LA IMPORTANCIA DE LA FORMACIÓN DE SÍMBOLOS EN EL DESARROLLO DEL YO (1930)

LA IMPORTANCIA DE LA FORMACIÓN DE SÍMBOLOS EN EL DESARROLLO DEL YO (1930)

 

El planteo de este artículo se basa en la suposición de que hay una
etapa temprana del desarrollo mental en que se activa el sadismo en cada
una de las diversas fuentes de placer libidinal 1 . Según mi experiencia, el
sadismo alcanza su punto culminante en dicha fase, que se inicia con el
deseo oral-sádico de devorar el pecho de la madre (o toda ella) y
desaparece con el advenimiento de la primera etapa anal. En el período a
que me refiero, el fin predominante en el sujeto es apoderarse del contenido
del cuerpo de la madre y destruirla con todas las armas que el sadismo tiene
a su alcance. Esta fase constituye, al mismo tiempo, la introducción del
complejo de Edipo. Las tendencias genitales comienzan ahora a ejercer
influencia, aunque ésta no es todavía evidente porque los impulsos
pregenitales dominan el campo. Mi planteo se apoya en el hecho de que el
conflicto edípico comienza en un período en el que predomina el sadismo.
El niño espera que en el interior del cuerpo de su madre encontrará: a)
el pene del padre; b) excrementos y c) niños, y homologa todas estas cosas
con sustancias comestibles. De acuerdo con las más primitivas fantasías (o
"teorías sexuales") infantiles sobre el coito de los padres, durante el acto el
pene del padre (o todo su cuerpo) es incorporado por la madre. De este
modo, los ataques sádicos del niño tienen por objeto a ambos padres a la
vez, a quienes muerde, despedaza o tritura en sus fantasías. Esos ataques
despiertan angustia porque el niño teme ser castigado por los padres
unidos, y esta angustia también es internalizada a consecuencia de la
introyección oral-sádica de los objetos y así se dirige ya hacia el superyó
temprano. He podido observar que estas situaciones de angustia de las
primeras fases del desarrollo mental son muy profundas y abrumadoras.
Según mi experiencia, en los ataques fantaseados contra el cuerpo
materno desempeñan un papel considerable el sadismo uretral y anal, que se
agrega muy pronto al sadismo oral y el muscular. En la fantasía, los
excrementos son transformados en armas peligrosas: orinar es para el niño
lo mismo que lastimar, herir, quemar, ahogar, mientras que las materias
fecales son homologadas con armas y proyectiles. En una etapa posterior a
la fase descrita esas formas violentas de ataque son reemplazadas por
ataques encubiertos con los métodos más refinados que el sadismo puede
inventar, y los excrementos son homologados a sustancias venenosas.
El exceso de sadismo despierta angustia y moviliza los mecanismos
de defensa más primitivos del yo. Freud escribe (1926): "Bien pudiera ser
que antes de que el yo y el ello hayan llegado a diferenciarse nítidamente y
antes de que se haya desarrollado el superyó, el aparato mental utilice
modos de defensa distintos de los que pone en práctica una vez que ha
alcanzado dichos niveles de organización". Según lo que he podido
observar en el análisis, la primera defensa impuesta por el yo está en
relación con dos fuentes de peligro: el propio sadismo del sujeto y el objeto
que es atacado. Esta defensa, en correlación con el grado de sadismo, es de
carácter violento y difiere fundamentalmente del ulterior mecanismo de
represión. En relación con el sadismo del sujeto, la defensa implica
expulsión, mientras que en relación con el objeto atacado implica
destrucción. El sadismo se convierte en una fuente de peligro porque ofrece
ocasión para la liberación de angustia y, también, porque el sujeto siente que
las armas empleadas para destruir al objeto apuntan a su propio yo. El
objeto atacado se convierte en una fuente de peligro, porque el sujeto teme
de él ataques similares (retaliatorios). De este modo, el íntegro yo no
desarrollado se encuentra ante una tarea que, en esta etapa, está totalmente
fuera de su alcance: la tarea de dominar la angustia más intensa.
