Filicidio (Arnaldo Rascovsky)

Lilicidio (A. Rascovsky)

Arnaldo Rascovsky (1907-1995)

Fuente: Periódico cultural Logos, Lab Raymos, mayo de 2005 Actualización, abril 28 de 2006

Fue un célebre médico argentino, primero pediatra y luego fundador y dos veces presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dedicó 

su obra intelectual a un tema original: el filicidio en la cultura 1,2 y a la defensa de los  derechos del niño a través de Filium (Asociación Interdisciplinaria para el Estudio y la Prevención del Filicidio), una asociación creada y presidida por él. Sus dos obras más destacadas son «El Filicidio, la mutilación, denigración y matanza de nuestros hijos» y «La universalidad del Filicidio»; y merecen destacarse El Psiquismo fetal, Conocimiento del Hijo, Conocimiento de la Mujer y Decálogo de los Buenos y Malos Padres. 

En su obra se considera filicidio a la inmolación de los hijos por cualquier medio, desde el maltrato corporal o afectivo hasta el exterminio. Su paradigma es la guerra y el cuerpo de «infantería», eternizadas en La Marsellesa, el más bello himno bélico occidental: «¡Allons enfants de la Patrie!». 

El sacrificio filial es una exigencia que aparece en los mitos básicos-originarios de todas las culturas,2  lo que demuestra su antigüedad y universalidad. 

En la mitología grecorromana, la persecución y matanza filial aparecen constantemente. La relación destructiva de los personajes olímpicos con sus hijos adquiere, además, caracteres castratorios y canibalísticos, como en Cronos, Medea, Agamenón y Tántalo, entre otros. El dios Cronos del Olimpo helénico y Saturno, su equivalente en el panteón romano, habían destronado a sus padres y, para que sus hijos no hicieran lo mismo, los devoraban al nacer. 

El mito de Edipo, símbolo eterno del hijo, merece una consideración especial. Es la concepción mitológica más extensa y profunda de nuestra cultura, y el fundamento de las teorías sobre el inconsciente. Rascovsky y su grupo investigaron exhaustivamente el mito, y los resultados fueron expuestos en 1969 con el título «La progenie filicida de Edipo».3

 La investigación contiene un gráfico genealógico donde aparecen 44 integrantes de la estirpe edípica, de los cuales sólo una minoría se salva de morir en manos de sus progenitores o sustitutos. 

En la mitología egipcia y en la Biblia, las figuras patriarcales del Faraón, el Rey Herodes y el Señor exigen el sacrificio filial. El Antiguo Testamento establece la consagración y el sacrificio de alguno de los hijos al Dios de Abraham, o su mutilación parcial, como una forma atenuada de la ofrenda. 

La reiteración de conductas filicidas en la mitología de todas las culturas revela la antigüedad, la universalidad, la intensidad y la constancia del conflicto ambivalente. 

La ley romana de la Patria Potestad, todavía influyente en la cultura, deriva del Derecho Romano Imperial, el que otorgaba al padre el derecho de vender, matar o aún comer a cualquiera de sus hijos sin dar ninguna explicación. 

En la cultura incaica, el sacrificio de los hijos al Dios del Sol está atestiguado en las momias infantiles que se han descubierto enterradas ritualmente en las cimas andinas. 

En las pirámides escalonadas aztecas se sacrificaban anualmente miles de jóvenes capturados en las guerras religiosas llamadas «florales», para alimentar y aplacar a los dioses con su sangre, pero lo que más complacía al Dios de la Lluvia* eran los niños pequeños, torturados previamente con refinamiento.4,5 

El infanticidio de los hijos recién nacidos, especialmente del sexo femenino, era y sigue siendo una conducta habitual de los campesinos chinos, pero también entre hindúes, egipcios, polinesios, africanos, escandinavos, esquimales y aborígenes australianos.1,2,24

A medida que se consolida la cultura, el primitivo sacrificio filial es reemplazado simbólicamente por ritos sanguinarios «de iniciación», para separar al hijo varón del mundo femenino maternal.6

