La nueva realidad familiar: su incidencia en la infancia

La nueva realidad familiar: su incidencia en la infancia

Fuente: Apuntes de Psicología 2005, Vol. 23, número 2, págs. 209-218. ISSN 0213-3334
Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Occidental y Universidad de Sevilla

Isabel DOMÍNGUEZ LÓPEZ
Servicio de Protección de Menores. Cádiz

Resumen
El presente trabajo intenta dar cuenta de la repercusión que sobre los niños tiene la separación y/o divorcio de sus padres así como el presenciar el maltrato doméstico sin ser víctimas directas. Tras una breve descripción de ambas situaciones, se explican las posibles consecuencias que pueden tener, así como intervenciones para eliminar o reducir las mismas.
Palabras clave: separación/divorcio, violencia doméstica, síndrome de alineación parental.

En los últimos cinco años, se ha materializado
en la sociedad española un brusco
cambio que comporta un aumento de separaciones
y divorcios, hasta el punto en el que
más de 300 matrimonios se rompen al día,
una cifra que supone un tercio más que hace
cinco años. Actualmente contamos con unas
126.000 parejas separadas al año, cuando en
1998 eran menos de 94.000, lo cual significa
un aumento significativo digno de estudio.
En el 2003 el número de separaciones
y divorcios fue un 9% superior respecto al
2002, y un 17% más elevado que en el 2001
según el Instituto Nacional de Estadística
(I.N.E.).
Respecto a nuestra Comunidad Autónoma,
un análisis de los datos existentes, indica
que también el número de rupturas matrimoniales
sigue progresivamente aumentando
hasta la actualidad.

Tabla 1. Número de separaciones y divorcios en Andalucía y en España.
Nueva Realidad familiar: incidencia en la infancia- tabla 1

La tabla 1 refleja los datos estadísticos
respecto al número de separaciones y divorcios
consumados en el territorio nacional y en
Andalucía entre 1998 y 2003 según el I.N.E.
y el Instituto de Estadística de Andalucía
respectivamente.
Del estudio de esta tabla se desprende
que durante el intervalo transcurrido entre
1998 y 2003 el número de separaciones y de
divorcios ha crecido progresivamente tanto
en España como en Andalucía, siendo en ambos
territorios mucho más frecuente los casos
de separaciones que los de divorcios.
A pesar de ese incremento, los datos del
Instituto Nacional de Estadística (I.N.E.) revelan
que la tasa bruta de divorcios en España
en 2002 era el 0,9 por mil, la mitad de la que
existe en la Unión Europea de los 15 miembros.
Esto nos lleva a pensar que el número de
divorcios en España seguirá creciendo como
ocurre en el resto de Europa.
Por otro lado, añado a lo anteriormente
dicho, que el número de casos de denuncias
de mujeres víctimas de violencia por parte de
su pareja o expareja en el año 2004 en España
han sido 43.569 casos, según el Instituto Andaluz
de la Mujer (I.A.M.), produciéndose en
Andalucía un número de 9.489 de éstas.
En la tabla 2 se observa un ligero descenso
de las denuncias en el año 2004 respecto a
las del año anterior, pero los datos de ese año
no están completos, pudiendo preverse una
tendencia ascendente de tales denuncias.
Una vez planteado todo lo anterior, tomándolo
como punto de referencia y centrando
el tema a tratar, es mi intención apuntar
a que en ambos hechos se olvida, en la gran
mayoría de los casos, la historia de esos niños
y niñas, los hijos e hijas de los padres y madres
involucrados en tales situaciones.
Estos niños y niñas no son los protagonistas
de las situaciones anteriormente
descritas, pero sí sufren directamente las
consecuencias derivadas de las mismas.
Por eso, considero que se debe recuperar el
protagonismo de ellos, con la finalidad de
amortiguar los efectos que puedan sufrir.
Desde distintas áreas de la Psicología se
defiende que un buen entorno afectivo puede
ser un importante factor que influya en el
desarrollo psicológico global del niño y de
la niña o por el contrario a contribuir en la
generación del problema. La adecuada relación
con los padres le permitirá comprender
el significado de las emociones, aplicarlas en
sus relaciones con los demás y aprender que
los otros también tienen emociones. Si esto
no se produce, existe más probabilidad de que
nos encontremos ante un niño o una niña con
graves problemas de conducta.
