La tecnica del chiste (contin.4)

La tecnica del chiste (contin.4)

No son circunstancias que inviten al matrimonio. El casamentero, respecto de cada uno de estos defectos, sabe desde qué punto de vista se lo podría disimular; en cuanto a la joroba., que no admite disculpa, la reclama como el defecto que es preciso admitir en cualquier ser humano. Esto vuelve a presentar la apariencia de lógica que es característica del sofisma y que está destinada a encubrir la falacia. La muchacha evidentemente tiene tinos defectos flagrantes, más de los que podrían pasársele por alto, y uno que no se puede omitir; no es para desposarla. El casamentero hace como si cada uno de los defectos hubiera quedado eliminado por su subterfugio, cuando en verdad de todos ellos resta alguna desvalorización que se suma a la del que sigue. Se empeña en considerar por separado cada factor y se rehúsa a hacer su suma. La misma omisión es el núcleo de otro sofisma que ha sido muy festejado pero de cuya legitimidad para llamarse chiste cabe dudar. A ha tomado prestado de B un caldero de cobre, y cuando lo devuelve, B se le queja porque el caldero muestra un gran agujero que lo torna inservible. He aquí su defensa: «En primer lugar, yo no pedí prestado a B ningún caldero; en segundo lugar, el caldero ya estaba agujereado cuando lo tomé de B; en tercer lugar, yo devolví intacto el caldero». Cada uno de esos alegatos es bueno por sí; pero todos juntos se excluyen recíprocamente. A considera por separado lo que debe mirarse en su trabazón, tal como procedía el casamentero con los defectos de la novia. Puede decirse también: A pone «y» en un lugar donde sólo es posible «o bien … o bien». Nos sale al paso otro sofisma en la siguiente historia de casamenteros: El pretendiente le ha alegado que la novia tiene una pierna más corta y cojea. El Schadjen le replica: «Usted anda errado. Supóngase que se casara con una mujer de miembros sanos y derechos. ¿Qué conseguiría? Nunca estaría seguro de que no cayera, se quebrara una pierna y luego quedara paralítica para toda la vida. ¡Y después los dolores, la agitación, los honorarios del médico! Pero si toma esta, nada de eso le podrá suceder; es asunto terminado». La apariencia de lógica es aquí muy tenue, y nadie preferiría el «accidente terminado» al meramente posible. El error contenido en la ilación de pensamiento podrá descubrirse más fácilmente en un segundo ejemplo, una historia a la que no puedo despojar por completo del dialecto: En el templo de Cracovia, el gran rabino N. ora con sus discípulos. De pronto lanza un grito y, ante las preguntas de sus preocupados discípulos, dice: «Acaba de fallecer el gran rabino L. en Lemberg». La comunidad organiza el duelo por el difunto. En el trascurso de los días siguientes preguntan a los que llegan de Lemberg cómo murió el rabino, de qué adolecía; pero ellos nada saben, lo han dejado gozando de la mejor salud. Por último resulta como cosa totalmente cierta que el rabí L. no falleció en Lemberg en el momento en que el rabino N. sintió su muerte por vía telepática, puesto que sigue con vida. Un extraño aprovecha la oportunidad para enrostrarle este episodio a uno de los discípulos del rabino de Cracovia: «Fue sin duda un gran baldón para vuestro rabino que haya visto en ese momento morir al rabino L. en Lemberg. El hombre sigue con vida todavía hoy». «No importa -replica el discípulo-, el Kück desde Cracovía hasta Lemberg fue de todos modos algo grandioso». Aquí se manifiesta sin disfraz la falacia común a los dos últimos ejemplos. El valor de la representación fantaseada es elevado abusivamente respecto de lo objetivo; la posibilidad es casi equiparada a la efectiva realidad. La mirada a la lejanía desde Cracovía a través del territorio que la separa de Lemberg sería una imponente operación telepática si diera por resultado algo verdadero, pero esto no le importa al discípulo. Habría sido posible que el rabino de Lemberg muriera en el preciso instante en que el rabino de Cracovia anunció su muerte, y para el discípulo el acento se desplaza de la condición bajo la cual aquella operación de su maestro sería digna de asombro, al asombro incondicionado por esta operación. «In magnis rebus voluisse sat est» testimonia un punto de vista parecido. Así como en este ejemplo se prescinde de la realidad en favor de la posibilidad, en el anterior el casamentero insta al pretendiente a considerar la posibilidad de que una mujer quede paralítica por un accidente como algo mucho más sustantivo, frente a lo cual, se pretende, es desdeñable que esté o no paralítica. A este grupo de las falacias sofistas le sigue otro, interesante, en que la falacia puede denominarse automática. Quizá sólo se deba a un capricho del azar que todos los ejemplos que tengo para citar de este nuevo grupo pertenezcan otra vez a las historias de casamenteros. «Un casamentero se ha procurado, para su elogiosa presentación de la novia, un ayudante que debe refirmar todo lo que él diga. «Ella ha crecido como un abeto», dice el casamentero. – «Como un abeto», repite el eco. – «Y tiene unos ojos que hay que ver». – » ¡Ah! ¡Y qué ojos tiene!», refirma el eco. – «Y sus formas son incomparables». – «¡Y qué formas!». – “Pero es verdad -admite el casamentero- que tiene una pequeña