Formación del YO, teoría objetal de Spitz

El papel del afecto en la relación madre e hijo

El hecho de tener un hijo, hace que la mujer cree un clima emocional , en la relación madre e hijo, favorable en todos los aspectos al desarrollo del niño. Lo que crea ese clima son los sentimientos de la madre hacia el hijo, y el niño responde a este afecto afectivamente. Esto es esencial en la infancia, pues a esa edad los afectos son de una importancia muchísimo mayor que en cualquier otra época de la vida. Durante estos primeros meses, la percepción afectiva y los afectos predominan en la experiencia infantil. El sensorium, el aparato perceptivo, sensorialmente discriminativo, aún no está desarrollado. Por eso la actitud emocional de la madre , su afecto servirá de orientación a los afectos del infante y conferirá a la experiencia de ésta la calidad de vida.
La personalidad del infante absorbe los patrones cambiantes en la personalidad de la madre en un proceso en circuito, influyendo la gama de los afectos maternales con su conductas y sus actitudes. De acuerdo con la personalidad de la madre, puede haber una diferencia, respecto a que el niño sea precoz o retrasado, etc.
Un ejemplo de esto es la respuesta sonriente, que aparece como promedio en el tercer mes de vida. En las variaciones influirá decisivamente el clima emocional de la relación madre e hijo.
Las diferencias en la actitud del bebé modelarán las relaciones diádicas. Así también los problemas de la madre repercutirán en la conducta del niño, llevando en determinadas condiciones, un conflicto creciente.
Por otro lado, la madre no es el único ser humano que se encuentra en el medio circundante al infante, ya que ese medio circundante comprende al padre, a los hermanos de otros partos, a los parientes y demás, y todos pueden tener una significación activa para en infante. Hasta el marco cultural con sus costumbres ejerce una influencia sobre el pequeño. Estas influencias son transmitidas al infante por conducto de la madre.
En la relación madre e hijo, la madre es la que representa el medio para el infante.
En esta relación, los factores de importancia son: la madre, con su individualidad estructurada y madura; y el hijo, cuya individualidad va a irse desplegando progresivamente, desarrollando y estableciéndose; los dos factores están entre sí en una relación mutua y circular de conducta.

Consecuencias y significación del establecimiento del preobjeto.

a) Esta es la etapa en que el niño se vuelve desde la recepción del estímulo venido desde dentro, hacia la percepción del estímulo venido desde fuera.
b) Se establece la capacidad de suspender incondicionalmente el funcionamiento del principio de placer, empezando a funcionar el principio de la realidad.
c) En el aparato psíquico se ha producido una división.
d) El reconocimiento de la Gestalt signo implica un cambio catéxico desde la representación sensorial del precepto al rastro mnémico comparable de dicho precepto.
e) La capacidad de desviar las catexias de un rastro mnémico u otro. Comparando: “lo que se ha depositado dentro, como una imagen, con lo que es percibido afuera”.
f) Se puede decir que se ha producido una estructuración dentro de la somatopsique. El yo y el ello se han separado el uno del otro y dicho yo rudimentario comienza a funcionar.

El surgimiento del organizador primero y sus consecuencias.