 Estos procedimientos intermedios incluyen las castraciones  reales (los eunucos) o atenuadas, como la circuncisión, y las mutilaciones genitales que los musulmanes inflinjen a sus hijas.7

El cristianismo provee una fuente inagotable de simbolismo. Los cristianos se identifican eucarísticamente cada siete días con Jesucristo circuncidado, flagelado y sacrificado. Es el sacrificio filial supremo, porque el Padre es Dios todopoderoso. El abandono paterno condena a Jesús a morir crucificado, como lo expresan sus últimas palabras: «Padre mío: ¿por qué me has abandonado?» Para Rascovsky, esta exclamación agónica adquiere un significado trascendental: expresa el anhelo, el resentimiento y el dolor de todos los hijos de la historia.1

 El culto a un redentor hijo de Dios sacrificado es ancestral. La Biblia parece recibirlo del hinduismo, en cuyos libros Vedas, escritos centenares de años antes, el Redentor ¬también nacido de una madre-virgen¬ se llama Ieseus Chrishna.25,26 Vale destacar que el año cristiano no comienza el día del nacimiento de Jesús (el 25 de diciembre), sino el 1° de enero, el día en que fue circuncidado, o sea en el aniversario de una mutilación castratoria de simbolismo filicida. 

La comunión ritual de los fieles cristianos, además, eterniza simbólicamente un sacrificio filial antropofágico, como lo repite claramente la liturgia: «Comer la carne y beber la sangre» del hijo de Dios, a través del pan y del vino.** 

La génesis de la tendencia filicida universal se remonta al proceso de hominización y al origen de la cultura. Según el pensamiento socio-antropológico predominante, el rasgo que marca el pasaje de natura a sociedad y la característica de la condición socio-cultural humana es la prohibición del incesto, o «primer estadio de la civilización».8

 El «horror al incesto», como lo calificó Freud, es universal y se comprueba en todas las culturas, aun en las más primitivas, como las de Australia central.9

Claude Lévi-Strauss (1908-), el  creador de la antropología estructural afirma:  «La prohibición del incesto se encuentra a la vez en el umbral de la cultura, en la cultura y, en cierto sentido como trataremos de demostrarlo, es la cultura misma».10

No obstante, la investigación psicoanalítica ha confirmado que el anhelo incestuoso constituye la fuerza libidinal más poderosa, profunda y universal en la vida instintiva del individuo. De manera que la absoluta prohibición del incesto en todos los grupos socio-culturales exigió aplicar una violencia equivalente a la fuerza instintiva que debía ser reprimida. Se incorporan entonceslas costumbres las costumbres crueles rituales de intimidación, at8emorización y castig. Este trauma trauma de sometimiento implicó, en primer lugar, la inmolación de un sector injfantil a partir del sacrificio de alguno de los hijos, especialmente el primogénito. En varias culturas primitivas, especialmente en Fenicia, matar al primogénito era obligación. Esta exigencia impuesta como una demanda sagrada de la divinidad, se institucionaliza posteriormente a través d erituales y aparece en diversos testimonios histórico-religiosos ¬como en el brahmanismo y en el cristianismo¬ y debe considerarse una norma antiquísima, cuyos orígenes se pierden en los comienzos de la hominización. 

Así, la mitología y la antropología de los sacrificios humanos revela que la matanza, la ingestión, la mutilación y la mortificación ¬reales o simbólicas¬ de los hijos, han sido prácticas universales desde los albores de la humanidad. 

Actualmente, la actitud filicida persiste en la cultura como un hecho típico, si bien fuertemente negado y reprimido. Por ejemplo, la Pediatría moderna descubre recién en 1962 el «Sindrome del niño apaleado», un cuadro politraumático de fracturas, heridas o quemaduras provocadas por los padres o sustitutos, una aberración de crueldad extrema cuya existencia y frecuencia se mantuvo negada durante siglos,11 y cuya frecuencia aumenta constantemente en cualquier guardia pediátrica actual, como sucede en Argentina y España. 

