ESTADÍOS TEMPRANOS DEL CONFLICTO EDÍPICO (1928)

ESTADÍOS TEMPRANOS DEL CONFLICTO EDÍPICO (1928)

 

En
mis análisis de niños, especialmente entre tres y seis años, he
obtenido una serie de conclusiones que resumiré a continuación.

Frecuentemente
me he referido a que el conflicto de Edipo comienza a actuar más
temprano que lo que generalmente se supone. En mi trabajo "Los
principios psicológicos del análisis infantil", expongo este tema con
más detalles. Allí llegué a la conclusión de que las tendencias
edípicas son liberadas a consecuencia de la frustración que el niño
experimenta con el destete, y que hacen su aparición al final del
primer año de vida y principios del segundo; son reforzados por las
frustraciones anales sufridas durante el aprendizaje de hábitos
higiénicos. La siguiente influencia determinante en los procesos
mentales es la diferencia anatómica entre los sexos.

El
niño, al sentirse impelido a abandonar la posición oral y anal por la
genital, pasa a los fines de penetración asociados con la posesión del
pene.

Así cambia, no sólo su posición libidinal, sino
también su fin, y esto le permite retener su primitivo objeto de amor.
En la niña, por otro lado, su fin receptivo es trasladado de la
posición oral a la genital; así, cambia su posición libidinal, pero
retiene su fin, que ya la había conducido a un desengaño en relación
con la madre. En esta forma, se origina en la niña la receptividad para
el pene y se dirige entonces al padre como objeto de amor.

Pero
el comienzo mismo de los deseos edípicos se conecta ya con incipiente
miedo a la castración y sentimientos de culpa. El análisis de adultos,
lo mismo que el de niños, nos ha familiarizado con el hecho de que los
impulsos instintivos pregenitales se acompañan de sentimientos de
culpa. En un principio se pensaba que los sentimientos de culpa
aparecían después, y desplazados a estas tendencias, aunque no
conectados originalmente con ellas. Ferenczi supone que, conectado con
los impulsos uretrales y anales, hay una especie de "precursor
fisiológico del superyó" que él llama "moral esfinteriana". Según
Abraham, la angustia hace su aparición en el estadío canibalístico,
mientras que el sentimiento de culpa surge en la subsiguiente primera
fase anal sádica. Mis descubrimientos van más allá. Muestran que el
sentimiento de culpa asociado con las fijaciones pregenitales es ya
efecto directo del conflicto edípico. Y esto parece explicar
satisfactoriamente la génesis de tales sentimientos, pues sabernos que
el sentimiento de culpa es en realidad un resultado de la introyección
(ya realizada, o agregaría, realizándose) de los objetos de amor
edípicos, es decir, el sentimiento de culpa es el producto de la
formación del superyó.

El análisis de niños pequeños
revela que la estructura del superyó se origina en identificaciones que
datan de diferentes períodos y estratos de la vida mental. Estas
identificaciones son sorpresivamente contradictorias en su naturaleza;
excesiva bondad y excesiva severidad coexisten juntas.

Encontramos
en ellas también una explicación de la severidad del superyó, que se
manifiesta especialmente en análisis infantiles. Parece incomprensible
que un niño, de por ejemplo cuatro años, albergue en su mente una
imagen irreal y fantástica de padres que devoran, cortan y muerden.
Pero es claro por qué en un niño de alrededor de un año, la ansiedad
causada por el comienzo del conflicto edípico toma la forma de un temor
a ser devorado y destruido. El niño mismo desea destruir su objeto
libidinal mordiéndolo, devorándolo y cortándolo, lo que le provoca
angustia, ya que el despertar de las tendencias edípicas es seguido por
la introyección del objeto, el que se transforma entonces en alguien de
quien se debe esperar un castigo. El niño en consecuencia teme ahora un
castigo que corresponda a su ataque; el superyó se transforma en algo
que muerde, devora y corta.

