Estudio Preliminar a Freud en Buenos Aires 1910-1939 (Capítulo V)

Estudio Preliminar a Freud en Buenos Aires 1910-1939
Hugo Vezzetti

V
Hasta los años treinta la cuestión de la psicoterapia sólo había interesado a algunos psiquiatras aislados y, salvo quizás el caso de Beltrán, de un modo más bien esporádico. Sin embargo, desde 1925, el italiano James Mapelli, que no era médico y provenía del teatro, ilustra el caso de un ilusionista aceptado –por algunos, al menos– en el recinto severo del hospital, en este caso el consultorio externo del Pirovano. 22 Después de haber actuado en Europa y América realizando experiencias de hipnotismo y “transmisión de pensamiento”, decidió concentrar sus actividades en el campo de la psicoterapia y creó un método que llamó de “psicoinervación” (J. Mapelli, 1928 a y 1928 b). En El Día Médico relata la curación, por medio de su método, de una paraplejía funcional, lograda en sólo nueve sesiones, mediante estímulos sugestivos cuyo poder –dice Mapelli– reside exclusivamente en la fe, bajo la forma de “credo” terapéutico. Que la fe produce curaciones era una idea ya establecida, que provenía directamente de Charcot y que, por otra parte, había estado presente en la presentación del tema de la sugestión hecho por Ingenieros veinte años antes. Pero, en todo caso, resulta ser Mapelli, que no es médico y viene del mundo del espectáculo, el autor de un libro que lleva más lejos que ninguno hasta entonces la pretensión de formular ese poder en términos de una sistematización técnica que siga los cánones de la medicina científica.
Con excepción de Mapelli y los casos aislados ya comentados, no hay casi comunicaciones clínicas que exhiban el uso de procedimientos psicoterapéuticos. E. Mouchet (1930) aporta un testimonio aislado que confirma la pervivencia del modelo sugestivo, en el caso de una mujer de 36 años afectada de mutismo desde los días posteriores al golpe militar de 1930. ¿Qué cadena asociativa sostenía ese síntoma a la vez personal y colectivo?, ¿de qué modo esa historia personal había encontrado en la política la herida de un trauma propiamente nacional? En fin, nunca lo sabremos, ya que Mouchet se enorgullece de haberla curado en una sola sesión de pocos minutos, por medio de una sugestión imperativa acompañada de una ligera presión a ambos lados de la laringe.
J. R. Beltrán, por su parte, agrega algo al estado de la cuestión en una disertación sobre psicoterapia y curanderismo ante la Sociedad de Medicina Legal y Toxicología (J. R. Beltrán, 1936 a). Y lo hace desde una posición ante los “legos” que contrasta con la permisividad que hacía posible a Mapelli actuar en el Hospital Pirovano. En efecto, insiste en calificar como curanderismo cualquier uso por parte de no médicos de las tres formas que reconoce de psicoterapia: sugestión, hipnosis y psicoanálisis. Aclara que la hipnosis “ha sido relegada a un plano secundario dentro de la terapeútica psiquiátrica” y que, según su experiencia, es más frecuente que los “curanderos” empleen la sugestión o la hipnosis, por lo que llama a las autoridades sanitarias y policiales a perseguir esa práctica ilegal. En cuanto al psicoanálisis, según Beltrán no ha sido empleado frecuentemente fuera del ámbito médico, salvo casos aislados, “de los cuales existe uno reciente en nuestro medio social”. No ha sido posible saber a quién se estaba refiriendo.
