Historia de la psicología: PSICOLOGÍA, CRIMINOLOGÍA Y DEGENERACIÓN EN ARGENTINA (J. Ingenieros)

Historia de la psicología: PSICOLOGÍA, CRIMINOLOGÍA Y DEGENERACIÓN EN ARGENTINA (J. Ingenieros)

Talak, Ana María (UBACyT. Universidad de Buenos Aires)

RESUMEN
Los últimos años del siglo XIX y las dos primeras décadas del
siglo XX marcaron un período de surgimiento y conformación
de los estudios criminológicos en Argentina, y de la consolidación
del lugar que ocupó la medicina y la psicología en esta
nueva concepción del delito. En este trabajo, analizaré el lugar
que ocupó la categoría de degeneración en los primeros desarrollos
teóricos de la criminología argentina concebida como
una psicopatología interpretada desde la medicina. Más específicamente,
examinaré los usos de la categoría de degeneración
en las explicaciones de la delincuencia de un destacado
criminólogo argentino, José Ingenieros, y los modelos biológicos
y psicológicos que se articularon en esas explicaciones.
Palabras clave: Criminología Argentina Degeneración Ingenieros

«Algunas personas nunca cambian».
Los Edukadores (2005).
En 1902 José Ingenieros anunciaba una nueva criminología
como psicopatología del delincuente, y acentuaba la diferencia
de esta propuesta argentina con respecto de los desarrollos
europeos, de la escuela italiana y de la escuela francesa. Durante
los últimos años del siglo XIX y las dos primeras décadas
del siglo XX surgieron y se conformaron los estudios criminológicos
en Argentina, a la vez que se consolidó el lugar que
ocupó la medicina y la psicología en esta nueva concepción
del delito. En este trabajo, analizaré el lugar que ocupó la categoría
de degeneración en los primeros desarrollos teóricos
de la criminología argentina concebida como una psicopatología
interpretada desde la medicina. Más específicamente, examinaré
los usos de la categoría de degeneración en las explicaciones
de la delincuencia de dos destacados criminólogos
argentinos, José Ingenieros y Francisco de Veyga, los modelos
biológicos y psicológicos que se articularon en esas explicaciones,
y las tensiones entre la herencia, lo modificable y lo
inmodificable que surgían en esos planteos. El tema más básico
que subyace a estos desarrollos, entonces, es el de la posibilidad
de cambio y transformación del ser humano y sus conductas,
tema siempre presente en el horizonte de discusión
sobre las conductas desviadas y antisociales.
El desarrollo de la noción de castigo civilizado en Argentina,
monopolizado por el estado y que evitara las torturas y el sufrimiento
físico, debe verse en relación con las transformaciones
que se produjeron en las sociedades occidentales, principalmente
entre los siglos XVI y XVIII (Morris y Rothman 1995;
Foucault 1976). Los castigos corporales y el espectáculo público
del sufrimiento, frecuentes en la primera modernidad clásica,
disminuyeron a fines del siglo XVIII. Se produjo una lenta
transformación de las sensibilidades colectivas.
A principios del siglo XX en Argentina, la prisión volvió a ocupar
un lugar central en las discusiones de políticos, hombres
de ciencia y la prensa, a partir de la percepción del aumento del
crimen urbano. Sin embargo, varias investigaciones (Blackwelder
1995) muestran que el aumento del crimen formaba parte de la
situación que atravesaban varias ciudades latinoamericanas
que estaban recibiendo un flujo inmigratorio significativo y vivían
un aumento demográfico considerable. Los temas relacionados
con el aumento del crimen deben verse entonces en
relación a otros componentes de la misma situación: problemas
de vivienda precaria y hacinamiento, problemas de urbanización,
composición extranjera de casi la mitad de la población,
inestabilidad laboral de un porcentaje significativo de la
población trabajadora, problemas sanitarios, puestos en evidencia
en la epidemia de 1871, aumento de los prostíbulos y
transformación de Buenos Aries en uno de los principales centros
de trata de blancas. Es en este contexto que las evaluaciones
hechas por los hombres de ciencia, los políticos, los
policías, manifestaban una gran preocupación por el descontrol
y el desorden urbano, que parecían ser inherentes a la rápida
modernización que estaba viviendo Buenos Aires. La
