpes más o menos bien comprendidos de una meditación del ser que va a impugnar toda la tradición de nuestro pensamiento como nacida de una confusión primordial del ser en el ente.

Ahora bien, no puede uno dejar de quedar impresionado por lo que sé transparenta constantemente en la obra de Freud de una proximidad de estos problemas, que deja pensar que las referencias repetidas a las doctrinas presocráticas no dan simplemente testimonio de un uso discreto de notas de lectura (que sería por lo demás contrario a la reserva casi mistificante que Freud observa en la manifestación de su inmensa cultura), sino indudablemente de una aprensión propiamente metafísica de problemas para éI actualizados.

Lo que Freud designa aquí por lo afectivo no tiene pues, no hace falta volver sobre ello, nada que ver con el uso que hacen de este término los partidarios del nuevo psicoanálisis, que lo utilizan como una quatitas occulta psicológica para designar esa cosa vivida, cuyo oro sutil, si hemos de atenderlos, sólo se daría a la decantación de una alta alquimia, pero cuya búsqueda, cuando los vemos jadear ante sus formas mas bobas, apenas evoca otra cosa que un husmear de poca ley.

Lo afectivo en este texto de Freud se concibe como lo que de una simbolización primordial conserva sus efectos hasta en la estructuración discursiva. Pues ésta estructuración, llamada también intelectual, está hecha pan traducir bajo forma de desconocimiento lo que esa primera simbolización debe a la muerte.

Nos vemos llevados así a una especie de intersección de lo simbólico y de lo real que podemos llamar inmediata, en la medida en que se opera sin intermediario imaginario, pero que se mediatiza, aunque es precisamente bajo una forma que reniega de sí misma, por lo que quedó excluído en el tiempo primero de la simbolización.

Estas fórmulas les son accesibles, a pesar de su aridez, por todo lo que condensan del uso, en el que se sirven ustedes seguirme, de las categorías de lo simbólico, de lo imaginario y de lo real.

Quiero darles una idea de los lugares fértiles cuya clave es lo que hace un momento llamaba yo el collado que ellas definen.

Para hacerlo, extraeré de dos campos diferentes dos ejemplos como premisas; el primero, de lo que estas fórmulas pueden iluminar de las estructuras psicopatológicas y hacer comprender a la vez de la nosografía; el segundo, de lo que hacen comprender de la clínica psicoterapeutica y a la vez iluminan para la teoría de la técnica.

El primero interesa a la función de la alucinación. Sin duda no se podría sobrestimar la amplitud del desplazamiento que se ha producido en el planteamiento de este problema por el enfoque llamado fenomenológico de sus datos.

Pero cualquiera que sea el progreso que se ha cumplido aquí, el problema de la alucinación sigue estando no menos centrado sobre los atributos de la conciencia de lo que lo estaba antes.

Piedra de escándalo para una teoría del pensamiento que buscaba en la conciencia la garantía de su certidumbre, y como tal que estaba en el origen de la hipótesis de esa contrahechura de la conciencia que algunos comprenden como pueden bajo el nombre de epifenómeno, es nuevamente y más que nunca a título de fenómeno de la conciencia como la cociencia va a someter la alucinación a la reducción fenomenológica: en la que se creerá ver su sentido entregarse a la trituración de las formas componentes de su intencionalidad

Ningún ejemplo más impresionante de semejante método que las páginas consagradas por Maurice Merleau-Ponty a la alucinación en la Fenomenología de la perceción. Pero los límites a la autonomía de la conciencia que capta en ella tan admirablemente en el fenómeno mismo son demasiado sutiles de manejar para cerrar el camino a la grosera simplificación de la noesis alucinatoria en que los psicoanalistas caen corrientemente: utilizando torcidamente las nociones freudianas para motivar con una erupción del principio de placer la conciencia alucinada.

Sería sin embargo demasiado fácil objetar a eso que el noema de la alucinación, lo que se llamaría vulgarmente su contenido, no muestra de hecho sino la relación mas contingente con una satisfacción cualquiera del sujeto. Entonces la preparación fenomenológica del problema deja entrever que no tiene ya aquí valor sino a condición de plantear los términos de una verdadera conversión de la cuestión: a saber, si la noosis del fenómeno tiene alguna relación de necesidad con su noema.