    Si en la década del treinta se hace evidente un interés más fundado por la cuestión de la psicoterapia, es importante señalar que ya no se trata de incorporar un recurso de tratamiento a un dispositivo discursivo y tecnológico que se concebía como inconmovible. Un núcleo de psiquiatras de izquierda encara la promoción de la psicoterapia, no sólo como un esfuerzo sistemático de estudio y entrenamiento específico sino apuntando a una perspectiva de amplia transformación del paradigma psiquiátrico hegemónico. Ya en 1928 Jorge Thénon daba cuenta en una conferencia de la intención de producir una actualización y puesta al día del libro ya clásico de José Ingenieros (J. Thénon, 1928). Y lo hace a partir de afirmar el valor de la psicoterapia en la “medicina práctica”, en cuyo marco formula una primera diferencia entre las técnicas “sintomáticas”, que pueden ser usadas en la medicina general, y las técnicas “profundas” (entre las que se incluye la psicología individual de Adler, la terapeútica psicopedagógica y el psicoanálisis freudiano) que sólo deben ser empleadas por especialistas, psiquiatras psicoterapeutas. El planteamiento, más bien novedoso, de la especialización como requisito habilitante es correlativo con la formulación implícita de un programa de fundamentación y sistematización del recurso psicoterapéutico, abierto a un repertorio amplio y diversificado de referencias. En este primer texto de Thénon el psicoanálisis aparecía incluido en las corrientes modernas de la psicología científica como “el intento más grande para realizar la psicología de lo subconsciente mediante los métodos intra y extrospectivos”. Como sea, es la hipnosis el interés primero del autor, y el método psicoanalítico no está casi diferenciado de la sugestión.
Ese temprano interés por la cuestión se evidencia también en el tema de su tesis, “Psicoterapia comparada y psicogénesis” (J. Thénon, 1930 b), enviada a Freud y retribuida con una carta breve del creador del psicoanálisis (El Hospital Argentino, 1930). Su punto de partida es exactamente opuesto al del joven Ponce: la “medicina cientificista” ha sobrevalorado la dimensión somática de la patología y no ha tomado suficientemente en cuenta los aspectos psicógenos. Si por entonces también Mouchet (1931) se refiere a la necesidad de que el futuro médico adquiera formación y entrenamiento en los métodos psicoterapéuticos, lo hace planteando la cuestión en términos genéricos, cercanos al “influjo moral”, sin la preocupación técnica y práctica que evidencia Thénon.
    De cualquier manera, como ya se ha visto en otros, el propósito sistematizador se sostiene en una modalidad ampliamente integrativa, que comienza por afirmar la importancia de las conexiones somatopsíquicas, en un recorrido que incluye la reflexología, el conductismo y la temática de la constitución: Kretschmer, Pende y Viola. En ese marco, el descubrimiento freudiano viene a situarse inicialmente en la matriz teórica evolucionista: “Lo inconsciente está constituido por una serie de personalidades superpuestas producto de experiencias estratificadas en el curso del desarrollo filogenético y que en cierto grado se descubren en la evolución ontogenética y en las modalidades reaccionales de la edad evolutiva”. Pero no es en esas formulaciones genéricas y apegadas a las viejas ideas donde puede verse el valor más original de la tesis de Thénon. Su importancia reside más bien en la cuidadosa presentación que realiza de las diversas técnicas psicoterapéuticas, en una serie que comienza por la sugestión y la hipnosis y prosigue con el psicoanálisis y las “escuelas derivadas”, es decir Adler y Jung. El capítulo dedicado a Freud había sido publicado, con ligeras variantes, en la Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal (J. Thénon, 1930 a); en él se ocupa de una exposición de la teoría y la técnica de la interpretación de los sueños e incluye –en la tesis– un extenso historial clínico que permite apreciar un encuadre en el que combina algún rasgo típico del procedimiento hipnótico –como el oscurecimiento del consultorio– con condiciones bastante precisas del método psicoanalítico: actitud pasiva, frecuencia de dos o tres veces por semana, posición ligeramente detrás del paciente, aunque sin empleo de diván.
Por otra parte, establece al pasar una comparación entre el impacto cultural del psicoanálisis y el del marxismo (“sobre el gran capital ético de la humanidad, la teoría psicoanalítica ha producido una conmoción y una inquietud semejante a las doctrinas económicas del comunismo sobre el trabajo y el capital”) que no sólo es la primera mención de esa relación posible –ocho años antes del manifiesto antifreudiano de E. Castelnuovo– sino que, a la vez, muestra que por entonces esa perspectiva de izquierda va a impulsar las iniciativas más consistentes y programáticas de lectura y apropiación de Freud.
