La defensa maníaca 1935 contin.1

La defensa maníaca 1935 contin.1

David (de ocho años), otro niño asocial, acudió a mí al comenzar el presente trimestre. Su
alternativa era verse expulsado de la escuela por su «obsesión sobre el sexo y la limpieza
corporal», así como por ciertos actos vagamente definidos con respecto a ciertos chicos y chicas.
Es el único hijo de un padre depresivo aunque dotado de talento, que a veces, sin razón aparente
para ello, se queda en cama durante varios días seguidos, y de una madre que, según ella misma
dice, es sumamente neurótica y está realmente preocupada por la situación del hogar. La madre me
brinda un excelente apoyo.
Al igual que la mayor parte de los niños delincuentes, David es inmediatamente apreciado durante
un breve período por todos aquellos que no tienen demasiado contacto con él. De hecho, desde que
empezó el tratamiento, no ha habido ningún incidente desagradable fuera, pero me dicen que su
compañía resulta pesada si se prolonga mucho. El niño necesita y pide que se le tenga ocupado. Es
notable su conocimiento de los hechos de la realidad externa, aunque esto es típico del delincuente.
En una de las primeras sesiones me dijo: «Espero no estar cansándolo». Y esto, unido a que los
padres me habían dicho que siempre acababa por cansarles, así como a mi experiencia de un caso
parecido (tratado antes de entender gran cosa de todo eso de la realidad interior) hizo que me
dispusiese a tratar un caso agotador. Una vez, cuando en un seminario me hallaba describiendo el
tratamiento de un joven delincuente, el doctor Ernest Jones comentó que del caso surgía un punto
de aplicación práctica, a saber: ¿Es imposible evitar el agotamiento al tratar con un delincuente? Ya
que, si así fuera, ello imponía una seria limitación al tratamiento de tales casos. Por aquel entonces,
sin embargo, un niño delincuente había sido tratado por el doctor Schmideberg, sin que éste tuviese
demasiadas dificultades en el manejo del análisis. Así, pues, creo que lo que pensaba el doctor
Jones a la sazón era que el error estaba en mi técnica.(6)
La intención de dejarme agotado pronto se hizo sentir pero antes ya había sido posible llevar a cabo
una buena parte del análisis. Los juguetitos principalmente le habían permitido a David darme y
darse un verdadero cúmulo de fantasías, y muy detalladas además.(7)
Al cabo de unos pocos días David huyó de las angustias correspondientes a las fantasías profundas
a un interés por el mundo de fuera, las calles vistas desde la ventana, y el mundo que había de mi
puerta hacia afuera, especialmente el ascensor. El interior de la habitación se había convertido en
su propio interior y, si tenía que tratar conmigo y con el contenido de mi habitación (padre y madre,
brujas, fantasmas, perseguidores, etc.), tenía que disponer de los medios para controlarlos. Ante
todo tenía que agotarlos, ya que temía no poder controlarlos; y yo creí que en esto demostraba
cierta desconfianza hacia la omnipotencia. En aquella fase tuve pruebas de un impulso suicida.
Junto con la necesidad de causar mi agotamiento se desarrolló el deseo de salvarme del mismo, de
manera que cual capataz de esclavos ponía grandísimo cuidado en evitar que sus esclavos se
agotasen. Me daba unos períodos compulsorios de descanso.
Pronto se hizo evidente que era él quien se estaba agotando, y el problema del cansancio del
analista se resolvió gradualmente por la interpretación referente a su propio agotamiento en el
control de los padres internalizados, que se agotaban mutuamente tanto como él.
Tuve la buena fortuna de que el Día del Armisticio, a las once de la mañana, el paciente estuviese
en mi consulta. La cuestión de la celebración del Día del Armisticio le interesó mucho. No tanto
porque su padre hubiese luchado en la guerra, como porque en el niño ya se había desarrollado el
interés (antes del análisis y en relación con el análisis) por las calles y el tránsito, en cuanto a cosas
que le daban una muestra no irremisiblemente incontrolable de la realidad interior.
Llegó a la consulta lleno del placer que le había producido comprar una amapola (8) que le ofrecía
una señora y a las once se interesó por cada uno de los detalles de los acontecimientos que se
desarrollaban en la calle. Luego vino el esperado espacio de dos minutos de silencio. En mi
vecindario el silencio resultó especialmente completo, cosa que entusiasmó muchísimo al chico,
comentó que era hermoso. Durante dos minutos de su vida no se había sentido cansado, no había
sentido la necesidad de agotar a sus padres, toda vez que había aparecido un control omnipotente
impuesto desde fuera y cuya realidad era aceptada por todos.
