Infancia y familia: Nuevos tipos de familia

(M.V. Mestre Escrivá. Catedrática de Psicología Básica. Decana de la Facultat de Psicología de la Universitat de València)

Uno de los núcleos presentes en la sociedad que más ha cambiado
en los últimos años es la familia. Lejos queda ya la familia extensa y
patriarcal de los años 50 y 60 en la que la estructura formada por padres
e hijos con un modelo de autoridad perfectamente establecido era indiscutible.
Según la Oficina Estadística de las Comunidades Europeas (Eurostat)
más de la mitad de los europeos (el 55%) vive en lo que conocemos
como una familia tradicional, es decir, un hogar formado por una
pareja de adultos de diferente sexo con niños. Otras formas de familia,
por ejemplo, las parejas sin niños ya constituyen el 19% de los hogares
y el 11% de la población vive sola en lo que se denomina hogares
unipersonales. Se detecta un aumento de las familias monoparentales,
más frecuentemente formadas por madres solteras, que alcanza
ya al 7% de la población, con una incidencia mayor en Irlanda, Finlandia
y el Reino Unido. Otras formas de convivencia son las parejas o
uniones de hecho entre un hombre y una mujer, detectándose diferencias
entre los países del norte y del sur ya que mientras en Dinamarca
las parejas de hecho constituyen el 25% de todas las parejas y
el 72% de las parejas entre 16 y 29 años, sólo un 6% y un 10%, respectivamente,
de los jóvenes italianos, españoles, portugueses y griegos
forman parte de este tipo de uniones. Se reconoce además un nuevo
tipo de familia: las parejas de hombres gay y las parejas de mujeres
lesbianas que están reclamando el derecho a criar a sus propios hijos,
abogando por la custodia, y el derecho a la adopción (Frías, Llobell y
Monterde, 2003).
A la familia, en general, se le atribuyen unas variables estructurales
y unas variables funcionales, las primeras hacen referencia al número
de miembros que la componen y su organización; las segundas a las
funciones que la familia tiene en el desarrollo de los hijos: cuidado, protección,
crianza y educación de los más pequeños. De estas variables
son las estructurales las que más transformación han sufrido, mientras
que se mantienen las funciones que la familia desempeña en la
crianza de los hijos y por tanto en el desarrollo de la sociedad.
El niño/a necesita la familia para crecer, este es el contexto en el
que se desarrolla física, emocional, cognitiva, social y moralmente. Si
este contexto falla y no aporta al niño el clima de protección, afecto,
normas y relaciones positivas que necesita, su crecimiento se ve
afectado. La psicología reiteradamente ha señalado la importancia de
los primeros años de vida para un buen crecimiento y maduración del
niño y el importante papel de la familia durante esta etapa.
Los diferentes tipos de familia son más o menos frecuentes en nuestra
sociedad: la familia formada por padres e hijos, la familia monoparental
por divorcio o separación, las familias en las que ambos miembros
de la pareja o solo una persona optan por la adopción de un hijo,
o las parejas de homosexuales que también adoptan un niño. Este último
tipo no está aún regulado en nuestro país, pero en otros países hay estudios
sobre el desarrollo y adaptación de los niños en estos contextos.
Las principales dimensiones de la vida familiar que influyen directamente
en el desarrollo personal de los hijos y que son importantes sea
cual sea la estructura y composición de la familia hacen referencia al
afecto, la legislación y la comunicación. Presentamos a continuación
algunos resultados de estudios realizados, la mayoría de ellos en población
española, sobre la relación entre los diferentes estilos de crianza
y el desarrollo y conducta de los hijos (variables funcionales), así como
el efecto de la estructura de la familia en los procesos psíquicos y comportamentales
evaluados.

RESULTADOS GENERALES SOBRE LA RELACIÓN ENTRE LOS ESTILOS DE CRIANZA Y EL DESARROLLO PERSONAL DE LOS HIJOS.

