La tecnica del chiste (contin.3)

La tecnica del chiste (contin.3)

Yo no he estado más en Kalkutta {Calcuta} que las Kalkuttenbraten {frituras de Calcuta} que comí ayer al mediodía». Es evidente que el defecto de este chiste consiste en que las dos palabras semejantes no son solamente tales, sino en verdad idénticas. El ave cuyas frituras él comió se llama así porque proviene, o se cree que proviene, de la misma Calcuta. Fischer ( 1889, pág. 78) ha concedido gran atención a estas formas del chiste y pretende separarlas tajantemente de los «juegos de palabras». «El calembourg es un pésimo juego de palabras, pues no juega con la palabra como tal, sino como sonído». En cambio, el juego de palabras «pasa del sonido de la palabra a la palabra misma». Por otra parte, este autor incluye también chistes como «famillonarmente», «Antigone (Antik? Oh, nee)», etc., entre los chistes fonéticos. No veo ninguna necesidad de seguirlo en esto. También en el juego de palabras es la palabra para nosotros sólo una imagen acústica con la que se conecta este o estotro sentido. Pero tampoco aquí el uso lingüístico traza distingos netos, y cuando trata al «retruécano» con desprecio y al «juego de palabras» con cierto respeto, estas valoraciones parecen condicionadas por unos puntos de vista que no son técnicos. Préstese atención al tipo de chistes que suelen escucharse como «retruécanos». Existen personas que poseen el don, estando de talante festivo, de replicar durante largo tiempo con un retruécano a cada dicho que se les dirige. Uno de mis amigos, que por lo demás es un modelo de circunspección cuando están en juego sus serios trabajos científicos, suele gloriarse de conseguirlo. Cierta vez que los contertulios a quienes tenía en vilo manifestaron su asombro por su largo aliento en ese arte, dijo: «Sí, estoy aquí auf der Ka-Lauer», y cuando por fin se le pidió que cesara, impuso la condición de que se lo nombrara poeta Kalaureado. Ahora bien, ambos son excelentes chistes de condensación con formación de una palabra mixta. («Estoy aquí auf der Lauer {al acecho} para hacer Kalauer {retruécanos}».) Comoquiera que fuese, ya de las polémicas sobre el deslinde entre retruécano y juego de palabras extraemos la conclusión de que el primero no puede procurarnos el conocimiento de una técnica de chiste enteramente nueva. Si en el retruécano se resigna también la exigencia a la acepción de múltiple sentido del mismo material, el acento sigue recayendo en el reencuentro de lo ya consabido, en el acuerdo de las dos palabras que sirven al retruécano, y así, este no es sino una subespecie del grupo que alcanza su culminación en el juego de palabras propiamente dicho. Pero realmente existen chistes cuya técnica carece de casi todo anudamiento con los grupos considerados hasta ahora. De Heine se cuenta que cierta velada se encontró en un salón de París con el poeta Soulié(61); platicaban cuando entró a la sala uno de aquellos reyes parisinos de las finanzas a quienes se compara con Midas, y no meramente por el dinero. Pronto se lo vio rodeado por una multitud que lo colmaba de zalamerías. «Vea usted -dijo Soulié a Heine- cómo el siglo xix adora al becerro de oro». Con su mirada puesta en el objeto de esa veneración, Heine respondió, como rectificándolo: «íOh! Este ya no debe de ser tan joven». (Fischer, 1889, págs. 82-3.) Ahora bien, ¿dónde reside la técnica de este notable chiste? En un juego de palabras, opina Fischer: «Así, las palabras «becerro de oro» pueden referirse a Mammon y también a la idolatría; en el primer caso el asunto principal es el dinero, y en el segundo, la imagen animal. Por eso puede servir para designar, y de manera no precisamente lisonjera, a alguien que tiene mucho dinero y muy poco entendimiento». (Loc. cit.) Si intentamos sustituir la expresión «becerro de oro», eliminamos sin duda alguna el chis te. Hacemos, pues, decir a Soulié: «Vea usted cómo la gente adula a ese tipo idiota meramente