Identidad, dominación y resistencia

El presente ensayo nos habla de la «Identidad». Pero, lejos de circunscribirse tan sólo a esta Forma y a su desarrollo – que sería como estar dispuestos a razonar sólo desde lo ya «dado», en materia de lo «visible»-, intenta ir más allá de la mera reflexión, para adoptar un pensamiento que le es propio y que no ha de reconocerse en la soberanía de lo «posible»; sino, más bien, en el plano inmanente de una actitud filosófica, de un pensamiento crítico y creativo que, más que buscar fundarse en algún reconocimiento interno, se sitúa en la exterioridad – ni «visible» ni «invisible»- del acontecimiento; llamando con todas sus fuerzas a este pueblo que «falta», que no está , que requiere «ser inventado» y que, lejos de descansar en la forma soberana de lo «idéntico», está en constante mutación y contagio, corriendo el peligro de ser capturado por este Orden mayoritario, y, sin embargo, yendo siempre más allá de su dominio.

2. Identidad y devenir.
En nuestro país, sobre todo a lo largo de estos últimos veinte años, la cuestión de la «Identidad» se ha convertido en algo recurrente. Esta recurrencia, lejos de manifestarse como Verdad de una «Identidad» posible, expresa, en su repetición, la ausencia total de Origen en que esta «Identidad» pudiera ser alcanzada como «lo aquello mismo», como Verdad inmutable. Pero a todo esto debemos sumarle algo muy importante, y es que este fenómeno nos enseña también como el «comienzo, es decir, la Procedencia y la Emergencia en que este regusto moral por lo «Idéntico» se ha afianzado en nuestro país creando un régimen despótico; y qué es aquello que hasta ahora no ha podido ser significado del todo bajo esta Ficción.
Es en los momentos de profundas crisis donde la preocupación por la «Identidad» aparece con mayor fuerza. Y, sospechosamente, esta preocupación nunca «comienza» en el pueblo, sino a partir del llamado al Orden proveniente de los gobernantes, o de unas fuerzas que, ya instaladas en lugares de poder, capturan el «descontento popular» desde la implementación de un saber que les es propio. En seguida se oyen las voces: «Estamos en medio del caos. Nuestra «Identidad» peligra. Nuestra soberanía está en juego. debemos librar la ‘Gran Guerra’ contra el brutal enemigo; pero, sobre todo, contra aquel enemigo interno que amenaza con desviarnos de nuestro deber sagrado, haciéndonos renegar de nuestro más alto Origen». Y se promete que luego de esta «Guerra», vendrá la «Paz» que pondrá fin a tanto desorden. Pero tal «Paz» nunca llega. Y comienzan a ser juzgados los traidores, los desertores, los malintencionados. Mientras tanto, el que esta «Paz» nunca llegue, ni la crisis -todavía existente- son tenidos en cuenta. Para ese entonces la Guerra habrá engendrado suficiente violencia para asegurar el dominio.
Afortunadamente, podemos decir con Séneca «Nunca duraron los poderes violentos». Aunque, desafortunadamente, nuestro mundo abunde en ejemplos de este tipo. – Nuestro caso no es ajeno al de los demás países en los que la violencia se juega de modo más o menos parecido (hablamos aquí, es cierto, de los regímenes de gobierno totalitarios o dictatoriales, pero también de nuestras democracias: «¿Qué socialdemocracia no ha dado la orden de disparar cuando la miseria sale de su territorio o gueto?» (1) ), bástenos por ahora con retener aquello sucedido en nuestro país durante estos últimos veinte años-
Sospechosamente, decíamos – y esta no es una buena palabra -, el clamor por la «Identidad», por el Orden, por la soberanía y la toma de consciencia, aparecen en aquellos momentos en que la inconsistencia de tales fatuidades se hace evidente. entonces surgen estas aspiraciones que, desde el Universal democrático o el Absoluto totalitario, suponen la absorción de lo «sensible» -del pueblo- y la eliminación de lo múltiple -como poder subversivo, como antipoder- para que la regencia de lo «idéntico» quede garantizada; el dominio, momentáneamente establecido. Pero antes, durante, y después, el combate continúa, ya que esta forzada cohesión que es la «Identidad», es inseparable de él. Ella misma es este combate. Siempre que esta «Identidad» quiere ser conservada, siempre que se apunta a la constitución de un Sujeto, con toda su forzada interioridad soberana, es que todas las posibilidades de creación, de mutación, de proliferación y de contagio, toda metamorfosis, toda polimorfía, han querido ser capturadas por un Todo-finito, un conjunto cerrado que no las incluye; es que el devenir-revolucionario del pueblo está siendo sojuzgado; aquél pueblo que, paradójicamente, no está, que falta, que requiere ser constantemente inventado, y por ello, que no está dotado de «Identidad»o «interioridad» algunas, excepto si éstas son ficcionadas por unas fuerzas que han de llevar su plan inmanente al fracaso.
