ESTÍMULOS AVERSIVOS Y CASTIGO

ESTÍMULOS AVERSIVOS Y CASTIGO

Los estímulos aversivos, que generan gran cantidad de condiciones corporales sentidas u observadas introspectivamente, son estímulos que funcionan como reforzadores cuando se les reduce o se les extingue. Cuando se les relaciona de otras maneras con el comportamiento, tienen diferentes efectos. En el condicionamiento respondiente, si a un estímulo previamente neutro, como el sonido de una campana, lo sigue después de un intervalo un estímulo nocivo, como una descarga eléctrica, el sonido de la campana llega a provocar, primordialmente en el sistema nervioso autónomo, reacciones que se sienten como ansiedad. El sonido de la campana se ha convertido en un estímulo aversivo condicionado que puede entonces tener el efecto de cambiar la probabilidad de cualquier comportamiento positivamente reforzado que se está dando. Así, la persona entregada a una conversación animada puede empezar a hablar con menos energía o en forma más errática, o puede dejar de hablar en el momento en que se acerca alguien que la ha tratado de manera aversiva. Por otra parte, su comportamiento negativamente reforzado puede intensificarse y actuar más compulsivamente, o actuar agresivamente, o escapar. Su comportamiento no cambia porque se sienta ansiosa, cambia por las contingencias aversivas que generan la condición sentida como ansiedad. El cambio en los sentimientos y el cambio en el comportamiento tienen una causa común.

El castigo se confunde fácilmente con el refuerzo negativo, a veces llamado «control aversivo». Se usan los mismos estímulos, y el refuerzo negativo podría ser definido como castigo por no comportarse, pero el castigo se destina a remover comportamientos de un repertorio, mientras que el refuerzo negativo genera comportamientos.

Las contingencias de castigo son exactamente lo contrario del refuerzo. Cuando una persona golpea a un niño o le amenaza con golpearlo porque se ha portado mal, está presentando un reforzador negativo en lugar de estar retirándolo, y cuando un gobierno multa a un infractor o lo encierra en prisión, está retirando un reforzador a una situación en la cual se puede reforzar un comportamiento, en lugar de presentarle un refuerzo negativo. Si el efecto fuera simplemente el inverso del efecto del refuerzo, fácilmente se podrían explicar muchos comportamientos; pero cuando el comportamiento se castiga, se condicionan en el patrón respondiente varios estímulos generados por el comportamiento o por la situación, y entonces el comportamiento castigado resulta desplazado por un comportamiento incompatible condicionado como el escape o la evitación. La persona castigada sigue «inclinada» a comportarse de manera castigable, pero evita el castigo haciendo otras cosas, o posiblemente negándose con terquedad a hacer algo.

Lo que sienta una persona cuando está en una situación en la cual se la ha castigado, o cuando emite un comportamiento previamente castigado, depende del tipo de castigo, y éste con frecuencia depende, a su vez, del agente o la institución que castiga.

Si ha recibido el castigo de sus coetáneos, se dice que siente vergüenza; si lo recibe de una entidad religiosa, se dice que tiene un sentimiento de pecado; y si lo recibe de un agente gubernamental, se dice que se siente culpable. Si actúa para evitar más castigos, puede atenuar la condición que siente como vergüenza, pecado o culpa, pero no actúa a causa de sus sentimientos o debido a que sus sentimientos hayan sido cambiados; actúa a causa de las contingencias punitivas a las cuales ha estado expuesto.

La condición que se siente como vergüenza, culpa, o sentido de pecado, no se debe simplemente a la aparición anterior de un estímulo aversivo. Una tormenta puede dar ocasión a la condición sentida como ansiedad, y durante la tormenta el comportamiento positivamente reforzado puede debilitarse, y el reforzado negativamente (por ejemplo, fugarse o esconderse) puede fortalecerse, pero esta condición no se siente como culpa. Sobre este punto se ha dicho que «una persona no puede sentirse culpable si no tiene impulsos dirigidos a un objeto, acerca de los cuales sienta culpa». Más exactamente, sólo se siente culpable cuando se comporta o tiende a comportarse de manera punible.

Un escritor que dice «Cuanto más leo acerca de los hombres de principios y mediados de la época victoriana, más considero a la ansiedad y la preocupación como pautas directrices para entenderlos» sugiere una explicación del comportamiento en términos de sentimientos generados por circunstancias punitivas, donde los sentimientos se infieren con base en el comportamiento que se va a explicar mediante los mismos sentimientos. No dice tener ninguna información directa sobre los sentimientos, y tal vez se refiere a lo que las personas de la época hacían y decían, pero la ansiedad y la preocupación solamente serán pautas útiles si, a su vez, se pueden explicar. El escritor trata de hacer esto cuando continúa diciendo: «Ellos trataban de unir opuestos incompatibles, y se angustiaban porque no lo lograban… se preocupaban por la inmortalidad, por el sexo, por la política y por el dinero». Estas eran las circunstancias externas responsables de su comportamiento y de las condiciones sentidas como preocupación.