Diferentes estudios permiten establecer una relación entre los estilos
de crianza y el desarrollo prosocial de los hijos, concluyendo la
importancia de la dimensión afectiva en las relaciones familiares. El
amor como dimensión que incluye la evaluación positiva del hijo, interés
y apoyo emocional, junto con la coherencia en la aplicación de las
normas (control) resulta ser el estilo educativo más relacionado positivamente
con el razonamiento internalizado y autónomo, centrado en
principios de igualdad y orientado a las necesidades del otro, con la
empatía y con el comportamiento prosocial. Por el contrario, las relaciones
cargadas de hostilidad, críticas y rigidez excesivas, junto con
una actitud de rechazo o ignorancia del hijo/a inhiben la disposición
prosocial (Carlo, Raffaelli, et al., 1999; Mestre, Samper, Tur y Diez, 2001;
Roa y Del Barrio, 2001).
En el marco de la investigación actual sobre el tema nos planteamos
en un reciente estudio establecer un perfil diferencial de los adolescentes
con conducta agresiva y de aquellos con una alta disposición
prosocial, con el fin de establecer aquellas variables personales y
familiares que alcanzan un mayor poder predictor de dichas conductas
(Mestre, Samper y Nácher, 2004, en prensa). La evaluación de 1.285
adolescentes con edades comprendidas entre los 13 y los 18 años permite
concluir un mayor peso en la prevención del comportamiento agresivo
de las variables personales. Las dos dimensiones que aparecen
con una correlación más alta con la agresividad y por tanto con mayor
poder predictor son la inestabilidad emocional y la ira evaluada como
rasgo o disposición, lo que indica que la falta de autocontrol en situaciones sociales como resultado de la escasa capacidad para frenar
la impulsividad y la emocionalidad, junto con la tendencia a reaccionar
con respuestas de ira, son los principales factores de riesgo del comportamiento
agresivo (Tabla I).
infancia y familia: nuevos tipos de familia, tabla 1
En la predicción del comportamiento prosocial se concluye un mayor
peso de la empatía, tanto en su componente emocional (preocupación
por el otro), como en su componente cognitivo (capacidad de ponerse
en el lugar del otro o toma de perspectiva), así como el autocontrol ante
la ira. Si bien en la predicción del comportamiento agresivo perdían
fuerza los estilos educativos de los padres ante el peso de las emociones
incontroladas, en la función discriminante de alta/baja conducta
prosocial está presente el clima familiar caracterizado por el afecto y el
control como la dimensión de la vida familiar que guarda una correlación
más alta con el comportamiento prosocial y por lo tanto con un
fuerte poder predictor de la misma (Tabla II).
infancia y familia: nuevos tipos de familia, tabla 2
infancia y familia: nuevos tipos de familia, figura 1
RESULTADOS SEGÚN TIPOS DE FAMILIA: AMBOS PADRES O
MONOPARENTAL
Estudios realizados en nuestra población con muestras amplias de
sujetos que abarcan la infancia y la adolescencia constatan diferencias
significativas en procesos psicológicos y comportamentales en función
de la variable “presencia o no de ambos padres en el hogar”.
En una investigación reciente con una muestra de 1.400 sujetos con
una edad comprendida entre los 9 y 13 años los ANOVAS realizados
en función de dicha variable muestran que son los hijos que no conviven
con ambos padres en el hogar los que muestran una mayor inestabilidad
emocional y mayor número de conductas agresivas físicas y
verbales (F= 6,45 y F= 4012 respectivamente, sig. 01).
Los análisis sobre los estilos de crianza que el padre y la madre
ejercen en función de esta variable también constatan diferencias significativas
en algunos factores: son los hijos que conviven en el hogar
con ambos padres los que perciben, tanto por parte del padre como
por parte de la madre, una mayor autonomía, una mayor evaluación
positiva de sus comportamientos, más afecto y a la vez una mayor coherencia
y consistencia en la aplicación de normas y su cumplimiento
(Mestre et al., 2002-2004). Estos primeros resultados de esta investigación,
aún en curso, apuntan a una mayor presencia en los hogares
con ambos padres de dos dimensiones básicas de la vida familiar: el
afecto y el control; variables que diferentes autores han señalado como
las más relevantes para un buen crecimiento personal, emocional y
social de los hijos (Kaslow, 1996; Del Barrio, 1998; Mestre et al., 2001).