La conexión entre la
formación del superyó y las fases pregenitales del desarrollo es muy
importante desde dos puntos de vista. Por un lado el sentimiento de
culpa se vincula con las fases oral-sádica y anal-sádica aún
predominantes, y por otro lado el superyó aparece cuando predominan
estas fases, lo que explica su sádica severidad.

Estas
conclusiones abren nuevas perspectivas. Solamente por una fuerte
represión puede el yo, aún muy débil, defenderse de un superyó tan
amenazador. Ya que al principio las tendencias edípicas se expresan
principalmente bajo la forma de impulsos orales y anales, qué
fijaciones predominarán en el desarrollo de la situación edípica estará
sobre todo determinado por el grado de represión que tiene lugar en
estos estadíos tempranos.

Otra razón de que sea tan
importante la conexión directa entre la fase pregenital del desarrollo
y el sentimiento de culpa, es que las frustraciones orales y anales son
el prototipo de toda frustración posterior en la vida; se sienten al
mismo tiempo como un castigo y por lo tanto producen ansiedad.

Estas
circunstancias hacen que la frustración sea sentida más agudamente y
esa amargura contribuye sobremanera a hacer más penosas todas las
frustraciones ulteriores.

Encontramos que se derivan
importantes consecuencias de estar el yo tan poco desarrollado cuando
es asediado por la aparición de las tendencias edípicas y la incipiente
curiosidad sexual asociada a ellas. El niño aún no desarrollado
intelectualmente es invadido por problemas e interrogantes.

Uno
de los más amargos motivos de queja que hemos encontrado en el
inconsciente es que esta cantidad abrumadora de interrogantes, que son
aparentemente sólo en parte conscientes, y aun cuando son conscientes,
no pueden ser expresados en palabras, permanecen sin contestación. Otro
reproche que sigue muy de cerca a éste es que el niño no podía
comprender las palabras. De este modo sus primeros interrogantes
remontan más allá de los comienzos de su comprensión del lenguaje.

En
el análisis estos dos motivos de queja hacen surgir un extraordinario
monto de odio. Solos o juntos son la causa de numerosas inhibiciones
del impulso epistemofílico, por ejemplo, la incapacidad para aprender
lenguas extranjeras, y más tarde el odio hacia los que hablan una
lengua distinta. Son también responsables de trastornos del habla, etc.
La curiosidad que se muestra abiertamente más tarde, sobre todo en el
cuarto o quinto año de vida, no es el principio, sino la culminación y
terminación de esta fase del desarrollo que también he encontrado en el
conflicto edípico en general.

El temprano sentimiento
de no saber, tiene múltiples conexiones: se une al sentimiento de ser
incapaz, impotente, el que pronto resulta de la situación edípica. El
niño también siente esta frustración en forma más aguda porque no sabe
nada definido sobre procesos sexuales. En ambos sexos el complejo de
castración es acentuado por este sentimiento de ignorancia.

La
temprana conexión entre el impulso epistemofílico y el sadismo es muy
importante para todo el desarrollo mental. Este instinto, activado por
el surgimiento de las tendencias edípicas, está al principio
principalmente en relación con el cuerpo de la madre, al que se supone
escenario de todos los procesos y desarrollos sexuales. El niño está
aún dominado por la posición sádico-anal de la libido, la que le
impulsa a desear apropiarse de los contenidos del cuerpo. De este modo
comienza a tener curiosidad, por lo que contiene, cómo es, etc. De esta
manera el instinto epistemofílico y el deseo de tomar posesión llegan
pronto a estar íntimamente conectados el uno con el otro, y al mismo
tiempo con el sentimiento de culpa provocado por el incipiente
conflicto edípico. Esta significativa conexión anuncia en ambos sexos
una fase de desarrollo de vital importancia, y que no ha sido
hasta aquí suficientemente valorizada. Consiste en una identificación
muy precoz con la madre.

El
curso seguido por esta fase "femenina" debe ser examinado separadamente
en niños y niñas, pero antes de hacerlo trataré de demostrar su
conexión con la fase previa que es común a ambos sexos.

