Introducción a un simposio sobre la contribución psicoanalítica a la teoría de la terapia de choque

IV. Introducción a un simposio sobre la contribución psicoanalítica a la teoría de la terapia de choque
Leído en la Sociedad Psicoanalítica Británica, 15 de marzo de 1944
El 7 de octubre de 1942, la Sociedad dedicó una reunión nocturna al tema de la terapia de choque,
en la cual el Dr. Freudenberg leyó un artículo, ilustrado mediante la exhibición de una película. (A
raíz de una enfermedad yo no pude estar presente.) Creo válido sostener, empero, que en esa
reunión no se puso de manifiesto la reacción cabal de la Sociedad. En realidad, no podía ser de otro
modo, ya que el tema es vasto y muchos miembros no habían reflexionado mucho sobre él antes de
escuchar el valioso aporte del Dr. Freudenberg. Ni siquiera hoy es seguro que la Sociedad en su
totalidad esté al tanto de la extensión con que se aplica esta forma de tratamiento; hoy se provocan
convulsiones mediante una corriente eléctrica en pacientes externos que asisten a uno de los
hospitales-escuela de Londres, así como en los de otros sitios.
El año pasado (1943), el Dr. Cyril Wilson publicó en International Journal of Psycho-Analysis lo que
denominó "Un punto de vista individual sobre la terapia de choque". Puede darse por descontado
que este artículo es conocido en la Sociedad y por lo tanto el Dr. Wilson no leerá ningún trabajo hoy.
En ese artículo se abordaba abiertamente el aspecto psicológico de la teoría de la terapia de
choque, y mi idea al convocar a este simposio fue proseguir la obra de Wilson, tratando de
desarrollar una contribución psicoanalítica en esta materia. Consideraría que el Simposio tuvo éxito
si se instara al Secretario Científico a establecer un grupo de investigación con el propósito de
reunir los resultados de las experiencias individuales de los analistas vinculadas con la terapia de
choque. La experiencia psicoanalítica es tanto más profunda que cualquier otra de esta índole, que
bien puede ser que a través de nuestros análisis de unos pocos pacientes sometidos a ese
tratamiento en alguna de sus diversas formas tengamos una mejor comprensión colectiva que
muchos psiquiatras, cuya tarea consiste en administrar el tratamiento a gran número de pacientes.
Algunos miembros han manifestado que no desean dar su opinión porque no han aplicado
personalmente terapia de choque, o no han asistido a su aplicación. Sugiero que no hay necesidad
ninguna de tener esa aprensión. Aunque sólo hubiéramos tenido la posibilidad de analizar a un
paciente sometido al tratamiento, no deberíamos desperdiciar el valioso material así obtenido. Pero
quisiera indicar, además, que cada analista puede hacer un aporte, más allá de que efectivamente
haya analizado a pacientes que recibieron el choque. Todo analista ha llegado a conocer a muchos
pacientes íntimamente, tanto que podría conjeturar qué le ocurriría a cualquiera de ellos si sufrieran
las experiencias que provocan estos choques. Sería lógico que si un psiquiatra inventa una nueva
forma de terapia consulte con los psicoanalistas antes de aplicarla, para conocer su opinión en
cuanto a los resultados previsibles.
Me parece que estudiar los aspectos psicológicos de este tratamiento físico de los enfermos
mentales es algo que le incumbe perfectamente a la Sociedad Psicoanalítica, y deberíamos estar
tan interesados en ayudar a los psiquiatras a comprender por qué obtienen buenos resultados,
como en puntualizar cuáles son las limitaciones y los peligros. Incluso deberíamos poder ayudarlos,
desde el lado teórico, en su elección de los casos y de una forma de choque en vez de otra. Si
estoy en lo cierto, es por nuestra creencia en el inconsciente, así como por nuestros conocimientos
sobre la estructura de la personalidad, por lo que los psicoanalistas somos útiles. De ahí que no
podamos quedarnos esperando a que se solicite nuestra ayuda. Quizá la explicación actual, con
fundamentos físicos, sobre los resultados de esta terapia sea un serio error, que sólo los
psicoanalistas podemos enmendar. De todas maneras, aunque haya una explicación física, ello no
nos exime de la necesidad de examinar cabalmente los mecanismos psicológicos operantes, junto
con los físicos.