Resultó interesante su fantasía en el sentido de que durante el Silencio las señoras seguían
vendiendo flores, la única actividad permitida.(9)
Una omnipotencia más maníaca, interior, lo hubiese interrumpido todo (incluyendo lo bueno).
El análisis de la posición depresiva y de la defensa maníaca ha aminorado su enfebrecido placer en
el análisis. Ha habido momentos de intenso cansancio, tristeza y desesperanza, e indirectamente ha
dado muestras de sentimientos de culpabilidad. Por unas semanas desarrolló juegos, en los que yo
tenía que asustarme mucho o sentirme culpable, y en los que sufría las más terribles pesadillas.
Esta semana incluso él mismo ha jugado a asustarse muchísimo, y en el día de hoy estaba
realmente asustado por algo. Me ilustró su resistencia haciendo que le enseñase a zambullirse,
cosa que de hecho se niega a aprender, y yo tengo que decirle: « ¡Me estás haciendo perder el
tiempo! ¿Cómo voy a enseñarte a zambullirte si eres incapaz de estar de pie? Estoy muy enfadado
contigo» y cosas por el estilo. Todo esto acaba por convertirse en una gran juerga; él me hace reír
de buena gana y entonces se pone muy contento. pero ahora es consciente de que todas estas
bromas forman parte de las defensas contra la posición depresiva, y, actualmente, muy en especial
contra los sentimientos de culpabilidad; al mismo tiempo, se está analizando gradualmente la
defensa.
¿Cómo puede zambullirse al interior del cuerpo (10), la realidad interior, a menos que pueda tenerse
en pie, estar seguro de que vive, comprender lo que encontrará dentro?
El caso de David es ejemplo del peligro que corre el yo en manos de los objetos interiores «malos».
El muchacho teme que los padres interiores, que constantemente se vacían el uno al otro, le vacíen
y agoten a él.
David muestra la huida desde la realidad interior al interés por la superficie de su cuerpo, y por los
sentimientos de dicha superficie y, partiendo de dichos sentimientos, a un interés por los cuerpos y
sentimientos de otros niños.
La marcha de su análisis ejemplifica también la importancia de la comprensión del mecanismo del
control omnipotente de los objetos interiores, así como de la relación de la negación del cansancio,
y los sentimientos de culpabilidad y la negación de la realidad interior.
Charlotte (de treinta años) lleva dos meses en análisis conmigo. Clínicamente se trata de un caso
depresivo, con temores suicidas, pero también con cierto disfrute tanto del trabajo como de las
actividades exteriores.
En los comienzos del análisis dio cuenta de un sueño que forma parte de su repertorio: llega a una
estación de ferrocarril donde hay un tren, pero el tren nunca arranca.
La semana pasada tuvo el mismo sueño dos veces en una noche. Debo omitir muchos detalles,
pero el punto esencial fue que en cada uno de los sueños Charlotte recorría de un extremo a otro el
pasillo de un tren, buscando un vagón que tuviera uno de sus lados completamente desocupado,
con el fin de poder tumbarse y dormir durante el viaje. Una tal señora X, por la que la paciente
siente afecto (y que es comparable conmigo por cuanto se preocupa por ella, aunque se apresura a
recomendarle algo para las hemorroides mientras yo no hago nada para tratarlas), le decía que
buscase un lugar donde lavarse.
En el primer sueño Charlotte encontró el compartimiento que buscaba y en el segundo encontró el
sitio donde lavarse. En cada uno de los sueños el tren arrancó. Fue este comentario fortuito lo que
me hizo recordar el sueño repetido. Las hemorroides, que para aquel entonces va se habían
convertido en un rasgo clínico, llamaban la atención, desde luego, sobre la excitación y la fantasía
anal, por lo que uno no se sorprende al ver que los viajes ocupan un lugar importante en el sueño.
En aquella sesión la paciente describió de qué manera había atravesado el parque calzada con
gruesos zapatos, lo cual la ayudaba a desprender sus sentimientos; también describió de qué modo
había jugado con su sobrino, que la había inducido a hacer ejercicios gimnásticos en el suelo.
Podría señalarles mi papel de madre en la transferencia, con la apremiante necesidad de la
paciente, indirectamente expresada, de ensuciarme, darme patadas y pisotearme el cuerpo, etc.