Existen ciertos períodos críticos durante los cuales las corrientes del desarrollo se integrarán unas con otras en varios sectores de la personalidad, así como con las funciones y capacidades emergentes que resultan de los procesos de maduración. El producto de esta acción integradora es una reestructuración del sistema psíquico en un nivel de complejidad superior. Dicha integración es un proceso delicado y vulnerable, que, de tener éxito, lleva a un “organizador” de la psique.
Se han descripto, los signos visibles del establecimiento de uno de los organizadores; su indicador es la aparición de la respuesta sonriente de reciprocidad. La respuesta sonriente es el síntoma visible de la convergencia de diversas corrientes del desarrollo dentro del aparato psíquico. El establecimiento de la respuesta sonriente indica que esas tendencias han quedado ahora integradas, organizadas y de que ahora en adelante actuarán como una unidad separada dentro del sistema psíquico. El surgir de la respuesta sonriente una nueva era en el modo de vida del infante. Este punto crítico se hace visible con toda claridad en la conducta del infante.
Estos puntos críticos, estos organizadores de la psique tienen una importancia extraordinaria para el progreso ordenado y sin obstáculos del desarrollo infantil. Si el niño establece y consolida con éxito un organizador, en el nivel apropiado, puede proseguir su desarrollo en la dirección del organizador siguiente.
No obstante, cuando la consolidación del organizador se desvía, el desarrollo se detiene. Los sistemas psíquicos que deberían haberse integrado, mediante interacciones con el medio, permanecerán en el nivel inicial, menos diferenciados del desarrollo, previo al establecimiento del organizador.
Por eso una perturbación en el despliegue de la personalidad del infante será seguido de una alteración en el equilibrio entre las fuerzas del desarrollo y aquellas que han suscitado la maduración. Este tipo de desequilibrio está, en gran medida, limitado a los primeros años de vida y se suscita frecuentemente en ellos. Con los avances de la edad, decrece su ocurrencia, desapareciendo por completo tras la pubertad.

El papel del yo.

Otra razón para la plasticidad de la personalidad del infante, durante el primer año de vida, es la falta de una estructura psíquica bien establecida y diferenciada. La teoría psicoanalítica afirma que el yo es esa esfera de la psique que media entre las relaciones con el interior y el exterior.
El recién nacido, sin embargo, no tiene yo. No puede contender con los estímulos que llegan. Pero cuando los estímulos que vienen son lo suficientemente fuertes, se produce una irrupción de ellos, que puede modificar la personalidad del infante.
En el transcurso del desarrollo ulterior, los estímulos que vienen de fuera empiezan ahora a modificar esta organización rudimentaria de la personalidad. El yo contenderá con los estímulos que lleguen y los dominará.

Intercambios activos en la diada hijo y madre.

Se producen en el infante acciones y respuestas suscitadas por la madre, considerando a la madre como un estímulo siempre cambiante. La existencia de la madre, actúa como un estímulo para las respuestas del infante, su acción más pequeña, hasta aquellas que no estén relacionadas con el pequeño, actúa como estímulo. Durante el primer año de vida, las experiencias y las acciones intencionales ejercen una influencia más importante en el desarrollo de los diversos sectores de la personalidad del infante.
Aquellos actos del infante que agradan a la madre son favorecidos por ella; y de eso se sigue que sus preferencias tendrán una influencia directa sobre el desarrollo. Las facilidades en más amplia medida para las acciones del infante no se las proporcionan los actos conscientes de la madre, sino más bien las actitudes inconscientes de ella.
Estas actitudes provienen de dos orígenes diferentes. Uno de estos es “el sector de controles”. Este sector muestra una estrecha afinidad con las demandas del superyo de la madre. El otro sector expresa ampliamente las aspiraciones del ideal del yo de la madre. El sector de los controles, como su nombre los indica, es una influencia restringente; en tanto que el sector de las facilidades es liberación, aliento, fuerza progresiva. Los controles, así como las facilidades, proporcionadas al niño desde el exterior, le capacitarán para desarrollar y establecer sus propios controles, algunos de los cuales llevan a mecanismos de defensa. Los controles y los mecanismos de defensa desarrollados por el niño son indispensables para que el niño se convierta en un ser social.
A su vez, para la madre el ser testigo y el excusar la conducta infantil es una reactivación de todas las fantasías culpables y al mismo tiempo deleitables que ella tuvo que domeñar.

La comunicación en el interior de la diada madre e infante.

Los afectos, la percepción y la comunicación.