Es aquí donde el artículo de Freud puesto al día toma su lugar por señalar a nuestra atención hasta qué punto el pensamiento de Freud es mucho más estructuralista de lo que se admite en las ideas aceptadas. Pues se falsea el sentido del principio de placer si se desconoce que en la teoría nunca es planteado solo.

Pues la puesta en forma estructural, en ese artículo, tal como el señor Hyppolite acaba de explicitarlo ante ustedes, nos lleva de entrada, si sabemos entenderla, mas allá de la conversión que evocamos como necesaria. Y es en esa conversión en la que voy a intentar acostumbrarles a analizar un ejemplo en el que quiero que sientan la promesa de una reconstrucción verdaderamente científica de los datos del problema, de la que tal vez seremos juntos los artesanos por cuanto encontraremos en ello los asideros que hasta ahora se han hurtado a la alternativa crucial de la experiencia.

No necesito ír más lejos para encontrar este ejemplo que volver a tomar el que se ofreció a nosotros la última vez, al interrogar un momento significativo del análisis del «hombre de los lobos».

Píenso que está todavía presente en la memoria de ustedes la alucinación cuyo rastro recobra el sujeto con el recuerdo. Apareció erráticamente en su quínto año, pero también con la ilusión, cuya falsedad será demostrada, de haberla contado ya a Freud. El examen de este fenómeno quedará aliviado para nosotros de lo que ya sabemos de su contexto. Pues no es de hechos acumulados de donde puede surgir una luz, sino de un hecho bien relatado con todas sus correlaciones, es decir con las que, a falta de comprender el hecho, justamente se olvidan -salvo intervención del genio que, no menos justamente, formula ya el enigma como si conociese la o las soluciones.

Ese contexto lo tienen ya ustedes pues en los obstáculos que ese caso presentó al análisis, y en los que Freud parece progresar de sorpresa en sorpresa. Porque naturalmente no tenía la omnisciencia que permite a nuestros neopracticantes poner la planificación del caso al principio del análisis. E incluso es en esa observación donde afirma con mayor fuerza el principio contrario, a saber que preferiría renunciar al equilibrio entero de su teoría antes que desconocer las más pequeñas particularidades de un caso que la pusiera en tela de juicio. Es decir que si la suma de la experiencia analítica permite desprender algunas formas generales, un análisis no progresa sino de lo particular a lo particular.

Los obstáculos del caso presente, como las sorpresas de Freud, si recuerdan ustedes mínimamente no sólo lo que de ello salió a luz la última vez, sino el comentario que hice en el primer año de mi seminario, se sitúan de plano en nuestro asunto de hoy. A saber, la «intelectualización» del proceso analítico por una parte, el mantenimiento de la represión, a pesar de la toma de conciencia de lo reprimido, por otra parte.

Así es como Freud, en su inflexible inflexión a la experiencia, comprueba que aunque el sujeto haya manifestado en su comportamiento un acceso, y no sin audacia, a la realidad genital, ésta ha quedado como letra muerta para su inconsciente donde sigue reinando la «teoría sexual» de la fase anal.

De este fenómeno Freud discierne la razón en el hecho de qué la posición femenina asumida por el sujeto en la captación imaginaria del traumatismo primordial (a saber aquel cuya historicidad da a la comunicación del caso su motivo principal), le hace imposible aceptar la realidad genital sin la amenaza, desde ese momento inevitable para el, de la castración.

Pero lo que dice de la naturaleza del fenómeno es mucho más notable. No se trata, nos dice, de una represión (Verdrängung), pues la represión no puede distinguirse del retorno de lo reprimido por el cual aquello de lo que el sujeto no puede hablar, lo grita por todos los poros de su ser.

Ese sujeto, nos dice Freud, de la castración no quería saber nada en el sentido de la represión, er von ihr nichts wissen wollte  im Sinne der Verdrängung. Y para designar este proceso emplea el término erwerfung, para el cual propondremos considerándolo todo el término «cercenamiento» [«retranchement»].

Su efecto es una abolición simbólica. Pues cuando Freud ha dicho «Erverwarf sie», «cercena la castración» es  («und blieb auf dem Stamdpunkt des Verkehrs im Affer», «y permanece en el statu quo del coito anal»),  continúa: «con ello no puede decirse que fuese propiamente formulado ningún juicio sobre su existencia, pero fue exactamente como si nunca hubiese existido».

