Identificación en la obra Freudiana

Identificación en la obra Freudiana

La identificación (Identifzzierung) es una de las categorías fundamentales de la teoría y la metapsicología freudianas. Según los momentos de desarrollo de la teoría y su articulación con otras categorías, su sentido sufrió modificaciones profundas. Sólo se lo puede entonces abordar en relación con otros términos: incorporación (Einverleibung), introyección (Introjektion), investidura (Besetzung) y posición (Einstellung) categoría menos conocida. Inicialmente se podría decir que las identificaciones son una lenta vacilación entre el «yo» [je] y el «otro», mientras que la identidad es la ilusión de un yo puro de toda relación de objeto. Al tomar del otro, no se corre el riesgo de dejar de ser uno mismo, lo que remite a lo opuesto de la introyección, que es la proyección, la negativa a reconocer una identidad de sentimientos o pensamientos entre uno mismo y el otro, o la expulsión hacia el otro de lo que no se reconoce en uno. Un primer aspecto del mecanismo de la identificación aparece propuesto en 1895 en Estudios sobre la histeria, con el caso de Elizabeth von R.; es el de la aptitud para tomar el lugar de otro. Elizabeth von R. «tornaba el lugar (ersetze) de un hijo y de un amigo» junto a su padre enfermo. Al tomar el lugar de un otro, al sustituir a un otro (Ersatz) por obediencia al padre que le asigna esa posición (Einstellung) psíquica imposible, Elizabeth von R. se ve llevada a la impotencia. No puede salir de ella (sie komme nicht von der Stelle), lo que en sentido propio significa que no puede abandonar ese lugar que le ha sido asignado y que hace imposible su identidad sexuada. En este nivel, la identificación es la capacidad para ocupar lugares y posiciones psíquicas diferentes. Un segundo aspecto de la identificación aparece en 1905, en Tres ensayos de teoría sexual. En el capítulo 2, la sección II trata de una primera organización sexual pregenital, un primer campo de erotización, la fase de la organización oral. Freud distingue dos funciones de la boca: -la función de succión, de sorber del pecho; -la función de chupeteo, función de erotización que, más allá de la succión, puede volverse autónoma para hacer de la boca una zona erógena, y por eso mismo, una zona histeró gena. En ese placer, que va más allá de las pulsiones de autoconservación, se elabora también el primer orificio. Esta abertura, este agujero en el cuerpo, permite comunicar el interior con el exterior, y por lo tanto incorporar fragmentos del mundo exterior para convertirlos en uno mismo. El primer modelo del desarrollo psíquico es el siguiente: el niño, en el marco de la omnipotencia infantil, puede en los momentos de apremio alimentario, convocar al pecho con sus gritos, precisamente con la ilusión de tener dominio sobre el otro, de modo que esté allí para su satisfacción. Y más tarde, en el proceso ulterior cuando surgen objetos permutables con el pecho, puede tener la ilusión de que la relación boca-pecho es una relación de plenitud. ¿Sujeto? El encuentro de dos fragmentos del cuerpo, el encuentro sujeto-objeto, se inscribe inicialmente en la psique como la auto constitución del sujeto en tanto que capacidad de prescindir del otro. El que prescinde del otro está precisamente en la lógica de la identidad y no del lado de un proceso permanente de identificación. La matriz del sujeto, la matriz del fantasma, es entonces un estado maníaco: la ilusión de que el encuentro de dos cuerpos puede constituir un solo aparato psíquico. Ahora bien, la relación madre-niño es inicialmente este estado maníaco. Al principio hay, de alguna manera, un solo aparato psíquico para dos cuerpos, la madre y el niño. Y son los mensajes que la madre dirige al infante [infans], lo que lo informa y al mismo tiempo prepara diferentes niveles de identidad. El primer nivel de identidad es la identidad del sí-mismo, es decir, ese primer momento de individuación y separación en el que se necesita una psique para cada cuerpo, separación que se realiza al mismo tiempo por un proceso de introyección. El cuidado y el pecho maternos, en tanto que funciones, se integran en el niño, puesto que forman parte de los mensajes que lo informan y lo forman. A nivel de la identidad del sí-mismo se encuentra la patología depresiva, marcada por la imposibilidad, permanente o intermitente, de componer el cuerpo, de informarlo de sí; si no es mediante fenómenos de adicción (drogas, alcoholismo, dependencia química) o de compulsión (hacer el vacío mediante la anorexia, por la imposibilidad de emplazar de manera diferente un proceso de comunicación entre el interior y el exterior). A esta identidad del sí-mismo la sucederá una identidad pensante. Por pensamiento hay que entender la actividad permanente de representación que es al mismo tiempo investidura