D. Winnicott: La asociación para la psicología y la psiquiatría infantil como fenómeno grupal 1967

La asociación para la psicología y la psiquiatría infantil como fenómeno grupal 1967

Ésta parecería ser una ocasión oportuna para evaluar a nuestra Asociación en relación consigo
misma. ¿Tiene una identidad propia? ¿Cuál es su razón de ser y lo que la mantiene en existencia?
Esta evaluación es sin duda pertinente, tal vez resulte alentadora, y corre el riesgo de resultar
penosa.
Si examinamos la cuestión de nuestra propia identidad grupal, tenemos que estar preparados para
comprobar que tal vez no haya ningún factor de integración. Nuestra historia daría cabida para esto, ya que surgimos de una manera algo azarosa. La finalidad inmediata fue que existiera en Gran Bretaña un organismo correspondiente a la IACPP (1), capaz de invitar a esta última a realizar de vez en cuando conferencias en nuestro territorio. A fin de estar en un pie de igualdad con los
representantes de otras naciones, teníamos que poder establecer nuestra propia Asociación, por
más que hacer esto nos resultara algo artificial. (La exitosa conferencia que se realizó en Edimburgo recientemente no habría podido tener lugar si no existiera la ACPP (Asociación para la Psicología y la Psiquiatría Infantil), aunque somos bien conscientes de que los integrantes del consejo de 1966 poco tuvimos que ver con la planificación y el trabajo que ella involucró, que fueron responsabilidad del presidente de la entidad internacional y su Comisión.)
Araíz de nuestra historia y de la gran batalla librada en favor de la libertad de pensamiento en este
país a lo largo de los siglos, podemos pensar en el servicio social simplemente porque lo queremos
así, y no como un producto del adoctrinamiento de una iglesia, religión o filosofía. Tenemos, pues,
la libertad de observar y examinar qué encontramos en la naturaleza humana, tal como ha
evolucionado y como ahora la conocemos. Entre nosotros hay muchos que de un modo u otro
tienen alguna filiación. En la práctica, tanto las personas con alguna filiación como las que no la
tienen necesitan reunirse, como ahora lo estamos haciendo, con determinados propósitos de debate y acción; y aunque nos hallemos en cualquiera de las múltiples plataformas que nuestra compleja cultura nos ofrece, tal vez todos estemos clamando por lo mismo. El tema es el del niño que crece, a su manera, en el ambiente existente, o que es nuestro desafío proporcionarle asistencia por la índole de un caso cualquiera.
Contemplamos el crecimiento y el desarrollo humanos y tomamos lo que de ahí nos viene. Un
corolario (que no puedo dejar de mencionar) es que quien debido a su filiación pretende traer un
plan preconcebido, y no es capaz de observar libremente al niño, está fuera de lugar en esta
Asociación. Esto es lo que significa justamente la ciencia: que cuando uno observa y edifica teorías a fin de coordinar diversas observaciones está libre de toda filiación; y quien conoce las respuestas de antemano, quien ha visto la luz, por así decirlo, no es un científico y no tiene cabida entre los científicos.
En otras palabras, la ciencia no consiste en probar esto o aquello mediante estadísticas, sino en
liberarse de todo conocimiento por adelantado. (El conocimiento por adelantado pertenece a la
poesía.) Ustedes o yo tal vez necesitemos una filiación, o disfrutemos de ella, con el fin de vivir
nuestra vida, pero esto nada tiene que ver con lo que observamos, con la ciencia. Muchas personas fueron quemadas vivas por defender este principio.
Doy por sentado que todos nosotros somos científicos, aunque tengamos divergencias en el grado
de nuestra involucración con la indagación científica.
En el nombre de nuestra entidad sólo se mencionan la psicología y la psiquiatría. Esto sólo obedece
a una economía verbal. Incluimos en nuestro grupo lo siguiente: educación, pediatría, psiquiatría,
psicología, psicoanálisis, psicoterapia, asistencia social.
Están ausentes: religión, filosofía, poesía y alquimia, que trata de cabalgar en dos corceles a la vez.
