La Psicología del Razonamiento, Alfred Binet (SEGUNDA PARTE)

La Psicología del Razonamiento, Alfred Binet

Investigaciones experimentales por el hipnotismo

Las imágenes

Ya se sabe que es posible, durante ciertas fases hipnóticas, y especialmente en el sonambulismo, provocar en los individuos dormidos alucinaciones de todos los sentidos. Estas alucinaciones provocadas son uno de los síntomas psíquicos más conocidos del hipnotismo. El medio que sirve ordinariamente para hacerlos surgir es la palabra. Cuando el individuo esta convenientemente preparado, cuando está a punto, basta decirle con autoridad: ¡Aquí hay una serpiente! para que vea a la serpiente arrastrarse ante él. Esta alucinación es subjetiva, personal del sujeto, y, por consiguiente, fácilmente simulable; pero presenta tan gran número de caracteres objetivos, que no se puede poner en duda su existencia, por lo menos en los casos en que están presentes estos caracteres. Así, no nos detendremos a discutir una vez más la hipótesis de la simulación; se encontraran las pruebas de la sinceridad del fenómeno a medida que avancemos en nuestra exposición. ¿Cómo puede el experimentador provocar alucinaciones con la palabra? ¿Cómo es que el individuo llega a ver una serpiente o un pájaro por el hecho sólo de que se le diga? ¿Se puede explicar este fenómeno? ¿Existe en la vida normal de un individuo en estado de vigilia algún fenómeno análogo? Estas son las preguntas que debe hacerse un psicólogo en presencia de las alucinaciones experimentales. Si promovemos estas cuestiones, es porque, al examinarlas, vamos a mostrar cómo pueden servir para la teoría de las imágenes. Cuando al hablar con una persona despierta se le habla del color rojo y comprende el sentido de esta palabra, se suscita en su espíritu una imagen, la imagen de lo rojo, en virtud de la asociación entre la palabra y la idea que ha establecido la educación; pero esta imagen que se suscita es generalmente muy débil, muy pálida; apenas se la vislumbra y desaparece, como un comparsa que no hace más que atravesar el escenario. La palabra ha provocado en la persona despierta una visión de lo rojo, pero una visión corta, rápida, defectuosa. Se cuenta que la noche de la ejecución del mariscal Ney, se encontraban algunas personas reunidas en un salón bonapartista, de repente se abrió la puerta, y el criado, equivocando el nombre de uno de los que llegaban, que se llamaba M. Maréchal Aîné, anunció en alta voz: ¡El señor mariscal Ney! A estas palabras, cundió en la reunión un movimiento de terror, y las personas presentes han contado después que, durante un instante, vieron claramente en M. Maréchal la persona de Ney, de carne y hueso, que avanzaba al centro del salón. Aquí estamos cerca de la alucinación sugerida, si es que no es una. Durante el hipnotismo, las alucinaciones que nacen de la palabra del experimentador no reconocen un mecanismo diferente. El experimentador excita con la voz el centro auditivo de su individuo, y una vez despertado este centro, trasmite su excitación al centro visual en virtud de asociaciones dinámicas establecidas anteriormente. La imagen visual surge entonces y se impone con tanta más energía, cuanto que es la única que reina en la conciencia del enfermo; el punto de su cerebro que se excita es el único que reacciona, y, por consiguiente, da su máximum. Pero hagamos abstracción de estas condiciones particulares que dan a la imagen evocada una intensidad tan considerable y la transforman en alucinación. Lo que nos importa establecer es el hecho de que la alucinación sugerida del hipnotismo no es un fenómeno aparte en la historia de la inteligencia; que, por el contrario, existe en estado de germen en las imágenes que pueblan nuestro espíritu durante el estado de vigilia, y que, en definitiva, se puede usar la alucinación como un aumento para estudiar las propiedades de la imagen. El primer hecho sobre el que llamaremos la atención, desde el punto de vista de la fisiología de la imagen, es el efecto de la acromatopsia o ceguera de los colores. Se sabe que un gran número de histéricos presentan una insensibilidad que se extiende por toda la mitad del cuerpo y le divide verticalmente en dos partes; esta hemianestesia va acompañada casi siempre de anestesias