Humor Psi: Nuevos casos de psicoanálisis de pareja (Rudy)

Humor Psy: Nuevos casos de psicoanálisis de pareja (Rudy)

Nuevos casos de psicoanálisis de pareja (Rudy)

Un caso de pareja

Por el Prof. Dr. Karl Psíquembaum (*)

(*) Miembro fundador de Buffet Freud, grupo de psicoanalistas ficticios creado por Rudy.

No suelo tomar parejas en análisis. Pero la cuñada de un vecino de un amigo compañero de trabajo de un ex compañero de estudios de mi hermano me solicitó que tomara en tratamiento a su cuñada y a su concuñado. ¿Y como decirle que no a una cuñada de un vecino de un amigo compañero de trabajo de un ex compañero de estudios de mi hermano, que quiere ver mejor a su cuñada? De modo que acepté tener una entrevista con ellos.

Vinieron juntos, lo que era esperable tratándose de una pareja, pero no dejó de sorprenderme, ya que rara vez una pareja hace algo que consideremos esperable.  Les solicité que tomaran asiento, y así lo hicieron. Cada uno tomó un asiento diferente, lo que me pareció un principio de entendimiento, entre ambos. Era una pareja de mediana edad.

—Bueno, ¿qué los trae por aquí?—  atiné a preguntarles.

—Él —dijo ella—. No me desea como antes, no se despierta extasiado pensando en mí, ni me llama desde el baño para decirme que me quiere, ni se acuerda cuando cumplimos 230 semanas de casados, ni me dice “de todas las mujeres del mundo, la única con la quiero pasar todos los minutos de mi vida es con vos”.

Lo miré a él.

—Ella es insoportable, doctor, me llama “bichi”, “cuchicuchi”, “chichulo”, “puchuchu”, “pistulín mio” en medio de una reunión de trabajo, o de consorcio, o  reunión familiar en la que están presentes tíos lejanos y sobrinos adolescentes que luego no se cansan de cargarme. Siento que pierdo mi identidad para pasar a llamarme con un montón de nombres que se escriben con “ch”. Además quiere que estemos juntos todo el tiempo. Si voy al baño solo, se pone a llorar y me dice “no me querés llevar, vos no me querés como antes”. Incluso quiere que la llame por teléfono para decirle “te quiero”, ¡aunque estemos en la misma habitación! Cada vez que tenemos relaciones sexuales, quiere que la llame por su nombre. Le molesta horriblemente si le pido que se disfrace de Sofía Loren y me hable en italiano, o si miro a otra mujer y digo que me gustaría acostarme con ella.

—¿Usted le dice a su mujer que le gustaría acostarse con otra?

—En realidad no, doctor, pero cualquier cosa que yo haga, desde silbar, mirar, o respirar, ella lo toma como que me quiero acostar con otra. Incluso si le digo: “No me interesa acostarme con ninguna mujer”, ella me dice: “Ves, conmigo tampoco”, y si le digo “no me interesa acostarme con ninguna mujer que nos seas vos”, me dice “¿y con un hombre, con un caracol, con un libro, con un zapato, con una computadora?

—¿Cómo son las relaciones sexuales?

Ella saltó:

—Cortísimas, doctor, cortísimas, apenas duran una hora… no como mi amiga  Luisa, que según me cuenta, puede estar cuatro horas seguidas

—¿Teniendo relaciones sexuales?

—Bueno… más o menos, hablando por teléfono conmigo acerca de lo

mal que la tratan los hombres, que es lo más cercano que le pasa a tener relaciones sexuales.

—Pero entonces también usted estaría teniendo relaciones con ella.

El hombre asiente en silencio, la mujer responde enseguida.

—Ay, no doctor, yo no soy lesbiana, pero él…¡no me desea como antes! Cuando nos conocimos, ardía por mí…

—Sí, estaba re caliente— admitió él. Pero bueno, eso se me pasó luego,  ¿acaso no es normal que eso pase?

—Sí —admití—, la rutina suele acallar el deseo. ¿Cuándo sintió usted que empezó a estar menos deseoso de ella?