porque es rico», lo cual ya no es más chistoso. Y entonces es imposible que la respuesta de Heine lo sea. Pero reparemos en que no está en juego la comparación de Soulié, más o menos chistosa, sino la respuesta de Heine, mucho más chistosa por cierto. Entonces no tenemos derecho alguno a tocar la frase del becerro de oro; esta debe permanecer como premisa de las palabras de Heine, y la reducción sólo tiene permitido recaer sobre estas últimas. Si explicitamos las palabras «¡Oh! Este ya no debe de ser tan joven», sólo podremos sustituirlas por una frase de este tipo: « i Oh! Este ya no es un becerro; es un buey viejo». Lo que nos resta del chiste de Heine, pues, es que no toma metafóricamente el «becerro de oro», sino personalmente: lo habría referido al potentado mismo. ¡Si es que este doble sentido no estaba ya contenido en la mención de Soulié! Ahora bien, ¿qué ocurre aquí? Creemos notar que esta reducción no aniquila por completo el chiste de Heine, más bien deja intacto lo esencial de él. Tenemos que Soulié dice: «Vea usted cómo el siglo xix adora al becerro de oro», y Heine responde: «¡Oh! Este ya no es un becerro; es un buey». En esta versión reducida sigue siendo un chiste. Y no es posible otra reducción de las palabras de Heine. Lástima que este bello ejemplo contenga condiciones técnicas tan complicadas. No nos permite obtener aclaración alguna; por eso lo dejamos para buscar otro en el que creemos percibir un parentesco interno con él. Sea uno de los «chistes de baño» que tratan de la aversión al baño de los judíos de Galitzia. Es que no les exigimos a nuestros ejemplos ningún título de nobleza, no preguntamos por su origen, sino sólo por su idoneidad: si son capaces de hacernos reír y si son dignos de nuestro interés teórico. Y justamente los chistes de judíos satisfacen de manera óptima ambas exigencias. Dos judíos se encuentran en las cercanías de la casa de baños. «¿Has tomado un baño?», pregunta uno de ellos. Y el otro le responde preguntándole a su vez: «¿Cómo es eso? ¿Falta alguno?». Cuando uno ríe de buena gana con un chiste, no está precisamente en la mejor predisposición para investigar su técnica. Por eso depara algunas dificultades el orientarse en estos análisis. «Es un cómico malentendido», he ahí la idea que se nos impone. – Bien, pero … ¿y la técnica de este chiste? – Evidentemente el uso con doble sentido de la palabra «nehmen». En uno de esos sentidos se integra, incolora ella misma, en un giro (tomar un baño}; en el otro, es el verbo con su significado no descolorido {llevarse un baño., robarlo}. Por tanto, un caso en que la misma palabra se toma en sentido «pleno» y «vacío». Sustituyamos la expresión «tomar un baño» por la más simple y de igual valor «bañarse», y el chiste desaparece. La respuesta ya no se le adecua. Por tanto, también aquí el chiste adhiere a la expresión «tomar un baño». Todo ello está muy bien; no obstante, otra vez parece que la reducción no se ha aplicado en el lugar correcto. El chiste no reside en la pregunta, sino en la respuesta, en la contrapregunta: «¿Cómo es eso? ¿Falta alguno?». Y a esta respuesta no se le puede quitar su gracia mediante ninguna ampliación ni alteración que mantenga intacto su sentido. Además, en la respuesta del segundo judío tenemos la impresión de que su ignorancia del «baño» fuera más importante que el malentendido de la palabra «tornar». Pero tampoco aquí vemos claro todavía; busquemos un tercer ejemplo. Otro chiste de judíos, en el que, no obstante, sólo el andamiaje es judío; el núcleo es humano universal. Sin duda también este ejemplo tiene sus indeseadas complicaciones, pero por suerte no son de la índole de las que hasta ahora nos impidieron ver claro. «Un pobre se granjea 25 florines de un conocido suyo de buen pasar, tras protestarle largo tiempo su miseria. Ese mismo día el benefactor lo encuentra en el restaurante ante una fuente de salmón con mayonesa. Le reprocha: «¿Cómo? Usted consigue mi dinero