Michel Foucault, La verdad y las formas jurídicas, cuarta conferencia, sociedad disciplinaria (segunda parte)

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En segundo lugar hubo al lado de estas comunidades propiamente religiosas,
unas sociedades relacionadas con ellas aunque se situaban a una cierta
distancia. Por ejemplo, a finales del siglo XVII, en Inglaterra (1692) se fundó una
sociedad llamada curiosamente «Sociedad para la Reforma de las Maneras»
(del comportamiento, de la conducta). En la época de la muerte de Guillermo III
esta sociedad tenía cien filiales en Inglaterra y diez en Irlanda, sólo en la ciudad
de Dublín. Esta sociedad, que desapareció a comienzos del siglo XVIII y
reapareció bajo la influencia de Wesley en la segunda mitad del siglo, se
proponía reformar las maneras: hacer respetar el domingo (es en gran parte
gracias a la acción de estas grandes sociedades que debemos el exciting
domingo inglés), impedir el juego, las borracheras, reprimir la prostitución, el
adulterio, las imprecaciones y blasfemias, en suma, todo aquello que pudiese
significar desprecio a Dios. Tratábase, como dice Wesley en sus sermones, de
impedir que la clase más baja y vil se aprovechara de los jóvenes sin
experiencia para arrancarles su dinero.
A finales del siglo XVIII esta sociedad es superada en importancia por otra
inspirada por un obispo y algunos aristócratas de la corte que se llamaba
«Sociedad de la Proclamación», porque había conseguido obtener del rey una
proclama para el fomento de la piedad y la virtud. Esta sociedad se transforma
en 1802 y recibe el titulo característico de «Sociedad para la Supresión del
Vicio», teniendo por objetivo hacer respetar el domingo, impedir la circulación de
libros licenciosos y obscenos, plantear acciones judiciales contra la mala
literatura y mandar cerrar las casas de juego y prostitución. Esta sociedad, aun
cuando seguía siendo una organización con fines esencialmente morales y
cercana a los grupos religiosos, ya estaba un poco laicizada.
En tercer lugar, encontramos en la Inglaterra del siglo XVIII otros grupos más
interesantes e inquietantes: grupos de autodefensa de carácter paramilitar.
Estos grupos surgieron como respuesta a las primeras grandes agitaciones
sociales que no son aún proletarias pero que sí configuran grandes movimientos
políticos y sociales de fuerte connotación religiosa a finales del siglo XVIII, en
particular, el movimiento de los partidarios de Lord Gordon. Los sectores más
acomodados, la aristocracia, la burguesía, se organizan en grupos de
autodefensa y es así que surgen una serie de asociaciones —la «Infantería
militar de Londres», la «Compañía de Artillería»— espontáneamente, sin ayuda
o con un apoyo lateral del poder. Estas asociaciones tienen por función hacer
que reine el orden político, penal o simplemente el orden, en un barrio, una
ciudad, una región o un condado.
En una última categoría de sociedad están las propiamente económicas. Las
grandes compañías y sociedades comerciales se organizan como policías
privadas para defender su patrimonio, sus stocks, sus mercancías y barcos
anclados en el puerto de Londres contra los amotinadores, el bandidismo y el
pillaje cotidiano de los pequeños ladrones. Estas policías dividían los barrios de
grandes ciudades como Londres o Liverpool en organizaciones privadas.
Las sociedades de este tipo respondían a una necesidad demográfica o social,
la urbanización, las migraciones masivas provenientes del campo y que
paulatinamente se concentraban en las ciudades;
respondían también —y
volveremos sobre este asunto— a una transformación económica importante,
una nueva forma de acumulación de la riqueza: cuando la riqueza comienza a
acumularse en forma de stocks, mercadería almacenada y máquinas, la cuestión
de su vigilancia y seguridad se transforma en un problema insoslayable;
respondían por último, a una nueva situación política. Las revueltas populares
que fueron inicialmente campesinas en los siglos XVI y XVII se convierten ahora
en grandes revueltas urbanas populares, y en seguida, proletarias.
Es interesante observar la evolución de estas asociaciones espontáneas del
siglo XVIII: vemos un triple desplazamiento a lo largo de esta historia.
