K. Horney. La personalidad neurótica de nuestro tiempo: Fundamentos de la personalidad neurótica de nuestro tiempo

FUNDAMENTOS DE LA «PERSONALIDAD NEURÓTICA DE NUESTRO TIEMPO»
Como nuestro interés reside principalmente en las maneras en que la
neurosis afecta la personalidad, el campo de nuestra investigación habrá
de quedar limitado en dos sentidos. En primer lugar, hay neurosis que
pueden darse en individuos cuya personalidad se halla intacta o
inalterada en lo restante, produciéndose a título de meras reacciones
frente muna situación exterior plena de conflictos. Después de haber
examinado la naturaleza de ciertos procesos psíquicos fundamentales,
retomaremos estas simples neurosis de situación y expondremos
brevemente su estructura (11). Mas ahora no son éstas las que nos
importan ante todo, pues no traducen una personalidad neurótica, sino
sólo una momentánea falta de adaptación respecto a determinadas
situaciones dificultosas. Al hablar de neurosis nos referimos a las
neurosis de carácter, es decir, a aquellas condiciones que, si bien
pueden presentar un cuadro sintomático exactamente igual al de las
neurosis situacionales, contienen también el trastorno básico de la
deformación del carácter (12). Resultan de un insidioso proceso crónico que
por lo general comienza en la infancia y llega a afectar, con mayor o
menor intensidad, sectores más o menos amplios de la personalidad.
Superficialmente considerada, también una neurosis de carácter puede
resultar de una situación actual de conflicto, pero el minucioso registro de
los antecedentes podrá demostrar que existían rasgos anormales del
carácter mucho antes de que surgiera la situación con- . flictual; que la
dificultad momentánea a su vez obedece en gran medida a trastornos
personales preexistentes y, por fin, que el individuó reacciona en forma
neurótica a una situación vital que no entrañaría el menor conflicto para
una persona sana. La situación revela rheramente la presencia de una
neurosis que puede haber existido desde algún tiempo.
En segundo lugar, no nos interesa tanto el cuadro sintomático de las
neurosis, cuanto, predominantemente, los mismos trastornos del
carácter, pues las deformaciones de la personalidad constituyen el fondo
permanente de las neurosis, mientras que los síntomas, en el sentido
clínico, podrán variar o aun faltar por completo. También desde el punto
de vista cultural la formación del carácter tiene mayor importancia que
los síntomas, dado que es aquél y no éstos lo que determina la conducta
humana. Al ahondar el conocimiento de la estructura de las neurosis y al
comprender que la cura de un síntoma no significa por fuerza la
desaparición de la neurosis, los psicoanalistas han ido desplazando en
general su atención, para fijarla más en las deformaciones del carácter
que en los síntomas. En sentido figurado, cabría decir que los síntomas
neuróticos no constituyen el propio volcán, sino antes bien sus
erupciones, mientras que el conflicto patógeno, como el volcán, se
encuentra profundamente oculto en el individuo, a tal punto que este mismo lo desconoce.
Sentadas estas restricciones, procede plantear la cuestión de si los
neuróticos de hoy tienen en común rasgos tan esenciales como para
permitirnos hablar de una «personalidad neurótica de nuestro tiempo».
En cuanto a las deformaciones del carácter que acompañan los diversos
tipos de neurosis, nos atraen más sus discrepancias que sus similitudes;
así, el carácter histérico es decididamente distinto del carácter
compulsivo. Sin embargo, las diferencias llamativas radican en los
mecanismos o, en términos más generales, en el modo de manifestarse
y de resolverse ambos trastornos. Un ejemplo de ello es la importancia
de la proyección en el tipo histérico, frente a la intelectualización de los
conflictos en el tipo obsesivo. En cambio, las semejanzas a que aludimos
no conciernen a las manifestaciones o a los mecanismos de su
producción, sino al contenido del propio conflicto. Con mayor exactitud,
diremos que esas similitudes no se refieren tanto a las experiencias que
han impuesto genéticamente el trastorno, sino a los conflictos actuales
que mueven a la personalidad.