joroba». – » ¡Pero qué joroba!», vuelve a refirmar el eco». Las otras historias son enteramente análogas, aunque su riqueza de sentido es mayor. «El novio quedó muy ingratamente sorprendido cuando le presentaron a la novia, y lleva aparte al casamentero para cuchichearle sus críticas. «¿Para qué me ha traído aquí?», le pregunta en tono de reproche. «Ella es fea y vieja, bizquea y tiene malos dientes y chorrea de los ojos. . . «. – «Puede usted hablar en voz alta -replica el casamentero—, también es sorda»». «El novio hace junto con el casamentero la primera visita a casa de la novia, y mientras aguardan en la sala la presentación de la familia el casamentero señala una vitrina donde se exponen hermosísimos objetos de plata. «Mire usted ahí; por esas cosas advierte usted cuán rica es esta gente». – «Pero -pregunta el desconfiado joven-, ¿no habrán tomado en préstamo esos hermosos objetos para esta ocasión a fin de producir una impresión de riqueza?». -«¡Qué ocurrencia! -responde el casamentero rechazando la idea-. ¿Quién prestaría algo a esta gente?»». En los tres casos ocurre lo mismo. Una persona que varias veces sucesivas ha reaccionado en igual forma continúa con esta manera de manifestarse también en la siguiente ocasión, cuando es inadecuada y contraría sus propósitos. Omite adaptarse a los requerimientos de la situación, cediendo al automatismo del hábito. Así, en la primera historia el ayudante olvida que lo han traído para inclinar el ánimo del pretendiente en favor de la novia propuesta, y si hasta entonces cumplió su tarea subrayando con sus repeticiones las excelencias de la novia, ahora subraya también su joroba, que, admitida a regañadientes por el casamentero, él habría debido empequeñecer. El casamentero de la segunda historia queda tan fascinado con la enumeración de los defectos y tachas de la novia que completa de su coleto la lista, aunque ciertamente no sea ese su oficio ni su propósito. Por último, en la tercera historia se deja arrastrar por su celo de convencer al joven sobre la riqueza de la familia hasta el punto de porfiar en esa sola pieza de prueba y aducir algo que no puede menos que contrariar su empeño como un todo. Dondequiera prevalece el automatismo sobre la variación, con arreglo a fines, del pensar y el expresarse. He aquí algo que se intelige con facilidad, pero por fuerza nos produce confusión: reparar en que estas tres historias pueden ser designadas «cómicas» con el mismo derecho que las llamamos «chistosas». El descubrimiento del automatismo psíquico pertenece a la técnica de lo cómico, lo mismo que todo desenmascaramiento, toda traición que uno se haga a sí mismo. Aquí nos vemos enfrentados de pronto con el problema del vínculo del chiste con la comicidad, que procurábamos eludir. (Cf, la «Introducción») ¿Son estas historias sólo «cómicas» y no también «chistosas»? ¿Trabaja aquí lo cómico con los mismos recursos que el chiste? Y otra vez: ¿en qué consiste el carácter peculiar de lo chistoso? Debemos atenernos al hecho de que la técnica del grupo de chistes citados en último término no consiste en otra cosa que en argumentar «falacias», pero nos vemos obligados a admitir que su indagación nos ha proporcionado hasta ahora más oscuridad que conocimiento. Sin embargo, no resignamos la expectativa de obtener, mediante una noticia más completa sobre las técnicas del chiste, un resultado que pueda servir de punto de partida para ulteriores intelecciones. Los siguientes ejemplos de chistes, con los que continuaremos nuestra investigación, dan menos trabajo. Su técnica, sobre todo, nos recuerda algo ya familiar. En primer lugar, un chiste de Lichtenberg: «Enero es el mes en que uno ofrece deseos a sus buenos amigos, y los otros meses, aquellos en que no se cumplen». Como de estos chistes se puede decir que son más finos que eficaces, y trabajan con recursos menos llamativos, deberemos reforzar acumulativamente la impresión que producen. «La vida humana se descompone en dos mitades; en la primera uno desea que llegue la segunda, y en la segunda uno desea volver a la primera». «La experiencia consiste en que uno experimenta lo que no desea experimentar». (Ambos tomados de Fischer, 1889.) Es inevitable que estos ejemplos nos recuerden un grupo ya tratado que se singulariza por la «acepción múltiple del mismo material». El último ejemplo, en particular, nos moverá a preguntar por qué no los incluimos a continuación en aquel lugar, en vez de traerlos a cuento aquí en un nuevo contexto. Es que de nuevo la «experiencia» se describe por su propia formulación textual, como antes los celos. Y en verdad yo no tendría gran cosa que objetar a esa rectificación. Pero opino que en los otros dos ejemplos, que por su carácter son sin duda semejantes, hay otro factor más notable y sustantivo que la acepción múltiple de las mismas palabras: falta aquí todo lo que roce el doble sentido. Y además querría destacar que en estos casos se producen unidades nuevas e inesperadas, vínculos recíprocos entre representaciones, y definiciones mutuas o por referencia a un tercer término común. Me gustaría llamar unificación a este proceso; evidentemente, es análogo a la condensación por compresión en las mismas palabras. Así, las dos mitades de la vida humana se describen mediante un vínculo