Desde el punto de vista de la planificación de nuestro programa anual es importante tener
constantemente presentes los problemas de la interrelación de estas disciplinas, ya que en el orden práctico bien puede ocurrir que mantengamos una serie de reuniones en las que haya escasa o nula superposición de participantes. Esto puede suceder, y de hecho ha sucedido.
Obviamente, cualquier debate puede interesarle a cualquiera, pero contamos con un tiempo de vida
limitado y a menudo hay escollos en cuanto a la fijación de fechas, por el número de sociedades
que se reúnen regularmente en Londres, para no hablar de otras grandes ciudades; y sólo mediante
una planificación cuidadosa nuestra comisión logra atender en cada reunión el interés de todos los
grupos. Aquí el tema principal de mi charla es la planificación práctica de la comisión de ustedes,
cuya labor he observado durante un par de años. A partir de esto podrá apreciarse fácilmente cuán
vital resulta la evaluación periódica de nuestra razón de ser como grupo.
Un primer paso es examinar los potenciales antagonismos que contiene en su propio seno la ACPP.
Como hay pocas oportunidades de analizar las divergencias entre los diversos elementos que
componen esta Asociación, quisiera tratar de decir hoy todo lo que creo que se debe decir acerca
de los motivos por los cuales este grupo no es un grupo. Tenemos que jugar con tres palabras: nointegración
(utilizada para designar el estado primario previo a la integración); desintegración (que a
mi juicio deberíamos usar para describir el resultado violento de un ataque a la integración llevado a
cabo desde dentro); y de-integración, según el término empleado por Michael Fordham, útil para
describir la anulación de la integración, como en la escisión adoptada como defensa. Podemos
emplear los tres si ello nos sirve de ayuda.
Me preocupa todo lo que obra en contra de la cohesión. Me gustaría hacer que pareciese un
milagro que el grupo pretendiera ser un grupo. Si existen sospechas mutuas, quiero examinarlas.
Tenemos que correr el riesgo de desintegrarnos si nos autoexaminamos, pues si no corremos ese
riesgo estaríamos unidos por el temor a la desunión, que es un factor de negación.
Autoselección
Con el fin de adelantar una etapa en mi indagación, quisiera examinar los diversos grupos en
términos de la autoselección, idea que me parece clave pues abre el camino al problema, y le
asigno más importancia para nuestros propósitos que a la formación.
Así entendido, nos dividimos naturalmente en varios grupos. Sé que nadie está del todo
comprometido con una sola línea de vida, pero a los fines del debate hablaré de los casos
extremos. Llamaré al pan, pan, y al maestro, maestro. Difícilmente alguno de los aquí presentes
conozca algún hombre o alguna mujer que pudieran ser, llevados por igual impulso interno, un
maestro o un pediatra o un psiquiatra o un psicoterapeuta o un psicólogo de los llamados
«académicos» o un asistente social. Desde luego, en cada una de estas divisiones hay subgrupos,
sobre los cuales se podría formular una afirmación semejante.
Repasaré ahora los distintos grupos en función de la autoselección.
Enseñanza
La enseñanza se basa (¿o no?) en la aceptación fundamental de algo. El maestro sabe algo, y su
tarea consiste en impartirle este saber a alguien. Puede tratarse de una habilidad, un conjunto de
conocimientos o un código de conducta. Es verdad que hay buenas y malas maneras de enseñar y
que ciertas formas de impartir el saber no violan la natural repulsión del alumno ante el
adoctrinamiento o la propaganda. Sin embargo, al comparar la labor del maestro con la de otros
miembros de los grupos que integran esta Asociación hay que ser burdo y (como ya dije) considerar
los casos extremos. El resultado de la enseñanza es que algo que el maestro sabe llega a ocupar
un lugar en el alumno. En cierto aspecto la enseñanza es como la alimentación de un niño, ya que
en la base de ésta se halla el axioma de que hay algo más importante que comer, y es no comer. El
maestro tiene que presuponer que el niño ha surgido del ámbito de la paradoja, donde fue
auspiciado por sus paradójicos padres, y que confía en explotar cualquier grado de acatamiento que
el niño haya alcanzado.