En
el temprano estadío sádico-anal el niño pasa su segundo trauma grave,
que refuerza su tendencia a alejarse de la madre. Ella ha frustrado sus
deseos orales y ahora interfiere también en sus placeres anales.
Parecería que en este momento las frustraciones anales hacen que las
tendencias anales se unan a las tendencias sádicas. El niño desea tomar
posesión de las heces de la madre, penetrando en su cuerpo, cortándolo
en pedazos, devorándolo y destruyéndolo. Bajo la influencia de sus
impulsos genitales el niño comienza a dirigirse a su madre como un
objeto de amor. Pero sus impulsos sádicos están en plena actividad, y
el odio, originado en las más tempranas frustraciones, se opone
fuertemente a su amor objetal del nivel genital. Un obstáculo aun mayor
a su amor es el temor de ser castrado por el padre, el que surge con
los impulsos edípicos. El grado que alcance la posición genital
dependerá en parte de su capacidad de tolerar esta ansiedad. En esto la
intensidad de las fijaciones oral-sádicas y anal-sádicas es un factor
importante. Condicionan el monto de odio que el niño siente hacia su
madre y esto, a su vez, le impide en mayor o menor grado alcanzar una
relación positiva con ella. Las fijaciones sádicas ejercen también una
influencia decisiva en la formación del superyó, que aparece mientras
esta fase está en pleno predominio. Cuanto más cruel es el superyó, más
terrorífico aparecerá el padre castrador, y el niño, en su huida de los
impulsos genitales, se aferrará tenazmente a los niveles sádicos,
niveles que en última instancia también colorean sus tendencias
edípicas.

En estos estadíos tempranos, todas las
posiciones del desarrollo edípico son catectizadas en rápida sucesión.
Esto, sin embargo, no se nota, porque el cuadro está dominado por los
impulsos pregenitales. Además no se puede trazar una línea rígida entre
la actitud activa heterosexual, que se expresa en el nivel anal, y el
posterior estadío de identificación con la madre. Hemos llegado ahora a
la fase de desarrollo de la que ya hablé, denominándola fase femenina.
Tiene sus bases en el nivel sádico-anal y da a este nivel un nuevo
contenido ya que las heces son ahora equiparadas con el hijo anhelado,
y ahora el deseo de robar a la madre se dirige tanto al niño como a las
heces. Aquí debemos distinguir dos fines, que se combinan entre sí; uno
surge del deseo de tener hijos, y la intención es apropiarse de ellos;
mientras que el otro está motivado por los celos de los futuros
hermanos y hermanas, cuya aparición se espera y por el deseo de
destruirlos dentro de la madre (un tercer objeto de las tendencias
sádicoorales del niño, dentro de la madre, es el pene del padre).

Lo
mismo que en el complejo de castración de las niñas, también en el
complejo femenino del varón hay en el fondo el deseo frustrado de un
órgano especial. Las tendencias a robar y destruir están en relación
con los órganos de la concepción, embarazo y parto, que el niño piensa
existen en la madre, y además con la vagina y los pechos, fuente de la
leche, que son codiciados como órganos de receptividad y abundancia
desde la época en que la fase libidinal es puramente oral.

El
niño teme el castigo por haber destruido el cuerpo de la madre, pero
además de esto su temor es de naturaleza más general, y aquí tenemos
una analogía con la ansiedad asociada con los deseos de castración de
la niña. Él teme que su cuerpo sea mutilado y desmembrado y este temor
también significa castración: aquí tenemos una contribución directa al
complejo de castración. En este temprano período de desarrollo la madre
que saca las heces del niño también significa una madre que lo
desmembra y lo castra. No solamente por medio de las frustraciones
anales que ella inflige prepara el terreno para el complejo de
castración; en términos de realidad psíquica ella ya es la castradora.

Este
temor a la madre es tan abrumador porque está unido a él un intenso
temor a ser castrado por el padre. Las tendencias destructivas cuyo
objeto es el vientre están también dirigidas con toda su intensidad
sádica oral y anal contra el pene del padre, que se supone situado
allí. Es en este pene donde se centra en esta fase el temor a la
castración por el padre. De este modo la fase femenina está
caracterizada por ansiedad en relación con el vientre de la madre y el
pene del padre, ansiedad que somete al niño a la tiranía de un superyó
que devora, desmembra y castra, y que está formado por la imagen del
padre y de la madre.