Para conocer las fuerzas motivadoras y sus múltiples ramificaciones es
preciso adoptar una suposición previa. Freud, y con él la mayoría de los
analistas, señalan que la finalidad del análisis queda cumplida al
descubrir las raíces sexuales (por ejemplo, las zonas erógenas
específicas) de un impulso, o bien el tipo infantil de reacción que se
considera como modelo reproducido por aquel impulso., Aunque también
nosotros sostenemos que no es posible penetrar totalmente una neurosis
sin remontarse hasta sus raíces infantiles, creemos, por otra parte, que
aplicando en forma unilateral el criterio genético, más que esclarecerse,
el problema se confunde, pues dicho criterio induce a menospreciar las
tendencias inconscientes actuales, sus funciones y sus interacciones con
otras tendencias presentes, como los impulsos, los temores y las
medidas de protección. La comprensión genética sólo es útil en tanto
contribuya a la comprensión funcional.
Partiendo de está hipótesis, al analizara personas de los más diversos
tipos que sufrían las más distintas neurosis, difiriendo también en edad,
temperamento e intereses y procediendo de diferentes capas sociales,
siempre comprobamos idénticos contenidos en sus conflictos dinámicos
centrales, e interrelaciones esencialmente semejantes en todos (13).
Nuestras experiencias en la práctica psicoanalítica han sido confirmadas
por la observación de personas ajenas a ésta y de los personajes
literarios más corrientes. Si privamos a los problemas recurrentes que
afligen a los neuróticos del carácter fantástico y abstruso que suelen
tener, no podemos dejar de advertir que sólo en intensidad discrepan de
los problemas que afectan a todo ser normal de nuestra cultura. En
nuestra inmensa mayoría, nos vemos obligados a luchar con problemas
de competencia, con temores al fracaso, con el aislamiento emocional, la
desconfianza del prójimo y de nosotros mismos, para no mencionar sino
unas pocas de las múltiples dificultades que puede presentar una neurosis.
La circunstancia de que, en términos generales, la mayoría de los
individuos de una cultura afronta idénticos problemas, nos impone la
conclusión de que éstos son creados por las condiciones específicas de
vida que reinan en aquélla. Además, el hecho de que las fuerzas
motivadoras y los conflictos de otras culturas sean distintos de los que
presenta la nuestra, nos permite colegir que tales problemas no son
inherentes a la «naturaleza humana».
Así, al hablar de una personalidad neurótica de nuestro tiempo no sólo
queremos decir que existen neuróticos con peculiaridades esenciales
comunes a todos ellos, sino también que estas similitudes básicas son,
esencialmente, producto de las dificultades que reinan. en nuestro
tiempo y en nuestra cultura. Señalaremos luego, y hasta donde nuestros
conocimierrtos sociológicos lo consientan, qué dificultades de nuestra
cultura son responsables de los conflictos psíquicos que padecemos. La
validez de nuestra hipótesis acerca de la relación entre cultura y neurosis
habrá de ser verificada por la labor común de antropólogos y psiquiatras.
Los psiquiatras deberían estudiar las neurosis tal como se presentan en
culturas determinadas, pero no únicamente según los criterios formales
de su frecuencia, su gravedad o su tipo, sino, en especial, desde el punto
de vista de cuáles son sus conflictos básicos subyacentes. En cuanto al
antropólogo, estudiará la misma cultura desde el punto de vista de los
trastornos psíquicos que su estructura peculiar suscita en el individuo. La
mentada similitud de los conflictos básicos se expresa, entre otras
formas, por la semejanza de las actitudes humanas accesibles aun a la
observación superficial. Por ésta entendemos todo cuanto un buen observador
puede descubrir sin necesidad de apelar a los recursos de la
técnica psicoanalítica; es decir, por medio de la contemplación de las
personas más familiares, como él mismo, sus amigos, los miembros de
su familia o sus colegas de profesión. Desde luego, revisaremos
brevemente las observaciones más habituales.
Las actitudes así observables pueden clasificarse a grandes rasgos de
esta manera: primero, actitudes frente al’dar y recibir cariño; segundo,
actitudes frente a la valoración de sí mismo; tercero, actitudes frente al
problema de la autoafirmación; cuarto, la agresividad; quinto, la
sexualidad.
