Lacan, Seminario 18: Clase 2, del 20 de Enero de 1971

Si buscara esas hojas, y no para tranquilizarme, sino para asegurarme de aquello que enuncié la última vez, y cuyo texto ahora no tengo; acabo de quejarme. Me llegan conversaciones -no me aflige darme por eso- de este tipo, sucede que alguno se preguntaron en algunos puntos de mi discurso de la ultima vez, tal como ellos se expresan, ¿adónde quiero llegar?. Por consiguiente, pudimos en algún momento, preguntarnos la última vez adonde quiero llegar. En verdad, esta clase de pregunta me parece de manera bastante prematura, significativa, es decir, que están lejos de ser personas despreciables, son personas muy enteradas cuyas conversaciones, a veces, me llegaron tranquilamente por mi boca. Quizá, justamente por lo que adelanté la última vez, sería más indicado preguntarse de donde parto, o incluso de donde quiero hacerlos partir. Y eso en dos sentidos. Quizá quiere decir ir a alguna parte. Pero también puedo querer decir largarse de donde ustedes están. Este es en todo caso adonde quiero llegar, un claro ejemplo de lo que anticipo -acerca del deseo del Otro. ¿Che [vuoi]? ¿qué quiere decir?. Evidentemente, cuando se lo puede decir inmediatamente, uno está mucho más tranquilo. Es una ocasión para señalar el factor de inercia que constituye este ¿Che [vuoi]?, al menos cuando se le puede responder. Es precisamente por eso que en el análisis uno se esfuerza por dejar esta pregunta en suspenso. Sin embargo, la última vez precisé que no estoy aquí en la posición del analista. De modo que, me veo obligado a responder esta pregunta, debo decir, al decir esto, esto por lo cual he hablado. Hablé de la apariencia, y dije algo que en principio corre por las calles, insistí, acentué esto, que la apariencia se da en tanto ella concierne a la función primaria de la verdad. Hay un cierto Yo hablo que hace eso y recordarlo no es superfluo para dar su justa situación a esta verdad que provoca tantas dificultades lógicas. Es mucho más importante recordar que si hay en Freud un cierto tiempo designado así, si hay en Freud algo revolucionario -ya los puse en guardia contra un cierto uso abusivo de esa palabra- pero es cierto que si hubo un momento en el cual Freud era revolucionario, es en la medida en que ponía en primer plano una función que es también la que Marx aportó, a saber, considerar un cierto número de hechos como síntomas -por otra parte es el único elemento que tienen en común. La dimensión del síntoma, es que eso habla, habla incluso a aquellos que no saben escuchar, no dice todo, incluso a aquellos que lo saben. Esta promoción del síntoma, aquí esta el giro que vivimos en un cierto registro que digamos, se persigue ronroneando durante siglos alrededor del tema del conocimiento, de que estamos completamente desprovistos, y se huele bien lo que hay de antierrado en la teoría del conocimiento cuando se trata de explicar el orden de proceso que las formulaciones de la ciencia constituyen. La ciencia física da modelos actualmente. Que estemos, paralelamente con esta evolución de la ciencia, en una posición que uno puede calificar de estar en la vía de alguna verdad, he aquí lo que muestra una cierta heterogeneidad de estatuto entre dos registros, -salvo que en mi enseñanza- y solamente allí uno se esfuerce por mostrar una coherencia que no va de suyo, o que no va de suyo sino para aquellos que en esta práctica del análisis cargan las tintas en cuanto a la apariencia. Es lo que trataré de articular hoy.

Dije una segunda cosa: la apariencia no sólo es reconocible, esencial para designar la función primaria de la verdad, es imposible sin esta referencia calificar lo que forma parte del discurso, es al menos por esto que el año pasado al definir cuatro traté de dar un peso a este término, y no pude la última vez más que recordarlo, recordar, creo, àpresuradamente los títulos, entonces algunos, desde luego, encontraron que allí se perdía pie.