Algunas páginas más arriba, es decir justo después de haber determinado la situación histórica de ese proceso en la biografía de su sujeto, Freud concluyó distinguiéndolo expresamente de la represión en estos términos: «Eine Verdrängung ist etwas anderes als eine  Verwerfung». Lo cual, en la traducción francesa, se nos presenta en estos términos: «Una represión es otra cosa que un juicio que rechaza y escoge.» Dejo a ustedes el juicio de la especie de maleficio que hay que admitir en la suerte deparada a los textos de Freud en francés; si nos negamos a creer que los traductores se hayan pasado la consigna para hacerlos incomprensibles, y no hablo de lo que añade a este efecto la extinción completa de la vivacidad de su estilo.

El proceso de que se trata aquí bajo el nombre de Verwerfung y que no ha sido, que yo sepa, objeto de una  sola observación un poco consistente en la literatura analítica, se sitúa muy  precisamente en uno de los tiempos que el señor Hyppolite acaba de desbrozar para ustedes en la dialéctica de la Verneinung: es exactamente lo que se opone a la Bejahung primaria y constituye como tal lo que es expulsado. De lo cual van ustedes a ver la prueba en un signo cuya evidencia les sorprenderá. Porque es aquí donde volvemos a encontrarnos en el puesto en que los dejé la última vez, y que va a sernos mucho más fácil de franquear después de lo que acabamos de aprender gracias al discurso del señor Hyppolite.

Iré pues más adelante, sin que los más picados de la idea de desarrollo, si es que los hay todavía aquí, puedan objetarme la fecha tardía del fenómeno, puesto que el señor Hyppolite les ha mostrado admirablemente que es míticamente como Freud lo describe en cuanto primordial

La Verwerfung pues ha salido al paso a toda manifestación del orden simbólico, es decir a la Bejahung que Freud establece como el proceso primario en que el juicio atributivo toma su raíz, y que no es otra cosa sino la condición primordial para que de lo real venga algo a ofrecerse a la revelación del ser o, para emplear el lenguaje de Heidegger, sea dejado-ser. Porque es sin duda hasta ese punto alejado adonde nos lleva Freud, puesto que sólo ulteriormente una cosa cualquiera podrá encontrarse allí como ente.

Tal es la afirmación inaugural, que no puede ya renovarse sino a través de las formas veladas de la palabra inconsciente, pues sólo por la negación de Ia negación permite el discurso humano regresar a eso.

Pero ¿qué sucede pues con lo que no  es dejado ser en esa Bejahung? Freud nos lo ha dicho previamente, lo que el sujeto ha cercenado (verworfen) así, decíamos, de la abertura al ser no volverá a encontrarse en su historia, si se designa con ese nombre el lugar donde lo reprimido viene a reaparecer. Porque, les ruego observar cuán impresionante es la fórmula por carecer de toda ambigüedad, el sujeto no qerrá «saber nada de ello en el sentido de la represión». Pues para que hubiese efectivamente de conocer algo de ello en ese sentido, sería necesario que eso saliese de alguna manera a la luz de la simbolización primordial. Pero, una vez más, ¿qué sucede con ello? Lo que sucede con ello pueden ustedes verlo: lo que no ha llegado a la luz de lo simbólico aparece en lo real.

Pues así es como hay que comprender la Einbeziehung ins Ich, la introducción en el sujeto, y la Ausstossung aus dem Ich, la expulsión fuera del sujeto. Es ésta última la que constituye lo real en cuanto que a el dominio de lo que subsiste fuera de la simbolización. Y por eso la castración aquí cercenada por el sujeto de los limites mismos de lo posible, pero igualmente por ello sustraída a las posibilidades de la palabra, va a reaparecer en lo real, erraticamente, es decir en relaciones de resistencia sin transferencia -diríamos, para volver a la metáfora que utilizamos antes, como una puntuación sin texto.

Pues lo real no espera, y concretamente no al sujeto, puesto que no espera nada de la palabra. Pero está ahí, idéntico a su existencia, ruido en el que puede oírse todo, y listo a sumergir con sus esquirlas lo que el «principio de realidad» construye en él bajo el nombre de mundo exterior. Pues si el juicio de existencia funciona efectivamente como lo hemos entendido en el mito freudiano, es sin duda a expensas de un mundo sobre el cual la astucia de la razón ha tomado dos veces su parte.