recíproco descubierto entre ellas; en la primera uno desea que llegue la segunda, y en la segunda, volver a la primera. Dicho con mayor exactitud, dos nexos recíprocos muy semejantes se han escogido para la figuración. Y la semejanza de los vínculos corresponde luego a la semejanza de las palabras, lo cual podría hacernos recordar justamente la acepción múltiple del mismo material (desear que llegue – desear volver). En el chiste de Lichtenberg, enero y los meses contrapuestos a él son caracterizados mediante un nexo algo modificado respecto de un tercer término; son los deseos de felicidad, que uno recibe en enero y no se cumplen en los otros meses. Aquí es bien nítida la diferencia respecto de la acepción múltiple del mismo material, que por cierto se aproxima al doble sentido. Un buen ejemplo de chiste de unificación, que no necesita ser elucidado, es el siguiente: El poeta francés J. B. Rousseau escribió una oda a la posteridad («A la postérité»); Voltaire halló que el valor de la poesía de manera alguna justificaba que pasase a la posteridad, y dijo a modo de chiste: «Esta poesía no llegará a su destinataria». (Según Fischer [1889, pág. 123].) Este último ejemplo es apto para indicarnos que es esencialmente la unificación la que está en la base de los chistes llamados «de prontitud». La prontitud consiste, en efecto, en que la defensa responda a la agresión: en «dar vuelta el filo», en «pagar con la misma moneda»; por tanto, en la producción de una unidad inesperada entre ataque y contraataque. Por ejemplo, el panadero dice al posadero a quien le supura un dedo: « ¿Lo habrás metido sin duda en tu cerveza? ». – «No fue eso, sino que se me incrustó bajo la uña una miga de tus panecillos». (Según Überhorst, 1900, 2.) Serenissimus hace un viaje por sus posesiones, y entre la multitud repara en un hombre que se parece llamativamente a su propia, alta persona. Lo llama para preguntarle: «¿Sin duda su madre sirvió alguna vez en palacio? ». – «No, Alteza -respondió el hombre-; fue mi padre». En una de sus cabalgatas de placer, el duque Karl von Württemberg encuentra a un tintorero ocupado en su oficio. «¿Puedes teñir de azul mi caballo blanco?», le espeta el conde, y recibe esta respuesta: «Por cierto que sí, Alteza, ¡siempre que soporte la cocción! ». [ Fischer, 1889, pág. 107.] En esta notable «retorsión» -que responde a una pregunta disparatada con una condición igualmente imposible -opera además otro factor técnico que habría faltado de haber sido esta la respuesta del tintorero: «No, Alteza; me temo que el caballo blanco no soportaría la cocción». La unificación dispone además de otro medio, sobremanera interesante: la ilación con la conjunción «y». Ella significa un nexo; no la comprendemos de otro modo. Por ejemplo, cuando Heine refiere en sus Harzreise, acerca de la ciudad de Gotinga: «En general, los moradores de Gotinga se dividen en estudiantes, profesores, fílisteos y ganado», comprendemos esta conjunción precisamente en el sentido que el agregado de Heine subraya todavía (« . . y estos cuatro estamentos no están separados ni muchísimo menos»). O cuando habla de la escuela donde debió soportar «tanto latín, azotes y geografía», esta coordinación, que se vuelve susceptible de interpretación múltiple por la inserción de las zurras entre las dos disciplinas académicas, quiere decirnos que la concepción del estudiante sobre la escuela, definida inequívocamente por las zurras, debe ser extendida también, sin ninguna duda, al latín y la geografía. En Lipps [1898, pág. 177] hallamos, entre los ejemplos de «enumeración chistosa» («coordinación»), uno que se aproxima mucho al «estudiantes, profesores, filisteos y ganado» de Heine; es el verso: «Con un tenedor y con trabajo / su madre del guiso lo extrajo»; como si el trabajo fuera un instrumento al igual que el tenedor, agrega Lipps a manera de explicitación. Pero recibimos la impresión de que este verso no sería chistoso, sino muy cómico, mientras que la coordinación de Heine es inequívocamente un chiste. Quizá recordemos estos ejemplos más tarde, cuando ya no podamos eludir más el problema de los nexos entre comicidad y chiste. En el ejemplo del duque y el tintorero notamos que seguía siendo un chiste por unificación en caso de que el tintorero hubiera respondido: «No, me temo que el caballo blanco no soportaría la cocción». Pero su respuesta fue: «Sí, Alteza, siempre que el caballo blanco soporte la cocción». En la sustitución del «no», que es lo que correspondería, por un «sí» reside un nuevo recurso técnico del chiste, cuyo empleo estudiaremos en otros ejemplos. Un chiste vecino al recién citado de Fischer es más simple [1889, págs. 107-8]: Federico el Grande escucha hablar de un predicador de Silesia que posee fama de tener trato con los espíritus; lo hace venir y lo recibe con esta pregunta: «¿Puede usted conjurar espíritus?». La respuesta fue: «Como usted mande, Majestad; pero ellos no vienen». Pues bien; aquí salta a la vista que el recurso del chiste no consistió sino en la sustitución del «no», que era lo único posible, por su contrario. Para llevar a cabo esta sustitución fue preciso anudar al «sí» un «pero», de suerte que «sí» y «pero» tuvieran el mismo sentido que un «no». Esta figuración por lo contrario, como la