La incipiente posición genital
está, de este modo, desde el principio entrelazada y mezclada con las
múltiples tendencias pregenitales. Cuanto mayor es la preponderancia de
las fijaciones sádicas, tanto más la identificación del niño con su
madre se corresponde con una actitud de rivalidad hacia la mujer, con
su mezcla de envidia y odio, porque de acuerdo con sus deseos de tener
un hijo, se siente en desventaja e inferioridad con respecto a la
madre.

Consideremos ahora por qué el complejo
femenino de los hombres aparece mucho más oscuro que el complejo de
castración de las mujeres, que es de igual importancia. La mezcla del
deseo de tener un niño con el impulso epistemofílico permite al varón
efectuar un desplazamiento al plano intelectual; su sentimiento de
estar en desventaja queda entonces disimulado y sobrecompensado por la
superioridad que él extrae de poseer el pene,
reconocida también por las niñas. Esta exageración de la posición
masculina conduce a excesivas manifestaciones de masculinidad. En un
trabajo ("Die Wurzel des Wissbegierde") Mary Chadwick ha referido
también la sobreestimación narcisista del pene por el hombre, y su
actitud de rivalidad intelectual hacia las mujeres a la frustración de
su deseo de tener un hijo, y el desplazamiento de este deseo al plano
intelectual.

La
tendencia de los niños a expresar excesiva agresión, que aparece muy
frecuentemente, tiene sus fuentes en el complejo femenino. Se acompaña
con una actitud de desprecio y "suficiencia" y es sumamente asocial y
sádica; está determinada en parte por el intento de encubrir la
ansiedad y la ignorancia subyacente. En parte coincide con la protesta
del niño (originada en su temor a la castración) contra el rol
femenino, pero está también enraizada en su temor a la madre, a la que
quería robar el pene del padre, sus hijos y sus órganos sexuales
femeninos. Esta excesiva agresión se une al placer de atacar que
proviene de la situación edípica, directa, genital, pero representa la
parte de la situación que es el mayor factor asocial en la formación
del carácter. Esto explica por qué la rivalidad del hombre con las
mujeres será mucho más asocial que su rivalidad con los mismos hombres,
que está ampliamente incitada por la posición genital. Por supuesto que
el monto de fijaciones sádicas también determinará las relaciones de un
hombre con otros hombres, cuando éstos son rivales. Si por el
contrario, la identificación con la madre está basada en una posición
genital más fuertemente establecida, por un lado su relación con las
mujeres será de carácter positivo y por el otro el deseo de tener un
niño y el componente femenino, que juega un papel tan esencial en el
trabajo de los hombres, encontrará oportunidades más favorables para la
sublimación.

En ambos sexos una de las principales
raíces de las inhibiciones en el trabajo es la ansiedad y el
sentimiento de culpa, asociados con la fase femenina. La experiencia me
enseñó, sin embargo, que un análisis profundo de esta fase es, por
otras razones también, importante desde un punto de vista terapéutico,
y debería poder ayudar en algunos casos obsesivos que parecen haber
llegado a un punto donde nada más puede ser resuelto.

