Fuente: Ética y Cine Journal (Revista Académica Cuatrimestral) | Vol. 2 | No. 2 | 2012 | pp. 31-35
La Gran Cuestión: Comentarios sobre la dignidad
David González
(UNC – CIECS – CONICET)
Resumen
El presente ensayo aborda una escena de la serie televisiva The Big C que enfrenta el tema del derecho a morir con dignidad. Este tópico ha sido de gran relevancia internacional y particularmente en nuestro país, debido a las discusiones en torno a la aprobación de la llamada “ley de muerte digna”. El ensayo trata el concepto de dignidad humana, aportes de la bioética y del psicoanálisis tocando también algunos casos antecedentes a la aprobación de dicha ley.
Palabras clave: The Big C | Dignidad Humana | Muerte digna | Psicoanálisis
Introducción
The Big C (Showtime, 2010 a la actualidad) es una serie
que encara un desafío complejo: es la primera comedia
en tratar un tema no tan pasible de comicidad como es
el del cáncer: a partir de un diagnóstico de melanoma
terminal en fase IV, relata la vida de Cathy Jamison
(Laura Linney), una mujer de Minneapolis (EE.UU.),
docente, de clase económica media, esposa de Paul
(Oliver Platt) y madre de Adam (Gabriel Basso). Lo
paradójico, y nada extraño por cierto, es que ella decide
tomar las riendas de su vida, “empezar a vivir”, a partir
de que se anoticia de su enfermedad. La gran cuestión
queda así planteada: cómo Cathy enfrenta su Cáncer.
De todos los tópicos y discusiones que se desprenden
de los temas que propone la serie, subsumidos en aquél
principal que aborda, quisiera enfocarme en un punto
central que una escena toca explícitamente, concerniente
a algunos planteamientos abordados por la bioética y
relacionados con los derechos humanos. Esta escena nos
interpela y nos pone ante una bifurcación en ese camino
sinuoso y ríspido que la misma serie se encargó de trazar.
The Big C
Cathy se ha caracterizado en toda la serie por seguir sus
impulsos, con la seguridad de que su vida es corta y el
tiempo que le queda es precioso, convencimientos que
la llevan a actuar de manera intempestiva, sin cavilar
demasiado sus próximos pasos. Y creo que justamente
esto es lo que atrae en este personaje: en cada capítulo
el espectador casi puede sentir junto a ella el tictac del
tiempo que resta.
La escena referida pertenece al capítulo 2.11.Fight or
Flight. Es una escena corta, con excelentes desempeños
actorales, cuya fuerza proviene de la condensación del
dilema que plantea la serie desde su comienzo y las
discusiones acerca de lo que se considera vida digna y
muerte digna.1
El contexto de esa escena puede resumirse así: Cathy ha
comenzado un nuevo tratamiento experimental contra
el cáncer. Allí conoce a Lee, un hombre joven dedicado
al budismo, con el que va a entablar una amistad apoyada
en que ambos comparten el mismo padecimiento.
Tiempo después, el tratamiento comienza sus efectos
en el cuerpo de Cathy, empiezan a caérseles las uñas,
signos positivos que dan cuenta de que dicho ensayo
está funcionando, que su cuerpo está respondiendo.
Sin embargo, en su amigo no hay efectos, su cuerpo
mantiene el silencio. Con lo cual ella queda atrapada en
una posición incómoda.
La serie ha presentado a Lee como una persona
jovial, positiva, dada al buen humor respecto de su
padecimiento. En ese momento entrena para correr
una maratón. Sin embargo, a consecuencia de los
resultados negativos (o nulos) de dicho tratamiento, Lee
ha tomado una decisión: abandonarlo y no recomenzar
ninguno más.
Un día, luego de algunos derroteros en la historia
(discusiones entre ellos, distancias, reconciliaciones),
apenas los primeros rayos del sol despuntan, Cathy
golpea la puerta del departamento de Lee. Al recibirla,
ella lo embiste con la noticia de que le consiguió un lugar
para un tratamiento novedoso y aparentemente efectivo
en Alemania, y que el vuelo es esa misma noche, pasaje
que ella también se encargó de comprarle.
El diálogo que sigue en la escena entre ambos lo
transcribo textualmente:
Lee – Realmente no te das por vencida, ¿no?
Cathy – Es una molesta cualidad que tengo.
L – Te dije que no voy a hacer ningún tratamiento más…
Estoy en paz con la muerte.
C – ¡Déjalo ya! ¡Para! ¡Estoy harta de esta charlatanería
de tu filosofía budista! ¿Crees que es noble e inteligente
tirarse y morir? He visto a un tipo que podría haber sido mi
hermano muerto en la calle anoche. ¡No había nada noble
en ello!
L – No estoy tratando de ser noble, estoy tratando de vivir
mi vida. Y por alguna razón, tú no me dejas.
