La técnica del chiste

La técnica del chiste

Abandonémonos al azar y escojamos el primer ejemplo de chiste que nos ha salido al paso en el capítulo anterior. En la parte de sus Reisebilder {Estampas de viaje} titulada «Die Bäder von Lucca» {Los baños de Lucca}, Heine delinea la preciosa figura de Hirsch-Hyacinth, de Hamburgo, agente de lotería y pedicuro, que se gloria ante el poeta de sus relaciones con el rico barón de Rothschild y al final dice: «Y así, verdaderamente, señor doctor, ha querido Dios concederme toda su gracia; tomé asiento junto a Salomon Rothschild y él me trató como a uno de los suyos, por entero famillonarmente». Con este ejemplo, reconocidamente notable y muy reidero, han ilustrado Heymans y Lipps su derivación del efecto cómico del chiste a partir del «desconcierto e iluminación». Empero, nosotros dejamos de lado este problema y nos planteamos otro: ¿Qué es lo que convierte en un chiste al dicho de Hirsch-Hyacinth? Una de dos cosas: o lo que lleva en sí el carácter de lo chistoso es el pensamiento expresado en la frase, o el chiste adhiere a la expresión que lo pensado halló en la frase. En lo que sigue estudiaremos y procuraremos dar alcance al polo en que se nos muestra, entre los mencionados, el carácter de chiste. Un pensamiento puede, en general, expresarse en diversas formas lingüísticas -o sea, en palabras- que lo reflejen con igual justeza. En el dicho de Hirsch-Hyacinth estamos frente a una determinada forma de expresar un pensamiento, y, según vislumbramos, es una forma rara, no aquella que nos resultaría más fácil de entender. Ensayemos expresar el mismo pensamiento con la rnayor fidelidad posible en otras palabras. Lipps ya lo ha hecho y así elucidó en cierta medida la versión del poeta. Dice (1898, pág. 87): «Comprendemos que Heine quiere decirnos que la acogida fue familiar, a saber, según la consabida manera que por el tenor de la condición de millonario no suele cobrar rasgos agradables». No alteramos en nada lo que se quiere decir si adoptamos otra versión, que quizá se adecue mejor al dicho de Hirsch-Hyacinth: «Rothschild me trató como a uno de los suyos, de manera por entero familiar {familiär}, o sea como lo hace un millonario {Millionär}». «La condescendencia de un hombre rico siempre tiene algo de molesto para quien la experimenta en sí», agregaríamos. Pero ya nos atengamos a esta formulación textual del pensamiento o a otra de índole parecida, vemos que el problema que nos hemos planteado queda ya resuelto. En este ejemplo, el carácter de chiste no adhiere a lo pensado. Es una observación correcta y aguda que Heine pone en boca de su Hirsch-Hyacinth, una reflexión de inequívoca amargura, harto comprensible en ese hombre pobre frente a la gran riqueza. Pero no nos atreveríamos a llamarla chistosa. Ahora bien, si alguien, no pudiendo aventar en la explicitación realizada el recuerdo de la versión del poeta, creyera que el pensamiento es chistoso en sí mismo, podemos remitirnos a un criterio seguro para discernir el carácter de chiste cegado en la explicitación. El dicho de Hirsch-Hyacinth nos hacía reír; la traducción de Lipps o nuestra versión, fieles a su sentido, acaso nos agraden, nos inciten a la reflexión, pero son incapaces de hacernos reír. Entonces, si el carácter de chiste de nuestro ejemplo no adhiere al pensamiento mismo, se lo ha de buscar en la forma, en el texto de su expresión. No nos hace falta más que estudiar la particularidad de ese modo de expresión para asir lo que puede designarse como la técnica en las palabras, o expresiva, de este chiste, y que por fuerza ha de vincularse íntimamente a la esencia del chiste, pues tanto su carácter como su efecto de tal desaparecen si sustituimos aquel modo por otro. Nos encontramos, por lo demás, en pleno acuerdo con los autores al atribuir tanto valor a la forma lingüística del chiste. Así, dice Fischer (1889, pág. 72): «Es ante todo la mera