Estilos de Crianza en la adolescencia y su relación con el comportamiento prosocial

Revista Latinoamericana de Psicología
2007, volumen 39, No 2, 211-225

MARÍA VICENTA MESTRE, ANA MARÍA TUR, PAULA SAMPER, MARÍA JOSÉ NÁCHER y MARÍA TERESA CORTÉS
Universidad de Valencia, España

RESUMEN:
El trabajo muestra dos estudios realizados con adolescentes españoles cuyo objetivo es estudiar la relación entre los estilos de crianza, el comportamiento prosocial y la empatía, la agresividad, la inestabilidad emocional y la ira desde un doble planteamiento: en uno de los estudios (N = 531) la evaluación de los estilos de crianza la realiza la madre y en el otro (N =782), los adolescentes. Los resultados indican que cuando es la madre quien evalúa los estilos de crianza, éstos alcanzan menor poder predictor en el comportamiento prosocial. La evaluación positiva del hijo/a, el apoyo emocional junto con la coherencia en la aplicación de las normas es el estilo de crianza más relacionado positivamente con la empatía y con el comportamiento prosocial.
Palabras clave: Comportamiento prosocial, estilos de crianza, personalidad, adolescencia.

INTRODUCCIÓN
La internalización de valores que acompaña a todo individuo en el transcurso de su desarrollo facilita que vaya absorbiendo criterios y valores, así como la cultura y el orden social, que emana de su entorno próximo-familiar y de las propias sociedades donde crece y se desarrolla. En este proceso, las prácticas de crianza llegan a ocupar un papel fundamental ya que contribuyen a inculcar unos valores y normas, que conducen al niño a ser considerado un adulto socialmente integrado en un futuro próximo (Grusec & Goodnow,
1994; Grusec, Goodenow & Kuczynski, 2000; Hoffman, 1990). El proceso de internalización de valores y normas se produce en un contexto donde la interacción de las vivencias sociales de la prole con los padres o con los iguales, va unida a los procesos de construcción activa, de unos y otros, ante las mismas situaciones vividas (Wainryb & Turiel, 1993; Youniss, 1994). El resultado provoca reacciones y respuestas amplias y variadas que dependen de las diversas experiencias y, a su vez, los estilos educativos se adaptan a la personalidad de los hijos y a las mismas experiencias.
En este sentido, son cruciales las relaciones tanto con la madre como con el padre, así como la implicación de ambos padres en la crianza, la disponibilidad y el grado de apoyo que percibe el adolescente, y en general, el predominio de una buena comunicación, para un buen apoyo instrumental y emocional de ambos padres
(Rodrigo, et al., 2004).
Así pues, los padres que transmiten apoyo y afecto a sus hijos, desarrollan la comunicación en el ámbito familiar, establecen normas familiares y el cumplimiento de las mismas utilizando el razonamiento inductivo como técnica de disciplina, educan con mayor probabilidad hijos sociables, cooperativos y autónomos (Alonso & Román, 2005; Lila & Gracia, 2005). Asentar las bases educativas sobre la disciplina inductiva, estimula a comprender hasta donde se puede llegar y a partir de dónde se están transgrediendo las normas. Además, se asocia a una mayor competencia y madurez moral en el niño (Baumrind, 1989, 1991; Steinberg, Mounts,
Lamborn & Dornbusch, 1991). El uso de criterios y razonamientos se relaciona con el comportamiento prosocial y, en concreto, con la internalización moral (Hoffman, 1982, 1990).
Asimismo, se relaciona con la empatía y con la manifestación de comportamientos prosociales (Krevans & Gibbs, 1996).
Más recientemente se ha demostrado que el conocimiento que los padres tienen del hijo provoca que se establezcan diferentes formas de inculcar disciplina, además la eficacia del estilo educativo dependerá, en gran medida, de la personalidad de los hijos (Grusec, Goodnow & Kuczynski, 2000). Con todo, las dimensiones de control, afecto y grado de implicación en la crianza de los hijos constituyen pilares fundamentales en la educación de los hijos y son las variables que mejor predicen un buen estilo educativo y la calidad de las relaciones paternofiliales (Carlo, Raffaelli, Laible & Meyer, 1999; Mestre, Frías, Samper & Nácher, 2003; Mestre, Samper, Tur & Díez, 2001; Tur, 2003). Estos factores inciden sobre la cohesión familiar y el grado de adaptabilidad y la calidad de la comunicación entre los miembros de la misma familia, que pueden favorecer o enturbiar tanto la cohesión como la adaptabilidad (González-Pineda, et al., 2003).
En la misma línea se ha demostrado que factores temperamentales, como la emocionalidad de los hijos, llegan a mediar en la calidad de la expresividad positiva que los padres ofrecen a la prole (Eisenberg, et al., 2001; Eisenberg, et al., 2003; Tur, 2003). Diferentes estudios han constatado la relación entre la expresividad de los padres, definida como un estilo dominante de exhibir expresiones verbales y no verbales en la familia y