Ferenczi sostiene que la identificación, precursora del simbolismo,
surge de las tentativas del niño por reencontrar en todos los objetos sus
propios órganos y las funciones de éstos. Según Jones, el principio del
placer hace posible la ecuación entre dos cosas completamente diferentes
por una semejanza de placer o interés. Hace algunos años, escribí un
artículo basado en estos conceptos, en el que llegué a la conclusión de que
el simbolismo es el fundamento de toda sublimación y de todo talento, ya
que es a través de la ecuación simbólica que cosas, actividades e intereses
se convierten en tema de fantasías libidinales.
Puedo ampliar ahora lo expresado entonces (1923) y afirmar que,
junto al interés libidinal, es la angustia que surge en la fase descrita la que
pone en marcha el mecanismo de identificación. Como el niño desea
destruir los órganos (pene-vagina-pecho) que representan los objetos,
comienza a temer a estos últimos. Esta angustia contribuye a que equipare
dichos órganos con otras cosas; debido a esa equiparación éstas, a su vez,
se convertirán en objetos de angustia. Y así el niño se siente constantemente
impulsado a hacer nuevas ecuaciones que constituyen la base de su interés
en los nuevos objetos, y del simbolismo.
Entonces el simbolismo no sólo constituye el fundamento de toda
fantasía y sublimación, sino que sobre él se construye también la relación
del sujeto con el mundo exterior y con la realidad en general. He señalado
que el objeto del sadismo en su punto culminante -y el impulso
epistemofílico surge simultáneamente con el sadismo- es el cuerpo materno
con sus contenidos fantaseados. Las fantasías sádicas dirigidas contra el
interior del cuerpo materno constituyen la relación primera y básica con el
mundo exterior y con la realidad. Del grado de éxito con que el sujeto
atraviesa esta fase, dependerá la medida en que pueda adquirir, luego, un
mundo externo que corresponda a la realidad. Vemos, entonces, que la
primera realidad del niño es totalmente fantástica; está rodeado de objetos
que le causan angustia, y en este sentido excrementos, órganos, objetos,
cosas animadas e inanimadas son en principio equivalentes entre sí. A
medida, que el yo va evolucionando, se establece gradualmente a partir de
esa realidad irreal una verdadera relación con la realidad. Por consiguiente,
el desarrollo del yo y la relación con la realidad dependerán del grado de
capacidad del yo, en una etapa muy temprana, para tolerar la presión de las
primeras situaciones de angustia. Y, como siempre, también aquí es
cuestión de cierto equilibrio óptimo entre los factores en juego. Una
cantidad suficiente de angustia es una base necesaria para la abundante
formación de símbolos y fantasías; para que la angustia pueda ser
satisfactoriamente elaborada, para que esta fase fundamental tenga un
desenlace favorable y para que el yo pueda desarrollarse con éxito, es
esencial que el yo tenga adecuada capacidad para tolerar la angustia.
Estas conclusiones son el resultado de mi experiencia analítica
general, pero se ven confirmadas de manera sorprendente en un caso en el
que existía una desusada inhibición en el desarrollo del yo.
Este caso, del que daré ahora algunos detalles, es el de un niño de
cuatro años que por la pobreza de su vocabulario y desarrollo intelectual
estaba en el nivel de un niño de 15 ó 18 meses. Faltaban casi
completamente la adaptación a la realidad y relaciones emocionales con su
ambiente. Este niño, Dick, carecía de afecto y era indiferente a la presencia
o ausencia de la madre o la niñera. Desde el principio, sólo rara vez había
manifestado angustia, e incluso en un grado anormalmente reducido. Con
excepción de cierto interés especial, al que me referiré en seguida, no tenía
casi intereses, no jugaba y no tenía contacto con su medio. Generalmente,
articulaba sonidos ininteligibles y repetía constantemente ciertos ruidos.
