D. Winnicott: La contribución de la madre a la sociedad

La contribución de la madre a la sociedad

(Postcriptum a la primera compilación de charlas radiofónicas del doctor Winnicott,
publicada bajo el título The Child and the Family, en 1957)
Supongo que todo el mundo tiene un interés fundamental en la vida, un profundo y poderoso impulso hacia algo. Si se vive lo suficiente como para que sea posible mirar hacia atrás, se puede distinguir una apremiante tendencia que ha integrado las diversas y variadas actividades de la propia vida privada y la propia carrera profesional.
En mi caso, puedo ya percibir qué importante papel ha desempeñado en mi trabajo el anhelo de encontrar y apreciar a la buena madre corriente. S que la importancia del padre no es menor y, sin duda, el interés por la tarea materna incluye un interés por el padre y por el papel vital que desempeña en el cuidado de los hijos.
Pero yo he experimentado la profunda necesidad de hablar a las madres.
Tengo la impresión de que algo falta en la sociedad humana. Los niños crecen y se convierten, a su vez, en padres y madres, pero, en general, nunca llegan a saber y a reconocer exactamente qué hicieron sus madres por ellos en el comienzo. El motivo es que el papel de la madre ha empezado a percibirse hace muy poco. Pero quisiera poner algo en claro: hay ciertas cosas que de ningún modo ha sido mi intención dar a entender.
No he querido decir que los niños deban agradecer a sus padres por haberlos concebido; sin duda, pueden confiar en que su llegada significó una cuestión de placer y satisfacción mutuos. Es evidente que los padres no pueden esperar agradecimiento por la existencia de un hijo: los bebes no piden nacer.
Hay otras cosas que no he querido dar a entender. Por ejemplo, no afirmo que los hijos tengan obligación para con sus padres por su cooperación en la tarea de mantener un hogar y resolver los asuntos familiares, si bien es posible que pueda surgir un sentimiento de gratitud. Los padres normales forman un hogar y se mantienen unidos, con lo cual proporcionan la ración básica de cuidado infantil y aseguran un marco dentro del que cada niño puede gradualmente encontrarse a s mismo y al mundo, y establecer una relación activa entre ambos.
Pero los padres no esperan agradecimiento por esto; obtienen sus recompensas a su modo, y antes que gratitud prefieren ver a sus hijos crecer y convertirse, a su vez, en padres y constructores de hogares. Las cosas podrían enfocarse desde el ángulo opuesto. Los hijos tienen derecho a acusar a sus padres cuando, después de traerlos al mundo, no les proporcionan la debida iniciación en la vida.
En los últimos cincuenta años el valor del hogar se ha ido reconociendo cada vez más. Los efectos de los malos hogares hicieron inevitable tal valoración. Conocemos algunas de las razones por las cuales esta larga y agotadora tarea, la de criar hijos, es digna de realizarse y, de hecho, creemos que proporciona la única base real para la sociedad y la única fuente para la tendencia democrática en el sistema social de un pas.
Pero el hogar es responsabilidad de los padres, no del niño. Quiero destacar particularmente que no le pido a nadie que manifieste gratitud. Lo que me interesa en especial no es el momento de la concepción ni el de la formación de un hogar. Lo que me preocupa es la relación de la madre con su bebé poco antes del nacimiento y en las primeras semanas y meses posteriores a éste. Quiero llamar la atención hacia la inmensa contribución al individuo y a la sociedad que la madre buena corriente, con el apoyo de su esposo, hace al comienzo, y ello simplemente a causa de su devoción por su hijo.
Es la inmensidad misma de la contribución que hace la madre devota lo que impide su reconocimiento? Si tal contribución se acepta, ello implica que todo individuo sano, todo individuo que se siente una persona en el mundo y para quien el mundo significa algo, toda persona feliz, tiene una deuda infinita con una mujer. En la poca en que, como bebé esa persona nada sabía acerca de la dependencia, haba una dependencia absoluta.
Permítaseme destacar una vez más que el resultado de tal reconocimiento no ser gratitud, y ni siquiera alabanza; el resultado ser una disminución del temor. Si nuestra sociedad se demora en conocer plenamente esa dependencia que constituye un hecho histórico en la etapa inicial de desarrollo de todo individuo, se mantendrá un obstáculo tanto para el progreso como para la regresión un obstáculo basado en el miedo. Si no hay un verdadero reconocimiento del papel de la madre, quedar siempre un vago temor a la dependencia. Ese temor asumir a veces la forma del temor a las mujeres o a una mujer en particular, y otras veces formas más difíciles de reconocer, pero que siempre incluyen el miedo a la dominación.