Algo más que debe decirse sobre la enseñanza (sobre todo si se deja de lado la edad del jardín de
infantes y los comienzos de la escuela primaria) es que el maestro se encuentra «separado» del
alumno, en otro nivel. En la enseñanza hay una evitación de la interrelación humana total. Tal vez
maestro y alumno tengan una intensa relación circunscrita, pero si el maestro se ve involucrado en
un poderoso vínculo emocional con el niño o se entromete demasiado en su vida, la enseñanza se
obstaculiza y se torna imposible. Me refiero a las dificultades que aparecen en la práctica cuando el
maestro necesita tener como alumno a su propio hijo o hija. También al hecho de que algunos
maestros y maestras experimentan un gran shock cuando se casan y tienen hijos, y comprueban
que no son tan buenas madres y padres como suponían. En verdad, la adaptación que exige pasar
de ser maestra a ser madre de un bebé es tan grande, que no cabe esperar que ese cambio se
efectúe con facilidad. Tampoco es fácil el cambio inverso, cuando las maestras han sido madres y
quieren volver a ser maestras. Sin duda, operan aquí numerosos factores, pero es importante
reconocer la realidad. La autoselección determina que entre los maestros de los niños más
pequeños haya una preponderancia de mujeres.
¿No es cierto que el maestro o la maestra autoseleccionados que se suman a la carrera docente
confían en progresar poco a poco hacia un cargo directivo? Hay una aceptación general de una
jerarquía. La sociedad le reserva al maestro un lugar bien definido. Todo esto ha sido bien
elaborado por los maestros en el curso de su larga experiencia.
En la práctica, no todos los maestros son adecuados para convertirse en consejeros escolares, vale
decir, para abandonar la docencia y pasar a ocupar el papel de un asistente social.
Aquí, empero, tenemos un nexo entre dos de nuestros grupos. A fin de seguir adelante con su
tarea, el maestro debe dar por sentado el desarrollo del niño en términos de su personalidad y
carácter, y por lo tanto debe presumir que sus padres hicieron su trabajo razonablemente bien.
Algunas funciones parentales son cumplidas por el maestro, y permanentemente se debate hasta
qué punto éste es responsable de moldear el carácter.
En la práctica, uno concibe la enseñanza como el impartir conocimientos, y se precisa una categoría
separada para la instrucción de los niños problemáticos, o sea cuyas familias o padres no lograron
producir un material enseñable. La escuela destinada a niños difíciles no es, por definición,
simplemente una propuesta docente, ya que aquí la enseñanza ocupa un lugar secundario respecto
del tratamiento, y el tema se desplaza de la educación a la asistencia social y la psicoterapia. Por
curioso que sea, el principal involucrado es el Ministerio de Educación. Durante la guerra, era el
Ministerio de Salud. Podría ser el Ministerio del Interior, dada la relación con los establecimientos de
enseñanza habilitados.
En líneas generales, podría decirse que la enseñanza consiste en impartir conocimientos a niños
enseñables. En general, los niños enseñables quieren aprender, de ahí el servicio universal que
cumple la profesión docente.
Los niños que son «osados e indóciles» interfieren en la tarea del maestro. Los maestros saben que
corren el peligro de sobrevalorar al niño indócil a raíz de su enseñabilidad. Algunos de los éxitos de
la enseñanza terminan siendo víctimas psiquiátricas, tal vez falsas personalidades, o sea hombres y
mujeres jóvenes que no saben qué hacer con su éxito académico cuando lo logran.
Los maestros no tienen por qué ocuparse de la enfermedad psiquiátrica. Imaginemos que hubiera
un referendo en el que se plantease: ¿debe abolirse la enseñanza o la psicoterapia? No hay duda
de que los maestros saldrían favorecidos, ya que la mayoría de los niños son normales y quieren
aprender, y casi todos sus padres quieren que sean instruidos. Algunos hasta quieren que sean y se
sientan educados, vale decir, en contacto con la matriz cultural de la vida social.
Psicología
Los psicólogos podrían beneficiarse si tuvieran conciencia de la dificultad que tienen los
psicoterapeutas y todos los que trabajan en el campo dinámico con respecto a la frontera entre sus
dos terrenos de operaciones. Lo propio de los psicólogos es la organización de investigaciones,
donde son ellos quienes mejor cumplen con las condiciones requeridas en otros ámbitos (como el
de la física) a los investigadores.