¿Qué hacer?. No puedo rehacer, ni siquiera de manera rápida, el enunciado en cuestión, aunque por supuesto, tendré que volver y mostrar lo que ocurre allí. Indiqué que deben remitirse a las respuestas [radiofónicas] de ese artículo llamado Radiofonía del último SCILICET para saber en que consiste esta función del discurso tal como la enuncié el año pasado. Se soporta en cuatro lugares privilegiados, entre los cuales había uno que permanecía sin nombrar y era justamente aquel que da el título de cada uno de esos discursos por la función de quien lo ocupa. Yo hablo de discurso del Amo cuando el significante esta en cierto lugar, hablo del Universitario cuando cierto saber ocupa también ese lugar, (hablo de discurso Histérico), cuando el sujeto en su división fundadora del inconsciente se ubica allí y por último cuando está ocupado por el plus-de-gozar hablo del discurso del Analista. Este lugar de alguna manera era sensible aquel de arriba y a la izquierda para aquellos que estuvieron allí y que aún lo recuerdan, este lugar que está ocupado aquí en el discurso del Amo por el significante en tanto que Amo, este lugar no designado todavía, lo designo por su nombre, por el nombre que merece: precisamente el lugar de la apariencia. Es decir, después de lo que enuncié la última vez, vemos hasta que punto el significante, si puedo expresarlo así, esta allí en su lugar. De allí el éxito del discurso del Amo. De todas maneras, este éxito merece cierta atención, porque ¿por último, quién puede creer acaso que haya algún Amo que reinara por la fuerza?. Sobre todo al comienzo, porque como nos lo recuerda Hegel en su admirable escamoteo: un hombre vale por otro. Si el discurso del Amo efectúa el vínculo de la estructura, el punto fuerte alrededor del cual se ordenan varias civilizaciones, es porque el resorte es allí muy diferente al de la violencia y de otro orden. Esto no quiere decir que estemos seguros, de ninguna manera que en estas esferas de las cuales es necesario expresar que sólo podemos articularlas con extremada precaución, únicamente partir del momento que las sujetamos con un termino cualquiera primitivo, prelógico, arcaico -o lo que sea-, y de cualquier orden –arcaico sería el comienzo- ¿por qué? y ¿porqué esta sociedad primitiva no sería también un derecho?. Pero nada lo resuelve. Lo cierto es que ella les muestra que no es obligatorio que las cosas se establecen en función del discurso del Amo. Sin embargo, y en primer lugar la configuración mito-ritual, que es mejor manera de sujetarlos, no implica por fuerza la articulación del discurso del Amo. No obstante, es necesario decirlo, interesarnos tanto en lo no que es el discurso del Amo es una cierta forma de coartada. En la mayor parte de los casos es una manera de embrollar la situación: mientras uno se ocupa de eso, no se ocupa de otra cosa. Y, sin embargo, el discurso del Amo es una articulación esencial y el modo en que la he llamado debería ser algo en lo que algunos -no lo digo por ustedes tendrían que esforzándose rompiéndose la cabeza-, porque de lo que se trata -y eso lo mostré muy bien la última vez-: todo lo que puede suceder de nuevo y que se llama el discurso insistiendo sobre el temperamento que conviene poner allí de eso que se llama revolucionario, sólo puede consistir en un cambio, en un desplazamiento del discurso, a saber en cada uno de sus lugares, yo querría de alguna manera para darles una imagen -pero a que clase de cretinización puede conducir toda imagen -representar por, si se puede decir, cuatro pliegues que tendrían cada uno su nombre, la manera en la cual en esos cuatro pliegues, se deslizan un cierto numero de términos, señaladamente los he distinguido con el S1 y el S2 en tanto que en el punto en el que estamos, S2 constituye un cierto cuerpo de saber, el   en tanto que es directamente consecuencia del discurso del Amo, el  que en el discurso del Amo ocupa este lugar que es un lugar del cual vamos a hablar hoy, que ya he nombrado, y que es el lugar de la verdad.

