D. Winnicott: Factores de integración y desorganización en la vida familiar (1957)

Factores de integración y desorganización en la vida familiar (1957)

Sería una perogrullada decir que la familia constituye una parte esencial de nuestra civilización. La forma en que organizamos nuestras familias demuestra prácticamente cómo es nuestra cultura, tal como el retrato de un rostro refleja al individuo. La familia siempre sigue siendo importante y explica buena parte de nuestros traslados y viajes. Emigramos, nos trasladamos del Este al Oeste o del Sur al Norte, debido a la necesidad de apartarnos, y luego regresamos periódicamente al hogar, nada más que para renovar los contactos. Y empleamos mucho tiempo en escribir cartas, enviar telegramas, hacer llamados telefónicos, y obtener información con respecto a nuestros familiares; además, en momentos de tensión, la mayoría de los individuos se convierten en adeptos incondicionales con respecto al marco familiar y desconfiados frente a todo el que sea ajeno a él. Sin embargo, y a pesar de tratarse de un tema que todos conocemos bien, la familia merece que la examinemos concienzudamente. Como psicoanalista que estudia el desarrollo emocional individual en forma muy detallada, he aprendido que cada individuo necesita recorrer el largo camino que va desde estar fusionado con la madre hasta convertirse en una persona distinta, relacionada con la madre, y con la madre y el padre como pareja; a partir de ese momento el viaje transcurre dentro del territorio que se conoce como la familia, donde el padre y la madre constituyen los principales factores estructurales. La familia tiene su propio crecimiento, y el niño pequeño experimenta los cambios inherentes a la expansión gradual de la familia y las dificultades que ello acarrea. La familia protege al niño del mundo pero, gradualmente, el mundo comienza a infiltrarse. Las tías y los tíos, los vecinos, los primeros grupos de hermanos, y finalmente la escuela: esta gradual infiltración del medio constituye la forma más indicada para que el niño llegue a transigir con el mundo en general, y sigue exactamente el patrón de la introducción del niño en la realidad externa que está a cargo de la madre. Sé bien que nuestros familiares constituyen muchas veces una molestia, y que tenemos una gran tendencia a quejarnos por la carga que significan. Con todo, son importantes para nosotros. Basta contemplar las penurias de los hombres y las mujeres que carecen de familiares, por ejemplo, el caso de algunos refugiados y de niños ilegítimos, para comprender que el hecho de no tener familiares que nos den la posibilidad de convertirlos en blanco de nuestras quejas, de amarlos, de ser amados por ellos, de odiarlos y temerlos, constituye una tremenda desventaja y nos lleva a desconfiar incluso de nuestros vecinos más cordiales. ¿Qué descubrimos cuando examinamos algunas de las dificultades bien concretas con que nos topamos en cuanto empezamos a mirar por debajo de la superficie?. Tendencias positivas en los padres Después de la ceremonia de bodas, llega un momento en que resulta muy conveniente que el número de miembros de la familia aumente con la llegada de los hijos. Si éstos nacen demasiado pronto, es posible que no sean muy bien recibidos, porque la joven pareja aún no ha pasado por la etapa inicial en la que cada uno de ellos lo es todo para el otro. Todos conocemos casos en que, en cierto sentido, el primer hijo destrozó la relación entre el padre y la madre y sufrió a causa de ello. También conocemos muchos matrimonios sin hijos. Consideremos los casos en que hay niños, que son una consecuencia natural de la relación entre el padre y la madre y, supongamos que se trata de chicos sanos. A menudo se dice, en parte como broma pero también con cierta dosis de verdad, que los niños constituyen una molestia; pero, si llegan en el momento adecuado de una relación, entonces son una molestia conveniente. Parece haber algo en la naturaleza humana que anticipa o presupone cierta dosis de molestia, y es mejor que se trate de un hijo y no de una enfermedad o un desastre ambiental. La existencia de una familia y el mantenimiento de una atmósfera familiar son el producto de la relación entre los padres dentro del marco social en que viven. Qué es lo que aportan los padres a la familia que están construyendo es