Las señales afectivas generadas por la disposición de ánimo maternal se convierten en una forma de comunicación con el infante. Esos intercambios entre la madre y el niño prosiguen ininterrumpidamente, sin que la madre necesariamente se percate de ellos. Tal modo de comunicación entre madre e hijo ejerce una presión constante que conforma la psique infantil.
El papel de los hechos traumáticos en el desarrollo de la personalidad es en realidad pequeño. Lo que vemos son los resultados acumulativos de experiencias y los estímulos reiterados, de las secuencias de respuestas repetidas sin cesar. El mismo principio de acumulación es válido para la etiología de una neurosis posible después. Los eventos traumáticos aislados rara vez desempeñan un papel decisivo en la provocación de la neurosis. En la neurosis es el efecto de las experiencias acumulativas el causante del resultado patológico.
Consciente o inconscientemente, cada uno de los miembros de la pareja madre e hijo, perciben en afecto del otro y a su vez responde con afecto, en un intercambio constante afectivo y recíproco.
Es de un interés especial que el despliegue de la percepción afectiva y los intercambios afectivos preceden a todas las demás funciones psíquicas; estas se irán desarrollando subsecuentemente sobre los cimientos proporcionados por los intercambios afectivos. Los afectos parecen seguir sirviendo de guía al resto del desarrollo, al menos hasta el resto del primer año de vida.
El establecimiento del precursor del objeto libidinal inicia también el comienzo de la relacionalidad de las “cosas”. Después de que el infante se halla vuelto capaz de percibir y de responder al rostro humano, necesitará todavía otros dos meses para lograr reconocer el biberón, que sin duda es ña “cosa” más familiar.

La historia natural de los afectos no placenteros y su dinámica.

Los afectos placenteros surgen en el transcurso de los primeros tres meses de vida, siendo la respuesta sonriente su manifestación más notable. Las manifestaciones de displacer siguen un rumbo estrechamente paralelo; se vuelven más y más específicas en el curso de los primeros tres meses de vida. Al comienzo del cuarto, el niño expresa su desagrado al abandonarle su pareja humana. Pero así como el infante de esa edad no sonreirá a nada que no sea un rostro humano, tampoco mostrará desagrado cuando le quitemos un juguete suyo; llora solo cuando su compañero de juego interrumpe este y lo abandona.
Alrededor del ,sexto mes, la especificación de la respuesta sonriente y de la respuesta de desagrado de hacen más señaladas y se extienden a un número creciente de estímulos, incluyendo aquellos conectados con “cosas”.
La respuesta sonriente es el indicador afectivo de la satisfacción que se espera de la necesidad; el indicador de una descarga de tensión. El lloro cuando su pareja se va es el indicador afectivo de una elevación de tensión en la expectativa. Estas dos experiencias, la del placer y la del displacer, son las dos experiencias afectivas principales de la primera infancia. Estas representan la aparición del preobjeto, que precede a la satisfacción y a la respuesta sonriente que le sigue; la otra es la separación de su pareja, iniciando frustraciones expresadas por el llanto.

El papel de la frustración en la educación y el desarrollo.

El hecho de privar al infante del afecto de dispalcer, durante el transcurso del primer año de vida, es tan dañino como privarle del afecto de placer. El papel de ambos es de igual importancia en la formación del aparato psíquico y de la personalidad. Dejar inactivo a cualquiera de estos afectos trastornará el equilibrio del desarrollo. Esta es la razón de que lleve a resultados tan deplorables educar a los niños de acuerdo con la doctrina de un consentimiento incondicional. La importancia de la frustración para el progreso del desarrollo no puede ser sobrestimada.
La frustración es el catalizador más potente de la evolución con que cuenta la naturaleza. En la crianza de los niños en la actualidad se evitan al infante esas frustraciones que hacen que los padres se sientan culpables. En realidad lo que les preocupa no es tanto la conducta del pequeño como su deseo de evitar sentimientos de culpabilidad, conscientes o inconscientes.

El establecimiento del objeto libidinal.

La angustia del octavo mes.