La verdad no es lo contrario de la apariencia. La verdad, si puedo decirlo, es esta dimensión o esta demansión -si ustedes me permiten crear una nueva palabra para designar esos pliegues- esta demansión, ya se los he dicho, es estrictamente correlativa de la apariencia, esta demansión, ya se los he dicho, esta última, aquella de la apariencia, la soporta. [Algo se indica ahora acerca del ¿adónde quiere llegar? esta apariencia.] Es claro que la pregunta esta bastante cerca, aquella -en tal caso- que me llego por vías totalmente indiscretas, a las que saludo si aún están hoy aquí- no se ofendan de que se las haya escuchado al pasar preguntarse meneando gravemente sus gorros, parece: ¿Es un idealista pernicioso?, ¿Soy un idealista pernicioso?. Me parece estar junto a la pregunta porque he comenzado -¡y con qué acento!- diré que al fin yo decía lo contrario de lo que tenía que decir exactamente, por poner el acento en esto: que el discurso es el artefacto. Lo que abordo es exactamente lo contrario, porque la apariencia es exactamente lo contrario de artefacto. Como lo hice observar, en la naturaleza abunda la apariencia. La cuestión es que, desde que no se trata más del conocimiento, desde que no se cree que es la vía de la percepción de la cual extraeremos no se qué quintaescencia, nosotros conocemos algo, pero por medio de un aparato que es un discurso.

Ya no se trata de la idea. Por otra parte la primera vez que la idea hizo su aparición, estaba un poco mejor situada que después de las hazañas del obispo Berkeley. Se trataba de Platón y él preguntaba dónde estaba lo real de lo que era nombrado. Un caballo: su idea de una idea, era la importancia de esta denominación. En esta cosa múltiple y transitoria, por otra parte más obscura en su época que en la nuestra, ocurre que toda la realidad de un caballo no está en esta idea en tanto que eso quiere decir el significante de un caballo. No es preciso creer que porque Aristóteles pone el acento de la realidad sobre el individuo, está mucho más adelantado: el individuo, eso quiere decir exactamente lo que no se puede decir, y hasta un cierto punto, si Aristóteles no fuera el maravilloso lógico que es, el que dio el más importante paso, el paso decisivo gracias a lo cual tenemos una marca acerca de lo que una serie articulada de significantes, se podría decir que en su forma de señalar lo que es la usía, dicho de otra manera, lo real se comporta como un místico, porque lo propio de la usía, lo dice él mismo, es que no puede de ninguna manera ser atribuida, no es decible. Y precisamente lo místico es aquello que no es decible. Me parece que no abunda en esto, pero deja el lugar a los místicos.

Es evidente que la solución de la cuestión de la idea no podía ocurrírsele a Platón. Todo encuentra su solución del lado de la función y de la variable. Pero es claro que si algo soy, no es nominalista, quiero decir que no parto de que el nombre es algo que se pega sobre lo real. Y es preciso elegir: si se es nominalista, es necesario renunciar por completo al materialismo dialéctico. De modo que, en resumen, la tradición nominalista que es propiamente hablando el único peligro de idealismo que puede producirse en un discurso como el mío debe descartarse. No se trata de ser idealista o realista o como se lo era en la Edad Media, un realismo de los universales, sino que se trata de designar, de señalar que nuestro discurso, nuestro discurso científico, no encuentre lo real más que cuando depende de la apariencia. Los efectos de la articulación -entiendo algebraica- de la apariencia, y como tal- sólo se trata de la letra- he aquí el único aparato por intermedio del cual designamos lo que es lo real, es lo que hace agujero en esta apariencia articulada que es el discurso científico. El discurso científico progresa sin preocuparse, sin ni siquiera preocuparse si es o no, apariencia. Se trata solamente de que su red, su filamento, su armazón, -como se dice-, haga aparecer los buenos agujeros en el buen lugar. Sólo tiene la imposibilidad como referencia y todas sus deducciónes desembocan en él: es imposible y es lo real. El aparato del discurso, en tanto que es él en su rigor quien encuentra los límites de su conocimiento, bien, con esto vimos en la vida algo de real, y que es lo real. Lo que nos importa en lo que nos concierne, a saber el campo de la verdad -y ¿por qué es el campo de la verdad solamente así calificado, el que nos concierne? ; voy a tratar de articularlo hoy. En lo que nos concierne, tenemos que ver con algo que se da cuenta que difiere de esta posición en la física de lo real. Ese algo que resiste, que no es plegable a todos los sentidos, que es consecuencia de nuestro discurso, se llama el fantasma.

