LA TÉCNICA DEL ANÁLISIS EN EL PERÍODO DE LATENCIA

LA TÉCNICA DEL ANALISIS EN EL PERÍODO DE LATENCIA
    La inhibición de Egon en sus juegos databa de la edad de cuatro años, y, en parte, de una época más temprana aún. Había comenzado a hacer construcciones antes de los tres años y a cortar papel algo más tarde, pero sólo por un corto período, y aun entonces sólo había recortado cabezas. Nunca había dibujado, y después de los cuatro años de edad no encontró placer en ninguna de estas actividades. Lo que aparecía ahora, entonces, eran sublimaciones rescatadas de profundas represiones, en parte en forma de restablecimiento y en parte como creaciones nuevas, y la forma infantil y completamente primitiva en la que se dedicaba a estas actividades realmente correspondían a las de una criatura normal de tres o cuatro años. Se puede asegurar que, simultáneamente con estos cambios, todo el carácter del niño mejoró.
    Sin embargo, la inhibición en el habla por mucho tiempo se alivió sólo muy levemente. Es verdad que gradualmente comenzó a contestar las preguntas que yo le hacía durante los juegos de una manera más completa y libre, pero, por el otro lado, me fue imposible por mucho tiempo conseguir que diera libres asociaciones de la clase común en los niños de más edad. Recién después de mucho tiempo y durante la última parte de su tratamiento, que ocupó 425 horas en total, reconocimos y exploramos los factores paranoides que eran la razón fundamental de su inhibición del habla, que entonces fue suprimida por completo .
A medida que su ansiedad disminuyó, comenzó por sí solo a darme asociaciones aisladas, por medio de la escritura. Más tarde solía susurrarlas y hacer que yo le contestara en voz baja. Resultaba más y más claro que temía ser oído por alguna persona en la habitación, y había algunas partes de ésta a las que nunca se acercaba de modo alguno. Si, por ejemplo, su pelota había rodado debajo del sofá o de los estantes o a un rincón oscuro, yo tenía que buscársela, mientras que a medida que su ansiedad crecía asumía nuevamente la misma postura rígida y expresión fija que habían sido tan acentuadas al comienzo del análisis. Resultó que él sospechaba la presencia de ocultos perseguidores que lo observaban desde todos esos lugares y aun desde el techo, y sus temores de persecución retrocedían en último término hasta su temor de los muchos penes dentro del cuerpo de su madre y del suyo propio. Este temor paranoico del pene como perseguidor había sido aumentado por la actitud de su padre al observarlo y hacerle preguntas relacionadas con la masturbación, y lo había hecho alejar también de su madre, ya que estaba aliada a su padre (la mujer con pene). A medida que su creencia en una madre «buena» se hizo más fuerte, me trató más y más como una aliada y como una protección contra sus perseguidores, que le amenazaban de todas partes. Sólo cuando decreció su ansiedad a este respecto y disminuyó su cálculo sobre el número y peligrosidad de los perseguidores, fue capaz de hablar y moverse con más libertad .
La última parte del tratamiento de Egon fue casi exclusivamente conducida mediante asociaciones libres. No dudo de que yo tuve éxito al tratar y curar a este niño por haber sido capaz de lograr acceso a su inconsciente con la ayuda de la técnica de juegos empleada para niños pequeños. Me parece dudoso que hubiera sido posible hacerlo en una edad más tardía . Aunque es verdad que, en general, hacemos mucho uso de asociaciones verbales al tratar con niños en período de latencia, sin embargo, en muchos casos, sólo lo podemos hacer de un modo distinto al usado con los adultos. Con niños como Kenneth, por ejemplo, quien prontamente reconoció la ayuda dada por el psicoanálisis y se dio cuenta de que lo necesitaba, y aun con otros más jóvenes, como Erna, cuyo deseo de curarse era muy fuerte, fue posible desde el comienzo preguntar algunas veces: «¿En qué piensa ahora?» Pero con muchos niños menores de nueve o diez años sería inútil hacer esa pregunta. El modo de preguntar a un niño debe descubrirse en conexión con sus juegos y asociaciones.