No hay otro valor que dar en efecto a la reiteración de la repartición del fuera y del dentro que articula la frase de Freud: «Es ist, wie man sieht, wieder eine Fragé des Aussen und Innen», «Se trata, como se ve, nuevamente de una cuestión del fuera y del dentro.» ¿En que momento en efecto se presenta esta frase?. -Ha habido primero la expulsión primaria, es decir lo real como exterior al sujeto. Luego en el interior de la representación (Vorstellung), constituida por la reproducción (imaginaria) de la percepción primera, la discriminación de la realidad como de aquello que del objeto de esa percepción primera no es solamente planteado como existente por el sujeto, sino que puede volver a encontrarse (wiedergefunden) en el lugar en el que puede apoderarse de ello. En eso es en lo único en que la operación, por muy desencadenada que sea por el principio de placer, escapa a su dominio. Pero en esa realidad que el sujeto debe componer según la gama bien templada de sus objetos, lo real, en cuanto cercenado de la simbolización primordial, está ya. Podríamos incluso decir que charla solo. Y el sujeto puede verlo emerger de allí bajo la forma de una cosa que está lejos de ser un objeto que le satisfaga, y que no interesa sino de la manera más incongruente a su intencionalidad presente: es aquí la alucinación en cuanto que se diferencia radicalmente del fenómeno interpretativo. De lo cual tenemos este testimonio de la pluma de Freud transcrito bajo el dictado del sujeto.

El sujeto le cuenta en efecto que «cuando tenía cinco años, jugaba en el jardín al lado de su criada, y hacía muescas en la corteza de uno de esos nogales (cuyo papel en su sueño conocemos). De pronto notó con un terror imposible de expresar que se había seccionado el dedo meñique de la mano (¿derecha o izquierda? No lo sabe) y que ese dedo solo colgaba ya por la piel. No sentía ningún dolor, sino una gran ansiedad. No se animaba a decir nada a su criada que estaba a sólo unos pasos de él; se dejó caer sobre un banco y permaneció así, incapaz de lanzar una mirada más a su dedo. Al fin se calmó, miró bien su dedo, y -!fíjese nomás!- estaba totalmente indemne».

Dejemos a Freud el cuidado de confirmarnos con su escrúpulo habitual, por todas las resonancias temáticas y las correlaciones biográficas que extrae del sujeto por la via de la asociación, toda la riqueza simbólica del argumento alucinado. Pero no nos dejemos a nuestra vez fascinar por ella.

Las correlaciones del fenómeno nos enseñarán más para lo que nos interesa que el relato que lo somete a las condiciones de transmisibilidad del discurso. Que su contenido se pliegue a ellas tan holgadamente, que llegue hasta confundirse con los temas del mito o de la poesía, plantea por cierto una cuestión, que se formula de inmediato, pero que tal vez exige ser planteada nuevamente en un tiempo segundo, aunque sólo sea porque en el punto de partida sabemos que la solución simple no es aquí suficiente.

Un hecho en efecto se desprende del relato del episodio que no es en absoluto necesario para su comprensión, bien al contrario, es la imposibilidad en que el sujeto se encontró de hablar de él en aquel momento. Hay aquí, observémoslo, una interversión de la dificultad en relación con el caso de olvido del nombre que hemos analizado antes. Allá, el sujeto ha perdido la disposición del significante, aquí se detiene ante la extrañeza del significado. Y esto hasta el punto de no poder comunicar el sentimiento que esto le produce, ni siquiera bajo la forma de una llamada, siendo así que tiene a su alcance a la persona mas adecuada para escucharla: su bienamada Nania.

Muy al contrario, si me permiten el término familiar por su valor expresivo, no pestañea; lo que describe de su actitud sugiere la idea de que no es sólo en un estado de inmovilidad en lo que se hunde, sino en una especie de embudo temporal de donde regresa sin haber podido contar las vueltas de su descenso y de su ascenso, y sin que su retorno a la superficie del tiempo común haya respondido para nada a su esfuerzo.

El rasgo de mutismo aterrado vuelve a encontrarse notablemente en otro caso, casi calcado de éste, y transmitido por Freud de un corresponsal ocasional.

El rasgo del abismo temporal no va a dejar de mostrar correlaciones significativas.

Vamos a encontrarlas efectivamente en las formas actuales en que se produce la rememoración. Ustedes saben que el sujeto, en el momento de emprender su relato, creyó primero que ya lo había contado, y que este aspecto del fenómeno pareció a Freud que merecía ser considerado aparte para servir de tema a uno de los escritos que constituyen este año nuestro programa (nota).