La familia es el contexto más inmediato
y el único que prácticamente interviene durante
los primeros años de vida. Las pautas
de crianzas parentales distorsionadas pueden
generar futuros problemas en los niños y
niñas, mientras que unas pautas coherentes
(estilo democrático) predisponen hacia la
normalidad del comportamiento. La presencia
de separaciones, malos tratos, trastornos
psicopatológicos en los progenitores, etc., está
asociado con una mayor probabilidad de padecer
dificultades psicológicas en la infancia y
adolescencia (Rodríguez Sacristán, 2002).
Por tanto es necesario actuar en estas situaciones
que se desarrollan entre los adultos
que puedan ser un factor predisponente hacia
una falta de salud en los menores. Existen
múltiples de estas circunstancias, pero a
lo largo de este trabajo me detendré en el
divorcio o separación de los padres y en el
maltrato a la madre (apunto sólo a la figura
de la madre ya que es la mujer la que estadísticamente
sufre más agresiones tanto física
como psicológica en la pareja), considerando
a ambos como dos procesos que ocurren con
relativa frecuencia en la actualidad.
Respecto a las separaciones entre los
padres y madres, para aquellos que lo viven
personalmente, suele ir acompañado de un
gran cambio de vida con todo tipo de implicaciones
sociales, psicológicas y económicas.
Preocupa particularmente la frecuencia con
la que afecta a los hijos e hijas. Para un niño/a
el divorcio no sólo significa asistir a la desintegración
de la relación entre su madre y su
padre; en muchos casos también significa la
ruptura de la relación del propio niño/a con
uno de los progenitores, generalmente el padre,
que es quien abandona el hogar familiar
y pierde en muchos casos el contacto con sus
hijos e hijas.
Por tanto, la separación de los padres
supone una dura experiencia para los menores,
sin embargo estos sufren igual o más en
ciertos casos si los progenitores continúan
con sus peleas, agresiones, con un ambiente
hostil y poco afectuoso.
Partiendo de los resultados de algunas
investigaciones sobre el tema (Schaffer,
2000), podemos señalar algunas de las consecuencias,
que para los niños/as, conlleva el
divorcio de sus padres.
Según Wallerstein, Corbin y Lewis
(1988), el divorcio no es un único hecho puntual,
sino un proceso de estadios múltiples en
el que las relaciones familiares cambian radicalmente.
Los resultados de su investigación
apuntan a que en los hijos e hijas las reacciones
iniciales en todas las edades tendían a ser
graves en muchos casos, y aunque cedían en
uno o dos años, no era raro en absoluto ver
secuelas a largo plazo. Los autores consideraban
que no se debe tanto al divorcio como
a la paternidad dividida y al deterioro de la
calidad de vida que sigue frecuentemente la
ruptura matrimonial.
Hetterington (1979), halló que el impacto
del divorcio traspasaba el ámbito familiar
para llegar a afectar al comportamiento es-
colar del niño. Este mismo autor, en 1.985,
apuntó a que los efectos a largo plazo en
los niños depende de otros factores como la
propia adaptación de la madre, la relación
matrimonial existente en la nueva familia, la
actitud y el tratamiento del padrastro respecto
al niño o niña, el apoyo de fuentes externas,
entre otros.

Tabla 2. Denuncias de mujeres víctimas de
violencia por parte de sus parejas o exparejas en
Andalucía y España (en el total nacional sólo se
incluyen los casos atendidos por los Cuerpos y
Fuerzas de Seguridad del Estado).
Nueva realida familiar: incidencia en la infancia- tabla 2

Block (1986), defendía que el factor operativo
no es tanto la ruptura de la relación que
provoca la disolución del matrimonio sino
más bien la atmósfera del conflicto que existe
cuando el padre y la madre estaban juntos.
De todo lo anteriormente mencionado, se
puede concluir que la separación o divorcio
de los padres lleva a los niños y niñas a un
estado de desequilibrio emocional. Estas
situaciones de problemática familiar son un
factor de riesgo, representan un momento
proclive para que en ese medio de inestabilidad
el niño/a tienda a ciertas situaciones y/ o
adopte ciertos comportamientos de rebeldía,
agresividad, incumplimiento de normas,
pudiendo cronificarse y llegando a causarles
posteriormente dificultades en la edad adulta.
Es por tanto un ámbito susceptible de una
adecuada atención, con los medios y apoyos
necesarios.
Partiendo de estas teorías también se
puede apuntar que estas consecuencias negativas
son más probables en casos de rupturas
conflictivas.