algo que estará condicionado, en gran medida, por su relación general con el círculo más amplio que los rodea, su marco social inmediato. Es factible pensar en círculos cada vez más amplios, en los que las condiciones interiores de cada grupo social estarán determinadas por su relación con otro grupo social externo. Desde luego, los círculos se superponen. Más de una familia constituye una empresa en marcha, a pesar de lo cual no soportaría verse desarraigada y transplantada. Pero no es posible considerar a los padres únicamente en términos de su relación con la sociedad. Existen fuerzas poderosas que crean y ligan a las familias en términos de la relación entre los padres mismos. Dichas fuerzas se han estudiado en forma muy cuidadosa, y corresponden a la muy compleja fantasía del sexo. El sexo no es meramente una cuestión de satisfacción física. Quiero recalcar particularmente que las satisfacciones sexuales equivalen a haber alcanzado un crecimiento emocional personal; cuando dichas satisfacciones se dan en relaciones que son personal y socialmente aceptables, representan una culminación de la salud mental. En el caso contrario, las perturbaciones en el campo sexual están asociadas con toda clase de trastornos neuróticos, enfermedades psicosomáticas y una gran merma del potencial de cada individuo. Sin embargo, aunque el impulso sexual tiene una importancia vital, la satisfacción completa no constituye en sí misma una meta cuando se considera el tema de la familia. Vale la pena advertir que existe un considerable número de familias que se consideran felices, por más que estén construidas sobre una base de satisfacciones físicas no demasiado intensas por parte de los progenitores. Los ejemplos extremos de satisfacción física tal vez pertenezcan inconfundiblemente al amor romántico, el cual no necesariamente constituye la mejor base para construir un hogar. Algunas personas tienen escasa capacidad para disfrutar del sexo. Otras abiertamente prefieren la experiencia autoerótica o la homosexualidad. Con todo, es evidentemente una experiencia muy rica y afortunada para todos los miembros de la familia el que los padres puedan disfrutar sin problemas de la actividad que es propia de la madurez emocional del individuo. Además, sabemos que existen otros factores en la relación entre los padres que tienden naturalmente a consolidar la unidad familiar, como por ejemplo, el profundo deseo de cada uno de ellos de parecerse a sus progenitores, en el sentido de actuar como adultos; así como también toda la vida de la imaginación, y una coincidencia de intereses y metas culturales. Detengámonos por un momento para considerar lo que denomino «la fantasía del sexo». Aquí me veré obligado a referirme a todas las cuestiones que se presenten, con la desusada franqueza que caracteriza a la labor psicoanalítica. El psicoanálisis nos mueve a dudar de que sea posible obtener una historia correcta y adecuada de un caso marital, salvo en la forma de subproducto de un tratamiento psicoanalítico, o de las condiciones especiales inherentes a la asistencia social psiquiátrica. La fantasía sexual total, consciente e inconsciente, es casi infinitamente variable y encierra vital importancia. Entre otras cosas, es necesario comprender el sentimiento de preocupación o culpa que se origina en los elementos destructivos (en gran medida inconscientes) que acompañan al impulso amoroso cuando éste se expresa físicamente. No es difícil aceptar que este sentimiento de preocupación y culpa contribuye en gran medida a la necesidad que experimenta cada progenitor, y los dos como pareja, de formar una familia. El incremento de la familia es el factor que más contribuye a neutralizar las horripilantes imágenes de daños causados, cuerpos destruidos y monstruos engendrados. Las ansiedades muy concretas que experimenta el padre cuando llega el momento del parto reflejan con la misma claridad las ansiedades inherentes a la fantasía del sexo y no tan sólo las realidades físicas. Sin duda, gran parte de la alegría que la llegada del bebé introduce en la vida de los padres radica en el hecho de que sea una criatura humana y esté intacta y, además, en que contiene algo que promueve la vida – esto es, vivir, tomado como algo independiente del conservar la vida-, ya que el bebé tiene una tendencia innata a respirar, moverse