Hay, pues, mucho campo para la discordia en la relación entre el psicólogo académico y quienes se
ven involucrados con personas. En la psicoterapia y la asistencia social no se logra nada si no
existe esta involucración. Creo que hasta podría decirse que los psicólogos son los que más critican
el tipo de cosas que hacen los psicoterapeutas y los asistentes sociales.
Debe mencionarse esta otra cuestión: en la psicología académica, la autoselección se funda en los
logros académicos y puede no basarse mucho en la estructura de la personalidad o la capacidad
para establecer contacto con un niño. En comparación, el maestro no puede proceder si no tiene
cierta capacidad para establecer contacto, y el psicoterapeuta necesita absolutamente ser capaz
tanto de entrar profundamente en rapport como de mantenerse a distancia, no de acuerdo con su
necesidad sino con la del niño-paciente.
Diría, en tono algo provocativo, que los psicólogos muestran constantemente que tienen conciencia
de que operan en el campo intelectual, y que éste no es la psique del vivir psicosomático. Si existe
un campo intelectual del intelecto que ha sido escindido, hay muchas posibilidades de mutua
incomprensión. Como traté de mostrar en un trabajo sobre psicosomática publicado en International
Journal of Psycho-Analysis (2), es fácil discutir el tema desde una posición intelectual escindida; lo
difícil es cuando el clínico se ve desesperadamente involucrado en las disociaciones ilógicas del
paciente. Desde el ángulo positivo, si los psicólogos pueden ayudar a los psicólogos dinámicos y a
los asistentes sociales en su difícil tarea de evaluar los resultados del tratamiento de un individuo,
tienen una importante labor que cumplir, pero no deben suponer que recibirán un material con el
que podrán alimentar una computadora.
Opino que para los psicólogos y los asistentes sociales es difícil el debate conjunto, ya sea teórico o
referido a los problemas de un niño cualquiera. Aunque empleen un lenguaje común, el psicólogo
dinámico utiliza dos niveles diferentes de uso de las palabras. Por ejemplo, al psicólogo
normalmente no le interesan las motivaciones inconscientes, en tanto que el asistente social busca
los problemas justamente ahí. Tampoco el maestro se ocupa de los trastornos sino de la enseñanza
(y por qué habría de hacerlo, dado que desde su punto de vista la mayoría de los niños son
normales).
Pediatría
En un aspecto, el pediatra está en una posición semejante a la del psicólogo. Aunque ocupe el
puesto más alto en su profesión, tal vez no sea el más idóneo para un trato íntimo con la mente de
un niño o con la personalidad de sus padres. (¿Qué podría evitar esto?)
Los médicos especializados en pediatría tienen un lugar muy especial en la profesión. Son los
únicos médicos que se ocupan del individuo íntegro, aunque por supuesto deben especializarse.
Pero aunque el pediatra sea un especialista, tiene a su cuidado a un individuo íntegro, y además
cuenta con la oportunidad de reflexionar acerca del niño en su familia y medio social, y de ser a la
vez el médico del cuerpo y de la mente del paciente. Podría ser el más privilegiado de todos
nosotros. ¿Aprovecha o no este privilegio?
En los hechos, sucede que los pediatras en su conjunto se interesan por su autoselección
principalmente por el cuerpo y sus funciones. Suelen ser «buenos para tratar a los niños», pero no
necesariamente lo son; y nadie le puede impedir a un médico, debido a su personalidad o carácter,
convertirse en pediatra. Debemos tomar la pediatría tal como se da y reconocer que el pediatra
tiene que interesarse por una cantidad tan grande de cosas en el aspecto físico, que es
comprensible que carezca del tiempo o de la reserva emocional para estudiar la otra mitad de la
pediatría, la que versa sobre la persona del niño más que sobre su anatomía y fisiología.
Hay, sin embargo, un límite que reviste gran importancia para nosotros, y es cuando una
malformación, deficiencia o enfermedad físicas afectan la mente, la personalidad o el carácter. Me
refiero a la deficiencia mental, la encefalitis, la estrechez de la aorta, la cardiopatía reumática
crónica que exige una larga internación, etcétera, etcétera. En este caso la cooperación entre el
pediatra, el maestro, el asistente social y el psicoterapeuta se vuelve un elemento esencial.