    Si observamos el juego de un niño bastante pequeño, pronto veremos que los ladrillitos, pedazos de papel, y en realidad todos los objetos a su alrededor, son en su imaginación símbolos de otras cosas. Si le preguntamos: «¿Qué es eso?» mientras está ocupado con esos objetos (es verdad que antes es necesario haber hecho una buena cantidad de análisis y haber establecido la transferencia), descubriremos mucho. Nos dirán, a menudo, por ejemplo, que las piedras en el agua son niños que quieren llegar a la orilla o personas peleándose. La pregunta: «¿Qué es eso?» llevará naturalmente a la siguiente pregunta: «¿Qué están haciendo?» o «¿Dónde están ahora?», etc. Tenemos que extraer las asociaciones de niños mayores en un modo similar aunque un tanto modificado, pero esto, por regla general, puede conseguirse sólo cuando la represión de la imaginación y la desconfianza, que son tanto más fuertes en ellos, han sido disminuidas por cierto tiempo de análisis y la situación analítica ha sido establecida.
    Volvemos al análisis de Inge, niñita de siete años. Cuando jugaba como gerente de oficina, escribiendo cartas, distribuyendo trabajo, etc., una vez le pregunté: «¿Qué contiene esta carta?» y ella respondió con prontitud: «Usted lo sabrá cuando le llegue». Cuando la recibí, encontré que sólo contenía garabatos . De modo que poco después le dije: «El Sr. X… (que también figuraba en el juego) me ha pedido que le pregunte a usted qué contiene esa carta, ya que él debe saberlo, y estará muy agradecido si usted se la lee por teléfono». Entonces me contó sin ninguna dificultad todo el contenido imaginario de la carta y al mismo tiempo me dio un número de asociaciones que esclarecieron muchas cosas. En otra ocasión tuve que fingir ser un médico. Cuando le pregunté qué le pasaba, contestó: «que eso no tenía importancia». Luego comencé una correcta consulta actuando con ella como un médico, y le dije: «Ahora, señora, usted me debe decir exactamente dónde siente los dolores». De aquí surgieron otras preguntas: por qué se había enfermado, cuándo había comenzado la enfermedad, etc. Presentadas en esta forma, ella contestaba mis preguntas con gusto, y ya que jugó muchas veces seguidas como enferma, yo conseguí abundante y profundo material oculto sobre este tema. Y cuando los papeles fueron trocados y ella fue el doctor y yo la enferma, el consejo médico que ella me dio me suministró aun más información.
    De lo que se ha dicho en este capítulo, resulta que al tratar con niños en período de latencia es esencial, sobre todo, establecer contacto con sus fantasías inconscientes, y esto se hace al interpretar el contenido simbólico de su material en relación a su ansiedad y sentimiento de culpa. Pero, ya que la represión de la imaginación en este período del desarrollo es mucho más severa que en períodos más tempranos, a menudo tenemos que buscar acceso al inconsciente a través de representaciones que en apariencia están por completo desprovistas de fantasías. También tenemos, en análisis típicos del período de latencia, que estar preparados a encontrar que sólo es posible resolver las represiones del niño y libertar su imaginación, paso a paso y con mucho trabajo. En muchos casos, después de semanas y aun meses, parece que nada de lo que se realiza en las sesiones nos ofrece un material psicológico. Todo lo que conseguimos, por ejemplo, son informes de los diarios, explicaciones del contenido de libros, cuentos monótonos de la escuela. Más aun, tales actividades monótonas, como dibujo obsesivo, construcción, costura o hacer cosas especialmente cuando conseguimos pocas asociaciones  parece no ofrecer ningún medio de acercamiento a la vida de la imaginación. Pero sólo necesitamos recordar los ejemplos de Grete y Egon para tener presente que aun actividades y conversaciones tan completamente desprovistas de fantasías como éstas, en realidad abren el camino al inconsciente, si no las consideramos como expresiones de resistencia sino como material real. Prestando suficiente atención a pequeñas indicaciones y tomando como nuestro punto de partida para la interpretación la conexión entre el simbolismo, el sentimiento de culpa y la ansiedad, que acompañan esas representaciones, siempre encontraremos oportunidad de comenzar y efectuar la labor analítica.