Pero lo que hay que probar, son los límites su estructura, su función. La relación, en un discurso, de uno de los términos del, el plus-de-gozar, con  del sujeto, o sea, precisamente el punto que en el discurso del Amo se ha roto, he aquí lo que vamos a probar en su función cuando en la posición totalmente opuesta aquella en la que el   ocupa este lugar, es el sujeto quien está enfrente. En el lugar donde el sujeto es interrogado, allí el fantasma debe tomar su estatuto, que se define por la parte misma de la imposibilidad que hay en la interrogación analítica. Para aclarar el punto desde donde quiero llegar, iré a lo que quiero señalar hoy respecto de la teoría analítica. Por esta razón no vuelvo, omito la función que se expresa de una cierta manera de hablar que tengo aquí al dirigirme a ustedes; sin embargo, no puedo hacer más que atraer vuestra atención sobre esto: si la última vez los interpelé con mi término que pudo parecerles impertinente -y con cuanta razón- con el plus-de-gozar apretado, -debería hablar con alguna especie de [caviar] apretado- eso tiene, sin embargo, un sentido, un sentido con el cual preservo mi discurso que no tiene en ningún caso el carácter de lo que Freud designó como el discurso del leader. Al comienzo de los años veinte Freud articuló precisamente a nivel del discurso en Massen psychologie und ich analyse algo que singularmente resultó ser el principio del fenómeno nazi. Remítanse al esquema que nos da en este artículo al término del capítulo La identificación. Ustedes verán allí de una forma clara las relaciones del I y del  . Verdaderamente el esquema parece hecho para que los signos lacanianos se inscriban allí claramente. Lo que en un discurso se dirige al Otro como un tú hace surgir la identificación con algo que se puede llamar el ídolo humano. Si la última vez hablé de sangre roja como siendo la sangre lo más vano para propulsar contra la apariencia, es porque ustedes lo han visto, no se podría avanzar para derribar al ídolo sin tomar después, rápidamente su lugar, como sabemos que ha pasado con un cierto tipo de mártires. Penosamente en la medida en que algo en todo discurso que recurre al tú provoca a la identificación camuflada, secreta, que no es identificación con ese objeto enigmático que puede ser nada de nada, todo el pequeño plus-de-gozar de Hitler que quizá no iba más allá de su bigote, fue lo que bastó para cristalizar a gente que no tenía nada de místicos, que eran todo lo que hay de más comprometido en el proceso del discurso del capitalismo con lo que esto implica del plus-de-gozar bajo su forma de plusvalía. Se trataba de saber si en un cierto nivel uno podría obtener aún su tajada. Y esto precisamente bastó para provocar sus efectos de identificación. Es divertido simplemente que eso haya tomado la forma de una idealización de la raza, en ese momento, a saber, de la cosa que en ese momento era la menos interesada. Pero se puede saber de donde procede este carácter de ficción.

Uno puede encontrarlo. Es necesario decir simplemente que no hay ninguna necesidad de esta ideología para que se constituya un nazismo, basta con un plus-de-gozar que se reconozca cono tal y si alguien se interesa por lo que pueda ocurrir, hará bien en decirse que todas las formas de nazismo en tanto que un plus-de-gozar basta para soportarlo, esto es lo que está para nosotros a la orden del día. Esto es lo que nos amenazará en los próximos años, ustedes van a comprender mejor porqué, cuando les digo lo que la teoría, el ejercicio auténtico de la teoría analítica nos permite formular en cuanto lo que es el plus-de-gozar.