Consideremos el primero de ellos: en un comienzo estos grupos eran
provenientes de sectores populares, de la pequeño-burguesía. Los cuáqueros y
metodistas de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII que se organizaban
para intentar suprimir los vicios, reformar las maneras, eran pequeño-burgueses
que se agrupaban con el propósito evidente de hacer que reine el orden entre
ellos y a su alrededor. Pero esta voluntad de hacer reinar el orden era en
realidad una forma de escapar al poder político, pues éste contaba con un
instrumento formidable, temible y sanguinario: su legislación penal. En efecto, se
podía ser ahorcado en más de 300 casos, lo cual significa que era muy fácil que
la aristocracia o quienes detentaban el aparato judicial ejercieran terribles
presiones sobre las capas populares. Se comprende por qué los grupos
religiosos disidentes intentaban escapar a un poder judicial tan sanguinario y
amenazador.
Para escapar a la acción de ese poder judicial los individuos se organizaban en
sociedades de reforma moral, prohibían la embriaguez, la prostitución, el robo y
en general todo aquello que pudiese dar pábulo a que el poder atacara al grupo
y lo destruyera, valiéndose de algún pretexto para emplear la fuerza. Son, pues,
más que nada grupos de autodefensa contra el derecho y no tanto grupos de
vigilancia efectiva. El refuerzo de la penalidad autónoma era una manera de
escapar a la penalidad estatal. Ahora bien, en el curso del siglo XVII esos grupos
cambiarán su inserción social y abandonarán paulatinamente su base popular o
pequeño-burguesa hasta que, al final del siglo, quedarán compuestos y/o
alentados por personajes de la aristocracia, obispos, duques y miembros de las
clases acomodadas que les darán un nuevo contenido.
Se produce así un desplazamiento social que indica claramente cómo la
empresa de reforma moral deja de ser una autodefensa penal para convertirse
en un refuerzo del poder de la autoridad penal misma. Junto al temible
instrumento penal que ya posee, el poder colocará a estos instrumentos de
presión y control. Se trata, en alguna medida, de un mecanismo de estatización
de los grupos de control. El segundo desplazamiento consiste en lo siguiente:
mientras que en un comienzo el grupo trataba de hacer reinar un orden moral
diferente de la ley que permitiese a los individuos escapar a sus efectos, a
finales del siglo XVIII estos mismos grupos —controlados y animados ahora por
aristócratas y personas de elevada posición social— se dan como objetivo
esencial obtener del poder político nuevas leyes que ratificaran ese esfuerzo
moral. Se produce así un desplazamiento de moralidad y penalidad.
En tercer lugar puede decirse que a partir de este momento el control moral
pasará a ser ejercido por las clases más altas, por los detentadores del poder,
sobre las capas más bajas y pobres, los sectores populares. Se convierte así en
un instrumento de poder de las clases ricas sobre las clases pobres, de quienes
explotan sobre quienes son explotados, lo que confiere una nueva polaridad
política y social a estas instancias de control. Citaré un texto que data de 1804,
hacia el final de esa evolución que intento exponer, texto escrito por un obispo
llamado Watson que predicaba ante la «Sociedad para la Supresión de los
Vicios»:

«Las leyes son buenas pero, desgraciadamente, están siendo burladas por las
clases más bajas. Por cierto, las clases más altas tampoco las tienen mucho en
consideración, pero esto no tendría mucha importancia si no fuese que las
clases más altas sirven de ejemplo para las más bajas».
Imposible ser más claro: las leyes son buenas, buenas para los pobres;
desgraciadamente los pobres escapan a las leyes, lo cual es realmente
detestable. Los ricos también escapan a las leyes, aunque esto no tiene la
menor importancia puesto que las leyes no fueron hechas para ellos. No
obstante lo malo de esto es que los pobres siguen el ejemplo de los ricos y no
respetan las leyes. Por consiguiente, el obispo Watson se siente en la obligación
de decir a los ricos:
«Os pido que sigáis las leyes aun cuando no hayan sido hechas para vosotros,
porque así al menos se podrá controlar y vigilar a las clases más pobres.»
En esta estatización progresiva, en este desplazamiento de las instancias de
control que pasan de las manos de la pequeña burguesía que intenta escapar al
poder a las del grupo social que detenta efectivamente el poder, en toda esta
evolución, podemos observar cómo se introduce y se difunde en un sistema
penal estatizado —el cual ignoraba por completo la moral y pretendía cortar los
lazos con la moralidad y la religión— una moralidad de origen religioso. La
ideología religiosa, surgida y fomentada en los grupos cuáqueros, y metodistas
en la Inglaterra del siglo XVII, viene ahora a despuntar en el otro polo, el otro
extremo de la escala social, del lado del poder, como instrumento de control de
arriba a abajo. Autodefensa en el siglo XVII, instrumento de poder a comienzos
del siglo XIX: este es el proceso que observamos en Inglaterra.
