GIRO AFECTIVO:

Fuente Intersecciones Psi (revista electrónica dela facultad de Psicología – UBA) Año 10 – Número 34- Marzo de 2020

La ciencia moderna relega a la emoción a un plano secundario en la construcción de la sociedad. Esto se da precisamente porque se trata de un acontecimiento que escapa a la razón, fenómeno de mayor interés para la época moderna (Gondim y Estramiana, 2009).

Según Juárez, plantear las emociones como irracionales, consecuencia de la modernidad, tiene como efecto la “despolitización de las emociones”. Se trata de un proceso por el cual los afectos, innominables por ser irracionales, son expulsados del campo del interés y la construcción social, ya que su manifestación, desde este punto de vista, es puramente individual y le corresponde su saber solo a su portador (Juárez, 2008). Waldenfels adhiere a esta posición, argumentando que todo aquello no enunciado como cualidad neutra y objetiva en el dominio del conocimiento, y que además no sirve a un fin en el dominio práctico, pasa a formar parte del dominio de los sentimientos, siendo estos estados privados del sujeto (Waldenfels, 2008). Este pensar olvida que la cognición no es lo único social. Como ejemplo de esto puede tomarse el funcionalismo, que, si bien prioriza la emoción como acción desencadenada tras y por la evaluación del evento, no considera que las personas evalúan sus emociones y sentimientos a la luz de los conocimientos que adquieren en los procesos de aprendizaje social (Holodynski y Friedlmeier, 2006).

Ahora bien, esta misma “irracionalidad” no se debería despreciar, sino que habría que otorgarle especial atención, ya que es el rasgo principal de la afectividad. Ella nos da la pauta sobre dónde ubicar las emociones dentro de la estructura humana: en la experiencia, ya que no deben menospreciarse por no poder ser limitadas al análisis racional. Waldenfels (2008), al hablar del sentimiento como phatos, arguye que este es algo que nos ocurre, que no sucede sin nuestra intervención, pero que, a su vez, supera nuestra acción al advenir y que, por ello, resulta en una experiencia que comienza por lo extraño, en un hacer y un hablar que son fundamentalmente responsivos, un pathos que no se posee, sino al que se está expuesto.

Así, las emociones son algo que, más que producirlas, nos acontecen. El ubicarlas en el campo de la experiencia tiene la doble consecuencia de que sean, así, elementos participantes tanto en la constitución histórica del sujeto como en la relación mantenida entre éste y su mundo. No se trata de fenómenos separados, sino recíprocos. Las emociones son entonces un componente mediador (determinante) de una cierta respuesta ante un estímulo situacional, por ser elementos que organicen la “estructura orgánica” del ser experimental, y viceversa. El pathos como experiencia (Waldenfels, 2008) es un desarrollo que no está anclado, ni en el mundo interior ni en el exterior.

En la transmisión cultural no solo se traspasan generacionalmente las explicaciones sobre el funcionamiento del mundo en tanto mundo natural, sino también como mundo moral, en el que las emociones son también categorías construidas socialmente, dado que cumplen con un determinado patrón social, con lugares y momentos predeterminados para su apropiada exposición (el teatro o el cine, una conversación íntima en un espacio propio) o represión (sin ir más lejos, el espacio público en general) (Juárez, 2008). En efecto, las emociones se originan en el curso de nuestras interacciones y juegan un importante papel en la construcción, mantenimiento y/o transformación del orden social (Gondim y Estramiana, 2009).

En este sentido, la perspectiva sociocultural propone que además de cumplir la función biológica de adaptación de la especie, las emociones adaptan externamente a un medio cultural, ya que son construidas en las interacciones sociales e influenciadas por dicho contexto (Holodynski y Friedlmeier, 2006). El construccionismo social adhiere en su base a esta última perspectiva ya que, aunando concepciones antropológicas, filosóficas, sociológicas y psicológicas, plantea que las emociones y sentimientos son construidos socialmente ya que nadie experimenta una emoción hasta que aprende a interpretar la situación en términos de patrones morales, sociales y culturales (Gondim y Estramiana, 2009). Además, resulta relevante remarcar que el construccionismo social, a diferencia de otras perspectivas, permite atacar la problemática del lenguaje en las emociones, punto en el que la cuestión se complejiza, ya que el lenguaje posibilita el falsear la autenticidad de las emociones, rasgo sumamente único en ellas, separando lenguaje y verdad, y, derivadamente, afectividad y cognición (Juárez, 2008).

De este modo, estas investigaciones se encuentran marcadas por una tendencia interdisciplinaria e integracionista: la complejidad de las emociones exige superar los límites reduccionistas. En este sentido, el presente artículo, busca contribuir al análisis del rol interpersonal de las emociones en tanto constructoras de la identidad del sujeto tanto como de la identidad de los colectivos sociales.

Esta modalidad de análisis resulta meritoria, ya que porta ventajas interesantes por sobre los análisis individuales de las formas en las que un sujeto está constituido: antes que nada, si se plantea el análisis de la afectividad desde una perspectiva individual, con las emociones en el interior del sujeto, se cae en los laberintos de desconocer su origen al ser imposible su análisis directo porque la única técnica restante en este caso es la introspección (Juárez, 2008). En cambio, hay más certeza cuando se las observa como hechos en una cadena de sucesos en la construcción de la interacción social, condicionada por el lenguaje, ya que, como dice Gergen (2007), no puede estudiarse la cultura sin estar inmerso en ella. En segundo lugar, de proponer el análisis restringido al individuo, se ubica en segundo plano la explicitación de las configuraciones a través de las que el sistema en el que este se halla inmerso lo moldea y constituye. Por último, esta modalidad de pensamiento puede llevar a conceptualizaciones de la sociedad contemporánea como las de Bauman (1996), que exponen que la posmodernidad implica que el significado y el comportamiento de la agencia del sujeto no son determinados por su ambiente, sino solo posibilitados (el ambiente solo sistematiza en la constitución del self mediante las elecciones en el oficio de vida).

En definitiva, la futilidad en el intento de alcanzar una elucidación sobre la naturaleza de las emociones bajo los presupuestos del individualismo compele a atacar la problemática desde una perspectiva que permita lidiar con la cuestión real donde se presenta: en la configuración de una subjetividad encarnada en el marco del mundo intersubjetivo que habita. Gergen afirma que, en el estudio social de las emociones, “más que restablecer la tradición modernista de la verdad objetiva, se promueve la discusión hacia formas de reconceptualizar el problema” (Gergen, 2007, pp. 255). Para esto es necesario, como dice Scribano (2012), poner de relieve la importancia del cuerpo, no solo en tanto constructor de experiencias y posibilitador de las emociones, y por ende inseparable de ellas, sino en cuanto objeto común a todos los miembros de una sociedad politizada, factor crucial en el análisis social de la afectividad: Si intentamos encontrar un denominador común para el problema de la heterogeneidad de las manifestaciones de las emociones como experiencias responsivas, ese es el cuerpo, porque hace posible poner en acto la estructura social dominante, que, en última instancia, deriva del concepto vigente que se tenga de ese cuerpo.

Autor: psicopsi

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