La manera misma en que Freud se pone a explicar ésa ilusión del recuerdo, a saber por el hecho de que el sujeto había contado varias veces el episodio de la compra hecha por un tío a petición suya de una navaja, mientras que su hermana recibía un libro, sólo nos retendrá por lo que implica sobre la función del recuerdo-pantalla.

Otro aspecto del movimiento de la rememoración nos parece converger hacia la idea que vamos a emittr. Es que la corrección que el sujeto le aporta secundariamente, a saber que el nogal de que se trata en el relato y que no nos es menos familiar que a él cuando evoca su presencia en el sueño de angustia, que es en cierto modo la pieza maestra del material de este caso, es aportada sin duda de otro sitio, a saber de otro recuerdo de alucinación en el cual es del árbol mismo del que hace brotar sangre.

¿No nos indica este conjunto en un carácter en cierto modo extratemporal de la rememoración algo como el sello de origen de lo que es rememorado?

¿Y no encontramos en este carácter algo no idéntico, pero que podríamos llamar complementario de lo que se produce en el famoso sentimiento de déjà vu que, aunque ha llegado a constituir la cruz de los psicólogos, no por ello ha quedado esclarecido a pesar del número de explicaciones que ha recibido, y que no por azar ni por gusto de la erudición recuerda Freud en el artículo del que hablamos por el momento?

Podría decirse que el sentimiento de déja vu sale al encuentro de la alucinación errática, que es el eco imaginario que surge en respuesta a un puesto de la realidad que pertenece al Iímite donde ha sido cercenado de lo simbólico.

Esto quiere decir que el sentimiento de irrelidad es exactamente el mismo fenómeno que el sentimiento de realidat, si se designa con éste término el «clic» que señala la resurgencia, difícil de obtener, de un recuerdo olvidado. Lo que hace que el segando sea sentido como tal es que se produce en el interior del texto simbólico que constituye el registro de la rememoración, mientras que el primero responde a las formas inmemoriales que aparecen sobre el palimpsesto de lo imaginario, cuando el texto interrumpiéndose deja al desnado el soporte de la reminiscencia.

No se necesita para comprenderlo en la teoría freudiana mas que escuchar a ésta hasta el fin, pues si toda representación no vale en ella sino por lo que reproduce de la percepción primera, ésta recurrencia no puede detenerse en ésta sino a título mítico. Esta observación remitía ya a Platón a la idea eterna; preside en nuestros días el renacimiento del arquetipo. En cuanto a nosotros, nos contentaremos con observar que es únicamente por las articulaciones simbólicas que lo enmarañan con todo un mundo como la percepción toma su carácter de realidad.

Pero el sujeto no experimentará un sentimiento menos convincente al tropezar con el símbolo que en el origen cercenó de su Bejahung. Pues ese símbolo no encaja por ello en lo imaginario. Constituye, nos dice Freud, lo que propiamente no existe; y es en cuanto tal como ex-siste, pues nada existe sino sobre un fondo supuesto de ausencia. Nada existe sino en cuanto que no existe.

Es también esto lo que aparece en nuestro ejemplo. El contenido, de la alucinación tan masivamente simbólica, debe en ella su aparición en lo real al hecho de que no existe para el sujeto. Todo indica en efecto que éste permanece fijado en su inconsciente en una posición femenina imaginaria que quita todo  sentido a su mutilación alucinatoria.

En el orden simbólico, los vacíos son tan significantes como los llenos; parece efectivamente, escuchando a Freud hoy, que es la hiancia de un vacío la que constituye el primer paso de todo su movimiento dialéctico.

Es ciertamente lo que explica, al parecer, la insistencia que pone el esquizofrénico en reiterar ese paso. En vano, puesto que para éI todo lo simbólico es real.

Bien diferente en eso del paranoico del que hemos mostrado en nuestra tesis las estructuras imaginarias prevalentes, es decir la retroacción en un tiempo cíclico que hace tan difícil la anamnesia de sus perturbaciones, de fenómenos elementales que son solamente presignificantes y que no logran sino después de una organización discursiva larga y penosa establecer, constituir, ese universo siempre parcial que llaman un delirio.

Me detengo en éstas indicaciones, que habremos de volver a tomar en un trabajo clínico, para dar un segundo ejemplo en el cual poner a prueba nuestras afirmaciones de hoy.