En Francia se da un proceso bastante diferente debido a que, por ser un país de
monarquía absoluta, poseía un fuerte aparato estatal que la Inglaterra del siglo
XVIII ya no tenía porque había sido ya debilitado por la revolución burguesa del
siglo XVII. Inglaterra se había liberado de la monarquía absoluta saltándose esa
etapa que dura en Francia unos ciento cincuenta años.
El aparato de Estado se apoyaba en Francia en un doble instrumento: un
instrumento judicial clásico —los parlamentos, las cortes, etc.— y un instrumento
parajudicial —la policía— cuya invención debemos al Estado francés. La policía
francesa estaba compuesta por los magistrados de policía, el cuerpo de la
policía montada, y los tenientes de policía; estaba dotada de instrumentos
arquitectónicos tales como la Bastilla, Bicêtre, las grandes prisiones, etc.; y tenía
también sus aspectos institucionales como las curiosas lettres-de-cachet.
La lettre-de-cachet no era una ley o un decreto sino una orden del rey referida a
una persona a título individual, por la que se le obligaba a hacer alguna cosa.
Podía darse el caso, por ejemplo, de que una persona se viera obligada a
casarse en virtud de una lettre-de-cachet, pero en la mayoría de las veces su
función principal consistía en servir de instrumento de castigo.
Por medio de una lettre-de-cachet se podía arrestar a una persona, privarle de
alguna función, etc., por lo que bien puede decirse que era uno de los grandes
instrumentos de poder de la monarquía absoluta. Las lettres-de-cachet han sido
objeto de múltiples estudios en Francia y ha llegado a ser muy común
considerarlas como algo temible, representación de la arbitrariedad real por
antonomasia que cae sobre un individuo como un rayo. Pero es preciso ser más
prudente y reconocer que no funcionaron sólo de esta forma. Y así como vimos
que las sociedades de moralidad podían actuar como una manera de escapar al
derecho, observamos también con respecto a estas curiosas disposiciones un
juego bastante curioso.
Al examinar las lettres-de-cachet enviadas por el rev en cantidad bastante
elevada notamos que, en la mayoría de los casos, no era él quien tomaba la
decisión de mandarlas. Procedía a veces como en los restantes asuntos de
Estado, pero en la mayoría de ellas, decenas de millares de lettres-de-cachet
enviadas por la monarquía, eran en realidad solicitadas por diversos individuos:
maridos ultrajados por sus esposas, padres de familia descontentos con sus
hijos, familias que querían librarse de un sujeto, comunidades religiosas
perturbadas por la acción de un individuo, comunas molestas con el cura de la
localidad, etcétera. Todos estos pequeños grupos de individuos pedían una
lettre-de-cachet al intendente del rey; éste llevaba a cabo una indagación para
saber si el pedido estaba o no justificado y si el resultado era positivo, escribía al
ministro del gabinete real encargado de la materia solicitándole una lettre-decachet
para arrestar a una mujer que engaña a su marido, un hijo que es muy
gastador, una hija que se ha prostituido o al cura de la ciudad que no muestra
buena conducta ante los feligreses. La lettre-de-cachet se presenta pues, bajo
su aspecto de instrumento terrible de la arbitrariedad real, investida de una
especie de contrapoder, un poder que viene de abajo y que permite a grupos,
comunidades, familias o individuos ejercer un poder sobre alguien. Eran
instrumentos de control en alguna medida espontáneos, que la sociedad, la
comunidad, ejercía sobre sí misma. La lettre-de-cachet era por consiguiente una
forma de reglamentar la moralidad cotidiana de la vida social, una manera que
tenían los grupos —familiares, religiosos, parroquiales, regionales, locales— de
asegurar su propio mecanismo policial y su propio orden.
Si nos detenemos en las conductas que suscitaban el pedido de lettre-de-cachet
y que se sancionaban por medio de éstas, distinguimos tres categorías:
En primer lugar lo que podríamos denominar conductas de inmoralidad —
libertinaje, adulterio, sodomía, alcoholismo, etc. Estas conductas provocaban de
parte de las familias y las comunidades un pedido de lettre-de-cachet que era
inmediatamente aceptado. Tenemos aquí, por consiguiente, la represión moral.
En segundo lugar están las lettres-de-cachet enviadas para sancionar conductas
religiosas juzgadas peligrosas y disidentes; en esta categoría se clasificaba a los
hechiceros que tiempo hacía habían dejado de morir en la hoguera.
