Estilos de Crianza en la adolescencia y su relación con el comportamiento prosocial: Estudio 2

Revista Latinoamericana de Psicología
2007, volumen 39, No 2, 211-225

MARÍA VICENTA MESTRE, ANA MARÍA TUR, PAULA SAMPER, MARÍA JOSÉ NÁCHER y MARÍA TERESA CORTÉS
Universidad de Valencia, España

ESTUDIO 2

El objetivo que se persigue en este segundo estudio es doble. De una parte, analizar la relación entre los estilos de crianza, informados por las madres, y la personalidad del hijo, así como los efectos sobre el comportamiento agresivo, prosocial y la inestabilidad emocional. De otra, analizar la adaptación psicosocial de los adolescentes a través de la relación mantenida entre los tres constructos psicológicos, referidos a la agresividad física y verbal, el comportamiento prosocial y la inestabilidad emocional, por su condición de mediadores de la agresión. Todo ello, con la finalidad de estudiar los factores que modulan el comportamiento adaptado de los adolescentes.

Método
Participantes
El estudio se ha realizado sobre una muestra, obtenida aleatoriatoriamente, de 531 alumnos de enseñanzas medias y sus madres. La selección del alumnado se ha efectuado atendiendo a los siguientes criterios: que cursaran la Etapa Educativa de la Secundaria Obligatoria, que estuvieran escolarizados en Centros Públicos y
Concertados de la Comunidad Valenciana.
De este modo, los 531 alumnos, 278 realizan los estudios en la Escuela Pública –118 chicos y 160 chicas–, y 253 en la Escuela Privada-Concertada, de estos 148 son chicos y 105 chicas. El rango de edades oscila entre 12 y 15 años.

Instrumentos
Big Five Questionnaire (BFQ) (Caprara, Barbanelli, Borgogni & Perugini, 1993; 1994; Carrasco, Holgado & del Barrio, 2005). A través de 65 ítems evalúa los factores que intervienen en la estructura de la personalidad, basada en la teoría de los Cinco Grandes (Big Five). Estos factores se refieren a Energía, Amistad, Conciencia, Estabilidad Emocional y Apertura a la Experiencia.
Se presenta mediante una escala tipo likert con formato de respuesta de cinco alternativas desde‘casi siempre’ hasta ‘casi nunca’. El factor Energía comprende aquellas características que, en la literatura, están definidas como Extraversión o Surgency (McCrae & Costa, 1987, 1989; Norman, 1963). Se refiere, pues,
a la cantidad e intensidad de las interacciones interpersonales. Se organiza en 2 facetas: el dinamismo o necesidad de estar ocupado y con movimientos vigorosos o de ‘tempo’ rápido, y la dominancia, entendida como capacidad de autoconfianza y asertividad, referida bien a la necesidad de tener ascendencia o dominancia, propiamente dicha, bien a la tendencia a evitar confrontaciones. El factor Amistad, junto a la extraversión o factor Energía, comprende el amplio aspecto de las relaciones sociales. Este factor recoge la
cualidad de la interacción social y se le denomina como Simpatía o Amigabilidad (Friendliness) frente a Hostilidad (Hostility) (McCrae & Costa, 1987, 1989; Digman, 1990). Se organiza en Cooperación o Empatía, referida a la capacidad de mostrar sensibilidad hacia otros y hacia las necesidades ajenas, mostrar, pues, preocupación por los demás; y Educación o Urbanidad entendida como la tendencia a atribuir intenciones
benévolas a los demás, a querer ser agradables y dóciles con los otros y a mostrarse francos  y sinceros.
El factor Conciencia apela a la autorregulación, organización, perseverancia y motivación en el comportamiento dirigido a metas (Digman, 1990).
Se organiza en dos aspectos, Escrupulosidad, puntualizada en la facultad de ser ordenados y organizados y de basar sus acciones sobre principios éticos; y Perseverancia, entendida como la capacidad de asumir sus propias tareas y compromisos, de trabajar con ahínco para conseguir los objetivos que se proponen, ser diligentes y emprender acciones dirigidas a metas.