y crecer. Durante un tiempo, el niño como una realidad concreta se encarga de neutralizar todas las fantasías del bien y el mal, y la vitalidad innata de cada niño proporciona a los padres un enorme alivio a medida que éstos gradualmente acaban por convencerse acerca de esa realidad, esto es, alivio con respecto a las ideas que se originan en su sentimiento de culpa o de desvalorización. No es posible comprender la actitud de los padres para con los hijos si no se tiene en cuenta qué significa cada uno de los hijos en términos de la fantasía consciente e inconsciente de los progenitores con respecto al acto que dio lugar a la concepción. Los padres tienen sentimientos y actitudes muy distintas con respecto a cada uno de sus hijos, lo cual obedece, en gran medida, a la relación que existía entre los padres en el momento de la concepción, durante el embarazo de la madre, en el momento del parto y posteriormente. En esto interviene también el efecto que el embarazo de la esposa ejerce sobre el marido: en algunos casos extremos, el marido se aparta de su mujer cuando ésta queda embarazada; en otras ocasiones, este mismo hecho lo liga aún mas a ella. En todos los casos, la relación entre los padres sufre una alteración, que a menudo consiste en un gran enriquecimiento y en un mayor sentido de la responsabilidad mutua. A veces oímos decir que es extraño que los hijos sean tan distintos entre sí, ya que tienen los mismos padres y se los cría en una misma casa y un mismo hogar. Esto significa pasar por alto la elaboración imaginativa de la importante función del sexo, y la forma en que cada niño encaja específicamente, o le resulta imposible hacerlo, dentro de cierto marco imaginativo y emocional, un marco que jamás volverá a darse aun cuando el resto del medio físico permanezca inmutable. Hay muchas otras variaciones sobre este tema, algunas de las cuales son complejas mientras otras resultan evidentes, por ejemplo, el hecho de que el bebé sea varón o niña puede afectar profundamente la relación entre los padres. A veces, ambos quieren un varón; en otras ocasiones, la madre tiene miedo de su amor por un hijo varón, y debido a ello no puede permitirse el placer que significa darle de mamar. A veces el padre prefiere una niña y la madre un varón, o viceversa. Debe recordarse que la familia está compuesta por niños individuales, cada uno de los cuales es no sólo genéticamente distinto de los otros sino también muy sensible, en lo relativo a su crecimiento emocional, al hecho de responder o no a la fantasía de los padres, que enriquece y elabora recíprocamente la relación física que ellos tienen invariablemente, lo más importante en todo esto es la tremenda tranquilidad que el bebé humano . vivo aporta en razón de ser un hecho; un hecho real y, como ya dije provisoriamente capaz de neutralizar las fantasías y eliminar la perspectiva de catástrofes. Quienes hayan adoptado un niño saben en qué medida éste puede llenar el vacío que se produce en las necesidades imaginativas que son fruto del matrimonio. Y las personas casadas que no tienen hijos pueden encontrar muchas otras maneras de tener una familia; a veces comprobamos que son quienes tienen las familias más numerosas. Pero habrían preferido tener sus propios hijos. Lo que he dicho hasta ahora, entonces, es que ambos progenitores necesitan hijos reales en el desarrollo de su relación recíproca, y los impulsos positivos que ello engendra son muy poderosos. Para nuestros fines actuales, no basta decir que los padres aman a sus hijos; a menudo realmente llegan a amarlos, y también experimentan muchos otros sentimientos distintos. Los hijos necesitan algo más de sus padres aparte de su amor; necesitan algo que persista aún en los momentos en que sus padres se enojan con ellos, y también cuando su conducta justifica ese enfado. Factores de desorganización en los padres Al considerar las dificultades de los padres, siempre conviene recordar que no necesariamente son del todo maduros por el mero hecho de haberse casado y haber formado una familia. Cada uno de los miembros de la comunidad adulta está creciendo y continúa haciéndolo, esperamos, durante toda la vida. Pero al adulto le resulta muy difícil crecer sin desestimar los logros de etapas previas del crecimiento. Es fácil declarar que sí las personas son lo bastante maduras como