C – Porque no estás viviéndola. Te estás rindiendo. Perdí a
mi amiga Marlene. Puede que haya perdido a mi hermano.
No voy a perderte a ti también. Si te preocuparas por mí,
irías. Por favor…
L – Sí me importas. Pero esta es mi vida, no la tuya. Y no
voy a comprometer mis creencias para que tú te sientas…
C – ¡Dios, eres un imbécil egoísta!
L – No tengo tiempo para preocuparme por nadie más. La
vida es demasiado corta.
C – ¡Vale! ¡Vete! ¡Muere! Estás solo.
L – Gracias.
¿Qué es lo que muestra esta escena? ¿En qué radica su
fuerza?
En la discusión que se desata entre estos personajes, se
enfrentan tres posiciones, la de Cathy, la de Lee y la del
espectador.
La posición de Cathy, en esta escena, podríamos definirla
como aquella que pone a la vida humana sobre todo
valor, aquella que defiende la vida a cualquier precio.
La posición de Lee, es también la de defender la vida,
pero no una vida medicalizada ni imposibilitada por
algún tratamiento o terapia invasivos.
La posición del espectador, desde mi punto de vista, es
la del desconcierto, y esto al menos por dos razones. La
primera radica en que tanto Cathy como Lee coinciden
en defender la vida, pero sin embargo se enfrentan, y
la primera posición no puede ser conservada junto a la
otra. Entonces, ¿cuál es la que defenderá el espectador?
La otra razón es que éste se ha topado ya en el primer
capítulo de la serie con una situación muy particular:
cuando Cathy se entera que tiene cáncer y decide no
comenzar quimioterapia o tratamiento alguno, no le
cuenta a su familia, ni siquiera a su esposo, ni tampoco
se victimiza, porque lo único que quiere es continuar
con una vida lo más parecida a lo que fue hasta ese
momento. Pero ahora, en la escena en cuestión, Cathy
se ubica del otro lado y es ella la que no entiende
justamente esa decisión en su amigo, la posibilidad de
cada uno de decidir sobre su cuerpo y sobre su vida.
Dignidad Humana
Este animal no figura entre los animales domésticos,
no es fácil encontrarlo,
no se presta a una clasificación.
J.L. Borges
¿Qué es la dignidad humana? Plantear esta pregunta
por la ontología conlleva una trampa difícil o imposible
de superar en lo formal. El concepto de dignidad
humana es un concepto universal pero abstracto e
indeterminado, tal como se presenta en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. La Asamblea
General de las Naciones Unidas refiere al concepto con
una definición implícita, dado que el mismo posee un
carácter de vaguedad necesaria. Aunque no por eso es
inútil. Dadas las diferencias particulares de los Estados
miembros fue menester no adoptar una definición
explícita. Sin embargo, los mismos coincidieron en el
uso universal del concepto de dignidad humana. Es
en su uso concreto que adquiere una definición clara
y precisa, según el contexto histórico, social, cultural y
religioso.
Ahora bien, el bioeticista J.C. Tealdi (2008) refiere que
la dignidad humana sólo puede aprehenderse desde la
“indignación”.
Toda ética, cualquier ética –sea o no de la medicina y las
ciencias de la vida–, requiere no sólo el saber, sino también, y sobre todo,
el dar cuenta de si miramos al mundo en el que
vivimos con la voluntad o el querer comprender y actuar
para cambiar una realidad indignante y por ello injusta.
Porque la indignación reclama por el valor incondicionado
de lo humano y puede explicar a cualquiera en qué consiste
aquello que llamamos la dignidad humana… (Tealdi,
2008: 274).
En este sentido, en nuestro país, desde el 2010 dicho
concepto se ha re-actualizado con un nuevo vigor por
las discusiones habidas en torno a la aprobación de
la llamada “ley de muerte digna” y por los casos que
se erigieron como antecedentes que provocaron estas
discusiones, tales como el de Camila Sánchez y el de
Melina González, por nombrar los más conocidos y
recientes.
Camila nació muerta por mala praxis, fue reanimada y
quedó en estado vegetativo. Cuando tres Comités de
Bioética declararon dicho estado como permanente e
irreversible, fueron sus padres quienes comenzaron
a reclamar que se le ponga fin al “encarnizamiento
terapéutico” del que era objeto desde hacía dos años,
pero los médicos se rehusaban aduciendo que no tenía
muerte cerebral. Camila ni siquiera respiraba por sus
propios medios. El pasado 7 de junio, ya bajo el amparo
de la ley recientemente aprobada, Camila, luego de 3
años permaneciendo en ese estado, finalmente fue
desconectada. Su corazón, por segunda vez, dejó de
latir.