Pero qué queremos decir con aquello de: «El pueblo es lo que falta.» Y por qué «Requiere ser constantemente inventado». Gilles Deleuze nos dice -cito de memoria- «Cuando llega el colonizador, el pueblo se transforma en un devenir…el pueblo es lo que no está, lo que falta, lo que requiere ser constantemente inventado».(2) Y en otro texto: «El arte y la filosofía se unen en este punto, la constitución de un pueblo y una tierra que faltan en tanto que correlato de la creación…este pueblo y esta tierra no se encontrarán en nuestras democracias»(3) . El pueblo es una inmensa minoría, no importa, en realidad, su número en los censos, su cantidad. Lo mayoritario es contrario al pueblo. Lo mayoritario es la dominación. Esta minoría lo convierte en «devenir», marca su diferencia irreductible, diferencia «cualitativa»o de «naturaleza»; aunque muchas veces se vea arrastrado por el curso de lo mayoritario, o necesite de ello, de algún modo, para sobrevivir; o sea «detenido» por el presente inmóvil de lo «idéntico». «El pueblo es lo que falta», retengamos un poco más esta afirmación para oír lo que tiene para decirnos.
El tiempo de la dominación es el presente inmóvil de la trascendencia. desde allí, fija los «afectos», detiene el movimiento, nuetraliza la potencia propia del devenir. El pueblo, por el contrario, pertenece al acontecimiento, devenir que divide todo presente en pasado-futuro, vaciándolo de toda Representación y Coherencia. devenir inseparable de una relación indivisible de potencia-acto que efectúa el movimiento que libera los «afectos»del yugo de la Representación. Este potencial-afectivo, introduce las mutaciones, los desplazamientos, las inversiones que trastocan y quiebran el Orden forzado de lo «idéntico». Contrariamente a este plano de trascendencia , de organización y desarrollo, que soporta y en el cual es soportada toda «Identidad, todo «Sujeto«; procede por contagio, un «contagio de inmanencia» en un plano de inmanencia o de consistencia que no deja de agrandarse, que prolifera (4). Ahora bien, siguiendo esta teoría deleuzeana de este modo de constitución inmanente, de este plano de inmanencia o de consistencia que el acontecimiento produce, y el cual no deja de producir el acontecimiento; este plan debe fallar (5), pero fallar en dos sentidos: Uno que llamaremos «positivo» o «posibilitador», y otro que lla maremos «negativo», significante o de captura. comencemos, pues, por el rasgo positivo: este plan tiene forzosamente que fallar, es decir, no llegar a constituir la «Forma», la «Identidad» que arruinarían, que detendrían su devenir; sino, más bien, proceder por disyunciones, por determinaciones que no excluyan lo que conllevan de indeterminado, -que, para decirlo con Nietzsche: «No desagüen en un ‘Ser’ «.- sino que den lugar a las metamorfosis propias del devenir. Por otro lado, existe este otro rasgo que hace poco mencionábamos y que constituye la neutralización de su potencia creadora. Esto ocurre cuando este plano de inmanencia, con sus diferencias de velocidad, de movimiento y reposo, con su poder de afectar y de ser afectado, con sus relaciones características de composición y naturaleza, es cortado por un plano de trascendencia, y significado en una «Identidad». Pero pese a esto -y, volviendo a citar a Nietzsche, podemos decir que todo surge «pese a algo»- el fracaso de este plan no puede ser total. Pues como dijimos un poco más arriba, esta «Identidad»es inseparable del combate al que su cohesión la obliga.
Nosotros tenemos, a partir del acontecimiento que nos envuelve, la posibilidad de comprender, no en ejemplos prefabricados, sino en nosotros mismos, a partir de nosotros mismos, cómo es que esta «Identidad» soberana es ficcionada sobre el devenir del pueblo, formando un régimen indiscriminado de dominación y exterminio, y cómo es que el acontecimiento de la invención del pueblo requiere prestar atención al devenir que le es propio, y no al tiempo forzado de la «Identidad»soberana.