Necesidad de logro.
El factor Estabilidad Emocional alude a aquellas características de la personalidad consideradas como neuroticismo o ajuste emocional (McCrae & Costa, 1987, 1989). Se organiza, a su vez, en dos aspectos, el Control de las Emociones y el Control de los Impulsos. El primero, Control de las Emociones, responde a la capacidad para controlar la propia ansiedad y vulnerabilidad o aptitud para controlar el estrés, así
como para enfrentarse a las demandas del entorno, mientras que el Control de los Impulsos apunta a la competencia para dominar la irritabilidad, el enfado, la cólera y la frustración (Costa & McCrae, 1985, 1992).
Por último, el factor Apertura remite a la Cultura o Apertura a la experiencia (Costa & McCrae, 1985, 1992). Mediante este factor se evalúa la búsqueda y apreciación por nuevas experiencias, el gusto por lo desconocido. Su organización bicéfala apela, de un lado, a la Apertura a la Cultura y, de otro, a la Apertura a la Experiencia. El primer aspecto, Apertura a la Cultura, reseña la necesidad de ampliar intereses culturales,
abrir la mente a cosas nuevas, reexaminar los valores sociales, religiosos y políticos. La Apertura a la Experiencia, por su parte, considera la facultad para abrirse a la novedad, a la tolerancia por diferentes valores y estilos de vida, por diferentes costumbres y hábitos. Valora la preferencia por lo novedoso frente a la familiaridad y la rutina (Caprara, Barbaranelli & Zimbardo, 1996).
El Alpha de Cronbach varió entre 0,74 y 0,90 para cada uno de los factores (Caprara & Zimbardo, 1996). En este estudio, el coeficiente de fiabilidad osciló entre 0,65 para el factor Amistad a 0,83 en Conciencia y Apertura. Energía y Estabilidad Emocional obtuvieron 0,79 y 0,82, respectivamente.
Parent-Child Relationship Inventory (PCRIM) (Gerard, 1994; Roa & del Barrio, 2001). Este cuestionario valora las actitudes de la madre hacia la crianza y hacia los mismos hijos. Está constituido por 78 ítems. De ellos 56 son directos y 26 inversos. Los ítems directos se formulan sobre la base de las dificultades percibidas acerca
de la crianza; mientras que los inversos se refieren a la percepción positiva de la madre sobre la misma. Comprende 8 escalas: Apoyo, Satisfacción por la crianza, Compromiso, Comunicación, Autonomía, Disciplina, Distribución de Rol y Deseabilidad Social.
Apoyo, mide el nivel de apoyo social y emocional que la madre está recibiendo. Satisfacción con la crianza, aporta la cantidad de placer y satisfacción que se percibe por ser madre. El factor Compromiso valora el grado de interacción y el conocimiento que la madre tiene del hijo. Comunicación se centra en la percepción
de la madre acerca de la efectividad de la comunicación con su hijo. Disciplina examina la experiencia de la madre sobre la disciplina que logra plantear a su hijo, basada en criterios firmes. La Escala de Autonomía mide la habilidad de la madre para estimular la independencia del hijo. Distribución de Rol evalúa las actitudes
de las madres acerca del papel que desempeña el género en la crianza. Finalmente, la Escala de Deseabilidad social valora la tendencia de los sujetos a responder de forma distorsionada, dado que prevalece más el ideal de convivencia y el deseo de que todo sea bueno, que lo que ocurre en realidad.
El cuestionario, que puede aplicarse a población clínica y a población general, identifica áreas concretas de dificultad entre padres e hijos, que pueden ser causa de problemas, a la vez que proporciona un marco de calidad entre las relaciones.
El Coeficiente Alfa de Cronbach varia entre 0,70 y 0,88 (Gerard, 1994). En población española, la fiabilidad oscila entre 0,48 y 0,68 (Roa & del Barrio, 2001), en este estudio fluctuó entre 0,52 y 0,70 para las diferentes escalas del cuestionario.
Los instrumentos Prosocial Behavior Scale (Caprara & Pastorelli, 1993; Del Barrio, Moreno & López, 2001); Agresividad Física y Verbal (AFV, Caprara y Pastorelli, 1993; Del Barrio, et al., 2001); Escala de Inestabilidad Emocional (IE, Caprara y Pastorelli, 1993; Del Barrio, et al., 2001), fueron descritos en el Estudio 1.