La dificultad que nos plantea la pediatría es que el médico, simplemente por su condición de tal,
tiende a situarse en una posición de importancia. Asume responsabilidad por la vida del paciente.
Está en condiciones de cometer errores que matan. El problema parte de que se crea todopoderoso
o comience a usar esa posición artificial en que se encuentra para ejercer influencia fuera de su
especialidad. Tal vez le haya salvado la vida a un niño y entonces, con todo desparpajo, da
consejos sobre su cuidado. «Deberían enviar a este chico a la escuela.» Los padres tenderán a
suponer que ese médico que salvó la vida de su hijo sabe también acerca de estas cuestiones, y
seguirán su consejo. Pero esta forma de abordar el problema de los padres es equivocada. En
respuesta a la pregunta de un padre pidiendo consejo, lo que se precisa es una investigación, tal
vez realizada por un equipo, y la asistencia social individual. El médico tendría que saber
mantenerse al margen de estos ámbitos que no pertenecen a su jurisdicción, y en los que de hecho
no tiene más autoridad que quien le pregunta. No hay forma de modificar a los médicos, pero
presumiblemente sería posible educar al público en cuanto al uso que hace de los médicos, de
modo tal que éstos apliquen las habilidades especiales que poseen en los ámbitos en que dichas
habilidades resultan pertinentes.
Perdonamos al pediatra sólo por la enorme importancia que adquiere cuando es nuestro médico y
nuestros hijos se enferman. Pero éste es un asunto circunscrito y temporario, y no debería colorear
nuestra manera de trabajar en común fuera del ámbito de nuestro ministerio médico.
Psiquiatría
Necesitamos al psiquiatra, junto con el pediatra y el clínico general, para que asuma la
responsabilidad médica, especialmente para que brinde amparo en caso de suicidio.
Tratándose del psiquiatra, es necesario tener en cuenta todo lo que haya podido desaprender de su
experiencia con adultos, ya que muchos pacientes adultos sufren enfermedades que no tienen los
niños, o han sido afectados por la edad o por procesos degenerativos como la arteriosclerosis, que
influyen en la irrigación sanguínea del cerebro.
Me preocupa el dominio que ejerce la psiquiatría de adultos sobre la psiquiatría infantil; creo que
esta última tiene mucho más que ofrecerle a la primera, que aquélla a ésta. En particular, entre los
psiquiatras de niños se concibe el trastorno mental en función del desarrollo emocional del individuo
en su familia y medio social.
Aquí, en cierto sentido, sólo hay un problema en tanto y en cuanto la formación en psiquiatría infantil
deba sumarse a la formación en psiquiatría de adultos. Debemos dejar librado a cada psiquiatra ver
cómo ajustar todo esto en un breve lapso de vida; pero lo que sí tenemos que exigirles es que
conozcan la práctica de la medicina y de la pediatría, y hayan tenido experiencia con alguna
psicoterapia de tipo dinámico.
Lo que sí necesitamos de la psiquiatría son los conocimientos especiales en campos lindantes con
la neurología, o sea la deficiencia mental, la epilepsia, las lesiones cerebrales, las secuelas de
encefalitis, las concusiones y las poco frecuentes enfermedades cerebrales, incluidos los tumores.
Asistencia social
Llegamos así a los asistentes sociales, que son los que soportan el peso clínico en psiquiatría
infantil. Se autoseleccionan con respecto al impulso a verse directamente involucrados en la
dinámica de la vida individual y grupal. Pretenden ser útiles en cuanto a anular las marañas propias
del crecimiento y la interrelación humanos. Más que aquellos de otros grupos, tal vez, los asistentes
sociales representan a los voluntarios de la época previa al Estado benefactor. Son además
seleccionados más o menos rigurosamente según su personalidad, carácter y libertad relativa en
conexión con ciertas tendencias que interfieren (como la necesidad de guiar a los demás, de
curarlos o de transmitir por vía de la propaganda una determinada filiación personal). La frase
«aceptación del consultante», utilizada en el trabajo social, no es obviamente aplicable a las
actitudes esenciales de los demás grupos. Como descripción de la asistencia social y la psiquiatría
infantil se emplea «enfrentar el desafío que plantea el caso».