3. La desgracia, lo intolerable. «Bien sabemos que, cuando un hombre muere cerca de nosotros, aunque fuese el ser más insignificante, en ese instante es para nosotros lo Otro para siempre» (Maurice Blanchot)

Hoy más que nunca podemos oír, sobre todo en los medios de comunicación, pero también en cualquier Habla mayoritaria, el discurso de los torturadores que – unos absurdamente «legitimados» bajo la figura del arrepentimiento, otros no-arrepentidos; ambos amparados por las leyes de la democracia- nos relata minuciosamente cada una de las torturas a las que fueron reducidas cada una de las víctimas.
La instauración de este relato oscurantista tiene, por lo menos, dos sentidos posibles. El primero es que, de este modo, el gobierno democrático mantiene su Orden y Coherencia. Y los mantiene de dos modos: Uno, mostrando lo que «sucede» cuando la Coherencia interna del Estado es quebrada por un desorden proveniente de los «disconformes», de los «sediciosos». Otro, equiparando las víctimas a los verdugos -diciendo, ya en lugar de Dios: «El que no está conmigo, está contra mí».- ; sosteniendo la teoría fascista de la «Guerra entre dos bandos». o de «los dos demonios» -a la que la «paz» del Orden vendría a poner fin-; comenzando por la figura del «sospechoso», emblemática para la semiología de su forma jurídica.
El otro sentido, es el de acallar un habla minoritaria, tapar la «desgracia», dándole la falsa seguridad de una soberanía todavía más falsa, intentando recomponer la identidad irrecomponible de las víctimas; sellando la grieta que este acontecimiento ha hecho en la historia de nuestro país. Y esto también de dos modos: Uno, desde la universalidad del derecho: «Todos somos iguales ante la Ley, víctimas y verdugos, explotados y explotadores». «No hay más Habla que la de la Ley, pues la Ley es sobre todo justa e imparcial y la verdad de su Forma es Universal e inobjetable, apelable sólo dentro de las normas que en ella están comprendidas». Otro, reenviando el acontecimiento hacia un pasado que lo dejaría indeterminado: «Hemos olvidado nuestras reencillas , hemos recompuesto nuestra perdida «Identidad», tenemos derechos, somos soberanos ¿Quién sino un subversivo, un «enemigo de la libertad», querría que viviéramos épocas pasadas? ¡Vivamos el presente en pos de un futuro mejor, de la recomposición del ‘Ser’ Nacional ! «.
Esta hipótesis de «Guerra entre dos bandos», este paso de víctima a sospechoso y de sospechoso a verdugo, da cuenta de la forma totalizante del discurso de lo «Idéntico»: Discurso que no admite la posibilidad de lo diverso; negación del habla en función de un discurso-Único, del exterminio del habla; Imposición del mutismo, supresión del habla por el Habla que, sin embargo, es perforada por la presencia de esta ausencia radical, del habla excluída.
El torturador es el Sujeto de un predicado Absoluto, pero la víctima es el objeto inconstituíble que tal predicado no agota sin que algo se retire en su ausencia-presencia infinita. El torturador, que puede privarme de ser «Yo»; el «YO»Supremo del torturador, que me convierte en objeto de su tortura; La «Omnipotencia»del torturador, su obra Absoluta; son dueños de lo «posible». Pero en el instante en que mi «Identidad»es suprimida por su «Poder-poderoso»; en el instante en que mi confesión es requerida; nada puede contra aquél «imposible»que se desprende y que el torturador quisiera tornar «Ego»: En el instante en que mi vida es arrancada, en el instante en que «Yo» soy retirado de la existencia; nada, ningún Poder puede consumar tal retiro: «Yo»muero en tanto que «yo», pero, en mi muerte, no dejo de morir; ahora y siempre: Mi ausencia, mi retiro, se repiten en el inagotable acontecimiento de mi muerte. Pareciera como si, en aquél movimiento de la muerte, momento de la muerte «impersonal», tiempo sin presente del que se desprende el acontecimiento, todo poder se vaciara; y mi impotencia impidiera así la completud de lo «posible»; ligándome a ese destino de desaparición que arranca de lo «posible» lo «imposible», el acontecimiento. Terrible paradoja. Pues esto no significa mi «victoria»: para ello sería necesario que «yo»en tanto que «yo» tomase lugar; pero desde el momento en el que se produce el desgarramiento, en el que me veo despojado por su poder-poderoso, en el momento en el que soy víctima, y sin embargo lo «Otro», este poder me ha sido retirado irremediablemente. -Más quisiera el torturador que traicionase el habla, que en el Habla que espera, mi «Identidad» este como jugada, arruinando toda posibilidad en que este habla-otra surja. Pero lo intolerable, lejos de poder ser tan sólo, irrupción, de estar ligado a mi desaparición como «hecho», es repetición y desdoblamiento.
Lo intolerable es aquello ante lo cual nos vemos privados de reaccionar -el desbordamiento- el instante en que toda «Identidad» es suprimida, todo poder de decir «Yo», abolido. Ningún Poder, ningún derecho,han de alcanzar lo intolerable, pues lo intolerable, lejos de poder ser alcanzado, de ser inalcanzable, es lo «ineludible». No podemos ser los «Observadores desinteresados» de este acontecimiento -nuestra vergüenza nos lo impide- . Somos, de algún modo, el cuerpo en el que este acontecimiento se ha encarnado. Y debemos por ello mismo convertirnos en el agente de su transmutación. Esto no ha de lograrse desde el Orden de lo establecido, y no debemos, por lo tanto, dar crédito de lo que allí proviene. Pues no sólo ha de engañarnos a cerca de las cosas que pasan y su sentido; sino que también , y sobre todo, nos inocula su veneno contra el acontecimiento.
Quienes sostienen la hipótesis de la «Guerra entre dos bandos», ignoran que lo que hubo allí fue una desmesurada concentración de poder mediante el ejercicio de una violencia inusitada contra la que unas fuerzas de no-dominación se vieron forzadas a resistir. Ocurre que el poder es heterogéneo, y tiende, por lo tanto, a desplegarse. Aún en los niveles más altos de concentración de poder, existen instancias de no-dominación, de resistencia, que impiden la formación de un poder Absoluto (que según queda dicho, no puede ser tal ). estas fuerzas proceden estratégicamente, jamás por enfrentamientos institucionalizados. No son «otro bando», pues no aspiran a la totalidad del poder, ni poseen la misma cualidad de poder que el Estado. Por otro lado, en tanto hubo para el poder «subversivos», es decir, un «desorden» tendiente a subvertir el Orden de lo Establecido, no es posible que haya habido «otro bando». ¿Qué guerra pudo haber existido cuando no ha habido enemigos sino «desaparecidos»? Esta hipótesis de Guerra se hace insostenible desde el momento en que el Orden, la «Identidad», sólo aparecen en el ejercicio de una violencia despótica contra todo aquello que se resiste a ser capturado, que no
posee la misma cualidad de poder, sino que se resiste al Poder, al presente lleno de lo «idéntico». Hay -desde lo idéntico- la construcción de un «otro bando» ficcionado sobre un asignificante irreductible a tal semiología fascista; convertido en pérdida, en desaparición y por lo tanto no pudiendo haber sido aún significado del todo como «par», como «contrario», como «poderoso». ¿Qué guerra ha tenido lugar en el no-lugar de la desaparición? Ninguna , sólo la «desaparición», la «desgracia», lo ïntolerable».
De todos lados emerge – sin tener lugar alguno- este acontecimiento que se repite y nos aspira, que día a día encarnamos, aunque no queramos, pues ya está «entre» nosotros; que es negado por la presunta «continuidad»de un poder despótico -que está llegando a su fin-. Este acontecimiento que nos impide ser «Yo», ser «únicos»e «idénticos»; que nos hace el «otro», lo Otro para nosotros mismos; este acontecimiento en su efectuación ineludible, nos habla de la «necesidad» de una transmutación en la que ya , no como «Ego», no desde la soberanía de un presunto Origen o «Identidad»; sino desde el acontecimiento mismo, provoquemos la contraefectuación en la que más allá de nosotros mismos seamos, nosotros mismos, el acontecimiento; y la posibilidad de un porvenir más libre.