Las instituciones humanas en general reiteran conductas filicidas en cada generación y las perpetúan en diversas formas encubiertas. Rascovsky insiste que la variante filicida más constante y eficaz es la guerra,1 que encubre la persistencia del filicidio ancestral y lo ejecuta en el cuerpo de infantería, el más sacrificado del campo de batalla. En este homicidio disfrazado de heroísmo se basa la amedrentación letal que acecha a la joven generación restante. 

Para Rascovsky, «las guerras han sido la pira funeraria permanente donde los viejos sacrifican a los jóvenes desde la antigüedad más remota» (ibid). El grito bélico: ¡Viva la Patria! («Vivan los Padres»), oculta la realidad siniestra: «Mueran los hijos».  Así, la sociedad llamada «civilizada» encubre la tendencia filicida universal de su  dirigencia gerontocrática. Herodoto, el «Padre de la Historia», dijo lo mismo hace 2.500  años: «En la paz los hijos entierran a sus padres y en la guerra los padres entierran  (matan) a sus hijos»(ibid). Y el filósofo contemporáneo Michel Serrès, miembro de la  Academie Française, el 2005 dijo en Buenos Aires: «La guerra es un contrato firmado  por los padres de dos o más naciones para aniquilar mutuamente a sus hijos. ¿Conoce  usted una definición mejor?».12 Es obvio que Serres no conocía la obra de Rascovsky.13

Por último, la globalización y sus crisis han multiplicado y refinado las variantes filicidas a niveles extremos.20 La lista es terrorífica: el hambre, la indigencia y mendicidad, el castigo físico y el abuso sexual intrafamiliar, el abandono parental, la violencia escolar y policial, el trabajo y la explotación laboral (OIT: uno de cada seis niños del mundo),21 el narcotráfico y la drogadicción, la pedofilia y la prostitución infantil, el infanticidio organizado y la pena de muerte. 

De manera que en el siglo XXI Herodoto mantiene plena vigencia y se reafirma  trágicamente la visión anticipatoria de Rascovsky y su escuela. 

Se proclama y se repite que la pirámide etaria se ha invertido por el aumento de la edad promedio poblacional. Pero se oculta el holocausto filicida infanto-juvenil, un factor de una magnitud mucho mayor.  El erudito aporte de Rascovsky es notable por su originalidad y por su independencia intelectual. Descubre que el «pecado original» de la cultura y la culpa consecutiva se originan en el filicidio y no en el parricidio, un hecho que se ha mantenido oculto, negado y reprimido a través de toda la historia. 

La interpretación mitológica y antropológica del filicidio en sentido amplio elaborada por Rascovsky es tan convincente, que modifica conceptos básicos sostenidos dogmáticamente sobre el origen de la cultura y perfecciona su conocimiento. Hoy, a 33 años de su presentación, una conclusión resumida sobre el filicidio en la cultura (o cultura filicida), indica que el inconsciente colectivo del hombre ha heredado un mandato filicida ancestral. Si no se reconoce conscientemente esta «pulsión tanática» pretotémica, el mandato inconsciente seguirá actuando y la hecatombe filicida, en todas sus variantes, seguirá sacrificando la especie y amenazando su supervivencia. 

Referencias  

1. Rascovsky A. El filicidio. La mutilación, denigración y matanza de nuestros hijos. Edición definitiva. Buenos Aires: Beas Ediciones, 1992. Primera edic.: Buenos Aires: Orion, 1973. 

2. Rascovsky A, Alperovich BJ y otros. La universalidad del filicidio. Buenos Aires: Edit Legasa, 1986. 

3. Rascovsky A. y col. La progenie filicida de Edipo. Sociedad Arg. de Psicología Médica, Psicoanálisis y Medicina Psicosomática, 17 de abril de 1969. 

4. Manchip White J. Hernán Cortés. La caída del imperio azteca. Barcelona: Grijalbo, 1974. 

5. Davies N. Los aztecas. Barcelona: Editorial Destino, 1977. 

6. Badinter E. XY La identidad masculina. Bogotá: Grupo Edit Norma 1993. 

7. Maglione MA. La mutilación genital femenina. Rev Soc Obstet Ginecol del Norte y  Noroeste, Conurbano Prov. Bs. As., 2004, 1: 19-27. 