Pero creo que con eso hubiese pasado por alto algo muy importante de no haber señalado la
aminoración de la defensa maníaca y los nuevos peligros inherentes al cambio. El tren que nunca
echaba a correr por las vías era la representación de los padres omnipotentemente controlados,
mantenidos en animación suspendida. Las palabras de Joan Riviere, «el ahogo de la defensa
maníaca», describen la condición clínica que a la sazón temía la paciente. El hecho de que los
trenes se pusieran en marcha indicaba la aminoración de este control de los padres interiorizados, y
lanzaba una advertencia sobre los peligros inherentes a ello, así como sobre la necesidad de
nuevas defensas en el supuesto de que el avance en aquella dirección sobrepasara al desarrollo del
yo que el análisis estaba produciendo. Recientemente se había presentado material e
interpretaciones referentes a la absorción de mi persona y de mi habitación, etc.
Dicho sencillamente, los trenes que se ponen en marcha están expuestos a los accidentes.
La búsqueda del lugar donde lavarse, dentro de este marco, estaba conectada probablemente con
el desarrollo de la técnica obsesiva y todo lo que esto significa con respecto a la habilidad para
tolerar la posición depresiva y para reconocer el amor y la dependencia objetal.
En la siguiente consulta la paciente se sintió responsable de las señales de patadas que había en
mi puerta y de las huellas sucias del mobiliario, y quiso lavarlas.
Mathilda (de treinta y nueve años) lleva cuatro años sometida a análisis. Clínicamente era un caso
serio de obsesión. Durante el análisis ha sido una depresiva con marcados temores suicidas.
Psicológicamente ha estado enferma desde la primera infancia, sin que se acuerde de ningún
período feliz. A los cuatro años no podían dejarla en la escuela diurna y desde más o menos
aquellas fechas hasta fines de la infancia su vida se vio dominada por el temor a estar enferma.
La palabra «final» no podía ser pronunciada en ningún contexto durante el análisis y resultaba casi
posible describir la totalidad del análisis como el análisis de su fin.
Justo en estos días se están estableciendo los primeros contactos reales, e1 interés y el deseo anal
acaba de presentarse, después de haber estado profundamente reprimidos.
Al comenzar la sesión que me propongo describir, perteneciente a la labor de la semana en curso,
la paciente trató de hacerme reír, y ella misma se rió al pensar que, por la postura de mis manos, yo
estaba reteniendo la orina. Con esta paciente, al igual que con otros, comprobé que este intento de
reírse y hacerme reír era señal de angustia depresiva; el paciente puede hallar un gran alivio si uno
reconoce rápidamente esta interpretación, incluso hasta el punto de romper a llorar en lugar de
seguir riendo y haciéndose el gracioso. La paciente sacó lo que se llama una «Polyfoto» de ella
misma. Su madre quería tener una foto suya y ella pensó que si tomaban cuarenta y ocho fotos
pequeñas (como se hace por el método citado) una o dos de ellas serían buenas. Asimismo, este
método corresponde a la esperanza de juntar los fragmentos (11) de pecho, de los padres, de uno
mismo.
Me pidió que escogiera la que me gustaba más y también que examinase todas las restantes de las
cuarenta y ocho fotos. La paciente tenía intención de regalarme una. La idea consistía en que yo
hiciese algo fuera del análisis, y cuando, en lugar de caer en la trampa (unos pocos días antes me
había advertido sobre tales trampas), yo me puse a analizar la situación, ella se sintió
desesperanzada, dijo que no le daría una foto a nadie, y que se suicidaría. Ya habíamos hablado
mucho del tema de mirar como forma de dar vida, y yo iba a verme seducido a negar su muerte
mirando y viendo.
Si yo no accedía, ella se sentía herida, lo cual se relacionaba con su extrema angustia referente a la
fantasía de haber rechazado el pecho de la madre (haciendo que ésta se disgustara o sintiera
herida) en contraposición a sentirse furiosa por verse frustrada por la madre. Al final de cada sesión
analítica, lo más probable era que ella se sintiese despechada como si se tratase de la negativa a
seguir administrándole el análisis, negativa contra la que ella se defendía haciendo hincapié en los
poderes frustratorios del analista.
Las interpretaciones sacaron a la luz el hecho de que ella consideraba el análisis como un arma en
mis manos, y también que sentía que era más real que yo mirase su foto (una cuadragesimaoctava
parte de ella misma) que la mirase a ella misma. La situación analítica, que la paciente lleva cuatro
años proclamando como su única realidad, le parecía por primera vez, en aquel momento, irreal o
cuando menos una relación narcisista, una relación con el analista que a ella le resultaba valiosa
principalmente por el alivio que le proporcionaba, un tomar sin dar, una relación con sus propios
objetos interiores. La paciente recordó que uno o dos días antes había pensado de pronto «cuán
terrible era ser realmente una misma, cuán terriblemente solitario».