nueva criminología de principios del siglo XX, utilizó los procedimientos
de control social como parte del dispositivo de producción
de conocimientos científicos sobre los delincuentes: la
acumulación de información sobre los delincuentes (a través
de galerías de fotos, de datos antropométricos y huellas digitales)
o los sospechosos de serlo o de ser amigos de delincuentes delimitaban
las redes sociales de la mala vida, de los lunfardos,
de las profesiones sospechosas (Scarzanella 2003;
Caimari 2004). Estos procedimientos muestran la extensión de
la mirada médica hacia los problemas de carácter social, representados
también a través del modelo del organismo y de
la enfermedad contagiosa. Los líderes del higienismo se presentaban
como los profesionales idóneos para enfrentar los
problemas asociados a la «cuestión social» (Zimmermann1995;
Suriano 2000; Ruggiero 2004): aumento de la delincuencia y la
prostitución, de la marginalidad y la pobreza, problemas de
vivienda y hacinamiento, y más tarde también, los conflictos
obreros, asociados a ideas anarquistas y socialistas. El higienismo
formó parte entonces de un discurso sobre el progreso
y la civilización, que intentaba implementar una política de
construcción del Estado y la nacionalidad «desde arriba». Las
medidas preventivas y disciplinadoras propuestas, se ocupaban
tanto de lo técnico como de lo moral, mostrando una continuidad
entre medicina y política, que asociaba la salud física
y moral a las características permanentes de la nación (Vezzetti
1985). La medicina ligada al estado proponía sus intervenciones
como una tarea nacional, fundando a su vez la intervención
estatal sobre la marginalidad, visibilizada en diferentes
formas de desorden público. Dentro de este marco de pensamiento
fueron abordados ciertos temas sociales y políticos, en
términos de la degeneración producto o causa de ciertas costumbres
sociales viciosas (como el alcoholismo), de la delincuencia,
de la mezcla de razas, de las ideas anarquistas, etc.
El estudio científico de los problemas del delito que impulsaba
la nueva criminología en Argentina, iba más allá de la perspectiva
decimonónica del «castigo civilizado», que sustentaba el
Código Penal vigente en la Argentina (del año 1887), y se apoyaba
en los supuestos de racionalidad, responsabilidad y libertad
de acción del delincuente. Ahora, en cambio, se trataba de
explicar la combinación de determinaciones sociales y psicobiológicas
que lo habían conducido a cometer el delito. Esta
explicación determinista se centraba en el delincuente más
que en el delito. El conocimiento preciso de las causas en cada
delincuente permitiría una prevención concebida como un tratamiento
fundamentalmente psicoterapéutico. Las ideas centrales
de esa nueva disciplina fueron: la defensa social, la peligrosidad
y la degeneración. Se plantearon también las nociones
de semirresponsabilidad y de patologías que no implicaban
alienación (modificaciones introducidas ya por las revisiones
neoclásicas).
Ingenieros separaba a los delincuentes y la clínica criminológica
de los alienados y la clínica psiquiátrica. Sin embargo, consideraba
que esas dos ramas de la clínica provenían de un
tronco común: la degeneración. Según Ingenieros, ni los factores
endógenos y ni los factores exógenos podían explicar por
sí solos el delito. Retomó la analogía usada por Lacassagne
del delincuente con el microbio:
El microbio (el delincuente) es un elemento sin importancia si
no encuentra el caldo de cultura (ambiente social); pero, con
toda razón, pudo Ferri hacer notar que ningún caldo de cultura
es capaz de engendrar microbios por generación espontánea.
(Ingenieros 1953: 82)
Aún las peores condiciones del medio social, necesitaban actuar
sobre un carácter o estado psicológico especial para conducir
al individuo al delito. Las anomalías psíquicas eran previas.
Este concepto muestra cómo se concebía el papel del
medio social en la constitución de lo humano: en última instancia,
favorecía o perjudicaba el desarrollo del individuo, de lo
que éste ya tenía previamente. El caldo (el ambiente social) no
podía generar por sí mismo los microbios (los delincuentes).
No había una concepción de construcción social de la personalidad,
de las conductas.