llamaremos, sirve al trabajo del chiste en diversos desempeños. En los dos ejemplos que siguen resalta de una manera casi pura. Heine: «Esta mujer se asemeja en muchos puntos a la Venus de Milo: como ella, es extraordinariamente vieja; como ella, carece de dientes, y como ella, en la superficie amarillenta de su cuerpo presenta algunas manchas blancas». He ahí una figuración de la fealdad por medio de sus puntos de semejanza con lo más hermoso; desde luego que tales acuerdos sólo pueden consistir en unas propiedades expresadas con doble sentido o en cosas secundarias. Esto último se aplica al segundo ejemplo. «El gran espíritu», en Lichtenberg: «Había reunido en sí las cualidades de los más grandes hombres; llevaba la cabeza torcida corno Alejandro, siempre tenía algo para desatar en su cabellera como César, era capaz de beber café como Leibnitz, y cierta vez que estuvo sentado cómodamente en su poltrona olvidó de comer y beber, como Newton, y fue preciso despertarlo como a este; usaba su peluca como el doctor Johnson, y siempre llevaba desprendido un botón de la pretina, como Cervantes». Un ejemplo particularmente bueno de figuración por lo contrario, en el que se ha renunciado por completo al empleo de palabras de doble sentido, es el que ha traído J. von Falke (1897, pág. 271) a su regreso de un viaje a Irlanda. El escenario es un retablo de figuras de cera (como podría ser el de Madame Tussaud). Hay un guía que acompaña con sus explicaciones, de figura en figura, a un grupo de jóvenes y ancianos. «This is the Duke of Wellington and his horse» {«Este es el duque de Wellington y su caballo»}, ante lo cual una joven señorita pregunta: «Which is the Duke ol WeIlington and which is his horse?» f«¿Cuál es el duque de Wellington y cuál su caballo?»1. Y la respuesta: «Just as you like, my pretty child; you pay the money and you have the choice» {«Como usted quiera, hermosa niña; usted paga el dinero y es suya la elección»}. La reducción de este chiste irlandés rezaría: « ¡Qué desvergüenza atreverse a ofrecer al publico estas figuras de cera! No se distinguen caballo y caballero. (Exageración en broma.) ¡Y para ver eso uno paga su buen dinero! ». Ahora bien, esta manifestación indignada se dramatiza, se la funda en un pequeño episodio; en lugar del público en general aparece una sola dama, y la figura ecuestre recibe un nombre individual, que en Irlanda no puede ser otro que el del popular duque de Wellington. La desvergüenza del propietario o guía, que extrae a la gente el dinero del bolsillo y no le da nada a cambio, es figurada por lo contrario, mediante un dicho en que él se precia de escrupuloso hombre de negocios a quien no lo mueve otra cosa que el respeto por los derechos que el público ha adquirido mediante el pago. No obstante, reparamos en que la técnica de este chiste no es del todo simple. Al encontrarse un camino para hacer que el embustero declare solemnemente su escrupulosidad, el chiste es un caso de figuración por lo contrario; pero en tanto lo hace en una ocasión en que se pide de él algo por entero diverso, de suerte que aduce su seriedad comercial cuando se espera que se pronuncie sobre el parecido de las figuras, es un ejemplo de desplazamiento. La técnica del chiste reside en la combinación de esos dos recursos. Desde este ejemplo, no es muy grande la distancia a un pequeño grupo que podría denominarse «chistes de sobrepuja». En -ellos, el «sí», que sería lo adecuado en la reducción, es sustituido por un «no», que empero según su contenido tiene el mismo valor que un «sí», reforzado además, y lo mismo para el caso inverso. La contradicción remplaza a una corroboración con sobrepuja; así, por ejemplo, el epigrarna de Lessing: «¡La buena de Galatea! Se dice que ennegrece /su cabellera; si cuando la compró, ya negra era». O la intencionada defensa aparente de la sabiduría académica por Lichtenberg: «Hay más cosas en el Cielo y la Tierra que las que tu sabiduría académica sueña», había dicho despreciativamente el príncipe Hamlet. Lichtenberg sabe que esta condena no es ni con mucho decisiva, pues no valora todo lo que puede objetarse a la sabiduría académica. Por eso agrega lo que falta: «Pero también hay en la sabiduría académica muchas cosas que no se encuentran ni en el Cielo ni en la Tierra». Su figuración destaca, por cierto, aquello que resarce a la sabiduría académica del defecto que Hamlet le censura, pero en ese resarcimiento hay implícito un segundo reproche, todavía mayor. Más trasparentes aún, por estar libres de toda huella de desplazamiento, son dos chistes de judíos, de gran calibre por lo demás. Dos judíos hablan sobre el bañarse. «Yo tomo un baño por año -dice uno-, lo necesite o no». Por cierto, esa arrogante declaración de limpieza no hace más que declararlo convicto de suciedad. Un judío observa restos de comida en la barba de otro. «Puedo decirte lo que has comido ayer». – «Dílo, pues». -«Bueno, lentejas». – «Erraste: ¡anteayer!». Un precioso chiste de sobrepuja, que puede reconducirse con facilidad a una figuración por lo contrario, es también el siguiente: El rey, en su magnanimidad, visita la clínica quirúrgica y encuentra al profesor amputando una pierna; acompaña cada etapa de la operación con manifestaciones de su real benevolencia: «¡Bravo, bravo, mi