4. Conclusión: a cerca de la creación de nuevos modos de existencia. Más allá de toda propedéutica o arte adivinatoria, podemos, siguiendo el hilo del acontecimiento, aventurarnos sobre la posibilidad de un porvenir más libre. Experiencias como el movimiento de los «Sin tierra»o el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, nos hablan a las claras de que algo distinto está surgiendo; de que de nada sirven las nociones de «Identidad» o soberanía, repletas como están de universalismos y absolutos. Seguramente, estas experiencias de las que hablamos, como tantas otras, hallen en un plano de Organización -plano trascendente del que más arriba hemos dicho- su supervivencia. Pero no es a este proyecto trascendente al que pertenecen ni en el que nacen o se encuentran, sino que despliegan a través de sus prácticas , un contagio de inmanencia en un plan de inmanencia que prolifera en contacto con otras experiencias, y se expande creando nuevas experiencias, nuevas formas de resistencia , nuevos modos de existencia creadores.
En nuestro país, experiencias como estas están comenzando. Y debemos prestar mucha atención a lo que nos dicen, pues todas surgen, sin duda, del acontecimiento, y son -en tanto transmutadas en creación- el acontecimiento mismo. Agrupaciones como las Madres de plaza de Mayo, Las Abuelas.., H.I.J.O.S., etc, son ejemplos de lo que estamos diciendo. Y no sólo porque nos hablen de derechos humanos: «Los derechos del hombre son axiomas, pueden coexistir con otros axiomas en el mercado que los ignoran o los ponen en suspenso mucho más de lo que los contradicen»(6). Sino por ese contagio de inmanencia que introducen en nosotros y que el poder acusa de «peligroso» por no encontrarse en la lista de los derechos del hombre.
Ellos no se han dejado vencer por la nostalgia ni son el enunciado de una pérdida . Allí perdura el devenir de quienes murieron entreviendo la posibilidad de un porvenir más libre. Devenir que hoy reaparece para que nosotros, en otro contexto, bajo otra forma, retomemos. Este devenir-revolucionario que nada tiene que ver con la revolución, es nuestra única chance de crear , de ser libres, de resistir al presente. La destrucción es algo que debemos considerar adquirido; sólo resta llevarla hasta el final, transmutarla en creación, en devenir, en «diferencia».
Acontecimiento e inmanencia en la que como diría aquél viejo grafitti del Mayo francés: «La acción no debe ser una reacción sino una creación».