de la realidad, trabajo de puesta en forma de una realidad exterior para que pueda ser, no incorporada, sino introyectada. Estamos cerca aquí de los problemas de identificación en plural, puesto que nos encontramos en el nivel de la introyección, introyección del mundo exterior, que permite reconocerlo, al mismo tiempo que investir progresivamente las diferentes zonas del territorio corporal, y elaborar una imagen del cuerpo marcada por esta diferenciación interior-exterior y por la elaboración de los orificios que justamente permiten, por su permanencia, hacer funcionar las introyecciones. Freud describió esta elaboración progresiva de la imagen del cuerpo en 1908, en su texto «Sobre las teorías sexuales infantiles». La propuesta aportada por ese artículo dice que el cuerpo no es solamente una superficie, sino una envoltura dotada de orificios que permiten diferenciar el interior del exterior y operar relaciones entre el adentro y el afuera. Las «teorías sexuales infantiles» son tres. La primera es la teoría de «la mujer con pene», teoría de un solo sexo, teoría del unisexo. La segunda (todas estas teorías son impulsadas por las investigaciones de los niños acerca de su origen, por la pregunta: «¿de dónde vienen los niños?») es la teoría «cloacal», que corresponde a la fórmula de San Agustín: «nacemos entre la orina y el excremento». Es decir que no habría vagina en el cuerpo materno, no habría agujero en la imagen del cuerpo. La tercera teoría, la más importante para la identificación, representa el intento de delimitar las funciones del cuerpo y de llegar a habitarlo. Es la de la dimensión sádica del coito, con una bipartición: fuerte-débil, activo-pasivo, que aparece en lugar de la diferencia hombre-mujer. Diferencia de la que Freud sostendrá que no es inscribible en el inconsciente, puesto que lo único que conoce el inconsciente es la oposición activo-pasivo. Ésta es una cuestión importante con relación al problema de la identidad y de los procesos identificatorios en la teoría freudiana; la única representación accesible al inconsciente es la de activo y pasivo. Y a partir de ella se declinarían lo masculino y lo femenino, la bisexualidad psíquica y el dimorfismo sexual hombre/mujer. Un cuarto aspecto de la teoría de la identificación surgió en 1921 con el capítulo 7 de Psicología de las masas y análisis del yo, titulado «La identificación»: «La identificación es conocida por el psicoanálisis como la manifestación más temprana de un enlace afectivo a otra persona». Desde la primera frase de ese capítulo, Freud plantea la identificación como investidura de otra persona; en otras palabras, como permutación entre los dos mecanismos. La identificación es incluso definida como la «forma más temprana y primitiva de enlace afectivo con el objeto». No obstante, precisa que, en el varón, la identificación con el padre como ideal del yo se acompaña de una investidura de la madre como objeto sexual, y es la confluencia de este doble enlace lo que provocará ulteriormente el complejo de Edipo. En ese mismo capítulo, Freud, basándose en el «caso Dora», sostiene que la elección de objeto -en otras palabras, la investidura- puede transformarse por regresión en identificación; Dora toma de su padre un «rasgo único» (der einziger Zug, que Lacan traduce por «trazo unario»), la tos que él padece, lo cual constituye una manera de remontar la prohibición del incesto, que hace obstáculo a toda investidura masculina. Pero en 1921 Freud tiene aún un enfoque que no le permite realmente diferenciar el campo de las investiduras respecto del registro de las identificaciones, y establecer si esta permutación permanente del uno por el otro provoca o no una estabilidad subjetiva permanente. En «El sepultamiento del complejo de Edipo», de 1924, Freud completa su teoría de la identificación al pensar la salida del Edipo: «el complejo de Edipo le ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una activa, la otra pasiva. En el modo masculino, él podía ocupar el lugar del padre (an die Stelle des Vaters setzen) y, como él, tener comercio con la madre, en cuyo caso el padre era bien pronto descubierto como estorbo, o bien podía querer sustituir (ersetzen) a la madre y dejarse amar por el padre, y en este caso la madre se volvía superflua». Al término de este proceso, la represión del complejo aparece como una desinvestidura de éste, lo que permite que «las investiduras de objeto sean abandonadas y sustituidas por una identificación». La salida del complejo de Edipo es entonces el momento en que la equivalencia permutativa investiduralidentificación cesa, en beneficio de un proceso identificatorio por el cual el infante desinviste las imágenes parentales para identificarse con una x que es su futuro: cuando sea grande, no ocuparé más el lugar de otro, me haré mi propio lugar.