La creación, en Córdoba, de la revista Psicoterapia, en 1936, dirigida por Gregorio Bermann, viene a ser, en todo caso, una expresión palpable de las nuevas ideas y valores acerca del tema, y en ellas se combinan razones propiamente médicas, ligadas a la necesaria modernización del dispositivo psiquiátrico con la percepción imprecisa de demandas provenientes de un escenario social y cultural en vías de transformación. El subtítulo de la publicación revelaba el carácter ecléctico de la empresa: “Revista de Psicoterapia – Psicología Médica – Psicopatología – Psiquiatría – Caracterología – Higiene Mental”. En la misma dirección puede interpretarse la larga nómina de autores incluidos en la presentación de la revista; englobados bajo el rótulo de una supuesta adscripción a la “psicología médica”, Freud, Adler, Jung y Stekel coexisten, entre otros, con Janet, Jaspers, Klages, Kretschmer, Hesnard y Schilder.
Pero, en todo caso, lo más importante es el marco de época que sostenía esa apelación, y que era caracterizado como un “momento crucial”, en el que predominaban la inquietud y la inestabilidad propias de los períodos de crisis. Allí vendría a radicar, para Bermann, ese necesario privilegio de la dimensión de lo psíquico en la búsqueda de respuestas y caminos hacia un futuro que no repita los errores del pasado. Afirmar, entonces, que en esa nueva psiquiatría “se conjugan los valores más altos de la medicina presente”, puede entenderse, precisamente, como expresión de un proyecto que supone, ante todo, la pretensión de colocar a la medicina mental en una camino activo de reformas, en un proceso de cambio social y cultural; en ese marco, la cuestión psicoterapéutica se proyecta a lo universal –y termina por ser puesta en línea con la figura de Sócrates– como una guía proyectada de la conciencia colectiva.
A la vez, esto supone el reconocimiento más o menos explícito de que la psiquiatría atraviesa una crisis que debe alterar su fisonomía conocida. De allí la insistencia en que la cuestión de la psicoterapia exige el concurso de un conjunto tal de saberes que exceden el repertorio de las disciplinas médicas para proyectarse a las ciencias sociales y de la cultura. Basta atender al conjunto y la calidad de las disciplinas involucradas (antropología y filosofía, artes y letras, psicología y “doctrinas y movimientos sociales”, etc.) para advertir la profundidad del cambio de perspectiva respecto de aquel momento inicial en el cual el paradigma experimental de la medicina científica se proclamaba autosuficiente y rechazaba como una contaminación y un retroceso cualquier encuentro con el saber humanístico.
Si la cuestión de la psicoterapia –con algo de Freud incluido– encuentra un primer espacio de formulación más o menos sistemática, hay que reconocer que en torno de ella se reúnen varias condiciones y perspectivas. Por una parte, necesidades prácticas de modernización y tecnificación del viejo tratamiento “moral”, en el marco de una transformación más amplia de nociones y valores de la medicina mental. Pero, al mismo tiempo, esa búsqueda imprecisa y ecléctica de respuestas en un repertorio vasto de nuevos saberes viene a hacerse cargo, como puede, de las demandas emergentes de un “malestar” que tiene diversos planos de manifestación. En la clínica los síntomas ya no son los mismos; para advertirlo basta comparar esa paciente de Mouchet, enmudecida en su voz y en su carne por el golpe militar de Uriburu, con alguno de los casos de Meléndez, entre los cuales sería inclasificable. Y si hay allí, en el síntoma, amplificada, una distancia subjetiva que es propiamente cultural, esa revelación que se abre a una conflictividad colectiva no es menos evidente en zonas de la narrativa urbana de los años treinta: por ejemplo, Roberto Arlt.