forma la que convierte en chiste al juicio, y uno se acuerda aquí de un dicho de Jean Paul, que en una misma sentencia declara y demuestra justamente esta naturaleza del chiste: «Hasta ese punto triunfa el mero aprestamiento, trátese del guerrero o de las frases»». Ahora bien, ¿en qué consiste la «técnica» de aquel chiste? ¿Qué obró sobre el pensamiento, por ejemplo en la versión que nosotros le dimos, para convertirlo en el chiste que nos hace reír tan de buena gana? Dos cosas, como lo enseña la comparación de nuestra versión con el texto del poeta. En primer lugar, se ha producido una considerable abreviación. Para expresar cabalmente el pensamiento contenido en el chiste, nosotros debimos agregar a las palabras «R. me trató como a uno de los suyos, por entero familiarmente», una frase consecuente que, reducida a su máxima brevedad, decía: «o sea como lo hace un millonario»; y todavía sentimos luego la necesidad de agregarle un complemento aclaratorio. El poeta lo dice mucho más brevemente: «R. me trató como a uno de los suyos, por entero famillonarmente». En el chiste se ha perdido toda la restricción que la segunda frase agrega a la primera, la que consigna el tratamiento familiar. Pero la frase perdida no se fue sin dejar algún sustituto a partir del cual podemos reconstruirla. En efecto, se ha producido además una segunda modificación. La palabra «familiär» { «familiarmente »} de la expresión no chistosa del pensamiento fue trasmudada en «famillionär» {«famillonarmente»} en el texto del chiste, y justamente de este producto léxico dependen sin duda su carácter de chiste y su efecto risueño. La palabra neoformada coincide al comienzo con «familiär» de la primera frase, y en sus sílabas finales, con el «Milionär» de la segunda; por así decir, subroga al elemento «Millionär» de la segunda frase, y por lo tanto a toda esta, habilitándonos así para colegir esta segunda frase omitida en el texto del chiste. Cabe describirlo como un producto mixto de los dos componentes «familiär» y «MilIionär», y es tentador ilustrar gráficamente SU génesis a partir de estas dos palabras: F a m i l i ä r M i l i o n ä r F a m i l i o n ä r Pero el proceso mismo que trasportó el pensamiento al chiste puede figurarse del siguiente modo, que acaso al comienzo parezca sólo fantástico, pero arroja con exactitud el resultado que de hecho tenemos: «R. me trató de manera por entero familiär, o sea, todo lo que puede hacerlo un Millionär». Ahora imaginemos que una fuerza compresora actuara sobre estas frases y supongamos que por alguna razón la frase consecuente sea la de menor resistencia. Esta es entonces constreñida a desaparecer, en tanto su componente más importante, la palabra «Millionär», que fue capaz de rebelarse contra esa sofocación, es introducido a presión, por así decir, en la primera frase, fusionado con el elemento de esta tan semejante a él, «familiär»; y es justamente esta posibilidad, debida al azar, de rescatar lo esencial de la segunda frase la que favorecerá el sepultamiento de los otros componentes de menor importancia. Así nace entonces el chiste: «R. me trató de manera por entero famili on är». (mili) (är) Si prescindimos de esa fuerza compresora, por cierto desconocida para nosotros, podemos describir la formación del chiste, y por tanto la técnica del chiste en este caso, como una condensación con formación sustitutiva; en nuestro ejemplo, la formación sustitutiva consiste en producir una palabra mixta. Esta última, «famillionär», incomprensible en sí misma, pero que enseguida se entiende y se discierne como provista de sentido en el contexto en que se encuentra, es ahora la portadora del efecto por el cual el chiste constriñe a reír, efecto a cuyo mecanismo, empero, no nos aproxima en nada el descubrimiento de la técnica del chiste. ¿Hasta dónde un proceso de condensación lingüística con formación sustitutiva mediante una palabra mixta puede procurarnos