sensoriales más o menos pronunciadas; en el lado insensible el oído está debilitado, la nariz percibe mal los olores y una mitad de la lengua no distingue los sabores de los manjares que se ponen en ella. Pero lo que nos interesa más actualmente es el estado del ojo. Este órgano participa como los demás de la insensibilidad. Muy frecuentemente se observa una disminución concéntrica del campo visual, y, al mismo tiempo, la pérdida o el debilitamiento de una o varias sensaciones de colores, en otros términos, la acromatopsia. Esta pérdida de los colores se verifica según un orden definido. El color que se pierde primero es el violeta; el segundo el verde; este orden es constante en todos los enfermos; con respecto a los demás colores, hay que establecer dos categorías, que son poco más o menos igualmente numerosas; en una, los enfermos pierden sucesivamente el violeta, el verde, el rojo, el amarillo y el azul; en la otra, hay una inversión entre el rojo y el azul, y la serie se representa así: violeta, verde, azul, amarillo, rojo. Era de interés observar el influjo que podría ejercer la acromatopsia sobre las alucinaciones coloreadas que se sugieren durante el hipnotismo. M. Richer ha sido el primero que observó que si se tiene abierto sólo el ojo acromátopo en un hipnótico, no se le puede sugerir por medio de este ojo ninguna alucinación coloreada. Si el enfermo ha perdido el violeta, es imposible que el violeta entre en sus alucinaciones, y así sucesivamente. He aquí algunos ejemplos de ello: «Bar, en estado de vigilia, es acromatópsico del ojo derecho. Teniéndole cerrado el ojo izquierdo le hacemos ver una bandada de pájaros. A nuestras preguntas sobre el color de su plumaje, responde que todos son blancos o grises. Si insistimos, afirmándole que se engaña, que unos son azules y otros rojos o amarillos, sostiene que no ve más que pájaros blancos o grises. Pero las cosas cambian si en este momento le abrimos el ojo izquierdo, esté cerrado o no el derecho; en seguida se extasía con la variedad y el brillo de su plumaje, en el que se encuentran reunidos tantos colores. »Este experimento se ha variado de muchos modos. Con el ojo izquierdo cerrado le enseñamos un arlequín y le pinta todo cubierto de cuadritos blancos, grises o negros. Un polichinela está igualmente vestido de blanco y gris. «Es original -dice- pero no es bonito.» Le abrimos el ojo derecho y en seguida reaparece la noción de los colores y el arlequín y el polichinela se le aparecen pintarrajeados como se tiene costumbre de representarlos (14). La misma regla parece extenderse, como he demostrado, a las alucinaciones espontáneas de la enajenación mental; he observado, al servicio del doctor Magnan, en el Asilo de Santa Ana, una loca histérica que estaba obsesionada continuamente por la imagen de un hombre vestido de rojo. Esta mujer era hemianestésica y acromatópsica izquierda; cuando se le cerraba el ojo derecho continuaba viendo su alucinación con el ojo izquierdo; pero el hombre que se le aparecía ya no era rojo, era gris, y estaba como rodeado por una nube. Así, la ceguera de un color impide la alucinación, es decir, la imagen de este mismo color. ¿Cómo se explica esto? Muy sencillamente, si consideramos la acromatopsia como un fenómeno cerebral, como una perturbación funcional de las células corticales afectas a las sensaciones de los colores. Desde el momento en que esta perturbación funcional ofrece el mismo obstáculo a la alucinación que a la sensación de un color dado, esto depende verosímilmente de que la sensación y la imagen emplean el mismo orden de elementos nerviosos. En otras palabras, la alucinación se verifica en los centros en que se reciben las impresiones de los sentidos; resulta de una excitación de los centros sensoriales. Lo que decimos de la alucinación se aplica directamente a la imagen. Se objetará quizá que hay histéricos hipnóticos en los cuales la acromatopsia no impide la sugestión de alucinaciones coloreadas. Pero nos parece fácil explicar esta excepción de la regla. Nos limitaremos a observar que la acromatopsia en los histéricos es un subordinado de la hemianestesia; que esta lesión no tiene nada de definitivo; que es, más bien que una parálisis, una paresia, una pereza de los elementos nerviosos. Estos