Procedimiento
El procedimiento de este estudio sigue el descrito en el estudio anterior.

Resultados
Se presentan, a continuación, los resultados del análisis correlacional y del análisis discriminante realizados desde los autoinformes de los adolescentes y de sus madres.
Análisis correlacional entre Agresividad física y verbal, Inestabilidad emocional y Comportamiento Prosocial
El análisis correlacional obtenido a partir de los autoinformes de los adolescentes muestra relaciones significativas entre los tres constructos mencionados. Sobresale, de un lado, la fuerte correlación positiva que se establece entre la agresividad física y verbal y la inestabilidad emocional (r = 0,667). De otro, la relación negativa entre agresión y comportamiento prosocial (r = -0,281) y entre comportamiento prosocial e inestabilidad emocional (r = -0,219).
Se corrobora, una vez más, la tesis de Caprara y su equipo, dado que el comportamiento prosocial se relaciona negativamente tanto con la agresividad física y verbal como con la inestabilidad emocional. El comportamiento prosocial, por tanto, es un factor de protección frente a comportamientos agresivos e inestables emocionalmente (Caprara & Pastorelli, 1993).
Al contrario, la agresividad física y verbal mantiene una fuerte conexión significativa positiva y directa con la inestabilidad emocional. Y, a la inversa, la estabilidad emocional, como factor estructural de la personalidad, salvaguarda a la persona de manifestaciones agresivas, físicas o verbales, al tiempo que estimula los comportamientos de acercamiento a los demás y las respuestas prosociales.

