La técnica del chiste I

La técnica del chiste I descoloridos nos resulta ya familiar como técnica del chiste, y halla un sitio dentro de la acepción múltiple del mismo material. Muy bien podría ocurrir que la impresión chistosa de la oración de Lichtenberg sólo se debiera a su apuntalamiento en esta técnica del chiste. Igual apreciación merecerá sin duda otra comparación graciosa del mismo autor: «El hombre no era precisamente una gran luz, pero sí un gran candelero … Era profesor de filosofía». Llamar a un erudito «una gran luz», un lumen mundo, hace tiempo que ha dejado de ser una comparación eficaz, haya producido o no en su origen el efecto de chiste. Pero se la refresca, se le devuelve su plenitud, derivando de ella una modificación y obteniendo de esa suerte una segunda comparación, nueva. Es el modo en que ha nacido la segunda comparación el que parece contener la condición del chiste, no las comparaciones tomadas por sí mismas. Sería un caso de la misma técnica de chiste que en el ejemplo de la antorcha. Por otra razón, pero que ha de apreciarse en parecidos términos, la siguiente comparación parece chistosa: «Veo las reseñas como una especie de enfermedad infantil que aqueja en mayor o menor medida a los libros recién nacidos. Se conocen ejemplos en que los más sanos mueren a causa de ellas, y los más endebles a menudo las pasan. Muchos, nunca las sufren. Suele intentarse prevenirlas mediante amuletos de prefacios y dedicatorias, o aun inocularlas con los propios pareceres; pero no siempre vale esto de socorro». La comparación de las reseñas con las enfermedades infantiles tiene en principio por único fundamento que ellas aquejan poco después de ver la luz del mundo. Si hasta aquí es chistosa, no me atrevo a decidirlo. Pero luego prosigue, y vemos cómo los ulteriores destinos de los nuevos libros pueden figurarse en el marco de ese mismo símil, o por símiles apuntalados en él. Ese modo de prolongar la comparación es indudablemente chistoso, pero ya sabemos merced a qué técnica lo parece; es un caso de unificación, de producción de un nexo insospechado. El carácter de la unificación no varía, empero, por el hecho de que aquí consista en seguir la línea de un símil. En una serie de otras comparaciones se está tentado de situar la impresión chistosa, que sin lugar a dudas está presente, en otro factor que, de nuevo, en sí nada tiene que ver con la naturaleza del símil. Se trata de comparaciones que contienen una combinación llamativa, a menudo una reunión que suena absurda, o se sustituyen por una tal como resultado de la comparación. La mayoría de los ejemplos de Lichtenberg pertenecen a este grupo. «Es lástima que uno a los escritores no pueda verles las doctas entrañas para averiguar lo que han comido». «Doctas entrañas» es un caso de atribución desconcertante, en verdad absurda, que sólo por la comparación se esclarece. ¿Qué tal si la impresión chistosa de esta comparación se remontara íntegramente al carácter desconcertante de esa combinación? Correspondería a uno de los recursos del chiste que ya conocemos bien: la figuración por contrasentido. Lichtenberg ha usado en otro chiste esta misma comparación entre alimentarse de un material docto y literario, y la nutrición física: «Tenía en muy alta estima el hacerse docto de gabinete, y por eso era en un todo partidario del docto pienso ». Igual atribución absurda, o al menos llamativa, que, según empezamos a notarlo, es la genuina portadora del chiste, muestran otros símiles del mismo autor: «Ese es el lado de barlovento de mi constitución moral; ahí puedo mantenerme al pairo». «Todo hombre tiene también su trasero moral, que no muestra si no está apremiado y cubre todo el tiempo que puede con los calzones del buen decoro». El «trasero moral» es la atribución llamativa que subsiste como el resultado de una comparación. Pero luego la comparación prosigue con un juego de palabras en toda la regla («apremio») y una segunda combinación, todavía más insólita («los calzones del buen decoro»), que acaso sea chistosa en sí misma, pues así lo parecen los calzones mismos, por el hecho de serlo del buen decoro. Y no puede movernos a asombro que luego el todo nos produzca la impresión de una comparación muy chistosa; empezamos a caer en la cuenta de nuestra universal tendencia