Uno se imagina que dice algo cuando dice que lo que Freud a aportado es la subyacencia de la sexualidad para todo lo que forma parte del discurso. Se dice eso cuando uno fue tocado un poco por eso que yo enuncio de la importancia del discurso para definir el inconsciente, y, además, no tengan cuidado porque aún no he abordado lo relativo a este término: sexualidad, realidad sexual. Por cierto es extraño y no es extraño que desde un punto de vista, el punto de vista de la charlatanería que preside toda acción terapéutica en nuestra sociedad -es extraño que no se hayan dado cuenta de la distancia que hay entre el término sexualidad en todas partes donde comienza, únicamente a tomar una substancia biológica -y les haré observar que, si hay algún lugar donde uno puede comenzar a darse cuanta del sentido que eso tiene, es más bien del lado de las bacterias-, de la distancia que hay entre esto y [esto de lo que] se trata en lo que concierne a lo que Freud enuncia: las relaciones que revela el inconsciente. Cualesquiera sean los traspies a los cuales pudo sucumbir en este orden, lo que Freud revela en el funcionamiento del inconsciente no tiene nada de biológico, esto sólo puede llamarse sexualidad por lo que se llama relación sexual, completamente legítimo por otra parte en el momento que uno se sirve de sexualidad para designar otra cosa, a saber lo que se estudia en biología, o sea, el cromosoma y su combinación, XX, XY, XX, esto no tiene absolutamente nada que ver con aquello que tiene un nombre perfectamente enunciable y que se llama las relaciones del hombre y de la mujer. Conviene partir con esos dos términos y con los plenos sentidos, con lo que eso implica de relaciones; porque es muy extraño cuando se ven los tímidos ensayos que la gente hace para pensar en el interior de los marcos de un cierto aparato que es el de la institución psicoanalítica, uno se da cuenta que no todo esta reglamentado de los retazos de los que se nos da como conflictivo y ellos querrían otra cosa: lo no conflictivo, reposa. Y entonces allí, ellos se dan cuenta de esto, por ejemplo: no se espera para nada la fase fálica para distinguir a una niña de un niño. No son parecidos y se maravillan de eso.

Y entonces, les señalo algo que se llama Sex And Gender; es en inglés. Es de alguien llamado Stoler. Es muy interesante leerlo desde dos puntos de vista, en principio porque eso se da sobre un tema importante, el de los transexualistas, un cierto numero de casos muy bien observados con sus correlatos familiares. Ustedes saben quizá que el transexualismo consiste precisamente en un deseo muy enérgico de pasar por todos los medios al otro sexo, aunque fuese haciéndose operar, cuando se está del lado masculino. Este transexualismo con las coordenadas que allí están, les hará aprender muchas cosas, porque son observaciones por completo utilizables. También aprenderán esto: el carácter completamente inoperante del aparato dialéctico con el cual el autor de este libro trata esas cuestiones, y que hacen que surjan las dificultades que encuentra para explicar todo eso. Una de las cosas más sorprendentes es a falta de toda guía que elude completamente la [fase] psicótica de esos casos, como jamás escuchó hablar de la forclusión lacaniana, esto explica muy rápidamente y muy fácilmente la forma de esos casos, pero ¡qué importa!.

Esto es lo importante que para hablar de identidad de géneros, que no es otra cosa que lo que acabo de expresar en estos términos, el hombre y la mujer, es claro que la cuestión no se plantea sólo porque esto surja precozmente a partir de que en la edad adulta es destino de los seres parlantes repartirse entre hombre y mujer y para comprender el acento que se pone sobre estas cosas, sobre esta instancia, es necesario darse cuenta que aquello que define al hombre en su relación con la mujer e inversamente, nada nos permite en estas definiciones del hombre y de la mujer abstraerlos por completo de la experiencia parlante, incluso en la instituciones en donde esta experiencia se expresa, a saber el matrimonio. Si uno no comprende que se trata en la edad adulta de hacerse hombre, que esto constituye la relación la otra parte, que es a la luz, al comienzo, partiendo de esto que constituye una relación fundamental, que se interroga todo lo que en el comportamiento del niño puede interpretarse como orientándose hacia ese hacerse hombre -por ejemplo-, y que uno de los correlatos esenciales de ese hacerse hombre es hacer signo a la niña que se ama que nos encontremos, para decirlo así, ubicados de golpe, en la dimensión de la apariencia y,  además,  todo da testimonio de esto, incluidas las referencias- que son comunes, que andan por todas partes- el alarde en los mamíferos superiores principalmente, pero también en un muy gran número de puntos  de  vista que nosotros podemos llevar muy lejos respecto del phylum animal, que muestran el carácter esencial en la relación sexual de algo que conviene limitar perfectamente al nivel en el cual lo tocamos, que no tiene nada que ver ni con un nivel celular ya sea cromosomático o no, ni con un nivel orgánico, ya sea que se trate o no de la ambigüedad de tal o cual tractus referido a la gónada, es decir un nivel etológico que es precisamente el de la apariencia. Es en tanto que el macho -el macho casi siempre, porque la hembra no esta ausente de esto ya que ella es precisamente el sujeto alcanzado por esta ostentación- es en tanto que hay ostentación que algo que se llama cópula sexual sin duda en su función, pero que se estatuye con elementos de identidades particulares, es cierto que el comportamiento humano encuentra fácilmente referencia en esta ostentación tal como ella se define a nivel animal. Es cierto que el comportamiento sexual humano consiste en un cierta conservación de esta apariencia animal. Lo único que lo diferencia es que esta apariencia se vehiculiza en un discurso y que es solamente a nivel del discurso se la lleva, permítanme -hacia algún efecto que no sería de la apariencia. Esto quiere decir que en lugar de tener la exquisita cortesía animal a los hombres les sucede que violan a una mujer o inversamente. En los límites del discurso en tanto que se esfuerzan por sostener la misma apariencia, de tanto en tanto, aparece lo real, lo que se llama pasaje al acto; y no veo mejor lugar para designar lo que esto quiere decir. Observen que en la mayor parte de los casos el pasaje al acto se evita cuidadosamente. Esto sólo sucede por accidente.