5. Epílogo: resistir al presente»Estamos ahora en la etapa en que podemos mirar nuestra actividad, no nuestra creación sino nuestra actividad, y decir que apesta. Es la ruina del mundo. Esta actividad de abeja, esta actividad sin sentido es a la que me resisto.» Henry Miller, «Mi vida y mi tiempo.»

«somos una esencia singular, un grado de potencia». (7)

La palabra resistencia, tan a menudo bastardeada por el instinto reaccionario de conservación, plantea la necesidad de poseer una visión más profunda respecto de lo que somos; es decir, del modo bajo el cual se expresa nuestra potencia. Esta visión crítica se manifiesta en la vía de un ejercicio concreto de pensamiento; ejercicio ya de por sí creativo, pues el acto de pensar actualiza esa potencia en la fundación de un ethos concerniente a un ejercicio deliberado de libertad en el plano concreto de las relaciones de poder. Será preciso entonces, atender a las condiciones de posibilidad que este acto crea, para refundar una política que se aplique a nuevos modos de existencia que amplíen nuestra potencia, acrecienten los espacios de libertad en que nos veamos impelidos a crear, en vez de experimentar nuestra relación con la vida desde el impoder y el resentimiento.
Resistir será desde entonces crear, no reaccionar , pues la reacción es el proceder de la impotencia que, carente de medios para gobernarse a sí misma, utiliza la fuerza contra todo aquello que surge en la vía de una posición activa y afirmativa desafiando todo lo establecido como orden inmutable y trascendente.

– Allí donde ya no hay resistencia: » Pensar, Crear, Resistir».- (8)

El tiempo de lo reaccionario es el presente inmóvil de la trascendencia ( Cronos ). Desde allí, fija los afectos, el fluido de la potencia, y neutraliza su poder. Despojada de lo que puede, la potencia se torna contra sí misma, despojada del acto, reacciona. En el presente inmóvil de la reacción, la cuestión ética se ve desplazada por la función restrictiva de la norma (moral) : quien no puede gobernarse a sí mismo necesita inventar la garantía de un orden trascendente, un juez desconocido que lo gobierne, no sólo a él, sino también, y sobre todo, a aquél que es capaz de gobernarse a sí mismo, el hombre libre. En el tiempo que corre, que es nuestro tiempo , las democracias modernas (nuestros gobiernos), apuntan seriamente a solventar este orden. Aunque no existan tal vez tan explícitamente leyes de Estado, el Mercado mundial las regula; la formación comunicativa del orden de lo privado y lo público ha ido tomando poco a poco la instancia libre de lo ético y lo político. Es éste un momento grave, y esta gravedad en la que nos reconocemos, es lo que nos desafía a inventar.