Cuando hablaba, utilizaba incorrectamente su escaso vocabulario. Pero no
sólo era incapaz de hacerse inteligible; tampoco lo deseaba. Más aun, la
madre advertía a veces claramente en Dick una actitud fuertemente negativa,
que se expresaba en que con frecuencia hacía precisamente lo contrario de
lo que se esperaba de él. Por ejemplo: si la madre lograba hacerlo repetir
junto con ella algunas palabras, con frecuencia Dick las alteraba
completamente, aunque otras veces podía pronunciar perfectamente esas
mismas palabras. Además, a veces repetía correctamente las palabras, pero
seguía repitiéndolas en forma incesante y mecánica hasta que hartaba a
todos. Ambas formas de conducta difieren de la de un niño neurótico.
Cuando un niño neurótico manifiesta oposición en forma de rebeldía, y
cuando manifiesta obediencia (incluso acompañada por un exceso de
angustia), lo hace con cierta comprensión y alguna forma de referencia a la
cosa o persona implicada. Pero en la oposición y obediencia de Dick no se
advertía afecto ni comprensión alguna. Además, cuando se lastimaba,
demostraba gran insensibilidad al dolor y no experimentaba para nada el
deseo universal en niños pequeños de ser consolado y mimado. Su torpeza
física era también muy notable. No era capaz de asir cuchillos ni tijeras, en
cambio era llamativo que manipulara normalmente la cuchara con que
comía.
La impresión que me causó su primera visita fue que su
comportamiento era muy diferente del que observamos en niños neuróticos.
Dejó que su niñera se retirara sin manifestar ninguna emoción, y me siguió al
consultorio con absoluta indiferencia. Allí corrió de un lado a otro sin
ningún propósito, y correteó varias veces a mi alrededor como si yo fuese
un mueble más, pero no mostró ningún interés hacia los objetos del cuarto.
Al correr de un lado al otro, sus movimientos parecían carecer de
coordinación. La expresión de sus ojos y su rostro era fija, ausente y falta
de interés, comparada una vez más con el comportamiento de los niños con
neurosis graves. Recuerdo niños que, sin tener verdaderos ataques de
angustia, durante su primera visita se recluían tímida y obstinadamente en un
rincón, o se sentaban sin moverse ante la mesa con juguetes, o, sin jugar,
tomaban un objeto u otro, sólo para dejarlos en seguida. En todas estas
formas de conducta es inequívoca la gran angustia latente. El rincón o la
mesa son lugares para refugiarse de mi. Pero el comportamiento de Dick
carecía de sentido y propósito, y no tenía relación con ningún afecto o
angustia.
Daré ahora algunos detalles de la historia previa de Dick. Su lactancia
había sido excepcionalmente insatisfactoria y perturbada porque durante
varias semanas la madre había insistido en una infructuosa tentativa de
amamantarlo, y el niño había estado a punto de morir de inanición. Se había
recurrido entonces a la alimentación artificial. Por fin, cuando Dick tenía
siete semanas, se le procuró una nodriza, pero ya no pudo mejorar en sus
mamadas. Padeció de trastornos digestivos, prolapso anal, y, más tarde, de
hernorroides. Posiblemente su desarrollo quedó afectado por el hecho de
que, aunque recibió toda clase de cuidados, nunca se le prodigó verdadero
amor; la actitud de la madre hacia él había sido, desde el principio, de
excesiva angustia.
