Ficción: Apariciones

Ficción: Apariciones

Por Victoria Mora

Los aparecidos lo tomaron por sorpresa una noche y ya no lo dejaron nunca. Eduardo tenía sesenta años y llevaba unos cuantos viudo, viviendo solo en un departamento que le quedaba grande. Una noche después de cenar apenas un sandwich, se fue al living a ver la televisión. Hizo zapping un rato, se encontró con una escena de película: Jack Nicholson frente a una mesa revisaba papeles y fotos, era una película que ya había visto y lo había conmovido, un hombre como él en una vejez solitaria. Apagó la televisión y fue a buscar sus fotos viejas que guardaba en aquel baúl que todos los que habían vivido allí, sabían no se tocaba. Fue a su estudio, buscando primero sus lentes acercó una silla al baúl y lo abrió. Se encontró con las fotos familiares que él había tomado, frente a sus ojos desfilaban sus hijos de bebé, sus hijos dando sus primeros pasos, en el jardín de infantes, en la escuela, en la universidad, fiestas de bautismo, comunión, cumpleaños, navidades, millones de momentos que él captaba con su cámara. Cuando miró el fondo del baúl asomaron muchos sobres prolijamente catalogados por mes y año, las otras fotos que sacaba con la misma cámara.
Apenas empezó su trabajo se decidió a tener un archivo personal, era una pequeña obsesiva compensación extra, estaba haciendo patria y quiso tener un registro de aquello. Entró en la SIDE por sus habilidades como fotógrfo, el año en que su suegro, militar retirado, le habló de la propuesta de trabajo, era un año de mucha convulsión, se necesitaban fotógrafos para tareas especiales de investigación, a él la idea le gustó de entrada, por fin iba a poder sacarse de encima esos trabajos que odiaba, las fiestas ajenas, no tenía ningún interés en ocuparse de buscar buenas tomas frente a gente que le era indiferente, este laburo era otra cosa, estaba aportando la punta del ovillo para poder salvar a la patria de esos sucios que querían contaminarla, malditos bolches, siempre los había repudiado, no entendía de qué se la daban ¿Qué se creían que Argentina era Cuba? ¡Que tentación tan grande! Hacer uso de su pasión para torcer el curso del país, el lente como un arma. Dijo que sí, sin dudas ahí tenía que estar. Ahora los tenía otra vez frente a frente, jóvenes mujeres y hombres, incluso adolescentes, en la puerta de la quinta de Olivos, junio del 73 su primer trabajo, después vinieron miles: gente saliendo de universidades, clubes, departamentos, casas, gente encontrándose en estaciones, plazas, imágenes que lo llenaban de orgullo por la tarea realizada. Ahora era imposible hablar con nadie de su pasado, el país estaba dado vuelta, aquello que treinta años antes fue motivo de medallas y honores, ahora se transformaba en un riesgo de cárcel, por suerte nadie lo había nombrado nunca en ninguna causa, él trataba de no preocuparse por lo que podría pasar, pero a veces era difícil controlarlo, cuando abría el diario o en el noticiero se hablaba de un nuevo juicio, el pulso le temblaba, y por un tiempo no lograba desprenderse de una sensación de inquietud difícil de sobrellevar. No se arrepentía, cumplió con su deber, la guerra se peleó desde todos los frentes, él daba el primer paso, la investigación con su grupo de tareas, las fotos, los datos que iniciaban el principio del fin para los otros que había que exterminar.
Se detuvo en una foto en particular: las escalinatas de la Facultad de Derecho, dos chicas bajan las escaleras, una de ellas le llama la atención, el nombre no se lo va a acordar, aunque de ella se acuerda muy bien, el pelo lacio largo, sus ojos celestes profundos de largas pestañas, un cuerpo que lo hacía estremecer y su sonrisa amplia dirigiéndose a la otra chica que a su lado era insignificante.
La sostuvo en la mano minutos eternos, sabía como había terminado, de ella se encargó de saber, mucho tiempo quiso creer que podía ser una de las elegidas para la rehabilitación, hasta que le confirmaron su final, el Río de La Plata, un miércoles, unos meses después de que él sacara esa foto. Todavía lo emocionaba verla, necesitaba prepararse un té, dejó la foto en el escritorio que había en el estudio al lado del baúl y fue a la cocina; cuando estaba a punto de entrar sintió un ruido, creyó que el viento habría entrado por la ventana y tirado algo, no recordaba haber dejado la ventana abierta, al abrir la puerta ahí estaba ella mirándolo fijo, los mismos ojos, la misma mirada, apoyada en la mesada de frente a la puerta ¿podía ser posible?, ¿se estaba volviendo loco? Con paso apurado regresó al estudio, con la respiración agitada buscó la foto, cuando la tuvo en la mano, trastabilló, tuvo que sentarse de golpe en el sillón para no caerse: en la foto solo quedaba la joven insignificante mirando al vacío y de ella en la imagen ni el rastro; dio vuelta la foto como si pudiera haberse escapado hacia la otra cara del papel, allí tampoco la encontró. Tomó aire con todo el coraje que pudo encontrar y entró a la cocina, ahí seguía ella en la misma posición sin hablarle, solo mirando, delante de la mesada donde tenía que buscar sus cosas para el té, no supo que hacer, cerró la puerta y la trabó con una silla bajo el picaporte; decidió irse a tomar el té al bar, quizás cuando volviera ella se hubiese ido. Deseó que fuese una mala pasada de su mente, últimamente se olvidaba algunas cosas, no encontraba los objetos donde creía haberlos dejado, tenía que ir al neurólogo urgente.
Cuarenta minutos, un té cargado y una caminata más tarde, puso la llave en la cerradura para entrar, caminó sigilosamente como si alguien durmiera y no pudiera ser molestado. No fue a la cocina directamente, primero fue a ver la foto, lo inesperado volvió a asaltarlo por sorpresa, las escalinatas de la facultad estaban desiertas. Corrió la silla y abrió, tal como lo imaginaba, las dos en la cocina lo miraban en silencio.
Se encerró en su habitación. Durante una semana no volvió a ver las fotos, ni fue a la cocina, bajó al bar para cada una de las comidas. Compró los mínimos utensillos que necesitaba para un té o un café y una pava eléctrica que instaló en su habitación.
¿Cómo seguir ahora? El neurólogo que lo vio de urgencia no encontró nada fuera de lo común en la batería de estudios y técnicas que le administró, en el motivo de consulta omitió hablar de los aparecidos, no era cuestión de quedar como un loco. Lo cierto es que aunque no los quisiera nombrar ahí estaban, permanecían.
Cada vez eran más, en cada foto que iba a buscar se encontraba con vacíos que directamente se convertían en presencias en cada rincón de su departamento. Recuperó la cocina e intentó vivir como si ellos no estuviesen. Los días pasaban y la convivencia era cada vez más complicada, no se puede vivir con gente que te mira a cada momento de tu vida. Salía un poco más pero no tenía donde ir, y salir presionado por los aparecidos era una forma de cobardía que lo abrumaba. Hasta que tuvo la idea de exterminarlos por segunda vez, la segunda muerte, juntó todas las fotos en una olla grande, las roció con alcohol, mucho alcohol, buscó la caja de fósforos y le tiró uno al montón.
Los bomberos lograron apagar el incendio cuando para él ya era tarde, no hubo que lamentar más victimas.