querido profesor!». Terminada la operación, el profesor se vuelve a él y le pregunta, con una profunda reverencia: «¿Manda Su Majestad también la otra pierna?». Lo que el profesor pudo haber pensado durante la aprobación real, es claro, no puede expresarse tal cual: «Esto no puede menos que causar la impresión de que yo le corto a este pobre diablo su pierna por orden del rey, y sólo para complacer a este. Sin embargo, he tenido de hecho otros motivos para practicar esta operación». Pero entonces se dirige al rey y le dice: «Yo no he tenido otros motivos para realizar una operación que la orden de Su Majestad. La aprobación que me ha dispensado me ha hecho tan dichoso que sólo espero una orden de Su Majestad para amputar también la pierna sana». Consigue hacerse entender enunciando lo contrario de lo que piensa y guarda para sí. Esto contrario es una sobrepuja increíble. La figuración por lo contrario es, como lo vemos por estos ejemplos, un recurso muy frecuente, y de muy poderoso efecto, de la técnica del chiste. Pero hay algo que no podemos ignorar, y es que esta técnica en modo alguno es propia del chiste. Cuando Marco Antonio, tras haber modificado en el foro, con un largo discurso, la actitud de los oyentes que rodean el cadáver de César, les espeta por última vez las palabras: «Pues Bruto es un hombre honorable … », sabe que ahora el pueblo le gritará, al contrario, el sentido verdadero de sus palabras: « ¡Son unos traidores esos hombres honorables!». O cuando Simplicissimus rotula una colección de brutalidades y cinismos inauditos como manifestaciones de «hombres de espíritu», no es sino otra figuración por lo contrario. Ahora bien, se la llama «ironía», ya no chisté. justamente, no caracteriza a la ironía otra técnica que la figuración por lo contrario. Por lo demás, se lee y se escucha hablar de chiste irónico. Ya no cabe duda, entonces, de que la sola técnica no basta para caracterizar al chiste. Tiene que agregarse algo más, que hasta ahora no hemos descubierto. Es verdad, se mantiene como un hecho incontrastable que deshaciendo la técnica se elimina al chiste. Provisionalmente puede resultarnos difícil imaginar unidos los dos puntos fijos que hemos obtenido para el esclarecimiento del chiste. Si la figuración por lo contrario se cuenta entre los recursos técnicos del chiste, nace en nosotros la expectativa de quede pueda utilizar también su opuesto, la figuración por lo semejante y emparentado. Y, en efecto, la prosecución de nuestras indagaciones puede enseñarnos que esta es la técnica de un nuevo grupo, muy vasto, de chistes en el pensamiento. (ver nota)(80) Describiremos la peculiaridad de esta técnica con mucho mayor acierto si en vez de figuración por lo «emparentado» decimos por lo que «se copertenece» o «forma una misma trama». Y aun comenzaremos por este último carácter, ilustrándolo enseguida con un ejemplo.Una anécdota norteamericana refiere: Dos comerciantes poco escrupulosos consiguieron, mediante una serie de muy aventuradas empresas, hacerse de una gran fortuna, tras lo cual todos sus empeños se dirigieron a ingresar en la buena sociedad. Entre otros recursos, les pareció adecuado procurarse unos retratos del pintor más notable y cotizado de la ciudad, cada uno de cuyos cuadros era considerado un acontecimiento. Los preciosos retratos se presentaron en el curso de una gran soirée, y los propios dueños de casa condujeron al experto y crítico más influyente hasta la pared del salón donde aquellos estaban colgados uno junto al otro; querían arrancarle un juicio admirativo. El contempló largo rato los cuadros, después sacudió la cabeza como si echara de menos algo, y se limitó a preguntar, señalando el espacio vacío entre los dos: «And where is the Saviour?» {«¿Y dónde está el Salvador?»} (o sea: yo echo de menos ahí la imagen del Salvador).El sentido de este dicho es claro. Se trata, Je nuevo, de la figuración de algo que no puede expresarse directamente. ¿Por qué vía se produce esta «figuración indirecta»? A través de una serie de asociaciones y razonamientos que se intercalan con facilidad, seguimos el camino retrocedente desde la figuración del chiste.La pregunta «¿Dónde está el Salvador, el cuadro del Salvador?» nos permite colegir que el que pronunció el dicho recordó, al tener ante sí los dos cuadros, una visión familiar a él tanto como a nosotros, que empero mostraba, como elemento aquí faltante, la imagen del Salvador en medio de otras dos imágenes. Sólo hay un caso así: Cristo en la cruz entre los dos ladrones. El chiste pone de relieve lo que falta; la semejanza corresponde a las imágenes, que el chiste omite, situadas a derecha e izquierda del Salvador. Y esa semejanza sólo puede consistir en que también los cuadros colgados en el salón son los de unos ladrones. Lo que el crítico quiso decir y no podía era, pues: «Son ustedes un par de pillos»; .más precisamente: «¿Qué me importan a mí sus cuadros? Son ustedes un par de pillos, eso es lo que yo sé». Y en definitiva eso fue lo que dijo a través de algunas asociaciones y razonamientos, por un camino que designamos como el de la alusión.Al punto recordamos que ya hemos tropezado con la ilusión a raíz del doble sentido: cuando de los dos significados que hallan expresión en una misma palabra uno se