Lisa Parkinson (1987) clasificó a distintas
parejas según los estilos interaccionales
y comunicacionales en la ruptura, distinguiendo
entre:
• Parejas semidesligadas, en las que la
situación de divorcio emocional o la
evolución de la pareja por separado
es paso previo a la ruptura y en la que
existe un bajo nivel de conflicto durante
la evolución.
• Conflictos de puertas cerradas, son aquellas
en las que se usa el silencio como
medio de resolución de conflictos, siendo
éste un signo de rechazo, ira o frustración
y bajo el cual se oculta sentimientos
de apego, dolor profundo y miedo al
abandono. En este caso los abogados
son los que tienden a resolver y tomar
las decisiones durante el proceso.
• La batalla por el poder, donde la
separación constituye un intento de
desequilibrar el reparto de poder dentro
de la familia, y en el cual quien siente
haber perdido más durante la convivencia
puede ocupar una posición dominante
en el proceso de separación mediante
la culpabilización del otro u otra, el uso
de los hijos/as. En este tipo de ruptura
se producen litigios duraderos y contenciosos.
• El enganche tenaz o “síndrome del
esposo/a ambivalente”, en este caso el
cónyuge intenta dejar al otro mientras éste
hace lo posible para evitarlo por medio
de chantaje emocional o autolesiones. El
que deja se ve impulsado al retorno pero
el intento de reconciliación dura poco,
tras lo cual el que es dejado se sentirá
más lastimado y enfadado. En este caso
existe dificultad en las negociaciones.
• Confrontación abierta o escalada de
violencia, en este punto existe un conflicto
intenso en el que cada vez que se
produce una discusión puede producirse
una escalada de violencia verbal y a veces
hasta física. Existe dificultad en los
miembros de la pareja para controlar sus
reacciones. El divorcio es conflictivo y
ocurren fuertes disputas.
• Conflictos enredados, son parejas que
realizan una fuerte inversión emocional
intentando que su lucha continúe. Realizan
análisis continuos de los “pros” y
“contras” de la ruptura. Son capaces de
sabotear todo tipo de decisiones relacionadas
con la ruptura por continuar con
la batalla, reavivando el conflicto cuando
están a punto de salir de él. Se caracterizan
por ser resistentes al cambio y proclives
a conflictos crónicos. El divorcio entre
ellos suele ser conflictivo y la custodia
disputada.
• Violencia de género, en este caso la
mujer presenta un estado de temor e
intimidación, sentimientos de indefensión,
confusión, angustia, anulación de
sus capacidades para tomar decisiones y
resolver conflictos. Así mismo se presenta
baja autoestima y autoculpa, todo lo cual
generan una ruptura inalcanzable. Los
divorcios son conflictivos y la custodia
disputada. El estado de violencia, amenaza
e intimidación puede durar después
de materializada la ruptura.
Partiendo de esta tipología, debemos
considerar estas situaciones con más posibilidades
de conllevar consecuencias negativas
para los hijos/as, ya que son casos en los que
son difíciles los acuerdos por ambas partes y
en los que las tensiones y disputas mantienen
un clima hostil incluso después de efectuarse
la separación. Como anteriormente he mencionado,
es más decisivo para la salud mental
de sus miembros los hechos que acontecen en
torno al proceso del divorcio, que el hecho en
sí mismo. En el presente trabajo resaltaré dos
situaciones concretamente, la de batalla por
el poder y la de violencia de género.
Respecto a la primera de ellas, es un caso
proclive para que se produzca el Síndrome de
Alineación Parental (SAP). Este síndrome
fue propuesto por Richard A. Gardner en
1985, para referirse a la alteración en la que
los hijos e hijas están preocupados en censurar,
criticar y rechazar a uno de sus progenitores,
descalificación que es injustificada y/
o exagerada.
Según Ignacio Bolaños, es un síndrome
familiar, en el que cada uno de sus participantes
tiene una responsabilidad relacional
en su construcción, y por tanto, también en
su transformación. No sólo es, como defendía
Gadner, un progenitor alienante que “lava el
cerebro a sus hijos” para excluir al progenitor
alienado, quien tiende a considerarse como
una víctima pasiva, sino un conjunto de elementos
como es la evolución de la pareja, la
influencia del contexto legal, la participación
del progenitor alienado en medio del propio
SAP y la de los hijos/as en medio de un sistema
de dobles presiones parentales.