Como, por otra parte, ni su padre ni su niñera le demostraron mucho
afecto, Dick creció en un ambiente sumamente pobre de amor. Cuando
tenía dos años de edad, tuvo una nueva niñera, hábil y afectuosa, y, poco
después, pasó una larga temporada con su abuela, que era muy cariñosa
con él. La influencia de estos cambios pudo notarse en su desarrollo. Había
aprendido a caminar a edad normal, pero hubo dificultades para enseñarle el
control esfinteriano. Bajo la influencia de la nueva niñera, adquirió hábitos
de limpieza mucho más rápidamente. A los tres años ya se controlaba y, en
este punto demostraba realmente cierto grado de ambición y celo. En otro
aspecto, se manifestaba a los cuatro años sensible a los reproches. Su
niñera había descubierto que practicaba la masturbación y le había dicho
que eso era "malvado" y que no debía hacerlo. Esta prohibición dio origen
indudablemente, a temores y sentimientos de culpa. Además, a los cuatro
años, Dick había hecho en general un intento mayor para adaptarse, aunque
relacionado principalmente con cosas externas, especialmente con el
aprendizaje mecánico de una serie de palabras nuevas. Desde los primeros
días la alimentación de Dick había sido anormalmente difícil. Cuando tuvo
la nodriza no había manifestado ningún deseo de mamar, y ese rechazo
persistió. Después, se negaba a tomar el biberón. Cuando llegó el momento
de darle alimentos más sólidos se negaba a morderlos y rechazaba todo lo
que no tuviese la consistencia de una papilla; y hasta para esto era preciso
forzarlo a que comiera. Otro efecto favorable de la influencia de la nueva
niñera fue un interés un poco mayor por la comida, pero, con todo, las
dificultades principales subsistieron 2 . De manera que, si bien la niñera
afectuosa había alterado ciertos aspectos de su desarrollo, los defectos
fundamentales no se habían modificado. Tampoco con ella -como pasaba
con los demás- había logrado establecer un contacto emocional. Así, ni su
ternura ni la de la abuela habían conseguido poner en marcha la ausente
relación objetal. En el análisis de Dick descubrí que la razón de la
desusada inhibición de su desarrollo era el fracaso de las etapas primitivas a
que me he referido al comienzo de este artículo. Había en el yo de Dick una
incapacidad completa, aparentemente constitucional, para tolerar la angustia.
Lo genital había intervenido muy precozmente; esto produjo una prematura
y exagerada identificación con el objeto atacado y contribuyó a la
formación de una defensa igualmente prematura contra el sadismo. El yo
había cesado el desarrollo de su vida de fantasía y su relación con la
realidad. Después de un débil comienzo, la formación de símbolos se había
detenido. Las primeras tentativas habían dejado su huella en un interés que,
aislado y sin relación con la realidad, no podía servir de base a nuevas
sublimaciones. El niño era indiferente a la mayor parte de los objetos y
juguetes que veía a su alrededor, y tampoco entendía su finalidad o sentido.
Pero le interesaban los trenes y las estaciones, y también las puertas, los
picaportes y abrir y cerrar puertas.
El interés hacia esos objetos y acciones tenía un origen común: se
relacionaba en realidad con la penetración del pene en el cuerpo materno.
Las puertas y cerraduras representaban los orificios de entrada y salida del
cuerpo de la madre, mientras que los picaportes representaban el pene del
padre y el suyo propio. Por lo tanto, lo que había producido la detención
de la actividad de formación de símbolos era el temor al castigo que
recibiría (en especial por parte del pene del padre) cuando hubiese
penetrado en el cuerpo de la madre. Además, sus defensas contra sus
propios impulsos destructivos resultaron un impedimento fundamental de
su desarrollo. Era absolutamente incapaz de cualquier agresión, y la base de
dicha incapacidad estaba señalada en un período muy temprano en su
rechazo a morder los alimentos. A los cuatro años, no podía manejar tijeras,
cuchillos ni herramientas y era sumamente torpe en todos sus movimientos.
Las defensas contra los impulsos sádicos dirigidos contra el cuerpo
materno y sus contenidos -impulsos relacionados con fantasías de coito-
habían tenido por consecuencia el cese de las fantasías y la detención de la
formación de símbolos. El desarrollo ulterior de Dick había sido perturbado
porque el niño no podía vivir en fantasías la relación sádica con el cuerpo
de la madre.
La dificultad desusada con la que tuve que luchar en el análisis no fue
su incapacidad de expresarse verbalmente. En la técnica del juego, que
sigue las representaciones simbólicas del niño, y que da acceso a su
angustia y sentimientos de culpa, podemos, en gran parte, prescindir de las
asociaciones verbales. Pero esta técnica no se limita al análisis de los juegos
del niño. Podemos extraer material (como tenemos que hacer en niños con
inhibición del juego) del simbolismo revelado por detalles de su
comportamiento en general 3 . Pero en Dick el simbolismo no se había
desarrollado. Esto se debía en parte a la falta de relación de afecto con las
cosas de su ambiente, hacia las que era casi completamente indiferente.
