Eugenesia e higiene mental: Psicología y educación

Eugenesia e higiene mental: Psicología y educación

Eugenesia e higiene mental: usos de la psicología en la Argentina, 1900-1940
Ana María Talak (UBA, Argentina)

Capítulo de: Miranda, Marisa y Vallejo, Gustavo, Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino, Siglo XXI de Argentina Editores, Buenos Aires, 2005, pp. 563-599.

7. Psicología y educación: la «intervención psicopedagógica» sobre el anormal leve, el idiota y el débil.

A fines del siglo XIX y en los comienzos del siglo XX, en Europa y en Estados Unidos, comenzaron a implementarse diversos dispositivos para identificar niños que no podían responder a las exigencias de las escuelas públicas, a la vez que se planteaba qué intervenciones educativas alternativas podrían idearse para educar a estos niños. Dentro de estos dispositivos de examen y clasificación, los tests psicológicos y psiquiátricos ocuparon el lugar principal.

En este contexto, el término “anormal” se refería fundamentalmente “a todo lo que se separa manifiestamente de la cifra media para constituir una anomalía” [36]. La media estadística definía la “normalidad”. Y la media estadística era determinada en la escuela. Así el ambiente escolar aparecía como un ámbito natural, que se tomaba como parámetro del desarrollo del ser humano.

“… respecto de los niños anormales, dicen Binet y Simon, aquellos cuyo rasgo común es la incapacidad, por razones de organización física e intelectual, para aprovechar los métodos ordinarios de instrucción y educación usuales en las escuelas públicas” [37] … “y yo añadiré que son aquellos de los que ordinariamente se dice que “no son como los demás”, aquellos cuya inteligencia es inferior a la de los niños de su edad…” [38]

 “¿A qué se llama niño anormal? Antes debiéramos precisar cual es el tipo medio normal. Aun esto es difícil: no podemos tomarle aislado, debemos considerarle en relación con los de su edad, y haremos presente desde ahora que es la escuela la piedra de toque para distinguirlos”. “El normal ocupará como la virtud el justo medio: no será el lujo que ostentará un maestro poco pedagogo sin darse cuenta de la mayoría, pero sí será un niño suficientemente despierto para su edad, asiduo en sus deberes, respetuoso y disciplinado. Del punto de vista físico: bien desarrollado, sin tocar el gigantismo, nutrido y sin estigmas notables. En cambio, el anormal es un demente, idiota, imbécil, en sus grados mayores, o es simplemente un débil, un ciego o sordomudo, un retardado” [39].

En las primeras décadas del siglo XX, la búsqueda del parámetro del niño normal en la escuela pública era acorde con la concepción de la misma como un “laboratorio de psicología experimental”, para una psicología evolutiva y una psicopedagogía, que veían como neutral el ambiente escolar, y por consiguiente, pasible de ser usado en el control y modificación de variables [40]. En la escuela, una cuestión fundamental era diferenciar dentro de la categoría misma de anormalidad, la anormalidad leve, pasible de educación, de la anormalidad severa, «no mejorable». Por esta misma razón, los escritos sobre psicología de los niños anormales se interesaron en general por la situación de los anormales leves, ya que los anormales más graves sólo podían recibir un tratamiento médico.

La anormalidad se diferencia a veces de la debilidad infantil propiamente dicha, la cual incluye niños que no alcanzan el mismo rendimiento escolar que otros niños de su edad por estar mal alimentados, ser portadores de infecciones tuberculosas, estar enfermos de sífilis o con trastornos endocrinológicos [41]. También se incluye dentro de esta categoría de niños débiles a niños que sufren de astenia, inapetencia, palidez, enflaquecimiento, etc., sin poder determinar sus causas.

Esta debilidad infantil es caracterizada como una inestabilidad orgánica y funcional, en tanto inestabilidad del órgano que trabaja, y en tanto inestabilidad de la función que no está definitivamente consolidada. La etiología poco precisa parece, sin embargo, omnipresente a través de factores de la especie (la herencia, la predisposición, el medio ambiente, el crecimiento, la resistencia y la adaptación) y factores del individuo (el grado de asimilación o trofismo, la tolerancia alimenticia, la inmunidad electiva, la capacidad nutritiva o tono y la evolución individual).