La frecuencia, severidad, y el programa del castigo generan otros aspectos del comportamiento atribuidos frecuentemente a los sentimientos o a los rasgos del carácter. En muchos casos familiares, el comportamiento tiene consecuencias tanto punitivas como reforzantes. Si el comportamiento sigue ocurriendo, pero de una manera debilitada, puede decirse que muestra inhibición, timidez, turbación, temor o cautela. Se dice que el castigo excesivo hace más importante la escasez de refuerzo positivo y deja a la persona «más vulnerable a la depresión severa y al deseo de rendirse». Nosotros manejamos lo que se siente cambiando las contingencias y no cambiando los sentimientos —por ejemplo, provocando el comportamiento sin castigarlo—, de manera que los estímulos aversivos condicionados puedan extinguirse.

Se dice que el comportamiento que es fuerte a pesar de las consecuencias punitivas muestra valentía, coraje, o simplemente audacia. Nosotros no atribuimos coraje a una persona haciéndola sentirse más valerosa, sino enfatizando las consecuencias reforzantes y minimizando las punitivas. Un loco no se lanza a una situación peligrosa porque se sienta temerario, sino porque las consecuencias reforzantes han compensado completamente a las punitivas y podemos tratar de corregir su comportamiento aportando otros castigos (posiblemente verbales).

Cuando el castigo es muy severo, el conocimiento de sí mismo que discutimos en el capítulo 2 puede verse afectado. Los comportamientos suprimidos pueden incluir el comportamiento basado en el conocimiento de las condiciones corporales asociadas. El resultado es lo que Freud llamaba «represión». Sin embargo, para Freud el proceso implicaba sentimientos en lugar de comportamientos y se producía en las profundidades de la mente. Unos sentimientos reprimían a otros, y había un censor que los guardaba y del cual en ocasiones se escapaban de maneras indirectas. Sin embargo, podían seguir siendo preocupantes, y se decía que el hombre «seguía perseguido por sus anhelos reprimidos». Más adelante trataré algunos aspectos comportamentales de esto.

ESTRUCTURALISMO

A menudo se ha dicho que los primeros estudios del comportamiento se reducían a la forma de estructura —por ejemplo, a tratar el comportamiento como algo que no es más que «contracciones musculares»—. El rechazo a aceptar los sentimientos y estados de la mente como causas y el permanente interés por la «objetividad» parecían respaldar esa idea. La formación de hábitos era un principio estructuralista: adquirir un hábito era simplemente acostumbrarse a comportarse de una manera dada. Se descuidaban las contingencias de refuerzo que generaban el comportamiento lo mismo que las contingencias de supervivencia que producían un instinto.

También eran estructuralistas las teorías de la frecuencia acerca del aprendizaje. Simplemente afirmaban que lo que había sucedido una vez sucedería de nuevo; que un organismo tendería a hacer lo que con más frecuencia había hecho en el pasado. Como ya he dicho, el «behavioralismo» se limitaba a la topografía del comportamiento político, y el estructuralismo en antropología a menudo no va más allá de la posición de que las costumbres se siguen simplemente porque es habitual seguirlas. La justicia de Grecia y Persia antiguas era simple y ágil porque se basaba totalmente en la topografía del crimen: la persona que mataba a otra era culpable de asesinato sin importar las circunstancias en que lo hubiera cometido. Más tarde anotaré la importancia del hecho de que el apoyo de la posición estructuralista haya venido de la fenomenología lo mismo que del existencialismo, con su descuido del pasado y del futuro en la búsqueda de los rasgos esenciales del aquí y el ahora.

Si el conductismo no hubiera sustituido los sentimientos y estados mentales que rechazaba como explicaciones, realmente se le hubiera podido tener por una clase de estructura lismo, pero encontró sustitutos en el ambiente. A medida que aprendemos más sobre el papel de las contingencias de refuerzo, tenemos mayor probabilidad de ir más allá de las propiedades formales. Esto se puede ilustrar con el concepto de imitación. En una definición puramente formalista, se puede decir que un organismo imita a otro cuando se comporta como lo hace el otro, pero, como dijimos en el capítulo 3, deben considerarse las contingencias de refuerzo lo mismo que las de supervivencia. Los dueños de restaurantes se comportan de maneras bastante similares respecto de sus clientes, pero no se imitan unos a otros; se comportan de maneras similares porque están expuestos a contingencias similares. El hombre que corre tras un ladrón no lo está imitando aunque ambos estén corriendo.