El asistente social se niega a ofrecer soluciones que no surjan del trabajo individual con los casos.
Con el tiempo, una vez instituido este trabajo, dado el marco con que el asistente social encuadra a
las principales personas involucradas, el niño, la familia y los maestros comienzan a sentir un nuevo
tipo de confianza. En una buena proporción de los casos que son bien llevados, se encuentra una
salida gracias a la resolución interna de los conflictos personales e interpersonales y a la
reorganización de las defensas.
Así pues, sobre la base del nuevo equilibrio, el asistente social usa a cualquiera de nosotros, los
que seamos necesarios, para poner en práctica alguna tendencia que se desenvuelve, y entonces
lo que hacemos tiene posibilidades de resultar eficaz. Después de un tiempo, el caso en cuestión
deja de necesitar del asistente social, y las diversas personas involucradas se olvidan poco a poco
de éste y de la clínica.
En la enseñanza, el final está dado por la edad en que el niño deja la escuela o el momento en que
aprueba el examen que lo califica. En la asistencia social, puede ponerse fin al caso en diez minutos
o en diez años, según cómo persistan las necesidades. Cabe comparar ambas tareas de esta forma
u otras.
Debido a que los asistentes sociales soportan la carga clínica, habitualmente no forman parte activa
de comisiones o grupos de debate. En un debate, no siempre logran tomar pronta distancia del caso
real para pasar a los principios teóricos que subyacen en nuestra labor. En esto se parecen a los
psicoterapeutas. (Tenemos que aceptarlo y sin embargo instarlos de algún modo a que colaboren
con la Asociación.)
Grupos dentro de la asistencia social
El grupo de la asistencia social es muy amplio, y es apropiado considerarlo en este momento en
toda su complejidad, con relación a lo que se denomina formación general (por oposición a la
formación específica). A cada subgrupo de la asistencia social hay que considerarlo con referencia
al concepto de autoselección. Lo que importa es ver cómo difieren unos de otros.
El concepto genérico de la formación elude la cuestión de la saturación. Aun cuando la formación
permitiese producir asistentes sociales entrenados para hacer cualquier tipo de trabajo asistencial,
surge el interrogante: ¿querrían hacerlo? Pero el asunto es más complejo, porque en cualquier plan
de capacitación, una parte importante de ésta es la insistencia en las prácticas rentadas durante el
período de formación. No siempre me parece claro que un funcionario de puericultura desee hacer
asistencia social geriátrica ni siquiera durante tres meses, o que un asistente médico-social quiera
dedicarse a la puericultura. Y siempre es preciso tener presente que los diversos organismos de
asistencia social deben solventar al alumno, con el menor perjuicio posible para la actividad del
organismo. Estas prácticas rentadas de los diversos organismos deberían eliminar las barreras,
pero hay que aceptar que la autoselección puede otorgar validez a esas mismas barreras, y llevar a
un hombre o una mujer a inclinarse por un tipo de trabajo social y no por otro.
En esta Asociación tienen que estar representados todos los tipos de asistencia social, y debemos
examinar su falta de relación cuando ella exista como propia del temperamento y de los instintos
inconscientes del asistente social.
Supervisores de casos en período probatorio
Los inspectores (hombres o mujeres) encargados de la vigilancia de menores en período probatorio
suelen ser identificados por su actitud «masculina» hacia éstos. La mayoría de estos funcionarios
son hombres, lo cual vuelve a señalar la autoselección. Trabajan sin tropiezos con los tribunales
autorizados. Sus consultantes se han adecuado al principio de realidad fijado por el tribunal, y así el
trabajo social de estos funcionarios se basa en la posibilidad de estar más identificados con el niño
de lo que puede permitirse estarlo el magistrado o el oficial del tribunal. Humanizan el
funcionamiento mecánico de los procedimientos legales de decisión. La mayor parte de los niños
que se encuentran en la lista activa de un supervisor del período probatorio están obligados a
concurrir por la ley, de modo tal que si el niño desea ayuda, deberá descubrírselo -al principio, no
concurren por su deseo de recibirla-
En su gran mayoría, estos consultantes son básicamente «niños depravados», aunque ciertos
beneficios secundarios pueden correr un telón entre la delincuencia actual y el momento del pasado
en que prevalecía la deprivación. Los supervisores, preocupados como están por el abordaje de la
delincuencia, tal vez ignoren que el niño antisocial no ocupa sino una pequeña parte de la tarea total
de un psiquiatra infantil.