En 1924, se creó la función de “visitadora escolar”, realizada por una especie de maestra de higiene escolar, que se encargaba entre otras cosas de seleccionar a los escolares débiles, según sus aptitudes físicas, fisiológicas y psicológicas, y de aplicar una pedagogía científica que tuviera en cuenta esta graduación. Además de su formación pedagógica, la visitadora escolar adquiría conocimientos de biología general, biometría y antropología del niño, en un Curso de Visitadoras de Higiene Social, de dos años de duración, que dependía del Instituto de Higiene y de la cátedra del mismo nombre, en la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA. En el segundo año se optaba por la especialización en Visitadora para la Tuberculosis e Higiene Infantil o en Visitadora de Higiene Escolar [42]. Esta última realizaba una selección preliminar de los escolares a través de la construcción de fichas individuales, con los siguientes datos: raza, tipo, deformaciones, anomalías, estigmas de organización o signos funcionales de insuficiencia, reacciones anormales o patológicas, etc. [43]

Realizar una intervención adecuada sobre la anormalidad infantil se veía ante todo como una cuestión de profilaxis, en doble sentido.  Por un lado, se buscaba proteger a los niños «normales» de la influencia negativa que podrían ejercer los niños «anormales» en una clase común. Por el otro, se buscaba proteger a los mismos niños «anormales» y a la sociedad, ya que se sostenía que los niños deficientes podían ser iniciados más fácilmente en el delito. Como se ha mostrado ya en otros trabajos[44], el problema de la delincuencia en general era abordado como un problema de psicopatología, y de la misma manera el problema de la delincuencia infantil.

Entre las causas de la criminalidad infantil se reconocían las de carácter biológico y las de carácter social. Entre las primeras se encontraba la degeneración orgánica hereditaria, relacionada con la marginalidad, ya que, se afirmaba, esta herencia degenerada era transmitida por padres alcoholizados, sifilíticos, neuróticos u obreros extenuados. La desorganización de la familia, ya sea por muerte o enfermedad de uno de los padres, por movimientos migratorios asociados a viviendas miserables y promiscuas, constituía un factor de carácter social que se asociaba también a la consideración del progreso urbano como uno de los males causantes de una degeneración de carácter adquirido.

A la vez que preocupaba el aumento de la delincuencia infantil y juvenil en muchos países, se intentaba delimitar la forma más conveniente de intervención. Entre ellas se mencionaban tanto la despenalización de este tipo de delito, como la aplicación de una «ortopedia moral» o «pedagogía correccional». Para esto se propugnó la creación de establecimientos especiales para menores, con personal idóneo para la educación y vigilancia de los menores internados. No obstante, la realidad de las prácticas institucionales siempre estuvo muy alejada de los proyectos discutidos. Durante la década del ’30 el tema de la delincuencia infantil y del retraso mental fueron objeto de múltiples diagnósticos y debates, y fueron objeto de un interés renovado y de diferentes intervenciones, desde la Liga Argentina de Higiene Mental, los tratamientos de Telma Reca, la clínica psiquiátrica y, hacia fines de la década, los primeros abordajes psicoanalíticos.

Por otra parte, Kanner y Ajuriaguerra coinciden en que a principios del siglo XX no había psiquiatras infantiles en sentido estricto. Ajuriaguerra señala que los precursores de los psiquiatras infantiles fueron los educadores y pedagogos que se ocuparon de la reeducación de las deficiencias sensoriales y el atraso mental. [45].

En Argentina, el primer antecedente de intervención psicopedagógica del retraso mental fue el Asilo Colonia Regional Mixto de Torres, inaugurado en 1915. A partir de 1916 se implementó un «tratamiento médico pedagógico» para casi el 30% de los asilados, clasificados como «idiotas», que habían sido trasladados del Hospicio de las Mercedes, en donde ya desde 1899 se había implementado también una forma de intervención pedagógica pero con un porcentaje más pequeño de los internados (menos del 10 %) [46].

La llegada al país del psiquiatra italiano Lanfranco Ciampi dio un fuerte impulso al desarrollo de la disciplina al crear una cátedra de Psiquiatría Infantil, en la Facultad de Ciencias Médicas, en Rosario, [47] y espacios para la internación y tratamiento de los “anormales graves”. En 1930 Ciampi fundó la filial rosarina de la Liga de Higiene Mental [48].

A partir de la concepción clásica de la categoría de idiocia, Ciampi estableció un modelo de abordaje médico-pedagógico y al mismo tiempo, un diagnóstico para la psicosis infantil, la demencia precocísima, basándose en la enseñanza de su maestro, Sante de Sanctis.[49] Para Ciampi las enfermedades mentales desarrolladas durante la niñez, tenían una especifidad clínica diferente a la de los adultos. [50]

Ciampi se proponía como un reformador de la “vieja psiquiatría asilar” centrada en el individuo. Definía el rol del psiquiatra como un agente de intervención social, más preocupado por la prevención que por la enfermedad en sí misma. El elemento que definía según él a la “nueva psiquiatría dinámica en oposición a la psiquiatría del viejo manicomio” era la higiene mental porque se proponía «luchar contra todos los factores exógenos de las enfermedades mentales”. [51] Sin embargo, la modalidad de intervención implementada por Ciampi para estos niños, el tratamiento médico-pedagógico, resultó similar a la que se venía realizando en Francia en las distintas instituciones para niños idiotas desde el siglo XIX. [52]

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