En
el desarrollo del niño, la fase femenina es seguida por una prolongada
lucha entre la posición pregenital y genital de la libido. Esta lucha,
que está en su apogeo entre los tres y cinco años, es claramente
reconocible como el conflicto edípico. La ansiedad asociada con la fase
femenina conduce al niño a la identificación con el padre, pero este
estímulo de por sí no suministra una firme base para la posición
genital, ya que lleva principalmente a la represión y sobrecompensación
de los instintos analsádicos, y no a superarlos. El temor a la
castración por el padre refuerza la fijación a nivel sádico-anal. El
grado de genitalidad constitucional juega también una parte importante
con respecto a un resultado favorable, o sea, el logro del nivel
genital. A menudo el resultado de la lucha permanece indeciso y esto da
lugar a la aparición de trastornos neuróticos y perturbaciones de la
potencia 1 . Así lograr una potencia completa y alcanzar la posición
genital, dependerán en parte de la resolución favorable de la fase
femenina.Enfocaré ahora el desarrollo de las niñas. A consecuencia del
proceso de destete la niña se ha alejado de la madre, siendo impelida
más fuertemente a hacerlo por las frustraciones anales que ha sufrido.
Las tendencias genitales comienzan ahora a influir en su desarrollo
mental. Estoy completamente de acuerdo con Helene Deutsch, quien
sostiene que el desarrollo genital de la mujer se completa con el
afortunado desplazamiento de la libido oral a la genital. Sólo que mis
conclusiones me llevaron a creer que este desplazamiento comienza con
las primeras manifestaciones de los impulsos genitales y que el fin
oral, receptivo, de los genitales, ejerce una influencia determinante
para que la niña se vuelva hacia el padre. Además he llegado a la
conclusión de que en cuanto los impulsos edípicos hacen su aparición no
sólo surge un reconocimiento inconsciente de la vagina, sino también
sensaciones en ese órgano y en el resto del aparato genital. En las
niñas, sin embargo, la masturbación no proporciona una descarga tan
adecuada para esos montos de excitación como proporciona en los niños.
De ahí que la acumulada falta de gratificaciones proporciona otro
motivo para que existan más complicaciones y disturbios en el
desarrollo sexual femenino. La dificultad de obtener completa
gratificación por la masturbación puede ser otra causa, además de las
indicadas por Freud, del repudio del onanismo por la niña, y esto puede
explicar en parte por qué, durante su lucha para abandonarla, la
masturbación manual es generalmente reemplazada por apretar ambos
muslos uno contra otro.

Además de la cualidad
receptiva del órgano genital, movilizada por el intenso deseo de una
nueva fuente de gratificación, la envidia y odio a la madre poseedora
del pene del padre parece ser, en el período en que surgen estos
primeros impulsos edípicos, un motivo más para que la niña se vuelva
hacia el padre. Sus caricias tienen ahora el efecto de una seducción y
se las ve como "la atracción del sexo opuesto" 2 . La identificación de
la niña con la madre resulta directamente de los impulsos edípicos:
toda la lucha provocada en el niño por su angustia de castración no
existe en ella. En las niñas, tanto como en los niños, esta
identificación coincide con las tendencias anal-sádicas de robar y
destruir a la madre. Si la identificación con la madre tiene lugar
predominantemente en un estadío en que las tendencias oral-sádicas y
anal-sádicas son todavía muy fuertes, el miedo a un superyó materno
primitivo conducirá a la represión y fijación a esta fase e interferirá
con el futuro desarrollo genital. El temor hacia la madre también
impulsa a la niña a renunciar a la identificación con ella, y comienza
entonces la identificación con el padre.

El impulso
epistemofílico de la niña es despertado primero por el complejo
edípico; el resultado es que ella descubre su falta de pene. Siente
esta carencia como una nueva causa de odio hacia la madre, pero al
mismo tiempo su sentimiento de culpa le hace verla como castigo. Esto
agudiza su frustración, y a su vez ejerce una profunda influencia en
todo su complejo de castración.

Este temprano pesar
por la carencia de pene después se magnifica mucho, cuando la fase
fálica y el complejo de castración están totalmente activos. Freud ha
establecido que el descubrimiento de la falta de pene motiva el
alejamiento de la madre y el acercamiento al padre. Mis observaciones
muestran, sin embargo, que este descubrimiento sólo actúa como un
reforzarniento en este sentido: se hace en un estadío muy temprano del
conflicto edípico, y la envidia del pene sigue al deseo de tener un
niño, que reemplaza nuevamente la envidia del pene en el desarrollo
posterior. Yo veo la privación del pecho como la más fundamental causa
del acercamiento al padre.