Asistencia social en hospitales
El asistente médico-social prefiere trabajar junto a un médico, sociedad ésta que suele ser fructífera,
como es bien sabido; pero los médicos presentan enormes diferencias en el uso que hacen de los
asistentes sociales. (quienes trabajan en hospitales corren el riesgo de verse atrapados por un
médico o médica que se desinteresa del caso y simplemente quiere que alguien se haga cargo de
ejecutar el edicto médico. ¡Encuentre para este muchacho un hogar en el cual pueda pasar sus
vacaciones! ¡Consígale a esta chica un entablillado, o haga que asista con más regularidad a la
clínica ortopédica! ¡Haga callar a esa madre charlatana y dígale que su hija sólo estará internada
tres días hasta que la operemos de la garganta, y que en ese lapso tendrá la ventura de no ver a su
madre!
Con más suerte, el asistente médico-social puede practicar la asistencia social de una manera más
sutil sobre los médicos y las enfermeras, ejerciendo una perdurable influencia al par que lo disfruta.
Asistencia social en el marco de la asociación para el bienestar de la familia
El asistente social que trabaja en la Asociación para el Bienestar de la Familia integra una
organización voluntaria. La gente acude a esta entidad en busca de ayuda, por lo cual los
consultantes son autoseleccionados; y supongo que lo mismo ocurre con la mayoría de los
asistentes sociales, hombres y mujeres, que escogen este organismo. Su trabajo se funda en la
asistencia individual y es como el de cualquier otro asistente social; pero lo importante es que la
organización es voluntaria. Muchos de los que trabajan en estos organismos voluntarios tal vez
llegaron ahí por azar, pero en el esquema de las cosas parecería haber cabida para ser un
trabajador remunerado en algunos de ellos.
Puericultura (3)
La base de la puericultura es la asistencia social individual, como en el caso de todos los demás
asistentes sociales, pero el funcionario de puericultura tiene obligaciones reglamentarias que deben
amoldarse a las necesidades de cada consultante. A un Departamento de Niños no le es dable
decir: «Estamos demasiado ocupados para asumir este caso». Los casos «se asumen» por su misma
existencia, y se presume que se trabajará en ellos. Se ha dicho, a modo de broma, que en la
puericultura la autoselección se funda en la ignorancia de lo que habrá que hacer; en otras
palabras, se suele oírles decir a los funcionarios de puericultura que sus responsabilidades son tan
grandes que de haberlo sabido no las habrían asumido. Pero lo cierto es que estas funciones
siguen atrayendo trabajadores.
Ciertas características notorias de la puericultura afectan la autoselección; debe recordarse que no
hay médicos en juego, a menos que el niño tenga sarampión o algo así, como cualquier niño. El
puericultor tiene total responsabilidad ante el funcionario del Departamento de Niños, quien a su vez
es responsable ante la Comisión, y el presidente de ésta lo es ante la autoridad local. Sin duda, esto
vuelve la tarea más gratificante para el individuo, ya que en caso de tener éxito, éste le
corresponderá a él. Sin duda, saca a relucir lo mejor que hay en hombres y mujeres, aunque los
mate.
¿Qué pasa con los subgrupos? Veamos un poco qué ocurre con el Departamento de Niños.
¿Encontramos unidad ahí? Yo diría que no. La orientación del especialista en adopciones es distinta
de la del especialista en hogares sustitutos. Los que trabajan principalmente en instituciones de
internación tienen otras lealtades, así como los que se ocupan fundamentalmente de los que
padecen discapacidades físicas. Hay otros que están totalmente absorbidos por el trabajo con los
tribunales. Si abrimos aun otras puertas, nos encontraremos con quienes se congregan en el
Departamento de Niños y se reúnen a las 11 de la mañana en el buffet para tomar un café. Hago
estos comentarios para hacerles reparar en que somos esencialmente diferentes y tenemos más
motivos para evitarnos mutuamente que para juntarnos, salvo que incluyamos lo que llamo
«sutileza».