Tal vez sea sensato, en este debate, partir de la premisa de que el tratamiento no genera ningún
daño físico al cerebro. Nadie puede saberlo con certeza, pero es improbable que las personas aquí
reunidas estén en condiciones de aportar pruebas en uno u otro sentido. No obstante, si
suponernos que no hay daño cerebral, algunos dirán que también debemos suponer que no
sobreviene ningún tipo de cambio físico en el cerebro, ni siquiera cambios positivos. Por supuesto,
están los cambios eléctricos o químicos momentáneos provocados por el excitante, pero es difícil
creer que este método insensato cause en el cerebro cambios físicos confiablemente buenos, que
no hagan daño alguno.
Debo recordar a los miembros aquí presentes que algunos médicos administran el tratamiento
porque creen que, en efecto, daña el cerebro, suprimiendo recuerdos sofocados que son irritantes.
El siguiente paso es la operación de lobotomía prefrontal, en la que de hecho se cortan las fibras
asociativas que conectan los lóbulos frontales.
En mi opinión, estarían fuera de lugar aquí las consideraciones éticas que planteé en la carta
enviada al British Medical Journal, pues en esta Sociedad nos incumbe el tema como algo que
merece un estudio científico, y suponemos que si a los miembros de nuestra profesión se les
demostrara que el tratamiento es malo, automáticamente dejarían de practicarlo. No tengo ninguna
duda personal acerca de la integridad de cualquier psiquiatra que aplique el tratamiento de choque,
pero debo reservarme el derecho de indagar en sus motivaciones, del mismo modo que nosotros
siempre indagamos en nuestras propias motivaciones como analistas. En un debate científico no es
útil poner sobre el tapete las cuestiones éticas hasta tanto no se hayan hecho progresos
considerables en la teoría. Sin embargo, en la práctica de la psiquiatría -y a esto me referí en mi
carta al B.M.J. -hay que dar desde el comienzo a esas cuestiones el peso que les corresponde.
Si me permiten aludir a mi correspondencia con el B.M.J, creo que de ella resultaron varios puntos
valiosos para un debate científico. Uno es que nadie asegura comprender realmente cómo actúa
este tratamiento. No ofendemos a nadie, por lo tanto, si adoptamos nuestras propias teorías. De esa
correspondencia, así como de la impresión que recibí en una reciente reunión de la Sociedad
Médico-Psicológica, surge con evidencia que se aplican miles de estos tratamientos por año, y la
afirmación de que el tratamiento hace que los pacientes queden en mejores condiciones de recibir
psicoterapia sólo debe considerarse valiosa en ciertos casos, pues cada practicante de esta forma
de terapia da cuenta de haber tratado un número de casos demasiado grande, y no podemos creer
que haya aprovechado esa mayor accesibilidad a la psicoterapia sino en una pequeña proporción
del total. Por otro lado, tengo pruebas de que ciertos psiquiatras sólo utilizan los choques como
complemento de su labor psicoterapéutica, y me parece que estos profesionales se hallan en una
situación muy distinta de la mayoría, que utiliza los choques como elemento principal.
Entiendo que, por lo que hoy se admite, los mejores resultados se obtienen en la melancolía
involutiva y en las fases depresivas de la melancolía de tipo más moderado, en la que tiende a
haber recuperación espontánea con un buen manejo. Los resultados logrados con las melancolías
graves son sin duda llamativos, y si queremos que nuestra contribución sea útil debemos examinar
cómo pueden alcanzarse estos buenos resultados por medio de mecanismos psicológicos.
A fin de ordenar el debate, he sugerido tratar los tres problemas siguientes (que por supuesto se
superponen):
a. Los efectos de los diversos tipos de choques sobre la anatomía, la bioquímica y la fisiología del
cerebro y del organismo en general, y el significado que dichos cambios corporales tienen para el
paciente.
b. El significado que tienen los choques, y más específicamente las convulsiones, así como la idea
de recibirlos, para personas normales y diversos tipos de enfermos. Aquí me refiero tanto al
significado consciente como inconsciente, y al inconsciente reprimido.
c. El significado que tiene para el paciente la convulsión real, o sea, un acontecer corporal
incontrolable. Aquí me refiero al significado inconsciente (no específicamente al inconsciente
reprimido).