Luego de la epidemia de fiebre amarilla en 1871, que sacudió
Buenos Aires, y consolidó el triunfo de la higiene en sus fines
preventivos y disciplinadores, vinculada a los temas del progreso
y la civilización, los desarrollos de la bacteriología moderna
consolidaron el enfoque biologista y monocausal de la
enfermedad (Armus 2000: 514-515). En la década de 1880, se
habían descubierto los agentes de la fiebre tifoidea, la difteria,
el cólera y la tuberculosis. El modelo del microorganismo y el
caldo se transfirió no solo a todo el campo de las enfermedades
físicas, sino también a la explicación de los conflictos sociales,
entendidos como patologías, en el marco de la nueva
ideología urbana.
Este esquema que reconocía factores exógenos y endógenos,
pero se centraban particularmente en el aporte de la psicopatología
individual, menos aún podía abocarse a comprender el
papel de la desigual distribución de los bienes en la población
como determinante de que en ciertos grupos aparezca una
mayor proporción de delitos que en otros. Según Ingenieros,
mientras más importante era el factor endógeno, menos participación
tenía el factor exógeno (como en el loco moral, el
delincuente loco, el impulsivo sin inhibición), y viceversa (como
en el delincuente ocasional, el hambriento, el ebrio, el emocionado).
Según los casos predominaban unos u otros, pero
siempre estaban presentes los dos tipos de factores. Aún así,
la base estaba en la perturbación de la actividad psicológica,
que modificaba la conducta social. Esa anormalidad era la que
construía la predisposición a delinquir (el microbio, según la
analogía), que podía manifestarse como: a) deficiencia del
sentido moral, b) como trastorno intelectual que le impedía juzgar
el acto delictivo según la ética del medio social, o bien, c)
como resistencia insuficiente al impulso que lo llevaba a cometer
el acto antisocial (Ingenieros 1953: 76-84).
Este conocimiento pretendidamente neutro de los actos delictivos,
naturalizaba cierta valoración de lo bueno y lo malo, y a
su vez, desde una mirada médica, se había extendido hacia
toda la vida urbana desde la consolidación del higienismo, y
tendía a evaluar clínicamente las conductas sociales, considerando
normal lo que se adaptaba al orden vigente (orden leído
como el que se había impuesto en la lucha por la existencia,
por lo tanto, natural, y bueno) y anormal a toda conducta que
no lo respetara. A su vez, desde la mirada psicopatológica
apoyada en la biología evolucionista, en la medicina higienista
y en la psicofisiología del sistema nervioso, toda patología, social
y psicológica, era interpretada en términos de disfunción
que debía tener una base orgánica. La fisiología del sistema
nervioso y la herencia de funcionamientos adquiridos se convirtieron
en los dos pilares para reinterpretar la categoría de
degeneración.
La degeneración aludía a una peligrosidad que, más allá de
los perjuicios reales ocasionados por la criminalidad, amenazaba
a la especie o a la raza misma. Se trataba de un delito
natural en tanto factor de la propagación de la anormalidad.
Todos los delitos, en la concepción de Ingenieros, suponían
una degeneración en los individuos que los cometían (los microbios),
y por consiguiente, una infracción en la que se mezclaban
dos reinos, el natural y el jurídico, ambos presentes a
su vez en la constitución de lo humano.
Según Foucault, la construcción de una teoría general de la
degeneración como marco teórico durante la segunda mitad
del siglo XIX, a partir del libro de Augustin Morel (Traité des
dégénérescenses, intellectuelles et morales de l’espèce
humaine 1857), sirvió de justificación social y moral de todas
las técnicas de identificación, clasificación e intervención sobre
los anormales, y, junto con el desarrollo de toda una red de
instituciones en los límites de la medicina y la justicia, conformaron
un sistema de ayuda para los anormales y de defensa
de la sociedad. La noción misma de degeneración mezclaba
ambos ámbitos, natural y moral. La degeneración como transmisión
hereditaria del mal en forma acumulativa, se proyectaba
hacia lo social, como representación de la peste que había
que parar. Desde concepciones eugenésicas se pretendía intervenir
en la dirección inexorable de la herencia, pero, a la
vez, el intento de identificar las posibilidades de la educabilidad
hasta sus últimos confines, dentro de la anormalidad misma, muestra la clara conciencia de la potencialidad de la intervención
educadora y que la herencia no tenía la última palabra.
La creencia en la herencia de modificaciones adquiridas, y, por
lo tanto, de una degeneración adquirida, fundamentaba las intervenciones
correctoras y profilácticas.