En cuanto a las primeras, uno de los rasgos predominantes de los
neuróticos de nuestro tiempo es su excesiva dependencia de la aprobación
o del cariño del prójimo. Todos deseamos ser queridos y sentirnos
apreciados, pero en los neuróticos la dependencia del afecto o de
la aprobación resulta desmesurada si se la coteja con la importancia real
que los demás le conceden en su existencia. Si bien todos queremos
gustar a las personas que nos agradan, los neuróticos están presos de
un afán indiscriminado de estima o afecto, independientemente de su
interés por la persona respectiva o de la trascendencia que adjudican a
su opinión. -En la mayoría de los casos no se dan cuenta de estos
insaciables anhelos, pero los traducen en la sensibilidad con que
reaccionan al no obtener la ansiada atención. Así, por ejemplo, pueden
sentirse heridos por el mero hecho de que alguien no acepte sus
invitaciones o deje pasar algún tiempo sin hablarles por teléfono, o aun si
sólo disiente con ellos en alguna opinión: tal hipersensibilidad es
susceptible de ocultarse, empero, bajo una actitud de «iqué me importa!».
Además existe una notable contradicción entre su deseo de recíbir cariño
y su propia capacidad de sentirlo o de ofrecerlo. Su desmesurada
exigencia de respeto a sus propios requerimientos puede unirse a una
falta no menos cabal de consideración por los demás. Esta discordancia
no siempre se manifiesta superficialmente, pues, por el contrario, el
neurótico puede mostrarse en exceso amable y afanoso de ayudar a
todo el mundo, advirtiéndose entonces inmediatamente que actúa bajo
compulsión, y no por espontáneo calor afectivo.
La inseguridad interior, expresada en esta dependencia de los demás,
constituye el segundo rasgo que llama la atención al observar aun
ligeramente al neurótico. Jamás faltan en él los característicos
sentimientos de inferioridad y de inadecuación, que pueden manifestarse
en una serie de formas tal como la idea de incompetencia, de estupidez,
de fealdad, etc, y que podrán subsistir aunque no posean ningún
fundamento en la realidad. Las ideas acerca de la propia estupidez son
susceptibles de aparecer hasta en personas de extraordinaria
inteligencia; las de fealdad, inclusive en la más bella de las mujeres.
Estos sentimientos de minusvalía pueden mostrarse abiertamente en la
superficie, bajo la forma de lamentaciones o preocupaciones, o bien los
pretendidos defectos ser aceptados como hechos inconmovibles,
respecto de los cuales no valdría la pena malgastar el menor
pensamiento. Por el contrario, también es dable que estén encubiertos
por inclinaciones compensadoras al autoelogio, por una propensión
compulsiva a alardear, a fin de impresionar tanto a uno mismo como a
los demás con toda suerte de atributos que confieren prestigio en
nuestra cultura: dinero, posesión de cuadros antiguos, muebles raros,
mujeres, vinculaciones con personajes, viajes o conocimientos
superiores. Es posible que una u otra de estas tendencias ocupe el
primer plano, mas en el común de los casos no se podrá dejar de percibir
agudamente la presencia de ambas.
El tercer grupo de actitudes, las que atañen a la autoafirmación, implica
inhibiciones manifiestas. Por autoafirmación entendemos el acto de
imponerse o de imponer las propias pretensiones, aplicando esta idea
sin ninguna connotación que indique un excesivo afán de avasallar. En
este sentido, los neuróticos revelan una amplia serie de inhibiciones. En
efecto, están inhibidos para expresar sus deseos o para pedir algo, para
hacer cualquier cosa en su propio interés, para expresar opiniones o
críticas justificadas, dar órdenes, seleccionar las personas con quienes
desean relacionarse, establecer nexos, con los demás, y así
sucesivamente. También presentan inhibiciones frente a lo que cabría
llamar «imposición de sí mismo», pues suelen ser incapaces de
defenderse contra los ataques ajenos o de decir «no» . cuando no están
dispuestos a acatar los deseos extraños, como, por ejemplo, los de una
vendedora que pretende hacerles comprar lo.que no necesitan, los deuna
persona que los invita, o los de una mujer u hombre que trata de
tentarlos eróticamente: Poseen, por fin; inhibiciones de saber lo que en
verdad quieren: dificultades para adoptar decisiones, para formarse
opiniones y atreverse a expresar deseos que sólo incumben al beneficio
personal. Necesitan encubrir tales deseos bajo ciertos rótulos que los
disfracen, como un amigo nuestro que en sus cuentas personales incluía
el cinematógrafo bajo «educación» y las bebidas alcohólicas en el rubro
«salud». En este último grupo tiene singular importancia la incapacidad
de establecer planes (14), ya se refieran a un simple viaje o a la vida entera:
los neuróticos se dejan llevar cual si flotaran en una corriente, inclusive
tratándose de importantes decisiones -por ejemplo, las de la vida
profesional o el matrimonio-, en lugar de tener nítidos conceptos acerca
de lo que ambicionan en su existencia. Son arrastrados exclusivamente
por ciertos temores neuróticos, como vemos en las personas que
acumulan dinero por miedo a la pobreza o que se lanzan a continuos e
incesantes amoríos por temor a dedicarse a un trabajo constructivo.