y luego pide salmón con mayonesa. ¿Para eso ha usado mi dinero?». Y el inculpado responde: «No lo comprendo a usted; cuando no tengo dinero, no puedo comer salmón con mayonesa; cuando tengo dinero, no me está permitido comer salmón con mayonesa. Y entonces, ¿cuándo comería yo salmón con mayonesa?»». Aquí, por fin, ya no se descubre ningún doble sentido. Y tampoco la repetición de «salmón con mayonesa» puede contener la técnica del chiste, pues no es «acepción múltiple» del mismo material, sino una efectiva repetición de lo idéntico, requerida por el contenido. Podemos quedarnos un tiempo desconcertados ante este análisis; acaso recurramos al subterfugio de impugnar el carácter chistoso de esta anécdota que nos hizo reír. ¿Qué otra cosa digna de mención podemos decir sobre la respuesta del pobre? Que se le ha prestado de manera curiosísima el carácter de lo lógico. Pero sin razón, pues la respuesta misma es alógica. El hombre se defiende de haber empleado en esas exquisiteces el dinero que le dieron, y pregunta, con una apariencia de razón, cuándo comería entonces salmón. Pero esa no es la respuesta correcta; su benefactor no le reprocha que se deleite con salmón justo el día en que le pidió dinero, sino que le recuerda que en su situación no tiene ningún derecho a pensar en táles manjares. Este sentido del reproche, el único posible, es el que omite el bon vivant empobrecido; su respuesta se dirige a otra cosa, como si hubiera incurrido en un malentendido sobre el reproche. Ahora bien, ¿y si la técnica de este chiste residiera justamente en ese desvío de la respuesta respecto del sentido del reproche? Acaso en los otros dos ejemplos, que en nuestro sentir están emparentados con este, podamos demostrar una parecida alteración del punto de vista, un desplazamiento del acento psíquico.
Veamos, pues; esa demostración se obtiene con total facilidad, y de hecho pone en descubierto la técnica de estos ejemplos. Soulié indica a Heine que la sociedad del siglo xix adora al «becerro de oro», tal como antaño lo hizo el pueblo judío en el desierto. Lo adecuado sería que Heine diera una respuesta de este tipo: «Sí, así es la naturaleza humana; el paso de los siglos no la ha modificado en nada», o alguna otra expresión de asentimiento. Pero Heine en su respuesta se desvía de la idea incitada, en modo alguno responde a ella; se vale del doble sentido del que es susceptible la frase «becerro de oro» para seguir un sendero desviado, escoge un ingrediente de la frase, «becerro», y responde como si el acento hubiera recaído sobre este en el dicho de Soulié: «¡Ob! Este ya no es un becerro», etc. El desvío es aún más nítido en el chiste del baño. Este ejemplo reclama una figuración gráfica. El primer judío pregunta: «¿Has tomado un baño?». El acento recae sobre el elemento «baño». El segundo responde como si la pregunta dijera: «¿Has tomado un baño?». Sólo el texto «tomado un baño» es el que posibilita ese desplazamiento del acento. Si rezara «¿Te has bañado?», sería imposible cualquier desplazamiento. La respuesta, no chistosa, sería entonces: «¿Bañado? ¿Qué quieres decir? No sé qué es». Así pues, la técnica del chiste reside en el desplazamiento del acento de «baño» a «tornar». Volvamos al ejemplo del «salmón con mayonesa», que es el más puro. Lo que tiene de novedoso puede ocuparnos en varias direcciones. En primer lugar, tenemos que dar algún nombre a la técnica aquí descubierta. Propongo designarla como desplazamiento, porque lo esencial de ella es el desvío de la ilación de pensamiento, el desplazamiento del acento psíquico a un tema diverso del comenzado. Luego, debemos indagar en qué relación se encuentra la técnica de desplazamiento con la expresión del chiste. Nuestro ejemplo (salmón con mayonesa) nos permite discernir que el chiste por desplazamiento es en alto grado independiente de la expresión literal. No depende de las palabras, sino de la ilación de pensamiento. Para removerlo no nos sirve