La identificación con el
padre está menos cargada de ansiedad que la identificación con la
madre; además el sentimiento de culpa hacia ella impulsa a
sobrecompensarla con una nueva relación amorosa con ella. En contra de
esta nueva relación amorosa con ella actúa el complejo de castración
que dificulta una actitud masculina, y también el odio hacia ella que
proviene de situaciones más tempranas. El odio y la rivalidad con la
madre, sin embargo, la llevan nuevamente a abandonar la identificación
con el padre y acercarse a él como objeto para amar y ser amada.

La
relación de la niña con la madre lleva a que la relación con el padre
sea a la vez positiva y negativa. La frustración que le produce el
padre tiene como base más profunda el desengaño ya sufrido en relación
con la madre; un poderoso motivo del deseo de poseerlo, surge del odio
y de la envidia contra la madre. Si las fijaciones sádicas permanecen
predominantes, este odio y su sobrecompensación afectará también
esencialmente la relación de la mujer con los hombres. Por otra parte,
si hay una relación más positiva con la madre, construida sobre la
posición genital, no solamente estará la mujer más libre de sentimiento
de culpa en relación con sus hijos, sino que su amor por su esposo será
fuertemente reforzado, ya que para la mujer él siempre ocupa el lugar
de la madre quien da lo que es deseado y ocupa también el lugar del
hijo amado. Sobre estos importantes cimientos es onstruida la parte de
la relación que está conectada exclusivamente con el padre. Al
principio se centra en la acción del pene en el coito. Este acto, que
también promete gratificación de los deseos que están ahora desplazados
hacia lo genital, parece a la niñita el logro más completo.

Su
admiración es sacudida por la frustración edípica pero a menos que se
convierta en odio, constituye una de las características fundamentales
de la relación de la mujer con el hombre. Más tarde, cuando obtiene
completa gratificación de los impulsos amorosos, se une a esta
admiración la inmensa gratitud que se deriva de la larga frustración.
Esa gratitud halla su expresión en la mayor capacidad femenina para una
completa y duradera sumisión a un solo objeto amado, especialmente
"para el primer amor".

Una causa por la que el
desarrollo de la niña está en desventaja es la siguiente: mientras el
varón posee en realidad el pene, con respecto al cual entra en
rivalidad con el padre, la niña pequeña sólo tiene el deseo
insatisfecho de maternidad, y de éste sólo tiene un reconocimiento
confuso e incierto, aunque muy intenso. No es sólo esta incertidumbre
lo que perturba su esperanza de una futura maternidad. Esta esperanza
está mucho más debilitada por la ansiedad y el sentimiento de culpa, y
esto puede perjudicar seria y permanentemente la capacidad materna de
una mujer. A causa de las tendencias destructivas que en una época
dirigió contra el cuerpo de la madre o ciertos órganos del mismo, y
contra los niños en el vientre, la niña espera la retribución en forma
de destrucción de su propia capacidad de maternidad o de los órganos
relacionados con su función y de sus propios hijos. Esto es también una
de las razones de la constante preocupación de las mujeres (a menudo
tan excesiva) por su belleza personal, pues temen que ésta también sea
destruida por la madre. En el fondo del impulso a embellecerse y
adornarse existe siempre la idea de reparar la belleza dañada, y esto
se origina en la ansiedad y el sentimiento de culpa 3 .

Es
probable que este profundo temor a la destrucción de los órganos
internos pueda ser la causa psíquica de la mayor susceptibilidad de las
mujeres, comparada con la de los hombres, para la histeria de
conversión y las enfermedades orgánicas.

Esta
ansiedad y sentimiento de culpa son la causa principal de la represión
de los sentimientos de orgullo y alegría por el rol femenino, que
generalmente son muy fuertes. Esta represión trae como consecuencia el
desprecio de la capacidad de maternidad, al principio tan altamente
valorada. De este modo la niña carece de la poderosa ayuda que el niño
obtiene de la posesión del pene, y que ella misma podría encontrar en
la expectativa de su maternidad.