Pese a ser de los primeros en presentarse como psicoanalista, no hay trabajos de G. Bermann en este período que puedan ser equiparables a los de J. Thénon o E. Pizarro Crespo en el planteamiento de algún tema del campo freudiano. Lo más aproximado es un artículo publicado en el primer número de Psicoterapia sobre “los neurópatas que no quieren curar” (G. Bermann, 1936), en el que aborda la cuestión de la resistencia de un modo más bien limitado a las formas de oposición al tratamiento y le aplica un término de reminiscencias nietzscheanas: “voluntad de enfermedad”. El repertorio de citas es bastante amplio e integra, de un modo bastante característico, a Freud con Bleuler y Adler; por otra parte, la exposición del criterio terapéutico debe poco al tratamiento psicoanalítico de las resistencias en la medida en que –a diferencia de los trabajos clínicos de J. Thénon– no hay rastros de interpretación: “La labor médica consiste en transformar el deseo de enfermedad en el de salud, haciendo sentir poderosamente al paciente cuánto gana transformando su actitud ante la vida y adaptando su conducta al tono que exige el bienestar. Sin declaraciones de índole moral hay que hacerle sentir las satisfacciones que proporciona la vida sana, alegre y eficiente”.
Pero, al mismo tiempo, el artículo se dirige a los médicos no preparados, a los que no entienden que detrás de la enfermedad hay un conflicto y confunden el “refugio en la enfermedad” con una “superchería”. La resistencia, viene a decir Bermann, muy a menudo reside en que “los médicos no saben curar”, y un amplio programa pedagógico sostiene la empresa de esa revista, que se publicó sólo durante dos años, hasta que su director, llamado por otros combates, marchó a defender la República Española.23
Psicoterapia, en ocasión de los ochenta años de Freud le dedica un número, cuya presentación –escrita probablemente por E. Pizarro Crespo– lleva un título sugestivo, por la forma en que coloca la figura del creador del psicoanálisis en una perspectiva que desborda el dispositivo médico y psiquiátrico: “Proyección histórica del psicoanálisis en las ciencias y en el pensamiento contemporáneos” (Psicoterapia, 1936). En ese sentido, si hace un hincapié particular en la condición “crítica” de su pensamiento y lo sitúa en una relación de continuidad con la obra de Charcot, es precisamente por la falta de prejuicios con que el profesor francés había sido capaz de superar las estrecheces del conocimiento establecido.
    El psicoanálisis es, por una parte, “antorcha del conocimiento” y alcanza una amplia repercusión en el panorama de las ciencias y la cultura y, a la vez, constituye un nuevo método terapéutico, más aún, es la verdadera “psicoterapia científica”, afirmación que va mas allá de la presentación que hasta entonces –Thénon incluido– clasificaba al psicoanálisis junto con otras técnicas en un marco genérico. Esa definición que establecía la preeminencia del método freudiano de un modo tan definitivo provenía de E. Pizarro Crespo más que de G. Bermann, pero de cualquier modo queda allí, en la apertura de ese homenaje, como la expresión de un reconocimiento que no tenía antecedentes en nuestro país.
    Al mismo tiempo, una consideración histórico-social apunta a establecer las condiciones del surgimiento de la nueva disciplina: tanto Charcot como Freud habrían encontrado un incremento de los trastornos psíquicos que sería correlativo a momentos de “serias transformaciones sociales”. En esa misma dirección se orienta cuando busca establecer en cada época la relación entre el arte y la literatura, las ideas psicológicas dominantes y las formas particulares de patología mental; la psicopatología y la estética se iluminan mutuamente. Así, al “individualismo” de la sociedad fin de siècle corresponde un arte que tiende al “autismo” y una clínica en la que la histeria cede su lugar a los cuadros esquizofrénicos. Finalmente, el autor se ocupa de una exposición bastante elaborada y actualizada de la obra de Freud, a la que divide en cuatro etapas, de un modo que parece insistir en la diversidad de problemas tanto como en los giros y las rectificaciones de la teoría, sin excluir una consideración atenta a la “extensión” de las ideas freudianas a lo que llama una “psicología social e histórico-étnica”.