placer y constreñirnos a reír? Notamos que es este un problema diverso, cuyo tratamiento tenemos derecho a posponer hasta haber hallado un acceso a él. Por ahora nos detendremos en la técnica del chiste. Nuestra expectativa de que la técnica del chiste no puede ser indiferente para la intelección de la esencia de este nos mueve a investigar, ante todo, si no existen otros ejemplos de chiste construidos como el «famillionär» de Heine. No los hay sobrados, pero sí bastantes para crear con ellos un pequeño grupo caracterizado por la formación de una palabra mixta. El propio Heine ha derivado de la palabra «Millionär» un segundo chiste: en cierto modo se copia a sí mismo cuando habla de un «Millionarr» («ldeen», cap. XIV), que es una trasparente síntesis de «Millionär» {«millonario»} y «Narr» {«loco»}, y expresa, de una manera en un todo semejante al primer ejemplo, un pensamiento colateral sofocado. He aquí otros ejemplos que han llegado a mi conocimiento: Los berlineses llaman a cierta fuente (Brunnen} de su ciudad, cuya erección costó muchos sinsabores al alcalde Forckenbeck, la «Forckenbecken», y no se le puede negar a esta denominación el carácter de chiste, por más que la palabra Brunnen {fuente} haya debido ser mudada primero en la poco usual Becken para sólo entonces conjugarla en una comunidad con el nombre propio. – El maligno gracejo (Witz} de Europa rebautizó en otro tiempo como «Cleopold» a un potentado llamado Leopold a causa de su enredo amoroso con una dama cuyo nombre de pila era Cléo; el resultado es una operación indudablemente condensadora, que con el gasto de apenas una letra mantiene siempre fresca una enojosa alusión. – Los nombres propios se prestan con suma facilidad a este tipo de elaboración por la técnica de chiste: En Viena había dos hermanos de nombre Salinger, uno de los cuales era Börsensensal {corredor de bolsa; Sensal, agente}. Esto dio asidero a llamar a uno de ellos «Sensalinger», en tanto que para distinguir al otro hermano se recurrió al desagradable apodo de «Scheusalinger» {Schetisal, espantajo}. Era cómodo y por cierto chistoso; no sé sí justificado. El chiste suele preocuparse poco de ello. Me contaron el siguiente chiste de condensación: Un joven que hasta entonces había llevado una vida alegre en el extranjero visita, tras larga ausencia, a un amigo que vive aquí. Este nota con sorpresa que su visitante lleva anillo matrimonial. «¡Qué! -exclama-, ¿te has casado?». «Sí -es la respuesta-: Trauring {anillo nupcial; Ring, anillo}, pero cierto». El chiste es excelente; en la palabra «Trauring» se conjugan dos componentes: la palabra Ehering {anillo matrimonial}, mudada en Trauring {sinónima de la anterior}, y la frase «Traurig{triste}, pero cierto». En nada perjudica al efecto del chiste que la palabra mixta no sea aquí, en verdad, un producto incomprensible, inviable en otro contexto, como lo era «famillionär», sino que coincida por entero con uno de los dos elementos condensados. Yo mismo proporcioné inadvertidamente en una conversación el material para otro chiste en un todo análogo al de «famillionär». Refería a una dama los grandes méritos de un investigador a quien juzgo injustamente ignorado. «Pero ese hombre merece entonces un monumento», dijo ella. «Es posible que alguna vez lo tenga -respondí-, pero momentáneamente su éxito es muy escaso». «Monumento» y «momentáneo» son opuestos. Y hete aquí que la dama reúne esos opuestos: «Entonces deseémosle un éxito monumentáneo». A una excelente elaboración de este mismo asunto en lengua inglesa (A. A. Brill, 1911) debo algunos ejemplos de lenguas extranjeras que muestran el mismo mecanismo de condensación que nuestro «famillionär». Refiere Brill que el autor inglés De Quincey señala en alguna parte que gentes ancianas tienden a caer en «anecdotage». La palabra es fusión de dos que en parte se superponen: anecdote {anécdota} y dotage (chochez). En una breve historia