Y esta es también una ocasión para aclarar lo que yo diferencio desde hace tiempo del pasaje al acto, a saber el [acting-out. Hacer pasar la apariencia a la escena, montarla a la altura de la escena, hacerla ejemplo, eso es lo que en este orden se llama el acting-out a eso se lo llama también] siempre la pasión. Pero en fin -estoy obligado a ir rápido- ustedes veían que es con ese propósito y aquí como acabo de decir las cosas que se pueden señalarlo bien, designar claramente lo que digo desde hace mucho tiempo: que el discurso esta allí en tanto permite la apuesta del plus-de-gozar, a saber -me juego el todo por el todo- es precisamente lo que esta prohibido en el discurso sexual. Ya lo dije muchas veces y ahora lo abordo aquí desde  otro ángulo.

Esto se ha vuelto sensible a través de la economía, aunque masiva, de la teoría analítica, a saber todo lo que Freud encontró, de entrada y de forma tan inocente, si puedo decirlo, que es un síntoma, es decir, que Freud hace avanzar las cosas a un punto en el que ellas sólo nos conciernen en el plano de la verdad.

Quién no ve que el mito de Edipo es necesario para designar lo real, porque es precisamente la pretensión que tiene o más exactamente aquello a lo que el teórico queda reducido cuando formula el hipermito, porque estrictamente hablando, ¿con qué se encarna lo real?, con el goce sexual, ¿cómo qué?, como imposible, ya que el Edipo designa el ser mítico cuyo goce sería ¿cual?, el goce de todas las mujeres. Que de alguna manera un aparato semejante se imponga allí por intermedio del discurso mismo indica que no es el recorte más seguro de lo que enuncio como teoría, concerniente al verdadero valor del discurso, a todo lo que precisamente forma parte del goce.

Lo que la teoría analítica articula, es algo cuyo carácter aprehensible como objeto es lo que yo designo como objeto a, en tanto que por un cierto número de contingencias orgánicas favorables, el viene a llenar, seno, excremento, mirada o voz, el lugar que se define con el plus-de-gozar. Si no es esto, qué es la teoría: algo que esta relación del plus-de-gozar, esta relación en nombre de la cual la función de la madre llega a tal punto a prevalecer en toda nuestra observación analítica. El plus-de-gozar solamente se normaliza en una relación que se establece con el goce sexual, salvo que el goce sexual no se formule, no se articule más que con el falo en tanto que (él) es su significante. Un día alguien escribió esto -no sé por qué-: el falo sería el significante que designaría la falta de significante. Es absurdo. Jamás articulé algo parecido. El falo es propiamente el goce sexual en tanto esta coordinado, y es solidario de la apariencia. Es precisamente lo que pasa y entonces es extraño ver a todos los psicoanalistas que se esfuerzan por desviar sus miradas y lejos de seguir insistiendo sobre este giro, todo les resulta bueno para eludir esta crisis de la fase fálica. La crisis, la verdad a la cual no hay uno de esos jóvenes seres parlantes que no haya tenido que enfrentarse, es que hay quienes no tienen…. falo, doble intrusión en la falta porque hay quienes no tienen, y mas: hasta el presente esta verdad faltaba.