La
intensa ansiedad de la niña por su feminidad puede ser vista como
análoga al temor a la castración del niño ya que seguramente contribuye
al rechazo de sus impulsos edípicos. El curso seguido por la angustia
de castración del varón en lo que se refiere al pene, que existe
visiblemente, es sin embargo diferente; puede calificarse como más
aguda que la ansiedad más crónica de la niña relativa a sus órganos
internos, con los que está necesariamente menos familiarizada. Pero
tiene que producir diferencia el que la ansiedad del varón esté
determinada por el superyó paterno y la de la niña por el superyó
materno.

Freud dijo que el superyó de la niña tiene
un desarrollo distinto que el del varón. Encontramos constantemente la
confirmación del hecho de que los celos desempeñan un papel más
importante en la vida de las mujeres que en la de los hombres, porque
son reforzados por la envidia hacia el hombre a causa de su pene. Por
otro lado, sin embargo, las mujeres poseen especialmente una gran
capacidad, no sólo basada en sobrecompensación, para desatender sus
propios des eos y dedicarse con autosacrificio a tareas éticas y
sociales. No podemos explicar esa capacidad por la combinación de
rasgos masculinos y femeninos, que, a causa de la disposición bisexual
del ser humano, influye en casos particulares la formación del
carácter, ya que esa capacidad es de índole evidentemente maternal.
Pienso que a fin de explicar cómo las mujeres pueden recorrer una gama
tan amplia desde los más bajos celos hasta el más completo y generoso
olvido de si mismas, debemos considerar las condiciones peculiares de
la formación del superyó femenino. Desde la temprana identificación con
la madre en la que el plano anal-sádico es tan preponderante, en la
niña se originan celos y odio y se forma un superyó cruel extraído de
la imago materna. El superyó que se desarrolla en esa etapa por una
identificación paterna puede ser también amenazante y causar ansiedad,
pero nunca parece alcanzar las mismas proporciones que las que derivan
de la identificación materna. Cuanto más se estabiliza en una base
genital la identificación con la madre, tanto más se caracterizará por
la devoción de una madre generosa. De este modo, esta actitud afectiva
positiva depende de las características del ideal materno alcanzado en
el estadío pregenital o genital. Pero en lo que respecta a la
conversión activa emocional en actividades sociales o de otra índole,
parecería que el que está activo es el ideal del yo paterno. La
profunda admiración que siente la niña por la actividad genital del
padre, lleva a la formación de un superyó paterno que establece ante
ella fines activos que nunca podrá alcanzar totalmente. Si, debido a
ciertos factores de su desarrollo, el incentivo para cumplir con esas
finalidades es suficientemente fuerte, la imposibilidad de lograrlas
puede dar ímpetu a sus esfuerzos, los que combinados con la capacidad
de autosacrificio que derivan del superyó materno, da a una mujer, en
casos especiales, una capacidad para logros excepcionales en el plano
intuitivo y en campos específicos.

El niño obtiene
también de la fase femenina un superyó materno que le lleva, igual que
a la niña, a hacer identificaciones primitivas tanto crueles como
bondadosas. Pero él pasa a través de esa fase para reasumir (es verdad,
en diversos grados) la identificación con el padre. Por mucho que se
haga sentir del lado materno en la formación del superyó, es sin
embargo el superyó paterno el que tiene desde el principio una
influencia decisiva para el hombre. Y también pone ante sí una figura
ejemplar, pero que no es alcanzable porque el varón está hecho a imagen
de su ideal. Esta circunstancia contribuye a que la labor creativa del
hombre sea más sostenida y objetiva.

El temor al daño
de su feminidad ejerce una profunda influencia en el complejo de
castración de la niña ya que le hace sobreestimar el pene del que ella
carece. Esta exageración es entonces mucho más evidente que la ansiedad
subyacente por su propia feminidad. Quisiera recordarles aquí el
trabajo de Karen Horney, que fue la primera en examinar las fuentes del
complejo de castración de las mujeres. en la medida en que estas
fuentes residen en la situación edípica.