anónima, Brill halló definida la Navidad como «the alcoholidays». Idéntica fusión de alcohol y holidays (festividades). Cuando Flaubert publicó su famosa novela Salammbó, que se desarrolla en la antigua Cartago, Sainte-Beuve se burló de ella diciendo que era una «Carthaginoiserie» por su trabajosa pintura de los detalles: Carthaginois {cartaginés} chinoiserie {minuciosidad extrema, «trabajo de chinos»}. El más destacado ejemplo de chiste de este grupo tiene por autor a uno de los principales hombres de Austria, que tras haber desarrollado una significativa actividad científica y pública desempeña hoy un alto cargo en el Estado. Me he tomado la libertad de usar como material para estas indagaciones los chistes que se atribuyen a esta persona y que de hecho llevan, todos, el mismo sello; es que habría sido difícil procurárselos mejores. Un día, a este señor N. le llaman la atención sobre un escritor que se ha hecho conocido por una serie de ensayos realmente tediosos que ha publicado en un diario vienés. Todos los ensayos tratan sobre pequeños episodios tomados de los vínculos del primer Napoleón con Austria. El autor es pelirrojo {rothaarig; rot, rojo}. El señor N. pregunta, tan pronto le mencionan ese nombre: «¿No es ese el roter Fadian {insulsote rojo} que se enhebra {ziehen sich durch} por la historia de los Napoleónidas?». Para hallar la técnica de este chiste tenemos que aplicarle aquel procedimiento reductivo que lo cancela alterándole la expresión y reponiendo el pleno sentido originario, tal como se lo puede colegir con certeza a partir de un buen chiste. El chiste del señor N. sobre el «roter Fadian» ha brotado desde dos componentes: de un juicio negativo sobre el escritor y de la reminiscencia del famoso símil con que Goethe introduce los extractos «Del diario de Otilia» en Las afinidades electivas. La crítica desdeñosa acaso rezaba: «¡Ese es, pues, el hombre que una y otra vez, tediosamente, sólo atina a escribir folletones sobre Napoleón en Austria! ». Ahora bien, esta manifestación no tiene nada de chistosa. Tampoco lo es la bella comparación de Goethe, sin duda alguna inapropiada para provocarnos risa. Sólo si se las vincula entre sí y se las somete a ese peculiar proceso de fusión y condensación nace un chiste, y por cierto de primera clase. El enlace entre el juicio denigratorio sobre el aburrido historiógrafo y el bello símil de Las afinidades electivas tiene que haberse producido aquí, por razones que todavía no puedo explicar, de una manera menos simple que en muchos casos parecidos. Intentaré sustituir el proceso real conjeturable por la siguiente construcción. En primer lugar, acaso el elemento del continuo retorno del mismo tema en el señor N. evocó una ligera reminiscencia del consabido pasaje de Las afinidades electivas, que casi siempre se cita erróneamente con el texto «se extiende {zieken sich} como un hilo rojo {roter Faden}». Entonces, el «roter Faden» del símil ejerce un efecto alterador sobre la expresión de la primera frase, y ello a raíz de la casual circunstancia de que también el denigrado es rot {rojo}, a saber, pelirrojo {rothaarig}. Quizá rezó entonces: «Conque este hombre rojo es el que escribe los tediosos folletones sobre Napoleón». Ahora interviene el proceso que apunta a la condensación de las dos piezas en una sola. Bajo la presión de este proceso, que había hallado su primer punto de apoyo en la igualdad del elemento rot {rojo}, langweilig {tedioso} se asimiló a Faden {hilo} y se trasformó en fad {insulso}; así, los dos componentes pudieron fusionarse en el texto del chiste, en el cual esta vez la cita ocupa casi mayor lugar que el juicio denigratorio, sin duda el único presente en el origen. «Conque este hombre rote {rojo} es el que escribe esafade {insulsa} tela sobre N.