La Gestalt, el self y la identidad

El self como órgano de contacto y en relación con la identidad.
El self es el órgano de contacto por excelencia, mientras que la identidad es algo que crece, que se desarrolla, que es capaz de transformarse, pero que también es capaz de rigidizarse, de estancarse, de entumecerse. La identidad es la totalidad de la persona, es aquello con lo cual nos identificamos, lo que sentimos que somos.
Cuando la identidad no es flexible y variable, cuando es rígida, estamos frente a una identidad neurótica, frente a una gestalt fija, frente a un comportamiento previsible. En este caso el self está al servicio de la neurosis y por lo tanto no permite realizar ni realiza contactos nuevos.
El self no es la identidad aunque guarda con respecto a esta una relación muy profunda. Un self rígido por ejemplo, impide una identidad variable, mientras que un self dinámico permite el desarrollo de una identidad flexible. O sea, que si mi self no varía, siempre habrá de mantener la misma distancia y esto llega a suceder en personas que han carecido de afecto y de contacto físico durante su primera infancia, lo cual hace que se sientan confusas, molestas, temerosas, invadidas, afectadas en su estructura de identidad cuando otro se les acerca o intenta contactarlos físicamente; temen el rechazo de y por el otro. En el fondo quieren establecer contacto pero sienten temor y se aislan como defensa.
Lo que nos permite el cambio y el crecimiento es que el self trascienda los límites de nuestra identidad. Ambos se han de condicionar mutuamente. El self es el que posibilita que mi identidad crezca a través del establecimiento de contactos nuevos.
Lo que se encuentra en la base de la génesis de una estructura neurótica es la reiteración de una situación que es siempre la misma (por ejemplo que a un niño siempre le griten o le peguen, o que sea sobreprotegido o sobremimado).
Cuando trabajamos con personas que tienen dificultad para distinguir entre su self y su identidad y los conducimos a establecer contacto con algo, en la medida en que no son capaces de digerir y asimilar, rechazan el contacto incrementando así sus resistencias y sus defensas.
El trabajo terapéutico estaría entonces dirigido a buscar flexibilizar al self más que a cambiar la forma de ser, al menos en principio. No debemos intentar cuestionar o amenazar la identidad de dicha persona porque ella no tiene la menor posibilidad de defenderse, de eliminar la angustia. Por ello trabajamos con la periferia, conduciéndola a realizar contactos poco a poco, en forma gradual.
Y así vamos trabajando en, con y sobre el self tocando en un mínimo la identidad de la persona, de manera que contacte con algo tolerable para su identidad. Dependiendo de la situación en particular y del momento de la misma es que la estrategia terapéutica será más o menos flexible y amplia.
Recordemos entonces que el contacto es igual a experienciar que es igual a lo nuevo y en la medida en que no puedo hacer contacto conmigo mismo, me impido el contacto con lo otro.
La separación entre self e identidad es algo variable a lo largo del transcurrir de la vida. Cuando llegamos a tener clara conciencia de nuestra identidad, podemos asumir el riesgo de una nueva experiencia. Toda situación nueva implica un riesgo y en ese momento nos experimentamos como solos y separados. Para experimentar el riesgo nos tenemos que poder aferrar a algo. Si no sentimos confianza en nosotros mismos no podemos arriesgarnos puesto que no tenemos la base de apoyo que nos permita dar el salto hacia lo desconocido. Y esto es algo que nadie puede hacer por nosotros.