El estructuralismo está implícito en la distinción que a menudo se hace entre aprendizaje y ejecución. Esta distinción era útil en los primeros estudios de aprendizaje porque los cambios que entonces se observaban en la ejecución eran bastante erráticos. Como se suponía que el aprendizaje era un proceso ordenado, parecía haber una discrepancia, pero ésta se resolvía suponiendo que el comportamiento manifestado por el organismo no revelaba muy apropiadamente el aprendizaje. El término «ejecución» era claramente un término estructuralista; se refería a lo que hace un organismo, sin tener en cuenta por qué lo hace. Con técnicas avanzadas se ha encontrado una relación ordenada entre la ejecución y las contingencias, y se ha eliminado la necesidad de acudir a un proceso interno de aprendizaje independiente o a la competencia. Esa misma confusión aparece en la argumentación de que los condicionamientos operante y respondiente representan un solo proceso, argumentación de la cual se dice que es opuesta al punto de vista según el cual las dos clases de condicionamiento afectan diferentes sistemas de comportamiento, siendo el condicionamiento respondiente apropiado al sistema nervioso autónomo, y el condicionamiento operante a la musculatura esquelética. Es verdad que gran parte de la actividad del sistema nervioso autónomo no tiene consecuencias naturales que fácilmente hubieran llegado a formar parte de las contingencias operantes, pero tales consecuencias se pueden preparar. (En el capítulo 11 informaremos de un intento de someter al sistema vascular del brazo bajo el control operante, amplificando por medio de instrumentos una medida del brazo.) La diferencia b ásica no está en los sistemas de topografía de la respuesta, sino en las contingencias. Los arreglos ambientales que producen un reflejo condicionado son muy diferentes de los que producen el comportamiento operante, sin que importen los respectivos sistemas. (El hecho de que ambos procesos pueden darse en una situación dada, no significa que se trate del mismo proceso. Sin duda, el niño que está adquiriendo comportamientos operantes también adquiere reflejos condicionados, y el perro de Pavlov, aunque restringido por los aparatos experimentales, recibía refuerzo operante de manera fortuita por la presentación ocasional del alimento.) Debemos esperar para ver qué procesos de aprendizaje descubrirá eventualmente el fisiólogo por medio de observación directa, más que por medio de inferencias; entretanto, las contingencias permiten una distinción útil e importante.

El estructuralismo suele ir más allá de la simple descripción, y una de sus estrategias ha tenido una historia muy larga. Cuando todavía no se comprendía plenamente el concepto de relación funcional, las explicaciones de los fenómenos se buscaban en sus estructuras. La doctrina de las formas de Platón era un esfuerzo para explicar los hechos con principios derivados de los mismos hechos o de hechos similares. Se ha dicho que desde Platón hasta Kepler no se consideraba que las matemáticas describieran el movimiento de los asiros, sino que lo explicaban. La búsqueda de la explicación en la forma o en la estructura continúa. La psicología de la Gestalt trató de comprender el concepto estructural de formación de hábitos con principios organizacionales. Las propiedades matemáticas conservan su vieja fuerza explicativa; por ejemplo, se ha dicho que, para el antropólogo, «las relaciones de parentesco no evolucionan tanto porque tienden a expresar relaciones algebraicas». Como anoté en el capítulo 1, el análisis puramente estructural se puede completar recurriendo al tiempo como variable independiente. El crecimiento del embrión desde el huevo fertilizado hasta el feto es un buen ejemplo de desarrollo, y se ha dicho que puede haber consecuencias similares importantes en el desarrollo «de una destreza, de un arte, de un concepto en la mente». Se dice que el comportamiento de una persona o una cultura pasa por varios estadios hasta alcanzar la madurez. Se ha dicho que la psicopatología del adicto a las drogas se debe a la «detención infantil del desarrollo psíquico». Como lo indican estos ejemplos, se dice que lo que se desarrolla es algo que está en la mente, como cuando se trata de Piaget, o en la personalidad, como señala Freud. Pero si el niño ya no se comporta como lo hacía un año antes, no es solamente porque haya crecido, sino porque ha tenido tiempo para adquirir un repertorio mucho más amplio por medio de la exposición a nuevas contingencias de reforzamiento, y particularmente porque las contingencias que afectan a los niños de diferentes edades son diferentes. El mundo del niño también «se desarrolla».

En comparación con el análisis experimental del comportamiento, la psicología evolutiva permanece en la posición de la teoría evolucionista anterior a Darwin. Hacia los comienzos del siglo xix , se sabía que las especies habían experimentado cambios graduales hacia formas más adaptativas. Se desarrollaban o maduraban, y la mejor adaptación si ambiente sugería una especie de propósito. La cuestión no era si ocurrían cambios evolutivos, sino por qué ocurrían. Tanto Lamarck como Buffon apelaron al propósito supuestamente manifestado por el individuo en la adaptación a su ambiente —propósito de algún modo transmitido a la especie—. A Darwin le correspondió descubrir la acción selectiva del ambiente, como a nosotros nos corresponde suplementar el desarrollismo de la ciencia del comportamiento con un análisis de la acción selectiva del ambiente.