para casarse y tener hijos, deberían conformarse con lo que tienen y dejar de lamentarse de una buena vez si no se sienten satisfechos consigo mismos. No obstante, sabemos que a los hombres y a las mujeres les falta en realidad mucho por crecer en las décadas que siguen al momento de la boda, si se casan temprano. En lo que se refiere a fundar una familia, es mejor que la pareja sea joven cuando se casa. Para los niños es más conveniente que los padres sean veinte o treinta años mayores que ellos mismos y que no sean demasiado inteligentes; tales padres aprenden de sus hijos y ello resulta sumamente útil. ¿Sería preferible, acaso, aspirar a que las personas no se casaran sino después de haber amasado una fortuna y sentirse, tal vez, algo seguras de sí mismas? Sin duda, es innegable que en la mayoría de los casos, hombres y mujeres necesitan concretar una primera etapa (por ejemplo casarse y tener una familia), como trampolín, a partir del cual eventualmente alcanzar un crecimiento personal ulterior. A menudo están dispuestos, y con gusto, a esperar varios años mientras sus hijos necesitan de ellos para formar el marco familiar, y luego saltan inesperadamente hacia adelante, como impulsados por una explosión de energía. Otras veces, en cambio, transcurre un período de enorme tensión hasta que los padres, o uno de ellos, puedan reiniciar una nueva fase del crecimiento. Resulta difícil alcanzar una madurez total durante la adolescencia. La sociedad no ve con buenos ojos que los adolescentes gocen de libertad para realizar experiencias sexuales, y nunca faltan quienes aspiran que los hijos «se porten bien». Aplicado a la adolescencia, «portarse bien» equivale a «ser precavidos antes de entablar relaciones» y «ser precavidos» significa evitar embarazos e hijos ilegítimos. Muchos adolescentes atraviesan esta etapa de su vida con bastantes inhibiciones. En el caso de los hombres y las mujeres inmaduros que se casan, muchos de ellos encuentran gran alivio y placer en el hecho de formar una familia, pero no debe sorprendernos si, finalmente, el crecimiento de sus propios hijos los impulsa a proseguir con el propio, que quedó interrumpido durante su adolescencia. Aquí interviene un factor social. En los últimos tiempos se han producido grandes cambios en todo el mundo. Si no hemos de tener más guerras, entonces tampoco tendremos la distracción que las guerras proporcionaban y que nos permitían descuidar los problemas de la adolescencia. Así, en todas partes comprobamos que los adolescentes están estableciendo esa etapa de la vida como una fase en el desarrollo que es necesario tener en cuenta. En esencia, se trata de una fase erizada de dificultades, una mezcla de dependencia y desafío, y la fase concluye cuando el adolescente se hace adulto. (No nos dejemos engañar por el hecho de que siempre aparezcan nuevos adolescentes que mantienen la situación candente.) Diría que gran parte de lo que complica la vida familiar tiene que ver con lo que los padres hacen cuando agotan su capacidad de sacrificarlo todo por sus hijos. Una adolescencia demasiado prolongada en ambos progenitores o en uno de ellos comienza a hacerse sentir. Quizás esto se aplique en particular al padre, ya que la madre casi siempre se descubre a sí misma en los imprevistos físicos y emocionales inherentes a la maternidad. Pero también ella puede llegar a experimentar más tarde una tremenda necesidad de vivir un amor romántico o apasionado, cosa que evitó antes porque quería que su marido fuera también el mejor padre para sus hijos. ¿Qué será entonces de la familia? Sé muy bien que, en la gran mayoría de los casos, existe suficiente madurez en, los padres como para que éstos puedan sacrificarse, tal como sus progenitores lo hicieron, a fin de establecer y mantener su familia, de modo que los hijos no sólo cuenten con una familia al nacer, sino que también puedan crecer y llegar a la adolescencia en el seno familiar y mantenerse en relación con la familia hasta lograr una vida independiente y quizás matrimonial. Pero no siempre sucede así. Pienso que no deberíamos despreciar a quienes no eran muy maduros en el momento en que se casaron y no pueden aguardar indefinidamente, y para quienes llega un momento en la vida en que sienten la necesidad de hacer repentinos avances en su crecimiento personal, o de lo contrario