elementos no responden ya al llamamiento de su estímulo normal, la luz coloreada; pero no hay nada de chocante en que reaccionen cuando son atacados, por otro lado, mediante una excitación que viene de los centros auditivos y que no es otra cosa que la sugestión verbal. He aquí otros hechos que apoyan la localización de la imagen en el centro sensorial. Un gran número de observaciones reunidas por M. Féré, muestran que hay una relación constante entre la sensibilidad especial del ojo y la sensibilidad general de sus tegumentos. Cuando una lesión cerebral determina perturbaciones sensitivas en los tegumentos del ojo, se encuentran igualmente, a poco que se busquen, perturbaciones visuales, como la acromatopsia, reducciones concéntricas o laterales del campo visual. En la hemianestesia histérica, se observa también una relación entre la sensibilidad de la conjuntiva y de la córnea y la sensibilidad especial del órgano; estas dos sensibilidades están siempre afectadas en igual medida. La interpretación de estos hechos y de otros muchos, demasiado numerosos para citarlos aquí, ha conducido a M. Féré a la conclusión siguiente: Hay en las regiones indeterminadas del encéfalo centros sensitivos comunes a los órganos de los sentidos y a los tegumentos que los recubren (15). Ahora bien; si se examina con cuidado todo lo que ocurre cuando se da una alucinación visual a una hipnótica, se ve que en muchos casos la alucinación modifica la sensibilidad de las membranas externas del ojo. En el estado cataléptico, la conjuntiva y la córnea, fuera del campo pupilar, son generalmente insensibles; pero en cuanto se ha desarrollado la alucinación visual, en P… por ejemplo, la sensibilidad de las membranas externas del ojo vuelve al estado en que está durante la vigilia; no se pueden tocar las membranas con un cuerpo extraño sin provocar reflejos palpebrales(16). En la citada M…, la alucinación persiste al despertar durante algunos minutos, produciendo siempre una disestesia de las membranas del ojo, que dura exactamente lo que la alucinación. En la citada Witt…, la alucinación unilateral produce un ligero dolor en el ojo que es el único alucinado: «Parece que tengo arena en este ojo», dice la enferma. Estas tres observaciones parecen demostrar que la alucinación visual, o, de un modo más general, la imagen visual, interesa el centro de la visión. Pero todavía no hemos entrado en las observaciones más interesantes en este orden de ideas. Nos queda que hablar de los fenómenos cromáticos producidos por las alucinaciones de la vista. Recordemos ante todo tres experimentos fisiológicos, que son fáciles de ejecutar sin grandes aparatos. Primer experimento: Se toma un cartón dividido en dos partes iguales, una roja y otra blanca y que tenga en su centro un punto destinado a inmovilizar la mirada; si se fija la vista en este punto durante algunos instantes, se ve aparecer en la mitad blanca un color verde. Esto es el contraste cromático(17). Segundo experimento: Se mira fijamente a una crucecita de color rojo y que tiene en su centro un punto negro; si se llevan en seguida los ojos a una hoja de papel blanco que tenga un punto negro, se ve aparecer inmediatamente una cruz verde. Esto es la sensación consecutiva, negativa. Tercer experimento: Se toman dos cartones, uno rojo y otro verde, y se les pone en una mesa, uno delante de otro, a corta distancia; después, con un vidrio colocado ante el ojo, se mira uno de los cartones por transparencia y se trata de obtener al mismo tiempo la imagen reflejada del otro cartón con objeto de superponerla a la del primero; en el momento en que las imágenes de los dos cartones se superponen, se mezclan sus colores y se obtiene un color resultante que es generalmente pardo (el tinte exacto depende del color de los cartones, de la intensidad de la luz, etc.) Esto es la mezcla de los colores complementarios. Se pueden repetir estos tres experimentos, con cartones coloreados, por sugestión, es decir, con alucinaciones de color. Si, como ha mostrado M. Parinaud, se da a una enferma la alucinación del rojo sobre la mitad de una hoja blanca, vería aparecer el verde en la otra mitad. Si, como hemos observado con el doctor Féré, se hace aparecer una cruz roja en una hoja blanca, la