En tercer lugar es interesante notar que en el siglo XVIII las lettres-de-cachet
fueron utilizadas algunas veces en casos de conflictos laborales. Cuando los
empleadores, patrones o maestros no estaban satisfechos del trabajo de sus
aprendices y obreros en las corporaciones, podían desprenderse de ellos
despidiéndoles o, rara vez, solicitando una lettre-de-cachet.
La primera huelga de la historia de Francia fue la de los relojeros, en 1724. Los
patrones relojeros reaccionaron detectando a quienes aparecían como líderes
del movimiento de fuerza y solicitando en seguida una lettre-de-cachet que les
fue concedida poco después. Tiempo después el ministro del rey quiso anular la
lettre-de-cachet y poner en libertad a los obreros huelguistas pero la misma
corporación de los relojeros solicitó al rey que no se liberara a los obreros y se
mantuviera la vigencia de la lettre-de-cachet. Este es un típico ejemplo de cómo
los controles sociales, que no se relacionan ya con la religión o la moralidad sino
con problemas laborales, se ejercen desde abajo y a través del sistema de
lettres-de-cachet sobre la naciente población obrera.
Cuando la lettre-de-cachet era punitiva resultaba en la prisión del individuo. Es
interesante señalar que la prisión no era una pena propia del sistema penal de
los siglos XVII y XVIII. Los juristas son muy claros con respecto a esto, afirman
que cuando la ley sanciona a alguien el castigo será la condena a muerte, a ser
quemado, descuartizado, marcado, desterrado, al pago de una multa; la prisión
no es nunca un castigo. La prisión, que se convertirá en el gran castigo del siglo
XIX tiene su origen precisamente en esta práctica para-judicial de la lettre-decachet,
utilización del poder real por el poder espontáneo de los grupos. El
individuo que era objeto de una lettre-de-cachet no moría en la horca, ni era
marcado y tampoco tenía que pagar una multa, se lo colocaba en -prisión y
debía permanecer en ella por un tiempo que no se fijaba previamente. Rara vez
la lettre-de-cachet establecía que alguien debía permanecer en prisión por un
período determinado, digamos, seis meses o un año. En general estipulaba que
el individuo debía quedar bajo arresto hasta nueva orden y ésta sólo se dictaba
cuando la persona que había pedido la lettre-de-cachet afirmaba que el individuo
en prisión se había corregido,
La idea de colocar a una persona en prisión para corregirla y mantenerla
encarcelada hasta que se corrija, idea paradójica, bizarra, sin fundamento o
justificación alguna al nivel del comportamiento humano, se origina precisamente
en esta práctica.
Aparece también la idea de una penalidad que no tiene por función el responder
a una infracción sino corregir el comportamiento de los individuos, sus actitudes,
sus disposiciones, el peligro que significa su conducta virtual. Esta forma de
penalidad aplicada a las virtualidades de los individuos, penalidad que procura
corregirlos por medio de la reclusión y la internación, no pertenece en realidad al
universo del Derecho, no nace de la teoría jurídica del crimen ni se deriva de los
grandes reformadores como Beccaria. La idea de una penalidad que intenta
corregir metiendo en prisión a la gente es una idea policial, nacida paralelamente
a la justicia, fuera de ella, en una práctica de los controles sociales o en un
sistema de intercambio entre la demanda del grupo y el ejercicio del poder.
Completados estos dos análisis quisiera ahora extraer algunas conclusiones
provisorias que intentaré utilizar en la próxima conferencia.
Los datos del problema son los siguientes: ¿cómo fue que el conjunto teórico de
las reflexiones sobre el derecho penal que hubiera debido conducir a
determinadas conclusiones quedó de hecho desordenado y encubierto por una
práctica penal totalmente diferente que tuvo su propia elaboración teórica en el
siglo XIX, cuando se retomó la teoría del castigo, la criminología? ¿Cómo pudo
olvidarse la gran lección de Beccaria, relegada y finalmente oscurecida por una
práctica de la penalidad totalmente diferente basada en los comportamientos y
virtualidades individuales dirigida a corregir a los individuos? En mi opinión, el
origen de esto se encuentra en una práctica extra-penal. En Inglaterra los
grupos, para escapar al derecho penal, crearon para sí mismos unos
instrumentos de control que fueron finalmente confiscados por el poder central.