ninguna sustitución de las palabras conservando el sentido de la respuesta. La reducción sólo es posible si modificamos la ilación de pensamiento y hacemos que el gourmet responda directamente al reproche que eludió en la versión del chiste. La versión reducida rezaría entonces: «No puedo privarme de lo que me gusta, y me es indiferente de dónde tome el dinero para ello. Ahí tiene usted la explicación de que precisamente hoy yo coma salmón con mayonesa, luego de pedirle dinero prestado». – Pero esto no sería un chiste, sino un cinismo. Es instructivo comparar este chiste con otro que por su sentido está muy próximo a él: Un hombre muy inclinado a la bebida se gana el sustento en una pequeña ciudad dando clases. Pero poco a poco le conocen todos el vicio, lo cual hace que pierda a la mayoría de sus alumnos. Encargan a un amigo que lo inste a corregirse: «Vea, usted podría conseguir muchísimas horas de clase en la ciudad con tal que dejase la bebida. Hágalo, pues». – «¿Qué me propone usted? -es la indignada respuesta-. Yo doy clases para poder beber; si tengo que abandonar la bebida, ¿para qué querría conseguir clases?». También este chiste presenta la apariencia de lógica que nos llamó la atención en «salmón con mayonesa», pero ya no es un chiste por desplazamiento. La respuesta es directa. El cinismo, escondido en aquel caso, se confiesa francamente aquí: «La bebida es para mí lo principal». La técnica de este chiste es en verdad muy pobre y no puede explicarnos su efecto; sólo reside en el reordenamiento del mismo material; en rigor, es la inversión de la relación medios-fin entre el beber y el dar o conseguir clases. Tan pronto como en la reducción ya no destaco este aspecto en la expresión, he eliminado el chiste. Por ejemplo: «¿Qué disparate me propone usted? Para mí la bebida es lo principal, no las clases. Estas son para mí sólo un medio para poder seguir bebiendo». Por tanto, el chiste adhería realmente a la expresión. En el chiste del baño es inequívoca la dependencia del chiste respecto del texto («¿Has tomado un baño?»), y el cambio de este conlleva la cancelación del chiste. Pero la técnica es aquí más compleja, una unión de doble sentido (de la subclase f) y desplazamiento. El texto de la pregunta admite un doble sentido, y el chiste se produce porque la respuesta no retoma el sentido que tenía en mente el que preguntó, sino uno colateral. Según esto, podremos hallar una reducción que deje subsistir el doble sentido en la expresión y sin embargo cancele el chiste, deshaciendo sólo el desplazamiento: «¿Has tomado un baño?». – «¿Qué dices que habría tomado? ¿Un baño? ¿Qué es eso? ». Pero esto ya no es un chiste, sino una exageración odiosa o burlona. Un papel por entero análogo desempeña el doble sentido en el chiste de Heine sobre el «becerro de oro». Posibilita a la respuesta el desvío respecto de la ilación de pensamiento incitada, que en el chiste del salmón con mayonesa acontece sin ese apuntalamiento en el texto. En la reducción, el dicho de Souilé y la respuesta de Heine acaso rezarían: «El modo en que la sociedad adula aquí a un hombre por el mero hecho de ser rico recuerda vivamente a la adoración del becerro de oro»; y Heine: «Y no me parece lo más enojoso que lo festejen a causa de su riqueza. A mi juicio, usted no insiste lo suficiente en que por su riqueza le perdonen su estupidez». Así quedaría cancelado el chiste por desplazamiento conservando el doble sentido. En este punto debemos estar preparados para la objeción de que buscamos trazar tales enmarañados distingos en lo que forma, empero, una estrecha trama. ¿Acaso todo doble sentido no da ocasión a un desplazamiento, a un desvío de la ilación de pensamiento de un sentido a otro? Y siendo así, ¿cómo aceptar que «doble sentido» y «despIazamiento» se postulen como representantes de dos tipos enteramente diversos de técnica del chiste? Muy bien; es cierto que existe este vínculo entre doble sentido y