Inteligencia Emocional (IE) y ajuste psicológico

Si dejamos aparte las promesas iniciales poco realistas de Goleman respecto a que la inteligencia emocional proporciona al individuo “una ventaja en cualquier ámbito de la vida, sea en las relaciones románticas e íntimas o captando las reglas tácitas que gobiernan el éxito en la política organizacional” (Goleman, 1995, p.36), podemos comprobar la existencia de algunas evidencias de que la inteligencia emocional está relacionada no sólo con el éxito académico (Schutte, Malouff, May, Haggerty, Cooper, Golden, Dornheim, 1998), sino también de alguna manera con el ajuste social, la satisfacción personal y el bienestar psicológico (Chamarro & Oberst, 2004). Los sujetos que reciben puntuaciones altas en los instrumentos de evaluación de IE también refieren mayor satisfacción con la vida, mayor calidad y cantidad de relaciones sociales, un clima familiar más positivo, más éxito académico y mayor conducta prosocial que las personas con IE baja (Palmer, Donaldson & Stough, 2002; Bracket & Mayer, 2003; Dawda & Hart, 2003). Según estos autores, individuos con una IE alta presentan menos conductas desviadas, consumen menos sustancias adictivas y compran menos libros de auto-ayuda (considerándose la posesión de libros de autoayuda como un indicador de la existencia de problemas psicológicos). Las correlaciones encontradas han despertado el interés por programas de autoayuda o cursillos que pretenden aumentar la IE del individuo, y con esto el éxito y el bienestar del participante (por ejemplo Epstein, 1998). Epstein propone un programa autoaplicado para mejorar el pensamiento constructivo, argumentando que convertirse en un “buen pensador constructivo” mejora las relaciones íntimas y sociales, el éxito en el trabajo, e incluso puede mejorar la salud física.
Muchos trabajos relacionan la IE emocional con las habilidades de coping (afrontamiento) en estrés agudo o crónico. Generalmente, el estrés está definido como un desajuste entre las demandas externas, las motivaciones y capacidades personales. En la definición de Lazarus, el coping se refiere al esfuerzo de una persona para manejar, controlar y regular las situaciones amenazadoras o exigentes (Lazarus y Folkman, 1984). El coping depende de la forma en que el individuo interpreta la demanda, es decir, de sus creencias y cogniciones acerca de la situación y de sus propias competencias para afrontarla, que son críticas en el momento de superar estas situaciones. Se suele distinguir entre afrontamiento adaptativo y no-adaptativo. Afrontamiento adaptativo se refiere a la eficacia del proceso de coping en términos de resultados positivos para el
individuo (mayor ajuste emocional, preservación de la salud, aumento del sentido de bienestar, etc.). Según Salovey, Stroud, Woolery & Epel (2002), una mayor inteligencia emocional percibida (evaluada con el TMMS) está relacionada con menores reacciones psicofisiológicas como respuesta al estrés. También se ha sugerido que una elevada IE proporciona más competencias para afrontar el estrés de forma adaptativa (Matthews, Zeidner & Roberts, 2002). Según estos autores, las personas con IE alta son más eficaces a la hora de evitar situaciones que pueden producir encuentros desagradables o frustrantes; o bien, poseen mejores recursos de afrontamiento, mayor auto-eficacia, mejor regulación adaptativa y reparación de emociones, etc. En su modelo de IE, Bar-On (1997) incluye explícitamente las habilidades de “manejo del estrés” (stress management) y de “adaptabilidad” (adaptability).
Aunque los mecanismos mediante los cuales la IE influye en la capacidad de afrontamiento del individuo no están del todo identificados, la contribución de la IE al ajuste psicológico parece patente, especialmente a través de la habilidad de regular las emociones. En varios estudios el grupo de investigación de la Universidad de Málaga entorno a Fernández-Berrocal ha podido mostrar que los individuos con más inteligencia emocional percibida (IEP), evaluada mediante el TMMS, muestran mejor ajuste psicológico, tanto en la vida cotidiana como en situaciones vitales que requieren mayores recursos de adaptación. Así por ejemplo, las habilidades emocionales tienen una influencia positiva en las estrategias de afrontamiento en la aparición del burnout en profesores (Extremera, Fernández-Berrocal y Durán, 2003); durante el embarazo, la gestantes con una mayor IEP muestran menos sintomatología depresiva (Fernández- Berrocal, Ramos y Orozco, 2000). En otro estudio (Extremera y Fernández-Berrocal, 2002) con mujeres de mediana edad (entorno a la menopausia), la habilidad de reparación de emociones estaba relacionada con la calidad de vida; las mujeres con más capacidad de regular sus emociones mostraron, entre otros aspectos, mejor funcionamiento físico, psicológico y social, niveles más elevados de vitalidad y salud percibida. La IEP también parece influir positivamente en la sintomatología ansiosa y depresiva durante la adolescencia (Fernández-Berrocal y Ramos, 1999).