Prácticamente, no tenía relaciones especiales con objetos en particular,
como las que solemos observar aun en niños con graves inhibiciones.
Como no existía en su mente ninguna relación afectiva o simbólica con los
objetos, ninguno de sus actos casuales relacionados con ellos estaba
coloreado por la fantasía, siendo por lo tanto imposible considerar dichos
actos como representaciones simbólicas. Su falta de interés por el ambiente
y las dificultades para establecer un contacto con su mente eran tan sólo el
resultado de su falta de relación simbólica con las cosas -como pude
percibir a través de ciertos aspectos en los que su conducta difería de la de
otros niños-. El análisis tuvo, pues, que comenzar con esto, el obstáculo
fundamental para establecer un contacto con él.
Ya dije que la primera vez que Dick vino a verme no manifestó
ninguna clase de afecto cuando su niñera lo dejó conmigo. Cuando le
mostré los juguetes que había ya dispuesto para él, los miró sin el más
mínimo interés. Tomé entonces un tren grande, lo coloqué junto a uno más
pequeño y los designé como "Tren papito" y "Tren Dick". Entonces él
tomó el tren que yo había llamado Dick, lo hizo rodar hasta la ventana y
dijo: "Estación". Expliqué: "La estación es mamita; Dick está entrando en
mamita". Dejó entonces el tren, fue corriendo hacia el espacio formado por
las puertas exterior e interior del cuarto y se encerró en él diciendo:
"oscuro", y volvió a salir corriendo. Repitió esto varias veces. Le expliqué:
"Dentro de mamita está oscuro. Dick está dentro de mamita oscura".
Entretanto, él tomó nuevamente el tren, pero pronto corrió otra vez al lugar
entre las puertas. Mientras yo le decía que él estaba entrando en la mamita
oscura, él habla dicho dos veces en tono interrogativo: "¿Niñera?" Le
contesté: "Niñera viene pronto", cosa que él repitió, utilizando luego las
palabras correctamente, y reteniéndolas en su mente. En la sesión siguiente
se comportó de idéntica manera. Pero esta vez Dick escapó corriendo de la
habitación hacia el oscuro vestíbulo. Colocó allí el tren "Dick" e insistió en
dejarlo allí. Preguntaba repetidamente: "¿Viene niñera?" En la tercera hora
analítica se comportó de la misma manera, sólo que además de correr al
vestíbulo y entre las puertas, se escondió también detrás de la cómoda.
Entonces se angustió y me llamó por primera vez. Su aprensión era evidente
entonces por la forma en que preguntaba insistentemente por su niñera, y al
finalizar la sesión la acogió con placer inusitado. Vemos que
simultáneamente con la aparición de la angustia había surgido un sentimiento
de dependencia, primero hacia mi y luego hacia la niñera, y al mismo tiempo
empezó a interesarse por las palabras tranquilizadoras: "Niñera viene en
seguida", que contrariamente a su conducta habitual, había repetido y
recordado. Pero también durante esa tercera sesión había observado por
vez primera los juguetes con interés, en el que se evidenciaba una tendencia
agresiva. Señaló un carrito de carbón y dijo: "Corta". Le di un par de tijeras
y él trató de raspar los trocitos de madera que representaban el carbón,
pero no pudo manejar las tijeras. Respondiendo a una rápida mirada suya,
corté los pedazos de madera del carrito, que él arrojó en seguida, junto con
su contenido, dentro del cajón; diciendo: "Se fue". Le dije que eso
significaba que Dick estaba sacando heces del cuerpo de su madre. Fue
entonces corriendo al espacio entre las puertas, y las arañó un poco,
expresando de este modo que identificaba el espacio entre ambas puertas
con el carrito y a ambos con el cuerpo de la madre, al que estaba atacando.