En Francia, donde la estructura del poder político era diferente, los instrumentos
estatales establecidos en el siglo XVII por el poder real para controlar a la
aristocracia, la burguesía y los rebeldes fueron empleados de abajo hacia arriba
por los grupos sociales.
Es entonces que se plantea la cuestión de saber por qué se da este movimiento
de grupos de control, la cuestión de saber a qué respondían estos grupos.
Hemos visto a qué necesidades originarias respondían pero, ¿por qué razón
tuvieron ese destino, por qué se desviaron, por qué el poder o quienes lo
detentaban retomaron estos mecanismos de control que estaban situados en el
nivel más bajo de la población?
Para comprender esto es preciso considerar un fenómeno importante: la nueva
forma que asume la producción. En el origen de este proceso que he venido
analizando está el hecho de que en la Inglaterra de finales del siglo XVIII —
mucho más que en Francia— se da una creciente inversión dirigida a acumular
un capital que no es ya pura y simplemente monetario. La riqueza de los siglos
XVI y XVII se componía esencialmente de fortuna o tierras, especie monetaria o,
eventualmente, letras de cambio que los individuos podían negociar. En el siglo
XVIII aparece una forma de riqueza que se invierte en un nuevo tipo de
materialidad que no es ya monetaria: mercancías, stocks, máquinas, oficinas,
materias primas, mercancías en tránsito y expedición. El nacimiento del
capitalismo, la transformación y aceleración de su proceso de asentamiento se
traducirá en este nuevo modo de invertir materialmente las fortunas.
Ahora bien,
estas fortunas compuestas de stocks, materias primas, objetos importados,
máquinas, oficinas, está directamente expuesta a la depredación. Los sectores
pobres de la población, gentes sin trabajo, tienen ahora una especie de contacto
directo, físico, con la riqueza. A finales del siglo XVIII el robo de los barcos, el
pillaje de almacenes y las depredaciones en las oficinas se hacen muy comunes
en Inglaterra, y justamente el gran problema del poder en esta época es
instaurar mecanismos de control que permitan la protección de esta nueva forma
material de la fortuna. Se comprende por qué el creador de la policía en
Inglaterra, Colquhoun, era un individuo que había comenzado siendo
comerciante y después encargado de organizar un sistema para vigilar las
mercaderías almacenadas en los docks de Londres para una compañía de
navegación. La policía de Londres nació de la necesidad de proteger los docks,
los almacenes y los depósitos. Esta es la primera razón, mucho más fuerte en
Inglaterra que en Francia, de la aparición de una necesidad absoluta de este
control. En otras palabras, a esto se debe que este control que funcionaba con
bases casi populares, fuese en determinado momento tomado desde arriba. La
segunda razón es que la propiedad rural, tanto en Francia como en Inglaterra,
cambiará igualmente de forma con la multiplicación de las pequeñas
propiedades como producto de la división y delimitación de las grandes
extensiones de tierras. Los espacios desiertos desaparecen a partir de esta
época y paulatinamente dejan de existir también las tierras sin cultivar y las
tierras comunes de las que todos pueden vivir; al dividirse y fragmentarse las
propiedades, los terrenos se cierran y los propietarios de estos terrenos se ven
expuestos a depredaciones. Sobre todo entre los franceses se dará una suerte
de idea fija: el temor al pillaje campesino, a la acción de los vagabundos y los
trabajadores agrícolas que, en la miseria, desocupados, viviendo como pueden,
roban caballos, frutas, legumbres, etc. Uno de los grandes problemas de la
Revolución Francesa fue el hacer que desapareciera este tipo de rapiñas
campesinas. Las grandes revueltas políticas de la segunda parte de la
Revolución Francesa en la Vendée y la Provenza fueron de algún modo el
resultado del malestar de los pequeños campesinos y trabajadores agrícolas que
no encontraban en este nuevo sistema de división de la propiedad, los medios
de existencia que poseían en el régimen de grandes latifundios.
En consecuencia, puede decirse que la nueva distribución espacial y social de la
riqueza industrial y agrícola hizo necesarios nuevos controles sociales a finales
del siglo XVIII.

Los nuevos sistemas de control social establecidos por el poder, la clase
industrial y propietaria, se tomaron de los controles de origen popular o
semipopular y se organizaron en una versión autoritaria y estatal.
A mi modo de ver, éste es el origen de la sociedad disciplinaria. En la próxima
conferencia intentaré explicar cómo ese movimiento, que apenas he esbozado,
se institucionalizó en el siglo XVIII y se convirtió en una forma de relación política
interna de la sociedad del siglo XIX.

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