HUMOR PSY: Los analistas que bancan

HUMOR PSY: Los analistas que bancan

Por Rudy

I
Quizás haya llegado el momento de hablar de la economía libidinal.
Es posible que los lectores recuerden los inicios del año 2002, cuando la economía argentina, sin ser un bebé de la etapa del fort-da, vivía, sin embargo, en un corralito.
Podríamos decir que el sistema de aquellos tiempos era verdaderamente perverso-polimorfo, ya que había:
• Voyeurismo: uno podía ir al banco y ver cuánta plata tenía, pero no llevársela.
• Exhibicionismo: la gente mostraba sus pesares y desgracias como nunca antes, a quien quisiera escucharlos, en todos
lados: léase bancos, plazas, calles.
• Sadismo: ¿qué otra cosa es si no “quien puso dólares, recibirá dólares” o “estamos condenados al éxito”?
• Fetichismo: la gente solía satisfacer sus deseos mediante unos extraños objetos de papel a los que llamaba “patacones”.
• Masoquismo: ¿hace falta explicar lo que nos estaban haciendo los bancos?
• Sodomía. Ídem.
Eran tiempos en que los argentinos solo podíamos usar nuestro dinero a través de transferencias bancarias.
Recuerdo una tarde, llego a mi sesión de psicoanálisis y mi analista de entonces me dice: “¡te aviso que me llegó tu transferencia!”¿Hice mal en sonreír? ¿No era como para sentirme orgulloso? ¿Confundí el diván con el banco?
No lo sé.
Pero quiero hoy, como manera de ser útil a la sociedad, explicarles a los jóvenes el vínculo profundo que hay entre la economía y el psicoanálisis, porque quizás Freud nunca escribió “Inhibición, síntoma y angustia, ¡todos por 5,99!”, “Bancarización del narcisismo”, “El hombre de los plazos fijos” o “Embargan a un niño”. Porque quizás Melanie Klein no distinguió entre “el cheque bueno y el cheque malo”. Porque quizás Lacan nunca escribió “Vengo del banquero”.
Por eso, estos apuntes.

II
Una situación cotidiana en la clínica psicoanalítica: el paciente deposita en su analista cierto poder, con la secreta esperanza de retirarlo en un lapso razonable y que ese poder haya devengado suculentos intereses.
Si esto ocurre, es posible que el paciente deposite cada vez más y más poder, con la ilusión inconsciente de ser, al cabo de un tiempo, él también más poderoso.
Y al mismo tiempo, el goce: “ si mi analista es poderoso, es porque yo le otorgué esa posibilidad”. Esta humilde —aunque de lejos parezca lujosa— ilusión es la base de muchos tratamientos y, en esos casos, se habla de “pequeños y medianos pacientes”, generalmente “neurotributistas”.
Que no se engañen los agentes de la D.G.INC: son psicontribuyentes que no pueden sostenerse solos. No deben cobrarles el “impuesto a los síntomas personales”. Si los analistas no los subsidian libidinalmente, los pierden, y la atención queda limitada a los “grandes neuróticos”, quienes en general prefieren exportar sus síntomas.
Si el analista renuncia a ese “lugar del supuesto poder”, si no lo sostienen, si no le dan cierto interés, el pequeño paciente, para no frustrarse, efectuará una transferencia hacia otro analista que le asegure una tasa de satisfacción mayor; aunque la garantía, ya lo sabemos, no sea otra cosa que un delirio.
O sea, que un analista que sugestiona a sus pacientes con promesas podrá ser depositario del poder imaginario. Parafraseando a los franceses, digamos: “poder es dar lo que no se tiene a quien no lo es…” y también “trois trains peuvent être très bien”, frase que sin duda trabará la lengua, tanto del paciente como del analista.
Peor aún será la situación del paciente que luego de mucho tiempo de tratamiento se entere de que “del poder que había depositado, no queda nada”, por culpa de la crisis, la depresión o la recesión psi que lleva a una producción de lapsus, sueños y depositaba el poder en algún analista extranjero!”.
Para evitar tanta frustración, quizás haya que preguntarse por qué un paciente deposita el poder en su analista. Lo que suele ocurrir, es que el neurótico le atribuya al Otro lo que a él mismo le falta: “Si no lo tengo yo, lo debe tener usted, que ocupa un lugar de Supuesto Saber”, y esas dos “S” son también las iniciales de Superman, Sigmund, Skywalker, Songokú, Superyó y Schwarzenegger, personajes sin duda asociados a la fuerza (sobre todo el tercero).
No es casual que el vulgo haya tachado la “p” inicial y hable de “Sicoanalista” —nuevamente la poderosa “S” inicial— y, siguiendo con esta línea, que el peso argentino tenga una S tachada, lo que significa una pérdida de su poder.
El analista es entonces una especie de He-man, de Mujer Maravilla, de Super-ello, capaz de derrotar a “Darth Vader un Die Mater”, al Acertijo (símbolo de las neurosis, si los hay), al Edipo, la fobia, la histeria y todos los que se vengan, gracias a su Superescucha, su Batiatención Flotante y Ultrapercepción, sin salir de su Freudicueva.
El psicoanalista puede ser entonces el sujeto poderoso que sujeta poderosamente al paciente para que éste no escape, o bien, revelarse en su condición de sujeto marcado por la falta, más cerca de Clark Kent, o de cajero con pocos fondos al que hay que avisarle si uno quiere retirar plata, que de Dios, Michelle Pfeiffer, Maradona, Freud o Román Riquelme.
Uno tiende a adjudicarle al analista el poder de curar: “Yo no puedo, pero él puede”, o como diríase en inglés: “I can not, but he can, La can”.