Este ejemplo incumbe a otro modo de interferencia entre lo simbólico y lo real, ésta vez no uno que sufra el sujeto, sino que el sujeto actúa. Es efectivamente este modo de reacción el que se designa en la técnica con el nombre de acting out sin que quede siempre bien delimitado su sentido; y vamos a ver que nuestras consideraciones de hoy son de naturaleza adecuada para renovar su noción.

El acting-out que vamos a examinar, siendo de tan poca consecuencia aparentemente para el sujeto como la alucinación que acaba de retener nuestra atención, puede ser no menos demostrativo. Si no ha de permitirnos llegar tan lejos, es que el autor del que lo tomamos no muestra el poder de investigación y la penetración adivinatoria de Freud, y que para sacar de éI más instrucción pronto nos faltará materia.

Es referido en efecto por Ernst Kris, autor que adquiere sin embargo toda su importancia por formar parte del trinnvirato que se encargó de dar al new deal de la psicología del ego su estatuto en cierto modo oficial, e incluso por considerársele como su cabeza pensante.

No por ello nos da de éI una fórmula mas segura, y los preceptos técnicos que este ejemplo se supone que ilustra en el artículo «Ego psychology and interpretation in psychoanalytic therapy»  desembarcan, en su equilibrio donde se distinguen las nostalgias del analista de vieja cepa, en nociones entre azul y buenas noches cuyo examen dejamos .para más tarde, sin dejar de esperar por lo demás la llegada del bendito que, calibrando por fin en su ingenuidad esa infatuación del análisis normalizante, le propinase, sin que nadie tenga por qué meter las narices, el golpe definitivo.

Consideremos mientras tanto el caso qué nos presenta para arrojar luz sobre la elegancia con que, podríamos decir, lo ha  desbrozado, y esto en razón de los principios de los cuales su intervención decisiva muestra la aplicación magistral: entendamos con esto el llamado al yo del sujeto, el abordamiento «por la superficie», la referencia a la realidad, y tutti quanti.

He aquí pues un sujeto al que ha tomado en posición de segundo analista. Este sujeto se encuentra gravemente trabado en su profesión, profesión intelectual que parece no estar muy alejada de la nuestra. Esto es lo que se traduce diciéndonos que, aunque ocupa una posición académica respetada, no podría avanzar a un más alto rango, por falta de poder publicar sus investigaciones. La traba es la compulsión por la cual se siente empujado a tomar las ideas de los otros. Obsesión pues del plagio, y aún del plagiarismo. En el punto en que se encuentra, después de haber cosechado una mejoría pragmática de su primer análisis, su vida gravita en torno a un brillante scholar en el tormento constantemente alimentado de evitar hurtarle sus ideas. Sea como sea, un trabajo está listo para aparecer.

Y un buen día, hete aquí que llega a la sesión con un aire de triunfo. Ya tiene la prueba: acaba de echar el guante a un libro de la biblioteca que contiene todas las ideas del suyo. Puede decirse que no conocía el libro, puesto que le echó una ojeada no hace mucho. No obstante, ahí lo tenemos, plagiario a pesar suyo. El analista (la analista) que; le hizo su primer tratamiento tenía bastante razón cuando le decía aproximadamente «quien ha robado robará», puesto que también en su pubertad birlaba de buen talante libros y golosinas.

Aquí es donde Ernst Kris, con su ciencia y con su audacia, interviene, no sin conciencia de hacérnoslas medir, sentimiento en el que tal vez lo abandonaremos a medio camino. Pide ver ese libro. Lo lee. Descubre que nada justifica en él lo que el sujeto cree leer allí. Es él solo quién atribuye al autor el haber dicho todo lo que él quiere decir.

Desde ese momento, nos dice Kris, la cuestión cambia de faz. Pronto se trasluce que el eminente colega se ha apoderado de manera reiterada de las ideas del sujeto, las ha arreglado a su gusto y simplemente las ha señalado sin hacer mención de ellas. Y esto es lo que el sujeto temblaba de robarle, sin reconocer en ello su bien.

Se anuncia una era de comprensión nueva, Si dijese que el gran corazón de Kris abrió  las puertas de esta, sin duda no recogería su asentimiento. Me diría, con la seriedad proverbialmente atribuida en francés al papa, que siguió el gran principio de abordar los problemas por la superficie, ¿Y por qué no diríamos también que los toma por fuera, e incluso que una brizna de quijotismo podría leerse sin que él lo sepa en la manera en que viene a decidir tajantemente en materia tan delicada como el hecho del plagio?