LA ADOPCIÓN: VARIABLES RELACIONADAS CON LA ADAPTACIÓN DEL MENOR EN SU FAMILIA
La adopción es hoy en día un tema actual, cuyo interés crece
progresivamente. Su vigencia social resulta incuestionable si atendemos
al incremento exponencial de niños adoptados por padres españoles,
especialmente en adopciones internacionales.
El hecho de la adopción no es nuevo, pero sí lo es su frecuencia
creciente y el consiguiente impacto social que la adopción hoy tiene.
En la adopción todos los niños, a mayor o menor edad, han sufrido una
experiencia de abandono y abandono por parte de los adultos más «significativos»
para ellos, experiencia que es necesario considerar en el
proceso de integración y adaptación al nuevo hogar. Además, la incorporación
de un niño a una familia adoptiva suele constituir una fuente
de ansiedad y preocupación tanto para él como para los padres, a la
vez que les exige desplegar todos los recursos y habilidades de los que ambos disponen.
Las características con las que el niño llega al nuevo hogar como
las de los padres que lo acogen pueden ser variables de riesgo o de
protección en el proceso de integración mutua (Polaino et al., 2001).
Diferentes estudios realizados en población española y también en
otros países consideran como adopciones especiales aquellas en las
que se dan una o más de las siguientes variables: niños mayores de
seis años, grupo de hermanos, de etnia minoritaria, con necesidades
educativas especiales (Palacios et al., 1996).
Centrándonos en los menores, se consideran factores de riesgo:
tener una edad avanzada al iniciar el acogimiento, haber sufrido malos
tratos, haber pasado por un período de institucionalización prolongado,
haber vivido otros acogimientos previos que fracasaron, ser acogido
junto a hermanos o pertenecer a una etnia minoritaria (Fernández y Fuentes,
2001). Además, una vez se inicia la convivencia en la nueva familia,
la aparición de problemas conductuales y emocionales en el niño y
los procesos de vinculación afectiva que haya pueden influir de manera
decisiva en la adaptación. Por lo tanto, tal como se observa en la fig.
1 las variables implicadas en el proceso de adopción se refieren a los
padres, a los niños y al contexto.
En un estudio realizado recientemente en población valenciana a
partir del análisis de 168 expedientes de adopción se constatan las
variables relacionadas con un buen ajuste o por el contrario desadaptación
y conflictividad familiar en el proceso de adopción (Mestre et al., 2003).
Se trata de establecer las variables personales, características sociales
y perfil psicológico que pueden predecir una buena adaptación familiar
en el proceso de adopción, o por el contrario, aquellas variables
que constituyan factores de riesgo de conflictividad familiar que lleve
al fracaso o de lugar a problemas emocionales en los miembros de la familia.
Los resultados constatan un porcentaje mayor de seguimiento sin
problemas en aquellos menores que no tienen ninguna de las características
de adopciones especiales mencionadas anteriormente o tan
solo tienen una de ellas (75%) (Fig. 2), mientras que dicho porcentaje
disminuye en el grupo que podríamos llamar de adopciones especiales
(50%). Este resultado se corrobora si atendemos a que hay casi el
doble de fracasos en este último grupo. Además las diferencias en el
grado y calidad de la adaptación van en paralelo a las diferencias en
problemas conductuales. También al analizar estas variables en el grupo
de adopciones especiales se constata que 24 menores presentan problemas
de conducta, frente a 36 que no los presentan, mientras que en
el grupo que no reúne dichos factores de riesgo (que caracterizan a las
adopciones especiales) tan sólo 26 presentan dichos problemas, frente
a 82 que carecen de ellos. Es decir, la incidencia de problemas de conducta,
la probabilidad de fracaso, o la aparición de problemas que
requieran asistencia psicológica, aunque tengan buen pronóstico es
significativamente mayor en los menores que incluiríamos dentro de los
factores de riesgo de las adopciones especiales.
Este resultado debe encender una luz de alarma si el menor que
va a entrar en una nueva familia reúne varias de las características que
permiten definir su adopción como “especial”. Esto no quiere decir que
no debe facilitarse la adopción, sino más bien lo que significa es que
si se dan las características de alto riesgo, el menor y su familia adoptiva
deben estar acompañados por un apoyo psicológico durante períodos
largos, ya que es muy previsible que surjan problemas que requieran
atención psicológica, pero que con dicha atención tengan un buen
pronóstico.

