Imaginario social, comunicación e identidad colectiva (Imaginario, identidad y el imperativo de la significación)

Imaginario social, comunicación e identidad colectiva

Daniel H. Cabrera
Prof. de Teoría de la Comunicación
Facultad de Comunicación
Universidad de Navarra
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Imaginario, identidad y el imperativo de la significación

Una sociedad existe “en tanto plantea la exigencia de la significación como universal y total, y en tanto postula su mundo de las significaciones como aquello que permite satisfacer esta exigencia” (Castoriadis 1975, 2:312). De manera que toda sociedad, para existir, necesita “su mundo” de significaciones. Sólo es posible pensar una sociedad como esta sociedad particular y no otra, cuando se asume la especificidad de la organización de un mundo de significaciones imaginarias sociales como su mundo. Una sociedad concreta no es sólo una estructuración de condiciones materiales de sostenimiento y reproducción de vida sino, ante todo, una organización de significaciones particulares. Estas significaciones juegan un papel definitorio de la “especificidad” histórica de una sociedad como esta sociedad y no otra. Desde este conjunto de significaciones, las condiciones materiales de vida son definidas como tales -“como condiciones”- entre muchas otras posibilidades materiales. Las significaciones operan desde lo implícito en las elecciones, en el hacer de los individuos y de la sociedad, como definitorias de una constelación de significados y fines en los cuales y desde los cuales se construye el mundo social como este mundo, mi mundo. Tales significaciones no son producto de unas “determinaciones funcionales” o “economicistas” ni de las “necesidades” preexistentes a la propia sociedad y anteriores a los individuos. Las mismas determinaciones y necesidades, en tanto son estas determinaciones y estas necesidades, están configuradas en y desde la significación. Más aún, la idea misma de determinaciones funcionales y de necesidades es una institución significativa de la sociedad. Por ello, Castoriadis sostiene que estas significaciones tienen un “origen creativo” e “indeterminado” imposible de ser reducido a “determinación” social, económica o funcional. Dicha explicación enfrenta, entre otros, los diversos conceptos de “ideología”, desde Marx en adelante, en tanto implican una determinación social del saber y de la significación. El concepto de “imaginario” destaca la dimensión de indeterminación última de toda significación a fin de dejar un espacio a la creatividad social radical. Y se reserva la determinación social para un sentido segundo respecto de lo imaginario radical. La creatividad de las significaciones remite a “lo imaginario” como fuente de lo nuevo radical. Las significaciones sociales implican una determinabilidad infinita y última, imposible de ser “explicada” por pura determinación social funcional. El mundo de significaciones imaginarias de una sociedad es instituido, es obra de la sociedad y fundado en lo imaginario. Una sociedad se instituye instituyendo un mundo de significaciones. En ese sentido, las significaciones imaginarias sociales, fundadas en “lo imaginario social”, se establecen como condiciones de posibilidad y representabilidad y, por ello, de existencia de la sociedad. Como la sociedad, sus instituciones tampoco pueden ser explicadas suficientemente ni por la funcionalidad ni por lo simbólico. La funcionalidad de las instituciones no puede explicar, por sí misma, su propio “sentido” y “orientación específica”. Tampoco lo simbólico puede explicar la elección de un sistema particular de simbolismo entre los muchos posibles, y la autonomización de redes simbólicas. Lo imaginario social de una época dada da a la funcionalidad su orientación específica y fundamenta las elecciones de unos determinados simbolismos que le permiten su autonomización. Las significaciones imaginarias sociales hacen que un “mundo” funcional y simbólico (“el contemporáneo”, “de los griegos”, “los mapuches”, “los vascos”, “los catalanes”, etc.) sea una pluralidad ordenada, organizando lo diverso sin eliminarlo, haciendo emerger lo valioso y lo no valioso, lo permitido y lo prohibido para esa sociedad determinada. Pensar desde “lo imaginario” permite entender la institución sin reducirla ni a su significación funcional ni a lo simbólico. Porque “más allá de la actividad consciente de institucionalización, las instituciones encontraron su fuente en lo imaginario social” (Castoriadis 1975, 1: 227). Desde “lo imaginario” se entreteje una “realidad institucional” con lo simbólico y con lo económico/funcional. Es así como las instituciones forman una red simbólica que, por lo anteriormente expresado, no remite al simbolismo. La historia humana y las diversas formas de sociedad que se conocen están definidas esencialmente por la creación imaginaria, la cual evidentemente no puede ser catalogada como ficticia, ilusoria o especular: “sino posición de formas nuevas, y posición no determinada sino determinante; posición inmotivada, de la cual no puede dar cuenta una explicación causal, funcional o incluso racional. Estas formas, creadas por cada sociedad, hacen que exista un mundo en el cual esta sociedad se inscribe y se da un lugar. Mediante ellas es como se constituye un sistema de normas, de instituciones en el sentido más amplio del término, de valores, de orientaciones, de finalidades de la vida tanto colectiva como