las respuestas empáticas de los hijos (Valiente, et al., 2004). Dicha expresividad puede ser positiva si demuestra admiración y/o gratitud por un favor, como valoración positiva del hijo, o negativa si incluye expresiones de ira y hostilidad. Es la expresividad positiva la que predice la respuesta empática en los hijos, que incluye tanto una respuesta emocional como una capacidad para ponerse en el lugar del otro. Así, los padres que expresan altos niveles de emoción positiva y discuten estas emociones ayudan a sus hijos a experimentar y comprender las emociones, por tanto las relaciones positivas padres-hijos están asociadas con niveles más altos de internalización, conciencia y empatía (Kochanska, Forman & Coy, 1999; Mestre, Tur & del Barrio, 2004; Mestre, Samper, Tur, Cortés & Nácher, 2006; Mestre, Samper, Nácher, Tur & Cortés, 2006).
En este orden, las relaciones que fomentan vínculos cálidos y apoyos entre ambos, progenitores y prole, estimulan una atmósfera apropiada y abierta a los mensajes paternos. Igualmente, la calidad de la relación aumenta la motivación y la capacidad de escucha de los hijos hacia los mensajes parentales y, con ello, potencia el desarrollo social (Bandura, 1986, 2001). Las relaciones de apoyo, además, estimulan el sentido de la eficacia personal y ésta, a su vez, influye en la calidad del funcionamiento afectivo y del comportamiento (Bandura, Caprara, Barbaranelli, Gerbino & Pastorelli, 2003).
En las familias asentadas sobre valores sólidos, los enfrentamientos entre padres e hijos debidos a las ansias de libertad y de nuevas experiencias –propias de la adolescencia– transcurrirán de manera transitoria. Por el contrario, la poca solidez en la educación de las primeras edades puede tener consecuencias muy negativas
en el futuro del hijo. Se ha demostrado que la falta de accesibilidad y de supervisión de los padres, acompañada de la escasa o nula comunicación paterno-filial se relaciona con la tendencia de los hijos a relacionarse con compañeros conflictivos y a fomentar comportamientos de riesgo de carácter antisocial (Rodrigo, et al., 2004; Tur, Mestre & del Barrio, 2004; Mestre, Samper, Tur & Díez, 2001; Eisenberg, Fabes,
Guthrie & Reiser, 2000; Sobral, Romero, Luengo & Marzoa, 2000).
Por su parte, los adolescentes que reciben un feedback social positivo, y se perciben aceptados por los demás, tienden a definir estrategias alternativas de resolución de problemas relacionales, antes de manifestar comportamientos negativos (Katainen, Räikkönen & Keltikangas- Järvinen, 1999; Pakaslahti & Keltikangas-Järvinen, 1996).
En el marco de la teoría social-cognitiva se ha demostrado ampliamente la reacción recíproca que produce, de un lado, las acciones de los padres sobre el hijo y, de otro, la importancia que las reacciones del hijo tienen sobre los progenitores.
A modo de feedback, el sujeto, a la vez que recibe efectos del ambiente, actúa sobre él. La visión de la persona como ser activo que procesa y transforma la información, plantea el principio de que los diferentes modelos educativos impactan de forma variada en la persona y, por tanto, ejercen una influencia heterogénea. La capacidad de influencia de los modelos depende, en gran medida, de la carga emocional que contengan (Bandura, 1977; 1986; 2001). Además, las personas juzgan sus propias acciones según el grado de ajuste a estándares o creencias internos, de forma que los cambios se orientan hacia el control interno del propio comportamiento (Bandura, 1995; 2002; Bandura, Caprara, Barbaranelli, Gerbino & Pastorelli, 2003).
Por tanto, la constitución de la personalidad se enmarca en un contexto social dinámico que va configurando en el niño, patrones comportamentales más o menos estables. De esta forma, la personalidad se desarrolla mediante ciclos de procesamiento de la información cognitivo-emocional unido al feedback interpersonal (Caprara & Zimbardo, 1996).
El desarrollo prosocial también incluye procesos cognitivos y emocionales, como el razonamiento prosocial y la empatía. Los estudios evolutivos parecen indicar que la respuesta prosocial se vuelve relativamente estable durante los últimos años de la infancia y los primeros años de la adolescencia y que el desarrollo psicológico que implica procesos atencionales y evaluativos, razonamiento moral, competencia social y capacidad de autorregulación estimulan dicho comportamiento (Caprara, Steca, Zelli & Capanna, 2005). Además, dicho comportamiento prosocial predispone a un ajuste personal y social de los sujetos y actúa como factor de protección de problemas de comportamiento y depresión durante la adolescencia (Cañamás, 2002; Tur, 2003).
El objetivo de este trabajo es mostrar que independientemente de los instrumentos utilizados en la evaluación, los estilos de crianza, las variables de personalidad y la autorregulación emocional explican el comportamiento prosocial en la adolescencia.

Estudio 1

Estudio 2