En un primer momento, según este autor,
no se trata de una negación a la figura parental
correspondiente, sino más bien de una negación
relacional. Posiblemente el niño rechaza
a su padre o a su madre por que los quiere,
no por lo contrario. Pero esta actitud basada
inicialmente en aspectos emocionales derivados
de sus propias vivencias de pérdida,
corre el riesgo de sustentarse cognitivamente
de una forma más racional, ante las continuas
exigencias externas que le hacen tener que
justificar y argumentar su postura. De esta
forma, la actitud del niño puede verse incrementada
al ser presionado para participar en
actos legales derivados del conflicto de separación,
pasando a formar parte de la propia
disputa, en la medida en que sus sentimientos
son usados como argumentos.
Estas situaciones pueden convertirse en
auténticos casos de explotación emocional,
según Bolaños, en las que las repercusiones
para el niño no suelen ser convenientemente
valoradas. Si bien el rechazo reactivo a la
doble presión parental constituye una cierta
estrategia de supervivencia cuyos efectos
inmediatos son de un aparente mayor bienestar,
la pérdida de una figura paterna asociada
a vivencias tan conflictivas, genera efectos
negativos en el posterior desarrollo del niño/a
(Hetherington, 1972). Este ha adquirido un
falso poder para controlar las relaciones y, al
mismo tiempo, participa de una relación simbiótica
con el progenitor aceptado, con quien
comparte sentimientos que no le son propios.
Los nuevos procesos de identificación pueden
ser inadecuados, eligiendo a otras figuras que
implícita o explícitamente apoyan su postura.
Este aprendizaje repercute inevitablemente
en las competencias sociales del niño y en
su propia autoestima.
De todo ello concluyo, en primer lugar,
que es necesario seguir realizando más investigaciones
respecto al SAP, despejando
aquellas variables decisivas a la hora de
realizar el diagnóstico del mismo y cuya
modificación conlleven una variación del
sistema relacional familiar, mejorando con
ello las posibles repercusiones negativas que
tuviera en los niños/as.
Igualmente considero conveniente un
dispositivo de atención preventiva en casos de
divorcio en general, y más específicamente en
los contenciosos, que sirva como una primera
aproximación a estas familias, pudiendo así
detectar las posibles complicaciones que
pudieran surgir. Tal dispositivo podría actuar
desde distintos campos, posibilitando con
ello el máximo alcance posible. Por ejemplo
en escuelas de padres y madres, o en sus asociaciones
así como en talleres públicos, en los
que transversalmente a ciertos temas, como
la educación de los niños/as, el desarrollo
afectivo de los mismos/as, pueda insertarse
algunas indicaciones para madres y padres
que estén en proceso de separación/ divorcio,
así como orientarles en las explicaciones
que tienen que dar a sus hijos de por qué se
separan, apoyado todo esto en la realización
de role-playing para que puedan practicar y
verse más capaces.
Sin pretensión de exhaustividad, a continuación
se señalan algunas indicaciones
generales que podrían exponerse:
• Dejar claro a los niños/as que la pareja que
formaban sus padres ha dejado de existir,
que por circunstancias vitales han dejado
de quererse entre ellos, pero que siguen
siendo, para toda la vida, sus padres.
• No se debe hacer que los niños/as caigan
en un conflicto de lealtades: “Quieres más
a papá o a mamá”. Que sus padres no se
quieran no quiere decir que los hijos no
los puedan querer a los dos.
• Eliminar las culpas, ya que ni el padre ni
la madre tienen la culpa de que la relación
se haya acabado. Los que si que no tienen
la culpa son los hijos/ as, lo cual hay que
aclararlo con ellos/as.
• No utilizar a los hijos/as como mensajeros
por ejemplo: “dile a tu padre que me tiene
que abonar la pensión”
• No hablar mal del padre o de la madre,
ya que los hijos e hijas necesitan de un
buen padre y de una buena madre para
un desarrollo emocional adecuado.
• Los hijos/as siempre tendrán la fantasía
de que sus padres vuelvan a estar unidos,
por lo que se debe atender a posibles
señales (como ponerse enfermo para que
estén sus padres juntos).
• Cuando el padre o la madre tengan una
nueva pareja habrá que intentar que lo
acepte poco a poco, sin forzar la situación,
insistiéndole que esta nueva situación
no supondrá menos cariño para él/ella,
sino que su papá o mamá va a estar más
feliz.
• Tener presente que la nueva pareja del
padre no es su madre y la nueva pareja
de su madre no es su padre.
