Iteligencia emocional (IE) en la psicología clínica: Trastornos de personalidad

En las medidas de inteligencia emocional existentes, los datos normativos siguen una distribución normal. Por lo que podemos hablar de personas con inteligencia “normal”, “alta” y “baja” con sus diferentes gradaciones, así como de una IE “anormalmente baja”. Y si el constructo de IE tiene alguna correspondencia con la realidad psicológica del individuo, podemos suponer que la IE anormalmente baja puede producir efectos negativos en su vivencia emocional, es decir trastornos psicológicos relacionados con uno o varios componentes de la IE. En este caso hablaríamos de una inteligencia emocional patológicamente baja (Matthews, Zeidner & Roberts, 2002) como trastorno mental en sí mismo o como factor que predispone al trastorno mental. Esto se puede manifestar en un trastorno de personalidad (Eje II del DSM-IV) o en un proceso patológico (Eje I del DSM-IV). Aunque es poco probable que la inteligencia emocional patológicamente baja constituya una entidad nosológica nueva, existen argumentos a favor de que la falta de competencias emocionales juegue un importante papel en el desarrollo y mantenimiento de muchos trastornos psicológicos.

Trastornos de personalidad

En prácticamente todos los trastornos de personalidad existen desarreglos emocionales y, a primera vista, éstos se pueden relacionar con la carencia de habilidades emocionales tal como se describe en los modelos de IE: la evitación del contacto social en las personalidades esquizoide y esquizotípica, la falta de empatía en la personalidad antisocial, la impulsividad y el exceso de emociones negativas en los trastornos límite e histriónico de personalidad, la inhibición de la expresión emocional en personalidades obsesivo-compulsivas y la hipersensibilidad a la crítica y falta de auto-estima en los trastornos de personalidad por dependencia o por evitación. Leible y Snell (2004) informan de importantes déficit de habilidades emocionales en personas con rasgos de personalidad límite. Pero considerar la falta de IE como la base general de los trastornos de personalidad sería un error conceptual. Además, como destacan Matthews, Zeidner & Roberts (2002), ya existe el constructo de neuroticismo (el factor N de algunos de los grandes cuestionarios de personalidad consolidados como el NEO-PI o el EPQ) que, en tanto a emotividad negativa o inestable, explica los problemas emocionales relacionados con la mayoría de los trastornos de personalidad mejor que una supuesta IE baja.

Un bajo nivel de IE se asocia con la falta de competencias en el control de las emociones, falta de habilidades de afrontamiento y falta de apoyo social (como consecuencia de la poca habilidad del individuo en formar relaciones estrechas y sólidas), también se puede suponer que la falta de IE es un factor de vulnerabilidad para desarrollar y mantener ciertas patologías del Eje I del DSM-IV como la depresión, los trastornos de ansiedad, o incluso los trastornos de control de impulsos, ya que en estas patologías los problemas emocionales juegan un papel importante. Respecto a la ansiedad, se puede suponer que la dificultad de regular los estados afectivos (como
habilidad de IE) influya en el desarrollo y/o mantenimiento de estados de ansiedad. Un ataque de pánico se podría interpretar como el fallo completo de estos sistemas de regulación afectiva, pero hablar de una IE baja en relación a la clínica ansiosa sería perder de vista lo que es este trastorno.
En cuanto a los estados depresivos, Ramos, Fernández-Berrocal y Extremera (2003) proponen un modelo de IE en los cuales las diferentes habilidades emocionales (percepción, comprensión y regulación de estados afectivos) juegan un rol diferencial en el ajuste o desajuste psicológico. Siguiendo el modelo de Nolen-Hoeksema (citado en Ramos, Fernández-Berrocal y Extremera, 2003) de “estilo rumiativo de afrontamiento”, según cual el individuo pasa mucho tiempo pensando en el suceso estresante y experimenta pensamientos intrusivos, es decir, involuntarios, sobre el suceso, lo que le causan malestar subjetivo adicional. Según estos autores, las personas que presentan
pensamientos intrusivos focalizan demasiado en sus estados emocionales, es decir, puntúan alto en el factor Atención del TMMS. Si bien una cierta atención a la emoción es un paso previo para la comprensión y la regulación de las emociones (los tres factores de la IE según el modelo recogido en el TMMS), una atención excesiva puede impedir que el individuo clarifique y comprenda sus emociones y así obstaculizar el proceso para regular el estado afectivo negativo. Y a la larga llevar a síntomas depresivos. Por otro lado, parece que el constructo de IE puede arrojar luz a la dificultad de diferenciar entre depresión endógena y “depresión por desesperanza” (Fernández-
Berrocal, Extremera y Ramos, 2003). Los resultados de este estudio permiten, según los autores, diferenciar entre ambas formas de depresión, ya que la correlación encontrada en la capacidad de regular las emociones y la depresión endógena fue menor que la correlación entre esta habilidad y la depresión por desesperanza.
La IE baja también se ha asociado con trastornos psicosomáticos, ya que estos pacientes suelen tener dificultades para identificar y expresar adecuadamente su malestar emocional y por tanto, tienen la tendencia a expresarse mediante quejas somáticas o desarrollar trastornos somáticos. En los trastornos relacionados con el abuso de sustancias y en los trastornos de conducta alimentaria también podemos sospechar problemas a nivel de inteligencia emocional, ya que algunos estudios hablan del uso de la sustancia (la ingesta compulsiva) como estrategia de afrontamiento del individuo para mitigar el impacto de situaciones percibidas como emocionalmente estresantes.