sitúa en el primer plano como el más frecuente y usual, hasta el punto de que por fuerza ha de ocurrírsenos primero, mientras que el otro está relegado como el más remoto, designaríamos este caso como de doble sentido con alusión. En toda una serie de los ejemplos indagados hasta aquí habíamos notado que su técnica no era simple, y ahora discernimos la alusión como el factor que los complicaba (p. ej., el chiste de reordenamiento de la mujer que se había respaldado un poco y entonces había ganado mucho, o el chiste de contrasentido, a raíz de las congratulaciones por el nuevo hijo, acerca de todo lo que son capaces de conseguir las manos del hombre Ahora bien, en la anécdota norteamericana estamos frente a la alusión exenta de doble sentido, y hallamos que su carácter es la sustitución por algo que está conectado en la trama de pensamientos. Es fácil colegir que el nexo utilizable puede ser de más de un tipo. Para no perdernos en la multitud de casos, elucidaremos sólo !as variaciones más notables, y estas. en unos pocos ejemplos. El nexo utilizado para la sustitución puede ser una mera asonancia, de suerte que esta subclase se vuelve análoga al retruécano en el caso del chiste en la palabra. Empero, no se trata de la asonancia entre dos palabras, sino entre frases enteras, entre conexiones características de palabras, etc. Por ejemplo, Lichtenberg ha acuñado esta sentencia: «Baño nuevo sana bien», que de manera instantánea nos recuerda al proverbio: «Escoba nueva barre bien», con el que tiene en común la segunda y la última palabras, y toda la estructura de la oración. Y por otra parte, sin duda ha nacido en la cabeza del gracioso (witzig} pensador como una copia del consabido proverbio. La sentencia de Lichtenberg se convierte así en una alusión al proverbio. Por medio de esta alusión se hace referencia a algo que no se nos dice directamente, a saber, que en el efecto de los baños coopera algo más que las aguas termales, cuyas propiedades permanecen idénticas. De manera parecida puede resolverse técnicamente otra chanza o chiste de Lichtenberg: «Una muchacha de apenas doce modas {Moden} de edad». Esto suena a la determinación temporal «doce lunas {Monden}» (o sea, meses {Monate}), y sin duda en su origen fue un error en la escritura por esta última expresión, admisible en la poesía. Pero tiene su sentido utilizar las cambiantes modas en lugar de los cambios de la luna para determinar la edad de una mujer. El nexo puede consistir en la igualdad salvo una sola modificación leve. Por tanto, esta técnica vuelve a ser paralela a una técnica en la palabra. Las dos clases de chistes provocan casi la misma impresión; empero, cabe separarlas mejor entre sí según los procesos que operan en el trabajo del chiste. Como ejemplo de un chiste en la palabra o retruécano de esta clase: La gran cantante, pero célebre por la amplitud no sólo de su voz, Marie Wilt, recibe la afrenta de que para aludir a su mala figura se utilice el título de una pieza de teatro extraída de la famosa novela de Julio Verne: «La vuelta al Wilt {por Welt = mundo} en 80 días». O «Cada braza, una reina», modificación de la consabida sentencia de Shakespeare, «Cada pulgada, un rey»; alude a esta cita y al mismo tiempo se refiere a una dama noble y en extremo obesa. En realidad, no habría muchos argumentos serios que oponer si alguien prefiriera clasificar este chiste entre las condensaciones con modificaciones como formación sustitutiva. (Véase«tête-à-bête». Acerca de una persona de elevadas miras, pero terca en la persecución de sus metas, dijo un amigo: «Tiene un ideal metido en la cabeza» {«Er hat ein Ideal vor dem Kopf»}. «Ein Brett vor dem Kopf haben» {«Tener una tabla metida en la cabeza»} es el giro usual al que alude esta modificación y cuyo sentido reclama para sí. También aquí puede describirse la técnica como una condensación con modificación. La alusión por modificación y la condensación con formación sustitutiva se vuelven casi indistinguibles cuando la modificación se limita al cambio de letras, por ejemplo: Dichteritis {«poetitis»}. La alusión a la maligna epidemia de Diphtheritis {difteria} califica también de peligro público a los ineptos para poetizar. Las partículas de negación posibilitan muy hermosas alusiones con costos mínimos en cuanto a variantes: «Mi compañero de descreencia, Spinoza», dice Heine. «Nosotros, jornaleros, siervos de la gleba, negros, villanos, por la desgracia de Dios», empieza en Lichtenberg un manifiesto, no continuado, de estos desdichados, que en todo caso tienen más derecho a aquel título que reyes y príncipes al inmodificado. Por último, también la omisión es una forma de la alusión; se la puede comparar a la condensación sin formación sustitutiva. En verdad, en toda alusión hay algo omitido, a saber, el camino de pensamiento que desemboca en la alusión. Depende sólo de qué resulte más llamativo en el texto de la alusión, si la laguna o el sustituto que en parte la llena. Así, a través de una serie de ejemplos regresaremos de la omisión cruda a la alusión propiamente dicha. Una omisión sin sustitución se encuentra en el siguiente ejemplo: (ver nota)(84) En Viena vive un escritor agudo y pendenciero que por la mordacidad de sus invectivas se atrajo repetidas veces maltratos corporales