enferma, después de haber contemplado algunos instantes esta cruz imaginaria, ve sobre otra hoja de papel una cruz verde. Finalmente, si se la enseña a superponer, según el procedimiento descrito, cartones coloreados por sugestión de verde y rojo, la enferma ve el tinte gris resultante, producido por la mezcla de estos dos colores complementarios. Ante estos resultados, ¿es posible dudar de que la alucinación visual resulte de una excitación del centro sensorial de la visión? Si no ocurriese así, ¿cómo se comprendería que la alucinación diese lugar a los mismos efectos cromáticos que la sensación? Podemos aplicar a la imagen visual todos estos fenómenos revelados por el estudio de la alucinación visual. Esta extensión del experimento es tanto más legítima cuanto que Wundt ha demostrado que la simple imagen de un color, contemplada durante mucho tiempo en la imaginación, da lugar a la sensación consecutiva de un color complementario. Si se mira fijamente en el espíritu durante algunos instantes la imagen del rojo, se nota, al abrir los ojos sobre una superficie blanca, un tinte verde(18). Este experimento es difícil de repetir, porque exige un poder de vinculación que no todo el mundo tiene. Tomándome como ejemplo, no puedo llegar a representarme claramente un color, soy un visual muy mediano; por tanto, no es chocante que no logre obtener la sensación consecutiva coloreada. Pero mi excelente amigo el Dr. Féré lo consigue fácilmente. Puede representarse una cruz roja lo bastante vivamente para ver en seguida otra cruz verde en una hoja de papel; así es que ve, no sólo el color, sino la forma. Estos hechos demuestran la estrecha analogía de la sensación, de la alucinación y la imagen; de ellos se puede deducir esto: sea que se tenga el recuerdo del rojo, sea que se le vea en una alucinación, la célula que vibra es siempre la misma(20). Hasta aquí nos hemos contentado con afirmar que la imagen ocupa el mismo lugar que la sensación, sin tratar de determinar anatómicamente cuál es este lugar. Los experimentos anteriores no permiten resolver esta última cuestión, que es más complicada y más difícil que la primera. Podríamos hacer intervenir aquí los principales resultados de las localizaciones cerebrales, que parecen demostrar que los centros sensoriales están situados al nivel de la corteza cerebral, en una zona todavía mal limitada, situada probablemente detrás de la zona motora. Pero preferimos quedarnos en el terreno de la experimentación hipnótica, que puede enseñarnos todavía algo sobre este asunto. Hay un hecho capital en la historia de las alucinaciones, y es que estas perturbaciones sensoriales, cuando tienen una forma unilateral, se pueden transmitir por el imán (21). Esta trasmisión va acompañada de cierto número de señales objetivas que excluyen toda idea de imitación; así es como la emigración del fenómeno va seguida, en ciertos individuos, de una emigración en sentido inverso y, después, de otras varias emigraciones, fenómenos que se han descrito, con motivo de la trasmisión de la anestesia, con el nombre de oscilaciones consecutivas; además, a medida que se efectúa la trasmisión, la enferma se queja de dolores que oscilan de un lado a otro de la cabeza; estos dolores característicos que hemos propuesto que se llamen dolores de tránsito, no son difusos; tienen un lugar fijo, y este lugar es de los más notables. Cuando se trata de alucinaciones de la vista, el dolor de cabeza corresponde a la parte anterior del lóbulo parietal inferior, como nos han permitido establecer las investigaciones de topografía cráneo-cerebral de M. Féré(22); cuando se trata de alucinaciones auditivas, el punto doloroso corresponde a la parte anterior del lóbulo esfenoidal. Estas dos localizaciones están en perfecto acuerdo con los resultados de las investigaciones anatómicas; merecen, pues, que se las considere seriamente. En el lóbulo parietal inferior es donde se ha colocado el centro de las sensaciones visuales y en el lóbulo esfenoidal, el centro auditivo. Parece, pues, que se puede considerar como muy verosímil que las imágenes visual y auditiva resulten de la excitación de estos dos centros. Llegamos finalmente a la misma conclusión que H. Spencer y Bain, pero con la ventaja de afirmar con las pruebas en la