Entre el sexto y el octavo mes se produce un cambio decisivo en la conducta del niño hacia los otros. Ya no responderá el bebé con una sonrisa cuando un visitante casual se detenga junto a su camita y le sonría moviendo la cabeza. Para esa edad la capacidad para la diferenciación perceptiva diacrítica está ya bien desarrollada. Ahora el infante distingue claramente entre el amigo y el extraño.
En la etapa de la ansiedad del octavo mes, si el niño reacciona al enfrentarse con un desconocido, es porque este no es su madre: su madre “le ha dejado”.
Esto contrasta con el niño de tres meses, para el cual el rostro humano es lo mismo que otro, pues representa la satisfacción de la necesidad. No obstante, cuando el desconocido se acerca al niño de ocho meses, este se siente burlado, en su deseo de tener a su madre con él. La angustia que manifiesta no es la respuesta al recuerdo de una experiencia desagradable con el desconocido; es en respuesta a su percepción de que el rostro del desconocido no coincide con las huellas mnémicas del rostro de la madre.
Como la respuesta sonriente a la edad de tres meses, la angustia del octavo mes, señala una etapa diferente en el desarrollo de la organización psíquica.
En el octavo mes se ha establecido el objeto libidinal. Antes de esto, apenas se podía hablar de amor, pues este no existe hasta que el amado puede ser distinguido de los demás.

El segundo organizador.

La angustia del octavo mes, indica la emergencia en la psique de un segundo organizador. Esto significa también que uno de los períodos críticos queda situado aproximadamente en el octavo mes de vida. Lo que señala una nueva etapa en el desarrollo infantil, en el curso del cual, tanto la personalidad del niño como su conducta, sufrirán un cambio radical.
Ahora, tanto la forma en que se expresa el desagrado, como la percepción y reconocimiento del estímulo que provoca el displacer se hacen aún más específicos. El displacer adopta la forma de la angustia específica, cuando se acerca al pequeño un desconocido. Este desagrado específico es originado por el temor del niño a haber perdido a su madre (el objeto libidinal).
Dos pasos principales que llevan a la constitución del objeto libidinal:
1. El establecimiento de la representación del rostro humano en el sistema mnémico como un incentivo, nos informa del surgimiento del precursor del objeto;
2. Tres o cuatro meses después, en el octavo mes aparece la angustia. Esta indica que el niño diferencia el semblante de la madre y le adjudica un lugar único entre todos los demás rostros humanos.
Esto es lo que indica el establecimiento del “objeto” libidinal propiamente dicho.

El papel y la evolución de los impulsos instintuales.

Los impulsos libidinal y agresivos participan en igual medida en la formación de las relaciones de objeto. Al nacer, los impulsos no están todavía diferenciados entre sí; se diferencian a través de un proceso de desarrollo gradual.
Los impulsos libidinales y agresivos se diferencian entre sí en el transcurso de los tres primeros meses de vida como resultado de los intercambios que se efectúan entre la madre y el hijo.
En los meses siguientes, el desarrollo avanza paso a paso, desde la etapa preobjetual a la etapa de las verdaderas relaciones de objeto.

El tercer organizador de la psique

Unas de las más importantes transformaciones que se inician con el advenimiento del segundo organizador es la comprensión progresiva por el niño de las prohibiciones y la emergencia de los primeros indicios de los fenómenos de identificación.

El dominio del “no” es un logro de consecuencias trascendentales para el desarrollo mental y emocional del niño; presupone haber adquirido la capacidad primera para el juicio y la negación. La adquisición del signo de negación y de la palabra “no” debe ser considerada como el indicador tangible de la formación del tercer organizador.
El “no”, con el gesto y la palabra, es la expresión semántica de la negación y del juicio; al mismo tiempo es la primera abstracción realizada por el niño, el primer concepto abstracto en el sentido de la mentalidad adulta.
Poco después del comienzo del segundo año, el niño expresa la negación moviendo la cabeza. Así comunica al medio el rechazo mediante un signo semántico.