—Después de que nos acostamos, doctor. Aunque debo reconocer que la segunda vez todavía le tenía ganas. Ahora de la cuarta vez en adelante, reconozco que me gusta imaginarme que ella es otra mujer.

—Sos una… una… un…—comenzó ella.

—Un varón —le dije—. Estas cosas suelen pasar cuando no hay creatividad. O no se la ejerce. En lugar de imaginar que ella es otra mujer, usted podría explorar qué aspectos de ella aún no conoce, y quizás le resulten atractivos, o al menos interesantes.

—Lo intenté, doctor, pero ella insistía en que fuera “por adelante”.

—No me refería necesariamente a esos aspectos.

—¡No entiendo!

—¿Ve doctor, ve doctor?, —saltó ella — no entiende, nunca entiende, nunca me escucha, nunca sabe lo que quiero.

—¿Usted se lo dice?

—No doctor, ¿cómo le voy a decir lo que quiero? ¡quién se cree que soy! ¡Él es varón, él tiene que saber qué es lo que yo quiero aunque yo no se lo diga, aunque yo no lo sepa!

—Doctor, yo ni siquiera sé lo que quiero yo…

—¡Es que yo no te pido que sepas lo que querés vos, no soy tan exigente, solamente te pido que sepas lo que quiero yo…Es más, ni siquiera te voy a pedir que hagas lo que yo quiero. Me conformaría que hicieras lo que queremos nosotros.

—¿Y cómo voy a saber lo que queremos nosotros?

—No sé, vos sos varón, deberías saberlo… ¿cómo vas a seducir a una mujer si no sabés lo que quiere? ¡Mirá, yo sí sé lo que querés vos!

—¿Y eso qué vendría a ser? —pregunté.

—¡Lo que quieren todos los hombres!

-¿Y eso qué vendría a ser?

—¿Eso? ¡Usted lo dijo…! ¡Eso! Todos los hombres sólo piensan en eso!

—Bueno —decidí intervenir—, usted supone que todos los hombres quieren acostarse con usted…

—Ojalá, doctor, ojalá —dijo ella—. No quieren acostarse conmigo, quieren acostarse con una mujer, que puedo ser yo, o cualquier otra. Hoy se acuestan con una, mañana con otra, ¡les dan lo mismo todas!

—Discúlpeme  —intervine—, pero no entiendo. Si a un hombre le diera lo mismo acostarse con una mujer o con otra, ¿para qué iba a intentar acostarse con una diferente, si ya tiene una que, según su teoría, es igual? Yo diría que si un hombre quiere acostarse con una mujer diferente es porque, justamente, “no le da lo mismo”.

—¡Porque usted también es varón, y los varones son todos iguales!

—Ahora es usted a quien parece que le da lo mismo, digo, si piensa que todos los varones somos iguales, le daría lo mismo estar con uno o con otro.

—¡Doctor, usted no entiende a las mujeres!

—Mucho me temo que tenga usted razón —acepté—, ¿podría usted ayudarme?

Eso pareció calmarla.

—Mire doctor, la diferencia entre un hombre y una mujer es matemática, ¡es la diferencia entre un “menos uno” y un “cero”!

—¡Se volvió usted lacaniana!

—No, sigo siendo heterosexual. Mire, es simple: los hombres creen que “todas las mujeres son iguales”, mientras que muchas mujeres creemos que “todos los hombres son iguales…menos uno”.

—¡Y se pasan la vida tratando de elegir a ese ”menos uno”!

—No doctor, nos pasamos la vida esperando que ese “menos uno” nos elija a nosotras.

—¡Y nunca las elige!

—Si, doctor, pero ese es el peor de todos los problemas.

—¿Por qué, por qué?

—Porque “nos” elige a “nosotras” y lo que yo quiero es que “me” elija, a mí.

—¡Dos a cero, dos a cero! —gritó él de pronto.

—¿Quéééé? —dijimos ella y yo, al unísono.

—Uy, perdón, me quedé dormido, y soñé que mi equipo ganaba dos a cero.

Los despedí. Sentí que no tenía sentido continuar. Que ellos podían seguir de esa manera mucho tiempo. No me refiero a horas, sino a décadas.