desplazamiento, pero nada tiene que ver con nuestra distinción entre las técnicas del chiste, En el doble sentido, el chiste sólo contiene tina palabra susceptible de interpretación múltiple, que permite al oyente hallar el paso de un pensamiento a otro, lo cual quizá -forzándolo un poco- pueda equipararse a un desplazamiento. En cambio, en el chiste por desplazamiento, el chiste mismo contiene una ilación de pensamiento en la que se ha consumado un desplazamiento así; aquí, este último pertenece al trabajo que ha producido al chiste, no al necesario para entenderlo. Si este distingo no nos iluminara, tenemos en los ensayos de reducción un medio infalible para verlo con evidencia. Sin embargo, no pretendemos negar cierto valor a aquella objeción. Ella nos advierte que no nos es lícito confundir los procesos psíquicos que sobrevienen a raíz de la formación del chiste (el trabajo del chiste) con los procesos psíquicos mediante los cuales se lo entiende (el trabajo de entendimiento). Sólo los primeros son el tema de nuestra presente indagación. ¿Existen todavía otros ejemplos de la técnica de desplazamiento? No son fáciles de descubrir. Un ejemplo enteramente puro, al que le falta por otra parte la logicidad tan extremada en nuestro modelo, es el siguiente chiste: «Un mercader de caballos recomienda un corcel a uno de sus clientes: «Sí usted agarra este caballo y lo monta a las 4 de la mañana, para las 6 y media está en Presburgo». -«¿Y qué hago yo en Presburgo a las 6 y media de la mañana?»». El desplazamiento es aquí evidentísimo. El mercader aduce la temprana llegada a la pequeña ciudad sólo con el claro propósito de dar una prueba de la bondad del caballo. El cliente prescinde de la idoneidad del animal, a la que ni siquiera pone en duda, y pasa a considerar sólo los datos del ejemplo escogido para prueba. No es, pues, difícil proporcionar la reducción de este chiste. Más dificultades ofrece otro, de técnica muy poco trasparente pero que puede resolverse como de doble sentido con desplazamiento. El chiste cuenta el subterfugio de un casamentero (un Schadjen, casamentero judío), y por tanto pertenece a un grupo que habrá de ocuparnos muchas veces todavía. El casamentero ha asegurado al novio que el padre de la muchacha ya no está con vida. Tras los esponsales, se sabe que el padre todavía vive y expía una pena de prisión, El novio le hace reproches al casamentero. «Y bueno -responde este-; ¿qué le he dicho yo? ¿Acaso eso es vida?». El doble sentido reside en la palabra «vida», y el desplazamiento consiste en que el casamentero salta del sentido común de la palabra, como opuesta a «muerte», al sentido que posee en el giro «Eso no es vida». Así declara con posterioridad que su manifestación de entonces fue de doble interpretación, aunque ese significado múltiple sea harto remoto justamente en este caso. Hasta aquí la técnica sería semejante a los chistes del «becerro de oro» y del «baño». Pero en este ejemplo cabe reparar aún en otro factor, tan llamativo que estorba entender la técnica. Podría llamarse «caracterizador» a este chiste; se empeña en ilustrar con un ejemplo la mezcla de desfachatez mentirosa y prontitud de ingenio {Witz} que caracteriza al casamentero. Pero veremos que esta no es sino la parte visible, la fachada del chiste; su sentido, es decir, su propósito, es otro. Dejamos también para más adelante ensayar su reducción. Tras estos ejemplos complejos y de difícil análisis, nos deparará otra vez satisfacción poder discernir en un caso un modelo totalmente puro y trasparente de «chiste por desplazamiento». Un pedigüeño hace al rico barón un pedido de ayuda en dinero para viajar a Ostende; aduce que los médicos le han recomendado baños de mar para reponer su salud. «Bueno, le daré algo -dice el rico-; pero, ¿es necesario que viaje justamente a Ostende, el más caro de los balnearios?». – «Señor barón -lo corrige aquel-, en aras de mi salud nada me parece demasiado caro». -Un correcto