de parte de los atacados. Cierta vez que corrían lenguas sobre un nuevo desaguisado de uno de sus habituales enemigos, un tercero dijo: «Si X llega a enterarse, recibirá otra bofetada». (ver nota)(85) En la técnica de este chiste participa en primer lugar el desconcierto – frente al aparente contrasentido, pues recibir una bofetada no nos parece en modo alguno la consecuencia inmediata de enterarse de algo; no se nos ilumina el sentido. El contrasentido se disipa si uno intercala en la laguna: « … escribirá un artículo tan mordaz contra la persona en cuestión que, etc.». Alusión por omisión y contrasentido son, entonces, los recursos técnicos de este chiste. Heine: «Se alaba tanto que los sahumerios suben de precio». Esta laguna es fácil de llenar. Lo omitido está aquí remplazado por una consecuencia que sólo remite a él por vía de alusión. El autoelogio huele mal. Y henos aquí de nuevo con los dos judíos que se encuentran ante la casa de baños: «Ha pasado ya otro año», suspira uno de ellos. Estos ejemplos no dejan subsistir ninguna duda de que la omisión forma parte de la alusión. Una laguna todavía más llamativa presenta el siguiente ejemplo, que es empero un genuino y verdadero chiste por alusión. Tras un festival artístico realizado en Viena, se editó un libro burlesco donde se anotaba, entre otros, el siguiente apotegma, en extremo curioso: «Una esposa es como un paraguas. Uno acaba siempre por tomar un coche de alquiler». Un paraguas no protege suficientemente de la lluvia. El «Uno acaba siempre por… » sólo puede significar: cuando llueve en forma; y un coche de alquiler es un vehículo público. Pero como aquí estamos frente a la forma del símil, pospondremos para más adelante la indagación en profundidad de este chiste. Un verdadero avispero de las más picantes alusiones contienen los «Bäder von Lucca», de Heine, que hacen la más artística aplicación de esta forma de chiste a fines polémicos (contra el conde de Platen).- Mucho antes de que el lector pueda vislumbrar ese empleo, cierto tema, particularmente inapropiado para una figuración directa, es preludiado por alusiones tomadas del más variado material, por ejemplo en las contorsiones verbales de Hirsch-Hyacinth: «Usted es demasiado corpulento y yo demasiado flaco; usted tiene mucha imaginación y yo tanto mayor sentido para los negocios; yo soy un práctico y usted es un diarrético; en suma: usted es mi completo antipodex». – «Venus Urinia» – «la gruesa Gudel von Dreckwall en Hamburgo», y cosas por el estilo; luego los episodios que el autor refiere cobran un giro que al comienzo sólo parece testimoniar su maleducado atrevimiento, pero pronto revela su referencia simbólica al propósito polémico y, con ello, se da a conocer como una alusión. Por fin estalla el ataque a Platen, y entonces, de cada una de las frases que Heine dirige contra el talento y el carácter de su enemigo brotan y borbotean las alusiones a la pederastia del conde. Por ejemplo: «Aunque las musas no le son, por cierto, propicias, él en su violencia retiene empero al genio de la lengua, o más bien sabe hacerle violencia; puesto que le falta el libre amor de este genio, tiene que empecinarse en correr detrás de este joven también, y sabe asir sólo las formas exteriores, que a pesar de su linda redondez nunca se expresan noblemente». «Le ocurre, además, como al avestruz, que se cree oculto todo el tiempo que esconde su cabeza en la arena, dejando sólo el trasero visible. Nuestro ilustre pájaro habría hecho mejor escondiendo en la arena el trasero y mostrándonos la cabeza». La alusión es quizás el medio del chiste más usual y fácil de manejar, y está en la base de la mayoría de las efímeras producciones chistosas que salpicamos en nuestra conversación y no toleran ser trasplantadas de este suelo en que nacieron y perdurar autónomamente. Ahora bien, es a raíz de ella como volvemos a recordar la circunstancia que ha empezado a despistarnos en la apreciación de la técnica del chiste. En efecto, tampoco la alusión es en sí chistosa; existen alusiones correctamente formadas que no pueden reclamar ese carácter. Chistosa es sólo la alusión «chistosa», de suerte que vuelve a escapársenos la caracterización del chiste, que hemos perseguido en su técnica. En ocasiones he designado la alusión como figuración indirecta, y ahora llamaré la atención sobre el hecho de que las diversas variedades de la alusión, junto con la figuración por lo contrario y otras técnicas que todavía hemos de mencionar, muy bien pueden reunirse en un único gran grupo, para el cual figuración indirecta sería el nombre más comprensivo. Entonces, falacia-unificación-figuración indirecta se llaman los puntos de vista bajo los cuales pueden situarse las técnicas del chiste en el pensamiento con que nos hemos familiarizado. Prosiguiendo en la indagación de nuestro material creemos discernir ahora una nueva subclase de la figuración indirecta, que admite ser caracterizada con precisas lindes, pero sólo unos pocos ejemplos la documentan. Es la figuración por algo pequeño o ínfimo(89) que resuelve la tarea de expresar un carácter íntegro mediante un detalle ínfimo. Este grupo se nos alinea con la alusión si reflexionamos en que justamente esa nimiedad se entrama con lo que ha de figurarse, puede derivarse