8. Freud S. El malestar en la cultura. Obras completas, tomo V. Madrid: Edit Biblioteca Nueva, 1972. 

9. Freud S. Totem y tabú. Obras completas, tomo V. Madrid: Edit Biblioteca Nueva, 1972. 

10. Levi-Strauss C. Las estructuras elementales del parentesco. Buenos Aires: Paidós 1969, pág. 80. 

11. Kempe Ch. y col. The battereed child syndrome. JAMA 1962, 181: 17. 

12. Corradini L. «Estamos frente a una nueva humanidad», asegura Michel Serres. Bs. As.: La Nación, Los intelectuales del mundo y La Nación, Nota de tapa, marzo 2 de 2005. 

13. Rascovsky de Salvarezza R. Filicidio. Bs. As.: La Nación, Cartas de lectores, marzo 8 de 2005. 

14. Agamben G. Estado de excepción. Homo sacer II, I.Buenos Aires: Adriana Hidalgo 2004 

15. García de la Torre M. Alcohol y volante son una mezcla peligrosa. Bs. As.: La Nación, Todo Autos, agosto 30 de 2002. 

16. Ramos CM. Lo que más mata a los argentinos. Bs. As.: La Nación, Enfoques, septiembre 24 de 2000. 

17. Camps S. En enero murieron 38 personas por día en accidentes de tránsito. Bs. As.: Clarín,  Sociedad, marzo 3 de 2005. 

18. Laborda F. La tragedia de Once y nuestra adolescencia. Bs. As.: La Nación, Notas, enero 2 de 2005 

19. Editorial. Muertes en accidentes de tránsito. Bs. As.: La Nación, enero 23 de 2004. 

20. Vassallo M. Jóvenes víctimas de violencias. VIª Conferencia Íberoamericana sobre Niñez y Adolescencia. Bs. As.: Le Monde Diplomatique «el Dipló», marzo 2005, pág. 32. 

21. Anónimo. Niños explotados. No al trabajo infantil. Bs. As.: Clarín, De ronda, agosto 7 de 2005. 

22. Anónimo. Controversia. Ginés García legalizaría el aborto. Bs. As.: La Nación, Información general, febrero 15 de 2005. 

23. Di Nicola G. Hubo 7.138 decesos por accidentes de tránsito en 2005. Bs. As.: La Nación, Información general, enero 10 de 2006. 

24. Gentleman A. La práctica del aborto selectivo en la India. Bs. As.: La Nación, Exterior, enero 10 de 2006. 

25. De la Torre L. La custión social y los cristianos sociales. Obras de Lisandro de la Torre, Tomo III. Buenos Aires: Editorial Hemisferio, 3ª edición, 1957. 

26. Shuré É. Les Grands Initiés. Esquisse de L´Histoire Secrète des Religions. Paris: Librairie Académique Perrin, 1949.

Notas:

* Tláloc, el símbolo de la fertilidad agrícola entre los pueblos nahua de la meseta de México. 

Se lo representa con colmillos y serpientes entrelazadas a manera de anteojos. Las refinadas torturas previas al sacrificio de los niños tenían una motivación mágico-religiosa vinculada con la liberación energética, pero revelan la intensidad de la envidia y el temor de la dirigencia teocrática (masculina) por el binomio madre-hijo.

** En todas las culturas el pan y el vino, elaborados con harinas y frutos vegetales, se convierten en el alimento y la bebida por excelencia a partir de la revolución agrícola que inaugura la era sedentaria, la ciudad y la cultura. El pan y el vino reemplazaron la carne y la sangre (animal ¬y humana¬), que durante millones de años habían sido los alimentos principales y preferidos de los hombres nómades. «Este pan es mi cuerpo y este vino es mi sangre», dice Jesús en la última cena. Y su ingestión eucarística ritual es la recreación simbólica de una costumbre ancestral demonizada por la cultura: el sacrificio filial antropofágico.