La identificación sexual no consiste en creerse hombre o mujer, sino en tomar en cuenta que hay mujeres para el niño y hombres para la niña. Y lo importante no es tanto lo que experimentan en la situación real, permítanme: es que para los hombres la niña es el falo y que es eso lo que los castra, que para las mujeres el niño es la misma cosa, el falo, que es lo que las castra también porque ellas no adquieren más que un pene y está fallado. De entrada el niño y la niña sólo conocen riesgos por los dramas que desencadenan. Por un momento son el falo. He aquí lo real. Lo real del goce sexual en tanto se separa como tal, es el falo, dicho de otra manera el Nombre-del-Padre, la identificación de esos dos términos escandalizó en su tiempo a las personas piadosas.

Pero hay algo en lo que vale la pena insistir, ¿cuál es la parte fundadora de esta operación de apariencia tal como la que acabamos de definir al nivel de la relación hombre y mujer, cual es el lugar de la apariencia, de la apariencia arcaica?. Seguramente por esta razón vale la pena retener un poco más el momento de lo que representa a la mujer. La mujer es precisamente lo que representa la mujer. La mujer es precisamente en esta relación, en este raport, para el hombre la hora de la verdad. La mujer respecto del goce sexual, esta en posición de puntuar la equivalencia del goce y la apariencia. En esto reside la distancia en que el hombre se encuentra. Si hablé de la hora de la verdad, es porque toda la formación del hombre esta hecha para responder a ella manteniendo a pesar de todo el estatuto de su apariencia. Es por cierto más fácil para el hombre afrontar a cualquier enemigo sobre el plano de la rivalidad que afrontar a la mujer en tanto ella es el soporte de la verdad: que hay apariencia en la relación del hombre con la mujer.

En verdad, que la apariencia sea aquí el goce, para el hombre entiendo, es indicar suficientemente que el goce es apariencia. Porque está en la intersección de estos dos goces el hombre sufre como máximo el malestar de esta relación que se designa como sexual; como decía el otro, esos placeres que se llaman físicos. Por el contrario nadie mejor que la mujer -y aquí ella es el Otro- sabe lo que es disyuntivo respecto del goce y de la apariencia. Es porque ella es la presencia de ese algo que la mujer sabe, a saber: que goce y apariencia, si son equivalentes en una dimensión de discurso, no por eso son menos distintos en la experiencia que la mujer representa para el hombre la verdad, muy simplemente, a saber, la única que puede dar lugar en tanto que tal a la apariencia. Es necesario decir que todo aquello que se nos enunció como el resorte del inconsciente no representa más que el horror por esta verdad. Todo esto por supuesto, recién hoy trato, por así decir, intento desarrollárselos como se lo hace con una flor japonesa; algo que quizá no es especialmente agradable escuchar para todos, es lo que se empaqueta generalmente bajo el registro del complejo de castración. Mediante lo cual, con esta etiqueta, todo el mundo está tranquilo, se lo puede dejar de lado. No hay nada que decir, sólo que está ahí; cada tanto se le hace una pequeña reverencia. Pero que la mujer sea la verdad del hombre, que esta vieja historia proverbial cuando se trata de comprender algo, del -cherchez la femme al que se le da naturalmente una interpretación policial, o sea, algo bien distinto, a saber que para tener la verdad de un hombre, conviene saber cual es su mujer, por supuesto llegado el caso, su esposa; y por qué no: es el único lugar donde eso puede tener un sentido, lo que alguien, un día, entre mis allegados llamó el pesa -persona. Para sopesar a una persona, nada mejor que sopesar a su mujer cuando se trata de un hombre.