Melina nació con el síndrome de neurofibromatosis, llevó
una vida muy activa a pesar de su tratamiento constante
y de varias intervenciones quirúrgicas. En enero
de 2011, a los 19 años, es internada definitivamente en
estado terminal e irreversible, pero con total lucidez
comienza a reclamar por una ley de muerte digna. Los
médicos ni siquiera accedían a su pedido de sedación
profunda que la llevaría a un coma farmacológico para
no sufrir los fuertes dolores que padecería hasta su inminente
muerte. El 2 de marzo de ese año falleció, días
antes el cuerpo médico accedió a sedarla. Sus familiares
continuaron su lucha por la aprobación de la ley de
muerte digna.
Vemos en estos casos que, tal como enuncia Tealdi,
desde una apreciación por parte de los actores de una
realidad indigna, el concepto de dignidad ha cristalizado
en nuevos matices con las consideraciones de vida
digna, muerte digna, derecho de los pacientes,
contrato de voluntad anticipada (en Córdoba, el pasado 16 de
mayo, fue aprobada la norma de contrato de “voluntad
anticipada”, que complementa la ley nacional), etc.
Desde una perspectiva kantiana, es dable considerar al de
dignidad como un concepto trascendental, con lo cual se
constituye en el fundamento mismo de lo humano. Como
se citó, el valor de lo humano es incondicionado. No siendo
un principio lógico del cual se deriven consecuencias, la
dignidad forma parte de la noción misma de lo humano.
A la vez, es el pivote de las condiciones de posibilidad
de la libertad, la autonomía y la igualdad, condiciones
indispensables para la concreción de estas ideas (Dri
en AAVV, 2010). Es la ética el ámbito en el que será
posible dicha concreción, entendiendo la eticidad como
radicando en la intersubjetividad, en la que los sujetos
se reconocen plenamente a sí mismos como sujetos.
“Ámbito que es supuesto, que está desde siempre, que
condiciona al sujeto, pero que éste, con su accionar, a su
vez transforma” (p. 32).
A su tiempo, Kant distingue el concepto de dignidad del
de precio. Éste último corresponde a las cosas, lo que les
da el estatuto de intercambiables, y de servir de medios
para otros fines. El humano, en cambio, es digno en tanto
implica siempre un fin en sí mismo (y no exclusivamente un
medio), insustituible y nunca tomado como objeto, cosa
ni mercancía. El imperativo categórico como universal
y formalmente válido, absoluto, debe abstraerse de la
singularidad, es necesario que se abstraiga. La dignidad
humana, a la vez que incondicionada, es singular e
inapresable en lo formal, lo cual fuerza al concepto al uso
concreto. Hoy, en el siglo de las tecnologías, podríamos
agregar que respecto de las ciencias estadísticas hay algo
de lo humano que siempre escapa a la clasificación, a los
catálogos, a los números.
Entonces, ¿puede establecerse a priori la dignidad?
Con la ley de muerte digna se ha garantizado que
aquellas personas que se encuentren en determinadas
situaciones concretas puedan decidir sobre el inicio (o
no), la continuidad (o no) de un tratamiento médico
basadas en la información necesaria para tal decisión,
pero también, será la subjetividad de cada una de ellas
que la lleve a cualesquiera de las decisiones. Entonces,
¿qué es lo que para cada uno significa una vida digna?
Lee es un hombre de deseo, lo extraño es que justamente
es esto lo que la serie torsiona con el paso de los capítulos:
se lo presenta como un luchador dado al buen
humor sobre la muerte y experimentado iniciador de
tratamientos médicos, sin embargo toma esa “decisión
final”, ¿cómo puede pensarse este cambio?
Freud (1928, 1930) considera kantianamente a la ética
como un interés práctico de la humanidad. Es ético
quien es capaz de reaccionar frente a una tentación
pulsional interior, sin ceder a ella. La esencia de la
eticidad radicaría por tanto, en la práctica de la renuncia
a las exigencias pulsionales. Esto es, la entrada en la
cultura exige como condición sine qua non la renuncia
a la plena satisfacción pulsional y el consecuente desvío
de la meta sexual a otras metas elevadas o valoradas
culturalmente, o a la producción de síntomas.
Por su parte, Lacan (1959-1960) propone una ética
del psicoanálisis. Si consideramos a la ética como un
juicio sobre la acción y que el psicoanálisis procede, en
palabras de Lacan, por un retorno a la acción, retorno
consistente en revisarla con un patrón de medida, será
ineludible la consideración de una ética psicoanalítica.
Este patrón de medida para la acción, es formulado
por Lacan con la siguiente pregunta: “¿Ha actuado
usted en conformidad con el deseo que lo habita?”
(p. 373).
Así, las consideraciones freudianas acerca de la ética
tradicional y las consideraciones lacanianas sobre la ética
del psicoanálisis radican ambas en la renuncia, pero
son radicalmente diferentes, aunque no se contradicen.