degenerar. A veces surgen problemas en el matrimonio, y entonces los niños deben estar en condiciones de adaptarse a la desintegración de la familia. En algunas ocasiones los padres pueden guiar a sus hijos hacia una independencia adulta satisfactoria a pesar de que ellos mismos se han visto en la necesidad de romper el vínculo matrimonial o quizás de volver a casarse con otra persona. Desde luego, en cierto número de casos los matrimonies jóvenes evitan deliberadamente tener hijos porque saben que si bien han logrado algo valioso al casarse, se trata de una situación inestable y porque también saben que quizás tengan que hacer nuevos experimentos antes de estar en condiciones de establecer una familia, cosa que se proponen hacer eventualmente. Este deseo de formar una familia responde, en parte, a un anhelo natural y también a que esperan ser como otros progenitores y de esa manera llegar a socializarse e integrarse en la comunidad. Pero una familia no constituye el resultado natural de un amor romántico. En los casos más desafortunados, existe una situación caótica debida a dificultades muy serias entre los padres, que les impide cooperar incluso en el cuidado de los hijos, a quienes aman (1). En esta reseña he omitido deliberadamente el efecto negativo de la enfermedad mental o física (2), pero he intentado demostrar cuán importante es el estudio de los factores de integración y desintegración que contribuyen al logro de una vida familiar o a su desorganización, factores que son producto de la relación entre un hombre y una mujer que han contraído matrimonio, y de la fantasía consciente e inconsciente de la vida sexual de ambos. Tendencias positivas en los hijos Al considerar el otro aspecto del problema, es decir, los factores de integración y desorganización de la vida familiar que provienen de los hijos, debe recordarse que cada progenitor ha sido, y, en cierta medida, sigue siendo, un hijo. Es importante señalar que la integración de la familia deriva de la tendencia a la integración de cada uno de los hijos. La integración del individuo no es algo que pueda darse por sentado, sino una cuestión de crecimiento emocional. En el caso de todo ser humano, es necesario partir de un estado no integrado. Este tema de las etapas más tempranas del desarrollo infantil, en las que el self se establece por primera vez y depende todavía en forma absoluta del cuidado materno para todo progreso personal, ha sido objeto de cuidadosos estudios. En condiciones favorables corrientes (que tienen que ver con la estrecha identificación de la ,,ladre con el hijo y, más tarde, con el interés mancomunado de ambos progenitores, el niño se vuelve capaz de demostrar una tendencia innata a la integración, lo cual forma parte del proceso del crecimiento. Este último debe tener lugar en el caso de cada niño. Si las condiciones son favorables en las más tempranas etapas de gran dependencia, y se produce una integración de la personalidad, esa integración del individuo, que constituye un proceso activo que involucra tremendas energías, afecta al medio. El niño que se desarrolla bien, y cuya personalidad ha alcanzado la integración desde adentro mediante fuerzas innatas inherentes al crecimiento individual, ejerce un efecto integrador sobre el medio inmediato. Cabe decir que ese niño contribuye a la situación familiar. Tal vez esta contribución de cada uno de los hijos no se haya tenido presente hasta que se experimenta en carne propia la conmoción que produce un hijo que enferma o es defectuoso, y que, por una razón u otra, no hace su contribución. Entonces podemos observar cómo gravita esto sobre la familia y los padres. Cuando el niño no contribuye los padres se ven abrumados por una tarea que no es del todo natural: deben proveer un marco hogareño y mantenerlo, y tratar de mantener una familia y una atmósfera familiar, a pesar de que no pueden espetar ayuda alguna de ese hijo en particular. Hay un límite más allá del cual no cabe esperar que los padres cumplan eficazmente con esa tarea. La sociedad depende de la integración de los núcleos familiares, pero creo que es importante recordar que esos núcleos dependen, a su vez, de la integración que tiene lugar en el crecimiento de cada uno de sus miembros. En otras palabras, en una sociedad sana en la que puede florecer la democracia, es necesario que