punto de vista, sin lugar a dudas, aunque no para el Schnorrer. La respuesta fue dada desde el punto de vista de un hombre rico. Y aquel se comporta como si fuera su propio dinero el que debe sacrif icar en aras de su salud, como si dinero y salud correspondieran a la misma persona. Retomemos el tan instructivo ejemplo del «salmón con mayonesa». De igual manera, volvía hacia nosotros un lado visible donde se ostentaba un trabajo lógico, y mediante el análisis averiguamos que esa logicidad tenía que esconder una falacia, a saber, un desplazamiento de la ilación de pensamiento. Desde aquí nos gustaría, aunque sólo fuera siguiendo el enlace por contraste, tomar conocimiento de otros chistes que, totalmente al contrario, mostraran sin disfraz un contrasentido, un disparate, una estupidez. Tenemos la curiosidad de averiguar en qué podría consistir la técnica de estos chistes. Comienzo por el ejemplo más fuerte y a la vez más puro de todo el grupo. Es, nuevamente, un chiste de judíos: Itzig ha tomado plaza en la artillería. Sin duda se trata de un mozo inteligente, pero es indócil v carece de interés por el servicio. Uno de sus jefes, que siente simpatía por él, lo lleva aparte y le dice: «ltzig, no nos sirves. Quiero darte un consejo: Cómprate un cañón e independízate». El consejo, que puede hacernos reír de buena gana, es un manifiesto disparate. Es claro que no hay cañones en venta, y un individuo no podría independizarse como regimiento -«establecerse », por así decir-. Pero no podemos dudar ni un momento de que ese consejo no es un mero disparate, sino un disparate chistoso, un excelente chiste. ¿Por qué vía, piles, el disparate se convierte en chiste? No necesitamos reflexionar mucho tiempo. Por las elucidaciones de Ios autores, que hemos consignado en nuestra «Introducción», podemos colegir que en ese sinsentido {disparate} chistoso se esconde un sentido, y que este sentido dentro de lo sin sentido convierte al sinsentido en chiste. En nuestro ejemplo es fácil hallar el sentido. El oficial que da al artillero Itzig ese consejo sin sentido sólo se hace el tonto para mostrar a Itzig cuán tonta es su conducta. Copia a Itzig: «Ahora te daré un consejo que es exactamente tan tonto como tú». Acepta y retorna la tontería de Itzig y se la da a entender convirtiéndola en base de una propuesta que no puede menos que responder a los deseos de Itzig, pues si este poseyera cañones propios y cultivara por su cuenta el oficio de la guerra, ¡cuán útiles le serían su inteligencia y su orgullo! ¡Cómo mantendría en condiciones sus cañones y se familiarizaría con su mecanismo para salir airoso de la competencia con otros poseedores de cañones! Interrumpo el análisis de] presente ejemplo para pesquisar este mismo sentido de lo sin sentido en un caso más breve y simple, pero menos flagrante, de chiste disparatado. «No haber nacido nunca sería lo mejor para los mortales». «Pero -Prosiguen los sabios de Fliegende Blätter- entre 100.000 personas difícilmente pueda sucederle a una». El agregado moderno a la vieja sentencia es un claro disparate, más tonto aún por el «difícilmente», en apariencia cauteloso. Pero al anudarse a la primera frase como una limitación correcta sin disputa, puede abrirnos los ojos para ,advertir que aquella sabiduría escuchada con reverencia tampoco es mucho más que un disparate. Quien nunca nació no es una criatura humana; para ese no existe lo bueno ni lo mejor. Lo sin sentido en el chiste sirve entonces aquí para poner en descubierto y, figurar otro sinsentido, tal como en el ejemplo del artillero Itzig. Puedo agregar aquí un tercer ejemplo que por su contenido difícilmente merecería la detallada comunicación que exige, pero justamente vuelve a ilustrar con particular nitidez el empleo de lo sin sentido en el chiste para figurar otro sinsentido: Un hombre que debe partir de viaje confía su hija a un amigo con el pedido de que durante su ausencia vele por su virtud. Meses después