En el cuarto grupo de dificultades, el relativo a la agresividad, incluimos
aquellos actos que, a diferencia de los autoafirmativos, se dirigen
evidentemente contra alguien, expresando una conducta de ataque,
ofensa, intrusión o cualquier otra disposición hostil. Los trastornos de
esta índole se manifiestan de dos maneras por completo distintas. Una
de ellas es la propensión a ser agresivo, dominador y sobremanera
exigente; a mandar, engañar o criticar. En ocasiones, las personas
sometidas a tales actitudes advierten su agresividad, pero con mayor
frecuencia no se percatan de ella y están subjetivamente convencidas de
que, por el contrario, no son sino sinceras, o no hacen más que expresar
una opinión, o aun que son muy modestas en sus demandas, pese a ser
éstas en realidad ofensivas y presuntuosas. En otras, tales trastornos se
acusan de una manera precisamente opuesta, comprobándose una
actitud superficial de sentirse con facilidad engañado, dominado,
despreciado, tiranizado o humillado. Además, la generalidad de estas
personas no se da cuenta de que sólo se trata de su propia actitud; más
bien están amargamente persuadidas de que todo el mundo se ensaña
con ellas tratando de embaucarlas.
Las peculiaridades del quinto tipo, las de la esfera sexual, pueden
clasificarse en forma somera como deseos compulsivos de tener actividades
sexuales, o bien como inhibiciones frente a éstas. Tales inhibiciones
son susceptibles de manifestarse en cualquiera dé las etapas
conducentes a la satisfacción sexual, expresándose ya ante la mera
aproximación de alguna persona del sexo opuesto, en el galanteo, en las
propias funciones sexuales o en el goce que éstas proporcionan
normalmente. Todas las particularidades descriptas en los grupos
precedentes se traducen asimismo en las actitudes sexuales.
Podríamos extendernos mucho más en la caracterización de las
mencionadas actitudes, pero ya tendremos ocasión de volver a ellas y,
por otra parte, sería poco oportuno delinearlas con mayor detalle, dado
que a esta altura sólo muy poco ganaríamos en su comprensión. En
efecto, a fin de comprenderlas mejor hemos de considerar, previamente,
los procesos dinámicos que las generan, pues una vez conocidos éstos
advertiremos que todas esas actitudes, por incoherentes que parezcan,
se hallan estructuralmente relacionadas entre sí.

Notas:
11- Las neurosis de situación coinciden, en términos generales, con las que J. H. Schultz ha
denominado Exogene Fremdneurósen (Exoneurosis).
12- Franz Alexander propuso adoptar el término neurosis de carácter para aquellas en las
que faltan los síntomas clínicos. No creemos que tal término esté justificado, pues la
presencia o ausencia de síntomas suele, carecer de significación para determinar la
naturaleza de una neurosis.
13- Destacar estas similitudes no significa en modo alguno despreciar los esfuerzos
científicos tendientes a discernir tipos especiales de neurosis. Por el contrario, estamos
plenamente convencidos de que la psicopatología ha logrado notables progresos al
demarcar los cuadros circunscritos de los trastornos psíquicos, su génesis; su estructura
particular y sus manifestaciones peculiares.
14- En su obra Schicksal und Neurose (Destino y neurosis), Schultz-Hencke ha sido uno de
los pocos psicoanalistas que prestó debida consideración a este punto tan significativo.

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