    Pero el hecho de que en análisis de niños nos pongamos en comunicación con el inconsciente antes de haber establecido una amplia relación con el yo, no quiere decir que hemos excluido al yo de participar en el trabajo analítico. Cualquier exclusión de esta clase sería imposible, sabiendo que el yo está en íntima relación con el ello y el superyó y que sólo podemos conseguir acceso al inconsciente a través de él. Sin embargo, el análisis no se aplica al yo como tal (como lo hacen los métodos educativos), sino que sólo busca abrir un camino al inconsciente, sistema que es decisivo para la formación del yo.
    Volvamos a nuestros ejemplos una vez más. Como ya hemos visto, el análisis de Grete, de siete años de edad, fue en su casi totalidad llevado a cabo por medio de dibujos. Durante largo tiempo, como se recordará, ella solía dibujar casas y árboles de varios tamaños, alternativamente, de un modo obsesivo. Comenzando con estos dibujos sin imaginación y obsesivos, hubiera podido tratar de estimular su fantasía y relacionarla con otras actividades de su yo, del mismo modo que lo hubiera hecho una maestra comprensiva. Hubiera podido conseguir que ella deseara decorar y hermosear sus casas o colocarlas junto con los árboles y hacer una calle con ellos y así haber conectado sus actividades con cualquier interés estético o topográfico que poseyera, o hubiera podido ir más adelante con los árboles, e interesaría en la diferencia entre una clase de árbol y otra, y quizá, de este modo, hubiera estimulado su curiosidad sobre la naturaleza en general. Si cualquiera de estas pruebas hubiera tenido éxito, podía esperarse que los intereses del yo resaltaran más y que el analista llegara a un contacto más íntimo con el yo. Pero la experiencia ha mostrado que en muchos casos tal estimulación de la imaginación del niño falla al tratar de efectuar un debilitamiento de las represiones, y así no encuentra una base para comenzar el trabajo analítico . Más aun, tal procedimiento muchas veces no es posible, porque el niño sufre de tal ansiedad latente que estamos obligados a establecer la situación analítica tan pronto como sea posible y a comenzar el verdadero trabajo analítico inmediatamente. Y aun cuando hay una posibilidad de ganar acceso al inconsciente, usando el yo como punto de partida, encontraremos que los resultados son pocos en comparación con el tiempo empleado para conseguirlos. Porque el aumento en la riqueza y significado del material así ganado es sólo aparente; en realidad sólo encontramos el mismo material inconsciente vestido con formas más llamativas. En el caso de Grete, por ejemplo, hubiéramos podido estimular su curiosidad, y así, en condiciones favorables, la hubiéramos llevado a interesarla, por ejemplo, en las entradas y salidas de una casa y en las diferencias entre los árboles y en el modo cómo crecen. Mas estos intereses ampliados sólo hubieran sido una versión menos disfrazada del material que ella nos había mostrado en los dibujos monótonos al comenzar el análisis. Los árboles grandes y pequeños y las casas grandes y pequeñas que ella insistía en dibujar de un modo compulsivo representaban a su madre y padre, a ella misma y a su hermano, como lo indicaba la diferencia de tamaños, formas y colores de sus dibujos, y el orden en el cual estaban hechos. El sentimiento básico que los producía era su curiosidad reprimida sobre la diferencia de sexos y problemas similares, y al interpretarlos en este sentido, conseguí llegar a su ansiedad y sentimiento de culpa y comenzar el análisis. Ahora bien, sí el material fundamental de representaciones complicadas y llamativas no es diferente del de las representaciones pobres, desde el punto de vista del análisis, no interesa cuál de las dos clases de representaciones es elegida como punto de partida de la interpretación. En análisis de niños es sólo la interpretación, según mi experiencia, la que comienza el análisis y favorece su desarrollo. Por consiguiente, mientras el analista es capaz de comprender la clase de material presentado y establecer su conexión con la ansiedad latente, está en condición de dar una correcta interpretación de sus representaciones más monótonas y menos prometedoras, mientras que, paso a paso, a medida que resuelve la ansiedad y suprime represiones, los intereses del yo del niño y las sublimaciones comenzarán a progresar. De este modo, Ilse, por ejemplo cuyo caso se considerará con más detalles en el capítulo siguiente, gradualmente desarrolló de sus dibujos invariables y obsesivos un don definido por los trabajos manuales y el dibujo, sin que yo de ningún modo le hubiera sugerido tal actividad.