En seguida regresó corriendo desde el espacio entre las puertas, vio el
armario y se deslizó en su interior. Al comenzar la siguiente hora analítica
lloró cuando la niñera se fue, lo que era inusitado en él. Pero pronto se
calmó. Esta vez evitó el espacio entre las puertas, el armario y el rincón,
pero se interesó por los juguetes, examinándolos con indudable curiosidad
naciente. Al hacer esto encontró el carrito que habla destrozado durante la
sesión anterior, y su contenido. Empujó ambos rápidamente hacia un lado y
los cubrió con otros juguetes. Cuando le expliqué que el carrito roto
representaba a la madre, lo buscó nuevamente, lo mismo que los pedacitos
de carbón sueltos, y se los llevó al espacio entre las puertas. A medida que
su análisis progresaba, se vio claramente que al arrojarlos fuera de la
habitación en esa forma estaba expresando su expulsión, tanto del objeto
dañado como de su propio sadismo (o de los recursos por éste utilizados),
que de este modo era proyectado al mundo exterior. Dick había descubierto
el lavatorio , que simbolizaba el cuerpo de su madre, y manifestaba un
extraordinario temor a mojarse con agua. Cada vez que sumergía sus manos
-o las mías- en el agua, se apresuraba ansiosamente a secarlas, e
inmediatamente después manifestaba idéntica angustia al orinar. La orina y
las heces eran para él sustancias dañinas y peligrosas 4 . Se hizo evidente
que en su fantasía las materias fecales, la orina y el pene eran los objetos
con los cuales atacaba el cuerpo de la madre, representando por
consiguiente un peligro también para él mismo. Estas fantasías aumentaban
su temor a los contenidos del cuerpo de la madre y, en particular, el pene
del padre que él imaginaba en el interior del vientre de ella. Durante el
análisis de Dick llegamos a ver en muy diversas formas ese pene fantaseado
así como también un sentimiento de agresividad cada vez mayor contra él,
predominando especialmente los deseos de devorarlo y destruirlo. En una
oportunidad, por ejemplo, Dick se llevó a la boca un hombrecito de juguete
y, rechinando los dientes, dijo: "Tea Daddy", lo cual significaba "Eat
Daddy" ("Comer papito"). En seguida pidió un vaso con agua. La
introyección del pene del padre demostró estar conectada a la vez con dos
temores: el temor al pene como superyó primitivo y dañino, por un lado y,
por el otro, el temor al castigo por la madre así robada, es decir, el temor al
objeto externo y al objeto introyectado. En este punto apareció en primer
plano lo ya mencionado -y que había sido un factor determinante en el
desarrollo de Dick-: que la fase genital había comenzado prematuramente.
Esto se reveló con claridad en el hecho de que representaciones del tipo de
la que acabo de citar desencadenasen no sólo angustia, sino remordimiento,
lástima y la sensación de que tenia que reparar. Por esa razón, Dick volvía a
depositar sobre mi falda o en mis manos el hombrecito de juguete, guardaba
todo otra vez en el cajón, etc. La temprana actuación de las reacciones
provenientes del plano genital era el resultado de un desarrollo prematuro
del yo; no obstante, sólo había conseguido inhibir el desarrollo ulterior del
yo. Esta temprana identificación con el objeto no podía ser aún relacionada
con la realidad. Una vez, por ejemplo, Dick vio sobre mi falda algunos
recortes de madera de lápiz y dijo: "Pobre Sra. Klein". Pero en otra ocasión
similar dijo, en el mismo tono: "Pobre cortina". Simultáneamente con su
incapacidad para tolerar la angustia, su prematura empatía había sido un
factor decisivo en la represión de sus impulsos destructivos. Dick había
roto sus lazos con la realidad y había detenido su vida de fantasía,
refugiándose en las fantasías del cuerpo oscuro y vacío de su madre. De
este modo había logrado, también, apartar su atención de los diversos
objetos del mundo externo que representaban el contenido del cuerpo de la
madre, el pene del padre, heces y niños. Porque eran peligrosos y
agresivos, tenía que deshacerse (o negar) de su propio pene -órgano del
sadismo- y de sus excrementos.