individual. En el núcleo de estas formas se encuentran cada vez las significaciones imaginarias sociales, creadas por esta sociedad, y que sus instituciones encarnan” (Castoriadis 1996:195). El “imaginario radical” de una sociedad o época considerada es el “estructurante originario” y “significado/significante central” que es fuente de lo que se da como sentido indiscutible e indiscutido, soporte de las articulaciones y las distinciones de lo que importa y de lo que no, y el origen del exceso de significados de los objetos prácticos. El “imaginario social” es el fundamento ilimitado e insondable en el cual descansa toda sociedad dada, la condición de posibilidad que jamás se da directamente y que permite pensar la relativa indeterminación de la institución y de las significaciones sociales. El imaginario social es el conjunto de significaciones que no tiene por objeto representar “otra cosa”, sino que es la articulación última de la sociedad, de su mundo y de sus necesidades: conjunto de esquemas organizadores que son condición de representabilidad de todo lo que una sociedad puede darse. El imaginario no es “imagen”, sino condición de posibilidad y existencia para que una imagen sea “imagen de”. Y porque no “denota” nada y lo “connota” todo no puede ser captado de manera directa sino de manera derivada, como el centro invisible de lo real-racional-simbólico que constituye toda sociedad y que se hace presente en la conducta efectiva de los pueblos y de los individuos. Por eso es una significación operante con graves consecuencias históricas y sociales. Si la sociedad es la institución de un mundo de significaciones imaginarias sociales, esto supone un juego entre las significaciones de los individuos y las de la sociedad. “Juego” que no es sólo causalidad porque en la sociedad y en la historia existe lo no causal como un momento importante. Y esto desaparece en un tratamiento estadístico o típico ideal. Así ocurre, por ejemplo, en algunas explicaciones de la sociedad de inspiración weberiana en las que individuos y grupos actúan de manera que persiguen unos fines que les son propios y, sin que nadie considere la globalidad social como tal, obtienen un orden social totalmente distinto (el capitalismo). “Todo sucede como si esta significación global del sistema estuviese dada de alguna manera por adelantado, que ‘predeterminase’ y sobredeterminase los encadenamientos de causación, que se les sometiese y les hiciese producir resultados conforme a una ‘intención’ que no es, por supuesto, más que una expresión metafórica, puesto que no es la intención de nadie. Marx dice, en alguna parte, ‘si no hubiera azar, la historia sería magia’… Pero lo sorprendente es que el propio azar en la historia toma la forma del azar significante, del azar ‘objetivo’, del ‘como por azar’…” (Castoriadis 1975: 78). Este “azar significante” o “como por azar” puede hacer aparecer una sociedad concreta o la sucesión de sociedades históricas como coherentes y, a su vez, desde muchos puntos de vista, inexplicables. De este modo, en las sociedades aparecen significaciones que superan los significados inmediatos y realmente vividos, atribuidos a procesos de causación que, por sí mismos, no tienen necesariamente esa significación e incluso pueden no tenerla. Sin embargo, por ese “azar significante”, las significaciones de una sociedad aparecen vividas como evidentes e incomprensibles. “Incomprensibles” en tanto remiten a fines que no son “fines últimos”, significados que no son significados últimos. Las significaciones imaginarias sociales son, en este sentido, remisiones inacabables que se pierden en el tiempo de la memoria social y de la institución creativa. Este mismo “como por azar” denominado “destino” (fatum) es, en su significación más estricta, el núcleo del mito y de la tragedia; porque es en ellos donde aparece, de formas diversas, la búsqueda de los caminos personales de cada mortal como instrumento indefectible de la determinación de los dioses. En el “fondo” de esta sociedad y de este mundo existe un conjunto de significaciones que lo hacen posible. En el “trasfondo” de esas significaciones, el imaginario social es el magma desde el cual se condensan y solidifican esas significaciones imaginarias en constante surgimiento. En esta cosmovisión es incomprensible el concepto de la doctrina marxista de lo histórico-social, que pretende reducir el nivel de las significaciones al nivel de las causaciones. Así se da a los factores técnico-económicos la posibilidad de tener una racionalidad transhistórica o ahistórica, de tal manera que su funcionamiento como motor de la historia encarne una unidad clave de significación e interpretación. Esos mismos aparatos, operaciones y mentalidades económico-técnicas son “factores” en la medida en que forman parte de un mundo de significaciones imaginarias sociales. De lo contrario, no serían nada o, en todo caso, serían “otra cosa”. Hacer de un mundo imaginario social específico la clave de la sociedad, en su conjunto, supone no reconocer la propia sociedad como esta sociedad en su particularidad histórica. La historicidad de la institución sociedad requiere pensar en lo imaginario radical y social, desde lo cual los actos humanos y las cosas puedan ser definidos en relación con una “orientación global” del hacer y el decir sociales que, a su vez, es un aspecto del mundo de significaciones imaginarias de la sociedad considerada.

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