Ser uno mismo o una misma significa contener una relación entre padre y madre. Si ellos se aman y
son felices juntos, suscitan odio y codicia en el solitario; y, si son malos, ladrones, crueles,
pendencieros, lo son debido a la ira del solitario, ira enraizada en el pasado.
Este análisis ha sido muy largo, debido en parte a que durante los primeros dos años yo no
comprendí la posición depresiva; a decir verdad, no fue hasta el año pasado que tuve el
presentimiento de que el análisis marchaba realmente bien.
He citado el caso de Mathilda principalmente con el fin de ilustrar el sentimiento de irrealidad que
acompaña a la negación de la realidad interior en la defensa maníaca. El incidente de la “Polyfoto”
fue una invitación a que yo me viese atrapado en el asunto de su defensa maníaca en lugar de
comprender su muerte, inexistencia, falta de un sentimiento de realidad de sí misma.
Resumen
He querido presentar ciertos aspectos de la defensa maníaca y de sus relaciones con la posición
depresiva. Al hacerlo he lanzado una invitación a que se discutiese el término «realidad interior», y
su significado en comparación con el significado de los términos «fantasía» y «realidad exterior».
El incremento de mi propia comprensión de la defensa maníaca, así como el mayor reconocimiento
de la realidad interior, han significado un gran cambio para mi práctica psicoanalítica.
Confío en que el material de los casos citados les haya dado algún indicio de la forma en que la
defensa maníaca es de un modo u otro un mecanismo que se emplea corrientemente y que debe
estar constantemente presente en la mente del analista, al igual que cualquier otro mecanismo de
defensa.
No basta con decir que ciertos casos dan muestras de defensa maníaca, ya que en todo caso la
posición depresiva es alcanzada antes o después, por lo que siempre es de esperar que aparezca.
Y, en cualquier caso, el análisis del final del análisis (que puede darse al principio) incluye el análisis
de la posición depresiva.
Es posible que un buen análisis sea incompleto porque el final se haya presentado sin ser
plenamente analizado; o es posible que un análisis resulte prolongado debido en parte a que el
final, y el mismo resultado afortunado, se hagan tolerables a un paciente solamente cuando hayan
sido analizados; o sea, después de completar el análisis de la posición depresiva, y el de las
defensas que contra ella puedan emplearse, incluyendo la defensa maníaca.
El término «defensa maníaca» se ha forjado para cubrir la capacidad que tiene una persona para
negar la angustia depresiva que es inherente al desarrollo emocional, la angustia que corresponde a
la capacidad del individuo para sentirse culpable y también para reconocer la responsabilidad por
las experiencias instintivas, y por la agresión en la fantasía que acompaña a las experiencias
instintivas.
(1) El término “realidad psíquica” no implica ningún emplazamiento de la fantasía; el término “realidad interior”
presupone la existencia de un interior y de un exterior y, por consiguiente, una membrana limítrofe perteneciente a la
que yo llamaría el “psiquesoma” (1957).
(2) Actualmente emplearía el término “quimeras” (1957).
(3) Es decir, en el psicoanálisis antes de Klein.
(4) Véase elación
(5) Esta idea ha sido expresada por Brierley (1951, capítulo 6).
(6) Ahora veo que había un problema implícito y muy real en la
observación del doctor Jones, y he desarrollado el tema.
(7) La introducción hecha por la señora Klein del empleo de unos cuantos juguetes diminutos fue un plan brillante, va
que dichos juguetes prestaron apoyo al niño en relación con la devaluación despreciativa y, además, hacen que el
dominio omnipotente sea casi un hecho. El niño es capaz de expresar profundas fantasías por medio de los pequeños
juguetes al principio del tratamiento y de esta manera empieza con cierta creencia en su propia realidad interior.
(8) Durante el Día del Armisticio (Poppy Day) en Inglaterra se venden
amapolas de papel con fines benéficos (N. del T).
(9) Esto lo imaginaba el niño, pues en realidad no era cierto.
(10) Ahora añadiría la idea de que el niño se enfrentaba con la depresión de su madre lanzándose de cabeza en el
mundo interior de la misma (1957)
(11) Actualmente vería mucho más en este incidente, pero creo que actuaría como lo hice entonces.