    El número incluye “Dostoievski y el parricidio” de Freud, una traducción del psicoanalista francés René Allendy y colaboraciones de Honorio Delgado, Angel Garma –desde Madrid–, Gonzalo Bosch, Juan R. Beltrán, Marcos Victoria y Paulina Hendler de Rabinovich, la primera mujer que escribe sobre el tema en Buenos Aires; la nómina de autores ilustra las diferencias de interés y de formación. Así, mientras H. Delgado produce una amplia exposición acerca del último tramo de la obra de Freud y A. Garma aporta un artículo propiamente psicoanalítico, Marcos Victoria –quien se autodefine como “psicoanalista heterodoxo”– presenta un ejemplo clínico en el cual recurre a la catarsis bajo hipnosis, en términos propios de la Comunicación de Freud y Breuer de 1895. G. Bosch –director del Hospicio de las Mercedes–, por su parte, es autor de un artículo más bien circunstancial que insiste en reunir a Freud con Janet y llama a Adler “dilecto discípulo”, desconociendo las disidencias en el movimiento psicoanalítico. En cuanto a Beltrán, sólo agrega a lo ya conocido de su obra –particularmente el interés por lo que llama las “aplicaciones extramédicas” a la pedagogía, la criminología y el “confesionario”– una afirmación sobre la que nadie había insistido entonces: para practicar el psicoanálisis hay que ser previamente psicoanalizado; de cualquier modo, no hay evidencias de que él mismo haya cumplido esa condición.
Desde Buenos Aires, Paulina Hendler de Rabinovich aporta un artículo acerca del psicoanálisis y la reflexología (1936). Esa misma voluntad que exhibían Thénon y Pizarro Crespo de producir una lectura y una apropiación “materialistas” de Freud está en la base del cuidadoso ejercicio analítico comparativo por el cual la autora busca fundamentar la posibilidad de que Freud y Pavlov se integren en un único sistema teórico. Y si bien ese horizonte de relaciones habrá de durar poco en el clima de ideas de la izquierda psiquiátrica argentina, vale la pena puntualizar algunos hitos de su exposición. En las antípodas de esa inicial prevención que veía en el psicoanálisis la expresión del irracionalismo y el espiritualismo reaccionarios, el artículo desarrolla en una serie de tópicos los rasgos esenciales que el psicoanálisis compartiría con la doctrina de los reflejos condicionados: a) el psicoanálisis es una disciplina empírica: “el estudio de la vida psíquica por el método objetivo de las ciencias naturales”; b) es monista, ya que afirmaría “la unidad de la vida y de la actividad del organismo humano”; c) es igualmente materialista, a pesar de que “su psicología produce la impresión de una doctrina metafísica”, ejemplo de ello son conceptos como el “principio de estabilidad” (se refiere al más conocido como “de constancia”) y su concepción del aparato psíquico y el acto reflejo que son, para la autora, análogos a los puntos de vista de la reflexología; d) es determinista, y lo es en el mismo sentido que la doctrina de Pavlov, por cuanto ambas pondrían a la actividad refleja en la base de la actividad psíquica; y, finalmente, e) también Pavlov ha coincidido con Freud en la crítica a la psicología académica, limitada al estudio de los fenómenos conscientes. En síntesis, dice P. de Rabinovich, las bases teóricas están preparadas y sólo es necesario un esfuerzo de sistematización para construir una ciencia de lo psíquico en la cual la reflexología aportaría el fundamento y el psicoanálisis la “superestructura”.
De cualquier manera, como se verá, E. Pizarro Crespo no compartía que ése fuera el único modo posible de plantear los caminos de un eventual encuentro entre psicoanálisis y marxismo. Lo importante, en todo caso, es señalar que junto a esa terminante posición antifreudiana de E. Castelnuovo, en la segunda mitad de la década del treinta y por un período más bien breve ese encuentro imposible entre Freud y Marx fue postulado y anunciado en más de una manera. Como es sabido, el distanciamiento sobrevino rápidamente y no fue ajeno a las vicisitudes del debate sobre el psicoanálisis en la urss y en la izquierda francesa. Thénon se orientó decididamente hacia la reflexología mientras Bermann encarnaba una psiquiatría a la vez organicista y social en la que profundizaba su eclecticismo, al tiempo que intentaba la más firme tentativa de refutación del psicoanálisis desde el marxismo (Bermann, 1949, 1952 b). Recién a partir de los años cincuenta, la obra de José Bleger, desde un campo similar de preocupaciones pero con marcadas diferencias en su bagaje conceptual, desde Psicoanálisis y dialéctica materialista a Psicohigiene y psicología institucional retomará alguno de los temas de esa empresa fallida.