de esto como una consecuencia. Por ejemplo: Un judío de Galitzia viaja en tren y se ha puesto bien cómodo, desabrochada la chaqueta, los pies sobre el asiento. Entonces sube un señor vestido a la moderna. Y al punto el judío se compone, adopta una postura recatada. El extraño hojea un libro, echa cuentas, medita y de pronto dirige al judío esta pregunta: «Dígame usted, por favor, ¿cuándo cae Yom Kippur (el Día del Perdón)?». «¡Ah, ya, ya!», dice el judío, y vuelve a poner los pies sobre el asiento antes de responder. No se puede negar que este modo de figuración por algo pequeño se anuda con la tendencia al ahorro que, tras nuestra explotación de la técnica del chiste, nos quedó como el rasgo común último. He aquí otro ejemplo en un todo semejante: El médico a quien se le ha demandado asistir en el parto a la señora baronesa declara que el momento aún no es llegado, y propone al barón jugar entretanto una partida de naipes en la habitación vecina. Pasado un rato, la exclamación de dolor de la señora baronesa llega a oídos de ambos hombres: «Ah, mon Dieu, que je souffre!». El marido se incorpora de un salto, pero el médico hace un ademán de restarle importancia: «No es nada, sigamos jugando». Un rato después vuelve a escucharse a la parturienta: «¡Dios mío, Dios mío, qué dolores!». «¿Quiere usted pasar, profesor?», pregunta el barón. «No, no; todavía no es el momento». – Por último, se escucha desde la habitación contigua un inequívoco «¡Ay-ay-ay ay!»; entonces el médico arroja los naipes y dice: «Es el momento». Cómo el dolor hace que la naturaleza originaría irrumpa a través de todos los estratos de la educación, y cómo una decisión importante se toma, acertadamente, sobre la base de una manifestación en apariencia insignificante, he ahí dos cosas que este buen chiste muestra con el ejemplo de la progresiva alteración de la queja de la distinguida señora en trance de dar a luz. En cuanto a otra variedad de la figuración indirecta utilizada por el chiste, el símil, nos la hemos reservado tanto tiempo porque en su apreciación se tropieza con dificultades nuevas, o se disciernen con particular nitidez dificultades planteadas a raíz de otros problemas. Confesamos ya que en muchos de los ejemplos sometidos a estudio no podemos aventar la duda sobre si se los debe considerar o no chistes, y admitimos que esta incertidumbre cuestiona las bases de nuestra indagación. Ahora bien, ningún otro material me hace sentir esa incertidumbre con mayor intensidad y frecuencia que los chistes de símiles. La sensación que suele decirme -y no sólo a mí, sino probablemente a muchos otros en las mismas condiciones-: «Ese es un chiste, es lícito calificarlo de chiste», y ello aun antes que se descubra el oculto carácter esencial del chiste; esa sensación, pues, me deja en la estacada las más de las veces en el caso de las comparaciones graciosas. Cuando de entrada declaro sin reservas que una de ellas es un chiste, un momento después creo notar que el contento que me depara es de cualidad diversa de la que suele procurarme el chiste, y la circunstancia de que. la comparación graciosa rara vez sea capaz de producir la risa explosiva por la que se acredita un chiste bueno me vuelve imposible sustraerme de la duda como de costumbre, o sea, limitándome a los mejores y más eficaces ejemplos del género. Es fácil demostrar que existen ejemplos eficaces y notablemente bellos de símiles que en modo alguno nos impresionan como chistes. Uno de ellos es la fina comparación entre la ternura que recorre el diario íntimo de Otilia y el hilo rojo de la marina inglesa; y no puedo abstenerme de citar en igual sentido otro que no me canso de admirar y me ha producido imborrable impresión. Es el símil con que Ferdinand Lassalle cerró uno de los famosos discursos que pronunció en su propia defensa («La ciencia y los obreros»): «Un hombre que, como se los he declarado, consagró su vida a la consigna «La ciencia y los obreros»; un hombre así, digo, si hubiere de tropezar en su camino con una condena judicial, no recibiría de ella otra impresión que la que liaría al químico, abismado en sus experimentos científicos, la explosión de una retorta. La resistencia de la materia le haría apenas arrugar el ceño y, eliminada la perturbación, proseguiría calmosamente sus investigaciones y trabajos». Una rica cosecha de símiles certeros y graciosos se encuentra en los escritos de Lichtenberg (en el segundo volumen de la edición de Gotinga de 1853); y de ahí tomaré el material para nuestra indagación. «No se puede llevar la antorcha de la verdad a través de la multitud sin chamuscar alguna barba». Sin duda que esto parece chistoso, pero si uno lo considera con mayor detenimiento nota que el efecto chistoso no proviene de la comparación misma, sino de una propiedad accesoria suya. La «antorcha de la verdad» no es por cierto una comparación novedosa, sino harto usual, y aun se la ha reducido a frase estereotipada, como les ocurre siempre a las comparaciones felices y aceptadas por el uso lingüístico. Pero mientras que en ese giro nosotros apenas si reparamos ya en la comparación, Lichtenberg le devuelve toda su plenitud originaria al seguir hilando sobre ella y extraerle una consecuencia. Ahora bien, ese modo de tomar en sentido pleno giros