regresa y la encuentra embarazada. Desde luego, se queja a su amigo. Este hace vanos esfuerzos para explicarse la desgracia. «Pero, ¿dónde ha dormido?» -pregunta al fin el padre. – «En el mismo dormitorio que mi hijo». – «¿Y cómo pudiste hacerla dormir en la rnisma habitación que tu hijo, después que tanto te encarecí su tutela?». – «Es que había un biombo entre ellos. Ahí estaba la cama de tu hija, ahí la cama de mi hijo, y entre las dos el biombo». – «¿Y si él dio la vuelta al biombo?». – «A menos que sea eso -responde el otro pensativamente- . . Así sería posible». De este chiste, de muy, bajo nivel por sus otras cualidades, obtenernos con la mavor facilidad su reducción. Es evidente que esta rezaría: «No tienes ningún derecho a quejarte. ¿Cómo puedes ser tan tonto de dejar a tu hija en una casa donde no podrá menos que vivir en la permanente compañía de un rnozo? ¡Como si un extraño pudiera vigilar en tales condiciones la virtud de una muchacha!». La aparente tontería del amigo tampoco aquí es otra cosa que el espejamiento de la tontería del padre. Por la reducción hemos eliminado la tontería en el chiste v, con ella, al chiste mismo. Pero no nos hemos desprendido del elernento «tontería» como tal: encuentra otro sitio dentro de la trabazón de la frase reducida a su sentido. Ahora podemos intentar reducir también el. chiste de cañones. El oficial tendría que decirle: «ltzig, yo sé que tú eres un inteligente hombre de negocios. Pero te digo que cometes una gran tontería no viendo que en asuntos militares las cosas no pueden ser como en los negocios, donde cada quien trabaja para sí y, contra los demás. En la vida militar es preciso subordinarse, y cooperar». Por tanto, la técnica de los chistes disparatados que hemos citado hasta aquí consiste realmente en la presentación de algo tonto, disparatado, cuyo sentido es la ilustración, la figuración, de alguna otra cosa tonta y disparatada. ¿Tiene siempre este significado el empleo del contrasentido en la técnica del chiste? He aquí otro. ejemplo, que responde por la afirmativa: Cierta vez que Foción fue aplaudido aprobatoriamente tras un discurso, se volvió hacia sus amigos y, preguntó: «Pero, ¿qué tontería he dicho?». Esta pregunta suena como un contrasentido. Pero enseguida comprendemos su sentido. «¿Qué he dicho que pueda gustarle a este pueblo tonto? Su aprobación en verdad debería avergonzarme; si ha gustado a los tontos, no puede ser algo muy inteligente». Pero otros ejemplos pueden enseñarnos que el contrasentido muy a menudo se usa en la técnica del chiste sin el fin de servir para la figuración de otro sinsentido. Un conocido profesor universitario, que suele sazonar con algunos chistes su árida disciplina, es congratulado por el nacimiento de su hijo menor, que le ha sido dado siendo él va de avanzada edad. «Sí -replica a quienes lo felicitan-, es asombroso lo que pueden conseguir las manos del hombre». – Esta respuesta parece particularmente disparatada y fuera de lugar. De los hijos se dice que son una bendición de Dios, en total oposición a las obras de la mano del hombre. Pero enseguida se nos ocurre que esta respuesta tiene sin embargo un sentido, y, sin duda obsceno. Ni hablar de que el padre feliz quiera hacerse el tonto, para designar como tales a otras cosas o personas. La respuesta en apariencia carente de sentido nos produce sorpresa, desconcierto, como dirían los autores. Ya sabemos que estos derivan todo el efecto de tales chistes de la alternancia de «desconcierto e iluminación». Luego intentaremos formarnos un juicio sobre ello; ahora nos contentamos con destacar que la técnica de este chiste consiste en la presentación de eso desconcertante, sin sentido. Entre estos chistes de tontería ocupa un lugar particular uno de Lichteriberg: «Le asombraba que los gatos tuvieran abiertos dos agujeros en la piel justo donde están sus ojos». Asombrarse por algo obvio, algo que en verdad no es sino la exposición de una