PAREJAS DE HOMOSEXUALES Y CRECIMIENTO DE SUS HIJOS
Diferentes estudios analizan la valoración que se realiza sobre el
ajuste emocional, cognitivo y afectivo de los niños que son educados
por padres homosexuales.
En términos generales, la evidencia científica señala que las facultades
parentales de los padres gay y mujeres lesbianas no difieren estadísticamente
de las de los padres heterosexuales (Allen y Burell, 1996;
Brewaeys y Hall, 1997; Goodman, Emery y Haugaard, 1998; Patterson, 1992).
Los datos de estudios realizados en otras poblaciones con más tradición
en este nuevo tipo de familia muestran que los padres y madres
homosexuales ejercen sus funciones parentales de cuidado, afecto y
orientación de un modo no diferente estadísticamente al de los padres
heterosexuales.
Además, los niños que tienen padres gay o lesbianas tampoco están
en mayor riesgo de abuso sexual que los niños criados por padres heterosexuales.
En realidad, el 95% de todos los abusos sexuales cometidos
contra las niñas y el 80% de los abusos a varones son perpetrados
por hombres heterosexuales.
La evidencia científica también indica que no hay diferencias entre
niños criados por padres heterosexuales y los criados por padres gay
o madres lesbianas en su funcionamiento emocional, ajuste conductual
relacionado con problemas de conducta o insociabilidad, funcionamiento
cognitivo relacionado con la inteligencia, funcionamiento
social y cuestiones relacionadas con su preferencia sexual como identidad
de género, comportamiento sexual u orientación sexual.
Los datos señalan que la probabilidad de que estos niños sean
adultos gay o lesbianas no es mayor que la de los niños de padres
heterosexuales, situándose en un 10% aproximadamente la prevalencia
de homosexualidad en los hijos de padres gay o madres lesbianas,
resultado similar a la prevalencia de la orientación homosexual
en la población general. Por tanto los hijos de estas familias
desarrollan una identidad sexual (sentirse hombre o mujer) que no
se ve afectada por la orientación sexual de sus padres. Además, los
roles de género de estos chicos y chicas son perfectamente ajustadas.
Por tanto, podemos concluir que los hijos de homosexuales se desarrollan
de la misma manera que los hijos de heterosexuales y la calidad
de su ajuste y equilibrio personal y social depende más de las aptitudes
de los padres que de su condición sexual. Ser un buen padre o una
buena madre no está relacionado con ser heterosexual u homosexual
sino con saber cubrir las necesidades que los niños manifiestan, dar
amor y consistencia en las relaciones familiares.
Por tanto, podemos concluir que la estructura familiar, así como los
estilos de ejercer las funciones de crianza y educación de los hijos influyen
en su desarrollo personal que incluye procesos emocionales, cognitivos
y sociales.
infancia y familia: nuevos tipos de familia, figura 2

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