El vuelco de intención cuya lección hemos ido a aprender hoy de nuevo en Freud lleva sin duda a algo, pero no está dicho que sea a la objetividad. En verdad, si podemos estar seguros de que no se sacará sin provecho a la bella alma de su rebeldía contra el desorden del mundo, poniéndola en guardia en cuanto a la parte que le toca en el, lo inverso no es verdad, y no debe bastarnos que alguien se acuse de alguna mala intención para que le aseguremos que no es culpable de ella.

Era sin embargo una magnifica ocasión para poder percatarse de que, si hay por lo menos un prejuicio del que el psicoanalista deberla desprenderse por medio del psicoanálisis, es el de la propiedad intelectual. Esto habría hecho sin duda más fácil para aquel que seguimos aquí orientarse en la manera en que su paciente lo entendía por su parte

Y puesto que se salta la barrera de una prohibición, por lo demás más imaginaria que real, para permitir al analista un juicio sobre las pruebas, ¿por qué no darse cuenta de que es quedarse en la abstracción no mirar el contenido propio de las ideas aquí en litigio, pues no podría ser indiferente?

La incidencia vocacional, para decirlo de una vez, de la inhibición no es tal vez de descuidarse enteramente, aun cuando sus efectos profesionales parecen evidentemente más importantes en la perspectiva culturalmente especificada del success.

Pues, si he podido notar alguna contención en la exposición de los principios de interpretación que implica un psicoanálisis que ha regresado a la ego psychology, en cambio en el comentario del caso no nos perdonan nada.

Reconfortándose de pasada con una coincidencia que le parece de las más felices con las fórmulas del honorable señor Bibring, el señor Kris nos expone su método: «Se trata de determinar en un período preparatorio (sic) las patterns de comportamiento, presentes y pasadas, del sujeto (cf p, 24 del artículo), Se observarán ante todo aquí sus actitudes de crítica y de admiración para con las ideas de los otros; luego la relación de éstas con las ideas propias del paciente.» Pido excusas por seguir paso a paso el texto. Pues es preciso aquí que no nos deje duda alguna sobre el pensamiento de su autor. «Una vez llegados a este punto, la comparación entre la productividad del propio paciente y la de los otros debe proseguirse con el mayor detalle. Al final, la deformación de imputar a los otros sus propias ideas va a poder finalmente analizarse y el mecanismo   «debe y haber»   volverse consciente.»

Uno de los maestros añorados de nuestra juventud, del que sin embargo no podemos decir que lo hayamos seguido en los últimos virajes de su pensamiento, había designado ya lo que nos describen aquí con el nombre de «balancismo». Por supuesto, no es de desdeñarse hacer consciente un síntoma obsesivo, pero sigue siendo algo diferente de fabricarlo de cabo a rabo.

Abstractamente planteado, este análisis, descriptivo, nos precisan, no me parece sin embargo muy diferenciado de lo que se reporta del modo de abordamiento que habría seguido la primera analista. Pues no nos hacen un misterio del hecho de que se trata de la señora Melitta Schmideberg, al citar una frase extraída de un comentario que habría hecho aparecer de ese caso: «Un paciente que durante su pubertad robó de vez en cuando… ha conservado más tarde cierta inclinación al plagio… Desde ese momento, puesto que para él la actividad estaba ligada con el robo, el esfuerzo científico con el plagiarismo, etcétera.»

No hemos podido verificar si ésta frase agota la parte tomada al análisis por el autor juzgado, ya que una parte de la literatura analítica se ha vuelto por desgracia muy difícil de acceso.

Pero comprendemos mejor el énfasis del autor de quien recibimos el texto cuando embona su conclusión: «Es posible ahora comparar los dos tipos de enfoque analítico.»

Pues, a medida que ha precisado concretamente en qué consiste el suyo, vemos claramente lo que quiere decir ese análisis de las patterns de la conducta del sujeto, es propiamente inscribir esa conducta en las patterns del analista.

No es que no se meneen allí otras cosas Y vemos dibujarse con el padre y el abuelo una sítuación triangular muy atractiva de aspecto, tanto más cuanto que el primero parece haber fallado, como suele suceder, en mantenerse al nivel del segundo, sabio distinguido en su campo. Aquí algunas astucias sobre el abuelo (grand-père) y el padre que no era grande, a las que tal vez hubiéramos preferido algunas indicaciones sobre el papel de la muerte en todo este juego. Que los peces grandes y los chicos de las partidas de pesca con el padre simbolicen la clásica «comparación» que en nuestro mundo mental ha tomado el lugar ocupado en otros siglos por otras mas galantes, ¡no lo dudamos! Pero todo esto, si se me permite la expresión, no me parece tomado por la punta debida.