identidad, por cierto no es otra cosa que una tontería. Recuerda a una exclamación de Michelet(70), entendida en serio. La cito de memoria: «¡Cuán magníficamente ha dispuesto las cosas la naturaleza que el hijo, tan pronto viene al mundo, encuentra ya una madre dispuesta a acogerlo!». La frase de Michelet es una tontería real, pero la de Lichtenberg es un chiste que se vale de la tontería para algún otro fin, un chiste tras el cual se esconde algo. ¿Qué? En este momento todavía no podemos indicarlo. En dos grupos de ejemplos hemos averiguado ya que el trabajo del chiste se vale de desviaciones respecto del pensar normal -el desplazamiento y el contrasentido- como recursos técnicos para producir la expresión chistosa. Es tina justificada expectativa que también otras falacias puedan hallar el mismo empleo. Y en efecto cabe indicar algunos ejemplos de esta índole: Un señor llega a una confitería y se hace despachar una torta; pero enseguida la devuelve y en su lugar pide un vasito de licor. Lo bebe y quiere alejarse sin haber pagado. El dueño del negocio lo retiene. «¿Qué quiere usted de mí?». – «Debe pagar el licor». – «A cambio de él ya le he dado la torta». – «Tampoco la ha pagado». – «Pero tampoco la he comido». También esta pequeña historia muestra la apariencia de una logicidad que ya conocemos como fachada apta para una falacia. Es evidente que el error consiste en que el astuto cliente establece entre la devolución d¿ la torta y su cambio por el licor un vínculo inexistente. La situación se descompone más bien en dos procesos que para el vendedor son independientes entre sí, y sólo en el propósito del comprador mantienen el nexo de sustitución. Ha tomado y ha devuelto primero la torta, por la cual en consecuencia nada debe; luego toma el licor, que debe pagar. Puede decirse que el cliente emplea en doble sentido la relación «a cambio de»; más correctamente, por medio de un doble sentido establece una conexión que de hecho no es sostenible. Esta es la oportunidad para confesar algo que no carece de importancia. Aquí nos ocupamos de explorar la técnica del chiste a raíz de ejemplos, y por tanto debiéramos estar seguros de que los ejemplos citados por nosotros son realmente genuinos chistes. Pe ro sucede que en una serie de casos vacilamos sobre si deben llamarse o no chistes. Por cierto que no dispondremos de un criterio antes que la indagación nos lo haya proporcionado; en cuanto al uso lingüístico, no es confiable y su legitimidad requiere a su vez ser examinada; para decidirlo no podemos apoyarnos sino en cierta «sensación», que tenemos derecho a interpretar en el sentido de que en nuestros juicios la decisión se consuma siguiendo determinados criterios que todavía no alcanzamos a discernir. Pero si la fundamentación ha de ser suficiente, no nos bastará invocar esa «sensación». En cuanto al ejemplo aducido en último término, no podemos menos que dudar si tenemos derecho a presentarlo como chiste, acaso como un chiste sofístico, o lisa y llanamente como un sofisma. Todavía no sabemos en qué reside el carácter de chiste, En cambio, es inequívocamente un chiste el ejemplo siguiente, que exhibe por así decir la falacia complementaria. Es, otra vez, una historia de casamenteros: El Schadjen defiende a la muchacha por él propuesta de las críticas del joven. «La suegra no me gusta -dice este-, es una persona malvada, estúpida». – «Usted no se casa con la suegra, usted quiere a la hija». – «Sí, pero ella ya no es joven, ni tiene tampoco un rostro hermoso». – «Eso no importa; si ya no es joven ni hermosa, tanto más fiel le será». – «Tampoco hay de por medio mucho dinero». -«¿Quién habla de dinero? ¿Se casa usted con el dinero? ¡Lo que usted quiere es una esposa!». – «Pero, ¡también tiene una joroba!». – «¿Y que quiere usted? ¿Que no tenga ningún defecto?». Se trata entonces en realidad de una muchacha fea que ya no es joven, de dote escasa, que tiene una madre repelente y además es contrahecha.