mano lo que estos autores consideraban simplemente como verosímil. «La idea, dice Bain, ocupa las mismas partes nerviosas y de la misma manera que la impresión de los sentidos.» – III – No hemos terminado todavía el estudio sumario de las imágenes. Después de haber fijado su lugar en el cerebro, vamos a indicar sus principales propiedades fisiológicas. Spencer llama a las imágenes estados débiles, oponiéndolas a las sensaciones que son estados fuertes. La palabra es justa. La poca vivacidad de las imágenes es una de las razones que impiden observarlas cómodamente y que explican cómo su naturaleza ha permanecido desconocida por tanto tiempo. Para estudiarlas hay que compararlas con las imágenes consecutivas de la vista, fenómenos que suceden a la impresión de un objeto exterior sobre la retina. Ya se sabe que las imágenes consecutivas son de dos clases: positivas y negativas. Colocad un cuadradito rojo sobre una superficie blanca vivamente iluminada; mirad a este cuadrado durante un segundo, después cerrad los ojos sin esfuerzo y, cubriéndolos con la mano, veréis aparecer el cuadrado rojo: es la imagen positiva. Repetid el mismo experimento, fijándoos por más tiempo en el cuadrado rojo, y después, cerrando los ojos o fijándolos en un punto diferente de la superficie blanca, veréis aparecer el mismo cuadrado, pero en lugar de ser rojo será verde, color complementario; esta es la imagen negativa. La imagen consecutiva constituye un tipo de transición entre la sensación y la imagen ordinaria; participa de la sensación, porque sucede inmediatamente a la acción de su rayo de luz sobre la retina, y participa de la imagen porque sobrevive a esta acción. En general, la imagen consecutiva tiene una intensidad bastante grande; se puede experimentar sobre ella con más fruto que sobre la imagen ordinaria. M. Parinaud ha demostrado el lugar cerebral de la imagen consecutiva por el experimento siguiente (Soc. de Biol., 13 Mayo 1882): «M. Béclard, en su tratado de fisiología, refiere en estos términos un experimento poco conocido: «La impresión de un color sobre una retina, despierta en el punto idéntico de la otra retina la impresión del color complementario. Ejemplo: cerrad un ojo y fijaos durante largo tiempo, con el ojo abierto, en un circulo rojo; después cerrad este ojo, abrid el que estaba cerrado, y veréis aparecer una aureola verde (p. 863, ed. de 1866). »Así presentado, este experimento se presta a la crítica; su fórmula hasta anuncia un error; pero, reducida a su verdadera significación, demuestra la proposición que acabo de presentar. »Para darnos cuenta bien de la naturaleza de la sensación. desarrollada en el ojo no impresionado, veamos ante todo lo que pasa an el ojo que recibe la impresión. »Cerrando el ojo izquierdo, excluido por el momento del experimento, nos fijamos en un circulo rojo trazado sobre una hoja de papel blanco, o mejor en un punto señalado en el centro del círculo, con objeto de inmovilizar mejor el ojo. Después de algunos segundos, el fondo blanco pierde intensidad, y el color mismo se obscurece. Apartando el círculo rojo, sin dejar de fijarnos en el pinto, vemos aparecer en el papel la imagen del círculo, coloreada de verde y más clara que el fondo: esta es la imagen negativa. Si se cierra el ojo, después de haber desaparecido un instante, la imagen se reproduce con los mismos caracteres.» Repitamos ahora el experimento de Béclard; es decir, en el momento en que retiramos el círculo, cerremos el ojo derecho impresionado y abramos el izquierdo, fijándonos siempre en el papel. «La imagen del círculo no aparece inmediatamente. »El blanco del fondo se obscurece al principio, y sólo entonces es cuando se dibuja la imagen coloreada de verde y más clara que el fondo. Es la misma imagen negativa, exteriorizada por el ojo izquierdo, no impresionado, tal como la hemos reconocido en el ojo derecho que ha recibido la impresión (23). »Se puede producir la misma trasposición con la imagen positiva, variando las condiciones del experimento. »La exteriorización de la imagen accidental por el ojo que no ha recibido la impresión, implica por fuerza la intervención del cerebro y, muy probablemente, el lugar cerebral de la imagen misma. Como este experimento sobre la imagen consecutiva me parece