cierta proporción de los individuos hayan alcanzado una integración satisfactoria en el desarrollo de su propia personalidad. La idea de democracia y de una forma democrática de vida surge de la salud y del crecimiento natural del individuo, y no puede mantenerse excepto por la integración de la personalidad individual, multiplicada varias veces, desde luego, de acuerdo con el número de individuos sanos, o relativamente sanos, que existan en la comunidad. Debe haber un número suficiente de individuos sanos como para compensar por las personalidades no integradas que no pueden contribuir, pues de otro modo la sociedad degenera y deja de ser una democracia. Como corolario de todo esto, es evidente que no se puede hacer que una comunidad sea democrática, dado que al emprender la tarea de .hacer que la sociedad sea democrática ya estamos aplicando una fuerza desde el exterior que sólo resulta eficaz si surge desde dentro, de la salud de cada individuo. Con todo, una sociedad sana incluye un cierto número de miembros pasivos, de modo que también una familia puede tener hijos cuyas tendencias integradoras sean débiles. Cada niño, mediante el crecimiento emocional sano y el desarrollo de su personalidad en forma satisfactoria, promueve la familia y la atmósfera familiar. En sus esfuerzos por construir una familia, los padres se benefician con la suma de las tendencias integradoras de cada uno de sus hijos. No se trata simplemente de que el niño sea encantador, pues los niños no siempre son dulces. El niño pequeño y el de más edad nos halagan al esperar cierto grado de confiabilidad y disponibilidad al que respondemos, supongo que en parte gracias a nuestra capacidad para identificarnos con ellos. Esta capacidad de identificarse con los hijos depende, a su vez, de que el desarrollo de nuestra personalidad haya sido bastante bueno cuando teníamos la misma edad. En esta forma, nuestras propias capacidades se ven fortalecidas y puestas de manifiesto, y también desarrolladas, a través de lo que nuestros hijos esperan de nosotros. En formas muy sutiles y variadas, así como en otras más evidentes, los niños crean una familia a su alrededor, quizás porque necesitan algo, algo que nosotros les damos debido a lo que sabemos acerca de las expectativas y su realización. Vemos lo que nuestros hijos crean cuando juegan a la familia, y sentimos que queremos convertir en realidad los símbolos de su creatividad. Los padres a menudo pueden satisfacer las expectativas de sus hijos de una manera o en una medida que es mejor que la que experimentaron en su relación con sus propios padres. Con todo, existe aquí el peligro de que, en tales casos, inevitablemente comiencen a lamentar su propia bondad y tiendan a anular todo lo positivo que están haciendo. Por tal razón, algunos hombres y mujeres pueden asumir una mejor actitud con hijos ajenos que con los propios. Factores de desorganización en los hijos Pasemos a considerar ahora la desintegración de la familia provocada por la falta de desarrollo o por la enfermedad de uno de los hijos. En algunas enfermedades psiquiátricas infantiles existen tendencias de naturaleza secundaria que se desarrollan y se manifiestan como una necesidad activa del niño de destruir todo lo que es bueno, estable, confiable o de alguna manera, valioso. El ejemplo más palpable es la tendencia antisocial del niño depravado, que exhibe la actitud más destructiva para la vida familiar. La familia, sea que se trate de la familia natural del niño, o bien de la comunidad o de padres adoptivos, es constantemente sometida a una prueba, y una vez que se ha comprobado su confiabilidad, se convierte en el blanco de los impulsos destructivos infantiles. Esto nos lleva al serio problema relativo al manejo de los niños con tendencias antisociales. Es como si el niño buscara algo digno de ser destruido. Inconscientemente, busca algo bueno que ha perdido en una etapa previa y con el que está enojado precisamente porque lo perdió. Desde luego, éste constituye un tema aparte pero es necesario mencionarlo entre los patrones de desorganización de la vida familiar provocados por la falta de desarrollo o el crecimiento distorsionado del niño. Ramificaciones de ambos factores Podría decirse mucho sobre la interacción de estos diversos factores, factores que se refieren a los padres y a su relación