    Antes de dejar el tema de los análisis en períodos de latencia, aun queda un problema para discutir. No es, exclusivamente, de naturaleza técnica, mas es de importancia en el trabajo del analista de niños. Me refiero al trato del analista con los padres de sus pacientes. Con el fin de que pueda realizar su trabajo, debe haber una cierta relación de confianza entre los padres del niño y él mismo. El niño depende de ellos y de este modo ellos están incluidos en el campo de análisis; pero no son ellos quienes son analizados, y, por consiguiente, sólo pueden ser influidos por medios psicológicos comunes. La relación de los padres con el analista del niño implica dificultades peculiares, ya que toca muy de cerca sus propios complejos. La neurosis de su hijo pesa mucho sobre el sentimiento de culpa de los padres, y al mismo tiempo, cuando se dirigen al análisis para pedir ayuda consideran su necesidad como una prueba de su responsabilidad en la enfermedad del niño. Además es muy desagradable para ellos revelar al analista detalles de la vida de familia. A esto debe agregarse, sobre todo en el caso de la madre, celos de la relación confidencial que se establece entre el niño y el analista. Estos celos, que hasta cierto punto son basados en la rivalidad del sujeto con su imago de la madre, son muy notorios en niñeras e institutrices, quienes a menudo no son nada amistosas en su actitud hacia el análisis . Estos y otros factores, que permanecen en su mayor parte inconscientes, dan lugar en los padres, y especialmente en la madre, a una actitud más o menos ambivalente hacía el analista, y esto no desaparece por el hecho de que ellos tengan conciencia de la necesidad del niño de un tratamiento analítico. De aquí que, aunque los padres del niño están, conscientemente, bien dispuestos respecto a su análisis, debemos esperar que sean, hasta cierto punto, elementos perturbadores. El grado de dificultad que causarán dependerá de su actitud inconsciente y del grado de ambivalencia que tengan. Esta es la razón por la cual no he encontrado menos obstáculos cuando los padres estaban familiarizados con el análisis que cuando prácticamente ignoraban de qué se trataba. Por la misma razón, considero que cualquier explicación teórica a los padres antes del comienzo del análisis es no sólo innecesaria, sino que está fuera de lugar, ya que tales explicaciones probablemente tendrán un efecto desfavorable sobre sus propios complejos. Me contento con dar unas pocas ideas sobre el significado y el efecto del análisis, y menciono el hecho de que durante su curso el niño recibirá información sobre asuntos sexuales y preparo a los padres para la posibilidad de otras dificultades que puedan surgir de cuando en cuando durante el tratamiento. En todos los casos rehuso completamente a informarlos acerca de cualquier detalle del análisis. El niño que me hace sus confidencias tiene tanto derecho a la discreción como un adulto.
    Lo que debemos tratar al establecer las relaciones con los padres es, a mi juicio, en primer lugar, conseguir que nos ayuden en nuestro trabajo principalmente de un modo pasivo, evitando, tanto como sea posible, toda interferencia, tal como alentar al niño con preguntas, hablar del análisis en su casa o prestar ayuda a cualquier resistencia que se pueda producir. Pero necesitamos su cooperación más activa cuando se producen en el niño ansiedad aguda y resistencias violentas. En tales situaciones puedo recordar aquí el caso de Ruth y Trude  depende de los que están a cargo del niño conseguir medios para que él venga a pesar de las dificultades. Según mí experiencia, esto ha sido siempre posible porque, en general, aun cuando la resistencia es fuerte, existe también una transferencia positiva al analista, de modo que la actitud del niño ante el análisis es ambivalente. La ayuda dada por los padres del niño no debe ser nunca considerada como ayuda permanente para la labor analítica. Períodos de tan intensa resistencia debieran presentarse rara vez, y no por mucho tiempo. El trabajo del análisis debe evitarlo, y si eso es posible, resolverlo rápidamente.