muy importante para la teoría, le he repetido muchas veces. En el curso de estos estudios he observado algunos fenómenos curiosos. Primero, se puede hacer el experimento con ambos ojos abiertos. Con el ojo derecho se mira una cruz roja, teniendo abierto el ojo izquierdo, pero impidiendo que este ojo vea la cruz, por la interposición de una pantalla. Al cabo de algunos segundos se cierra el ojo derecho, y en seguida el ojo izquierdo, que ha estado abierto constantemente, ve que el punto del papel en que se fija se cubre de una ligera sombra, y que en medio de esta superficie obscura aparece una cruz verde. Hay que observar también los cambios que se verifican en la visión de la imagen consecutiva traspuesta; aparece, como ha observado muy bien M. Parinaud, con cierto retraso; no dura nunca mucho tiempo, por lo menos en mi vista; de ordinario desaparece al cabo de dos segundos y el papel recobra al mismo tiempo su blancura primitiva. Pero no ha terminado todo; si se mantiene el ojo fijo en el mismo punto se ve algunos segundos después que el papel se obscurece de nuevo y vuelve a aparecer la imagen con los mismos caracteres de forma y de color que la primera vez. El número de estas oscilaciones parece depender de la intensidad de la imagen; con frecuencia cuento tres. También he comprobado que el otro ojo, el que ha mirado fijamente la cruz roja, conserva su imagen consecutiva durante todo este tiempo y que se puede, abriendo y cerrando alternativamente los dos ojos, ver cómo se suceden la imagen consecutiva directa y la imagen consecutiva traspuesta. Esta sucesión de las dos imágenes permite compararlas. No siempre tienen los mismos caracteres; he visto que en ciertos colores hay una diferencia de tinte bastante marcada. Por ejemplo, una oblea de color anaranjado me da una imagen consecutiva que se aproxima al azul cuando se ve directamente y al verde cuando es traspuesta esta diferencia se mantiene, cualquiera que sea el ojo con que se comienza el experimento. En otros colores, las imágenes ofrecen sencillamente el mismo tinte. Otra prueba del lugar cerebral de la imagen consecutiva, es que aparece a veces mucho después de la impresión y se parece en este caso a un recuerdo ordinario. Newton, por un esfuerzo de atención, llegaba a reproducir una imagen consecutiva producida por haber mirado fijamente al Sol muchas semanas antes. Se sabe, dice M. Baillarger, que las personas que usan habitualmente el microscopio ven a veces reaparecer espontáneamente, muchas horas después de haber dejado su trabajo, un objeto que han examinado por mucho tiempo. M. Baillarger (25), que había preparado durante muchos días y muchas horas al día, cerebros con gasa fina, vio de repente que la gasa cubría a cada instante los objetos que estaban ante él…, y esta alucinación se reprodujo durante varios días. Este es un caso análogo al de M. Pouchet que ha visto (Société de Biologie, 29 Abril 1882) paseándose por París, las imágenes de sus preparaciones al microscopio, superponiéndose a los objetos exteriores. Este fenómeno no es raro; basta buscarlos para encontrar numerosos ejemplos de él. Esta reviviscencia de la imagen consecutiva en un largo plazo, mucho después de haber dejado de obrar la sensación excitante, excluye por completo la idea de que la imagen consecutiva se haya conservado en la retina; en el cerebro en donde se ha conservado y, muy probablemente, cuando renace la imagen, no implica una nueva actividad de los conos y bastoncillos de la retina. Podemos, pues, admitir como un hecho muy verosímil que la imagen consecutiva tiene un lugar cerebral. Esta conclusión es interesante para el psicólogo; porque conduce a establecer un paralelo entre la imagen consecutiva y las imágenes del recuerdo. ¿En qué se diferencian? Ante todo, por la intensidad; la imagen consecutiva es tan viva que se la puede proyectar en una pantalla y fijarla allí por medio del dibujo: ¿hay muchos recuerdos que se puedan exteriorizar de la misma manera? Después, por el modo de aparecer; lo más a menudo, la imagen consecutiva sucede inmediatamente a una sensación visual, a veces aparece espontáneamente mucho más tarde y nunca se suscita por una causa psíquica, por asociación de ideas, como las imágenes conmemorativas ordinarias. Este hecho ha chocado a los observadores. M. Pouchet ha notado que en el momento en que surgió ante sus ojos la imagen de sus preparaciones al microscopio, iba en coche hablando con una persona extraña a las ciencias, y no pudo ver la menor relación entre esta imagen y el asunto de su conversación. La asimilación de la imagen consecutiva a la imagen del recuerdo ofrece un gran interés; porque la experimentación muestra que la imagen consecutiva posee cierto número de atributos que además pertenecen también a la imagen del recuerdo. Así, 1.