No daré de ello más prueba que el cuerpo del delito prometido en mi ejemplo, es decir justamente lo que el señor Kris nos produce como el trofeo de su victoria, Cree haber llegado a la meta; se lo participa a su paciente. «Sólo las ideas de los otros son interesantes, son las únicas que vale la pena tomar: apoderarse de ellas es una cuestión de saber arreglárselas» -traduzco así engineering porque pienso que hace eco al célebre how to norteamericano, pongamos, si no es eso: cuestión de planificación.

«En ese punto -nos dice Kris- de mi interpretación, esperaba la reacción de mi paciente. El paciente se callaba, y la longitud misma de ese silencio, afirma, pues mide sus efectos, tiene una significación especial. Entonces como dominado por una iluminación súbita, profiere estas palabras:   Todos los días a mediodía, cuando salgo de la sesión, antes del almuerzo, y antes de volver a mi oficina, voy a dar una vuelta por la calle tal (una calle, nos explica el autor, bien conocida por sus restaurantes pequeños, pero donde es uno bien atendido) y hago guiñfos a los menús detrás de las vidrieras de sus entradas. En uno de esos restaurantes es donde encuentro de costumbre mi plato preferido: sesos frescos .»

Es la palabra final de su observación. Pero el muy vivo interés que siento por los casos de generación sugerida de los ratones por las montañas, los detendrá a ustedes, así lo espero, todavía un momento, si les ruego examinar conmigo ésta.

Se trata de todo a todo de un individuo de la especie llamada acting out, sin duda de pequeño tamaño, pero  muy bien constituido.

Sólo me asombra el placer que parece aportar a su partero. ¿Piensa acaso que se trata de una salida válida de ese id, que lo supremo de su arte ha logrado provocar?

Que con seguridad la confesión de ello que hace el sujeto tenga todo su valor transferencial, es cosa fuera de duda, aun cuando el autor haya tomado el partido, deliberado, él lo subraya, de ahorrarnos todo detalle referente a la articulación, y aquí subrayo yo mismo, entre las defensas  (de las que acaba de describirnos el proceso de desmontarlas) y la resistencia del paciente  en el análisis.

Pero del acto mismo, ¿qué comprender? Salvo ver en él propiamente una emergencia de una relación oral primordialmente «cercenada», lo cual explica sin duda el relativo fracaso del primer análisis.

Pero que aparezca aquí bajo la forma de un acto totalmente incomprendido por el sujeto no nos parece para éste nada benéfico, si bien nos muestra por otra parte adónde conduce un análisis de las resistencias que consiste en atacar el mundo (las patterns) del sujeto para remodelarlo sobre el del analista, en nombre del análisis de las defensas. No dudo de que el paciente  se encuentre al fin de cuentas, muy bien sometiéndose aquí también a un régimen de sesos frescos. Llenará así una pattern más, la que un gran número de teóricos asignan propiamente al proceso del análisis: a saber, la introyección del yo del analista Hay que esperar, en efecto, que aquí también es a la parte sana a la que entienden referirse. Y en este punto las ideas del señor Kris sobre la productividad intelectual nos parecen garantizadamente de conformidad para Norteamérica.

Parece accesorio preguntar cómo va a arreglárselas con los sesos frescos, los sesos reales, los que se rehogan con mantequilla y pimienta, para lo cual se recomienda mondarlos previamente de la pía madre, cosa que exige mucho cuidado, No es ésta sin embargo una pregunta vana, pues supónganse que hubiera sido por los muchachitos por los que hubieran descubierto en sí el mismo gusto, exigiendo no menores refinamientos, ¿no habría en el fondo el mismo malentendido? Y ese acting out, como quien dice, ¿no sería igualmente ajeno al sujeto?

Esto quiere decir que al abordar la resistencia del yo en las defensas del sujeto, que al plantear a su mundo las preguntas a las que debería contestar él mismo, puede uno ganarse respuestas bien incongruentes, y cuyo valor de realidad, en cuanto a las pulsiones del sujeto, no es el que se da a reconocer en los síntomas. Esto es lo que nos permite comprender mejor el análisis hecho por el señor Hyppolite de las tesis aportadas por Freud en la Verneinung.