«Crear no es comunicar, si no resistir.» (9)
La invención, el pensamiento, surgen como acontecimiento. La fuerza de lo intempestivo quiebra el orden forzado de la trascendencia, y se efectúa de este modo en la historia como lo nuevo, es decir lo radicalmente otro, manifestación singular de una diferencia irreductible, multiplicidad no sometible al orden hegemónico del presente endurecido. Pero lo nuevo no es sin embargo la novedad, así como lo intempestivo no pertenece al tiempo de la historia. El tiempo del acontecimiento es el devenir, la tensión entre pasado y futuro sin presente, ( Aiôn ), en que lo nuevo parece vislumbrarse como la verdad eterna y sin embargo inmanente del acontecimiento. No basta con esperar el futuro como un presente mejor, risitir es dar a la acción la forma plástica de un porvenir más libre, en el tiempo transformador del devenir.
La creación no es comunicación, aunque existan tal vez en la comunicación formas medianamente creativas. La creación es transformación, no sólo expresión. Pertenece a la creación el poder transformador de la materia y el espíritu. Quien crea, se ve transformado en cuerpo y alma; y lo que expresa, lo que luego es comunicable, es tan sólo la anécdota de la que debe verse desprendido para volver a crear. La información lo llena todo y no deja lugar a la transformación, a la inversión del estado de cosas; pero la creación se hace paso inventando vacuolas de silencio a tanto ruido infernal.
El devenir revolucionario del pensamiento (sea éste filosófico, artístico, científico…) no tiene nada que ver con la revolución en sí misma, no está en el stalinismo, ni en la china comunista, ni el Estado posrevolucionario francés. El devenir revolucionario es el acto de resistir, no sólo a las causas exteriores que recortan nuestra potencia, sino a nuestra propia impotencia, que en la esfera de su impoder crea la farsa de la omnipontencia a la que diariamente cedemos. Nada de comunicación, sólo el intenso fluir del contagio de la libertad, que es la creación, podrá liberanos de tanta desgracia.
Resistir al presente no es reaccionar a lo dado del modo en que lo dado espera, sino hacer surgir de algún lado lo nuevo, lo interesante, lo inexplorado, de modo tal que algo cambie entre nosotros. Algo que hasta ahora mantenía oculto la fría rigidez de lo Uno aparece, somos nosotros mismos transformados. Nuestra propia creación es la creación de nosotros mismos en un proceso infinito de transformación, ramificación y contagio. A esto y no a otra cosa llamo yo resistir.

» Los más sutiles muestran y critican lo que puede haber de loco en las ideas que un pueblo se hace sobre su moral o que los hombres se hacen sobre cualquier moral humana (…)
y se creen que a partir de este hecho han criticado la propia moral «

( F. Nietzsche)

6. Notas:

1- Deleuze, Gilles – Guattari, Félix: ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, 1993
2- Deleuze, Gilles: La imagen-tiempo, estudios sobre cine2, !985, Paidós
3- Íb. 1
4- Deleuze, Gilles, en un artículo titulado: Spinoza y nosotros (conclusión del libro Spinoza, Filosofía práctica, ed. Tusquets) y en Mil mesetas, Deleuze, Gilles- Guattari, Félix, ed. Pre-Textos
establece un juego de palabras entre plano y plan, distinguiendo el «plano de inmanencia» o de «consistencia» o «plan inmanente» del «plano de trascendencia» de «Organización y desarrollo» o «Proyecto trascendente», por esto es que aquí juegan también de este modo estas palabras, esperamos haber dado alguna ide de que se trataba cada uno así es que no volveremos a explicarlo aquí.Para una mejor comprensión: Mil mesetas, Deleuze, Gilles- Guattari, Félix, ed. Pre-Textos y Deleuze, Gilles- Guattari, Félix: ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, 1993
5- Deleuze, Gilles – Guattari, Félix, citan a Cage: «lo propio del plan es que falle», este fallo no será en modo alguno una derrota, sino unas condiciones de posibilidad o una captura.
6- Deleuze, Gilles – Guattari, Félix: ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, 1993
7- Deleuze, Gilles: Spinoza, Filosofía práctica, ed. Tusquets
8- “Pensar, Crear, Resistir”, Gilles Deleuze es quien da cuenta de esta bellísima fórmula a lo largo de toda su obra. Ver: Geofilosofía, ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, 1993
9- Deleuze, Gilles: Conversaciones, ed. Pre-Textos, 1994