Perfil predictor del Comportamiento Prosocial
A continuación, y con la finalidad de aislar los factores facilitadores de comportamientos altruistas y prosociales se ha recurrido a técnicas estadísticas, tal como el análisis discriminante en Modo Análisis, siguiendo el procedimiento descrito en el Estudio 1, que pueden explicar el efecto de las variables predictoras que mejor discriminen sobre la posible manifestación de los comportamientos prosociales. Con este objetivo,
la prosocialidad, se ha relacionado con el temperamento y con el ambiente, con el objetivo de comprobar el peso que cada uno de ellos aporta a la capacidad del sujeto de colocarse en el lugar de los otros y manifestar comportamientos prosociales. La muestra resultante siguiendo el criterio de alto y bajo comportamiento prosocial ha sido de 221 sujetos. De ellos, 116 sujetos corresponden al grupo de baja disposición social
y 105 adolescentes al grupo de alta disposición social.
El estudio del temperamento se ha efectuado a través de los resultados obtenidos en el Big Five Questionnaire de Caprara, et al. (1996). Por lo que se refiere al ambiente, el estudio se ha basado en los resultados de la evaluación obtenida a través del Parent-Child Relationship Inventory (PCRI-M) de Gerard (1994).
Las variables independientes métricas han sido constituidas por los factores del Big Five Questionnaire (BFQ) (Caprara, et al., 1996), y por el Parent-Child Relationship Inventory (PCRI-M) (Gerard, 1994). Con respecto al primer cuestionario, el BFQ, se han tenido en cuenta los cinco factores que lo constituyen, a saber, Energía, Amistad, Conciencia, Inestabilidad y Apertura. Sin embargo, por lo que se refiere al PCRI-M se han considerado, únicamente, las subescalas de Apoyo, Satisfacción, Disciplina y Autonomía dado que éstas muestran mayores índices correlacionales, a través del estadístico de Pearson.
Los resultados del análisis discriminante “paso a paso” señalan que la función discriminante obtenida es estadísticamente significativa para diferenciar a los dos grupos de comportamiento prosocial con una correlación canónica de 0,703.
El análisis reduce a cinco las variables que poseen suficiente fuerza para discriminar en el criterio de menor y mayor manifestación de comportamiento prosocial.
Por su parte, las predicciones de la función discriminante, utilizando los grupos de comportamiento prosocial, llegan a clasificar correctamente el 84,6% de media de los casos originales agrupados. Este porcentaje se distribuye entre el 83,6%, atribuido al grupo de menores manifestaciones prosociales y el 85,7% correctamente clasificado en el grupo que presenta mayor comportamiento prosocial.
En cuanto a la asignación de los sujetos a los grupos, ésta se ha realizado atendiendo al grado de semejanza a las respuestas medias o centroides de la función discriminante, que son para el grupo de menor comportamiento prosocial 0,936 y para el grupo de mayor comportamiento prosocial –1,034.
Los coeficientes de estructura representan los coeficientes de correlación de las puntuaciones de cada variable independiente con la función discriminante. Del total de variables que el análisis discriminante ha precisado seleccionar para llevar a cabo su función, la mayor contribución a la misma y, por consiguiente, con mayor poder discriminador con las categorías alto y bajo comportamiento prosocial, corresponde a la variable Amistad, con el 0,907, lo que es indicador de la elevada asociación entre la variable independiente, Amistad, y la función discriminante. A ésta le siguen la variable Conciencia, con el 0,311; continuando con Satisfacción,
el -0,198, Inestabilidad (-0,194) y, por último, Disciplina (-0,55).
El factor Amistad del BFQ alude a las cualidades de la interacción y al mantenimiento de las relaciones sociales. Atiende, por tanto, a la capacidad para mostrarse sensibles hacia las necesidades de los otros o a desear ser agradables y francos. Comprende, de un lado, la cooperación o empatía referida a la capacidad de mostrar sensibilidad hacia otros y hacia las necesidades ajenas; y, de otro, la educación o tendencia a
atribuir intenciones benévolas a los demás y ser agradables con ellos. Incluye, pues, el nivel afectivo y el cognitivo de la empatía (Davis, 1980; Mestre, Pérez-Delgado, Frías & Samper, 1999; Mestre, Samper, & Frías, 2002; Mestre, Samper, Tur, Cortés, & Nácher, 2005).
El otro factor con poder discriminador, es el de Conciencia. Se refiere a la autorregulación del propio comportamiento, a la capacidad para organizarla y a la persistencia para alcanzar los objetivos que el sujeto se propone, así como la motivación que se precisa para ser tenaz y no abandonar hasta obtenerlos. Este factor que implica la capacidad de perseverar y de autoorganizar el propio comportamiento, sobre la
base de la autoconfianza y autoconocimiento, estimula mecanismos de regulación que van organizando de forma progresiva la manera de comportarnos, al tiempo que el organismo se desarrolla (Bandura, 1999) y que están presentes en las situaciones y reacciones del individuo en el medio (Bandura, Caprara, Barbaranelli,
Gerbino & Pastorelli, 2003).
Junto a ello, aparecen con poder discriminador, y a cierta distancia, las variables Inestabilidad (del BFQ) y Satisfacción (del PCRI-M) ambas con signo negativo.
En estas últimas variables el índice de correlación, aunque es bajo (-0,194 para inestabilidad emocional y –0,198 para satisfacción) muestran diferencias estadísticamente significativas.
Este dato viene a indicar cierta interferencia negativa con el comportamiento prosocial manifestada por el sujeto, tanto en la inestabilidad emocional como en la satisfacción por la crianza, cuando las informantes son las madres.

Discusión
Estos resultados traen a colación, de un lado, la fuerza de la estructura de la personalidad en el comportamiento prosocial y el bajo peso que tienen los factores de la crianza en la manifestación de la prosocialidad cuando las informantes son las madres. Este dato contrasta con otros estudios realizados en el entorno español que comprueban la relación estadísticamente significativa entre ambos extremos, el comportamiento prosocial y la crianza, cuando los informantes son los propios adolescentes (Mestre, Samper, Tur, Cortés, & Nácher, 2005; Mestre, Samper, Nácher, Tur, & Cortés, 2006).