Cuando se trata de una mujer no es lo mismo, porque la mujer tiene una gran libertad con respecto a la apariencia: ¡ella llegará a dar peso a un hombre que no tiene ninguno!. Son verdades que por supuesto en el curso de los siglos ya se habían observado después de mucho tiempo, pero que sólo se decían de boca a boca, si puedo decirlo. Y se hizo toda un literatura, que existe, se trataría de conocer su amplitud. Naturalmente esto sólo tiene interés si se toma lo mejor. Alguien por ejemplo de quien [habría que encargarse un día], Balthazar Gracián que era un jesuita eminente y que escribió cosas de las más inteligentes que se puedan escribir. Su inteligencia es absolutamente prodigiosa en esto que todo eso de lo cual se trata, a saber, establecer lo que se llama la santidad del hombre, en resumen, [¿qué?, su libro sobre el cortesano de la corte (de apariencia)] dos puntos: ser santo es el único punto de la civilización occidental en la cual la palabra santo tiene el mismo sentido que en chino; tehen-tehen.

Observen este punto porque esta referencia, porque de todas maneras ya es tarde y hoy no los introduciré. Este año les haré algunas pequeñas referencias, a los orígenes del pensamiento chino. Sea lo que sea -sí me di cuenta de una cosa, quizá soy lacaniano porque en otro tiempo estudié chino  -con esto quiero decir que me doy cuenta [al releer los ardides] cosas como esas, que yo había recorrido atropelladamente como un tonto, me di cuenta al releerlas que esta al mismo nivel con lo que cuento. No sé, les doy un ejemplo: en Mencius, que son libros fundamentales, canónicos del pensamiento chino hay un tipo que por otra parte es su discípulo, que no es él -pero que comienza enunciando cosas como estas-: Lo que ustedes no encontraran del lado del Yen (es decir, del discurso) no lo busquen del lado del vuestro espíritu- esto, se los traduzco como espíritu es Sin, pero eso quiere decir que no designaba, era aunque parezca increíble el espíritu, el Geist de Hegel. Pero en fin eso pediría un poco más de desarrollo

Y si ustedes no encuentran del lado de vuestro espíritu no lo busquen del lado de vuestro Tché, es decir, de lo que los jesuitas traducen así, como pueden, perdiendo un poco el aliento, de vuestra sensibilidad. No les indico este escalonamiento más que para decirles la distinción que hay entre lo que se articula, y lo que corresponde al discurso y lo que corresponde al espíritu que me parece esencial, si ustedes no han encontrado ya al nivel de la palabra, es desesperante, no traten de ir a buscar a otra parte el nivel del espíritu. Meng Tseu Mencius se contradice, es un hecho pero se trata de saber porque vía y por qué. Esto para decirles que una cierta manera de poner en primer plano lo que se llama discurso, no es para nada algo, algo que nos haga remontarnos a arcaísmos, porque el discurso en esa época, en la época de Mencius, ya estaba perfectamente articulado y constituido. No se puede comprender esto por medio de referencias a un pensamiento primitivo. En verdad no sé que es un pensamiento primitivo. Una cosa mucho más concreta y que tenemos a nuestro alcance, es lo que se llama el subdesarrollo. Pero esto, el subdesarrollo no es arcaico; incluso diré más: algo de lo que uno se cuenta y de lo cual nos daremos cuenta cada vez más [es que el subdesarrollo es] la condición del proceso capitalista. Desde  cierto ángulo, la revolución de Octubre misma es una prueba. Y lo que es necesario saber y ver, es que a lo que tenemos que hacer frente, es a un subdesarrollo que se va a ser cada vez más patente, cada vez más extenso. De lo que se trata en suma, es que debemos poner a prueba esto: ¿si la clave de muchos otros problemas que se nos van a plantear no es ponernos en el nivel de este efecto de articulación capitalista que yo dejé en la sombra para no darles más que su darles que su raíz en el discurso del Amo?. Quizá podré darles un poco más este año.

Convendría ver lo que podemos sacar de lo que llamaré una lógica subdesarrollada. Esto es lo que trato de articular ante ustedes, como dicen los textos chinos: ¡Para vuestro mejor uso!.