con la sociedad y su deseo de crear una familia, y otros que surgen de la tendencia innata a la integración inherente al crecimiento individual pero que, por lo menos al comienzo, dependen de la existencia de un medio suficientemente bueno. Hay muchas familias que se conservan intactas si los hijos se desarrollan bien, pero que no pueden soportar la presencia de un niño enfermo en la familia. Al evaluar a un niño con respecto a la conveniencia de una psicoterapia, consideramos no sólo el diagnóstico de la enfermedad y la posibilidad de recurrir a los servicios de un psicoterapeuta, sino también la capacidad de la familia para tolerar al niño enfermo, y para soportar la enfermedad del niño durante el período de tiempo que transcurrirá antes de que el tratamiento empiece a surtir efecto. En muchos casos, cabe decir que la familia debe convertirse en un sanatorio privado o incluso en un establecimiento de asistencia psiquiátrica, a fin de dar cabida a la enfermedad o el tratamiento de uno de los hijos; y si bien muchas familias están en condiciones de hacerlo, en cuyo caso la psicoterapia se convierte en una cuestión relativamente simple, otras familias no se sienten capaces de adoptar esa actitud, y entonces es preciso alejar al niño del hogar. En tales casos, la tarea psicoterapéutica es mucho más compleja y sin duda resulta sumamente difícil encontrar grupos adecuados para ubicar a los niños incapaces de contribuir. Dado que lo único que el niño puede aportar a ese grupo es una tendencia integradora relativamente escasa, el grupo debe soportar al niño y a la enfermedad. En muchos casos, progenitores que son capaces de criar hijos sanos y de proporcionarles un buen marco familiar descubren que, por razones de las que es imposible acusarlos, tienen un hijo enfermo, que tal vez sea un niño ansioso, o que padece un trastorno psicosomático o episodios depresivos, o cuya personalidad está muy desintegrada, o quizás con una actitud antisocial, etc. Lo que se impone entonces, es pedir a los padres que cuiden al niño difícil mientras nosotros tratamos de ayudarlo, o bien, en el otro extremo, pedirles que renuncien a la tarea, esto es, hacerles saber que aunque pueden construir un hogar y mantenerlo para hijos normales, sin embargo la familia que han creado no está en condiciones de tolerar a este hijo en particular, que está enfermo. Es preciso aliviarlos provisoriamente de esa responsabilidad. A menudo ocurre que los padres no toleran este tipo de ayuda, si bien tampoco pueden soportar la otra alternativa. Este tipo de casos plantea problemas de manejo sumamente difíciles, y si mencionamos aquí estas cuestiones es sólo para destacar el tema central, esto es, que hay algo en el desarrollo sano de todo niño que constituye la base para la integración del grupo familiar. Del mismo modo, es la familia sana la que hace posible las integraciones más amplias, los agrupamientos más amplios de todo tipo, que se superponen y a veces son mutuamente antagónicos, y que sin embargo, pueden encerrar el germen de un círculo social que se amplía innecesariamente. Desde luego, el niño no puede crear esta familia por arte de magia, esto es, sin los padres y el deseo de estos últimos que surge de su propia interrelación. Sin embargo, cada niño crea a la familia. Es cierto que son los padres quienes determinan la existencia de la familia, pero necesitan algo de cada hijo, eso que llamo la creación del niño individual. Si falta esto, los padres se desaniman y se limitan a contemplar un marco familiar vacío. Desde luego, pueden adoptar un niño, o encontrar medios indirectos de tener el equivalente de una familia. La fortaleza de la familia radica en el hecho de ser un punto de reunión entre algo que es fruto de la relación del padre y de la madre y algo que deriva de los factores innatos inherentes al crecimiento emocional de cada hijo, factores que he refundido bajo el encabezamiento de tendencia a la integración. NOTAS: (1) En Inglaterra, el Estado se hace responsable por toda criatura que se ve privada de una vida de hogar. El Departamento de la Niñez trata de mantener primero cuando es posible un hogar, y si no busca padres adoptivos o asilos para quienes necesitan cuidados especiales. (2) Para ver los efectos de los distintos tipos de enfermedades mentales sobre la vida familiar ver Caps. 7, 8 y 9.