a extender al todo un carácter que adhiere sólo a una parte de él. Por lo demás, los «calzones del buen decoro» nos traen a la memoria un parecido verso desconcertante de Heine: «Hasta que al fin se me acabaron los botones en los calzones de la paciencia». Es inequívoco que estas dos últimas comparaciones muestran un carácter que no se reencuentra en todos los buenos símiles, es decir, los certeros. Son en alto grado «rebajadoras», podría decirse; reúnen una cosa de elevada categoría, algo abstracto (aquí: el buen decoro, la paciencia), con otra de naturaleza muy concreta y aun de inferior condición (los calzones). En otro contexto habremos de entrar a considerar si esta peculiaridad tiene algo que ver con el chiste. Ensayemos analizar otro ejemplo en que ese carácter rebajador resulta sumamente nítido. El mayordomo Weinberl, en la farsa de Nestroy Einen Jux will er sich machen {Quiere gastar una broma}, que pinta en su imaginación cómo recordará su juventud algún día cuando sea un sólido y venerable comerciante, dice: «Cuando así, en íntimo coloquio, se rompa el hielo frente al almacén del recuerdo, cuando la puerta del sótano de la prehistoria vuelva a abrirse y la despensa de la fantasía se llene toda ella con mercaderías de entonces . . . ». Son, por cierto, comparaciones de cosas abstractas con otras harto ordinarias y concretas, pero el chiste depende -exclusivamente o sólo en parte- de la circunstancia de que un mayordomo se sirva de estas comparaciones tomadas del ámbito de su actividad cotidiana. Ahora bien, vincular lo abstracto con esas cosas ordinarias que llenan su vida es un acto de unificación. Volvamos a las comparaciones de Lichtenberg. «Los móviles por los que uno hace algo podrían ordenarse como los 32 rumbos de la Rosa de los Vientos, y sus nombres formarse de manera semejante; por ejemplo, «pan-panfama» o «fama-famapan»». Como es tan frecuente en los chistes de Lichtenberg, también aquí la impresión de lo certero, ingenioso, agudo, prevalece a punto tal que despista nuestro juicio sobre el carácter de lo chistoso. Si el brillante sentido de una sentencia de esta clase va me zclado con algo de chiste, es probable que nos veamos inducidos a declarar que en su conjunto es un excelente chiste. Por mi parte, aventuraría la tesis de que todo cuanto hay aquí de efectivamente chistoso procede del asombro por la rara combinación «pan-panfama». Por tanto, como chiste sería una figuración por contrasentido. La combinación rara o atribución absurda puede presentarse por sí sola como resultado de una comparación: Lichtenberg: «Una mujer de dos plazas. – Un banco de iglesia de una plaza». Tras ambas frases se esconde la comparación con una cama, y en ambas, además del desconcierto, coopera el factor técnico de la alusión, en un caso al efecto soporífero {einschläfernd} de los sermones, y en el otro al inagotable tema de las relaciones sexuales. Si hasta aquí hemos hallado que toda vez que una comparación se nos antojaba chistosa debía esa impresión a la mezcla con una de las técnicas de chiste que ya conocemos, algunos otros ejemplos parecen probar en definitiva que una comparación puede ser también en sí y por sí chistosa. Liclitenberg caracteriza a ciertas odas: «Son en la poesía lo que las inmortales obras de Jalcob Bólime -en la prosa: una especie de picnic donde el autor pone las palabras y el lector el sentido». «Cuando filosofa suele arrojar una grata claridad lunar sobre las cosas; es en general placentera, pero no muestra ninguna con nitidez». O Heine: «Su rostro se asemeja a un palimpsesto donde tras la negra escritura de un monje que copió el texto de un Padre de la Iglesia acechan los versos medio borrados de un poeta amatorio de la antigua Grecia». [Harzreise.] O, en «Die Bäder von Lucca» [Reisebilder III], una analogía proseguida con fuerte tendencia rebajadora: «El sacerdote católico actúa más bien como un administrador empleado en un gran comercio; la Iglesia, la gran casa cuyo jefe es el papa, le asigna una ocupación determinada a cambio de cierto salario; él trabaja con poco celo, como todo aquel que no lo hace por cuenta propia y tiene muchos colegas, entre los cuales, dentro de una gran empresa, puede fácilmente pasar inadvertido. Sólo toma a pecho el crédito de la casa, y más todavía su supervivencia, pues