• Saber que el niño va a comprobar si lo
quieren o no, para ello no sólo hay que
decírselo, darle besos y regalos, también
evitar pelearse delante de él o ella y que
sufran innecesariamente. Igualmente se
debe cumplir los deberes que tienen como
padres y con su custodia y régimen de
visitas.
• No comprar sus voluntades, con regalos,
dinero o permitiéndole hacer a su antojo
todo lo que quiera, haciendo el juego del
malo y el bueno.
Asimismo, se podría contemplar la
existencia de un dispositivo insertado en los
juzgados destinados a diagnosticar aquellas
situaciones más complicadas y asesorar a
estos padres en la dirección arriba apuntada,
por ejemplo mediante un sistema público de
mediación familiar. La mediación familiar
es un proceso estructurado en el cual el
mediador/a, profesional experto, ayuda a
los matrimonios o parejas que han decidido
separarse a resolver los desacuerdos propios
de este momento, que facilite a las personas
implicadas la negociación hasta alcanzar
una solución percibida por ellos como satisfactoria.
Con ello se reduciría soluciones
desfavorables que repercutieran en los hijos/
as, así como la generación de tensiones
y conflictos.
Por otro lado, es imprescindible facilitar
el acceso, a los propios niños/as, a equipos
profesionales de información, asesoramiento
y consejo, pudiendo contactar con ellos a
través de la webcam, correo electrónico o por
teléfono (que en un primer momento puede
ayudar a vencer esa timidez inicial o facilitarle
ese primer paso tan difícil de dar ), ya
que de este modo se le ofrece la oportunidad
a ellos de obtener ayuda cuando la requieran,
y no ya una vez instaurado ciertos problemas
o dificultades más arraigadas.
Considero que es indispensable para
salvaguardar la salud mental de estos niños/as
mecanismos asistenciales gratuitos y de fácil
acceso para los mismos/as.
En segundo lugar, tal y como he comentado
anteriormente, me refiero a hijos/as
de madres maltratadas. Muchos de ellos/as
no han sido directamente maltratados pero
muchos otros tantos sí, sin olvidar que difícilmente
presenciar episodios de violencia entre
su padre y su madre, las fuertes discusiones,
las amenazas y golpes o sentir el sufrimiento
de su madre, no conlleven consecuencias para
el niño, llegando a constituirse en algunas
ocasiones en maltrato emocional.
Diversas investigaciones (Rodrigo y Palacios,
1998) apuntan que entre un 30% y un
40% de los hijos que han sido maltratados por
sus padres cometerán actos similares con sus
descendientes. Si consideramos, siendo éste
el caso, que los episodios violentos e insultos
a la madre es a su vez un maltrato emocional
para los hijos/as, debemos alertarnos por la
posible repetición de estos episodios por
parte de los mismos en sus futuras relaciones
de pareja. En esta misma línea, Hotaling y
Sugarman (1986, citado en Pelegrín Muñoz
y Garcés de los Fayos Ruiz 2004, pág. 360)
informaron que en el 88% de los estudios que
examinaron, los maridos abusivos tenían más
probabilidades que los no abusivos de haber
presenciado violencia en sus propias familias
durante su crecimiento. Esto es debido a que,
como señala Aguilar (1990, citado en Reyes,
Garrido y Torres, 2004, pág. 86) las prácticas
educativas que adoptamos con nuestros hijos
no suelen provenir de análisis informados y
profesionales, sino de estrategias que muchas
veces se han ido transmitiendo de generación
en generación (con algunas adaptaciones a
la época), y, a pesar de que algunas veces
hemos cuestionado diversas formas con las
que nos educaron, en el momento de la acción
frente a nuestros hijos, solemos traicionarnos
y tendemos a hacer lo mismo que hemos
aprendido, visto, vivido y criticado, cuando
fuimos educados.
Esta transmisión intergeneracional se
ha explicado desde diversas teorías, entre
ellas el aprendizaje social o la teoría de las
relaciones objetales.
Según la primera de ellas, destaca el papel
jugado por el aprendizaje observacional,
la imitación y el reforzamiento. El niño/a
desde muy temprano aprende a realizar conductas
que ve en los adultos observando las
consecuencias que obtienen con las mismas
(Bandura y Walters, 1988). Si obtiene un
aumento de una situación placentera o un
descenso de una desagradable a través de
tal conducta, aumentará el número de veces
que repita la misma, instaurándose ésta en el
repertorio de conducta del niño/a.