º se mueve con los movimientos intencionales del ojo y con los de la cabeza cuando la mirada está fija; 2.º aumenta cuando se aleja la pantalla sobre la cual se proyecta y disminuye cuando se aproxima la pantalla; 3.º se deforma con la inclinación de la pantalla y se alarga en el sentido de la inclinación. Una imagen real, pintada en la pantalla, se conduce de muy otra manera. Si se aleja la pantalla del ojo, esta imagen se hace más pequeña; si se aproxima, la imagen aumenta; si se inclina, la imagen se deforma y se acorta en el sentido de la inclinación: esto es lo que los pintores llaman el escorzo(26). En una palabra, la imagen consecutiva y la imagen real (la sensación), presentan hasta cierto punto propiedades inversas. ¿Cuál es la razón de esto? Es fácil darse cuenta de ella. Supongamos primeramente, para mayor claridad, que la imagen consecutiva reside en la retina, aunque modifiquemos después nuestra demostración para hacer que concuerde con la teoría del lugar cerebral. Hay que partir del principio tan bien establecido por Helmholtz, de que toda sensación se percibe, se exterioriza y se localiza del mismo modo que si correspondiese a una objeto exterior. Sea la imagen consecutiva A’ B’ sobre la retina; si se proyecta al exterior, sobre una pantalla que se tenga en E F, tendrá la dimensión de la línea A B, porque ésta sería la dimensión de un objeto que, colocado a la distancia de la pantalla, produciría en la retina una imagen igual a A’ B’; en efecto, trácense las dos líneas A’ C y B´ C desde los dos extremos de la imagen al centro óptico del ojo y prolónguense hasta encontrar a la línea A B. Ahora cambiemos la distancia de la pantalla. ¿Qué se producirá? Como la imagen subjetiva tiene una magnitud invariable en la retina, debe tomar en la pantalla la magnitud de un objeto que, situado a la nueva distancia a que se coloca la pantalla, produjese en la retina una imagen igual a A’B. Nos queda pues, que calcular, las magnitudes sucesivas de un objeto subordinado a la condición de producir siempre en el fondo del ojo una imagen retiniana del mismo tamaño, a pesar de sus cambios de distancia.

 

imagen subjetiva

Para simplificar el problema, daremos a la imagen consecutiva la forma de un círculo; por tanto, se puede substituir el ángulo visual ACB por un cono recto de base circular, cuyo vértice está en C y cuyas apotemas sean AC y BC. Establecido esto, cuando se proyecta la imagen consecutiva sobre una pantalla, esta pantalla corta al cono, y el tamaño y la forma de la sección cónica son los del objeto que, a la distancia a que se tiene la pantalla, produce una imagen retiniana igual a A B; por consiguiente, son también los de la imagen consecutiva proyectada. Así, cuando se coloca la pantalla verticalmente (es decir, perpendicular al eje óptico), la imagen consecutiva debe tener forma circular, porque la sección se hace en un plano perpendicular al eje del cono y tiene la forma de un círculo; cuando se inclina la pantalla, la imagen consecutiva debe alargarse, porque la sección es oblicua y tiene la forma de una elipse; cuando se aleja la pantalla, la imagen debe aumentar, porque la sección se hace más lejos del vértice del cono y es mayor. Esto lo confirma la experiencia. Si no ocurre así con la imagen real, pintada sobre la pantalla, es porque su diámetro aparente aumenta cuando se aproxima el objeto, disminuye cuando se aleja y disminuye en el sentido de la inclinación cuando se inclina. No insistimos sobre esto. Esta demostración quizá tentaría a deducir que la imagen consecutiva reside en la retina, porque no se conduciría de otro modo si fuese retiniana. Pero nótese que la imagen consecutiva trasmitida posee las mismas propiedades. Muchas veces hemos