Si la esencia de la ética tradicional radica en la renuncia
pulsional, será culpable aquél que no cumpla esta
condición absoluta. En cambio, para el psicoanálisis es
culpable quien ha renunciado, quien ha cedido en su
deseo.
El deseo se constituye entonces, como la ética del
psicoanálisis. El ceder en el deseo, se acompaña siempre,
dirá Lacan, de una traición, cuyos matices imaginarios
se reducen siempre a una traición fundamental, que es
la de no actuar en conformidad con el deseo que habita
al sujeto. Estos matices pueden ser las más elevadas
pretensiones en nombre del bien, de la moral, del bien
del otro, pero que sin embargo no resguardan al sujeto
de la culpa de dicha traición.
La posición de Cathy es la del cuidado y preservación de
la vida por sobre todas las cosas, posición del juramento
hipocrático podría decirse, que pretende avanzar sobre
la posición de Lee.
Lee entonces, no se traiciona a sí mismo en nombre
del bien de Cathy, por eso ella lo acusa de “imbécil
egoísta”, previa invocación, claro, del Santo Nombre.
Lee ya no consiente en ser objeto de la repetición de
los tratamientos, que lo llevan de una ciudad a otra sin
poder si quiera elegir una. Sin embargo, con su decisión
y aún pagando con su vida, elige orientado por su
deseo de vivir, aunque ese vivir sea, en palabras de él,
“demasiado corto”. Así, paga con el único bien que es
dable de considerar, “el que puede servir para pagar el
precio del acceso al deseo”. (Lacan, 1959-1960: 382).
La dignidad humana, como se citó, no se puede apresar
en lo formal. Sin embargo, las leyes aprobadas este año
en la Argentina han posibilitado un marco de mayor
seguridad, claridad y legalidad a las personas que a falta
de una vida digna se decidan por una muerte digna. La
ley, como imperativo, como generalización, es necesaria
en la medida en que pueda alojar las singularidades de
cada caso, tales como el de Camila Herbón y Melina
González. ¿Podemos nosotros, como espectadores o
terceros ajenos, tomar a priori una posición definitiva?
Si la ética de cada uno es la del deseo, dicha ley es un
paso más entonces, para que en el uno por uno, los
sujetos puedan elevar la vida a la dignidad del deseo.
Referencias
AAVV (2010) La dignidad humana. Filosofía, bioética y derechos humanos (1° ed.) Buenos Aires: Área de Publicaciones de la Secretaría
de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación Argentina, 2010.
Abrevaya, S. (2012, 10 de mayo) Una ley que vuelve más humana a la muerte. Diario Página/12. Argentina.
Bustamante, S. (2012, 10 de mayo) Melina luchó para todos. Diario Página/12. Argentina.
Carbajal, M. (2012, 10 de mayo) Protege la voluntad de la persona. Diario Página/12. Argentina.
Freud, S. (1928) Dostoievsky y el parricidio en Obras Completas, Tomo XXI (2° ed.) Buenos Aires: Amorrortu, 2009.
Freud, S. (1930) El malestar en la cultura en Obras Completas, Tomo XXI (2° ed.) Buenos Aires: Amorrortu, 2009.
Herbón, S. (2012, 10 de mayo) El dolor mostró el vacío legal. Diario Página/12. Argentina.
Kant, I. (1785) Fundamentación para la Metafísica de las Costumbres (6° ed.) Madrid: Espasa-Calpe, 1980. Versión digital disponible en:
http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01362842104592728687891/index.htm
Lacan, J. (1959-1960) El Seminario de Jacques Lacan: libro 7: La Ética del Psicoanálisis (1° ed.) Buenos Aires: Paidós, 2006.
Naciones Unidas (1948) Declaración Universal de los Derechos Humanos. Versión digital disponible en: http://www.un.org/es/
documents/udhr/
Tealdi, J.C. (dir.) (2008) Diccionario Latinoamericano de Bioética (1° ed.) Bogotá: UNESCO – Red Latinoamericana y del Caribe de
Bioética: Universidad Nacional de Colombia, 2008.
Tealdi, J. C. (2008) Bioética de los Derechos Humanos. Investigaciones Biomédicas y Dignidad Humana. Recuperado el 28/05/2012 en:
http://info5.juridicas.unam.mx/libros/libro.htm?l=2612
Notas:
1 Meses antes a la escritura de este artículo, fue aprobada en la cámara de Diputados de la Nación la ley de “muerte digna”. Esta ley,
entre otras cosas, permite a los pacientes rechazar tratamientos médicos que hagan prolongar la vida sin ninguna mejoría para la persona,
por lo que evita el “encarnizamiento terapéutico”. Si bien este derecho ya estaba contemplado, a los ojos de varios sectores, no había una
ley integral que explícitamente ampare a los intervinientes en estos casos.