Por otra parte si nos basamos en la teoría
de las relaciones objetales, apuntaríamos a
cómo la identidad adulta se forma a partir de
la internalización de las relaciones familiares
(Stierlin, 1987). Primero el niño/a hace suyos/
as o introyecta las interacciones con las
personas más significativas de su entorno;
es decir, las imágenes del objeto, el “yo”,
interactuando con ese objeto y afecto asociado
a ello. Por ejemplo, el hijo de un padre
abusivo introyectará las imágenes del padre
abusador, los sentimientos de indefensión y
rabia que sintió ante él, y la imagen del yo
desvalorizada. Posteriormente se da el proceso
de identificación, en el que el niño adopta
determinados roles basados en la imitación de
los padres. Finalmente se construye la identidad
de “yo”, un mundo interno de representaciones
de las relaciones con los miembros
de la familia u otras personas significativas.
La calidad y cualidad de ese mundo interno
determinará las relaciones posteriores.
Por tanto, desde dos posiciones tan
distanciadas como es el modelo conductista
y el modelo psicoanalítico queda patente lo
dañino que es esta situación para la futura
salud de los niños/as.
Existen datos que señalan ciertos efectos
de la violencia doméstica sobre los
hijos/as tanto a nivel individual, como en
relación con sus amigos y familiares y en
relación con el colegio. Entre los efectos
que se encuentran a nivel individual están
la tristeza, el estrés la confusión, la ambivalencia
afectiva o insensibilización del afecto,
la frustración o agresividad, entre otros.
Respecto a los relacionados con los amigos
y familiares se señalan las dificultades para
expresar sentimientos, la baja tolerancia a la
frustración o paciencia limitada, conductas
oscilantes o extremas, o comportamientos
centrados en la aprobación. Por último, en
el ámbito escolar se ha encontrado dificultad
para concentrarse, fracaso escolar, baja
autoestima o problemas de aprendizaje.
Por todo ello, es necesaria una actuación
respecto a estos menores.
Estos dispositivos destinados a estos
niños/as pueden incluirse en los programas
de atención a mujeres víctimas de violencia
doméstica, en los que se trabajará la autoestima
de estas mujeres así como su capacidad de
tomar decisiones, las cuales tienen gravemente
dañada, lo cual repercutirá favorablemente
a la hora de actuar con sus hijos e hijas.
Asimismo se pueden implantar grupos
de ayuda o talleres para estos niños/as, informales
y rodeados de un carácter lúdico,
evitando así la estigmatización. Estos grupos
podrían cursar paralelos a los de ayuda
para las mujeres, siendo una actividad que
fomente la participación conjunta de madres
e hijos/ as en ciertos acontecimientos. Estos
grupos se destinarían como un apoyo para
estos niños/as, como una forma de seguimiento
de la salud mental de los mismos/as,
así como un modelo de intervención más fácil
de llevar a cabo.
Otro dispositivo útil sería, al igual que en
los casos de divorcios y/ o separaciones, ofertar
atención directa a los menores, facilitándoles
su acceso mediante internet (webcam
o correo), contacto telefónico, entre otros.
Apunto hacia esta dirección al considerar que
estos niños/as pueden no disponer de medios
para desplazarse a ciertos lugares para recibir
la asistencia, al igual que tampoco recursos
económicos e incluso por miedo a posibles
represalias de los padres.
Por último, es necesario formar a maestros/
as, profesores/as y otros profesionales
de la educación para la detección de estos
casos y dotarles de capacidades que le permitan
ser un primer punto de apoyo para el
menor. Asimismo se están implantando en
los centros educativos como tema transversal
la educación para la salud, dentro del que
se incluye programas específicos de salud
mental clínico, en los que se puede informar,
mediante charlas y talleres, de los efectos
negativos que las situaciones de violencia
doméstica tienen sobre los menores que lo
presencian, concienciando así tanto a adultos
como a menores de la necesidad de buscar
ayuda en tales circunstancias.
Este trabajo está destinado a reflexionar
sobre estos niños/as ocultos bajo circunstancias
desfavorables protagonizadas por sus
progenitores, estos niños/as que están sin recursos
para hacer frente a situaciones difíciles
de comprender y asimilar, estos niños que son
los grandes olvidados de la historia.
Defendemos un modelo preventivo, un
modelo que posibilite amortiguar ciertos
efectos de estas circunstancias en los niños/
as, un modelo que permita disminuir
el número de problemas psicológicos que
posteriormente se ven en consulta como
resultados de estas situaciones, un modelo
que permita mantener la salud mental de
nuestros menores.
Referencias
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