comprobado que aumenta y disminuye cuando se aleja y se aproxima la pantalla. ¿Se sostendrá que esta imagen trasmitida es retiniana? Recogida por el ojo derecho se exterioriza por el izquierdo, que ha permanecido cerrado hasta el último momento; es, pues, muy probable que no haya impresionado la retina izquierda. «Es racional admitir, dice sobre esta cuestión M. Richer, que la retina tiene su representación exacta en el centro visual cerebral. Hay, en cierto modo, una retina cerebral, cada uno de cuyos puntos está en relación íntima con los puntos correspondientes de la retina periférica.» (Etudes cliniques sur l’hystéroépilepsie, segunda edición, 1885, Pág. 714.) Se comprende, por tanto, que una impresión directa sobre un punto de esta retina cerebral (imagen consecutiva) produzca el mismo efecto para la conciencia que una impresión que residiese en el punto correspondiente de la retina periférica, a la derecha o a la izquierda, arriba o abajo, o en la mancha amarilla. Admitimos de buen grado, mientras no se pruebe lo contrario, que las propiedades de la imagen consecutiva son comunes a la imagen ordinaria, al recuerdo, por ejemplo, aunque no se puedan observar directamente en una imagen tan débil. Pero hay casos en que la imagen, evocada por una persona de espíritu sano, alcanza un grado suficiente de intensidad para exteriorizarse. Brierre de Boismont, que se había ejercitado en imprimir en sí mismo la cara de un amigo suyo eclesiástico, había adquirido la facultad de evocarla con los ojos abiertos o cerrados; la imagen le parecía exterior, situada en la dirección del rayo visual; estaba coloreada, limitada, provista de todos los caracteres que pertenecen a la persona real. Rogamos encarecidamente a las personas que tengan el don de visualizar, que ensayen el experimento siguiente: Pensar en una cruz roja, proyectada sobre una pantalla y averiguar si se conduce como una imagen consecutiva, si aumenta cuando se aproxima la pantalla y si disminuye cuando se aleja. El éxito de este experimento daría una confirmación definitiva a nuestra tesis. Estos son los caracteres positivos de las imágenes consecutivas y probablemente de todas las imágenes; también tienen cierto número de caracteres negativos igualmente importantes que las sirven, tanto y aún más que los primeros, para distinguirlas de las sensaciones. Se sabe que nuestros sentimientos se modifican regularmente a consecuencia de los movimientos que ejecutamos; la vista de mi cara se modifica cuando cierro o abro los ojos, cuando me acerco o me alejo, cuando me aprieto los ojos para verla doble o interpongo un prisma para verla desviada o la reflejo en un espejo para tener una figura simétrica de ella, o la miro a través de unos gemelos para verla aumentada… Claro es que ninguno de estos experimentos tiene fundamento en una imagen mental. Cuando pienso en un amigo ausente y la imagen visual de su fisonomía viene a ofrecerse a mi pensamiento, sería en vano que tratase de modificar la perspectiva de esta imagen, cambiando de posición o de desdoblara apretándome el ojo. La tentativa fracasa igualmente en cuanto a la imagen consecutiva. M. Parinaud ha hecho un experimento terminante para demostrar que no se llega a desviar una imagen consecutiva mirándola a través de un prisma. A continuación reproducimos un pasaje de una nota manuscrita que ha tenido la bondad de remitirnos: «Mírese fijamente con un ojo, dice, una tirita de papel rojo sobre fondo blanco; después de un minuto, interpóngase entre la tira y el ojo un prisma de 15º de base superior, manteniendo inmóvil la vista y sin tratar de seguir a la tira en su movimiento. Entonces se verá que la imagen consecutiva verde se desprende de la parte superior de la banda roja. Para asegurarse de que sólo la imagen del papel se ha movido y que la imagen consecutiva no ha sufrido desviación en sentido inverso, volved a comenzar el experimento cubriendo sólo con el prisma una parte de la tira roja; si no se ha movido el ojo, la imagen consecutiva es la prolongación exacta de la parte de la banda que no ha sufrido la refracción prismática.» En resumen: las sensaciones y las imágenes constituyen dos grupos de fenómenos que se distinguen por caracteres muy marcados, lo mismo positivos que negativos.