Aunque no firma ninguno de los artículos publicados en el número dedicado a Freud –muy probablemente porque escribió la “Presentación” en nombre de la revista– Emilio Pizarro Crespo, de Rosario, por sus escritos se constituye en la figura más destacada del núcleo reunido alrededor de Psicoterapia, en cuyo staff ocupa una de las secretarías de redacción. Era miembro adjunto de la Sociedad Psicoanalítica de París, en cuya revista publicó “La role des facteurs psychiques dans le domaine de la clinique” (E. Pizarro Crespo, 1935 a), y es notorio que recibió la influencia del psicoanálisis francés de los años treinta, en particular de René Allendy, a quien llama su “amigo”. Había viajado extensamente por Europa y en dos artículos bastante elaborados dio cuenta de su opinión acerca de la situación de la psiquiatría y la psicoterapia en Francia, Alemania y la Unión Soviética (E. Pizarro Crespo, 1936 a y 1936 b).
El primero de ellos define la perspectiva con que aborda esa crónica viajera que es, al mismo tiempo, una puesta al día del estado de la cuestión; y lo hace saludando el costado “promisorio” de la “crisis profunda” que afecta a la medicina, en una doble dimensión. Por una parte, su testimonio lúcido del escenario social advierte el marco de “conmoción” y “descomposición general” que preanuncia la conflagración. Pero, a la vez, ese señalamiento de la crisis se refiere a los parámetros científicos y metodológicos de las disciplinas médicas y psiquiátricas, en las que indica un movimiento saludable de renovación hacia “nuevas síntesis biopsicológicas”; allí parece radicar, para Pizarro Crespo, la importancia del psicoanálisis y su interés por la medicina psicosomática.
La exposición prolija que proporciona del panorama francés destaca en particular al grupo L’Evolution Psiquiatrique, exponente, para el autor comentado, de un enfoque moderno de la disciplina, entendido básicamente como un encuentro de la psiquiatría y el psicoanálisis bajo ese nuevo ideal “psicobiológico”. Como sea, da cuenta de la producción científica en Francia, en especial de las extensiones “sociobiológicas” debidas a R. Allendy y dedica un interés especial a la tesis de J. Lacan sobre la psicosis paranoica y su relación con la personalidad, trabajo sobre el que vuelve en otros artículos.
       En el segundo artículo, dedicado a Alemania y la urss, Pizarro Crespo hace aun más explícito ese diagnóstico de la patología mental que ausculta la nosografía sobre el telón de fondo de la crisis contemporánea: “el problema de las enfermedades mentales, neurosis y suicidios se encuentra a la orden del día. La angustia creciente por el porvenir, la zozobra permanente en que viven las multitudes humanas por razón de las condiciones económicas y políticas de casi todos los países actúan vulnerantemente sobre los individuos y sobrepasan la capacidad de resistencia psíquica de la gran masa de población”. Así como Viena, e implícitamente Freud, es señalada como el centro de irradiación de las nuevas corrientes psiquiátricas, no oculta su enfrentamiento con las tesis dominantes bajo el Tercer Reich, del mismo modo en que en su artículo anterior había denunciado al régimen fascista por la prohibición de la Rivista Italiana di Psicoanalisi que dirigía Edoardo Weiss. Es importante destacar que mientras una publicación ligada al núcleo académico de la Facultad de Medicina, los Anales de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social, mantenía por entonces una actitud por lo menos acrítica respecto de las tesis racistas –de amplio desarrollo e influencia en el pensamiento médico argentino–, Pizarro Crespo afirmaba el carácter anticientífico y reaccionario de “ciertas medidas seudohigiénicas” entre las que menciona “las esterilizaciones en masa, las ideas de superioridad racial, las deformaciones impresas a las teorías de la constitución, de la herencia, etcétera”.