    Si tenemos éxito en establecer una buena relación con los padres del niño y estamos seguros de su cooperación inconsciente, podremos obtener información útil sobre el comportamiento del niño fuera del análisis, tal como cualquier cambio, aparición o desaparición de sus síntomas, hechos que pueden ocurrir en relación con el trabajo analítico. Pero sí esta información sólo es adquirida a costa de otros inconvenientes, prefiero no obtenerla pues si bien es útil no es indispensable. Insisto siempre a los padres sobre la necesidad de que no se dé ocasión para que el niño crea que cualquier modificación educativa se debe a mi indicación, ya que la educación y el análisis deben ser independientes. En este sentido el análisis se mantiene como debe ser, un vínculo personal entre mi paciente y yo. En el análisis de niños, como en el de adultos, considero esencial que el trabajo del analista se limite a la hora del análisis y a la casa del analista. Aun más, para evitar desplazamientos en la situación analítica establecí que la persona que acompañase al niño no lo esperase en mi casa. Deja al niño y lo viene a buscar a la hora indicada.
    A menos que los errores cometidos por los padres sean muy graves, no me interpongo en su sistema educativo, ya que estos errores están tan ligados a los propios complejos de los padres, y los consejos no sólo son inútiles, sino que aumentan sus sentimientos de culpa y ansiedad, lo que obstaculiza el análisis y tiene un efecto desfavorable en su relación con los hijos .
La situación total mejora después que el análisis ha terminado o cuando está muy avanzado. La disminución o desaparición de la neurosis en el niño tiene un favorable efecto sobre los padres. Cuando disminuyen las dificultades de la madre en su trato con el niño, disminuye también su sentimiento de culpa, y esto mejora su actitud frente al niño.
    Esto la hace más accesible a los consejos del analista en lo referente a la crianza y, lo que es más importante aun, disminuye la dificultad interna para seguirlos. No obstante, según mi experiencia, no espero mucho de las posibilidades de modificar el ambiente.
    Es mejor confiar en los resultados logrados en el niño mismo, pues lo capacitarán para una mejor adaptación, aun en un medio ambiente difícil, poniéndole en mejores condiciones frente a los esfuerzos que puede exigirle el medio. Claro que esta capacidad de esfuerzo tiene su límite. Cuando el medio es absolutamente desfavorable no podemos esperar pleno éxito en nuestro análisis y tenemos que contar con la posibilidad de una neurosis futura. De cualquier modo, he encontrado a menudo que los resultados conseguidos en el análisis, aunque no logren una curación completa de la neurosis, alivian mucho la difícil situación del niño y mejoran su desarrollo. Es dable esperar que si logramos cambios fundamentales en los estratos más profundos, la enfermedad, si se repite, no será tan grave. También puede observarse que en algunos casos una disminución de la neurosis del niño trae modificaciones favorables en su ambiente neurótico . También puede suceder que después de un análisis completo y exitoso, el niño pueda ser llevado a otro ambiente, como ser un internado, cosa que antes no era posible a causa de su neurosis y falta de adaptación.
    La conveniencia de que el analista vea a los padres con bastante frecuencia o que limite estas entrevistas, depende de las circunstancias de cada caso. En muchos casos he encontrado que es mejor lo segundo, para evitar rozamientos con la madre. La ambivalencia con que los padres viven el análisis de sus hijos nos explica un hecho que para el analista joven es doloroso y sorprendente, y es que aun los tratamientos que tienen más éxito no reciben mucho reconocimiento por parte de los padres. Es claro que aunque he tratado también padres comprensivos, en la mayoría de los casos vi que olvidaban fácilmente los síntomas por los que habían traído al paciente y estimaban en poco los cambios sobrevenidos. Agregado a esto, no debemos olvidar que es difícil para el padre ser juez y parte y que lo más importante son nuestros resultados. El análisis de adultos prueba su valor suprimiendo dificultades que estorban la vida del paciente. Nosotros sabemos, aun cuando los padres por lo general lo ignoren, que hemos prevenido trastornos de esta índole y aun el advenimiento de una psicosis.
    Generalmente el padre mira los síntomas del niño como molestia, pero desconoce su importancia debido a que no gravitan en la vida del niño como los síntomas neuróticos en la vida del adulto. Pienso que podemos renunciar a este reconocimiento, ya que nuestro trabajo se dirige al niño y no a la gratitud del padre o de la madre.