una bancarrota lo privaría de su medio de vida. En cambio, el párroco protestante es él mismo en todas partes el patrón y lleva adelante el negocio de la religión por cuenta propia. Y no atiende un gran comercio, como su colega católico, sino uno pequeño; como debe promoverlo solo, no puede permitirse trabajar con poco celo; tiene que encarecer a la gente sus artículos de fe y desprestigiar los artículos de sus competidores, y, como genuino pequeño comerciante, permanece en su tiendita lleno de envidia profesional hacia todas las grandes casas, y muy en particular hacia la gran casa de Roma, que mantiene a sueldo a miles y miles de tenedores de libros y mozos de expedición y posee factorías en las cuatro partes del mundo». En vista de estos ejemplos, así como de muchos otros, ya no cabe poner en entredicho que una comparación puede ser en sí chistosa, sin que esa impresión deba ser referida a su complicación con alguna de las técnicas del chiste ya familiares. Empero, se nos escapa por completo lo que presidiría el carácter chistoso del símil, puesto que él sin duda no adhiere al símil como forma de expresión del pensamiento ni a la operación de comparar. No podemos hacer otra cosa que incluir al símil entre las variedades de la «figuración indirecta» utilizada por la técnica del chiste, y nos vemos precisados a dejar irresuelto el problema que en el caso del símil nos ha salido al paso con nitidez mucho mayor que en los recursos del chiste ya tratados. Debe de existir una particular razón para que en el símil hallemos más dificultades que en otras formas de expresión en cuanto a decidir si algo es o no un chiste. Ahora bien, esa laguna que nos queda sin entender no es motivo para que se nos acuse de haber malgastado infructuosamente el tiempo en esta primera indagación. Dada la íntima trabazón que debemos estar preparados para atribuir a las diversas propiedades del chiste, habría sido impropio esperar que pudiéramos esclarecer por completo un aspecto del problema antes de echar un vistazo a los otros. Ahora, justamente, pasaremos a abordarlo desde otro costado. ¿Tenemos la certeza de que a nuestra indagación no se le ha escapado ninguna técnica posible del chiste? No, por cierto; pero si continuamos el examen de material nuevo podemos convencernos de que hemos tomado conocimiento de los recursos técnicos más frecuentes e importantes del trabajo del chiste, al menos hasta donde es necesario para formarse un juicio sobre la naturaleza de este proceso psíquico. Por ahora ese juicio está en suspenso; en cambio, poseemos unos importantes indicios que hemos obtenido acerca de la dirección en que cabe esperar un ulterior esclarecimiento del problema. Los interesantes procesos de la condensación con formación sustitutiva, que hemos discernido como el núcleo de la técnica para el chiste en la palabra, nos remiten a la formación del sueño, en cuyo mecanismo se han descubierto estos mismos procesos psíquicos. Pero ahí mismo nos remiten también las técnicas del chiste en el pensamiento: el desplazamiento, la falacia, el contrasentido, la figuración indirecta, la figuración por lo contrario, que en su conjunto y por separado reaparecen en la técnica del trabajo de! sueño. Al desplazamiento debe el sueño su apariencia extraña, que nos estorba el discernirlo como prosecución de nuestros pensamientos de vigilia; el empleo del contrasentido y la absurdidad en el sueño lo ha privado de la dignidad de producto psíquico, induciendo en los autores el erróneo supuesto de que las condiciones de la formación del sueño son la desintegración de las actividades mentales, la suspensión de la crítica, la moral y la lógica. La figuración por lo contrario es tan usual en el sueño que aun los libros populares sobre interpretación de sueños, totalmente erróneos, suelen tenerla en cuenta; la figuración indirecta, la sustitución del pensamiento del sueño por una alusión, por algo pequeño, por un simbolismo análogo al símil, he ahí lo que distingue al modo de expresión del sueño del de nuestro pensar despierto.- Una concordancia tan vasta como la que se advierte entre los recursos del trabajo del chiste y los del trabajo del sueño en modo alguno puede ser casual. Demostrarla en sus detalles y pesquisar su fundamento serán nuestras ulteriores tareas.