La cuestión de la psicoterapia en la Unión Soviética le permite situar su enfoque acerca de la relación entre marxismo y psicoanálisis, problema que si bien preocupa a todo el grupo parece tener en Pizarro Crespo al expositor más formado y original, reacio a las ortodoxias. Esa afirmación de principio acerca de la determinación social de la patología mental, en el marco de lo que se señala como una crisis irreversible del capitalismo, lo lleva a ver en la acción socialista sobre las condiciones de vida de las masas “uno de los factores profilácticos más decisivos y de importancia incalculable”. Pero, en su balance del viaje a la república de los soviets, la admiración que transmite acerca de la medicina socializada no le impide señalar los “prejuicios teoréticos mecanicistas” que obstaculizan en Rusia la incorporación de los enfoques modernos, “dinámicos”, en particular los referidos a los procesos inconscientes.
En ese sentido, el panorama que brinda de su visita señala –y ejemplifica– limitaciones y retrasos, en particular la hostilidad hacia el psicoanálisis, aunque procura explicar sus causas por razones históricas y expone en más de un pasaje su confianza en que finalmente esas resistencias serán vencidas. No parece haber advertido que la posición soviética acerca del psicoanálisis iba en dirección contraria a su pronóstico, probablemente formulado bajo la influencia de W. Reich, a quien había leído en francés, y de la crítica al psicoanálisis del soviético I. Sapir, quien, de cualquier manera, reconocía la legitimidad de algunos conceptos freudianos.24 No hay evidencias de que Pizarro Crespo haya profundizado esa orientación “freudomarxista”, y su trayectoria ulterior –corta, por otra parte, ya que murió en 1944 a los 39 años– se orientó hacia la medicina psicosomática y “psicobiológica”.
Paralelamente Pizarro Crespo ha publicado trabajos clínicos en los que demuestra un conocimiento bastante extenso de la bibliografía psicoanalítica y evidencia un enfoque terapéutico básicamente psicoanalítico (E. Pizarro Crespo, 1935 b, 1936 c). Pero quizás lo más singular de su producción –constituida por dos docenas de artículos y un libro en colaboración– es el artículo breve dedicado al narcisismo como “enfermedad social del erotismo” (1933-1934). Ante todo, porque se sitúa en un plano estrictamente teórico para allí buscar una aproximación del punto de vista del desarrollo psíquico con la concepción materialista dialéctica de la historia. Si el narcisismo es definido, en términos de una concepción evolutiva bastante simplificada, como involución –es decir detención del desarrollo en una etapa normal, pero destinada a ser superada, de la evolución psíquica del individuo y de la humanidad–, esa transposición lineal a la dimensión colectiva lo lleva a postular la existencia de un “psiquismo social”, evolucionado, frente al cual el narcisista –“tipo psicológico cabalmente asocial”– sería la expresión de un “retorno a las formas del pensar primitivo, ancestral”. En todo caso, esa consideración que reduce el problema a la oposición de los tipos –“narcisista” y “social”– es, a la vez, proyectada al devenir histórico, que es concebido según el esquema que superpone la matriz de la evolución natural con la idea-valor de una ruptura radical. Marx habría intuido, para Pizarro Crespo, “el desarrollo futuro del psiquismo humano colectivo”, en el que el cierre del ciclo de la prehistoria abrirá paso a la sociedad humana o la “humanidad socializada”.