Por desgracia, el temor a la dominación no mueve a los grupos humanos a evitarla; por el contrario, los impulsa hacia una dominación específica o elegida. Sin duda, si se estudiara la psicología del dictador se encontrara por cierto que, en su propia lucha personal, el dictador trata de controlar a la mujer cuyo dominio teme inconscientemente, de controlarla circundándola, actuando por ella y exigiendo, a su vez, total sometimiento y «amor».
Muchos estudiosos de la historia social han credo ver en el temor a las mujeres una poderosa causa de la conducta aparentemente ilógica de los seres humanos que forman grupos, pero pocas veces se ha rastreado ese temor hasta sus raíces. Si se lo hiciera en la historia de cada individuo, se vera que el temor a las mujeres es el temor a reconocer el hecho de la dependencia. Por lo tanto, existen sólidos motivos sociales para alentar la investigación de las más tempranas etapas en la relación madre-hijo. Por mi parte, me he visto impulsado a averiguar todo lo posible acerca del significado de la palabra «devoción » y a hacer un reconocimiento plenamente informado y sentido a mi propia madre. En este caso la posición del hombre es más difícil que la de la mujer, pues no puede reconciliarse con la madre convirtiéndose, a su vez, en madre. No tiene otra alternativa que llegar tan lejos como pueda en una toma de conciencia de la tarea realizada por su madre. El desarrollo de rasgos maternales como parte de su carácter no va demasiado lejos y la feminidad en un hombre resulta ser un desvío de los principales aspectos.
Para el hombre que debe encarar este problema, una de las soluciones consiste en tomar parte en un estudio objetivo del papel de la madre, en especial del papel que desempea al comienzo.
En la actualidad suele negarse la importancia de la madre en las primeras etapas de la vida del niño, y se afirma, en cambio, que en ese periodo sólo se necesita una técnica del cuidado corporal, por lo cual una buena niñera resulta igualmente eficaz.
Incluso existen madres (espero que no en este país) a quienes se les dice que deben encargarse del cuidado de sus hijos, lo cual significa la negación extrema de que esa actitud surja naturalmente del hecho de ser madre.
Con frecuencia ocurre que, poco antes de que se alcance la comprensión de algún problema, hay una etapa de negación, ceguera o de no querer ver deliberadamente, tal como el mar se aparta de la arena antes de arrojar sobre ella la ola atronadora.
La pulcritud administrativa, los dictados de la higiene, un loable fomento de la salud corporal, y muchos otros factores de este tipo, se interponen entre la madre y el bebé y es muy improbable que las madres mismas decidan unir sus esfuerzos para protestar contra toda intervención. Alguien debe ayudar a las madres jóvenes que tienen a su primero o segundo bebé y que necesariamente se hallan también en una situación de dependencia. Hay que suponer que ninguna madre de un recién nacido se declarar en huelga contra médicos y enfermeras, por frustrada que se sienta, porque su actitud es muy distinta.
Aunque muchos de mis ensayos y mis charlas radiofónicas están dirigidos a las madres, no es probable que las madres jóvenes a quienes más atañen, los lean o los escuchen. No deseo alterar esa situación. No puedo suponer que las madres jóvenes necesiten saber qué es lo que hacen cuando descubren que gozan cuidando de sus propios hijos. Como es natural, temen que los textos informativos puedan arruinar ese placer y su experiencia creadora, el elemento esencial para la satisfacción y el crecimiento. La madre joven necesita protección e información y el asesoramiento que la ciencia médica está en condiciones de ofrecerle acerca del cuidado corporal y la prevención de accidentes evitables. Necesita un médico y una enfermera conocidos y dignos de confianza. Necesita, asimismo, el amor de un marido y experiencias sexuales satisfactorias. No; la madre joven no suele aprender de los libros. No obstante, he mantenido la forma de una charla dirigida a las madres jóvenes porque ello obliga a una disciplina. Quien escribe sobre la naturaleza humana necesita algo que lo impulse constantemente hacia un lenguaje simple y lo aparte de la jerga del psicólogo por valiosa que ésta pueda ser en las contribuciones a las revistas científicas.
Es probable que quienes hayan pasado ya por la experiencia de la maternidad y que, por lo tanto, pueden permitirse echar una mirada retrospectiva, sientan interés por leer lo dicho en esta forma y puedan ayudar en lo que tanto se necesita actualmente, es decir, proporcionar apoyo moral a la madre buena corriente, educada o no, inteligente o limitada, rica o pobre, y protegerla de todos y de todo lo que se interponga entre ella y su bebé. Uniremos fuerzas al hacer que la relación emocional entre la madre y su bebé comience y se desarrolle naturalmente. Esta tarea colectiva significa una extensión del papel del padre, de su papel al comienzo, cuando su esposa gesta, da a luz y amamanta a su hijo, antes de que el niño pueda necesitar de l en otros sentidos.
NOTAS:
(1) Trad. cast.: Conozca a su niño Buenos Aires, Paidós, 41 ed., 1993.