DISCUSIÓN GENERAL
A partir de los resultados obtenidos se concluye que la capacidad de mantener comportamientos empáticos junto a la autorregulación del comportamiento son los principales predictores del comportamiento prosocial independientemente del instrumento de evaluación utilizado y de la fuente de información.
Por todo ello, cabe concluir que Amistad y Conciencia, es decir, la dimensión afectiva y cognitiva de la empatía junto a la capacidad de autorregulación del propio comportamiento, constituyen los dos pilares predictores del comportamiento prosocial. Por tanto, la disposición prosocial se relaciona con factores de personalidad relacionados con la capacidad de mostrarse sensibles hacia las necesidades ajenas, de atribuir intenciones benévolas a los demás y con la capacidad de autorregular y organizar el propio comportamiento.
Resultados semejantes obtienen Mestre, Samper y Frías (2002) Mestre, Samper, Tur, Cortés, y Nácher, (2005) y están en la línea de las investigaciones desarrolladas por Bandura (Bandura, 1999); Caprara y colaboradores (Caprara & Pastorelli, 1993; Caprara, Pastorelli & Bandura, 1995); y Eisenberg y colaboradores
(Eisenberg, 2000; Eisenberg, Fabes, Guthrie & Reiser, 2000). Por tanto, nos encontramos en la línea de los postulados defendidos por la teoría social cognitiva al considerar a la persona como un ser activo que procesa y transforma la información (Bandura, 2002; Bandura, Caprara, Barbaranelli, Pastorelli & Regalia, 2001).
Por el contrario, los sujetos inestables emocionalmente, con escasas aptitudes para controlar las emociones y los impulsos, tienden a comportamientos menos altruistas y con inclinación a centrarse en sí mismos. Se considera a la inestabilidad emocional un factor que propicia la facultad de mostrar vulnerabilidad e inadaptación.
La irritabilidad y a la inestabilidad emocional, que reflejan las tendencias del sujeto a percibir los acontecimientos en su vertiente negativa, propenden la frustración y, al tiempo, potencian la exteriorización de reacciones emocionales exageradas, acompañadas de una falta de control. Ambas dimensiones, la irritabilidad y la susceptibilidad emocional, explican la magnitud de la agresión impulsiva o reactiva en las
interacciones sociales (Berkowitz, 1993; Caprara, Gargaro, Pastorelli, Prezza, Renzi & Zelli, 1987; Caprara y Pastorelli, 1993; Caprara, Barbaranelli & Zimbrado, 1996). Resultados semejantes fueron observados por Caprara y Pastorelli, (1993); Tur, Mestre & del Barrio, (2004); Mestre, Samper, Tur, Cortés, & Nácher, (2005).
Estos resultados siguen la línea de la tesis de Caprara, Bandura y su equipo investigador, en relación con el papel que ocupan diferentes constructos, cognitivos y afectivos, en los comportamientos del ser humano. Cabe resaltar que el control y la regulación, ejercidos desde el mismo sistema cognitivo, conforman patrones
comportamentales, que influyen directamente sobre la posibilidad de manifestar agresión e, incluso, sobre la intensidad con que, la misma, se desencadena.
Al margen de que el comportamiento irascible o agresivo se produzca en un contexto concreto, la capacidad del sujeto de empatizar y ponerse en el lugar de los otros, junto a la estabilidad y el control de las emociones y de los impulsos, constituyen los factores que determinan el comportamiento agresivo o el comportamiento prosocial (Caprara, Pastorelli & Weiner, 1994; Eisenberg, 2000; Mestre Samper & Frías, 2002; Mestre Samper & Frías, 2004).
Los estilos de crianza alcanzan una correlación más alta con el comportamiento prosocial si son los adolescentes los que evalúan la relación con su madre y con su padre. Esta relación baja cuando la evaluación la hacen las propias madres.
Así pues, la convivencia familiar que percibe el adolescente caracterizada por el afecto y apoyo emocional especialmente por parte de su madre, junto con la estimulación de la autonomía del hijo alcanza un poder predictor del comportamiento prosocial.
En términos generales se puede concluir que el comportamiento prosocial y el comportamiento agresivo son los extremos de una dimensión modulada por procesos cognitivos y emocionales de signo contrario, en los que los estilos de crianza contribuyen a su desarrollo.
Además cabe señalar el papel central que ejerce la autorregulación en la disposición prosocial.

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