Los Anales de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social son un órgano de la asociación homónima –presidida por el profesor Mariano Castex– que incluyó entre sus páginas algunas referencias al psicoanálisis, entre ellas un temprano artículo de Enrique Pichon Rivière (1934) inspirado en Jung y Adler y que casi no menciona a Freud. Para situar esas referencias es importante puntualizar brevemente el carácter peculiar de esa publicación nacida en los claustros de la Facultad de Medicina de Buenos Aires. Ya que, si por una parte integran su comité de dirección un grupo de figuras conocidas de los ámbitos universitario y hospitalario –G. Aráoz Alfaro, G. Bosch, J. M. Obarrio, A. Mo, V. Mercante–, al mismo tiempo el lema “por la superación de la vida humana” y el formato corresponden a un órgano de divulgación. En ese sentido, anticipa las iniciativas de un periodismo médico destinado al gran público y, por otra parte, incluye entre sus redactores a varios de los responsables de la revista Viva Cien Años, que poco después va a asumir explícitamente esa empresa de vulgarización.25
De acuerdo con la presentación inaugural de M. Castex, los “problemas de la estirpe” y los valores de la eugenesia en su “rol modelador de la raza del porvenir” son el marco ideal de un proyecto que se dirigía a “formar la conciencia eugénica de las clases dirigentes” y a promover una acción pública que encuentra inspiración explícita en la obra que N. Pende venía desarrollando en la Italia fascista. Esa cosmovisión genéricamente racista, con eje en la “especie”, estaba suficientemente difundida en el medio en el que circulaba la revista; tanto como para que la publicación, en 1934, de un artículo laudatorio de las leyes raciales del régimen hitlerista no provocase ninguna reacción local y haya debido ser refutada por F. Boas desde Nueva York.26
¿Qué psicoanálisis podía incluirse en ese órgano? Federico Aberastury, que no era médico, e integraba el grupo de la revista apadrinado por G. Bosch,27 publica un artículo (1933 a) sobre la “medicina del espíritu” en el que se mezclan sin mucho orden temas de la psicología tradicional con problemas psicosomáticos y una promoción genérica de la psicoterapia, con menciones de Freud y Adler, aunque parece claro que es este último el que le interesa más. Ese mismo año, otro trabajo sobre las teorías de Freud (F. Aberastury, 1933 b) es ampliamente elogioso hacia el creador del psicoanálisis, con argumentos que básicamente están extraídos del libro de S. Zweig. De cualquier modo, poco tiempo después (G. Bosch y F. Aberastury, 1936) va a dar cuenta de su distanciamiento respecto de Freud –probablemente bajo la influencia de Bosch– en particular con respecto a la teoría sexual.
Pero el autor más insólito de esa publicación es Arturo Rossi, director de la revista y autor de un par de trabajos sobre el psicoanálisis que luego irán a formar parte de su Tratado teórico-práctico de biotipología, en tres tomos. Un primer artículo (A. Rossi, 1934) sobre “los secretos del alma y el psicoanálisis” defiende la inmortalidad del alma con argumentos que remiten, a la vez, a la fe religiosa y a los fenómenos parapsicológicos, en el marco de una correlación biotipológica que es entendida como equivalente a la vinculación del “cuerpo” y el “espíritu”. La exposición del psicoanálisis está plagada de errores y constituye una mezcla inconsistente, con mucho de Adler y de Jung, lo que le permite, con entera facilidad, dar por superado el “pansensualismo freudiano”.
Más extraño aun es el segundo trabajo (A. Rossi, 1937) que pretende ser una presentación histórica del psicoanálisis con el propósito de buscar las “correlaciones” posibles con la biotipología. Sin citarlo, incluye pasajes enteros del artículo que iniciaba el número de Psicoterapia dedicado a Freud. Pero lo más curioso es que incluye a Pavlov (¡a quien atribuye un origen británico!) en las corrientes psicoanalíticas para cuestionar su “materialismo” de un modo tan terminante como el que usa para expresar su rechazo y “repugnancia” por la “doctrina pansensual freudiana”. En ese sentido, es explícita su preferencia por la psicología individual de Adler combinada con la tesis de los “tipos psicológicos” de Jung. En todo caso, más allá del efecto disparatado de esa mezcla de nociones y creencias, interesa señalar en la cosmovisión eugenésica –mixtura de representaciones imaginarias del cuerpo y la herencia, prescripciones higiénicas, preceptos morales y racismo más o menos encubierto– el peso de una vieja tradición ideológica de la medicina argentina de efectos perdurables y resistente a las innovaciones.

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