Relacionado
con esto debo hablar de la importancia para el desarrollo sexual de
ciertas tempranas experiencias en la infancia. En el trabajo que leí en
el Congreso de Salzburgo en 1924, mencioné que cuando se observa el
coito en un estadío posterior del desarrollo estas experiencias asumen
el carácter de un trauma, pero si ocurren en edades más tempranas se
fijan y forman parte del desarrollo sexual. Debo agregar que una
fijación de este tipo puede dominar no sólo ese estadío particular del
desarrollo, sino también al superyó que se halla en ese momento en
proceso de formación, y puede entonces perjudicar su futuro desarrollo.
Cuanto más completamente alcance el superyó su cima en la etapa
genital, menos predominarán las identificaciones sádicas en su
estructura, y más probable será el logro de salud mental y el
desarrollo de una personalidad con alto nivel ético.

Hay
otro tipo de experiencia en la temprana infancia que me parece típica y
muy importante. Estas experiencias a menudo siguen de cerca a las
observaciones del coito, y son inducidas o fomentadas por las
excitaciones que derivan de ellas. Me refiero a las relaciones sexuales
de niños pequeños entre sí, entre hermanos y hermanas o entre
compañeros de juego que consisten en tos más variados actos: mirar,
tocar, defecar en común, fellatio, cunnilngus, ya menudo intentos
directos de coito. Están profundamente reprimidos y profundamente
cargados de sentimientos de culpa. Estos sentimientos se deben
principalmente al hecho de que el objeto amado, elegido bajo la presión
de la excitación debida al conflicto edípico, es vivido por el niño
como sustituto del padre, de la madre o de ambos. Es así como estas
relaciones que parecen tan insignificantes y a las que aparentemente no
escapa ningún niño bajo el estímulo del desarrollo edípico, toman el
carácter de una relación edípica realmente realizada, y ejercen una
influencia determinante sobre la formación del complejo de Edipo, sobre
la liberación del sujeto de este complejo y sobre sus relaciones
sexuales posteriores. Asimismo, una experiencia de este tipo crea un
importante punto de fijación en el desarrollo del superyó. Como
consecuencia de la necesidad de castigo y de la compulsión de
repetición, esas experiencias a menudo llevan al niño a someterse al
trauma sexual. En relación con esto quisiera remitiros a Abraham, quien
demostró que experimentar traumas sexuales forma parte del desarrollo
sexual de los niños. La investigación analítica de estas experiencias,
tanto en el análisis de adultos como de niños, nos esclarece mucho la
situación edípica en relación con las fijaciones tempranas, y es por lo
tanto importante desde el punto de vista terapéutico.

Resumiendo
mis conclusiones: ante todo deseo recalcar que, según mi opinión, no
contradicen las observaciones del profesor Freud. Pienso que el punto
esencial de las consideraciones adicionales que he hecho está en que
sitúo esos procesos en épocas más tempranas, y en que las diferentes
fases (especialmente en los estadíos iniciales) se fusionan más
libremente la una con la otra de lo que hasta ahora se suponía.

Los
estadíos tempranos del conflicto edípico están tan dominados por las
fases pregenitales del desarrollo que la fase genital, cuando comienza
a ser activa, está al principio muy oculta, y sólo más tarde, entre los
tres y cinco años, se torna más claramente reconocible. A esa edad el
complejo de Edipo y la formación del superyó alcanzan su punto
culminante. Pero el hecho de que las tendencias edípicas comiencen
tanto más temprano de lo que suponíamos, la presión del sentimiento de
culpa que por lo tanto recae en los niveles pregenitales, la influencia
determinante así ejercida tan tempranamente en el desarrollo edípic o
por una parte, en la formación del superyó, por la otra y en
consecuencia sobre la formación del carácter, sexualidad y todo el
resto del desarrollo del sujeto, son hechos que me parecen de una
importancia muy grande y hasta ahora no reconocida. Comprobé el valor
terapéutico de estos conocimientos en los análisis de niños, pero no se
limita a éstos. He podido comprobar estas conclusiones en el análisis
de adultos y he encontrado que no sólo se confirmó su actitud teórica,
sino que también se estableció su importancia terapéutica.