El concepto de degeneración fue sumamente usado por los
criminólogos argentinos. Recogía la línea lombrosiana, de
asociar delincuencia con degeneración y la idea generalizada
en la escuela italiana de que la delincuencia suponía una anomalía
en el delincuente (la metáfora del microbio). No obstante,
el papel del medio social resultaba determinante para el
curso de la anomalía, ya que este factor podía evitar que la
anomalía se manifestara como delincuencia, podía reforzar
tendencias más benéficas del sujeto (prevención) o bien corregir
la anomalía ya manifestada (terapia, educación correctora).
También podía iniciar un proceso de degeneración (degeneración
adquirida) que luego podría transmitirse hereditariamente.
Las nuevas teorías de la herencia, que negaban esta herencia
de ciertos caracteres adquiridos, por ejemplo la de
Weismann, iban muy en contra de la idea contraria tan arraigada,
y terminó primando más el viejo prejuicio (De Veyga 1905).
Sin embargo, el concepto de degeneración se siguió usando
en el ámbito criminológico, a veces superpuesto con otros modelos
explicativos, incluso hasta fines de la década de 1930,
cuando comenzaron a predominar los enfoques que se centraban
en los condicionamientos sociales, dentro del movimiento
de higiene mental, como puede observarse en artículos de la
Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal.
La nueva criminología argentina trataba entonces de construir
una nueva representación de la criminalidad, ya no basada en
principios racionales abstractos o formales, sino transformando
a esta en un objeto de estudio de la ciencia natural y social.
El fin político claramente subordinaba el interés epistemológico.
Se trataba de promover un nuevo conocimiento sobre la
delincuencia como fenómeno urbano y social, dentro de una
concepción que naturalizaba las relaciones sociales mismas y
medía los fenómenos sociales en términos de normalidad y
patología que la mirada médica producía y confirmaba a la
vez. El intento de comprender el determinismo y la peligrosidad
del sujeto para la sociedad indagaba la posibilidad de
cambio y de readaptación social, a la vez que creaba ciertas
condiciones que limitaban o hacían posible ese anhelado cambio.
En última instancia, se trataba de buscar el cambio en el
otro, en el antisocial, no en los aspectos de la sociedad que
producen sus propias disfunciones.

BIBLIOGRAFÍA
Armus, D. (2000), «El descubrimiento de la enfermedad como problema
social», en Mirta Zaida Lobato (dir.), El Progreso, la modernización y sus
límites (1880-1916), Buenos Aires, Sudamericana, pp. 514-515.
Blackwelder, J. K. (1990), «Urbanization, Crime, and Policing. Buenos Aires,
1880-1914″, Lyman Jonson (comp.), The Problem of Order in Changing
Societies. Essays on Crime and Policing in Argentina and Uruguay,
Albuquerque, University of New Mexico Press.
Caimari, L. (2004), Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la
Argentina, 1880-1955, Buenos Aires, Siglo XXI.
Foucault, M. (1989), Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos Aires,
Siglo XXI.
Ingenieros, J. (1953), Criminología, Buenos Aires, Ed. Hemisferio. [Reproduce
la 6ta edición definitiva, de 1916.]
Ingenieros, J. (1902), «Valor de la psicopatología en la antropología criminal»,
Archivos de Criminología, Medicina Legal y Psiquiatría, I, pp. 1-11.
Morris, N. y Rothman, D. (comps.) (1995), The Oxford History of the Prison.
The Practice of Punishment in Western Society, Nueva York, Oxford University
Press.
Pick, D. (1996), Faces of degeneration. A European Disorder, c.1848-c.1918,
Cambridge, Cambridge University Press.
Ruggiero. K. (2004), Modernity in the Flesh. Medicine, Law, and Society in
Turn-of-the Century Argentina, Stanford, Stanford University Press.
Scarzanella, E. (2003), Ni gringos ni indios. Inmigracióna, criminalidad y
racismo en Argentina, 1890-1940, Bernal, Universidad Nacional de
Quilmes.
Suriano, J. (comp.) (2000). La cuestión social en Argentina, 1870-1943,
Buenos Aires, La Colmena.
Veyga, F. de (1905), «De la regeneración como ley opuesta a la degeneración
mórbida», Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, Buenos
Aires, tomo IV, pp. 31-44.
Vezzetti, H. (1985), La locura en la Argentina, Buenos Aires, Paidós.
Zimmermann, E. (1995), Los liberales reformistas. La cuestión social en la
Argentina, 1890-1916, Buenos Aires, Sudamericana-UdeSA.