[apoleón]. El rote (rojo} Faden {hilo} que se extiende atravesándolo {bindurchziehen sich} todo. ¿No es ese el roter Fadian que se enhebra por la historia de los N. [apoleónidas ]?». En un capítulo posterior, cuando ya pueda analizar este chiste desde otros puntos de vista que los meramente formales, justificaré, pero también rectificaré, esta exposición. Pero por dudosa que ella pueda parecer, hay un hecho exento de toda duda, y es que aquí ha sobrevenido una condensación. El resultado de esta última es, por una parte, nuevamente una considerable abreviación, Y por la otra, en vez de la formación de una palabra mixta llamativa, más bien una mutua compenetración de los elementos de ambos componentes. «Roter Fadian» («insulsote rojo»] sería viable, de todos modos, como insulto; en nuestro caso es con certeza un producto de condensación. Si en este preciso punto algún lector se sintiera disgustado por un modo de abordaje que amenaza destruirle el gusto del chiste sin poder esclarecerle la fuente de ese gusto, yo le pediría que tuviera paciencia al comienzo. Todavía estamos en la técnica del chiste, cuya indagación promete conclusiones siempre que avancemos lo suficiente en ella. El análisis del último ejemplo nos ha preparado para hallar que en otros casos, como resultado del proceso condensador, el sustituto de lo sofocado no necesariamente será la formación de una palabra mixta, sino algún otro cambio en la expresión. Otros chistes del señor N. nos enseñarán en qué puede consistir ese sustituto diferente. «He viajado con él tête-à-bête». Nada más fácil que reducir este chiste. Es evidente que sólo puede querer decir: «He viajado tête-à-tête {frente a frente} con X, y X es una mala bestia {bête}. Ninguna de estas dos frases es chistosa. Tampoco lo sería su reunión en una frase única: «He viajado tête-à-tête con la mala bestia de X». El chiste sólo se produce cuando «mala bestia» es omitido y, en sustitución, tête cambia una de sus t en b, leve modificación mediante la cual el «bestia» que se acababa de sofocar reaparece en la expresión. Puede describirse la técnica de este grupo de chistes como condensación con modificación leve, y uno vislumbra que el chiste será tanto mejor cuanto más ínfima resulte la modificación. En un todo semejante, aunque no deja de presentar su complicación, es la técnica de otro chiste. Conversando acerca de una persona en quien había mucho para alabar, pero también mucho de criticable, el señor N. dice: «Sí, la vanidad es uno de sus cuatro talones de Aquiles». La leve modificación consiste aquí en que en vez de un talón de Aquiles, que debemos atribuir sin duda al héroe, aquí se afirma que hay cuatro {vier}. Cuatro talones, o sea cuatro patas, tiene una bestia {Vieh; propiamente, «vaca»}. Así, los dos pensamientos condensados en el chiste rezaban: «Y., salvo su vanidad, es un hombre sobresaliente; pero no me gusta nada; a pesar de ello es más una bestia que un hombre». Semejante, sólo que mucho más simple, es otro chiste que escuché in statu nascendi en el seno de una familia. De dos hermanos, alumnos de la escuela media, uno era destacado y el otro harto mediocre. Ocurrió que también el muchacho modelo tuvo una vez un tropiezo en la escuela, y la madre se refirió al hecho expresando su preocupación de que pudiera significar el comienzo de una decadencia permanente. El muchacho oscurecido hasta entonces por su hermano aprovechó de buena gana esta ocasión. «Sí -dijo-; Karl retrocede al galope». La modificación consiste aquí en un pequeño agregado a la declaración de que también a su juicio el otro retrocede. Ahora bien, esta modificación subroga y sustituye a un apasionado alegato en favor de su propia causa: «De ningún modo debiera mi madre creer que él es tanto más inteligente que yo porque tiene más éxito en la escuela. No es más que una mala bestia, o sea mucho más tonto que yo». Un buen ejemplo de condensación con modificación leve es otro chiste, muy famoso, del señor N. Dijo, acerca de una personalidad pública: «Tiene un gran futuro detrás suyo».